lunes, 31 de octubre de 2011

Suerte y Samaín

Por mucho que intente rebelarme contra las tradiciones anglosajones que nos invaden, reconozco que la fiesta de Halloween añade un punto interesante al tristón día de muertos que vivíamos los españoles hasta hace bien poco. Tal jornada como hoy y, sobre todo, mañana, se convertía en un lúgubre peregrinar de paisanos a los camposantos, a llevarles flores a sus muertos para hacerles ver que les tenían presentes en sus oraciones y, de paso, llorar su pérdida a lágrima viva.
Sin embargo, con esta cosa tan festiva y ruidosa llamada Halloween, nos acercamos más a un concepto de la muerte menos agobiante y fatal del que nos impone el catolicismo. Halloween, salvando las distancias, recuerda más a alguna tradición que a mí, personalmente, me encanta, como el día de muertitos mexicano, donde los espíritus vuelven a la tierra para compartir unos tequilas y cantarse unas rancheras con parientes y amigos. Una fiesta optimista, colorida y maravillosa.
Para los que vivimos en tierras de origen celta, no obstante, el Halloween no es más que una evolución del Samhaim (Samaín en el norte de España), fecha clave en el calendario, porque significaba el adiós del verano y la llegada del otoño. Samhaim no solo ponía fin al aprovisionamiento de alimentos; coincidía también con la vuelta a la tierra de los espíritus que vagaban por el universo, imagino que en overbooking debido al jaleo cósmico del cambio de estación. Para agasajarles, se colocaban en las puertas de las casas dulces y viandas, se encendían hogueras que los guiaban hacia los suyos y se metían carbones ardiendo dentro de unos nabos previamente vaciados. ¿Os suena? Seguro que sí. Fueron los irlandeses quienes, una vez emigrados a Estados Unidos, mezclaron su Samhaim con las tradiciones indias, creando así Halloween tal y como lo conocemos.
En Galicia, después de años sometido al ostracismo católico, el Samaín comienza a recuperar fuelle. Lleva ya más de una década sembrando pueblos y aldeas, tal día como hoy y, sobre todo, tal noche, de calabazas y buenos deseos. Sí, deseos. Porque comienza el año celta y toca pedir algo. No entiendo que Halloween implique sugerencias a los hados (no le veo sentido antropológico, aunque reconozco que querer realizar algo y tener la voluntad de que eso ocurra es un acicate en cualquier hora y lugar), pero sí comprendo que el Samaín, con todo lo que conlleva de especial y mágico, de cambio y depuración, admita peticiones del oyente.
Las brujas y brujos que a todos nos vienen a la cabeza andan estos días inmersos en los buenos consejos y la preparación de rituales: flores, castañas, llaves, piedras preciosas... Aquí vale todo. Personalmente, creo que tener un cuarzo rosa no atrae la fortuna a no ser que estés absolutamente convencido de que algo hará. No se trata del objeto en sí sino del poder que nosotros le otorgamos, Pero cada vez me convenzo más de que la buena suerte no viene acompañada de cosas tangibles, sino de personas. ¿Cuántas veces nos ha ido de fábula mientras alguien estaba presente en nuestras vidas, esas mismas vidas que empiezan a decaer cuando la persona se ausenta o espacía su presencia? Todos podemos hablar de alguna experiencia semejante. Y no es que nos hayamos cruzado con hadas o duendes en forma humana, sino que ese compañero de viaje tenía un poder fantástico: el de conseguir que nos viéramos a nosotros mismo a través de sus ojos. Era a su lado cuando nos sentíamos grandes, poderesos, diferentes, felices, porque el mensaje que emanaba de él era ése: "eres grande, poderoso, diferente y lo tienes todo para ser feliz". Nos identificábamos con ese individuo que el otro veía y nos sentíamos capaces de casi todo.
Su ausencia no solo nos lleva a echarle de menos, sino a echar de menos a la persona que éramos en su compañía. Aunque creamos no saber por qué, empieza a colarse el infortunio y los pequeños fracasos en nuestra plácida existencia, lo que llamamos mala suerte. Y quizás la suerte no tenga nada que ver en esto. En fin, ahí lo dejo.
El año nuevo celta de esta noche nos permite pedir un deseo. No necesitamos herraduras, ni tréboles, ni kilos de sal. Lo único imprescindible es saber qué es lo que de verdad queremos y dejar que entren en nuestro mundo, no ya los espíritus de los muertos, sino los de esos vivos que nos hacen tanta falta.

domingo, 30 de octubre de 2011

¡Madre mía!

Hay un programa estadounidense, actualmente emitido por MTV España, Date my mom, que se dedica a unir a jovencitos con picores utilizando como gancho a la madre de ella. El sujeto que busca novia somete a sus posibles suegras a diferentes pruebas para, según el comportamiento de la madre, hacerse una idea de cómo será su retoño (tengamos en cuenta que el tipo no ve a las pretendientas hasta una vez hecha la elección definitiva). Partiendo de la base de que a mí, los programas televisivos que se dedican a buscar pareja me parecen una tomadura de pelo sin chispa alguna (a ver quién es el guapo que intima en cinco minutos, rodeado de cámaras y equipo de sonido; si hay calentón, seguro que ya venía de casa), debo confesar que este formato de la cadena norteamericana no me parece surrealista, sino lo siguiente.
Para empezar, las madres echan un vistazo al jovenzuelo, lo miran como diciendo "¿mi hija? Vente tú conmigo que ya me encargo yo de darte un buen repaso" y se lanzan a la aventura como si no hubiera un mañana. Da igual que les toque tirarse en tirolina, hacer trompos con un BMW o bailar la conga encima de un elefante. Se sienten capaces de todo con tal de demostrar que su hija es digna de los favores del mozuelo protagonista. Y ya me dirán ustedes qué tiene que ver la codicia con la presbicia. El que una madre sea capaz de hacer un cóctel molotov con un panchito y una aguja de ganchillo no quiere decir que a la niña se le de bien la química y, mucho menos, la física. Pero eso carece de importancia. Hay que venderse como sea. Juro por Pocoyó que he oído a una de las madres desgranar las virtudes de su hija y ensalzar como principal aquella de "mi niña tiene unas tetas como melones". Lógicamente, argumento de tanta enjundia acabó de decidir al premio Nobel que tenía enfrente, quien, tras reflexionar décimas de segundo, optó por la tetona sin más miramientos, rechazando a una segunda porque "le gustan los pepinillos". Fenomenal, machote.
Yo abogaría por adaptar semejante formato -exitazo de audiencia desde 2004- a la cotidianeidad española. Me imagino a esas madres mediterráneas interrogando al pretendiente: "¿Quiénes son tus padres?"; "¿Qué notas sacas?"; "¿Sales muy a menudo de botellón?"; "¿No te podías cambiar un poco el peinado?"; "Esos pantalones que me llevas no te hacen un buen culo". Y ya, en un alarde de confianza, tras lanzarse al ruedo a torear unas vaquillas: "¿La tienes grande o pequeña?"; "¿Te gustan las muejeres maduras?". Deseando estoy de ver las cara del buen mozo, morada cual berenjena, cavilando sobre aquello de "ya me decía mi madre que debería haberme presentado a Mujeres y hombres..."
Sin salir de la MTV, a este prodigio de show que deja en pañales a Saber y ganar, le sigue otro llamado Plane Jane, donde una chica del montón es sometida a un repaso de estilismo. ¿El objetivo? Insuflarle la confianza necesaria para declararle su amor al amigo por el que bebe los vientos. La estilista de cabecera que se han buscado hace lo que puede, pero hay que reconocer que la chica suele tener un pase antes y un stop después. Vamos, que el look tipo cromo quedará muy bien en la tele, pero le pega lo que a mí un sombrero de Carmen Miranda. Aunque lo peor no es eso, lo peor es ver al amigo dirigiéndose a la cita como cerdo al matadero, pensando por dónde se la pueden meter doblada. Y él, a quien su amiga le atrae lo mismo que inmolarse en el patio del instituto para defender el honor de Belén Esteban, se ve obligado a tragar bilis, poner cara de "no, si tú a mí me gustabas desde que íbamos a la guardería" y dejarse magrear por la otra, que ya está lanzada, delante de las cámaras y la estilista cotilla. Planazo.
Y digo yo que si, en vez de lanzarnos a buscar la fama y gloria televisiva a través del ridículo miráramos un poco a nuestro alrededor, a lo mejor nos iría de vicio. Vale, tal vez nadie nos reconocería por la calle, pero encontraríamos a gente algo más auténtica, ésa que suele estar delante de nuestras narices y a la que no siempre sabemos ver. Tonterías que se le ocurren a una.
Por cierto, ya que menciono la palabra tonterías, el programa ése de las suegras acaba con la pareja corriendo de la mano delante de una puesta de sol y planeando su primera cita que, inevitablemente, consistirá en hacer puenting, tirarse de un helicóptero o enrolarse en el Circo del Sol. La segunda, imagino, la dedicarán a asesinar a la madre de ella, por planificar y consentir semejante embolado. Romántico de verdad, ya digo.


sábado, 29 de octubre de 2011

Belleza interior

Ayer aconteció en Madrid un suceso que ocupó sitio hasta en los informativos más sesudos: aproximadamente un centenar de maromos de buen ver se aposentaron en la acera de una importante calle de la capital con el torso descubierto y los jeans apretados, para regocijo de toda fémina (y algún macho) que pasaba por allí. La excusa era promocionar una tienda de camisetas (cuando presenten una de calzoncillos abogo porque se muestren con el culo al aire) y la jugada les salió redonda... de no ser porque nadie mencionó la marca patrocinadora (era Abercrombie & Fitch, por cierto), sino el inusitado hecho de tanto buenorro suelto por ahí.
Atendiendo a las ojipláticas damas y damiselas que se paraban a contemplar del espectáculo, deduzco que eso de que la belleza está en el interior se lo inventó en su día algún hipócrita con ganas de agradar o una marca de sostenes con un departamento de márketing plagado de genios. La belleza entra por los ojos, amigos, nos guste o no. Otra cosa es que, con el tiempo, uno aprecie cualidades más allá de una cara bonita, pero eso lo hace el trato y las ganas de profundizar que cada cual tenga en la personalidad del prójimo.
Corren tiene tiempos difíciles y nadie es capaz de sacar cinco minutos para dedicarse a la entomología, esto es, ver la belleza profunda que se esconde en el más feo de los insectos. Vamos a poner un ejemplo dedicado, especialmente y con amor, a los hombres: un tío ve a una jamelga en el metro y, obviamente, repara en sus piernas, sus tetas, su culo y su cara. Nada más. Pregúntale tú luego si se ha enterado del libro que estaba leyendo, qué tipo de bolso llevaba (increíble lo que es capaz de decir un bolso sobre su portadora), si era consciente de que la estaban mirando, sus gestos.... Algún indicio de su personalidad, al fin y al cabo. Imagino que ninguno tenía el cuerpo y los instintos como para pararse a reflexionar en tales banalidades.
Igualmente, parece que, a nosotras, la tableta masculina nos hace pensar en noches de roneo sin fin. Será por eso que, yo, personalmente, prefiero la tableta de chocolate. Durante mucho tiempo tuve que ver cuerpos supuestamente perfectos por motivos de trabajo. Comprendí lo agradecido que era el photoshop y, también, que las personas más guapas no tienen por qué ser las que más te gustan. De hecho, normalmente no lo son. Están demasiado pendientes de sí mismas como para darse cuenta de que tú también te encuentras ahí y necesitas que, de vez en cuando, te ilumine la luz del foco. Las conversaciones más interesantes que he mantenido, desde el punto de vista profesional, con gente famosa han sido con hombres y mujeres de físicos encuadrados dentro de la normalidad, pero cuyo atractivo derivaba del interior, de su forma de moverse, de expresarse, de intentar que el mensaje de su discurso (algo que no todo el mundo tiene, por cierto) calara en el de al lado.
Con esto quiero decir que la belleza interior no es algo que llevemos escondido en el páncreas y solo descubren los del CSI cuando revisan la autopsia. La belleza interior es algo que aflora por la mirada, engatusa por los oídos y encanta a través de la boca. No todo el mundo la tiene, pero si posees la increíble fortuna de contar con ella, te engrandece. Tu interlocutor verá unos rasgos más o menos perfectos, pero también descubrirá maravillas a través de ellos y esas maravillas son las que enganchan.
El problema no es tanto encontrarte con alguien bello interiormente, sino permitir que esas cualidades afloren, algo que necesita tiempo y contacto. Todos descubrimos cada día cosas fantásticas en nuestros amigos y eso pasa porque los vemos, les tocamos, entramos en su mundo y permitimos que ellos echen un vistazo al nuestro. Nuestros sentidos entran en danza, algo que olvidan cuando nos relacionamos con alguien solo por teléfono o vía email. El roce hace el cariño, no puedo estar más de acuerdo. Lástima que seamos tan ratas con el tiempo que regalamos a los demás. Lástima también que estemos programados para detectar solo la armonía física. Seguro que el mundo se encuentra lleno de gente interesante, con el torso al descubierto o no, las tetas pequeñas o grandes y el culo más o menos caído. Y, sobre todo, lástima de que no todos tengamos el buen hábito de ver más allá de las obviedades.


