sábado, 31 de diciembre de 2011

Misterio de defensa

Ayer, nuevamente y por variar, Madrid se pasó gran parte del día colapsada. El motivo tenía mucho que ver con los fermosos acontecimientos del último verano, cuando un señor que vive en El Vaticano pasó por aquí: en este penúltimo día del año se celebraba algo tan bello como "la misa en defensa de la familia", lo que congregó en la capital a gentes de espíritu generoso y amantes de los valores tradicionales, encabezados por nuestra singular alcaldesa, doña Ana Botella.
De todo esto, y hablo desde una perspectiva muy personal, lo que me llama la atención es eso de "defensa de la familia". Defendernos, ¿de qué? ¿Del aborto? ¿Del matrimonio gay? A lo mejor es que mi experiencia sería casi objeto de culto en un estudio sobre comportamientos sociales, pero confieso -y es la primera vez que lo hago- que jamás me he sentido perseguida por un montón de fetos no natos y tampoco creo haber sido agredida por hordas de gays y lesbianas adornados con plumas color rosa putón. Insisto: a lo mejor es que soy rara y merezco que los científicos más sesudos acudan en peregrinación hasta mi casa para estudiar tan extraordinarias particularidades.
Voy incluso a ir más allá: si una de mis vecinas/amigas o parientes ha abortado, puedo prometer y prometo que ello no ha destruido a mi familia ni nos ha amargado la cena. Ni tan siquiera nos ha estropeado la TDT. Del mismo modo, el que una pareja gay se case, no me ha quitado el sueño a mí ni a los míos ni ha obligado a los hombres de mi familia a caminar con el culo pegado a la pared. Vale, ya no es que sea rara; a lo mejor lo que soy es excéntrica.
Como yo no me meto en la vida de los demás a no ser que me den permiso (es mi lado vampírico; no entro en tu casa si antes no me invitas y no te llamo por teléfono para contarte algo muy personal si previamente no me convences de que no te molesto en caso de que necesite hacerlo), lo que ocurra en familias ajenas a la mía, sencillamente, no me corresponde a mí juzgarlo. Otra cosa es que me pidan opinión; en ese supuesto puedo plasmar un manifiesto de derechos, deberes y obligaciones en un rollo entero de papel higiénico. Pero creo que los valores, condiciones y ética que rijan la vida de cualquier núcleo de parientes, siempre y cuando no atenten contra la legalidad vigente, es cosa suya. Incluyo en esta legalidad vigente el aún no defenestrado matrimonio gay y los supuestos contemplados en la ley del aborto.
Ahora bien, si esa "misa en defensa de la familia" era para reclamar a las autoridades y a Dios que no se ahogue económicamente a las personas; pedirles que aquellos que habitan el mismo domicilio, sin trabajo y sin rentas, sean bendecidos por ayudas económicas, sociales y políticas; exigirles que se de una tregua a los desahucios y se permita a las familias menos favorecidas conservar su hogar; solicitar que se tomen medidas para que, en todos los núcleos con lazos de convivencia y parentesco haya al menos una persona empleada; insinuarles a los miembros de la iglesia que vendan alguna propiedad si es menester para que  todos los niños españoles (un colectivo al que, por cierto, le deben muchas compensaciones), incluso aquellos de familias sin recursos, tengan al menos un regalo de Reyes... si es por eso y más, pido perdón por no haber asistido a la misa y confío en que el Dios de los allá congregados tenga el día bueno y pase por alto mi desliz. Con peticiones tan legítimas, entiendo que todos debemos entonar el oremus y darnos la paz, la gloria, la mano o el pie.
Pero, bueno, como no estoy tan segura de que la maximisa discurriera por estos cauces, casi mejor espero a la siguiente, que imagino no tardará, y me informo de la agenda de actos antes de volver a repasar aquel enternecedor canto de "Señor, has llegado a la orilla", aunque personalmente me gustaba más el de "Óyeme, tú que eres joven".
Y si mi familia y yo somos víctimas de insultos por gente de mala vida (divorciados, curas casados o personas de similar vileza) prometo contarlo. De los miembros de la política y el clero con vocación manifiesta de practicar y ejercer la corruptela, si eso, paso. Total, ya estamos acostumbrados...

viernes, 30 de diciembre de 2011

El reino del revés

"Vamos a ver cómo es el reino del revés". Recuerdo esas palabras como el estribillo de una canción que escuchaba en mi infancia y que me encantaba. Pensaba que debía ser bonito vivir en un mundo del revés; ahora creo que es ley de vida. De eso que llamamos "vida moderna".
El otro día me decía una amiga que se siente como si se pasara el rato llevando la contraria; que, mientras, por edad, debería estar inclinándose hacia posiciones más conservadoras, ella se descubre experimentando el procedimiento inverso y escorándose hacia la izquierda. Normal. Es lógico que, en el transcurso de los años, uno se enroque en las casillas que tanto le ha costado ganar, las reivindique y las atesore ante el temor de que una fuerza irreductible venga y se las arranque. Pero en los tiempos que vivimos, donde todo equilibrio es entelequia, esa sensación de conservar lo que tienes se transforma en una inseguridad inimaginable hace un tiempo, un sospechar que lo que tienes en realidad no es tuyo y que, en cualquier momento, alguien vendrá que lo expropiará.
El neoconservadurismo y el neoliberalismo que invaden el mundo occidental poseen esos efectos colaterales: el temor a que, en cualquier momento, nos quiten nuestros derechos y aumenten nuestros deberes por un bien común que, sin embargo, nos parece un placer reducido a ciertas elites. La actitud de mi amiga, más proclive a un estado igualitario, que sepa repartir la riqueza, crear empleo sin recortar beneficios sociales y garantice ciertas necesidades públicas, me parece lógica e, incluso, deseable.
Pero en este cruce de caminos donde los de izquierdas tuercen a la derecha -muchos siguiendo los dictados de una rabieta irreflexiva aunque justificada-, los que por natural tendrían que ir a la derecha se mueven tímidamente hacia la izquierda y los de centro se inclinan allá dónde venga el viento, podemos observar un acontecimiento todavía más sorprendente: gente que, por la madurez de pensamiento que se supone a su edad, debería estar dedicándose más a la reflexión personal y a teorizar sobre lo público se declara (sobre todo en privado pero, en ocasiones, también delante de extraños), antisistema. Y esto constituye un fenómeno curioso que tendemos a pasar por alto.
El comportamiento antisistema, fuera de un estado dictatorial, es, sobre todo, intimidatorio. Cuando los cauces políticos alientan la participación pública, sea efectiva ésta o no dependiendo de circunstancias excepcionales, las protestas contra los fallos del sistema entran dentro de la lógica, pero no así ciertas actitudes.
Hay gentes de 30, 40 o incluso más, que canalizan sus pensamientos a través de cierta violencia verbal que, muchas veces, les resta toda razón. Es un comportamiento prácticamente adolescente, de reflexión ausente y recompensa rápida, como cuando nos quedábamos con aquello que más placer nos daba o cuando, al elegir entre A y B, siendo A la opción complicada pero que más compensaba a la larga y B la sencilla, lo conocido, lo que no implica riesgo, optábamos, sin dudarlo, por la B. Jugárnosla y arriesgarnos por la A pudiendo ir a lo familiar aunque, a posteriori, fuero mucho menos estimulante y, sí, más castrante, no lo hacíamos así cayeran sobre nosotros las siete plagas de Egipto. Estos tipos de arrebatos son los que sacuden a personas que pretenden practicar la acción sin tener en cuenta la reacción, lo que no es, precisamente, una buena señal. Y que conste que soy partidaria de los hechos siempre que sean reflexionados, consensuados por tus pares, que tengan un fin lógico y unos riesgos calculados (al menos la mayoría). Supongo que muchos me llamarán cobarde, egoísta y todas esas gaitas, pero cada uno es producto de su mismidad.
He de reconocer que, por ejemplo y valga la redundancia, me revientan los revienta manifestaciones. A ver, alma de cántaro, si te ponen una señora valla delante con un señor cartel que pone "No pasar", te la saltas porque te sale de los calzones y luego te detiene la policía, no te quejes ni alimentes las redes sociales con gritos de injusticia. Injusticia sería que, manteniendo una actitud pacífica y civilizada, te corrieran a gorrazos como, de hecho, ha pasado hace muy poco, para nuestra vergüenza y la de quienes nos gobernaban. Lo otro es provocación. Y a semejante causa le sigue un efecto. Si entras al trapo de una, ten valor y asume la otra como error propio o pseudohazaña adolescente. Sinceramente, creo que estamos metiendo en el mismo saco churras y merinas, antisistema con protesta, violencia con justicia social y no, no es lo mismo. Uno de los signos de pasar por la vida y no dejar que la vida pase por ti es mirar en tu interior, analizarte con la objetividad de la que te sientas capaz, saber lo que esperas (de ti, no para ti) y, poco a poco, ponerlo en práctica. Solo de esta forma tienes el derecho a reclamar lo que quieres de los demás.
La anarquía fue un movimiento fascinante a comienzos del siglo XX, el embrión de lo que es el sindicalismo moderno. Obedecía a una situación política desasosegaste y punitiva, un ahogo popular que despertó reacciones extremas. Pero aquello pasó, la historia impartió las lecciones que le tocó dar, los sindicatos consiguieron comenzar a crear su esqueleto y ahora nosotros somos productos de nuestra época y nuestras necesidades, que tal vez demanden otro tipo de acción, menos violenta y más organizada. Una acción que no saque la parte adolescente, siempre deseosa de mandar sobre sus mayores y ejercer una rebeldía "porque yo lo valgo", sino nuestro lado más cabal, decidido y resolutivo, que seguramente no pasará por quemar cajeros o saltarse cordones policiales, pero tampoco pasará por otras cosas mucho más importantes y denigrantes. Si queremos entonar el "No nos moverán" hay que saber en qué lugar nos encontramos. O, más claro aún, quiénes somos y de dónde venimos. Solo así tendremos claro, no hacía dónde vamos, sino hacia dónde queremos ir.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Qué apostamos

