jueves, 30 de junio de 2011

Desaparecer

Anoche vi un poco del programa que Tele5 se montó sobre la desaparición de Ylenia, la hija de Al Bano y Romina Power. Ha pasado más de una década desde que el asunto tuvo lugar y, a día de hoy, iluminados de medio mundo continúan dando crédito a la teoría de la conspiración y a que la chica está vivita y coleando.
Personalmente no me lo creo, de la misma forma que tampoco creo que Elvis esté viviendo un retiro dorado en alguna isla del Caribe. No me entra en la cabeza que una persona pase tanto tiempo alejada de los suyos sin mandarles una nota al respecto contándoles lo bien que está y lo feliz que se encuentra. Sería de una crueldad innecesaria. Opino que la chica se fue a Nueva Orleáns, perdió un poco el norte vaya usted a saber por qué, se tiró al río y fin de la historia. Lo que de verdad me sorprende de todo esto es que haya quien siga viviendo del cuento explotando el incidente hasta el infinito y dando crédito a visionarios que esperan hacer negocio con avistamientos más improbables que los de los ovnis. Muchas personas continúan sacando tajada de todo esto y se acuestan cada día pensando en cómo seguir explotando a la gallina de los huevos de oro. Me parece amoral. Un espectáculo increíble si no causara tanto repelús.
Por dar la matraca han llegado hasta cambiar el testimonio de la última persona que parece haber visto a Ylenia con vida, un pobre hombre que tuvo la mala suerte de pasar por ahí cuando la chica se tiraba al río, que en un principio la describió perfectamente, pero al que han desacreditado y hecho dudar tanto que, a estas alturas, estaría dispuesto a declarar bajo juramento que a quien vio fue a Mickey Mouse vestido de lagarterana. Un despropósito.
No obstante, hagamos un derroche de imaginación y supongamos que Ylenia, ahora mismo, regenta una panadería en Carolina del Norte. Crueldades y desencuentros familiares al margen, todo el mundo tiene derecho emprender la aventura de desaparecer una vez que se le hinchan las narices. Cuando una persona es mayor de edad, no aguanta según qué condiciones y puede permitírselo, es perfectamente legítimo que quiera vivir otra vida. Primero debería manifestar su voluntad -para no asustar, mayormente- y luego ejecutarla. Y nadie tendría que empeñarse en buscar hasta el infinito a quien no quiere ser encontrado.
Si lo pensamos bien, todos ejercemos el derecho a desaparecer varias veces en la vida, aunque a una escala muy modesta. Cuando la conexión emocional que mantenemos con alguien se rompe, es lógico que le siga la desconexión física y el "ahí te quedas". Desparecemos de la existencia de otros porque a veces es necesario para seguir hacia delante, dejar atrás a quienes no nos aportan nada positivo y permitir que entre aire nuevo. Nadie nos puede juzgar mal por eso, ni tampoco por renunciar a alguien que dice apreciarte  (yo soy muy del no me quieras tanto y quiéreme mejor), pero cuyos actos denuncian que te tiene el mismo aprecio que a un rollo de papel higiénico. Usado, para más señas.
Sin embargo, las desaparaciones a lo grande, las teatrales, están muy mal vistas y peor entendidas. La mayoría de los humanos no las emprendemos porque ni somos tan valientes ni tenemos tanta seguridad económica para cambiar de vida como Justin Bieber de gayumbos. Lo cual no debería impedirnos respetar el derecho de los demás a dar la espantá por respuesta. Vive y deja vivir... a quien todavía pueda hacerlo.

miércoles, 29 de junio de 2011

Visitas de verano

Con los sucesos acaecidos hace poco en Túnez y Egipto, el turismo español se frota las manos ante lo que espera sea un verano de cine. Quienes solían optar por destinos del norte de África se pelean ahora por ocupar una hamaca en las ya de por sí abarrotadas costas españolas. No voy a entrar en los que esperan pacientemente su lugar para subirse al balcón de algún hotel y tirarse al vacío como si no hubiera un mañana, pero ahí queda.
El caso es que España vuelve a estar de moda y, claro, lo más florido de la elite mundial se pega por venir a hacernos una visita. Este finde tenemos por aquí a Hillary Clinton en escapada exprés. La ex primera dama se pasará a transmitirnos recuerdos de Obama y, ya que está, darle un poco de lustre al carisma de Zapatero, al que a este paso no le saca brillo ni Don Limpio. Desconozco cuál es el programa de Hillary, pero no vendría mal que se acercara a las fiestas del Orgullo Gay (una mujer tan liberal y moderna como ella debería de pirrarse por estos movimientos de masas) y hacerle unas cuantas gracietas de Arkansas a ese tipo con barba que habla y no dice nada, a ver si se le quita el rictus de pasmo continuo que se le pone incluso cuando saca a relucir su verbo más florido (ya me gustaría saber a mí quién le ha escrito ese discurso cargado de optimismo y buen rollo con el que nos obsequió en el debate sobre el estado de la nación).
En fin, que estamos muy contentos de que Hillary Clinton ponga un pie en este nuestro país. Pero también nos llena de orgullo y satisfacción la visita del Papa y su curia el próximo agosto. Sobre todo a mí, que tendré a más de cien obispos de vecinos. Doy saltos de alegría. Tan contenta estoy que me he propuesto irme de Madrid durante esos días, no vaya a ser que mi corazón explote de felicidad.
Hace semanas, El Jueves publicaba una viñeta en la que los Indignados daban el relevo de la concentración a los jóvenes católicos que vendrán a jalear al pontífice. Intercambiaban saludos y guitarras, previa desinfección de estas últimas, obviamente. Desaparecen las tiendas Quechua y proliferan los albergues juveniles, improvisados pero coquetos, en colegios y pabellones. Aún hay clases.
Me parece todo muy bonito y muy limpio, pero Zapatero tendrá que rascarse el bolsillo para agasajar a tanto mancebo y autoridades varias. El dinero de las vacaciones que no podemos tener irá a financiar fastos y jolgorios de diversa índole. Imagino que es nuestra obligación de ciudadanos de bien callar y asentir. Para una vez que España ha sido elegida por el dedo de Dios... Pero como soy bastante pejiguera, noto algo así como un malestar general ante tanto dispendio que ni me va ni me viene. Igual que experimento cierto picor con la elección de San Sebastián como capital cultural en 2016. No por la ciudad, que sin duda se lo merece, sino por saber qué hará Bildu con tanto fondo europeo llovido del cielo. Seguiré reflexionando sobre estos asuntos.
Y mientras me entrego a la reflexión más "jonda", os recomiendo una frikada: las pelis de Esteso y Pajares. El humor más rancio, a veces, también es el más digerible. Un entretenido ejercicio para olvidarnos de que este verano tendremos a los cuñados gorrones llamando a la puerta de nuestro chalet lleno de goteras y grietas. Lástima que no esté la cosa para meternos en obras...

martes, 28 de junio de 2011

La mala mujer

Todos, de pequeños, hemos querido ser las cosas más disparatadas. Por lo que a mí respecta, el periodismo me tocó pronto, pero antes de eso pasé por la etapa de astronauta y policía, ambas profesiones muy poco femeninas en aquellos años. Qué le vamos a hacer. Sin embargo, lo que se salía un poco de los parámetros normales era aquel otro interés que albergaba en mi fuero interno: ser bruja. Ni hada, ni princesa, ni dama de los claveles: bruja.
Imagino que, en el fondo, tal deseo obedecía a que mi concepción de lo que era una bruja distaba mucho del diseño normal de la vieja horrenda montada en una escoba con los refajos al aire. Mi idea se asemejaba más a la Kim Novak de Me enamoré de una ídem. No era yo lista, ni nada. Pero es que las bases sobre las que se asentaba mi deseo así lo merecían: en mi tierra se supone que las brujas volaban poco y disfrutaban mucho, sobre todo en aquellos aquelarres que se montaban en la playa las noches de luna llena, sin ropa y bailando alrededor de una hoguera. Con eso y un poco de botellón, no me digáis que no era un planazo.
Lástima que nunca he podido hacer carrera de mi deseo, pero a partir de entonces siempre he sentido cierta querencia hacia las malas de las películas. En mi humilde opinión son más atractivas y bastante menos ñoñas que la heroína de turno, ligan como descosidas y se lo pasan divinamente. A ver quién es incapaz de mantener la envidia a raya ante semejante panorama. La buena sufre por amor mientras la mala le birla el novio, los amigos y la cuenta corriente. ¿Que al final pierde? Normal, las historias tienen que tener una moraleja políticamente correcta, pero que "le quiten lo bailao".
Me gusta la literatura basada en heroínas imperfectas. Por ejemplo, soy muy fan del personaje de Lisbeth Salander, la protagonista de la saga Millennium. Vale que en esto mi originalidad brilla por su ausencia, pero qué queréis. Desde su físico, tan poco femenino, hasta sus métodos nada ortodoxos para conseguir lo que anhela, todo en ella la convierte en una antiheroína tan inusual como irresistible. Resulta paradójico que, en los libros que protagoniza Salander, la inteligencia emocional sea una cualidad masculina, algo que supuestamente contradice la realidad. Son ellos los que ponen el corazón y ellas la cabeza. Imagino que ahí reside parte del éxito de la saga.
Lástima que, como viene siendo habitual, la ficción supere a la realidad y una nunca pueda llevar a la práctica los trucos que le proponen en seriales, leyendas urbanas y películas con muy mala baba. La conciencia impide realizar ciertos desmanes, el control gubernamental prohibe montar hogueras cuando más apetece, la ropa debe estar en su sitio y lista para revista (sobre todo si paseas por Barcelona) y el panorama masculino no pasa por un momento de gloria, precisamente. Vamos, que no apetece nada ir robando novios a diestro y siniestro. Ahora, la verdadera venganza no sería quitarle la pareja a la buena, sino poner velas al diablo de turno para que siga con él, ya verá lo que le espera a la muy cursi.
Los hombres dicen que las mujeres somos un poco brujas, lo cual puede ser tomado como un halago o todo lo contrario. No obstante, creo que no les falta razón y que la naturaleza femenina se nutre más del personaje bruja que del personaje princesa o, por lo menos, debería. Tendríamos que ser más de intuición y menos de devoción, más de sacarle brillo a la escoba y menos de esperar a que el príncipe nos mande un e-mail concediéndonos audiencia. Al fin y al cabo todas, en nuestro interior, somos capaces de intuir en lo que se convirtió la vida de Cenicienta tras casarse con el mendrugo Azul que apareció en su vida zapato en mano. Y no mola. Seguro que las hermanastras montaron una mercería y se pasearon por parques y plazas metiéndole mano a los tunos debajo de las capas. Pensadlo (podéis sustituir tuno por otro animal de compañía) y decidme quién mola más.