viernes, 28 de octubre de 2011

Todo por la patria

Hay que ver lo que da de sí el sentimiento de pertenencia. A un clan, a un club, a una causa.... a lo que sea. Por las adhesiones se hacen muchas cosas, obviando incluso principios y creencias. Pero, durante siglos, nos han querido meter entre ceja y ceja que nada nos insufla tanto orgullo, felicidad y pasión como darlo todo por la patria. En nombre de un país se mata y se muere; se odia y se quiere. Y lo peor es que, a veces, uno actúa alentado por el sentimiento patriótico sin reflexionar sobre ello, como si se debiera en cuerpo y alma, no a sí mismo ni a los suyos (a quien es capaz de abandonar en aras de un bien superior) sino al lugar que le vio nacer.
Mucho hemos evolucionado desde que esa idea de nación moviera tropas y masas en las grandes y épicas batallas de Occidente. Ahora, al menos en España, el fervor patrio se desencadena, sobre todo, en eventos deportivos. Nos hemos venido arriba y estamos dispuestos a disfrutar de la condición de favoritos hasta que el cuerpo aguante. Partimos de una base bastante chunga: un himno que mueve a risa más que a emoción y una bandera que no acaba de convecer a todos. Tal vez porque obedece a la imposición del bando que ganó la guerra civil de forma implacable, que no impecable. Todas las guerras empiezan mal y acaban peor, pero la nuestra dejó tantos cabos sueltos que se ha convertido en el principal recurso cinematográfico, literario y uno de los grandes acicates políticos para jalear el odio al de enfrente.
En EE.UU, por ejemplo, la bandera es motivo de orgullo (las casas la llevan casi de serie, mientras aquí huele a rancio cada vez que se cuelga en los balcones salvo que juegue la selección) y el concepto de patria, ensalzado desde las películas y púlpitos varios, arrastra una indisimulada pasión por los colores. Es cierto que Estados Unidos parte de un fervor religioso intrínsecamente ligado al concepto de nación, una historia reciente de guerra fría donde eran ellos contra buena parte del mundo, y una situación, prolongada en el tiempo, de sentirse los amos del universo. A eso se le llama jugar con ventaja. En cambio, nuestro sentimiento patriótico, bastante tocado por las nacionalidades, la Unión Europea y este bipartidismo que mueve a la burla más que al aplauso, ha involucionado, convirtiéndose en motivo de mofa y chiste.
Considero que poner la patria por delante es como poner a una entidad superior, a la que no se ha visto, pero se cree benevolente y protectora. Opino que asuntos tan serios como el luchar por un país parte de una base deshonrosa (el enfrentamiento entre seres humanos), lo cual lo hace evolucionar hacia una moral, como poco, dudosa. En un mundo global, donde los acuerdos perviven, o lo intentan, por encima de nacionalismos e individualidades varias, el sentimiento de darlo todo por un país puede ser motivo de dicha en los sentimental, pero creo que está destinado al fracaso y al rencor si lo llevamos al enfrentamiento político, económico y social. Un país no es un ente abstracto, sino la gente que lo forma y, como tal, sus problemas reales, los que hay que solucionar, son los de los ciudadanos, las personas de a pie y no las entelequias que se mueven en las altas esferas. No compro la pelea de Cataluña contra España (Peces-Barba ha estado sembrado), Euskadi contra España o Galicia contra España. No señores, no la compro. Quizás porque no creo que, con la que está diluviando a nivel casi galáctico, eso tenga mucho sentido, como tampoco entiendo que lo tenga el enfrentamiento de la España roja con la España azul. Para bien o para mal, todos, como ciudadanos del mundo, compartimos territorio y estamos predestinados a convivir. Dejemos las diatribas de las ideas patrióticas, abracemos el sentimiento histórico y cultural (el que verdaderamente nos convierte en miembros de una nación) y resguardémonos en la coherencia de lo nuestro, de lo inmediato. Respecto a esto, uno de los elementos más interesantes del 15M es que nunca se ha sublevado contra un país, sino contra los intereses, sean del signo que sean, que han llevado a gran parte de los ciuadanos a la miseria. La patria somos nosotros, no el territorio. Y sí, para mí la patria está donde se encuentran aquellos con quienes me siento a gusto, que creen en mí y se han esforzado, poco a poco, hasta conseguir que yo crea en ellos. Nada más... y nada menos.
Os dejo aquí una canción de Miguel Bosé del año de la tos, pero que viene a cuento. Haced un esfuerzo y disfrutarla.


miércoles, 26 de octubre de 2011

Caza y captura

Leí esta mañana que los mayores índices de embarazos no deseados en España se dan en mujeres de entre 40 y 44 años. Teniendo en cuenta que ayer escuché que el grupo de edad no era ése sino el comprendido entre los 35 y 40 años, podemos decir, sin mucho margen de error, que la mayor proporción de embarazos no deseados en las españolas se da en la franja que abarca desde los 35 hasta los 44.
Bien. Tras llegar a semejante y elaborada conclusión, he pensado en los motivos de tamaño desapego a los métodos anticonceptivos. Se podría aducir que dicho sector de población está menos cultivado en la anticoncepción que las generaciones siguientes; que para un calentón sobrevenido de cuando en cuando, no hay que hacerle ascos ni enturbiar tal momento de gloria con gomas y artefactos. Daremos gracias al Espíritu Santo, cerraremos los ojos y todo por la patria. Endeble argumento, de acuerdo, pero ahí está. También podríamos señalar que la mujer, a determinada edad, ya no tiene el cuerpo ni la peluca para corretear tras tiernos infantes por parques y aceras y, mucho menos, pasarse las horas en vela calmando gases y esperando eructos. Incluso podríamos afirmar que una, con 40 años, dispone de una vida demasiado organizada como para permitir la invasión de rubios angelotes de rizos de oro.
Pero hete aquí que nos topamos con otro factor nada desdeñable: el reloj biológico. Sí, ése mismo que tiende a dispararse, más o menos, al cumplir los 35. Siendo éste un hecho comprobado, ¿cómo es que hay tantos embarazos no deseados? Misterio. O tal vez no, porque todo ser humano tiene derecho al arrepentimiento y al perdón. Lo dice la Biblia. Partiendo de esta base e hilvanando pensamientos, actividad a la que me entrego en los momentos de intimidad propios de cualquiera que respire (en el baño, de charla con la almohada, etc), recordé una conversación que había oído hace unos días, protagonizada por una mujer al borde de los 35. Decía aquí la amiga que el reloj biológico había empezado a darle la vara hacía ya unos meses, pero ahora lo sentía con tanta intensidad que se había convertido en una obsesión. De hecho, no salía a divertirse, sino a la caza y captura de un padre adecuado para su futuro hijo. Incluso reconocía que había llamado a un par de ex con la esperanza de reverdecer viejos laureles, pues los consideraba hombres de posibles y, sobre todo, de bien. Pero lo más sorprendente no era eso, sino que la muy estratega afirmaba que el truco estaba en decirles a sus objetivos que ella no quería tener hijos; que ni siquiera se le pasaba por la cabeza. Afirmaba que, de otra manera, tardarían cero coma en huir de su tiernos abrazos. Elemental, querida Watson.
Puedo entender que una mujer desee ser madre igual que un hombre desea ser padre. Y no seré yo quien discuta los métodos destinados a tan digno fin. Pero lo que no logro entender es el fraude, la caza de otra persona fingiendo ser lo que no eres. Quizás el ejemplo que he puesto sea muy dramático; de acuerdo. Sin embargo, no dejo de asombrarme cuando miro alrededor y veo las parejas que se han formado sobre mentiras. En principio pequeñas, pero ya sabemos que hasta las moléculas más diminutas son capaces de construir una montaña cuando se acumulan. Si a nuestro objetivo le gusta el fútbol y la paella valenciana, por ejemplo, y a nosotros no solo no nos va, sino que tampoco nos viene, carecemos del mínimo pudor cuando afirmamos, no ya que nacimos de penalty, sino en fuera de juego, y que el arroz se nos da mejor que a los protagonistas de Cañas y barro. En el amor y en la guerra todo vale, y aquí no hay dolor. Pero me sorprende aún más que, a la hora de elegir entre alguien que finge y alguien que no, el que decide se quede con el primero burlando la sinceridad del segundo. ¿De verdad somos incapaces de mosquearnos cuando la persona que tenemos enfrente, de repente y aun aparentando lo contrario, se manifiesta gemela en gustos y disgustos que uno mismo? ¿En serio? No hay más ciego que el que no quiere ver y, en ocasiones, prestamos atención a los árboles siendo incapaces de ver el bosque.
Obviamente, y siguiendo con los refranes a lo Maestro Miyagi que me están dejando el post niquelado, la mentira tiene unas patas muy cortas y la impostura no aguanta ni medio asalto cuando te empeñas en pretender ser quien no eres. Tarde o temprano, uno se da cuenta de que el otro cree que Carvalho es una marca de puros (tranquilidad en las masas; ya sé que es un defensa del Madrid) y que eso de que los domingos, a la hora de servir la anhelada paella, aparezca un señor en moto cargado de arroz tres delicias, tiene su explicación. Del mismo modo, un buen día uno se despierta, se da cuenta de que ha formado una familia y duerme al lado de alguien al que quizás no quiere, ni tanto ni tan bien como debiera. Principalmente, porque no le conoce. Yo, tú, ése y aquél le diríamos lo mismo: "Algo habrás hecho, melón... Algo habrás hecho".