Benditos sean los cielos que nos colman de parabienes. Tras pasar meses de penurias e infidelidades políticas, después de recrearnos en la Esperanza y darnos a la Botella, los habitantes de Madrid contemplamos pasmados cómo la puerta de Alcalá se abre para recibir a Sheldon Adelson, nuestro salvador. Y si no es él en persona, al menos sus emisarios.
Para quien no esté al loro de las cosas mundanas, indicarle que Adelson es un empresario del juego obscenamente rico. Y como tiene dinero a espuertas, ha decidido que no sería mala idea invertirlo aquí, en el centro de las españas, donde tanta falte hace. Su objetivo es de lo más festivalero: construir Las Vegas versión castiza. Tal cual. El proyecto pasa por llenar la zona de Valdebebas de casinos (qué buenos momentos te esperan, Florentino) y locales de ocio donde no solo los madrileños, sino los españoles y europeos afectos al juego y a la diversión sin fin, podrán dar rienda suelta a sus dotes de tahúres y dejarse lo que no está escrito en tragaperras, mesas de juego y tugurios de la capital.
No solo eso: semejante edén lúdico, creará, si al señor Adelson le salen las cuentas, un total de 261.000 puestos de trabajos. Vamos, que tras tamaño derroche a troche y moche, el que no tenga un pariente trabajando en la macrofiesta o deslomándose limpiando el posterior macrobotellón es que es hijo único.
En mi ignorancia he de señalar que mi idea de lo que es Las Vegas se reduce a lo visto en las películas. A saber: 1) un lugar donde la gente se casa vestida de Elvis y se divorcia al día siguiente con una resaca del copón; 2) un enorme escenario en el que languidecen, pasadas de rosca y hasta el moño de pirulas, las antaño grandes figuras de la canción norteamericana; y 3) un lupanar donde, por menos de lo que vale una ficha de ésas de los coches eléctricos, te abren en canal tras pasar una agradable y familiar velada en un antro de strip-tease (detalle cortesía de la serie CSI). No me imagino algo así en Madrid. Lo de las viejas estrellas tiene un pase -Isabel, agárrate a la peineta- , pero lo de los bodorrios express, PP mediante, va a ser que no. Y lo de los asesinatos para mayor gloria de los equipos de forenses, pues tampoco. Aquí es que somos más del robo mediante el tradicional procedimiento del tirón o de ese tocomocho que tantos días de gloria nos ha dado.
Sin embargo, y como siempre hay un pero para todo, si queremos que tan portentoso engranaje se adueñe del norte de la capital y todos nos volvamos ricos y cresos en lo que tarda en girar la ruleta, deberemos pasarnos por el refajo unas cuantas leyes y algunos derechos constitucionales. Por si acaso, Esperanza ya ha declarado sentirse feliz cual perdiz y que, si de ella depende, se salta las leyes hasta batir el récord Guiness si hace falta. El Ayuntamiento de Madrid, es un suponer, también está por la labor, así que solo falta por manifestarse ese señor serio llamado Rajoy que se parece tanto a un astuto jugador de póker como yo a la reina madre de Inglaterra. Quizás moralmente ponga pegas, pero ya me lo estoy imaginando, cual tío Gilito, acompañado de sus dos ministros más simpáticos (me refiero al ex Lehman Brothers y al ex vendedor de bombas racimo) con las pupilas tuneadas de 17.000 millones de euretes, los mismo que Adelson parece dispuesto a invertir en este céntrico enclave. Estamos que lo tiramos.
Total, que si obviamos todas las leyes mercantiles, laborales, urbanísticas, de extranjería, fiscales y no te diría yo que hasta sanitarias, tendremos, en los próximos años, doce nuevos hoteles, seis casinos, un pedazo teatro que ni el Maracaná, restaurantes, campos de golf y varios centros lúdicos. Todo cortesía del mismo hombre que ha construido un complejo similar en Macao donde, según los traviesos e impertinentes chicos de Wikileaks, se blanquea dinero de la mafia china. Minucias. Aquí lo que cuenta es crear empleo cueste lo que cueste. Empezando por la dignidad.
No me queda más que darles la enhorabuena a los premiados y desearles que sus sueños sigan los cauces marcados por los códigos de justicia. Para evitar males mayores, principalmente. Y oye, que, a lo mejor, en unos añitos, somos todos millonarios. Eso, o ludópatas. Como diría alguien que yo me sé: "Siempre nos quedará Disneylandia..."

martes, 27 de diciembre de 2011

Juego de damas

Ya está aquí, ya llegó. Esta mañana ha tenido lugar la proclamación de Ana Botella como alcaldesa de Madrid, en un acto donde ha estado arropada por miembros de la guardia pretoriana de su santo, José María Aznar, que tanta paz llevó como descanso dejó el día que abandonó la presidencia. Sin sonrojo alguno y encantada de conocerse, la señora Botella ha jurado servirnos y honrar a Madrid durante el tiempo que dure su reinado en la cúspide de ese edificio tan coquetón situado en la Plaza de Cibeles.
Resulta casi rocambolesco que a la nueva regidora de Madrid no la haya elegido el pueblo de la capital, y que su mandato sea producto del dedazo de su partido, el mismo que nos gobierna. Desconozco si doña Ana Botella tiene la experiencia y ductilidad política necesarias para ocupar semejante cargo, pero me da a mí en la nariz que va a ser que no. Primero, porque su inoperancia en las concejalías que le han adjudicado ha dado lugar a muchos chistes pero ninguna acción práctica ni beneficiosa para los ciudadanos; segundo, porque la inclusión en las listas de una persona con el único bagaje de ser solo "consorte de" (recordemos que, mientras su marido ejercía de presidente, ella estaba a sus cosas, a salir en las revistas mayormente) es un insulto a la inteligencia ciudadana y, tercero, porque no ha hecho ningún mérito para ser alcaldesa, salvo ocupar un tercer puesto en una lista que ahora nos parece viciada de serie.
Mis colegas que se dedican a esto de la información "pasillera", entendiendo por tal los que trabajan cubriendo las informaciones que se cuecen en la Asamblea de Madrid y en el ayuntamiento con sus respectivos pasillos, cuentan que Ana Botella carece de criterio político e incluso de una formación cultural acorde, ya no con el puesto de alcaldesa, sino de concejala en alguna minúscula aldea de la vasta planicie castellana. Y que conste que no lo digo yo, que solo hablo de oídas y no tengo el gusto de conocerla. Se ve que no salimos por los mismos sitios.
Sus empeños en mear fuera del tiesto y soltar lo primero que le pasa por la cabeza, como la tan celebrada comparación de la homosexualidad con esa improbable unión de peras y manzanas (ambas frutas dotadas de rabo, por cierto), su fama de prometer mucho y no cumplir nada y su dificultad para mantener un discurso de cierta coherencia política, nos hace temer lo peor. Las Asociaciones de Vecinos están que trinan tras sufrirla y saber cómo se las gasta (o mejor, cómo no) la otrora vilipendiada concejala de Medio Ambiente, que con ella pasó de Medio a 1/3. Pero no solo los sufridos grupos vecinales se echan las manos a la cabeza: cualquier persona de espíritu democrático debería estar jurando en arameo ante este sistema de listas cerradas, que obliga a quien votó a Gallardón por su opción moderada, a tener que aguantar a la muy conservadora Ana Botella durante el tiempo que la alcaldesa quiera seguir siendo la más madrileña de todos. A ver quién le lleva la contraria. Como si lo viera, me huelo ya las autocomparaciones absurdas con Cristina Kirchner. Un argumento de película de serie B. Primero, porque a doña Ana, el populismo no le aguanta ni una tarde de merienda con sus amigas en Embassy y segundo porque aquí, para jefa, ya tenemos a la de la Zarzuela, reina.
El dúo Botella/Aguirre, como ya dije en otro post, va a ser un no parar de publicar grandes éxitos. A la primera estaremos todos vigilándola con lupa (qué estrés; se le va a combar la peluca) y a la otra la supongo mosqueada y maquinando el contraataque tras ver cómo la victoria de Rajoy arrinconaba sus aires de grandeza. Dicen nuevamente los informadores "pasilleros" que la tal Esperanza es una déspota con su equipo y que los tiene a todos marchando a su son. Curioso. Me he encontrado al menos tres mujeres así en mi vida: de las que disfrutan de verdad ejerciendo ese tipo de poder que amedrenta (sino esclaviza) a los demás. En el fondo, sospecho, todo es producto de la inseguridad. A este tipo de personajes no les gusta nada la gente con criterio propio y la autoestima alta. Lo lamento por ellas y, sobre todo, por nosotros.
Estamos a punto de ser testigos de una conjunción planetaria similar a la que mencionaba Pajín en sus días de gloria, con dos estrellas a su bola, liándola parda en el universo madrileño. Si a estas horas el oso no está ya haciendo las maletas y planteándole una demanda de divorcio al madroño, faltará poco. Que Dios (pepero y conservador, según los que ahora nos gobiernan) nos coja confesados y, a ser posible, con el vino de misa finiquitado. Amén.

lunes, 26 de diciembre de 2011

(In)diferente

El otro día presencié un debate (e incluso participé en él) sobre la conveniencia o no de imponer normas de aplicación general a subgrupos. En casi cualquier país que nos venga a la mente existen minorías de diferente raza, procedencia o herencia cultural cuyo empeño en preservar sus costumbres es a veces tan encomiable como obstinado. De hecho, no faltan las ocasiones en que, durante el proceso de asimilación de estos conjuntos por el total de la nación, se produce el debate de si se deben adaptar a las leyes que rigen el territorio y el Estado que los ha "absorbido" o si, como comunidad (imaginada o no; allá cada cual con las teorías de Anderson) la razón les acompaña a la hora de preservar ciertas costumbres que chocan con el derecho interno de cada país.
En el caso español tendríamos, por ejemplo, la pervivencia de los fueros, o la tan traída y llevada "justicia gitana", que a veces implica un enfrentamiento directo con la ordinaria. Similar problema existe en los países de América con algunas comunidades indígenas, empeñadas en resolver sus litigios según la costumbre (o sea, a la antigua usanza) en lugar de someterse a las leyes del Estado en el que se encuadran. Estos reclamos son objeto de debate intelectual y parlamentario, en ocasiones resuelto con la convivencia forzada dentro de un mismo territorio de dos justicias sociales completamente antagónicas. Personalmente, soy más pro justicia universal que particular, tal vez porque, en mi ingenuidad, sigo pensando que todos somos -y debemos ser- iguales ante la ley. Pero también entiendo que el empeño en preservar la identidad cultural puede dar lugar a conflictos importantes y que, en casos donde no sea posible aplicar un mismo rasero, lo idóneo será decantarse por la ley más favorable o menos estigmatizante. Quiero decir que, ante la duda de si aplicar dos años de cárcel o lapidar a un individuo, obviamente, las autoridades tendrían que hacer lo imposible porque la pena cumplida sea la de la cárcel.
Todo ello me vino a la cabeza cuando leía esta mañana la nueva vuelta de tuerca del caso de esta mujer iraní, Sakineh Ashtiani. Para quien tenga la memoria ocupada en otros menesteres, Sakineh fue acusada, primero de adulterio y, después, del asesinato del su marido. Mientras que, al parecer, en cuanto al controvertido delito de adulterio hubo unanimidad, en el de asesinato fue acusada únicamente de complicidad. Resultado: muerte por apedreamiento. Ante tamaña bestialidad, la comunidad internacional se plantó en jarras delante de los mandamases iraníes diciéndoles que aquello era una barbaridad muy bárbara y que la pena no estaba, en ningún caso, a la altura del delito. Nuevamente la actuación del todo contra las partes. El gobierno iraní se achicó, suprimió la lapidación y mantuvo a Sakineh purgando pena en la cárcel.
Pero hete aquí que, cabreados como deben de estar, los justicieros aducen que el adulterio es una cosa y que el asesinato otra, de tal forma que se han puesto a sopesar la conveniencia de ahorcar a la rea. Por mucho que se empeñen los organismos internacionales, hay que pagar con sangre, ya que, al parecer, solo la letra con sangre entra. Desconozco si Sakineh cometió los delitos que se le imputan, pero lo que sí me llama la atención es que, mientras leía la noticia, en los foros aparecían dispersos comentarios que, más o menos, venían a decir algo así como "son sus costumbres; allá ellos". Traducido: "total, van a acabar haciendo lo que les da la gana...". Semejante actitud me parece no solo indignante, sino de un pasotismo tremendamente culpable. La pena de muerte es un castigo salvaje; como también lo es arrancar cabelleras, empalar a la gente en la plaza del pueblo y quemar a las viudas tras la muerte del marido. Creo que en nuestra conciencia está protestar y, poco a poco, empeño nacional o internacional mediante, hacer entender al otro que quizás, sus castigos no son precisamente los adecuados. Y no se trata de ver quién es más civilizado y mea más lejos, sino de contemplar derechos tan fundamentales como el derecho a la vida y a la igualdad, aunque también a la diferencia. La cultura es un bien, contar tu historia y la de tu pueblo es un honor, pero más lo es saber dejar atrás afrentas indignas e inhumanas que no previenen el delito sino que alientan el desprecio.
Hay mucho que reflexionar sobre este asunto de la imposición legal, pero más aún en el asunto delito-castigo. Y hay que reconocer que así, a nivel de andar por casa, los españoles somos la leche. Cambiando completamente de tema y poniendo algo de frivolidad en un asunto tan duro, tal pareciera que, en este país, cuando alguien famoso es sospechoso de haber cometido, aunque solo sea una "travesura", se procede inmediatamente a su lapidación. En sentido figurado, claro. Pero la cosa no queda aquí; tras sobrellevar el vía crucis judicial como bien pueda, más pronto que tarde lo tenemos de vuelta, copando minutos televisivos y convertido en la estrella más rutilante del firmamento catódico y el universo justiciero. Sin ir más lejos, está el caso de esta famosa, que pasará por el juzgado el próximo año para responder por su presunto trinque de un presunto dinero público a través de su presunto pareja pero que, bastante antes, despedirá el año desde la pantalla "amiga" tomándose las uvas mientras da la campanada. Y nosotros, felices, cual marinero de luces mirando al tendido. Personalmente, a mí, que me felicite el presunto año nuevo una presunta delincuente me da presunto mal rollo, así que casi prefiero un maratón de Los Simpson. O de American Horror Story, mi último placer culpable. Una también tiene sus debilidades....