lunes, 27 de junio de 2011

¿Revolución o evolución?

Históricamente, los intelectuales de izquierda se han partido el pecho por dos opciones de movilización de masas: la revolución o la evolución. La revolución engloba el componente romántico, la espontaneidad, la lucha (armada o no) y el todos a una por un objetivo común. La evolución implica la educación de la clase obrera y el trabajo en las escuelas para formar al pueblo en la igualdad, la cultura, el derecho a disentir y las virtudes de contar con un criterio propio.
La diferencia fundamental entre ambas acciones es el timing. Mientras la revolución implica inmediatez y, en muchos casos, su buena dosis de improvisación, la evolución demanda tiempo, paciencia y un grupo notable de gente entregada a la educación de las masas. Una labor de años, incluso generaciones, en la que es muy fácil decaer y tirar la toalla cuando vienen mal dadas. Personalmente, creo que lo cortés no quita lo valiente y que revolución y evolución pueden ir de la mano. De hecho, el modelo cubano, por ejemplo, se basa en esos dos parámetros.
El inconveniente, como en tantas grandes ideas de la izquierda incluido el marxismo en sí mismo, es que los pilares son perfectos: la igualdad del pueblo, el reparto de la riqueza... Todos ellos aspectos tan deseables como deseados. El fin, insisto, es precioso, pero el camino para llegar a él debe ser durísimo, porque siempre se acaba desvirtuando. Y aquí no falla tanto la idea como las personas que se nombran a sí mismos salvadores de la patria.
Los espectadores de este tipo de movimientos pasamos inevitablemente de la ilusión inicial a la decepción final. Es curioso cómo unos ideales tan generosos en su origen acaban creando dictadores cuyas acciones contradicen sus palabras y discursos. Sin embargo, resulta evidente que toda revolución social, para triunfar, tiene que evolucionar hasta convertirse en un movimiento político. Movilizar a las masas está bien en un principio, pero debes entrar en los cauces políticos y democráticos si quieres que la acción triunfe, algo que contradice, muchas veces, el origen de la actividad revolucionaria.
Me viene a la cabeza la labor del Subcomandante Marcos en México, que todos contemplamos extasiados en su día y que algunos acertamos a entrever en directo. De repente todo el universo conocido estaba pendiente de lo que ocurría en México, sabía las condiciones en que vivían los indígenas en Chiapas y recibían puntuales informaciones de lo que se cocía en el interior de la selva Lacandona. Marcos y los suyos hicieron un gran esfuerzo para crear una revolución social que lo dirigentes de medio mundo contemplaban atónitos, no vaya a ser que el tan traído efecto mariposa moviera sus alas en San Cristóbal de las Casas y acabara derrocando al gobierno de la India, por poner un ejemplo.
El empeño de Marcos de no entrar en política adormeció sus logros, algo a lo que contribuyó también el que dejara de generar noticias y, por lo tanto, de ocupar espacio en los medios de comunicación. Muchos ensalzaron su figura tan rápido como la olvidaron. Personalmente me resultó decepcionante esta involución, pero a lo mejor es que el zapatismo optó por la evolución, algo que, a día de hoy confieso desconocer. No sé qué labor están haciendo en las escuelas: es más, soy del todo ignorante respecto a si desempeñan algún papel en las mismas, aunque creo que sería coherente que lo hicieran.
Muchos de nosotros aborrecemos los clasismos. Pero sí entendemos que la diferencia de clase no está en el dinero ni en la posición social, sino en la educación. Esto es lo que verdaderamente distingue a un ser humano del otro. Evolucionemos todos y, si procede, abracemos la revolución. ¿Por qué no?

sábado, 25 de junio de 2011

Bésame mucho

Estos días está de moda besarse. El beso cotiza tan al alza que hasta salva vidas. Que se lo digan sino a ese suicida en potencia, capaz de lanzarse de nuevo a la vida tras el súbito morreo de una moza de buen ver que pasaba por allí. El hombre -chino para más señas- debió ver el cielo abierto (literal y metafóricamente) y recordar en medio segundo que hay cosas por las que merece la pena vivir, aunque sea por el ósculo de una desconocida.
Este rescate poético apenas nada tiene que ver con el beso que se nos vendió como tal pero que solo fue un cariñoso gesto de auxilio. Una pareja corría delante de la policía en Vancouver (Canadá) cuando ella se fue al suelo y le dio un ataque de ansiedad. Su chico se quedó allí, cual caballero andante intentando socorrer a su dama. Un fotógrafo que pasaba por el lugar de los hechos captó la imagen desde un ángulo en que parece que los caídos están retozando en plena vía pública, entre el correr de los manifestantes y el poderío de los antidisturbios. Una foto tremendamente poética que ya quisieran para sí alguno de nuestros antisistemas más dados a los alardes físicos.
Los besos adquieren un protagonismo inusitado en tiempos de guerra y crisis. Los mejores posters de parejas comiéndose la boca se han hecho basándose en imágenes tomadas en épocas difíciles. Cuando todo se va al garete, solo nos queda es el amor, o, por lo menos, el revolcón. Es casi el único gustazo que, en la mayoría de los casos, sale gratis y, además, resulta terapéutico. Los besos curan heridas, despiertan emociones, aligeran depresiones y liberan un montón de hormonas que nos ponen a todos el cuerpo de fiesta. Por eso es tan legítimo añorarlos si no los disfrutas.
Debo confesar que, a pesar de que la han tildado de fraude, la imagen de la pareja de Vancouver me gusta mucho. Y no creo que sea ninguna engañifa: a fin de cuentas, ellos no sabían que había por los alrededores un fotógrafo de gatillo fácil. Seguramente sacarán tajada de lo que pudo haber sido y no fue, pero ojalá todos pudiéramos ganarnos fama y fortuna de esta guisa. Creo que en el fondo me atrae lo que la imagen tiene de simbólico; o a lo mejor es que me van las revoluciones improvisadas con más corazón y menos cabeza.
En fin, que los besos salen baratos, no engordan y suben el ego. No somos Romeo y Julieta (ni Shakira y Piqué) y a la mayoría de nosotros tampoco se nos activaría el instinto de salvar vidas a golpe de ósculo, pero en rachas de pesadumbre, a lo mejor es el ejercicio más beneficioso que podemos practicar. Y si no nos besamos, por lo menos abracémonos. Un abrazo conforta y anima. El único problema es que parece que cuesta tanto darlo como poco recibirlo. Y, por supuesto, no es tan fotogénico. Pero aliviar penas, las alivia: quien lo probó, lo sabe.