martes, 25 de octubre de 2011

Miserias

Esta semana sale a la venta la biografía de Steve Jobs que, bajo el título de Steve: Steve Jobs en sus propias palabras, ha sido escrita por un tal Walter Isaacson. Desconozco si la fecha de publicación estaba pactada o si han esperado a que Jobs pasara a mejor vida para sembrar las estanterías de las librerías con su foto. En cualquier caso, no nos quedará de otra que convivir con ella.
Para ir abriendo boca, los medios nos han "vomitado" pinceladas de la obra de Isaacson. En ella, se retrata a Jobs como un tipo pintoresco, muy dado a las dietas supuestamente sanas (que siguió desde muy joven con el fin de evitar el cáncer; paradojas de la vida), capaz de mirar sin parpadear y bastante contrario a la higiene personal. Todo ello aliñado con aditivos como ser un mal padre, no muy inteligente, pero sí listo como el hambre. O sea, lo que todos definiríamos como un individuo "raro de cojones".
Imagino que Steve tendría también sus días buenos y alguna cualidad que otra para ir tirando. Pero también supongo que enumerar momentos felices vende menos que detallar la supuesta crueldad del protagonista hacia quienes le rodeaban. Y da igual todo lo malo que se diga de él porque, al menos, tiene una coartada de la que el resto de los mortales carecemos: "era un genio". Ni tanto ni tan calvo.
Quiero decir que, con el fin de vender la bio de Jobs, además de aprovechar la ocasión, que nunca viene mal, se ha echado mano de argumentos insostenibles de por sí para detallar sus excentricidades. Entre ellos, destaca Isaacson que, a menudo, "se mostraba tenso, maniático e impaciente". Decidme, por favor, quién de nosotros/vosotros no se ha mostrado tenso, maniático e impaciente incluso un par de veces en un mismo día. Si eso constituye una prueba del carácter insufrible de alguien, todos estaríamos más solos que la una. Y si lo que demuestra es la genialidad del portador, congratulémonos hermanos, porque somos la bomba en bicicleta.
Ha habido escritores, pintores, ingenieros o médicos raros, raros, raros. Como también fontaneros, perroflautas, presentadores de televisión o blogueros (hombres y también mujeres, que nadie me acuse de sexista). Del mismo modo, creo que totas estas actividades, y varias más, han sido ejecutadas por gente de lo más normal, cuando por normalidad entendemos tener algunas manías, tal vez hobbies "peculiares" (no se admite hacer punto como animal de compañía; Britney Spears y Julia Roberts ya lo han elevado a la categoría de cool) y no ir por la vida haciéndole la puñeta al que está al lado.
También opino que si alguien, apellídese Isaacson o Pérez, ocupara su tiempo y destinara su dinero a hurgar en nuestras miserias diarias, encontraría maravillas. Porque todo depende de cómo quieras ver la manzana, entera o mordida: si la impaciencia y la sinceridad convertían a Jobs en "carismático e inspirador", mi manía de encender la tele al llegar a casa para hacerme la vana ilusión de que no estoy sola, me transformaría, a ojos de ese gran público que me quiere tanto, en, no sé, “triunfadora y extremadamente sociable" o "bella e independiente". Voy a darle unas vueltas, lo apunto y, si eso, se lo cuento al biógrafo que no tengo.
Me da un poquito de repelús que venda tanto lo negativo que todos llevamos dentro. Estoy segura de que Jobs era un tipo único y muy especial, y no creo que sacar a la luz la mierda enturbie su imagen. Pero tampoco estoy muy convencida, por mucho de que se explaye su biógrafo, de que el rey de la Manzana quisiera pasar a la posteridad como un guarro zen incapaz de parpadear. Me da la impresión de que, por cada palabra negativa adjudicada a Jobs, Isaacson busca una justificación. O, mejor, una expiación pública.
Yo no voy a leer la bio de Steve Jobs. Prefiero recordarlo como un personaje de una ilimitada inteligencia global, capaz de crear una tecnología eficaz a la par que hermosa. Un individuo que jamás se rindió y nunca se dejó esclavizar ni consintió en caer víctima de las servidumbres de otros.
Como tampoco, dicho sea de paso, voy a leer la biografía de Dani Martín (quien, por cierto, me cae bien), que saldrá dentro de nada. Ya sé que meter al solista de El canto del loco en un post sobre Jobs es como mezclar la gimnasia con la magnesia, pero aprovecho para decir que a mí, el que una persona escriba su biografía a los ¿treinta y pocos? me parece, como mínimo, algo pretencioso. Qué queréis, yo también tengo muchas miserias... y alguna que otra manía.

lunes, 24 de octubre de 2011

Zapatriste

Hoy sí voy a hablar de Zapatero. Y es que, después de un tiempo apagado, fuera de cobertura o escondido tras las barbas de Rubalcaba, nuestro presidente casi RIP ha vuelto, no solo a aparecer, sino a esbozar una sonrisa. Lo que importa no es tanto el por qué sino el por quién. El bueno de Sarkozy, que desde que ha tenido una niña es capaz de comparar a Merkel con la mismísima Heidi, le ha echado un piropo de esos que, si te caen encima, te hacen madre: según Sarko, gracias a Zapatero, España ha sabido controlar la deuda. Sí, monsieur, con un par de baguettes y una torre Eiffel. No solo eso, para redondear el vacuo elogio, ha metido en el saco al mismísimo Rajoy, algo que me tiene un poco revuelta. ¿De verdad ha movido un dedo Rajoy para controlar el déficit más allá de votar la reforma constitucional? A lo mejor es que me encontraba tan ocupada intentando cuadrar las cuentas y llegar, no a fin de mes, sino a mediados, que ni me he enterado.
Volviendo al presidente de nuestras entretelas, tengo que confesar que a mí, confianza, lo que se dice confianza, nunca me ha despertado. Tal vez porque la que esto escribe, puestos a elegir entre el depauperado género socialista, en su día me hubiera quedado con Borrell. Que nadie me pregunte el motivo, porque tampoco tengo explicación alguna salvo la que me sale de las tripas. A mí, aquel señor de León, con cejas insólitas, alzado en volandas por sus amigos hasta lo más alto de la cúspide obrero española, me daba, sinceramente, lo mismo.
Siempre he creído que Zapatero ha vivido, muy bien y durante muchos años, de rentas mediáticas. También he de confesar que yo soy una de esas personas que, por primera y última vez, le votó tras el 11M, movida por el cabreo con el contrario más que por las razones del propio. Si nos remontamos al pasado muy pretérito, la oposición de "pase usted primero" que práctico aquí el amigo, consiguió sacarme la risa unas cuantas veces y de quicio las más. Parecía un caballero a la antigua cortejando a un señor con bigote. Y no estoy segura de que la política sea eso; al menos, la que yo he estudiado, no.
Una vez en sus aposentos de la Moncloa, Zapatero acaparó las listas de ventas con sus grandes éxitos: el matrimonio gay, la retirada de las tropas, el cheque bebé... Música y lírica que ocuparon grandes titulares en todos los periódicos y que, ya de paso, ocultaban que nos dirigíamos directos, y como si no hubiera un mañana, hacia un choque de trenes. El gobierno Aznar, con estos mismos populares que ahora vendrán y buenos nos harán, había dejado ESPAÑA!! sembrada de dislates urbanísticos. Todos éramos ricos sin saber cómo. Imposible que el equipo del nuevo presidente no aventurara que, después de aquellos barros, iban a arrasarnos estos lodos. Claro que, hablando de equipo.... La paridad nos trajo a grandes descubrimientos femeninos como Magdalena Álvarez, Bibiana Aído o Leire Pajín, por mencionar algunas señoras de izquierdas. Tras ser testigos de su mediocre hacer (y creo que estoy siendo hasta generosa) pareciera como si, para formar parte del gobierno del bueno de José Luis, bastara solo con ser mujer y estar a por uvas.
A Zapatero, lo que le achaco es el ser tan pacato a la hora de tomar decisiones, el no sacar carácter cuando había que sacarlo, no demostrar la entidad que debería en el cuerpo a cuerpo con otros dirigentes, no saber formar equipo (salvo honrosas excepciones) ni gestionarlo, no reconocer los errores, echar balones fuera y no saber retirarse a tiempo. Esto, para empezar, porque si sigo con la lista de virtudes de aquí el excelso, no me llegan las páginas de El Quijote para rellenar huecos.
No sé el resto de mis compatriotas, pero yo no le voy a echar de menos. Como tampoco echaré de menos a Rajoy en su momento, ni a ningún otro presidente que hemos tenido, no el gusto, sino tal vez el disgusto, de alumbrar. Curiosamente, a quienes sí añoro es a esos políticos de bien (de un lado o de otro), que denunciaron la ineptitud de sus jefes y supieron dimitir cuando comprobaron que, en este país, el hacer política es, muchas veces, ir contra los ciudadanos y no a su favor. Gente que no merece compartir una entrada en este blog con Zapatriste al que, por cierto, le deseo un retiro lleno de bonanzas. A cada uno, su minuto de gloria.

domingo, 23 de octubre de 2011

Esa cosa llamada violencia

Hace unos días, alguien me hizo la siguiente pregunta: "¿Te gusta la violencia?". Mi respuesta fue "sí". ¡Olé mis ovarios! Tampoco es que la hubiera pensado mucho, lo que posee una connotación aún más preocupante: me salió de dentro.
Sí, me gusta la violencia. Pero la violencia entendida como factor sociológico. Por ejemplo, me interesa mucho la evolución de ciertos movimientos, en un primer momento de izquierdas y con una ideología pacífica y ejemplar, que acaban convertidos en dictaduras donde la sangre no deja de manar. Por mucho que nos fastidie cuando lo dice Sánchez Dragó, los fascismos fueron en un principio corrientes de izquierda, y ahí está la historia para certificarlo.
Imagino que mucha de la culpa de esta terrible evolución en la que partimos del paraíso para recrearnos en el infierno la tiene la figura del líder, que, desde tiempos inmemoriales, ha utilizado a las masas para beneficio propio. El político ladino, capaz de jugar sus cartas de una forma con el pueblo y de otra forma con los poderes fácticos (Perón, con todos sus claros y oscuros, sería un perfecto ejemplo de este tipo de gobernante). Lógicamente, no siempre es imprescindible recurrir a la violencia para conseguir ciertos objetivos. Ahí entra en juego la personalidad de quien se encarga de manejar los hilos, el perfecto ventrílocuo que convence a unos y a otros dándoles a todos lo que quieren, aunque ello encierre muchas y variadas contradicciones. Comienza entonces a funcionar la dictadura del miedo, de la que ya hablé en su día y en la que tampoco voy a seguir ahondando para no agotar a nadie con mis repasos de abuela cebolleta.
Pero la violencia no se circunscribe a las más altas y bajas esferas de nuestra sociedad. Ni tampoco a las páginas de los sucesos de los periódicos. Todos experimentamos a lo largo del día situaciones de violencia de facto. El empresario o jefe que se relaciona con sus subordinados con amenazas y en base al sometimiento está ejerciendo la violencia; el tipo del banco que nos enreda y ningunea cuando se nos ocurre pedir un préstamo, está ejerciendo la violencia. Las grandes corporaciones económicas, las cajas de ahorros, el sistema económico, el ayuntamiento, la comunidad autónoma y hasta el presidente de la comunidad de vecinos (que me perdonen los elegidos), ejercen la violencia. Nosotros mismos hemos aprendido a relacionarnos a través de la violencia y, lo que es peor, hemos interiorizado el hecho de que sea normal hacerlo.
Este fin de semana se estrenó una película que tengo muchas ganas de ver y que, seguramente, como me suele pasar en los últimos tiempos, no veré. Se titula De mayor quiere ser soldado y cuenta la historia de un niño de ocho años fascinado por las escenas violentas que contempla en la televisión y los videojuegos. Nada que lo diferencie de cualquier otro niño de ocho años que tengamos cerca. No puedo decir cómo evoluciona la película a partir de esta premisa, pero me lo puedo imaginar. Si cualquiera de nosotros nos tomamos unos minutos para ser testigos de la conversación entre dos tiernos infantes, comprobaremos fascinados como, casi la mitad de su discurso, versa sobre el hecho de arrearle a alguien (en cualquiera de sus versiones incluida la de fastidiar) o analizar la jugada de cómo un tercero se ha enfrentado a un cuarto, sean personajes de verdad o de dibujos animados.
Ayer volví a ver el vídeo en el que un Gadafi moribundo, desorientado y terriblemente asustado, es zarandeado y pataleado por sus captores. A algunos puede parecerles nomal y hasta justo. A mí, con todo lo que supuestamente me fascinan los asuntos violentos, no. Quizás soy de esas personas que todavía cree en la cortesía y el respeto, incluso con el sátapra, cuando es evidente que tienes el toro por los cuernos; que piensa que el ensañamiento, hacer daño a otra persona (físico o emocional) desprestigia y deshumaniza al actor, no a la víctima. Además, la exposición pública de los restos del vencido no creo que se parezca mucho a levantar la copa en el Camp Nou, aunque sí es muy útil para cabrear y alentar la búsqueda de venganza en los seguidores del finado.
Pensemos en lo alucinante que resulta comprobar nuestra incapacidad para conmovernos ante las imágenes que presenciamos cada día por televisión. Pero también en nuestro pasotismo a la hora de mover un dedo cuando una persona próxima (que seguramente no sale en la pequeña pantalla) es víctima de los desmanes de otra. Nuestra conciencia ni se inmuta; entra dentro de lo normal. Lo normal para las bestias, imagino.
Reconozcámoslo: a todos, en mayor o menos grado, nos gusta la violencia porque convivimos con ella hasta el punto de quitarles el componente agresivo a situaciones que lo tienen, nos empeñemos o no. Y no sé si eso es malo, bueno o regular. Por eso, imagino que seguiré reflexionando sobre ello... y dando un poquito la lata al Pepito Grillo que todos llevamos escondido en la cabeza.