domingo, 25 de diciembre de 2011

Estampados

Una de las estampas más navideñas es la de la familia unida, sentados a una mesa llena de opíparas viandas y disfrutando de la apasionante -y cada vez más alegre- conversación de suegros y cuñados. Enternecedor. Al margen de que haya grupos que, en noche tan señalada, traguen bilis por litros, lo que sí es cierto es que solo una ha salido estos días en las noticias: la entrañable familia socialista.
Qué bonito es ver a quienes hace solo unos días compartían mesa, propuestas e indultos tirarse manifiestos a la cabeza que, cual enormes bolas de nieve, crecen hasta dar pábulo a chistes, rencores, manías y otras indigestas costumbres de la cultura popular. Para empezar, Carme Chacón, que va, no ya de lista con cabeza, sino de cabeza de lista, tras lavarse las manos como candidata electoral y dejar así que el que se quemara fuera Rubalcaba, ha impulsado un manifiesto con otros de su panda llamado Mucho PSOE por hacer y que reivindica un ejercicio de crítica interna. Ante esto último, nada que objetar. Tras leer las reflexiones del grupito acerca de la última y oscurísima etapa de Zapatero, otros que no se arrepienten de nada, comandados por Diego López Garrido, enviaron un manifiesto al diario El País, cuyo título, Yo estuve allí, lo dice todo.
Ante esta dualidad socialista, cualquier persona ajena a la política supondría que Zapatero está cabreado como una mona tras comprobar que los niños a los que él prácticamente ha dado de mamar (Chacón, Pajín, Moratinos...) se suben a la parra y le ponen cual hoja de perejil, sino directamente, sí al menos sottovoce. Pero hete aquí que no, que parece que con quien está cabreado es con los otros, los mismos que, en un principio, le defienden. Para mear y no echar gota.
Entre tanto guirigay hasta ha surgido quien, así, con un par de plumas, ha firmado los dos manifiestos defendiendo la autocrítica sin renegar del pasado. Beatriz Corredor, ex secretaria de Estado para la Cooperación ha querido contentar a todos y no ha contentado a nadie, ejerciendo ese papel de moderador en la mesa que, al final, se lleva todas las galletas. Y no me refiero a las de comer.
La estrategia de Chacón, como digo, era imaginable desde el mismo momento que decidió no sumarse a la carrera para ser candidata sin protestar ni rechistar. Sus planes, obviamente, son otros. No debe resultar nada agradable para Rubalcaba ver cómo su otrora más mejor amiga le saca la delantera sin haber corrido una carrera que a él le ha dejado desfondado. Nada que no nos haya pasado a todos, cuando un amigo en el que confiábamos nos traiciona o, directamente, se suma a las filas enemigas. El que lo hayamos visto venir no quita que la realidad nos deje paralizados, pero a Rubalcaba se le presume una mayor capacidad de reacción que la que pueda tener yo, por ejemplo. No me imagino en él una espantada a lo Borrell. Estoy deseando saber qué tiene planeado y, sobre todo, me encantaría averiguar todo lo que sabe y nunca dirá.
Lo que está ocurriendo en el PSOE a nivel nacional me recuerda las batallitas y batallazas de la Federación madrileña, experta en el lanzamiento de concordia y talante a la cara del otro. Los socialistas de la capital siempre han estado a la greña, con los que sus luchas internas por "quítale a aquel el puesto y dámelo a mí" son un clásico que reverdece cada cierto tiempo.
Tanta pelea, a pequeña o gran escala, no hace más que reforzar el sambenito de la izquierda desunida, dividida en mil corrientes, irreconciliable e incapaz de llegar a un consenso. Nada nuevo bajo el sol. Lo que me pasma de todo esto es que, estando como estamos ante, se supone, personas de experiencia política, personalidad firme y categoría moral, no sean capaces de lavar los trapos sucios en casa y se lancen las zurraspas a la cara con la muy estimable colaboración de los medios de comunicación. No será elegante, pero práctico, mucho menos.
Después de ver a unos y a otros luciendo galas y manifiestos y visto que el deseo de año nuevo que pido siempre nunca se cumple, en esta ocasión deseo que se vayan todos a sus casas a disfrutar del turrón y vengan caras nuevas con otras propuestas. El ideario socialista lleva mucho tiempo en manos de dirigentes que no lo merecen, convirtiendo algo grande y hasta hermoso en una cosita pequeña, insignificante y fea. No se trata de asumir o no la herencia de Zapatero sino de entender que su tiempo ya pasó y que las cosas, gusten más o menos, deben ser de otra manera. Es lógico que le critiquen, pero Chacón y compañía también estuvieron allí, les guste o no, y tienen mucho que purgar. No sé por qué, pero me da la impresión de que la autocrítica de que hablan está dirigida menos hacia ellos mismos y más hacia el engranaje del partido sin darse cuenta que precisamente los manifestantes de los manifiestos construyeron ese engranaje. No les vendría mal un período de reflexión alejados de la vida pública. Cuatro años o así.
Al final va a tener razón Alfonso Guerra cuando decía aquello de "vamos a dejar un país que no lo va a conocer ni la madre que lo parió". Qué ojo, Alfonso, qué ojo.

sábado, 24 de diciembre de 2011

De culo

Efectuando una reflexión cinematográfica sobre los desnudos masculinos en el cine, es fácil darse cuenta de que, en cuanto un actor hace amago de enseñar el culo, o directamente lo muestra a cámara, indica que acaba de tener sexo o está a punto de proceder a ello. Eso, lógicamente, no ocurre con las actrices, que enseñan teta, culo y hasta lo más atractivo de sus atractivas entrañas cuando van a cocinar, llamar por teléfono, o tender la ropa. Aquí, el "acto" es lo de menos; lo de más, poner al personal palote.
Cualquier persona que haya visto un mínimo de películas en su vida podría reconocer, por ejemplo, el culo de Antonio Banderas casi entre un millón. En su papel de latin lover para todos los sexos, razas y estratos sociales, el hombre ha llenado metraje con sus, supongo, sensuales posaderas. Pero no es el único: la mayoría recordamos que el exhibicionismo de Kevin Costner llegó a ser un escándalo; incluso sospechábamos que el actor incluía anexos en sus contratos comprometiéndose a mostrar sus traseras partes, por exigencias del guión o por prescripción facultativa; daba igual. También hemos visto el culo de Brad Pitt, Clive Owen y otros varios que, a diferencia de los elegidos para la gloria versión patio trasero, están mejor de espaldas que de frente.
Si teorizamos sobre culos, a poco que nos fijemos, nos damos cuenta de que los tipos con culo bien posicionado son hombres capaces de perseguir objetivos claros, de personalidad importante, persistencia, criterio propio (a veces demasiado) y tercos como ninguno. Los de culo "escurrido", en cambio, son hombres que huyen de los problemas, contenidos, deseosos siempre de mantener una actitud templada, de caer bien y contemporizar con todos, lo que les lleva, en innumerables ocasiones, a obtener el efecto contrario y labrarse fama de "meapilas". Del mismo modo, las mujeres de culo prieto son ambiciosas, liberales, intensas e, incluso, retorcidas. Las de culo generoso serían pasionales, desprendidas, deseables y muy caprichosas. Podéis estar de acuerdo conmigo, pero esta teoría de perogrullo es producto de una observación empírica y deriva de ese dicho que me acabo de inventar y que dice algo así como "el culo es el espejo del alma". Y es que mientras a la cara la podemos maquear, el culo es así, señoras y señores. Tan "así", que no lo podemos ni ver, y más particular incluso que el patio de mi casa ya que, mientras una bofetada en todo el rostro es lo que es, un azote en las posaderas puede no ser lo que parece.
Pasamos mucho de nuestro culo y más del de los demás y así nos va: de culo. Como el año que estamos a punto de despedir, que otra cosa no ha sido, pero conflictivo, un rato largo. Pronto empezarán las revisiones mediáticas de estos doce meses y las necrológicas, no solo de famosos que nos han abandonado, sino de derechos que han desaparecido. Para contrarrestar, tenemos el nacimiento del 15 M, la victoria de la selección de baloncesto, las nuevas democracias árabes (los caminos para llegar a ellas son otra historia), la bonanza de ciertos países de América... y seguro que algunas cosas más que, muy probablemente, me obligarán a recordar, quiera yo o no quiera, en los próximos días.
Días no, sino horas, faltan, por cierto, para el discurso de Su Majestad. Las casas de apuestas ya pagan cinco euros a quien afirme que el monarca menciona a Urdangarín en su discurso y acierte. Personalmente, opino que es más fácil que nuestro rey nos explique los principios de la física cuántica que el que se cague en su yerno en público, aunque albergue muchas ganas de hacerlo en privado. No se puede decir que el sapo que se está tragando (ése que no se convertirá en príncipe ni aun queriéndolo los hermanos Grimm) no lo haya cocinado antes. Nuestra familia real va de culo porque no quisieron o, no pudieron, ir de cara. Así de simple.
Aprovecho para desear felices fiestas a todos los que pierden parte de su valioso tiempo echando un vistazo a este blog. Gracias por ello. Y para 2012, buena cara... ¡y mejor culo!