viernes, 24 de junio de 2011

Magia

Me resulta muy complicado creer en cosas que se escapen a la racionalidad. Y, sin embargo, sí que estoy convencida de que hay sitios que te hacen sentir especial, igual que hay gente cuya compañía te reconforta y calma tu espíritu. Pero de la misma forma que opino una cosa, opino la otra, y también pienso que existen lugares y personas que nos ponen de los nervios, por decirlo de una forma suave. El motivo, no lo sé. Lo único que se me ocurre es que tienen algo capaz de colocar a nuestros sentidos en posición de alerta; un no sé qué presto siempre a tocar el resorte invisible de la incomodidad con el que todos cargamos.
Anoche fue San Juan, una noche que desde pequeña considero mágica. Por un lado encerraba la cosa práctica y lúdica (se acababa el colegio ergo empezaba el verdadero verano) y, por otra, atesora la magia del fuego, algo que me ha fascinando desde canija. A lo mejor esto último debería achacarse a mi herencia celta (¿o debería decir castrense, un origen histórico más académico?) o tal vez no. Quizás mi fascinación se deba a la capacidad destructora y purificadora del fuego; lo primero lo comprobé de muy niña, cuando vi con mis propios ojos la actividad de este elemento en los bosques gallegos durante una terrible oleada de incendios que me tocó vivir; la segunda es intuición y un poco de mitología: como el Ave Fénix, pienso que a veces las cosas tienen que ser reducidas a cenizas para poder reconstruirse.
Disfruto con el placer de una hoguera en las noches de verano, con el componente simbólico de compartir una queimada, pero también con la tierra, el agua.... Creo que siempre he sentido más respeto por las fuerzas tangibles de la naturaleza que por aquellas que no puedo ver y tocar aunque alguien con mucha fe me cuente que existen. Me gustaría ser capaz de abstraerme y pensar que son reales figuras como la Santa Compaña, aunque puedo entender su razón de ser: en unos tiempos donde la única forma de ir a ver al amigo, visitar al médico o contarle los pecados al cura era atravesar kilómetros de monte cerrado, cualquier pequeño fenómeno de la naturaleza o del hombre con el que te toparas necesitaba una explicación sobrenatural para no morir de angustia. Ahora mismo, daría un par de cervezas por ver a alguno de los televisivos chicos de Supervivientes pasando la noche al raso y solo en una fraga gallega poblada de vegetación; a ver qué nos contaba el figura al amanecer.
Ya digo que me encantaría creer en muchas cosas, y lo triste es que no soy capaz. Pero sí puedo creer en la magia de las personas y los lugares aunque tampoco sepa explicarla racionalmente. Igual que hay individuos dotados del poder de capturar tus energías y tu buena suerte (tu proximidad les pone en racha y tu ausencia en su vida solo conlleva penas), hay lugares que te colocan en un estado de ánimo especialmente favorable y otros que, sencillamente, te dejan indiferente. Y no estoy convencida de que dependa tanto de la compañía. Por ejemplo, a mí hay alguna que otra capital europea, de mucha fama entre la modernidad, que me deja fría, mientras que Londres, por ejemplo, me parece una fiesta para los sentidos. ¿Por qué? Porque soy como soy y, a estas alturas del metraje, no puedo cambiarme. Ya me gustaría a veces....
Creo en esto que he dicho, pero también creo que que cada uno de nosotros lleva la magia dentro. Ésa que nos hace diferentes y especiales. Y ojalá todos podamos encontrar a alguien capaz de captarla, de olvidar la racionalidad y los esquemas y perderse en nuestro mundo privado. Nos lo merecemos.
Os dejo una bonita canción con un mágico paisaje cántabro de fondo.

miércoles, 22 de junio de 2011

Aznaradas

El ex presidente de nuestros amores se arrancó ayer por peteneras y soltó una frase de las que tanto gusta: "ser de izquierdas es una pérdida de tiempo". Y se quedó tan ancho.
Imagino que un personaje de esta ralea debe de tener un florido grupo de palmeros que le rían las gracias, pero lo que es a mí, sus chistes me dejan fría. Tal vez lo que me ocurre es que tengo el sentido del humor averiado y me va más Mortadelo y Filemón que la alta política, pero el caso es que yo no le veo la profundidad intelectual a las perlas que suelta este señor por su boca. Recuerdo aquella ocurrencia suya de "a mí me gusta que la mujer sea mujer, mujer" (lo siento, quedan descartadas la mujer jirafa y la mujer barbuda), o la tan publicitada "Nunca viviré en la Moncloa" (¡ja! Sonsoles debe de estar aún esparciendo desinfectante tras los aparadores), por no hablar de la celebérrima "Las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber déjame que las beba tranquilamente; no pongo en riesgo a nadie, ni hago daño a los demás, déjenme beber tranquilamente" (criticando la obsesión del gobierno por penar a quienes conducían con la tasa de alcohol por las nubes). Qué majete.
Yo creo que su problema estriba en que nadie le dijo en su día aquello de "vive y deja vivir". Quiere ser el novio en la boda, el niño en el bautizo y el muerto en el entierro. Además, un estadista de semejante entidad, que tanto ha hecho por nuestro país, no puede caer en el olvido, dedicándose a dar conferencias en universidades allende los mares y alimentando su colección de piedras de río. Él es nuestro salvador y, como tal, tiene que recordarnos cada cierto tiempo verdades como puños, para que nos quede claro quiénes son los buenos y que, a poco que nos pongamos pesados, él está dispuesto a volver sacrificándose por la patria. Menudo es.
Siempre he pensado que Aznar era una de esas personas que arrastran complejos desde su infancia y adolescencia, un tipo gris que miraba de reojo las hazañas del líder de la clase envidiando su porte y carisma. El problema es que cuando alguien así adquiere poder se convierte en un ser inmune a las críticas, adicto al ordeno y mando e incapaz de escuchar ideas que no sean las suyas. Es una especie de desplante a todos aquellos que en su día le negaron el saludo cuando caminaba por los pasillos de la Facultad. Un tipo de este cariz se crece hasta extremos inmerecidos, toma decisiones movido por la egolatría y no es capaz de comprender que los demás contemplemos pasmados sus salidas de madre y las entendamos como lo que son: desvaríos de un hombre corriente.
Porque por mucho que se empeñe, Aznar podrá acumular dinero, poder, pero nunca eso que tanto le gustaría tener: carisma. Es cierto que gozando de los dos primeros factores, el tercero parece irrelevante, pero seguro que le mosquea. Podrá matarse a abdominales que jamás conquistará el atractivo natural que ansía. Lo suyo será siempre un quiero y no puedo.
Respecto a la genial frase que soltó ayer, se me ocurren bastantes cosas que replicar, pero la principal es que yo, como todo el mundo, pierdo mi tiempo como me da la gana: jaleando a Cayo Lara si me place, o haciendo la ola en Génova, frente a la sede del PP, si lo considero conveniente. No va a ser él quien me diga a mí cómo tengo que pensar y a qué dedico mis ratos de ocio. Luego se me pasa por la cabeza también que a lo mejor ser conservador es un pelín más aburrido que lo "otro"; ya se sabe que la gente de izquierdas es más dada al debate y la disertación (con permiso de los colegas de Intereconomía) y los de derechas, bastante más proclives a seguir los dictados del líder y a que les dejen en paz mientras preparan barbacoas domingueras al sol que más calienta. Todo muy de personas cabales que se visten por los pies. Nada que objetar salvo ese líder mesiánico que alumbra sus pasos. Mejor búsquense a otro, que este tiene el disco rayado.