Para acabar con buen sabor de boca, os dejo mi canción de amor favorita. Bueno, creo que la única. Todos la conocemos: She, el maravilloso tema de Charles Aznavour versionado aquí por Elvis Costello. Lo mejor, la letra. Desde aquí hago un llamamiento al género masculino para que alguna vez se la dedique a alguien. De nada.

sábado, 22 de octubre de 2011

Desprecio

Todas las madres, abuelas y gente de pelo blanco dice aquello de "el mejor desprecio es no hacer aprecio". Y tienen razón. Pero el desprecio es algo mucho más complejo que obviar la existencia de alguien para los restos.
Esta imponderable "virtud" tiene dos vertientes: por una parte, desprecias a alguien cuando ya estás hasta la gorra de sus ataques constantes, sus salidas de tono y las jugadas sucias para hacerte la vida más coñazo. Cuando algo así sucede pasas primero por la confusión, después el cabreo (fino o no, allá cada cual con su elegancia), luego el dolor y, por último, el más absoluto desprecio, primo lejano del olvido. Lógico, natural y del todo perdonable.
Hasta ahí bien. Lo que ocurre es que la palabrita tiene una nueva acepción, que implica despreciar a alguien simplemente porque es diferente, porque no se trata de uno de los nuestros y, lejos de ser un mindundi, amenaza con socavar las precarias estructuras de este mundo maravilloso, estilo Pitufolandia, que tanto nos ha costado construir.
La persona se atreve a irrumpir, ataviada de rojo chillón, en nuestro plácido universo azul, y eso es una patada en todos los bajos. Ante la amenaza, actuación. Da igual que no estemos seguros de que esconda armas de destrucción masiva: primero la bombardeamos, no vaya a ser que en un descuido se nos cuele por la tangente e invada nuestros pozos petroleros.
Esta es una de las maneras más estúpidas (y estoy siendo políticamente correcta) de tratar a un invitado o a alguien que pasaba por allí. Prejuzgar a la gente me parece siempre horrible, pero condenarle aún sin saber si ha cometido delito, lo es todavía más. Nuestra línea de defensa nos lleva a sacar de la chistera argumentos tan insostenibles como que el nuevo o la nueva es un petardo/a porque le gusta el hockey sobre patines, aborrece el solomillo a la pimienta o ha visto 53 veces Pretty Woman (bueno, esto último me mosquearía hasta a mí). Y no solo eso: intentamos convecer al de al lado con elementos tan poco sólidos como los citados y el susodicho, que suele estar a por uvas, cae, movido por la desgana o, porque, si el que tengo a mi vera opina eso y lo conozco más, sus razones tendrá.
Pues bueno. La desacreditación y el desprecio hacen pupa.... casi siempre. Y digo casi porque, en ocasiones, la persona que los escupe se delata ella misma, con lo cual solo consigue la indiferencia de quien se ha convertido en objetivo de su batalla privada. Esta lucha acaba transformada en un inútil gasto de energía con efecto rebote, ya que tanta inquina, sin pilares que la sostenga, y vomitada un día sí y al otro también, acaba mosqueando, como poco, al personal.
Todos hemos sufrido en nuestras carnes este tipo de desencuentro, algunos más que otros. Y yo creo que hay que tomárselo como es: algo en ti, en tu personalidad, en tu forma de caminar, de mirar o mascar chicle ha movido resortes de rabia y envidia en alguien, lo que significa que no eres uno de esos seres que pasa por la vida dejando indiferentes a crítica y público. Del mismo modo, todos hemos sido víctimas del demonio del desprecio cuando nos hemos sentido amenazados por otros más guapos, más listos o más carismáticos que los mendas. Lógico. La tentación está ahí y no digo yo que no haya que sucumbir... cuando los motivos acompañan. Y, creedme, a veces tenemos razones hasta para repartir.
Yo le daría la vuelta a la frase con la que empecé y diría algo así como "el mejor aprecio es no hacer desprecio" o "a quien te desprecia, demuéstrale que no le aprecias". Es más... no sé... ¿siglo XXI?

viernes, 21 de octubre de 2011

Adiós a las armas

Ayer fue un día histórico. De los que siempre recordarás con aquella frase de "el día que ETA dejó los armas yo estaba en/con (inclúyase lo que proceda)". Todos los españoles hemos saludado la noticia, ya no con alegría, sino con pasión. Y ojalá la resaca nos dure muchas jornadas más.
No voy a entrar en discusiones sobre la banda. Recuedo que, en mis años de universidad, mi profesor de Historia contaba y no paraba la teoría de que la simiente de ETA se remonta al carlismo. Una elucubración con un razonamiento muy lógico, por otra parte. Tampoco voy a detenerme en las consecuencias económicas del comunicado lanzado ayer. Imagino que para el gremio de los escoltas la noticia puede suponer un pequeño bajón, igual que para aquellos colectivos que durante años han recibido prebendas por trabajar y vivir en Euskadi. Pero también aventuro que el nuevo escenario insuflará otros bríos a sectores como el turismo, por ejemplo.
Quizás algún día desarrolle más estas ideas, pero hoy quiero contar mi experiencia personal, que no tiene moraleja ni conclusión alguna, pero es la mía. Como persona de provincias, cuando era pequeña, me parecía que las barbaries de ETA acontecían tan lejos de mi casa que la situación me era del todo ajena. Pero, claro, la vida da  muchas vueltas y una no sabe nunca con qué se va a topar en cualquiera de esos recodos.
Recuerdo que, poco después de llegar a Madrid para estudiar, hubo un atentado muy cerca de mi Colegio Mayor en el que murió un niño. Esa noche, la comunidad estudiantil se movilizó para donar sangre. Fue el primer aviso de que aquello era de verdad y no acontecía tan lejos como yo pensaba.
Más adelante, cuando ya vivía en un piso de estudiantes, me tocó ser testigo otro episodio. Una mañana que estaba en la cocina, desayunando con un compañero del piso, de repente, saltamos en la silla y oímos un gran estruendo. No puedo decir que fuera por ese orden, pero sí de esa manera. Además del susto que te llevas, se te queda el cuerpo como cuando estás a punto de pillar la gripe, que no sabes muy bien si tus sentidos siguen funcionando o se han quedado torcidos. Fue el día que ETA colocó una bomba en los bajos del coche de Irene Villa y su madre mutilándolas. Otra vez cerca de casa. En ese momento tuve conciencia total de la desprotección en la que nos encontrábamos, que había gente ahí fuera a la que no le importábamos ni como seres humanos, ni como hijos, padres, amigos o amantes; solo adquiríamos cierta entidad cuando comenzábamos a engrosar el contador de víctimas.
Hubo un tiempo en el que caminar al lado de una institución militar te producía cierto resquemor. Y tener algún miembro de tu familia en las fuerzas armadas te acarreaba angustia. De hecho, una persona muy cercana a mi madre murió en su día. Fue objetivo de ETA durante años y los terroristas acabaron con él a sangre fría. Otra señal de que todos, absolutamente todos, estábamos en el punto de mira.
En la última década he conocido a gente amenazada, que ha tenido que vivir con escolta las 24 h del día, con lo que ello implica de incomodidad e invasión de la intimidad. He visto también a políticos resignados a que, en cualquier momento, podían ser víctimas del tiro en la nuca. Y, asimismo, he pensado que, si eso llegara a ocurrir, toda persona que tuviera la mala suerte de estar a su lado o cerca, bien a propósito, bien por mera coincidencia, se hubiera convertido en daño colateral.
Nadie tiene derecho a mercadear con las vidas de otros. Si ya es injusto e indecente hacerlo desde el punto de vista emocional, cuando a ello añades también el físico, resulta inmoral. Ninguna causa justifica la muerte de personas inocentes, convertidas en villanos solo por desempeñar un trabajo en lugar de otro o estar haciendo la compra en determinado supermercado el dia D a la hora H.
Y es innoble que un grupo de descerebrados utilicen la amenaza y la coacción para controlar la existencia de todo un pueblo, sesgar la libertad de expresión, extorsionar e intentar influir en las instituciones con los medios más arteros posibles persiguiendo fines inhumanos.
Ojalá todo tenga un "the end" feliz. Que intentemos perdonar, pero no olvidar, para no repetir nuestra propia historia. Y que esa letra pequeña del comunicado, en la que los terroristas llaman al diálogo y la negociación, no se convierta en un chantaje o una excusa para volver a desentarrar las armas invocando la tozudez de las partes implicadas. Un adiós es un adiós y, a veces, tiene que ser para siemrpe.