viernes, 23 de diciembre de 2011

Letargo primaveral

Hace unos meses vivimos aquellos episodios, para muchos tan esperanzadores, que, entendidos en su conjunto, pasaron a ser llamados "la primavera árabe". Una ola revolucionaria se extendió, sobre todo, por los países musulmanes del norte de África provocando el derrocamiento de dictaduras y el nacimiento de democracias bastante sui generis, porque aúnan peculiaridades estrechamente relacionadas con la historia, la geografía y el sentimiento religioso en las cuales no voy a entrar.
Recuerdo que, la primera vez que estuve en Túnez, el culto al dictador era tan absoluto como visible. No obstante, en cuanto preguntabas al respecto, la gente torcía el gesto y te mostraba cierto desacuerdo con el mandatario, pero con visible reparo, sino miedo, a entrar en más detalles. Salvando (muy mucho) las distancias, el paraíso tunecino construido para el disfrute y la seguridad del turista me recordaba a aquel otrora edén marbellí de Jesús Gil, una ciudad perfecta en la superficie (el control policial es lo que tiene, que te deja todo como los chorros del oro) donde la mierda se acumulaba en alcantarillas y despachos oficiales.
Al margen de batallitas de abuela que podría contar y no parar, no deja de llamarme la atención lo volátil que es la opinión pública en estos aspectos. El auge siempre va parejo a la decadencia, y mientras hace bien poco todos nos sentíamos un poco revolucionarios árabes, hoy tenemos la cabeza en otras historias y, salvo el caso de Siria, que aún nos pone los pelos como escarpias, "que se apañen ellos". Sin embargo, a mí, el proceso de consolidación de un sistema de partidos, esa transición política que, en este caso, también lo es desde el punto social y económico, es lo que más me atrae del proceso en sí. Qué se le va a hacer si he salido pelín extravagante.
El otro día, hablando con el antropólogo Pedro Pitarch, autor de varios artículos y escritos sobre el movimiento zapatista, le señalaba el, en mi opinión, letargo en el que ahora está sumergida la revolución que conmovió al mundo y despertó a México. Él disentía. Más o menos, y en eso estábamos de acuerdo, venía a decir que gran parte del impulso mediático se debió a esta fiebre revolucionaria que contagió a intelectuales de todo el país y, por ende, a los europeos. Era una época proclive a respaldar acontecimientos semejantes, y a ello se dedicaron algunos con furor. No obstante, tal como te digo una cosa te digo la otra, y no tardaron los mismos en desencantarse, aburrirse o dedicarse a teorizar sobre distintos asuntos mientras justificaban su desidia criticando la actitud, personalidad e ideología de Marcos. De héroe a villano a la velocidad del pensamiento crítico. Me decía Pitarch que él, lo mismo que no veía motivos para tanta exaltación inicial, tampoco justificaba el razonamiento negativo que vino después. Asimismo, entendía que fue la progresiva pérdida de interés de los medios de comunicación la que, poco a poco y casi con alevosía, fraguó ese "olvido" en el que se sumergieron los indios de la selva Lacandona.
En mi opinión, tiene toda la razón. El papel de los medios condiciona la opinión pública hasta tal punto que lo que no sale en los periódicos, no se ve en la televisión y no puebla las redes sociales no existe. Es increíble cómo exprimimos una noticia y luego la abandonamos a su suerte, como si el asunto, una vez exiliado de las páginas centrales, dejara de tener importancia y entidad. Algo así ha pasado con la "primavera árabe". Y, sin embargo, dentro de este reverdecer floral, me parece fundamental comprobar hacia dónde van esas naciones y qué movimientos hay alrededor de los medios de comunicación, un aspecto fundamental para controlar la imagen que das al mundo y asegurarte el poder dentro del país. Cruzando el charco y tomando bastante distancia de nuestros vecinos no solo desde el punto de vista geográfico, es muy interesante ver cómo el populismo de Kirchner se traslada a ese empeño en dominar los medios. Si alguien tiene tiempo y ganas, que siga de cerca la guerra entre la señora presidenta y el grupo Clarín, capaz de parir conflictos tan golosos para los observadores como el que se está produciendo actualmente en la lucha por el control de la televisión por cable. Un ejemplo bastante revelador de lo que puede ser la pelea a cara de perro por el poder mediático y que se puede extrapolar fácilmente a otros países.
Decía hace días un historiador que la memoria colectiva es una falacia. La memoria es individual porque los recuerdos también lo son. Del mismo modo que, por mucho que nos fastidie, no podemos juzgar si alguien ha hecho algo de forma intencionada o no a no ser que lo confiese, es imposible apropiarnos de la memoria de otro, ya que está teñida de su propia subjetividad, no de la nuestra. Siguiendo dicho razonamiento, esa cosa tan nostálgica y evocadora llamada memoria colectiva sería, en realidad, algo mucho más pragmático denominado historia colectiva. Esa misma que están construyendo países no tan lejanos a nosotros y del que se han salvado otros como Marruecos al que el, imagino, hartazgo mediático les ha librado por los pelos de una buena. Del mismo modo, y además de Siria, no deberíamos perder de vista a Argelia, cuya proximidad con Libia puede alentar ciertos conflictos de una magnitud aún por calibrar (tengo un conocido que ha estado en el país hace poco y me ha contado cosas, pero eso daría para otro post y no precisamente de mi autoría). Tanto Marruecos como Argelia son, además, dos países cuya evolución resulta fundamental para España, el primero por el meollo de relaciones históricas, políticas y económicas que reproducen periódicamente tanto el amor como el odio mutuos y el segundo por todos los intereses creados alrededor del tema del gas, en el que han metido mano, de una forma u otra, empresas españolas. Todo ello por no hablar del comercio armamentístico y negocios colaterales que mejor ni mentar.
En fin, seguiremos atentos a nuestras pantallas. Si éstas se dignan, en algún momento, a dejar de lado las noticias tremendistas respecto la deprimente crisis que nos asola. Mientras, siempre nos quedará ejercer la crítica con las informaciones que nos llegan desde el ciberespacio. No es tan entretenido como jugar al Risk, pero tampoco está mal...

jueves, 22 de diciembre de 2011

La ley del silencio

Voy a contar una historia más bien patética. Una empresa del montón, en tiempos tristes, se dedica con esmero a despedir empleados para solucionar todos los males que le causan los mercados. Como es de suponer, antes de tomar tan drástica medida, se afana en hacerle la vida imposible a los condenados, para ver si hay suerte y estos optan por cambiar de aires sin que caiga sobre ellos todo el peso de la mala e incompetente gestión. Lógicamente, el deceso se produce y, con el tiempo, quienes todavía siguen en sus puestos optan por no hablar de los finados, borrándolos de sus vidas como si jamás hubieran existido para, se supone, evitar represalias. Los despedidos, que bastante tienen con lo que tienen, se convierten así en apestados, tratamiento recibido tanto por quienes en su día les echaron como por sus supuestos pares.
Esta historia de terror me parece, en sí misma, un despropósito, Más que por la mala suerte de los parias, por esa situación de síndrome de Estocolmo que envuelve a quienes todavía conservan sus puestos de trabajo y, con ellos, al parecer -deduciéndolo siempre del ejercicio de la servidumbre-, también fortuna, amigos y amores. Sinceramente, no creo que eso sea así. Primero, porque ningún jefe (y esto es hasta denunciable) puede interferir en tu vida privada, tener la osadía de decirte con quién sales en tus ratos de ocio, a quién llamas o con qué tipo de personas debes mantener el contacto. Es irrespetuoso e indecente. Los límites entre lo privado y lo profesional se confunden debido a las horas que pasamos encerrados en los mismos sitios. Normal. Pero eso no implica que me tengan que caer bien los amigos de mi jefe solo porque este último ocupa un puesto superior al mío. Del mismo modo, él no puede decir absolutamente nada sobre las personas con las que yo me siento a gusto; de hecho, ni siquiera es tolerable que de su opinión si yo no se la pido o que se empeñe en averiguar a qué dedico el tiempo libre. Los estados dictatoriales, las amenazas, las represalias ante comportamientos estrictamente privados son denunciables y merecedores de castigo.
Aborrezco los abusos de autoridad, pero, en esta historia que me ha dejado ojiplática, entiendo también que tan criticables son los que amenazan como los que se dejan amenazar. Porque si uno no tiene derecho a controlar la esfera privada y los afectos de las personas a su cargo, el otro tiene el deber de impedirle que lo haga si sospecha que, de una forma u otra, lo pretende. El dejarse arrastrar por este juego de impares implica poco carácter, nula personalidad y una falta de respeto a ti mismo y a los que, se supone, son o han sido tus compañeros e incluso tu amigos. Por supuesto, la lealtad se convierte en una entelequia.
Sé que soy una idealista y creo en la igualdad y todas esas "gaitas"; por ello opino que no debemos sacar a pasear nuestra parte más pusilánime en determinadas situaciones, porque eso solo acrecienta los abusos. La ley del silencio denigra a quien la impone y, al menos en esta ocasión, a quien la sigue. Sobre todo porque el objetivo último de los dardos enemigos y "amigos" es el que menos lo merece, incrementa su indefensión y echa más sal a una herida que nunca debió ser inflingida.
Los cobardes no siempre comparten filas. Eso sí, inevitablemente, serán los primeros en abandonar el barco para, a lo mejor, darse cuenta de que nadie está dispuesto a tirarles un salvavidas. Luego se preguntarán por qué...