martes, 21 de junio de 2011

A rey (im)puesto

El debate de si España debe ser una monarquía o una república es intrínseco a nuestra historia, así que, por mucho que se empeñen fans y detractores de la institución, la polémica continuará presente durante varias generaciones. Si hacemos un repaso del pasado, nos fue mal siendo una monarquía y siendo una república, igual que hubo épocas muy buenas estando sujetos a ambas formas de gobierno. Ni para ti ni para mí.
Personalmente, no tengo nada contra el rey ni su familia. Llevan tanto tiempo intentando convencerme de que el monarca es muy campechano que al final me lo he creído. Vamos, que no me importaría tomarme unas cañas con Su Majestad si se tercia, aunque me da a mí en la nariz que no se terciará. Volviendo a lo que importa, insisto en que mi aversión hacia los Borbones es nula, pero no puedo decir lo mismo de la institución en sí. El monarca, originariamente, tiene atribuciones por derecho divino, lo cual no me cuadra. Para un ateo ya es difícil creer en Dios como para convencerle, además, de que ese Dios, si llega a existir, ha elegido a una persona entre los millones que somos para dotarle de dádivas varias, incluido el poder de gobernar. No cuela.
Entiendo que hubo un tiempo en que la separación de poderes era una entelequia, cuando la religión regía el mundo y donde Papas y reyes mandaban al alimón y cortaban el bacalao sin pudor. Pero aquello pasó y no encuentro razón lógica para que una dinastía asuma el derecho de gobernar una nación por imposición divina. En todo caso, y siendo extremadamente generosos, deberíamos someter a una especie de prueba de actitud a quien le toque reinar. Un examen mediante el cual el pueblo soberano decida si esa persona está capacitada para calzar corona. A dicho argumento no faltará quien responda: "para lo que sirve un rey... como si no ha pasado de primaria". Esto, obviamente, es una tontería, pero puedo comprender que cuando a los niños se les propone participar en un concurso denominado "para qué sirve un rey", alguien no parece muy convencido del tema.
No obstante reconozco que en España no nos podemos quejar mucho. En la Constitución que se votó y aprobó en 1978 hay un bello artículo que define a nuestro país como una monarquía parlamentaria. Vale que yo no la voté sino que lo hicieron mis padres, pero nadie puede negar que el rey que nos adorna ha sido elegido democráticamente. Ajo y agua. Es cierto que en aquellos momentos no había de otra, que teníamos un dictador que mandaba mucho y había impuesto su elección, que nuestro sentido democrático estaba en pañales y no nos encontrábamos tan indignados como ahora, pero es lo que hay. La transición tuvo cosas buenas y malas, pero, afortunadamente, existió, lo que no es poco.
Cada vez que se intenta cambiar algún artículo de la Constitución tiemblan los cimientos de nuestro país, Valle de los Caídos incluido. Si esto pasa con las disposiciones más endebles, si no hay acuerdo para modificar algo tan arcaico como la sucesión sexista en la Corona, no quiero imaginarme la que se puede montar si queremos que este país sea republicano de facto. Lo cierto es que no cambiaría mucho (a otras naciones les va de cine con el dúo Presidente y Primer Ministro) pero, paradójicamente, aquí seguimos fiándonos menos de los políticos que ha elegido el pueblo y más de los que, supuestamente, ha escogido Dios. Nuestras razones tendremos.
Dicho esto, no me gustó nada, pero nada, la reacción del Príncipe días pasados cuando se le acercó una ciudadana afecta a la República. Fue más propia de un niño mal criado que no soporta la idea de que le quiten el chollo de su vida. Tendría que haber sido listo y, si quería entrar al trapo, hacerlo con argumentos. Si no "muchas gracias por tu sugerencia" y a seguir viviendo de la suerte histórica que le acompaña. Pero es bueno para todos que pasen estas cosas, que el debate esté en la calle y crezca. El hecho de ver tambalearse tus privilegios hará que te esfuerces más por mantenerlos. Una situación que para mí no es la ideal ni de lejos, pero sí la menos mala. Y ya es mucho.

lunes, 20 de junio de 2011

Gallinero de izquierdas

Lo que pasó ayer en Extremadura nos ha dejado a muchos con el paso cambiado. No es que no lo viéramos venir, pero una cosa es intuirlo y otra darte de bruces con la cruda realidad que, además, es de derechas. Resulta que los señores de Izquierda Unida, elegidos en las urnas por ciudadanos que votaron una opción progresista, han decidido entregarle el gobierno de la Comunidad Autónoma a los peperos, que ahora mismo estarán dando palmas con las orejas. Seguro que razones, haberlas, haylas, pero lo único que podemos exigirles a estas alturas es que no tengan la santa faz de pedirle al electorado que les vote cuando, acto seguido, corren a vivir una bonita historia de amor (o de sexo; calentón al fin y al cabo) justo con quien predica la ideología contraria. No es de recibo. Me imagino al señor Cayo Lara (por cierto, algo tendrá este hombre que le corren siempre a gorrazos allá donde vaya), mesándose los cabellos y musitando por las esquinas aquello de "vaya tropa, señor".
El ser de izquierdas es algo así como ser del Atlético de Madrid: sabes que estás predestinado al sufrimiento y, sin embargo, no puedes evitarlo. Sientes un placer casi masoquista en defender tu ideología, en posicionarte como singular y diferente. El problema de la gente de izquierdas es que, además, tienen criterio. Y llevan bastante mal esto de someterse a una autoridad que consideran no les representa en el todo o en las partes. Les gusta expresarse y ser escuchados. Eso por no hablar de las miles de corrientes que pueblan ese ente denominado izquierda y que pueden estar de acuerdo en lo básico, pero enfrentados a muerte y sufrimiento en los detalles.
Corren muy malos tiempos para el progresismo europeo. En épocas de crisis, el pueblo busca la protección del padre, y, al parecer, no hay padre más austero y cabal que un señorón de derechas, con cuajo y poltrona, que practique el ordeno y mando liberándonos así de la sagrada misión de pensar. Pero una cosa es que seamos conscientes de que esta panda tiene la sartén por el mango y otra que les bailemos el agua y juguemos al juego del consentimiento.
En el caso de Izquierda Unida, todos sabemos que la falta de liderazgo definitivo le ha hecho un flaco favor a la formación. Por la cabeza visible de la organización han pasado muy buenas personas con muy escasa entidad política. Y, claro, así no hay quien pueda aglutinar a unos miembros empeñados en ir cada uno por su lado. Esto de "me salto la disciplina de partido cuando me sale de ahí" no ha lugar. No obedeces tus designios, sino los de quienes te votaron. Y si rechazas el ideario de tu formación, haber militado en el Partido Pirata o en el que más prebendas te hubiera ofrecido.
Tampoco es extraño que, llegados a este punto, todos echemos de menos a Julio Anguita. Se equivocó en cosas y tomó decisiones bastante erradas, pero, visto lo visto, el suyo fue un ejercicio de coherencia social y política. Al final se cumplió aquello de "alguien vendrá que bueno te hará". Estoy segura de que, las implicaciones que conlleva la reivindicación de Anguita, lejos de halagar, están poniendo de los nervios hasta al propio interesado. Así no se puede.

sábado, 18 de junio de 2011

Segundas partes

Cuando una relación acaba puede hacerlo de dos modos: de mutuo acuerdo, lo más deseable, o por decisión de una de las partes. En este último caso, la parte que decide cortar (A) reanuda su vida liberada y feliz mientras que la parte abandonada (B) comienza una existencia errática anclada en el sufrimiento, en la culpa y en el resentimiento.
A recupera rápido la ilusión, una ilusión que siente le pertenece por derecho aunque haya sido construida sobre el dolor de quien hasta ese momento ocupaba su corazón. B no consigue recuperarse. No es capaz de aprovechar las oportunidades que le da la vida porque tiene miedo a sufrir y porque sabe que ninguna persona con la que se encuentre va a ser A, ni va a oler como A ni le va a tocar como A (probablemente esta actitud kamikaze cause mucho daño a quien se tope con él). No se da cuenta de que eso es precisamente la magia de los seres humanos, que todos somos distintos y podemos despertar en el otro resortes completamente opuestos. B, en su fuero intierno, se sigue sintiendo enamorado, pero el amor no es eso. El amor terminó con la relación. Lo que B busca es recuperar las emociones que un día sintió y ser la persona que fue y a la que contempla con mejores ojos que a aquel en el que se ha transformado. Se convierte en un yonkie emocional, siempre intentando revivir los sentimientos que experimentó y cuyo despertar atribuye a una sola persona. Imposible convencerle de lo equivocado de su teoría. No es capaz de entender que se ha anclado en una inmadurez emocional que no le está permitiendo salir adelante. Sí tiene razón en algo: es imposible olvidar a las personas que han pasado por nuestra vida, pero también es nuestra responsabilidad darles única y exclusivamente el lugar que merecen en cada momento. No hacerlo implica lanzarse a la deriva sentimental.
A es perfectamente consciente del precario estado en el que ha dejado a B y de que su recuperación jamás será total. Sabe que con solo chasquear los dedos, B correrá a su lado gozoso y feliz, intentando revivir tiempos que para él siempre fueron mejores. Y cuando el ego de A pasa por momentos bajos y necesita ser halagado, no lo duda: acude a B para que le recuerde que no hay nadie como él, que siempre estará allí, dispuesto a quererle y darlo todo por rememorar pasadas alegrías. Le dejará crer que él lleva la batuta cuando en realidad quien ha tomado las decisiones siempre ha sido A. Ambos se necesitan, aunque por diferentes motivos igual de egoístas. Y se vuelven a unir. Probablemente acepten rápidamente responsabilidades que los aten más de lo debido. Y más probablemente aún, A se vuelva a sentir encerrado, viviendo una vida que no le gusta junto a una persona a la que ya no ama. Pero aguantará, porque este segundo fracaso perjudicará su prestigio social y, sobre todo, por orgullo. Mientras tanto, B se dará cuenta de  que es imposible revivir el pasado, que las emociones no son las mismas, que ellos tampoco son los mismos, que está enjaulado en una existencia que ya solo le da placer físico y a veces tampoco. Que el amor no es eso. Valorará y lamentará las oportunidades que dejó escapar. Pero los dos aprietan los dientes y siguen hacia delante, buscando la dicha en otros lugares o actividades e intentando olvidar que no solo se están haciendo infelices a ellos mismos sino también a quienes les rodean y que madurar implica aceptar el pasado como fue, disfrutar del presente y confiar en que el futuro te depare la mejor de las sonrisas.
Sin embargo, sí creo que hay ocasiones en las que las segundas partes funcionan. Cuando ambos tienen la valentía de dar carpetazo a los suyo, aunque duela, y siguen hacia delante perdiéndose en otras vidas, otros cuerpos, otros sabores y otros lugares; emamorándose y desenamorándose; disfrutando y sufriendo junto a otros y construyendo su propia historia. En este caso, si sus caminos se vuelven a cruzar, se reconocen y entienden que se necesitan, liberados ya de lo que un día tuvieron, es totalmente legítimo que se vuelvan a unir y disfruten de esta segunda oportunidad que les da la vida. Pero lo que diferencia este caso del anterior es que los dos parten en igualdad de condiciones, no desde la base de que uno quiere y el otro se deja querer a ver qué pasa. Que uno decide cortar y volver mientras el otro se deja ir buscando únicamente ungüento para sus heridas. Y lo que acontece es más sufrimiento, más insatisfacción y mucho más rencor. Y ninguna historia de amor merce acabar con rencor.
Recuerdo ahora aquel poema tan ñoño de Wosdworth (corrían tiempos cursis) que lee Natalie Wood al final de la película Esplendor en la hierba, cuando se da cuenta al fin de que ya no puede revivir la relación que tuvo con el personaje de Warren Beatty. Este pequeño texto es una lección para todos aquellos que se enfrenten a una segunda parte:
Aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello, que me deslumbraba.
Aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores, no hay que afligirse.
Porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo.....