jueves, 20 de octubre de 2011

Ellos y ellas

Hay un tal John Banville que ejerce de escritor y que acaba de soltar un interesante speech sobre Larsson y su trilogía Millennium. En primer lugar, dice que los libros que han seducido al mundo están mal escritos. ¿Envidia? ¿Ortodoxia académica? No puedo opinar. Mi dominio del sueco es como el de Aznar con el catalán: solo lo hablo cuando estoy poseída por el espíritu de Pippi Calzaslargas. Por ello no me siento quién para valorar el uso del lenguaje de Larsson aunque sí el de su traductor, y a mí me vale con lo que he leído.
Banville no se resigna a hacer únicamente una crítica a la sintaxis y construcción lingüística de los libros, sino que se viene arriba diciendo que le extraña que las mujeres admiremos la labor del escritor sueco. Vamos, que deberíamos estar gritando consignas en la plaza del pueblo contra los best-sellers del bueno de Stieg, para, acto seguido, montarnos una hoguera con su obra que ni las de San Juan.
Permítame John Banville que le toque un poco la moral. Personalmente, no me he sentido ofendida por ninguna de las obras que componen Millennium ni, faltaría más, por las féminas que recorren sus páginas. Creo que ya lo mencioné en una de mis entradas, pero como soy así de plasta, vuelvo por mis fueros (o por mis forros, como diría aquél). En mi opinión, el personaje de Lisbeth Salander es un hallazgo, por no hablar del de Monica Figuerola, esa mujer empeñada en tratar de tú a tú al peligro, amante del prota Blomkvist y del deporte con igual entusiasmo.
Todo el universo femenino creado por Larsson está poblado de mujeres inteligentes, independientes y luchadoras. No sé por qué Branville se empeña en que constituyen un indigno ejemplo de nuestro género. No creo que el hecho de ser mujer te obligue a ir por la vida de sufriente dama de las camelias ni sometida a los hombres. Entiendo que a alguien se le retuerzan las tripas leyendo (o viendo) cómo Salander, que no es precisamente una sex symbol de portada de revista, tiene a todos los tipos de la novela agarrados por ese sitio, donde si aprietas duele. Ella decide sobre su vida, no se somete a la autoridad de nadie y le da una y mil vueltas a los personajes masculinos que se cruzan en su vida, incluido ese antihéroe que le pone ojitos llamado Mikael Blomkvist.
Puedo entender que un señor de bien, de los que se visten por los pies, no consiga empatizar ni un poquito con una mujer liberal y de personalidad más masculina aún que los machos que la rodean. Difícil conciliar cualquier cultura de pilares machistas con los extremos del feminismo. Pero tampoco entiendo del todo que sea incapaz de ver algo bonito en Erika Berger, por ejemplo, jefa de Blomkvist. Una mujer empeñada en defender la verdad caiga quien caiga. Tal vez lo que no aguante de ella sea que mantenga una relación liberal con su santo esposo, que se lo pase estupendamente bien con Mikael en las frías noches suecas y, sobre todo, que sea jefa de hombres y no le tiemble el pulso. Qué rancios somos...
En resumen, no me parece mal que uno critique a las chicas Larsson. Pero lo que sí me mosquea es que se tome atribuciones que no le corresponde llamando a la rebeldía a las señoras de bien que, lejos de pensar en hackear ordenadores y disfrutar del sexo hardcore porque les sale de la peineta, se entretienen con tediosos debates domésticos y shoppings festivos mientras deboran Los hombres que no amaban a las mujeres. Las opiniones, cuando a uno todavía le tiembla un poquito el pulso, se comparten, no se imparten. Por la misma regla de las famosas peras y manzanas, nosotras podríamos carcajearnos de los chicos Larsson, acusarles de pusilanimes y reinvindicar, en tertulias y sesiones de tuppersex, al noble caballero de las Cruzadas, hecho a situaciones extremas, que volvía a casa con el instinto de un animal en celo y oliendo a chotuno. Tampoco está la cosa como para hacer campaña del oso fermoso y olvidarnos del oso amoroso.
Señor Banville, vuelva usted a su novela negra, que lo hace muy bien y déjenos a las señoras y señoritas que compramos libros construir los ídolos (o ídolas, como diría Miss Aído) que nos sale de los reales refajos. Faltaría más.

martes, 18 de octubre de 2011

El club de la lucha

Una de las consecuencias de ir madurando (o, al menos, creerse que vamos madurando) es que ya no tienes tan claro las cosas por las que merece la pena luchar. O, al contrario, reconoces que hay muy pocas cosas por las que resulte indispensable jugarse el físico y/o las emociones. Cuando estamos en edad de merecer, el bregarse en el patio del colegio o en los pasillos de casa es una costumbre tan arraigada como el comer. Nos resulta imprescindible, y hasta cuestión de supervivencia, defender nuestros derechos, entiéndanse por derechos el sentido de la justicia que a cada quien le pase por la cabeza: desde la paz mundial hasta impedir que ningún miembro de tu familia cruce el umbral de tu cuarto. Con los años, muchos de estos grandes valores que antes nos adornaban adquieren poco a poco la categoría de anécdota, entre otras cosas porque entendemos que el mundo ahí fuera es duro de narices y que las energías hay que redirigirlas a lo primordial, perdiendo el tiempo justo en estupideces.
Reconozco que hay valores externos a nosotros por los que nos sale de lo más "jondo" luchar, siameses la mayoría de ellos de nuestra ideología y los principios que nos vamos creando. Otros, extrictamente internos, son los que defendemos a capa y espada y que nos hacen saltar como un resorte cada vez que los creemos amenazados. Pero ello no quiere decir que mi resorte sea el mismo que el de la gente que cada mañana me acompaña en un vagón de metro. Por ejemplo, nunca me pelearía con otra mujer por un hombre. A lo mejor resulta un poco rebuscada mi explicación, pero considero que un hombre que se tenga como tal, cuenta también con la capacidad de decidir, elegir y sentir, así que, por mucho que yo me esfuerce sacando lo mejor de mi feminidad, la pelota seguirá en su terreno. Para no enfangar el asunto, me retiraría antes aún de que empezara el partido. Si mi contricante tiene la suerte, la inteligencia y la vida de su lado, que lo demuestre ante el gran público y la autoridad competente. Yo me siento incapaz de recurrir a maniobras arteras ni a armas de destrucción masiva contra el oponente: soy lo que soy, y no puedo tratar de ser algo distinto. Me decepcionaría demasiado a mí misma.
Con ello quiero decir que, a veces, el hecho de rendirse no encierra, necesariamente, un acto de cobardía. El luchar es bueno por lo que implica de acción y decisión, pero es magnífico cuando acarrea, además, el don de saber perder. No se puede ganar siempre. Y a veces hay que aceptar que la derrota es un hecho y retirarse con elegancia, sacando el mayor provecho de la vivencia, aprendiendo y creciendo con ello. A lo mejor, incluso, nos sirve para darnos cuenta de que la verdadera batalla habría que librarla en otro lado e, incluso, otro bando. Pero esto de que una retirada a tiempo es un victoria (estupenda frase por cierto) resulta más fácil de decir cuando lo que están en juego son los sentimientos, pero difícil de aceptar si lo que se está a punto de perder es una vivienda o un medio de vida, por poner un ejemplo. En este caso, además, la valentía no es patrimonio del corredor solitario, sino del que, una vez agotados los primeros recursos, se siente capaz de pedir ayuda, aglutinar a un pequeño o gran grupo de individuos afectos a su misma causa y compartir penas. Disiento de aquellos que guardan su dolor en las caja fuerte cual héroes románticos buscando la redención: hay que compartirlo y gritarlo. Es una forma de aceptar que existe, pero también de ahuyentar los fantasmas del inmovilismo y la autocompasión.
Admiro a la gente que lucha por lo que quiere, pero también a la que acepta que hay otras formas muy dignas de ganar al margen del duelo al amanecer. Tal vez porque ambas son cualidades que no todos nos trabajamos con idénticos resultados. Y reconozo que tampoco soy quién para impartir doctrina, porque hace mucho que no renuevo ese carnet de miembro del club de la lucha que, en mi caso, debe de ser de los que todavía están grabados a cincel. Aunque he de confesar que, en mi fuero interno, creo que ya va siendo hora de que alguien, por variar, tenga el detallazo de pelear, no conmigo, sino por mí. Para ver qué se siente, más que nada. Prometo contarlo.

lunes, 17 de octubre de 2011

A la vejez, faralaes

Reflexionaba Javier Marías este fin de semana en El País sobre el ridículo que, al parecer, hacen nuestros mayores por pueblos y ciudades, empeñados en copiar y emular modas y modismos de los más jóvenes. Hablaba el escritor de señoras con la lorza al aire, venerables caballeros con look a lo cantante de rap y otras adorables visiones de la España cañí-trendy.
La verdad es que no se lo estamos poniendo fácil a quienes hace ya algún lustro que peinan canas. Empeñados, como insisto de vez en cuando, en sobrevalorar la juventud, uno tiene que realizar ímprobos esfuerzos por no caerse de ese tren de alta velocidad llamada sociedad moderna y del que insisten en bajarle a empellones. Es complicado adaptarse a un mundo donde ni la moda, ni la cultura, ni el ocio (por muchos esfuerzos que se hagan) se ajustan a ciertas necesidades. Tienes el cuerpo más o menos con cierto aguante, la mente despierta y te niegas a quedarte en casa tejiendo fundas para el botijo. Pero, al salir de casa (que no de clase, aunque algunos también) te encuentras con un panorama un poco demente, en el que los inmortales vampiros visten a lo James Dean, a las óperas se les añade el apellido rock y los clásicos ya no son ni José Alfredo Jiménez ni Jarcha; ahora son los Nikis y, como mucho, Alaska y los Pegamoides.
Difícil llegar a un ordenamiento cerebral lógico cuando el modelo a seguir es la Duquesa de Alba. Si ella se pone biquini, hay que intentar cumplir con el protocolo y lucir chicha con un (in)decoroso dos piezas de lunares. Es preferible viajar a Roma antes que a las Alpujarras, quitarse los zapatos en plena calle y pegarse un meneo a ritmo de rumba (el agarrao cotiza a la baja) y, a ser posible, echarse un novio más joven. Al menos tanto como para ser capaz de pasearte la maleta y el botiquín por los pasillos de los aeropuertos (el autobús lo dejamos para excursiones colegiales y juventudes papales).
No digo yo que esto no esté bien, pero sí puedo imaginar ese estupor generacional que debe embargar ahora mismo a alguno de nuestros mayores. Difícil pensar que haría mi abuela hoy en día de seguir viva. Ella, toda serenidad y buenas maneras, acostumbrada a llorar las penas en silencio, obligada a lucir palestino, pantalones pitillo y pulseras tobilleras. Entonces a lo mejor no sería mi abuela; sería Lady Gaga.
Cuando uno piensa que ya le ha tocado disfrutar del honor de hacer lo que le salga de las narices, bajar a la calle en bata y zapatillas (los juanetes, ya se sabe), poner la música a todo volumen (por aquello del oído, que no calibra bien) y acomodarse en el sillón hasta nueva orden, va esta sociedad tan zorra (obviemos la acepción más lista de la palabra) y nos obliga a ser modernos, adorar a Apple, abrir un blog y abandonar el negro para abrazar el fucsia. No sé si es una forma de decirle a los mayores aquello de "no te rindas, todavía puedes" o "no te rindas, todavía puedes... consumir".
Uno se hace viejo porque, en la lotería de la vida, le ha tocado bailar con la más guapa. Cada una de nuestras arrugas, las que tenemos y las que aparecerán, llevan un nombre tatuado. Es para estar orgulloso de todas y cada una de ellas. Algo así como los hijos: pueden salirte tipo fistro, y en el fondo los querrás, porque son parte de ti. Pero, sobre todo, de lo que hay que estar orgullosos es de haberse ganado el derecho de vivir la vida que cada uno quiere, de enamorarse de nuevo (o no), de bailar reggaeton en Benidorm, de imitar a Carmen de Mairena si se tercia, a Carmen Lomana si surge o a uno mismo si la autoestima acompaña. La gente nos verá, ahora o cuando toque, y contará la historia de esos cardados imposibles, esos tacones a lo Suri Cruise o ese refajo sexy al estilo "abuela de la fabada". Pero la verdadera historia es la que cada uno llevamos dentro, la que tiene rayas, lunares y hasta punto de cruz. Esa es la que debemos tejer cada día del derecho y del revés. ¿El resto? Como diría la muy clásica Alaska "¿a quién le importa?"