miércoles, 21 de diciembre de 2011

De cena

El otro día decía alguien que no soporta las cenas de empresa que se celebran en estas fechas porque te obligan a estar tres horas compartiendo mesa, mantel y charla con las tres mismas personas. Y que, añado yo, seguramente no son ni las que mejor te caen ni las que más te divierten. Nos lo tomemos como nos lo tomemos, estas "celebraciones" no dejan de formar parte del trabajo, otro rato más que pasas con tus compañeros, aunque el pack incluya papeo gratis y, en ocasiones, hasta barra libre. Solo queda echarle voluntad y pensar que, al menos, son una vez al año, y que hay gente a la que le encantaría estar en tu lugar aunque le entraran ganas de meterle al de al lado la cabeza dentro de la crema de marisco. Así que resignación y al brindis.
Sin embargo, no acabo yo de pillarles el punto a estas fiestas por obligación. La integración grupal te anima a ello, a acatar la disciplina y hacer como que te diviertes cuando, en realidad, preferirías estar durmiendo sobre una cama de clavos. El efecto de "tienes que ir porque sí" ejercido sobre tu tiempo de ocio, me resulta bastante antipático. Pero lo mismo me ocurre con la noche de fin de año y las cenas familiares que pueblan estas fiestas de buen rollo. En cuanto aparece en el horizonte la obligación de pasármelo bien, empiezo a pasarlo fatal. No me gusta ponerme tacones y escotazo en fin de año, exponerme a un frío de narices y contonearme al ritmo de Danza Kuduro con los langostinos todavía en la garganta. Tampoco considero que sea la invitada más locuaz y divertida en cualquier cena de Nochebuena, porque, entre otras cosas, no es mi día favorito del año. Y, durante mucho tiempo, las cenas o comidas de empresa me parecieron un señor coñazo, una especie de prueba que había que superar, aunque reconozo que, en esta ocasión, la afronto con mucho más espíritu y ganas de pasarlo bien. Tal vez porque una llega al evento con el equipaje bastante descargado de malos rollos.
Siempre he dicho que no es intrínsecamente bueno hacer amigos en el trabajo. Durante un tiempo pensé que a lo mejor estaba equivocada, pero la experiencia me ha devuelto a mis orígenes. Por supuesto que uno puede ser amigo de alguien a quien en su día conoció desempeñando la misma actividad profesional, pero incluso dicha relación tiene que pasar la prueba del algodón, el tiempo y la distancia (eso sí, si la supera creo que es una amistad prácticamente imbatible). La superviviencia se me antoja muy difícil. Sobre todo porque no es lo mismo conocer a las personas en una faceta de su vida que descubrir cómo son en otras completamente distintas. Tal vez te gusten en un sitio pero te desagraden en otro. La visión es sesgada y siempre te llevas sorpresas, a veces agradables; otras muchas no. O a lo mejor es que la gente es demasiado oportunista y se desprende de ti cual pañal usado en cuanto sospechan que estorbas sus planes. En resumen, que la vida me ha hecho muy escéptica en este tema, lo que también tiene su lado bueno: el no preocuparme excesivamente por intríngulis de índole laboral/personal que antes me sorbían el seso.
Para terminar y remitiéndome a lo dicho, afrontemos cenas y lo que venga con la mejor voluntad navideña y ganas de, al menos, desempeñar un papel digno. Eso sí, por lo de fin de año no paso. Que salgan otros. En lo que a mí respecta, empezar enero con la Pantoja deseándote buena suerte desde la televisión ya me parece bastante surrealista como para abrazar congas y matasuegras como si no hubiera un mañana. Feliz 2012 a los buenos, que los malos ya se pueden ir dando con un canto en los dientes por el simple hecho de seguir respirando.

martes, 20 de diciembre de 2011

Los amores ridículos

No, no voy a hablar del libro de Milan Kundera aunque lo merezca. El título viene a cuento, entre otras muchas cosas, por esa manía edulcorada y cursi que les ha entrado a muchos de querer sellar su amor con originalidad y alevosía. Todo nace entre las almibaradas páginas (que me perdonen las fans de los sentimientos noveleros) del libro Tengo ganas de ti, firmado por Federico Moccia. En él, una pareja bastante dispareja sella su devoción mutua y eterna atando un candado a una de las farolas del Puente Milvio, en Roma. Fue leer semejante declaración de intenciones y predicar con el ejemplo: cientos de parejas de enamorados corrieron prestas al Milvio para colocar su pertinente candado y gritar a Italia que lo suyo, cual tatuaje metálico, era para siempre. Las autoridades, que en un principio vieron con simpatía tamaño subidón hormonal, pronto se dieron cuenta de que el peso de tan grande "amor" amenazaba con tirar vallas y hundir baldosines, por no hablar de la estética feísta bajo la que empieza a fenecer uno de los emblemas de la capital italiana. Total, que donde dije digo digo Diego, y la alcaldía ha dicho que los que se quieren, mejor que lo hagan en casa. Así ellos, mientras tanto, aprovechan para limpiar las calles y mandar a los enamorados a... Verona, que allí si que se vive el amor con emociones a montones.
En España, este país tan fan del copia y pega, hemos decidido que qué mejor sitio para reclutar corazones exaltados que la Puerta del Sol, un lugar estratégico que lo mismo sirve para celebrar una asamblea que para plantar una Jaima. Y allí está el sufrido kilómetro cero, recibiendo candados y amor a raudales. Después de esto, cabe preguntarse cómo nacen las tradiciones, y si cosas tan bonitas como, por ejemplo, las fallas de Valencia o los Sanfermines, no surgieron por un mero accidente doméstico convertido, vía literatura y boca-oreja, en fervor popular. Los mitos son así, endebles.
Pienso en esos candados y calculo, a ojo, las parejas que habrán roto desde su mutua declaración cerrajera. Cuántos momentos de entrega que luego pasaron a ser entregados en adopción. ¿Por qué a veces nos empeñamos en desear cosas que, si se cumplen, nos amargan la existencia? Amores imposibles que, en el minuto uno de hacerse realidad, ya empiezan a pesar cual losa. Inevitable preguntarte por qué tanto pelear para tan pírrica victoria.
Siempre he dicho que la terquedad y la obstinación no son buenas consejeras y que, en ocasiones, nos empeñamos en conseguir cosas que, si lo reflexionáramos un poco, nos daríamos cuenta de que nos llevan hacia el camino de la perdición. Por seguir esa senda de flores con espinas dejamos atrás otros jardines que seguro nos enriquecerían más y cuya ausencia luego lamentaremos, pero, durante el proceso, solo pensamos en ir hacia la luz. No contemplamos que, muchísimas veces, el brillo lo proyectamos nosotros: iluminamos a la persona que tenemos enfrente y que es capaz de encontrar el interruptor que todos llevamos dentro; ésa misma que, estando sola, lejos de nuestro foco, no sería más que sombra. Los demás lo entienden enseguida; los afectados, jamás. Pero, bueno, ahí seguimos, inasequibles al desaliento, trabajándonos con ansia el que alguien, en algún momento y lugar, nos de un candadazo en la cabeza y nos haga entender que lo que nosotros creímos sueño fue, y sigue siendo, una pesadilla. Y de las chungas.
Sinceramente, opino que lo que un candado puede sellar, lo sellan también una tarde de cañas, una noche de cine o esa entelequia llamada "cena íntima" a la que se suele llegar tras mucho agobio y bastante sufrimiento (qué me pongo, qué preparo, de qué hablo...). Al fin y al cabo el simbolismo, sin restar méritos a los tan apreciados detalles, lo llevamos a cuestas: ni un anillo, ni una canción, ni una carta pueden expresar del todo los sentimientos de una persona que se entrega de verdad. Solo el hecho de estar a tu lado, inasequible a las tormentas, inamovible, iluminada por la misma luz y feliz de tener la suerte de compartir momentos contigo, ya vale más que muchos candados. Por alguien así incluso merece la pena hacer el ridículo... y lo que las muy prosaicas autoridades manden.
P.D: Gracias a Cova por soplarme el título de este post. Como ves, mi inspiración tiene vida propia...

lunes, 19 de diciembre de 2011

Al Alba

Hoy he tenido un día de esos tontorrón y no muy lustroso en lo que se refiere a ideas. Por ello voy a rescatar las informaciones que salieron la pasada semana en torno a la figura de Cayetano Martínez de Irujo, el hijo jinete de esa Duquesa de Alba que tan gloriosos momentos nos ha hecho pasar. En el programa de televisión Salvados (envidiable la capacidad de Jordi Évole para hacer que los entrevistados olviden que hay una cámara midiéndoles el pulso), el niño bonito de la casa de Alba se destapó con unas enternecedoras declaraciones en las que ponía a caldo a los jornaleros andaluces. No hay que olvidar que su madre es una terrateniente de pro allá por el sur de España, algo que la lleva a sostener, mantener y, a ratos, incluso enmendar, frecuentes desencuentros con los trabajadores de la zona.
Vino a decir Cayetano, así, sin entrar en muchos detalles, que los jornaleros andaluces son de natural vago (no incluyó la palabra maleante pero casi) y no trabajan porque no quieren. Un momento, por favor. En un país con casi cinco millones de parados ya hay que tener la conciencia social de un clavel reventón para decir que los andaluces no curran porque no les sale de allá abajo. Tengamos en cuenta, además, que, incidiendo en lo surrealista, este discurso lo suelta alguien cuya única actividad conocida es montar a caballo. No digo yo que Cayetano no se deslome de sol a sol, que no lo sé, pero lo que sí entiendo es que, en caso de hacerlo, se ha esforzado con mucho ahínco en ocultarlo y, de cara a la galería, darse una vidorra de hijo de papá. O de mamá, en este caso.
No contento con sacar de paseo su verborrea caciquil, el garboso jinete ha echado más leña al fuego diciendo que, lo que verdaderamente le gustaría, sería vivir en el medievo. Y disfrutar del derecho de pernada, imagino. Piénsalo un poco, colega, porque los tiros no van por ahí. No creo que aguantaras tú mucho rato pasando meses, sino años, sin ducharte ni engominarte, compartiendo rancho con otros igual de guarros que tú, cabalgando ataviado con la pesada armadura que ahora adorna alguno de los pasillos de cualquiera de los casoplones familiares, jugándote la vida en bosques y páramos y votando a Bríos porque tu prójima, ésa que te guarda ausencia en tu casa de la pradera, no se la deje endiñar por algún jornalero vago y maleante. Que el medievo no es esa cosa novelesca de la que se hace eco lejano Juego de Tronos, amiguete, que ahí caían todos como moscas y apenas llegaban a los 40 años con la virilidad y la salud intactas.
Pero, en fin, él, a lo suyo, a regodearse en los estereotipos. Y son precisamente estos, los estereotipos, una de las características más amargas de nuestra cultura. Personalmente, he conocido a catalanes generosos, andaluces trabajadores, madrileños humildes y gallegos listos. Y viceversa. Entiendo que hubo tiempos en que el escozor nacionalista creaba enemigos (el otro día, releyendo el poema de Rosalía de Castro, Castellanos de Castilla, reviví el dolor de la emigración aunque también la inquina de una identidad contra otra), pero ahora mismo, cuando todos navegamos en el mismo Titanic, no es que no tenga sentido: es que debe carecer de cualquier justificación.
Yo soy de las que cree que las primeras impresiones cuentan, y mucho. Una vez afirmada, ya puede el otro (o tú mismo) hacer el pino con las orejas, que la idea que te has hecho de él permanecerá ahí, retroalimentándose. Hay algo visceral y de piel que entra en juego cuando conocemos a alguien y que en rara ocasión se equivoca por mucho que nos neguemos a admitirlo. También confieso que, a primeras dadas, siento mayor afinidad con la gente de costa que con la de interior; quizás se trate de algo tan atávico como incontrolable. Pero lo que detesto es vilipendiar a todo un colectivo solo por razones de raza, sexo o nacimiento cuando tienes su futuro en sus manos. Imagino que Cayetano puede haber vivido experiencias desagradables con alguna persona a su servicio, pero creo que cualquier empleador podría contar historias semejantes independientemente de que el sujeto en cuestión sea de Manchester o de Cuenca. ¿Que da la casualidad que sus empresas está en Andalucía? Pues qué le vamos a hacer. A lo mejor, si reflexiona un poco, sus roces con determinadas gentes no se producen por cuestión de origen, sino porque no acaba de congeniar con los Aries, los Escorpio o los que tienen un lunar en la planta del pie. Vaya usted a saber.
Hay algo, sin embargo, que honra al heredero de su mediática madre, y es que, lejos de tomar las de Villadiego ante tamaño revuelo mediático, el interfecto ha decidido bajarse del caballo y oír las quejas de sus empleados sin taparse las aristocráticas orejas. No puedo más que desearle una miríada de éxitos. Ojalá éste sea el principio de una bonita -y muy andaluza- amistad.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Un poco feliz