Dicho lo cual, cada uno tiene todo el derecho del mundo a buscar su felicidad como pueda y con quién pueda. Mi opinión es solo eso, una mera opinión que expongo a raíz de una conversación reciente. Pero ya todo el mundo sabe que las historias de amor no son precisamente mi fuerte y que no seré yo quien le diga nunca a nadie lo que tiene que hacer.



viernes, 17 de junio de 2011

Autoayuda

Lo confieso: nunca he acabado un libro de autoayuda. Voy a ser más sincera aún: jamás he leído un libro de autoayuda. Tal vez porque no me gusta que me digan cómo tengo que pensar y sobre todo que me lo cuente alguien a quien no me han presentado y de quien desconozco los meritos que atesora para impartir doctrina al margen de los apuntados en la solapa de su obra. Una cosa es acudir a terapia con un profesional cualificado que te dará las herramientas para encauzar tus problemas y otra muy distinta perderse en las estanterías de las librerías esperando encontrar en ellas el Santo Grial que encauce tu vida sin más referencia que un título de campanillas.
De hecho, no conozco a nadie que se haya convertido en rico después de leerse un manual de cómo hacerse ídem y tampoco me he topado con personas que rezumen felicidad tras empollarse sendos libros sobre cómo alcanzar la dicha. Hay quien hace suyas alguna de las frases contenidas en estos volúmenes de autoayuda y las suelta sin pudor en charlas de sobremesa, pero al margen de eso, insisto, jamás me he encontrado con alguien a quien una lectura así le haya cambiado la existencia.
Tal vez mi reticencia a entrar en contacto con tanta sabiduría se debe a que, en una ocasión, y ya ha llovido desde entonces, me crucé con un escritor que se había hecho rico con manuales de este tipo. El hombre estaba encantado de conocerse y en cierto modo asumía que había dado con la piedra filosofal casi de casualidad y que, si la gente tragaba, mejor para él. No había necesitado seguir ninguna de las premisas que defendía; tan solo aprovecharse de la ingenuidad de los demás. El conocer a alguien así (que, dicho sea de paso, sigue vendiendo libros a patadas) te hace desconfiar de todos los que comparten especialidad con él. Y no digo que entre ellos no haya gente muy válida y preparada, pero una es desconfiada por naturaleza y no lo puede evitar.
Mucho de lo que se dice en estos libros es de sentido común y sin duda le vendrá bien a quien tiene dicho sentido averiado. El resto, muchas veces, son conclusiones a las que podremos llegar nosotros mismos tras momentos de reflexión. Luego nos propondrán técnicas, métodos de relajación, formas de visualización.... No sé. Yo soy de lágrima fácil -ya lo he dicho más de una vez- y en alguna ocasión he probado un par de técnicas para no rozar el ridículo cuando la lagrimita amenaza con saltar. Imposible. Ya puedo bajar hombros, recrear la escena más bonita de mi infancia, ir hacia la luz... que si las circunstancias externas me superan, la lágrima fluye y el ridículo asoma sin pudor.
Una es que es más de sensaciones: lugares que me hacen sentir bien, otros que me agobian; personas con las que me encuentro muy a gusto y otras que me despiertan un profundo rechazo. Y puedo formar en mi cabeza mil frases de autoayuda y otros cuantos refranes populares que si algo o alguien me produce incomodidad me la seguirá produciendo aunque pierda la memoria.
Personalmente opino que, a pesar de que todos necesitemos en determinados momentos frases y pensamientos positivos, nosotros siempre seremos nuestra mejor fuente de autoayuda. Nosotros, los profesionales cualificados para ello y la gente que nos quiere bien. No hay como contarle un problema a un amigo que sabes que te aprecia para notar que, a lo mejor, el asunto no es tan grave. Tal vez no tengas la solución, pero el verbalizarlo con alguien consigue que la carga sea más llevadera. Del mismo modo, cuando la vida te juega la mala pasada de encontrarte con un (o una) jeta que aprovecha cualquier vehículo a su alcance para hacer efectiva su sagrada misión de fastidiarte, el dejar de mencionarle en las conversaciones, el intentar no pronunciar su nombre, hace que, poco a poco, desaparezca de tus pensamientos y puedan entrar otras gentes que lo merecen más. Es casi ley de vida.
Resumiendo: que a lo mejor algún día consigo abrir un libro de autoayuda y que no se me caiga de las manos tras el prólogo (si es así prometo promocionarlo en letras de neón). Es posible que también lo consiga con una novela rosa o una de vampiros. Pero, mientras tanto, seguiré profesando mi admiración a los filósofos clásicos y a los padres de la psicología y, sobre tod, a esas historias policiacas que tanto me gustan y donde corre la sangre. Siempre y cuando se trabajen la lógica, claro. Es curioso, pero conozco a muchas mujeres afines a este tipo de literatura mucho más que a esas novelas de amor y lujo que nos venden especialmente redactadas para nosotras. Quizás el crimen sea el verdadero género femenino. Vaya usted a saber...





jueves, 16 de junio de 2011

Aquí huele a muerto

Menudo lío se traen las autoridades competentes con el dilema de retirar o no los restos de Franco del Valle de los Caídos y dónde depositarlos. Al parecer se ha nombrado hasta una comisión para encargarse del caso sin herir susceptibilidades (hay que ver lo mucho que nos gusta en este país crear comisiones y subcomisiones para todo). Por lo que me ha parecido entender, en dicha comisión está todo quisque menos los principales interesados, que supongo será la familia del finado. Suena raro, la verdad.
Debo decir que a mí el Valle de los Caídos me parece horroroso en su construcción y en su simbología. Es el culmen de una época de ingrato recuerdo que poca gracia puede hacer a mujeres y hombres de bien. Pero hay que recordar que bajo sus piedras no descansan solo los restos mortales del caudillo y amigos, sino también un montón de muertos anónimos -de uno y otro bando- que lucharon en vida durante la guerra civil culpable de partir España en dos. Es importante tener en cuenta que esta cripta funeraria representa lo peor de nuestra historia reciente e incluso del carácter español, tan proclive a dividir el mundo entre amigos y enemigos.
Es difícil calibrar si una edificación así debería desaparecer por mucho que a algunos nos gustara ponerla del revés. Existe el dicho que afirma que los pueblos empeñados en olvidar su propia historia están condenados a repetirla pero, por otro lado, un mauseleo perpetuo a mayor gloria de inquinas y odios nos hace un flaco favor a todos los que miramos hacia atrás con horror. Respecto a Franco, el traslado de sus restos es un debate que siempre se ha dado con dictadores e incluso figuras políticas y revolucionarias de primer orden. Imagino que por un lado está la labor de retirar los símbolos franquistas y, por otro, intentar que el lugar de peregrinación no sea tal. Lo primero se está consiguiendo ya; lo segundo, lo veo más difícil.
Uno de los motivos que dio Obama para no mostrar ni enterrar el cadáver de Bin Laden era, por una parte, evitar que su imagen muerto se conviertiera en icónica y, por otra, conseguir que sus seguidores no tuvieran una tumba a la que peregrinar. Algo parecido hizo Yuir Andropov, jefe de la KGB, con el cadáver de Hitler cuando éste llegó a su poder: ordenó quemar sus restos y esparcir las cenizas por el río Biederitz para que no existiera sepultura a la que rendir pleitesía. Objetivo conseguido de no ser porque, sin restos que adorar, se extendió el rumor de que el dictador estaba vivio y campando a sus anchas por algún país sudamericano. La imaginación popular tiene estos efectos secundarios.
De los últimos dictadores por todos conocidos, el único que ocupa hueco en el cementerio es Sadam Huseín, enterrado en su ciudad natal de Ajwa. Su sepultura recibe visitas a diario que se incrementan en fechas elegidas, como cumpleaños y aniversario de su muerte. Algo que los estadounidenses, quemados por tanto jolgorio y devoción, no quisieron repetir en el caso de Bin Laden.
El otro día vi una pegatina en un bar. Aparecía Franco en uniforme de gala acompañado de la leyenda "joderos, conmigo si podríais fumar". Es penoso que todavía haya quien predique aquello de que "con Franco vivíamos mejor". Según quienes, diría yo. Pero no entremos en polémicas. Personalmente opino que si, en su día, la decisión de dónde enterrar a Franco fue un asunto de Estado, ahora mismo, desprovista su figura de todos los honores y méritos de salvador de la patria, adquiere un cariz de affaire privado. Si su familia no mantiene ni costea su tumba actual, que busque otra. ¿Necesita asesores? No problem: tiremos de erario público y creemos comisiones hasta para decidir el color de la lápida. Todo menos incinerar sus restos y tirarlos al mar o esparcirlos por los bosques gallegos de su infancia. Demasiado tarde. Pero, ojo, porque darle tanta importancia al asunto y convertirlo en un debate esencial hará que determinadas figuras se crezcan y se unan como un solo hombre en defensa del Caudillo. Y todos, no solo Franco, queremos descansar en paz.
Para quitarle hierro al asunto, os recomiendo el libro Tres días en el valle, del director y escritor Javier Fesser. El autor cuenta, con mucha sorna, sus jornadas de retiro espiritual en el Valle de los Caídos mientras preparaba el guión de una película. Descacharrante.