domingo, 16 de octubre de 2011

Universos paralelos

Ayer fue un día grande. Grande por lo inusual, por lo festivo, por lo reinvidicativo. Inusual es que un movimiento de protesta, nacido en un país tan poco dado a los alardes reivindicativos como es España, traspase fronteras y se transforme en un tsunami globlal, capaz de movilizar a gentes en los lugares más dispares del planeta. Es emotivo ver cómo, en una tarde, casi todos nos unimos alrededor de un mensaje y un objetivo universal.
Y digo casi, porque mi experiencia de ayer no fue extracorpórea, pero le faltó poco. Para explicarlo he de hacer un inciso y contar asuntos de mi vida que imagino no le interesan a nadie, pero que están ahí. Sin alargarme mucho, tal día como ayer, 15O, me encontraba en Barcelona para asistir a la entrega de los premios Planeta. No va en mi conciencia reposar en la habitación del hotel cuando hay gente manifestándose fuera por una causa que considero mía, así que me desplacé hasta el centro de la ciudad y, durante hora y media, más o menos, fui testigo y partícipe de la protesta universal y festiva que removió las conciencias en las grandes ciudades del mundo durante la tarde y gran parte de la noche. Me sentí una más en esa marea humana, empaticé con sus gentes, con sus logos, con sus consignas; bailé al ritmo de batukada y me deleité con las representaciones tragicómicas de algunos grupos que pusieron su arte a nuestro servicio. En resumen: lo disfruté.
Reconozco que, como el tiempo apremiaba, tuve que dejar la marcha (si a eso se le puede llamar marcha, cuando tardas 30 minutos en recorrer cinco metros) y retirarme precipitadamente a mis aposentos para ponerme presentable de cara a la entrega de los Planeta. Da la casualidad de que mi hotel estaba muy cerca del Camp Nou, donde esa mista tarde jugaban el Barcelona y el Racing. Una vez llegada al metro y hasta las puertas del hotel, me acompañó otra marea humana, esta vez compuesta por amigos, parejas y muchísimas familias que se dirigían a ver al equipo de sus amores. Juro que ni entre las diez estaciones del trayecto ni ya en la calle escuché mención alguna al 15O, 15M, Democracia Real Ya o la crisis. Para ese número ingente de personas solo existía el fútbol y, si acaso, las semifinales de la Copa del Mundo de Rugby. Pan y circo.
Pero la cosa no acaba aquí. La tercera marea, formada por los invitados a la entrega de los Planeta (entre ellos los Príncipe de Asturias y varios altos cargos del PP, a quienes ya se les ve que la alegría les sale por los poros) hizo su aparición en el Palacio de Congresos de Barcelona sin que lo que estaba ocurriendo en la calle pareciera ir con ellos. Sobra decir que traté en numerosas ocasiones de introducir el debate sobre el 15O... sin éxito alguno. Faltaría más. Ni en mi mesa, ni en las que me rodeaban (desconozco si las del señor Moragas o Jose Bono tuvieron algo más de chicha) se hizo comentario alguno sobre lo acontecido esa misma tarde salvo los salidos por boca de la menda, inasequible al dealiento y protagonista de la anécdota surrealista de la noche al haber asistido a algo tan poco glamouroso como una manifestación. De hecho, me quedé ojiplática cuando comprobé que muchos de los allí presentes desconocían la convocatoria de las concentraciones cuando es algo que, claramente, les atañe tanto a ellos como a mí.
Supongo que es muy fácil quedarse en casa bordando tapices mientras otros levantan su culo del sillón y se van a patear las calles en defensa de nuestros derechos. Y me sorprende que haya gente que mire asuntos comunes con la misma benevolencia que mostraba tu abuela cuando decía aquello de "déjalos. Son cosas de chiquillos". Tal vez, pero esos chiquillos están ahí fuera por mí, por ti y por nosotros, tomen decisiones acertadas o no, lo hagan bien, mal o regular; al menos intentan hacer algo, cosa que. el resto, a lo mejor, no podemos afirmar sin ruborizarnos. Y no hay que olvidar que, aunque la organización de un movimiento tan mastodóntico esté por dilucidar y los guiños de los partidos por concretar, la razón les asiste. Siempre he dicho que es muy triste ser espectador de tu propia vida dejándola a merced de los hados divinos y negándote a dar unos cuantos golpes en la mesa cuando más necesarios son. Del mismo modo, creo que resulta descorazonador y desalentador ver a la gente más preocupada en hacer pasillos y poner verde al de al lado que en patearse las calles y aportar soluciones creativas.
Toda historia tiene un final. Tras la entrega de premios (por cierto, enhorabuena a la oganización, perfecta como siempre) abandoné el Palacio de Congresos en cuanto acabó la cena y sin la copa de rigor. La verdad es que no me interesaba ni ver de cerca a los Príncipes (sí, amigos, Felipe estaba ahí, no agitando a las masas contra los bancos), ni chafardear con otras de mi gremio, sin duda más monas, listas y estupendas que yo, que pretenden ser Venus cuando la que suscribe se encuentra más en el modo Marte. Recorrí a solas la ciudad universitaria, reflexionando sobre aquello que decían de que la ignorancia no exime del incumplimiento de la ley. La ignorancia tampoco exime de la realidad; algo que, a lo mejor hoy, viendo a tu equipo o cenando al lado de tu amiga fashion que curra en un medio superguay, mola mucho, pero que, a lo mejor, mañana sacude tu vida y te deja ajada cual bastón de cabrero. ¿Soy muy dura? Quizás. Pero yo también, como el resto del mundo, reivindico mi derecho a tener... un día tonto.

viernes, 14 de octubre de 2011

Botella vacía

Esto de que Gallardón, alcalde de Madrid, se presente a diputado y aspire a ministro es una situación tremendamente grave. No lo digo por sus supuestas nuevas funciones, que a lo mejor también, sino por los efectos colaterales que tendría su salida del ayuntamiento. Así, de primeras dadas, el golpe más certero sería el probable ascenso de Ana Botella a señora alcaldesa de la capital, lo cual se puede resumir en solo dos palabras: susto o muerte.
Estamos hablando de una mujer que, no sabemos si abducida por la sabiduría de su santo, el ex presidente Aznar, se habría convertido en inspiración de los mejores humoristas patrios si no resultara tan patética. Ejemplos haberlos, haylos. Sin ir más lejos, Madrid goza estos días de unos niveles de contaminación que ni México D.F. en sus momentos más granados. Botella, cuyo conocimiento y experiencia en Medio Ambiente se presupone por el puesto de concejala que Gallardón le adjudicó en la tómbola consistorial, niega la mayor y nos remite a esas declaraciones de pata de banco que en su día ya se atrevió a pronunciar: "Madrid está lejísimos de una alerta, que nunca se va a producir. Estamos en un momento en el que la gente se encuentra deprimida por el paro. Eso asfixia más". Menuda manera tan poco elegante de mezclar churras con merinas o, como a doña Ana tanto le gusta, peras con manzanas.
Y así, mientras otras capitales como Milán restringen el tráfico rodado en el centro para evitar el sufrimiento de sus ciudadanos, la expertísima en Medio Ambiente niega la mayor y nos anima a seguir padeciendo, pero por otros motivos. Heredera fiel de la verborrea de la derechona más rancia, la culpa, siempre, es de Zapatero. Según la simpar política, trabajar es sin duda más importante que respirar y el origen de la contaminación radica, no en los coches ni las industrias, sino en esos parados, sin oficio ni beneficio, que se empeñan en fumar contaminando las calles mientras disfrutan de su privilegiada situación ociosa. No sé cómo no se nos había ocurrido antes.
Ahora, además, cuando las calles de Madrid están hechas una pena, cuando los barrenderos se muestran incapaces de limpiar tanta suciedad, la Botella se va por peteneras e insiste en que "los mendigos son un problema añadido a la limpieza de la capital". Olé, olé y olé. Es lo que ocurre cuando vives en un barrio residencial: no hay mendigos ergo las calles están como los chorros del oro ergo el problema de los demás son esos impresentables que se empeñan en llenar los portales de cartones y orines. Sin palabras.
Esta mujer, cada vez que habla sube la bilirrubina. Su persona (o su personaje, vaya usted a saber) es, si san Tierno Galván no lo remedia, quien regulará nuestras vidas y administrará nuestros impuestos. No miedo, sino pavor da dejar la endeudada y maltratada capital de España en manos de alguien para quien "l.a Cenicienta es un ejemplo porque recibió malos tratos sin rechistar". No sé qué cuénto habrá leído, pero el que nos quiere contar ahora no nos lo creemos.
Reflexionando sobre todo esto me arrepiento -solo un poco- de mi post del otro día y afirmo que hay situaciones en las que más vale lo malo conocido. Son ésas en las que lo peor también nos resulta demasiado familiar. Tan familiar que entre susto o muerte ya hace mucho que hemos elegido: esta temporada toca muerte. Luego, el PP proverá.

Dejo aquí un link a una entrada del blog de ese gran fotógrafo que es Eugenio Recuenco. Hace tiempo le dio por divagar sobre la idea de montar un restaurante y he aquí el resultado. Os va a encantar...
http://www.eugeniorecuenco.com/varios/restaurante.html

jueves, 13 de octubre de 2011

Lo esencial

Con estos tiempos difíciles que vivimos y en los que no me voy a recrear de nuevo para no caer en la pesadez del Cansino Histórico (personaje concebido a mayor gloria de José Mota), surge la tendencia de volver a lo esencial. O a lo auténtico que, para el caso, es lo mismo.
Leía el otro día en un periódico que los griegos, con el agua al cuello desde hace meses, han optado por elevar a la categoría de imprescindible algo tan antiguo como el trueque. Elemental, querido Papandréu. Si el dinero solo nos da disgustos y no nos sirve más que para endeudarnos, lógico que prescindamos de él y recurramos a algo tan "vintage" como el intercambio: yo te coso los bajos del pantalón si tú me arreglas esa cisterna que pierde agua. Ahora mismo, el trueque solo se circunscribe a los servicios más básicos, pero vete tú a saber dónde llegaremos con nuestra precariedad. Tal vez a mutar libros por pinturas o automóviles por coquetos apartamentos...
Que conste que estoy a favor de este nuevo ordenamiento social muy al estilo kibutz. Cuando el capitalismo te decepciona hasta el punto de renegar de sus parabienes, cuando ves que el de al lado se enriquece indecentemente a costa de tu desgracia... lógico recurrir a los principios básicos de la supervivencia. Ya están tardando los gobiernos en legislar contra ciertas prácticas más humanas que económicamente solventes pero, mientras se mantienen ocupados intentando salvar sus escaños, a nosotros nos queda la sagrada misión de resguardar nuestro culo y el de aquellos que queremos.
También me despierta algo más que simpatía esta nueva actividad de los huertos urbanos. En un post que escribí en su día hablaba de los surrealista que me parecía el que los indignados hubieran montado un huerto en la fuente de Sol. Así, con un par de... tomates. Sigo opinando lo mismo, pero explico que dije lo que dije por lo que implicaba de ocupación de un espacio público. No obtante, que conste en acta que esta opción de montarte un huerto en la terraza de tu casa, me parece, no ya un hallazgo, sino algo absolutamente necesario. La economía de subsistencia, trasladada a las grandes ciudades, produce esta invasión de macetas y parterres. Ni agricultura biológica, ni ecológica, ni gaitas. Lo que nos despierta el orgullo fino es es ver crecer nuestras lechugas y pepinos entre vaivenes de CD's (para ahuyentar los pájaros, mayormente) y montarte una ensalda de las que saben a gloria. Natural.
Mi simpatía se extiende incluso a los usuarios de Blackberry. Nuestra vuelta a lo esencial pasa por prescindir de artefactos superfluos que nos hacen la vida un poco más cara y menos independiente. Imaginemos por un momento no recibir correos del jefe, ni de clientes plastas, ni de amigos que no son tales.... Creo que en esta crisis tecnológica que hemos o han pasado los usuarios de telefonía se ha vuelto verdaderamente a lo esencial e, incluso, a lo sentimental: sabías que un blackberryano te tenía en alta estima porque te llamaba por teléfono y no esperaba a que la conexión se reestableciera para enviarte un email o hacerte una gracia vía whatsapp. El que alguien contacte contigo aunque le cueste unos euros es cariño del bueno. Apreciémoslo y devolvámoslo si se tercia. Como decía alguien que yo me sé "se nota la caída de BlackBerrry porque la gente habla por la calle". Y recurren al piel con piel en lugar de al botón/pantalla, añadiría. Bienaventurados los afectados.
Imaginemos un mundo sin depender de las decisiones de las grandes corporaciones bancarias, del FMI y de la tecnología punta. Imaginemos que nos sentimos dueños de nuestra vida y de nuestro destino. Imaginemos que, de una forma u otra, somos libres para dormir, comer y hacer el amor. Imaginemos. No nos cuesta nada....