Siempre he pensado que la felicidad es patrimonio de los tontos. Me refiero a ese estado de dicha perpetua de la que afirman disfrutar algunos. Lo siento pero disiento. En mi opinión, nadie puede ser plenamente feliz las 24 horas del día los siete días de la semana. Es antinatural. Y no, esta reflexión no es producto de ningún optimismo triste o pesimismo alegre: si crees disponer de tamaño goce eterno a voluntad es que, o te falta un hervor o nunca en tu vida has experimentado lo qué es la felicidad, con lo cual tendrías serios problemas a la hora de reconocerla. Toca mirarse un poco el ombligo y poner la neurona en estado de reflexión.
La felicidad es tan deseada y deseable precisamente por su condición etérea, momentánea y rápidamente caduca. Es como un subidón de adrenalina, algo que, como llega se fue, porque el instaurarse en su vivencia implica también su decaimiento. Uno puede sentirse bien consigo mismo y con el mundo, en paz, especialmente contento o en un estado de autoafirmación y autoconfianza, pero ello no implica que sea necesariamente feliz, porque la felicidad, ejercida durante mucho tiempo, pierde su inherente carácter súbito y sorpresivo para convertirse en autocomplacencia y sosiego. Que tampoco está mal (de hecho, está muy bien), pero no es lo mismo. Seguro que los inconformistas de corazón saben a qué me refiero.
Todos buscamos momentos felices cada día. La persecución de un bien tan preciado es lo que nos lleva, no solo a movernos, sino en ocasiones a correr tras ese objetivo que, por muy perecedero que sea, resulta inenarrable y maravilloso cuando aparece. La felicidad, entiéndala cada uno como la entienda, es nuestro motor y nuestro fin último. Pero, es que, además, la buscamos como medio para lograr dicha meta, con lo que se convertiría en camino y destino a la par.
Y, sin embargo, repito, hay quien rehuye esos instantes de gloria en aras de una comodidad mal entendida. Para alguien así, la felicidad no es ese casi orgasmo circunstancial, sino el cerrar las puertas al sufrimiento. No se da cuenta de que ambos sentimiento son inclusivos: que a veces tenemos que pasarlo mal para darnos cuenta de cuál es el resorte que nos hace estar mejor. Es la cobardía del espectador, el que siempre se sitúa en las gradas viendo cómo juegan los demás y gritándole improperios al árbitro si le toca manifestarse. Será porque sabe qué éste no le va a contestar. Allá cada cuál con sus elecciones.
Guillermo Fesser y Juan Luis Cano, los dos componentes de Gomaespuma, tienen un espacio televisivo, tan corto como sustancioso, llamado Yo de mayor quiero ser español. En él, el dúo entrevista a gente normal que hace cosas extraordinarias, no solo en beneficio propio, sino también por los demás. Algunos son caras conocidas, otros no. Pero lo que tienen en común es que, cuando los oyes hablar, notas pasión por lo que hacen, un disfrute que ya teníamos olvidado, porque nos recuerda a tiempos mejores en los que preferimos no recrearnos de momento. Y, sin embargo, ahí están los elegidos para la gloria, toreando los sarcasmos de Guillermo y Juan Luis y enseñándonos que todos podemos hacer grandes cosas si verdaderamente nos lo proponemos con ganas. No solo eso: que para ser feliz no basta con quedarse en casa viendo la vida pasar; hay que salir y dejar que llueva para que luego escampe.
Hace tiempo reivindicaba en en este blog el derecho a estar triste. Ahora reivindico también el derecho a experimentar la felicidad y, sobre todo, el deber que tenemos todos de no estropear la dicha de otros, sino de alentarla y disfrutarla con ellos y, si se puede, junto a ellos. Es mezquino intentar sabotear esos momentos únicos y sublimes que todos nos merecemos. En ocasiones se hace más fácil estar con los demás en los momentos tristes que en los alegres, tal vez porque estos últimos te recuerdan tus propias carencias. Pero hay que tomárselo como un símbolo de esperanza, pensar que si los sueños se cumplen, los deseos se hacen realidad y los instantes de felicidad se tocan y respiran, si las noticias buenas llegan, al fin y al cabo, también nos pueden llegar a nosotros. En cualquier momento y lugar y de la mano, tal vez, de quien menos lo esperemos.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Minichollos

Ya están las porteras de Europa poniéndonos a caldo. Se ve que, en los últimos tiempos, los españoles llevamos una vida muy licenciosa y no paramos de dar que hablar pero, como las buenas mujeres de mala vida, nunca para bien. Ahora les ha dado por criticar nuestros contratos laborales, que si antes eran de risa, actualmente son de escarnio.
Dicen los señores europeos que uno de los problemas que tenemos es el blindaje de los contratos fijos y la precariedad de los temporales. Mire usted, como diría el señor del bigote, gracias a las sucesivas reformas de los igualmente sucesivos gobiernos que hemos tenido en los últimos años, los llamados contratos fijos son, cada vez más, objeto de chufla. Y es que el que uno sea fijo hoy, no quiere decir que mañana no le reciban con una patada en las posaderas, así que, amigos europeos, aquí precarios somos todos.
En un gesto ecuánime sin parangón, deduzco que afanándose en igualar a todos por lo bajo, las autoridades (in?)competentes, nos sugieren que implantemos esa cosa llamada minitrabajos que los alemanes ingeniaron hace relativamente poco. A saber en qué cutre laboratorio y con qué infames propósitos. Dicen los primos germanos que si a ellos les va de vicio con semejante "cosa", a nosotros nos puede ir aún mejor. Así que ya me imagino al señor Rajoy mesándose encantado la blanca barba ante tamaño chollete.
Los minitrabajos made in Germany vienen siendo los que nuestros contratos a tiempo parcial de toda la vida, destinados (es un suponer) a los más jóvenes. Las condiciones de tamaño regalo de los dioses son para no dar crédito: maxisueldos de 400 euros al mes (el que se pase va al infierno), sin límites de horario (esto ya venía en La Guía del buen Esclavista, creo recordar) y un ejemplo de cotización: el empleador solo cotiza el 30% por empleado, mientras que éste puede dedicar su pírrica mensualidad a pagar la Seguridad Social o darse a la bebida, allá cada uno con sus cadaunadas. Creo recordar que en España teníamos contratos parecidos, también a tiempo parcial pero, como libertinos que somos, habíamos decidido que el empresario tenía que cotizar regularmente a la Seguridad Social por cada trabajador a su servicio. Si es que cuando somos malos, somos diabólicos.
Curiosamente, la mayoría de los bendecidos con el gordo laboral son mujeres. Tampoco es de extrañar. Igual de lógicos resultan esos frotar de manos y esas sonrisas con las que los empresarios de la CEOE hispana reciben tan magnánima propuesta. Una gozada, ya digo. Los sindicatos, sin embargo, que aunque no estén en todo, de vez en cuando ponen de su parte, insisten en que la mejora de la economía y la salida de la crisis no tiene que ir pareja al recorte de derechos. No puedo estar más de acuerdo. Pareciera que este think tank europeo se ha construido sobre la base de la humillación al trabajador, como si fuéramos nosotros los culpables de lo que estamos soportando. Y culpabilizar a quien no ha hecho nada es una ignominia de proporciones históricas. No voy a insistir en la misma idea de muchos de mis post, pero sí decir que, si la única solución que tiene, no sé, la presidenta autonómica Cospedal para mejorar la vida de los castellano-manchegos pasa por recortar servicios sociales y cerrar los centros de atención a mujeres maltratadas, apaga y vámonos. Estamos hablando de la misma gobernanta que cobra más de 200.000 euros al año y que ha iniciado un proceso de ahogo al ciudadano sin vergüenza ni síntoma alguno de remordimiento. ¡Va por ustedes!
En enero nos veo a todos trabajado 50 horas a la semana por 350 euros al mes. Sigo pensando que acontecerá lo que ya vaticiné: nos contaron que había trabajadores esclavos en China cosiendo nuestros vaqueros y mujeres indias dibujando nuestras zapatillas, y no hicimos nada. Ahora han venido a por nosotros y nadie mueve un dedo. Como dice el chiste, "fenomenal", ¿no?
P.D.: Parece que Esperanza Aguirre da por zanjado el tema de aquellos dos descerebrados que, según la presidenta, quisieron asaltar su casa. En un principio le sobrevino la cólera de Dior al creerlos miembros de esos perroflautas conocidos por la izquierda con el nombre de Indignados. Pero ahora resulta que los dos muchachotes eran, en realidad, seguidores del Real Madrid un poco pasados de rosca. Tras descubrirlo, se ve que a Esperanza le ha entrado la sobredosis de espíritu navideño y ha optado por repartir paz, amor y perdón. Estamos que lo tiramos.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

El sastrecillo valiente

Anda el ex presidente de la Generalitat valenciana, don Francisco Camps, liado explicando ante la justicia lo suyo con los trajes hechos a medida. Y andamos nosotros hechos un ovillo, viendo el mundo entre costuras. Él ahí, a lo suyo, con esa sonrisa de gato de Cheshire, que no sabes muy bien si te está ciñendo la sisa o agarrando los bajos (literal y metafóricamente hablando) y los espectadores de este folletín pillándolo todo con alfileres.
En resumen, al atildado señor le obligaron a irse (él no quería, madre) acusándole de aceptar favores a cambio de prebendas. Lo que últimamente viene siendo normal, vamos. Según se comentó en su día, Camps salió de la Generalitat por la puerta grande, con un vestidor más voluminoso que el de Paris Hilton y la promesa de que él, cual Terminator versión Armani, volverá. Preguntado en su día por el escabroso asunto que hoy le tiene chupando banquillo, don Francisco dijo aquello de que nunca había aceptado regalos a cambio de favores. "Amos", hombre...
En cualquier profesión, desde tornero fresador hasta banquero de baja estofa, uno, de vez en cuando o a todas horas, recibe obsequios. Desde un boli hasta una bici eléctrica. Lógicamente, el importe de lo regalado asciende conforme medra el escalafón social. Y, como a lo bueno uno pronto se acostumbra, es impensable que todos, todos, salvo imposición legal, hagamos ascos a lo que nos sale gratis aduciendo problemas de conciencia. Conciencia tenemos, pero la susodicha no creo que sea precisamente del género tonto.
No quiero ni imaginar la cueva de Aladino que fue ese despacho de la Generalitat en sus tiempos de gloria. Más que nada porque me puede dar un ataque grave de envidia insana y la recuperación (larga y dolorosa) no me compensa tamaño sofocón. Lo de los trajes parece una excusa tonta si lo comparamos con lo que podemos encontrar hurgando en los bolsillos de Camps, su muy pijo lugarteniente Costa y otros allegados.
El dichoso sastre de los trajes, un tal José Tomás de nombre muy taurino, es el sastrecillo valiente de la política. No es que se haya cargado a seis de un golpe, ¡es que ha descabezado a la cúpula del gobierno valenciano! Vale, solo no ha podido; con enemigos sí. Pero el mérito de meter el dedo en el dedal, en el ojal, y en el ojo de tanto rancio señor de derechas es muy suyo. Oreja y rabo para el señor Tomás.
Ahora, viendo que el asunto ya huele y no precisamente a paella, Camps, que se ha venido arriba y ha pasado de campechano a soberbio a la velocidad de AVE, confiesa que aceptaba regalos. Solo algunos y por no ofender. La mayoría los devolvía. Y que, además, él se compraba sus trajes en tiendas tan normalitas como Milano o El Corte Inglés -donde "tengo ficha"- porque, y cito textualmente, "uno tiene el sueldo que tiene e intenta ajustarse". Pues aprieta bien el cinturón, colega, porque vienen curvas.
Cualquier extraterrestre llegado tal día como hoy a esta peculiar corte de los milagros, pensaría que Camps es un buen hombre que, en un ejercicio de inmersa cordura y contención, devolvía todos los lujosos obsequios que le entregaba una panda de hombres malvados cegados por la ambición. Y no solo eso: José Tomás puede que posea muchas habilidades, pero no la de la costura, porque cuatro trajes que le confeccionó al presidente y cuatro que éste le mandó de vuelta pretextando aquello de "no me quedaban bien". Eso es lo que yo llamo un perfecto corte de mangas.
Aunque sea tarde para decirlo tras semejante parrafada, confieso que me he mantenido alejada de este asunto, que me parece más una tira satírica que una crónica política. De hecho, toda la trayectoria del gobierno valenciano bajo el mandato de Camps me recuerda a una ficción cutre rodada en Marina D'Or. Con esto quiero decir que seguramente me perderé el final. Y, sinceramente, me da igual que me lo cuenten o no, porque estoy convencida de que todo se resume en un spoiler de lo más vulgar, ese tenso diálogo entre Camps y su cómplice y amiguito del alma, El Bigotes: "A veces veo trajes"; "no te preocupes nen, son todos de El Corte Inglés".