miércoles, 15 de junio de 2011

Público y privado

A pesar de que Alberto Ruíz Gallardón no sea, ni de lejos, una de mis personas favoritas sobre la faz de la tierra, lo que aconteció días pasados en los aledaños de su casa me parece de vergüenza ajena. Eso de acosar a una personalidad pública cuando realiza una actividad estrictamente privada (pasear al perro en este caso) no es de recibo. Soy capaz de empatizar con las reinvindicaciones de la protesta, imagino que a participantes y organizadores del Orgullo Gay no les ha hecho mucha gracia, por no decir ninguna, que el consistorio les haya privado de su lugar mítico de festejos, pero les han perdido las formas. Y cuanco las formas se van por el desagüe, se desvirtúa el fondo.
Somos muy dados a creer que podemos dar la brasa a cualquiera, sea quien sea y haga lo que haga. Pero existen unos límites. A nadie le despertaría simpatía que su ex pareja se plantara en su trabajo contando intimidades de cama. No ha lugar. Pero sí nos parece adecuado asaltar por la calle a cualquier personalidad pública contándole nuestras cuitas o interesándonos por las suyas. Sin embargo, no nos damos cuenta de que semejante intento de satisfacer la curiosidad se puede interpretar como acoso. Y el acoso, cuando además es practicado por un grupo orquestado, imagino que puede estar hasta penado por la legislación.
Normalmente, la gente popular aguanta este tipo de intromisiones con estoicismo... hasta que siente amenazada su integridad física o la de los suyos. Ahí entra ya en juego el pánico y lo irracional. En el caso de los políticos todos, como ciudadanos de a pie, tenemos derecho a exigirles que cumplan su parte del trato; para eso los hemos elegido. Y con dicho fin se han habilitado cauces legales. ¿Que aún así se los pasan por el arco del triunfo? Seguro que hay formas mucho más ingeniosas y prácticas de llevar a cabo las protestas.
En España nos gusta mucho cotillear lo que hace el vecino. Tal vez por eso tendemos a creer que todas las vidas nos pertenecen y que podemos entrar a saco en las relaciones de los demás, sea con su pareja, amigos o con el medio. Y lo peor es que muchas veces lo conseguimos. ¿Algo bueno de todo esto? Que también somos más laxos en materia moral. Estamos tan acostumbrados a juzgar, que hay cosas que ya no nos sorprenden. Lo que verdaderamente nos deja anonadados es que, por ejemplo, en EE.UU. se descubra que un congresista es gay y, con ello, se de carpetazo a su carrera. Si alguien es buen gestor, lo que haga en su casa (siempre y cuando no sea constitutivo de delito) es totalmente futil. Otro asunto sería que el personaje estuviera tan distraído por asuntos íntimos que fuera incapaz de hacer su trabajo con responsabilidad, pero si esto no ocurre, allá él. A mí, personalmente, me da exactamente igual que un político tenga una amante -siempre que ambos consientan-, se fume un canuto de vez en cuando o toque la zambomba en sus ratos libres. Mientras ponga toda la energía de la que sea capaz en desempeñar bien su labor, por mí que haga lo que le salga de donde le tenga que salir. También es cierto que no se me ocurriría colarme en su casa por el balcón para protestar por la subida del recibo del agua. A lo mejor le monto una cacerolada delante de su despacho o empapelo su barrio con su jeta menos favorecedora, pero no invado su espacio íntimo.
Me chirría que el puñado de exaltados que siguieron a Gallardón el otro día no ejerzan el respeto que tanto predican. Estoy de acuerdo en que es una faena que no puedan celebrar sus fiestas en la mítica plaza de Chueca, pero el acuerdo pasa primero por la negociación con los vecinos; esos mismos que se quejaron ante el ayuntamiento por los ruídos y otras movidas nocturnas. A lo mejor soy una ingenua y creo que todo se puede dialogar. Y por muy mal que me caiga el señor Gallardón, no me parece digno asediarle cuando pasea con su mujer y su perro, sobre todo porque, a lo mejor, estos dos bastante tienen ya con convivir con él.

martes, 14 de junio de 2011

Bully

No, no me he equivocado y he puesto una "y" donde debería ir una "i". Porque al restaurante El Bulli de Ferrán Adriá no he ido y está claro que no iré, así que paso palabra. Yo lo que pretendo es rendir un sentido homenaje a la Bully, esa furgoneta de nuestros amores, tan hippy y pinturera que se hizo famosa como vehículo icónico allá por los sesenta.
La verdad es que ver una Bully me da subidón. Tal vez porque me recuerda a una época que no llegué a vivir y, por lo tanto, de la que no puedo catar sus sinsabores que seguro hubo. Para mí representa una revolución de paz y amor, un sentido de la libertad casi perdido y unas ganas de vivir que ya lo quisiera más de uno en los días de fiesta.
Sin embargo, antes de eso, la Bully era un reclamo de clase alta. En cuanto dio el salto de Europa a Estados Unidos se convirtió en la mascota de los hijos de papá californianos, esa panda de rubiales surferos que surcaban las olas en la playa de Santa Mónica. Ellos fueron quienes verdaderamente la convirtieron en símbolo. Luego, con el movimiento hippy, llegó el reciclaje: de los niños y de su furgo. Al grito de tonto el último, los surferos se reciclaron en melenudos que predicaban las excelencias del movimiento antiguerra y las comunas. Es fácil imaginarse a aquellas bandas de desarrapados (no lo digo yo, que se ve en las fotos, ¿eh?) embutidos en la Bully con sus guitarras, sus hierbas y sus colocones varios. Ellos fueron los que transformaron un serio vehículo alemán en una alegría para el cuerpo: flores, colores y más flores. El templo de la felicidad.
Hoy la Bully es toda una filosofía de vida: tenerla implica gusto por los viajes, por la vida al aire libre, por ejercer la libertad propia y respetar la del otro. Una especie de doctrina antisistema familiar. Hay que tener mucho cariño a este viejo vehículo para sacarla a pasear sabiendo que tardarás una hora en recorrer veinte kilómetros, que la dirección asistida brilla por su ausencia y que va muy lenta de frenos. Pero el amor es lo que tiene y uno no deja de sacar su furgo a la calle igual que no deja de pasear con su pareja por mucho que la hayan cambiado los achaques. Carretera y manta.
Ahora Volkswagen pretende sacar una nueva Bully. En realidad no es ella, sino él. Un monovolumen al que así, foto de prototipo en mano, me lo imagino como coche ideal para ama de casa con posibles camino del super. Y no, no es lo mismo. Aunque supongo una vuelta a los orígenes porque en realidad, la que todos conocemos nació también como vehículo de compañía de pijos y aledaños.
Dicen que este nuevo invento llegará en 2015. Estaremos atentos para ver cómo lo tunean y customizan las generaciones venideras. La Bully se merece seguir siendo un símbolo. Nunca habrá otra como ella.