miércoles, 12 de octubre de 2011

Pasado pesado

Estos días se ha celebrado una entrañable reunión de actores en Nerja para conmemorar creo que el 30 aniversario de esa serie mítica llamada Verano Azul. Suena tópico, pero parece que fue ayer cuando Javi, Pancho y compañía recorrían en bicicleta las calles de la ciudad malagueña. Y tal vez nos lo parezca porque, efectivamente, fue ayer. Ponte tú a hacer zapping cualquier verano de estos y consigue echar un vistazo a todos los canales de esta nuestra televisión sin redescubrir de nuevo la imagen de la pizpireta Julia, el entrañable Piraña o Bea, la adolescente con picores. Tarea imposible.
Como imposible es recordar cuántas veces ha muerto televisivamente el bueno de Chanquete. Igualmente absurdo sería pronosticar en cuántas ocasiones más seremos testigos de su fallecimiento. Y lo cierto es que no nos cansamos: seguimos emocionándonos, riendo y embobándonos con las aventuras de la entrañable pandilla, da igual lo bien que nos sepamos los diálogos de la serie y aquella canción que entonaba Gonzalo (Bruno en uno de los episodios) de "Soy como tú".
Probablemente continuemos enganchados a Nerja y a sus chicos porque nos traen recuerdos de un tiempo en el que, según los mensajes que nos envía el cerebro, vivíamos sin preocupaciones. No me lo creo. Teníamos problemas entonces igual que los tenemos ahora, pero, como dice el refrán, alguien vendrá que bueno te hará. Llegaron otros más pesados y complicados que transformaron nuestros antiguos dolores en cosquillas.
Hay un programa televisivo llamado Qué tiempo tan feliz que, como su nombre indica, se nutre de la idea de que el pasado siempre fue mejor que el presente e increíblemente más favorable que el futuro. A título personal, creo que tal idea es una trampa de dimensiones épicas. El ser humano tiende a idealizar lo que ocurrió antes porque, con la distancia y la edad, los recuerdos adquieren cierto tono mágico que, si hacemos un ejercicio de reflexión, acaba convertido en tufillo. Pensamos con nostalgia en el lugar en el que nacimos, en nuestro primer amor (o en el segundo), en nuestros amigos de la infancia... sin reflexionar sobre el hecho de que intentar, a nuestros años y con nuestro bagaje, revivir lo que experimentamos con ellos, nos conduciría seguramente al desastre. Ya no somos los mismos, ni ellos ni nosotros, e intentar recomponer, punto por punto, escenarios de nuestra memoria resulta, como poco, escalofriante. El juego siempre tiene que partir de las cartas que tenemos en la mano, no de las que nos repartieron en la partida anterior. Es así nos guste o no.
Hablando de refranes, hay otro que me parece absurdo y peligroso a partes iguales. Es ese que se pasea, crecido y henchido de gozo, por cualquier charla: "Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer". Lo veo conformista, injusto y temerario. Si nos anclamos en lo que tenemos pensando que no vamos a encontrar nada mejor es restarle oportunidades a la vida y a las personas que nos cruzamos en el camino. Y, sobre todo, negarnos el premio que todos nos merecemos. ¿Por qué no va a haber alguien ahí mejor que aquel que nos traicionó? ¿Por qué no va a existir un trabajo que nos llene más, unos amigos que nos entiendan y nos quieran, un país que nos aporte cosas distintas de las que hasta ahora hemos dispuesto? ¿Por qué no darle una oportunidad a esa persona que busca un lugar en nuestra vida, lugar que nos empeñamos en negarle día tras día? Lo peor del ser humano es, precisamente, su capacidad de adaptación cuando la adaptación mata al riesgo. Resulta mucho más gratificante tirar hacia delante, equivocarse y levantarse que intentar revivir lo que ya carece de sentido, principalmente porque nos arriesgamos a convertir un recuerdo agradable en pesadilla. Y llegados a este punto, no puedo resistir la tentación de citar otras sentidas palabras: "Hacia atrás, ni para tomar impulso". Sí, Chanquete está definitivamente muerto, ¡que viva Chanquete!

martes, 11 de octubre de 2011

El rey del mambo

Mientras todo el mundo anda medio alelado o alelado y medio contemplando al dúo (¿cómico?) formado por Merkel y Sarkozy, a mí, el que me vuelve loca es David Cameron, el primer ministro inglés. Y no precisamente por su saber estar, ni su sex appeal, ni su buen uso del poder.... No, por eso, seguro que no.
Y es que resulta que el amigo británico es un misógino de tomo y lomo, cosa que a mí me resulta algo desquiciante. Nunca se me ocurriría definirme como una defensora a ultranza de mi sexo (aunque hago lo que puedo), porque sé valorar muchas cualidades del opuesto, pero, en este caso, los modismos y modas del caballero me producen, sino repugnancia, algo muy similar al ascopena. El desprecio que Cameron muestra hacia sus vecinas de escaño e incluso de partido son reprochables en un principio y rancias hasta el final. Si le dejan suelto, el hombre elabora un diccionario de términos sexistas que ni Berlusconi cuando se viene arriba.... todo él (o todo en él). Y no solo eso. Si efectuamos un repaso rapidito por los colegas que le rodean, comprobamos que entre 29 ministros solo hay cuatro damas y, de ellas, el gran número de 1 (u-n-a) desempeña un cargo considerado de los importantes. No quiero ni imaginar que en todo el Reino Unido no haya ni una sola mujer merecedora de ocupar las carteras de Exteriores o de Interior, sea cual sea su equivalencia británica. Es más, hasta la señora Cameron se ha dado cuenta de que a su marido se le va el gen machista por donde no debe y ha tenido que salir al quite de ciertas declaraciones en más de una ocasión, intentando hacer buenas palabras que suenan como una patada allá, en las simas más profundas de la anatomía humana. Pero los dislates del number one no se quedan ahí. Ayer salió con la cantinela de que todo ciudadano de bien debería denunciar a sus vecinos y conocidos que estuvieran en el país en una situación irregular. Mira tú qué guasa. Siempre me he quedado ojiplática ante la tentación poco disimulada que sortean algunos gobiernos de derechas de convertir a cada ciudadano en una especie de James Bond, con licencia para espiar y denunciar, pero en su versión más chusca, o sea, poco que ver con Pierce Brosnan y mucho con Mauricio, el de la serie Aída. Lógicamente, este tipo de peticiones no saca precisamente lo mejor de nosotros, pero sí implica la expansión, gozo y disfrute de rencillas que, de otra forma, deberían resignarse a  dormir y morir de tedio entre las cuatro paredes de la casa de cada cual.
Miedo me da pensar en todas esas taras que Cameron guarda en un cajón y que están esperando para salir a la luz. Mientras el resto de Europa debate si le echa un cable a Grecia o, mejor, una soga al cuello, los británicos andan a lo suyo, sacando a pasear la vena fascista de su Primer Ministro. Pobre de él cuando los estudiantes se le subleven de verdad (lo de este verano fue solo una avanzadilla) y una nutrida panda de indignados tomen Picadilly gritando consignas antisistema. Porque, al parecer, el premier es de los que se achican en las distancias cortas. Bien pensando, si se aburre esperando la hora cero, podría montar un dúo cómico con Felipe, consorte de Su Majestad. Entre las salidas de tono de uno y las tontadas del otro, a lo mejor, hasta se nos olvida que está la dominatrix Merkel presta a sacudirnos el látigo en cuanto nos neguemos a comernos la sopa boba. Y eso, por mucho que le pese a Zapatero, Rajoy y otros estadistas del montón, no es ninguna broma.