martes, 13 de diciembre de 2011

De ratones y hombres

He de dar las gracias a Cristiano Ronaldo por respirar. Tal cual. Si me lo encontrara ahora, y antes de concederle la oportunidad de sacudirme un mandoble, le diría que le llevo en mis oraciones y que su sola presencia en este mundo cruel me ha dado, y me dará, para muchas entradas de un blog en el que tiendo a decir lo que me sale de la peineta.
No esa peineta sino otra, es lo que Ronaldo nos hace cada vez que algo no se aviene a sus deseos y pilla una rabieta. Lo que ocurre es que hay quien lo ve y se ofende, lo ve y le jalea, lo ve y sufre e incluso quien, como yo misma, lo ve y le entra un tan superficial como indiferente desprecio. El niño Cristiano es eso, un niño. O mejor (algo de respeto, que ya va teniendo una edad), un niñato. Un tipo maleducado, grosero, incapaz de comprender que el sol saldrá mañana cuando él ya no esté y el balón de oro, tarde o temprano, caerá en otros pies. El dinero, la chulería marca de la casa y ese afán suyo por ser el más guapo de los poligoneros le ha emparejado con otra que tal baila, una modelo estupendísima, con más tetas que cerebro, e igual de maleducada. La incultura es lo que tiene, que crees que tu posición te permite ciertas licencias, entre ellas relacionarte a través de insultos y bufidos. Espero que los años le vayan poniendo el humor a temperatura ambiente, porque el calentón juvenil le está empezando a durar demasiado.
No le vendrían mal a este gran jugador y persona del montón, unas clases de actuación. Para aprender a fingir, más que nada. No digo en la cama, porque seguramente eso no irá ni con él ni con las damas que le hagan compañía a lo largo de su paso por la tierra que tanto nos colma de bendiciones. Me refiero a fingir en la vida, intentar convencer a los demás que no solo te interesan ellos sino lo que dicen; aparentar las buenas formas que no tienes y una educación más o menos potable.
Bien pensado, esto de fingir es una gran paradoja. Lo ejercitan quienes, creyéndose inferiores, aspiran a que les vean superiores. Vano intento, porque algo así se detecta antes que una caries. Y también lo practican quienes, teniendo la cabeza amueblada estilo Luis XV (vamos, que no falta de nada), deben compartir parte de sus vidas con gentes, lugares e incluso trabajos superficiales. Es mucho más fácil que a estos últimos no se les pille, porque será precisamente la inteligencia lo que les hará más comedidos, menos dados a meter la pata y razonablemente bien dispuestos a contemporizar con amebas que bastante tienen con saber vestirse cada mañana. Hay circunstancias que te llevan a ello, a moverte cual agente encubierto, observando y actuando, guardando el tesoro de lo que eres para sobrevivir día a día con personas de conversación hosca, comportamiento de patio de colegio e ideas de pata de banco. Gentes a las que les cuentas que el gato de Schrödinger está muerto y vivo y te miran cómo si se te faltara un hervor o tuvieras subidón de pirulas (esos que tienden a identificar sus propias carencias en el espejo de los demás. Y no sigo por ahí que luego me dicen que personalizo).
No es fácil esconder las propias opiniones. Como imposible es, para alguien medianamente inteligente, no sacarlas cuando te aprietan las tuercas. Es entonces cuando temes que se descubra el pastel y te veas obligado a demostrar que eres alguien que razonas, que has calado a todos al primer vistazo y que te sientes capaz de predecir, no ya el futuro, sino los comportamientos presentes y venideros dependiendo de la personalidad de las partes. El truco no consiste en tener dotes de vidente, echar las cartas o leer la mano: es saber ver, saber analizar y saber sacar conclusiones.
No creo que el amigo Ronaldo pierda el tiempo en tamaño ejercicio de inteligencia intelectual o emocional. Él primero actúa y luego habla. Lo de pensar, a lo mejor, se lo deja a los asesores. Se cree un elefante y seguramente tendrá unos valiosos colmillos de marfil, pero en el fondo no es más que un ratón, un chaval con unas bases muy pocos sólidas, a quien un talento inesperado le ha colocado donde está, pero cuando el talento se vaya diluyendo, que ocurrirá, deberá hacer gala de toda su sabiduría de barrio para no ser devorado por los depredadores de la selva.
Y a todo esto, Mourinho amenaza con protagonizar un programita de dibujos animados. Que tiemble Homer Simpson. Este le quita el curro, la birra y, si nos ponemos, hasta a Marge.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Vida perra

Decía el otro día Dani Mateo (este fin de semana ha estado sembrado), a propósito del Madrid-Barça, que nos quedáramos todos tranquilos, porque Pepe, ese jugador madridista al que de vez en cuando no solo se le va la olla sino también la Termomix, había estado entrenando con César Millán al margen del equipo. A todos aquellos que hayan permanecido los últimos años en una galaxia muy, muy lejana, decirles que César Millán es "el encantador de perros", ese hombre que pretende conseguir que nuestras mascotas sean tranquilas y sumisas. Pepe, al loro.
César, que tiene un gancho con los perros que ya lo quisiera yo para mí, pretende, más que entrenar a las mascotas, reeducar a los dueños, cosa que así escrita suena bien, pero vista tiene todavía mejor pinta. Tras su programa americano, el bueno de Millán se ha pasado el verano grabando su propio show español, mucho menos glamouroso, pero con un propósito dignísimo: conseguir fomentar la adopción de perros en la península. El otro día tuve la oportunidad de ver un pequeño segmento centrado en una organización dedicada al rescate de galgos. Uno de los animales había sido herido y abandonado; de hecho, todavía arrastraba secuelas del ataque sufrido. Decía César al respecto que una de las virtudes de los perros es que ellos no ven nuestros defectos físicos y que las personas deberíamos tomar ejemplo de ello. No puedo estar más de acuerdo. Durante años hemos alimentado el vicio de quedarnos solo con el exterior sin ver dentro del individuo, preguntarnos qué es lo que verdaderamente siente y piensa y si la fachada que ofrece al mundo es solo eso, fachada, una necesidad de adaptarse al medio que poco o nada tiene que ver con sus inquietudes y su carácter. Funcionamos a base de clichés, como máquinas de clasificar dinero. Vida perra.
Volviendo a los métodos de César, no estoy diciendo que todos seamos sumisos ni que entreguemos nuestra devoción eterna a quien menos lo merece, pero a veces si deberíamos hacer gala de cierto instinto animal. Un perro te quiere porque sí; no busca protagonismo excesivo ni convertirse en el jefe del cotarro. Lo único que pretende es que estés ahí, satisfagas sus necesidades básicas y le dediques el tiempo que crees que se merece. Salvo en el asunto de las necesidades básicas, y a veces también, no nos pide nada que nosotros no busquemos en otras personas. El problema es que algunos están dispuestos a darle el paquete completo (con lazo incluido) a un animal mientras que los humanos, sean dignos de ello o no, se llevan, a lo sumo, una patada en el culo. Y van servidos.
Siempre que debemos tomar una decisión solemos debatirnos entre lo que nos dicta el corazón y lo que nos  dice la cabeza. Eso nos pasa por tener un cerebro que, en lugar de ayudar, muchas veces se empeña en darnos la tabarra. Nos olvidamos de que, en la mayoría de las ocasiones, lo importante no es dejarse llevar por uno u otro, sino por un tercer elemento más definitivo e implacable aún: el instinto. O el estómago, como dirían algunos. Es animal, atávico y tal vez irracional, pero tan certero como puñetero. Decía una vez Carmen Posadas en un artículo que el problema no es decidirte entre lo que te dicta el corazón y la cabeza, sino mirar dentro de ti y pensar si vas a poder vivir el resto de tu vida con la decisión, la haya tomado un músculo o el otro. Creo que tiene razón. Ir contra lo que nos dicen las tripas no solo no es bueno a largo plazo, sino que también resulta un coñazo, porque siempre va a estar ahí repitiéndonos aquello de "ya te lo dije", por mucho que nos hayamos entregado a corazón abierto. O a corazón partido, vaya usted a saber.
Los perros no usan cabeza ni corazón para decidir. Se dejan llevar por el instinto, el mismo que les conduce a esa lealtad que tanto les atribuimos y de la que tan poco podemos presumir toda vez que suele ser motivo de disputa entre razón y corazón. Debemos tomar buena nota de su sapiencia animal pero, sobre todo, escuchar los mensajes que nos llegan a los sentidos y que tanto nos empeñamos en ignorar con un "vuelvan ustedes mañana", porque ahora estoy ocupado decidiendo y/o peleándome con molinos de viento. Vida perra ésta, insisto...