La Bully tal y como la conocemos

El nuevo Bully

lunes, 13 de junio de 2011

Ganan los buenos

A todos nos conmueve ese afán solidario que muestran los ricos y famosos. George Clooney echando los restos por Darfur, Angelina llorando lo que no está escrito cada vez que pisa una aldea africana, Bill Gates donando sacas de dólares para vacunas y otras medicinas.... Un ejemplo a seguir y una llamada para que nosotros, gente de a pie, hurguemos en nuestro interior y nos encontremos la vena de la sensibilidad ajena, que seguro la tenemos.
Pero hete aquí que el otro día, leyendo una revista, me encuentro con un personaje llamado Trevor Neilson. Este hombre se ha labrado una fortuna nada despreciable ejerciendo de algo denominado "consejero filantrópico". Como una es bastante lerda a la hora de enfrentarse a nuevas profesiones, seguí leyendo el artículo de marras. Resulta que este buen hombre fue el que puso en contacto a Bono y Bill Gates para que el rey de Microsoft limpiara su depauperada imagen de dictador tecnológico y se implicara en otros asuntos que lo volvieran un poco más humano. Dicho y hecho, Gates y familia comenzaron a involucrarse en la lucha contra el sida en África y desde entonces van camino de la santidad.
Otra que tal baila, Angelina Jolie, pasó por un proceso parecido. Al parecer, a la chica le empezaba a chirriar esa imagen de mantis devoradora y buscaba ganarse el cielo. Dicho y hecho, Trevor dio unos consejitos aquí y allá y surgió la Jolie tal y como la conocemos: mártir y beata.
Me parece muy bien que haya quien te anime a ir por la senda de los justos. Como ejemplo, ahí está la religión dándote la matraca con lo de ayudar al prójimo y arrimar el hombro con el doliente. Lógicamente, es iluso creer que no existen listos laicos que hagan lo propio. Lo que no me cuadra es que realicen tan altruista labor a través de empresas multimillonarias y que la razón última sea el lavado de cara. No digo que a posteriori los famosos le pillen el gustillo al asunto y continúen ejerciendo de benefactores por méritos (y deseos) propios, pero yo me quedo con el paso cambiado. A lo mejor es porque soy demasiado simple y todavía estoy convencida que hay a quien la bondad le fluye de forma natural.
Dice Trevor Nielsen -entre sus clientes están también Demi Moore o Shakira- que contratarle a él sale por un pico. Imagino al asesor fiscal de la estrella de turno haciendo cuentas para cuadrar el monto de Nielsen y las donaciones a troche y moche. E intuyo también que la desgravación de tanta generosidad no debe de ser baladí.
La empresa de Nielsen se ha empeñado en captar a todo el que tenga una cuenta corriente de muchos ceros. Lo conseguirá. Así que pensemos en positivo: a pesar de todos los intereses que hayan surgido alrededor del chollo solidario, lo importante es que el dinero llegue a quien tiene que llegar. El resto no deja de ser un puñado de buenos consejos.

Demi, Neilson y Ashton Kutcher en la presentación de la campaña orquestada por la pareja contra la prostitución infantil.

domingo, 12 de junio de 2011

Volver a casa

Todos sentimos un placer singular cuando retornamos a nuestros origen. Es ese momento en el que los sentidos entran en alerta para recuperar olores, sabores... sensaciones perdidas en algún lugar de nuestra memoria y que reviven con el fin de hacernos sentir bien, seguros y en paz con nosotros mismos. Volver a los lugares de nuestra infancia resulta terapéutico cuando queremos recuperarnos de decepciones, desamores y desencuentros. Es el lugar donde se nos permite ser débiles, llorar, reír y volver a sentir que una vez fuimos la persona que ya no somos y que, inevitablemente, añoramos. No es que antes hubiéramos sido seres humanos excepcionales, pero nuestra memoria nos suele jugar sucio y hacernos creer que todo lo pasado fue siempre mejor. Y nosotros, más.
Si los que hemos tomado decisiones conscientes, sin la obligación impuesta de dejar el terruño, tenemos esos momentos en que nos abanadonamos en los brazos  de la nostalgia, no puedo imaginar el cóctel de sensaciones al que se enfrentan quienes se han visto empujados a emigrar. Yo vengo de una estirpe de emigrantes y siempre me fascinó el toque de aventura que albergaba semenjante empresa. Con el tiempo me he dado cuenta de que la experiencia encerraba también miedo y frustración. Me resisto a imaginar el momento en que alguien decide que no le queda más remedio que abandonarlo todo si pretende sobrevivir, el terror a lo desconocido, el miedo al fracaso.... Luego el esfuerzo tendrá éxito o no, pero semejante decisión vital se verá, sí o sí, empañada de nostalgia. Quien se va por obligación intenta volver por devoción, aunque solo sea para demostrar que la jugada salió bien, que la decisión fue acertada. Más que alardear ante los ajenos es un intento de autoafirmación propia, un tratar de convencerse de que has elegido tu destino y no que el destino te eligió a ti. Y siempre con la añoranza de los lugares y la gente que te quiso y a quien quisiste. Algo que no te sobreviene de joven, porque entonces todo es adrelanina; pero que imagino se transforma en hondo pesar con la edad.
Leía el otro día que alrededor de un 40% de los jóvenes españoles se verá obligado a fraguarse el futuro en otro país durante los próximos años. Es triste que una nación autodenominada moderna consienta perder semejante capital humano. Ese sí es un fracaso. Imagino la impotencia que debe de sentir uno cuando no se le permite cumplir sus sueños en el lugar donde le prometieron lo más grande. Puedo vaticinar la nostalgia, la morriña y la ansiedad por volver a casa que sobrevendrá a los que harán su vida en otros lares y pienso que no es justo, por mucha aldea global en la que vivamos y lo fácil que resulte tomar un avión. Muy mal estamos haciendo las cosas cuando prescindimos de nuestra mayor riqueza: la gente. Irse por gusto está bien; por imposición es un error político, económico y social. Simplemente indignante.

P.D.: Me ha conmovido la marcha de mexicanos hacia Ciudad Juárez encabezada por el poeta Javier Sicilia. Hartos de muertes e impunidad, piden que acabe esta guerra infecta y sugieren que el presidente Calderón sea sometido a juicio político. No es mala idea.

viernes, 10 de junio de 2011

Victoria

Hoy había varias noticias que comentar: la caída de la cúpula española de Anonymous (la policía lo ha comunicado vía twitter; qué modernos somos), la subida del tipo de interés en la zona euro (Merkel se está ganando el cielo)... y sin embargo he decidido que voy a centrarme en una chorrada. Chorrada en la forma, que no en el fondo. Al parecer, Victoria Beckham, tan pinturera ella, ha declarado "ser madre trabajadora es duro" y se ha quedado tan ancha. Vamos, que no se le ha movido ni una extensión. Lógicamente, la pija hablaba por experiencia propia, porque como madre de tres hijos y un cuarto en camino, y, además, diseñadora de moda, se ve que no le llegan las horas para desarrollar su vocación de ama de casa con delatantal fashion. Ya imagino a la pobre, sufriendo por no poder limpiar los baldosines de sus cuartos de baño con Cristasol... Un sinvivir.
Daría risa si no sonrojara tanto. Es aberrante que alguien que tiene el dinero suficente para pagar ayudantes, camareras, mayordomos, cocineros, chóferes, niñeras etc., se queje de que lo difícil que es conciliar. Lo verdaderamente jodido, con perdón, es trabajar de 8:00 a 8:00, vivir en un ay pendiente de que tus hijos no se pongan enfermos porque no podrías atenderlos, llegar a casa y preparar cenas y baños, tener tiempo para los demás y nunca para una misma, no poder permitirte el lujazo de contratar una canguro, etc. A ello hay que añadir que no a todas las madres les espera David Beckham cuando llegan a casa hartas de la vida. Aunque, tras las jornadas maratonianas, a muchas no les quedarían fuerzas ni para arreglarle el tupé.
Se ve que a la Beckham le sobra desparpajo y le falta humildad. Imagino que con declaraciones de esta ralea intenta dotar de profundidad a una personalidad a la que parece faltarle un hervor. Es lo que tiene vivir en el mundo irreal: uno se acostumbra al oropel y piensa que lo normal es el lujo y el glamour. Y los que no disfrutamos de semejantes parabienes, lo tenemos bien merecido, por ser tan lerdos. Y, sobre todo, lerdas.
No envidio la vida de Victoria. Ni sus casas, ni sus amigos, ni a su marido. Quizás porque bastante tengo con vivir la mía. Tampoco imagino lo que puede ser entrar en un debate dialéctico con esta persona. Enriquecedor, lo dudo. No se puede ir por la vida de sobrada soltando memeces y luego quejarte de que se ríen de ti. Con lo mona que está callada y con tocado... Desde mi modesta ventanilla de atención al internauta, yo le recomendaría que destinara los beneficios de su última colección a fundar una ONG que ayudara a las madres del mundo a conciliar: personal gratis para atender a los niños y dejar que sus mamás se dedicaran a diseñar, a cantar, a ir al fútbol o a salir de compras con Katie Holmes. A lo mejor lo probamos y nos damos cuentas de que, efectivamente, Ms Beckham lleva una vida de mierda. Como la de cualquier madre de vecino.