lunes, 10 de octubre de 2011

Revolución de amor

El ciberespacio anda un poco pasado de vueltas, rendido a los encantos de esa líder estudiantil llamada Camila Vallejo. Confieso que estoy poco o nada puesta respecto a las revueltas chilenas y no quiero entrar al trapo, porque si entro no me voy a quitar el asunto de la cabeza y empezaré a pergeñar teorías, soluciones y florituras varias.
Me gusta la tal Camila porque me gusta la gente que defiende sus ideas y a los suyos, aunque sea desde la inconsciencia (creo que este no es el caso). A su discurso extraordinariamente hilvanado une un físico muy fotogénico, cualidades que, cuando coinciden en una misma persona, bien pueden ser el germen de un carisma mediático que solo necesitará ser regado de vez en cuando para medrar y germinar. Rendida yo también a las virtudes y el coraje de Camila, no puedo más que aceptar que también me rindo a las de quien parece es su pareja, Julio Sarmiento, otrora líder estudiantil como lo es ahora su novia y miembro del Partido Comunista chileno.
Al hilo de esto he de decir que, normalmente, cuando me gusta uno de los integrantes de la pareja, me gusta también el otro. Y digo normalmente porque siempre hay alguna excepción por ahí tocándome la moral. Para esto de las parejas soy muy básica: basta con que alguien me comente su interés por otro para que mi cabeza los una cual inseparable tándem y les coloque en mis altares de la intocabilidad y la inviolabilidad. Soy así de primaria. Pero también afirmo que cuando uno de los miembros no me gusta, el otro, por mucho que haya sido merecedor de mis afectos en su día, acaba por caerme fatal. Supongo que mi subconsciente procesa dicha unión de una forma muy sui géneris: algo tiene que fallar en quien antes me parecía estupendo para caer rendido ante los encantos de un personaje tan pueril y absurdo, ergo ni el uno ni el otro merecen la pena. Me pasa con muchos dúos, no necesariamente "artísticos".
Volviendo al tema que me atañe, y antes de que me vaya definitivamente por los cerros del mundo parejil, insisto en que me cae bien Camila y me cae muy bien su chico. Son dos que se complementan y se ensamblan estupendamente, al margen de por dónde transcurra su relación. Y creo que lo que aprecio de Julio Sarmiento es esa reminiscencia de otro Julio, también cubano como él, del que me declaro admiradora incondicional: Julio Antonio Mella.
Para quien no conozca mucho la historia de Cuba y México en los primeros años 20, Mella fue el precursor de lo que luego sería aquel alegre grupito formado por el Che, Castro, Camilo y compañía. Líder estudiantil, fundador, entre otras asociaciones, de la Liga Anticlerical en La Habana y, una vez emigrado a tierras aztecas, miembro del Partido Comunista Mexicano junto a prohombres tan jaleados como Siqueiros o Diego Rivera. Fue precisamente su empeño en crear una excisión de este último organismo, la llamada Confederación Sindical Unitaria de México lo que, probablemente, le llevó a la muerte.
Ya que estoy de confesión, y ahora que nadie me escucha, he de reconocer que mi aproximación a Mella no se produjo a través de sus ansias revolucionarias sino de la que, sin duda, fue la mujer de su vida, la italiana Tina Modotti. Esta hembra que volvió locos a los intelectuales de su tiempo, actriz mediocre y fotógrafa interesante, cautivó a grandes figuras del comunismo centroamericano, pero solo se declaró amiga y amante del extraordinario fotógrafo Edward Weston (su mentor) y del ya citado Julio Antonio Mella. De hecho, este último murió en sus brazos, víctima de los disparos efectuados por no se sabe quién aunque se sospeche. Años después de su desaparición, algunas teorías apuntaban a que el culpable fue Vittorio Vidali, también comunista y enemigo declarado de Julio Antonio, a quien las altas esferas le obligaban a controlar y mantener a raya. Se dice que Vidali andaba ennoviado de la Modotti, a quien había conocido muchos años atrás, y a la que convenció para que fuera cómplice del asesinato de su pareja oficial. Sea como fuere, estuviera Tina implicada o no, lo cierto es que la artista siempre mostró cierto remordimiento por la muerte de Mella, aunque en su día ya hubiese sido exonerada del crimen.
Es curioso cómo amor y revolución van a la par. No hay levantamiento que se precie sin avatares sentimentales y, a ser posible, una buena ración de cuernos. El revolucionario ama a la causa y a las mujeres y, si el hombre va a lo suyo, a sus estrategias y sus gerrillas, el imaginario popular le inventa coqueteos a mansalva, muy al estilo de lo que ocurrió entre el Che y la gerrillera Tania. Parece ser que el hombre de acción no se puede rendir ante el enemigo, sino ante las mujeres, el verdadero obstáculo en su camino hacia la gloria.
He de reconocer que esa figura del macho valiente muriendo de amor es un icono de los altares femeninos. Pero también que todos tenemos nuestras historias, humildes pero intensas, seamos héroes o villanos. Lo que ocurre es que algunos las viven en público y otros en privado. A Julio Antonio Mella no le perdió el amor de una mujer, sino sus propias decisiones y haber medido muy mal a quien tenía enfrente. Si alguien le traicionó fue uno de los suyos, independientemente de su sexo.
Y es que esmuy difícil separar la esfera de lo privado y lo público en el camino hacia el poder. Todos recordamos el culebrón Royal/Hollande que tuvo en vilo al Partido Socialista francés, amantes enfrentados por el bastón de mando. En un mundo tan globalizado, el pueblo quiere carnaza y los amigos o los enemigos se la darán. Pero también opino que Camila, con los 23 años que le adornan, ha entendido que el amor se queda en casa y la revolución, en la calle. Que no hay nada mejor y más desestresante que poder relajarte en los brazos de alguien que piensa como tú y quiere como tú. Sea cual sea su pareja, creo que el único secreto para seguir hacia delante y no flaquear es proteger los aspectos más privados de una existencia que se ha hecho pública. Los enemigos deben estar fuera, nunca dentro. Y una muestra de amor inteligente y generoso es renunciar al primer plano para otorgárselo a tu otra mitad.
La relación entre Tina y Julio Antonio Mella era tan intensa como destructiva. Dos voluntades igualmente ansiosas de protagonismo están destinadas a no entenderse. Pero, bueno, de esa fuerza se nutren los grandes mitos y se da forma a la historia. La revolución es pasión y la pasión también es carne. La buena suerte, como decían las abuelas, sonríe más a los valientes. Afortunados quienes puedan disfrutarla, sean horas, días, meses o años.

                                                                        Mella y Modotti

domingo, 9 de octubre de 2011

Cuando un amigo se va

Hay gentes que pasan por nuestras vidas sin pena ni gloria. Vienen y se van sin que apenas nos demos cuenta, tal vez únicamente por la corriente de aire que se cuela por la puerta cuando entran y salen. Otras ingresan en nuestra existencia con el buen ánimo de fastidiar y meter el dedo en el ojo las 24 h. del día si eso fuera posible. Mal karma si te toca alguien de este cariz, porque es más difícil deshacerse de ellas que de una familia de papilomas. También existe ese otro tipo de personas, cuasi mutilados en lo emocional y de dudosa empatía, que reclaman presencia en tu vida cuando, al mismo tiempo, se niegan a darte lo esencial para mantener una relación medianamente sólida: tiempo y espacio. Difícil esperar nada de ellos salvo desilusión.
Afortunadamente, también está ese otro grupo de individuos, que llegan sin hacer ruido y se quedan ahí, en el fondo del escenario, como una presencia sorda pero efectiva en los momentos buenos, los malos y los peores. Son tipos de una casta especial, seres que ejercen de guía sin que apenas te des cuenta, capaces de trucar la tristeza por risa y hacerte ver que les importas de verdad cuando piensas que no le importas un carajo a nadie.
Quien tiene la suerte de toparse con alguien así en la vida es lógico que se asuste ante la amenaza de su partida. Difícil hacerse a la idea de perder a ese otro capaz de hacerte entender que la realidad tiene muchos matices y que, en ocasiones, a las cosas hay que verlas con otras lentes. Que se puede enseñar a vivir de muchas maneras, pero que la mejor enseñanza es desde la comprensión, el entendimiento y la empatía. Que, en resumen, hay más versiones que la oficial y que todos tenemos derecho a ejercer el digno arte de pensar.
Es una suerte que por tu vida se cruce alguien con inquietudes, más que nada porque empuja tu deseo de saber, de indagar, de preguntar. Es muy sencillo contagiarte de sus ganas de entender, de su deseo infinito de buscar. Puede estar, puede irse, puede volver.... pero con eso y todo, ya habrá sembrado en nosotros la semilla de la curiosidad y de las ganas de superación e ir un paso más allá.
Igualmente, es una suerte encontrar a alguien capaz de luchar  por lo que quiere y desea, sobre todo cuando se trata del bien común. Con las ideas claras y las ganas intactas. Incapaz de utilizar la queja para hacer medrar y nutrir las relaciones personales a sabiendas de que de esta forma solo se consigue alimentar la negatividad y el rechazo.
Todavía falta tiempo para que te marches, pero el tiempo es así, va a su ritmo y a veces pasa demasiado deprisa. Son varios los que han empezado a llorar ante la certeza de una ausencia que todavía no es tal; resulta fácil comprenderlos. Te han convertido en parte de sí mismos, de su patrimonio y no entienden de justificaciones. Complicado hacerles ver ahora que siempre quedará tu recuerdo y las ideas, el empuje y esos retazos de sabiduría que has dejado en aquellos que han tenido la SUERTE de compartir parte del camino contigo. Buena fortuna, amigo.

viernes, 7 de octubre de 2011

Asesórame

Desde que esta crisis económica comenzó a perpetrar ajustes y aún antes, todos entendimos que eso de ser consejero, asesor (o como quieras llamarle) de un pez gordo o una compañía pudiente era un chollo. A lo mejor, los señores y señoras que se dedican a tan digno oficio trabajan como chinos y están dándole vueltas a la cabeza las 24 h., a sabiendas de que sus decisiones o sugerencias pueden afectar a un importante sector de la población. Sin embargo, la mayoría de los de a pie hemos desprovisto a toda esta panda de cualquier vena altruista. El imaginario popular les ha convertido en una suerte de vagos y maleantes, que se esfuerzan lo mínimo y cobran lo máximo. Ahora ya no vale aquello de "que viene el coco"; ahora, lo que mete auténtico miedo es "que viene el consejero y te roba el dinero".
En esas estábamos cuando Obama se planta y nombra a Shakira "asesora". Al parecer, el presidente norteamericano, sintiéndose Florentino Pérez, ha decidido empezar a mover el mercado de otoño-invierno fichando a la rubia para que ponga su enorme experiencia al servicio de la educación de los hispanos, un gran segmento de la población estadounidense que, a pesar de ser legión, cuenta entre sus huestes con una importante cantidad de desfavorecidos.
Nada más producirse el nombramiento, todos hemos supuesto que Obama ha movido ficha motivado por el extenso currículum educativo de Shakira y su permanente contacto con los diferentes niveles de enseñanza. ¡Ja! No sé hasta dónde llegan los estudios de la cantante ni me importa, pero esto es una bonita y rubia campaña de imagen que le costará varios millones de dólares a las arcas estadounidenses y que, si no hay entre el resto de los asesores alguien con un bagaje un poco decente (imagino que ha de ser así, porque en caso contrario sería para cortarse las hispanas venas) se va a quedar en una forma sexy y curvilínea sin fondo alguno.
La justificación de nombramiento tan rotundo es que Shakira lleva unos 15 años al frente de su Fundación Pies Descalzos, que se encarga de gestionar fondos destinados a mejorar las calidades de vida (entre ellas la educación) de menores sin recursos en varios países de América. Me parece una idea estupenda y creo que la Fundación cumple su labor sin grandes sobresaltos. Nada que objetar por esa parte. Lo que ya me resulta un poco más complicado es aventurar qué idea puede tener Shakira del programa educativo, problemas de profesorado, becas, absentismo escolar etc. de un país que, además, no es el suyo y en el que tampoco se pasa las horas muertas, sobre todo últimamente.
Como decía mi madre "en esta vida, para todo hay que saber". Pero incluso esta máxima nos la pasamos por donde todos nos imaginamos. Si Shakira puede asesorar en materia de educación, creo que Alejandro Sanz, colaboraror de Médicos sin Fronteras en la intimidad, debería ser muy capaz de echar una manita a Obama en esas reformas sanitarias que tanto se le resisten a los demócratas. Nadie me va a convencer de que, visto lo visto, sea ningún disparate.
Si yo fuera Shakira (le vaticino un premio Nobel de la paz en unos años, y si no al tiempo), le diría a Obama que muy agradecida por el detalle, pero que no me siento capaz de ocupar un puesto que me viene grande y mucho menos de asesorar sobre materia de educación a catedráticos universitarios (entre los que seguro habrá algún premio Nobel, ya sé que estoy pelín pesada) ni a profesores de primaria de cualquier escuela de Queens, que bastante tendrán ya con conseguir que sus alumnos pasen de grado. Y si Obama se pusiera pelma, le diría que pongo a sus pies mi fundación de los ídem, y que si quiere que de algún concierto para mejorar comedores, dotaciones y equipamientos, aquí la menda para lo que usted guste. Pero, claro, yo no soy Shakira y a mí Obama no me llama por teléfono para pedirme la receta del gazpacho ni comentar la boda de la Duquesa de Alba. Lástima; estoy segura de que nos echaríamos unas yanki-risas la mar de relajantes.
Dicho lo cual, y para no perder el hilo de lo absurdo, no me importaría que Piqué me asesorara en unas cuantas cosas. Tengo yo por aquí algunas dudas que me están matando. Ayyssss....