sábado, 10 de diciembre de 2011

A desaprender

Decía el otro día Punset que la receta fundamental para curar el desamor es aprender a desaprender. He de insistir en que soy muy fan de esta expresión desde que La Bruja Avería hizo hincapié en ella durante las emisiones de La bola de cristal. La diferencia es que el juego de palabras empleado por el programa resaltaba la doble negación (dos noes equivalen a un sí)  con lo que, al final, el mensaje sería que todos teníamos que esforzarnos en aprender (desaprender cómo deshacer). Sospecho que Punset no va por ahí, aunque la moraleja sea la misma.
Creo que el señor que anuncia pan tiene razón en lo que dice. Hay que aprender a desaprender. Siempre que una relación falla debemos empezar de nuevo y despojar a los lugares comunes del recuerdo único de la persona que ya no está a nuestro lado. Eliminar los grandes letreros de neón que acompañan a bares, calles y edificios y que ponen eso de "aquí estuve con...." (rellénese como proceda). Uno no puede recrearse en el pasado esperando que el futuro caiga del cielo. Desaprender resulta necesario para poder aprender de nuevo, para estar en disposición de vivir nuevas experiencias sentimentales y personales. Si lo pensamos bien, en cierta forma todos estamos condenados a repetir el mito de Sísifo varias veces en nuestra vida: subir, subir y subir para luego caer de golpe y volver a empezar. Imposible abstraerse a lo que se convierte en ley de vida, así que concentrémonos en reunir las ganas de escalar nuevamente.
Estoy de acuerdo con Punset en su teoría del desamor, pero creo que esta cosa suya de desaprender no se puede, y sobre todo no se debe, aplicar solo a asuntos del corazón. Ante cualquier mala experiencia hay que hacer un ejercicio de perdón. Y con esto no me refiero particularmente a los individuos que nos han amargado la vida (ahí cada cual con sus rencores) sino sobre todo a aquellos lugares, terceras personas y objetos que, de un modo u otro, asociamos con el dolor. No es bueno empecinarse en "no voy a ir jamás al Museo del Prado porque las Meninas me recuerdan demasiado a mi profesora de Historia del Arte". Ni las Meninas ni el Museo del Prado tienen la culpa de que tu profesora fuera la loca de la peineta. Es un ejemplo tonto, pero que tiene su equivalente en grandes y pequeños problemas y situaciones que nos han hecho daño en mayor o menor grado.
Entiendo que es difícil empeñarse en buscar aliento cuando no ha pasado el duelo. Cada vez que algo se va con dolor todos necesitamos un tiempo para recolocar los muebles de nuestra vida. Y recolocar no significa parchear y esconder la mierda debajo de la alfombra ni la pintura tras el papel pintado; implica restaurar los muebles, tirar aquello que no nos sirve, comprar una tele más bonita, un colchón más cómodo que nos dure varios años y encontrar nuevos compañeros de piso. Habilitar nuestra vida con cosas diferentes, para que un día no empiece a caerse la pintura, asome el papel pintado y aparezcan las caras de Belmez dispuestas a instalarse en nuestra cocina, esclavizándonos la existencia mientras nos hacen creer que somos unos privilegiados por obsequiarnos con su presencia paranormal.
La teoría del desprender es fácil; la aplicación muy difícil. Sobre todo porque, cuando nos toca actualizarla, no nos encontramos precisamente henchidos de optimismo. La ventaja es que esta última virtud, como tantas otras cosas, se retroalimenta y da esperanza. El pesimismo, a lo sumo, solo te proporciona un pírrico consuelo: el saber que tenías razón.

viernes, 9 de diciembre de 2011

La pelota de Dilma

Brasil está de moda. El país latinoamericano concentra gran parte de los acontecimientos culturales y deportivos que tendrán lugar los próximos años, lo que implica el desembarco de enormes cantidades de capital en forma de subvenciones y el desarrollo de la industria interior para hacer frente al progreso que se requiere de una nación en la que se ha depositado tamaña responsabilidad.
Al margen de este protagonismo universal, Brasil es un país emergente por muchas causa. Por el carisma y el tirón internacional de su anterior presidente, Lula Da Silva (el único que, dentro de sus limitaciones, ha sabido ser valedor del grito de "no nos falles"), porque tuvo la coherencia de no invertir en entidades estadounidenses ahogadas en las llamadas hipotecas basuras, y por ser una nación rica en materias primas, capaz de desarrollar políticas que beneficien sus exportaciones en tiempos de asfixia de las industrias internas.
Lógicamente, esto no fue siempre así y Brasil vivió épocas muy difíciles, como la caída de las exportaciones de café (estrella indiscutible de sus ventas) tras las dos grandes guerras mundiales, en beneficio del auge en el consumo de otros bienes primarios. Y tampoco mereció la simpatía internacional de la que ahora goza. Asuntos futbolísticos aparte, la explotación indiscriminada de la selva amazónica tuvo sus consecuencias ecológicas (el mutilar uno de los grandes pulmones, no solo de América sino también del mundo) y antropológicas (la relación amor/odio con las comunidades indígenas. Amor en el sentido de asimilación y reivindicación cultural; odio en lo que respecta a su empeño en seguir ocupando territorios que el país pretendía destinar a otros fines). Cuando todos estábamos recreándonos en la evolución de una nación emergente, empeñada en ser el motor de la región, al margen de la crisis y a punto de convertirse -si no lo es ya- en gran receptora de capital humano, va la legislación brasileña y, sin rubor alguno, inaugura a su particular retrovisión. Atormentados por las continuas demandas de los agricultores y ganaderos brasileños, los legisladores trabajan elaborando nuevas leyes que permiten habilitar territorio virgen de la selva para satisfacer las necesidades de aquellos, con lo que, nuevamente, regresamos a los tiempos del saqueo de la Amazonia. No solo eso: en el nuevo proyecto de ley, que trae de cabeza a las organizaciones ecologistas, se prevé una amnistía total para los terratenientes acusados de deforestar la selva. Así, con un par.
Este ente extraño en forma de ley pretende volver al Brasil de terratenientes orgullosos y tercos, empeñados en hacer negocio con un bien innegociable. Se olvidan ellos, y parece que nos olvidamos todos, de que el país se comprometió en su día a cumplir con ciertos acuerdos medioambientales de rango internacional, algo que se pasarán por el forro si este puñado de normas se hacen efectivas. Dilma Rousseff, ex guerrillera, delfín de Lula y a la que parece no temblarle el pulso a la hora de destituir ministros bajo sospecha de corrupción, es la que tiene ahora la pelota en su campo. A ella, y solo a ella, le corresponde la potestad de vetar tamaño desbarajuste. Prueba de fuego para quien ha prometido servir al pueblo y no a los intereses que mueven las elites. Es ahora cuando Brasil tendrá que dar el do del pecho y no en la inauguración del Mundial de fútbol, allá por 2014. Más que nada porque de la decisión de uno depende el bien común. La presidenta Dilma lo sabe, por eso estamos ahora mismo mirando al otro lado del Océano. Nos han metido un gol y exigimos la remontada. Solo necesitamos un poco de ayuda.

P.D.: Por lo que veo, Zapatero sigue entregado a sus últimas voluntades, repartiendo indultos a quien menos lo merece. A eso se le llama morir matando. O morir matándonos. Si pretende que la historia lo redima, éste no es el mejor camino. No se puede perdonar a empresarios y banqueros que nos han llevado a la ruina justificando que lo haces por que se trata de buenas personas y ciudadanos intachables víctimas de un desliz. Lo único que demuestras con semejantes decisiones es quiénes son los que de verdad han manejado tus cuerdas mientas ejercías el poder. Allá cada uno con su conciencia.

jueves, 8 de diciembre de 2011

En nombre de la autoridad

Cuando somos pequeños, las personas que representan la autoridad simbolizan la sabiduría, la experiencia y, sobre todo, el respeto. Uno reconoce que los padres saben más, que los profesores son una especie de oráculo incontestable y que los mayores en general ejercen de sumos sacerdotes del conocimiento, depositarios de todos estos talentos que estamos prestos a heredar.
Con el paso del tiempo, el concepto de autoridad va cambiado. Durante la adolescencia tendemos a la rebeldía, movidos por aquel inconformismo hormonal que nos lleva a pensar que lo nuestro es lo mejor, que todo lo que nos saque diez años es sospechoso de, como mínimo, rozar lo carca, y que las recriminaciones no son fruto de nuestra inconsciencia, sino de la de los otros, quienes aposentados en una vida burguesa (aunque no lo sea en las formas) se empeñan en dictarnos hacia dónde tenemos que ir y cómo debemos hacerlo.
Una vez superada esa fase de locura transitoria, se supone que la madurez empieza a hacer su efecto, y la autoridad con la que nos vamos topando comienza a ser ejercida por nuestros pares. Gente con la que, muchas veces, compartimos generación y cuya impronta autoritaria comienza a estar enseguida bajo sospecha. Entendemos que el que manda no es el que más méritos ha hecho para ello sino el que, muchas veces, ha tenido más suerte y/o ha contado con eso tan nuestro llamado enchufe. Pero, a diferencia de la etapa de la adolescencia, uno se tiene que tragar la rebeldía y asumir que el autoritarismo, aunque muy mal ejercido, es incontestable. Frustrante, ¿verdad?
Durante tu infancia te han educado para respetar a personas que, intelectualmente y en la práctica, se sitúan, al menos, un escalafón por encima de ti. Pero hete aquí que la vida te obliga a tropezar con gentes que, aun estando por encima, deberían encontrarse muy por debajo. No todos tienen la formación cultural, ni el saber estar, ni mucho menos la sapiencia para ocupar puestos que les vienen grandes. Renace en nosotros el espíritu rebelde, ése mismo que tenemos que dominar para no causar males mayores. Pero el inconformismo sigue ahí, medrando a la sombra de esa especie de injusticia épica que nos obligan a consentir. Si antes nos decían que el que más estudia llega a lo más alto, con el tiempo nos damos cuenta de que esto es una soberana y cruel mentira y que aquí, como en todo, la suerte, los amigos y otros factores aún más pueriles cuentan más que un currículum perfectamente alicatado.
No seré yo quien insista en que esto es lo habitual, porque seguramente habrá gentes que ejerzan una autoridad como quien se viste por los pies: cabalmente. Pero todos hemos comprobado que la razón suele estar de parte de la excepción. De hecho, nos solemos topar con una gran incongruencia de difícil resolución. Todos esperamos encontrar en la vida a personas que nos alumbren, aquellas con quienes compartir media hora de conversación equivale a una lección de vida; gentes cuya compañía o cuyos consejos necesitamos y buscamos; compañeros y amigos que ejercen de faro aún sin pedírselo y sin cuya presencia nos sentimos cojos y mancos. Cuando tenemos la fortuna de tropezar con alguien así es como descubrir la cueva de Aladino, algo que nos sorprende cada día y a lo que intentamos no renunciar nunca, porque, en el fondo, sabemos que es una lotería y que, además, hemos sido agraciados por el premio gordo. Pero mientras algunos buscan y otros tienen la suerte de encontrar, la dureza del camino nos va dejando personajes ineptos, inoperantes, faltones, intrigantes, de modales agresivos y existencias inútiles, que lo único que consiguen es enfadarnos, agobiarnos y confundirnos. La autoridad respetable de nuestra infancia se convierte así en autoritarismo dictatorial, cuya única misión parece consistir en amargarnos el pasado, el presente y, a poco que les dejemos, también el futuro.
Tal vez la única receta sea encontrar el equilibrio: dejar que alguien especial entre en nuestra vida privada y permanezca en ella cuando lo público se vea asolado por parásitos con cetro y corona. Está claro que el respeto hay que ganárselo, y eso no parecen entenderlo las personas que invaden tu existencia por imperativo social o profesional, echando la puerta abajo, con carencias y sin méritos. Ojalá todos conserváramos la inocencia del niño que miraba al mundo con admiración. Y ojalá hubiera también más gente a la que admirar. Cuando la encontremos, intentemos que no se nos escape; muchas veces serán nuestro seguro, no ya de vida, sino de cordura.