jueves, 9 de junio de 2011

Dignidad gay

Con todo este lío montado alrededor de la E.coli, casi se nos pasa por alto otra noticia made in Germany digna de ser paseada por las mejores plazas: científicos alemanes han encontrado la cura a la homosexualidad. Sí, señores y señoras, otra vez. A estas alturas ya no me sorprende que alguien encuentre la solución a tanto desmadre sexual al que, al parecer, la peble vive entregada; lo que verdaderamente me tiene anonadada es que haya un estamento, público o no, que dedique recursos humanos y económicos a buscarla. Puestos a pasar el rato, que intenten solventar conflictos tan graves como el tener los ojos azules, ser ateo, o que tu madre no le pille el punto a la tortilla de patatas. Sugerencias trascendentales donde las haya.
Buscar la cura a la homosexualidad es un despropósito en sí mismo. Para empezar, no se trata una enfermedad y, para continuar, el identificarla como algo negativo y digno de rechazo provoca inseguridad en los más jóvenes, dando por supuesto que están ante algo rematadamente diabólico. Me imagino que, después de todo, éste es el fin que justifica tanto derroche de medios, ¿no, señores científicos alemanes?
Dejémonos ya de gaitas. Hay cosas que son así y basta. Cuando te atrae alguien, sea del sexo que sea, te atrae y no puedes remediarlo. Estás vendido. Pueden sucederse mil acontecimientos en tu vida que esa atracción seguirá ahí, agazapada, esperando manifestarse en cuanto le dejes medio hueco. Y si luchas contra ella lo único que conseguirás será amargarte tú y, con un poco de mala suerte, también a los que tienes al lado. Pero, al margen de nuestras inclinaciones sexuales, todos tenemos personalidades completamente diferentes, forjadas a lo largo de años de educación y convivencia social, y frente a las que no puedes rebelarte. Si tu mente se inclina hacia la matemática, podrás dedicarte a escribir sonetos que en tu vida siempre acabará imperando la lógica. Pongamos empeño en que nos guste el color rojo, los gatos persas o la lombarda, que si algo en nuestro interior se esmera en llevar la contraria, no habrá forma de que el afecto cuele.
Me fascina la tabarra que da la ética religiosa para conducirnos por un camino preconcebido del que no vale disentir. No me refiero a una religión en concreto sino a la mayoría en su conjunto. En realidad, el propósito de todos los supuestos grupos de poder es el mismo: controlar y orientar el pensamiento con vistas a someter a las masas. Pero hay cosas que se escapan de las manos. En el affaire alemán que me ocupa, los protagonistas son médicos católicos. Me da igual que hubieran sido episcopalianos o presbiterianos. El caso es que ellos mismos han visto entre sus huestes hombres y mujeres torturados por una homosexualidad oculta y no se han conmovido lo más mínimo. Muy al contrario, han incidido en el sentimiento de culpa y en el pecado. Es deleznable predicar con la caridad hacia al prójimo cuando eres incapaz de practicarla con quien tienes al lado.
Creo que hay determinados colectivos que viven sintiéndose avasallados por la libertad del de enfrente. No soportan que los demás pensemos de motu propio. A ellos habría que decirles aquello de "no nos mires, únete". Reflexiona por ti mismo, vive tu vida y deja que el vecino viva la suya. Y a las sesudas instituciones científicas, por favor, dediquen esfuerzos a asuntos de más enjundia. Entérense de una vez por todas que el reconocimiento y aceptación de la homosexualidad no es un problema; es una solución. No se trata de orgullo, sino de dignidad.

miércoles, 8 de junio de 2011

A dieta

Para empezar tengo que decir que no conozco a nadie que se sienta al 100% feliz con su cuerpo. Incluso pienso que nos gustan más los cuerpos ajenos que los propios y que, por supuesto, les vemos muchos menos defectos. Según esta extravagante regla, nos juzgamos a nosotros mismos conforme a la opinión que creemos atisbar en los ojos de los demás, opinión que, muchas veces, ni es la correcta ni se le parece.
El resultado de todo ello es que no nos sentimos cómodos y siempre consideramos que hay algo de nuestra anatomía que se puede mejorar o, directamente, cambiar. Ahí es donde entran en juego nuestras amigas las dietas. Vaya por delante que yo no soy muy partidaria de los regímenes a saco: creo que uno obtiene mayores beneficios practicando deporte y comiendo con moderación. Y ni el deporte ni la moderación tienen que ser genéricos; todo quisque necesita ejercitar la ley acierto-error hasta encontrar la combinación adecuada.
Lo que personalmente asumo es que nadie puede ser algo que no es. Yo, por mucho que lo intente, no conseguiría jamás mutar en Jennifer Aniston (tampoco lo pretendo). Para empezar, no tengo su presión mediática, ni su cuenta corriente para dilapidarla en retoques varios, ni puedo contratar un cocinero que me haga unos menús que me dejen como una mantis ni mucho menos un entranador personal cachas y pintón. Y, por supuesto, a mí Brad Pitt no me miraría a la cara (ni al culo) aunque fuésemos los dos únicos pasajeros en un autobús cruzando la Patagonia. Hay que ser realistas.
Me decían el otro día que estaba muy de moda la dieta Dukan. Mi ignorancia en este tema es supina y quiero seguir viviendo en ella. No sé ni de qué va, ni cuáles son sus efectos, ni su manera de actuar; de hecho, como diría Merkel, me importa un pepino. Nos han publicitado tantas y tan variadas (la dieta disociada, la de la alcachofa, la proteíca...) que ya me parecen todas iguales. Lo único que saco en claro de todo este batiburrillo es que a veces nos ponemos a dieta por pura insatisfacción, porque no podemos más con la vida. Es una mezcla entre autoflagelación y subidón en la que manda mucho la convicción autoimpuesta de que una cintura más fina conseguirá que levantemos pasiones. Nosotros, que bastante tenemos con levantarnos de la cama cada mañana...
Nadie puede evitar que, en determinados momentos de la vida y por motivos de salud, nuestra alimentación se vea sometida a un estricto régimen. Pero la mayor parte del tiempo hacemos lo mismo solo porque nuestro subconsciente lo considera una obligación para ser aceptados en sociedad. Creemos que debemos tener los cuerpos que vemos en los medios y que algunos de sus popes, con bastante mala leche por cierto, nos obligan a admirar. Sin embargo, luego nos paseamos por playas y piscinas y comprobamos que nosotros no somos perfectos, pero el de al lado menos. ¿Y para eso tanto penar en este vía crucis delante de pastelerías y colmados?
El cuerpo humano está desaprovechado. Genéticamente ha sido programado para llevar una vida activa y ahí lo tenemos, vegetando y experimentando alegrías cada dos años como mucho, cuando sobreviene ese día tonto en el que nuestra conciencia nos obliga a utilizar las escaleras en lugar del ascensor. Contaba Guillermo Fesser en su libro, A cien millas de Manhattan, la anécdota de un equipo de atletismo estadounidense cuyo entrenador descubrió que alcanzaban mejores marcas cuando corrían descalzos. Sin artificios ni colorantes. Solo por el placer de correr. Tenemos pies y piernas para batir records (y no me refiero al número de veces que somos capaces de cruzarlas y descruzarlas por minuto). Saquémosles partido y nos sentiremos mejor: liberaremos endorfinas para que, de paso, nuestra silueta lo agradezca.
El que disfrute con el autosacrificio dietético por motivos al margen de los estrictamente saludables, allá él. Personalmente, pienso que sabemos perfectamente lo que nos sienta bien y lo que no, lo que supone un exceso y un defecto. La virtud, como todo, está en el equilibrio, no en la tiranía de los extraños.


martes, 7 de junio de 2011

Y ganó Humala

Ya tenemos campeón a los puntos en las elecciones de Perú, por mucho que le duela a la bolsa limeña, que menudo batacazo se ha pegado. A partir de ahora, la situación política del país andino promete ser la caña: a un lado del ring, Keiko Fuimori, la hija de su padre, perdedora por décimas; y al otro, Ollanta Humala, el ex amigo de Chavez y ahora de Lula o viceversa.
Ninguno de los dos tiene un pasado de los que pueda estar orgulloso. A Keiko la precedía su labor de Primera Dama en uno de los mandatos más corruptos de la historia reciente; Ollanta arrastraba fama de golpista y oportunista. Pero las urnas han hablado y, de paso, separado el país en dos facciones que, ahora mismo, parecen irreconciliables: team Fujimori vs. team Humala.
Un país como Perú, lastrado por conflictos sociales que parecen de difícil solución, con un historial de malos gobiernos, generales que se hacen fuertes en la selva, comunidades empobrecidas y una economía sometida a los vaivenes de las infames decisiones políticas se postula, a priori, como difícil de gobernar. El bipartidismo al que han llegado ha obligado a la población a decantarse por uno u otro (los intelectuales hacia Ollanta, la farándula con Keiko y así hasta el infinito) viendo solo las virtudes del propio y las miserias del contrario. Seguro que a más de uno le suena esta situación.
Tras observar cómo se manejan las campañas políticas por aquellos lares, algo queda claro: todos quieren ser Lula. Pasamos del ídolo Chavez al icono brasileño en un tris, como quien cambia de marca de cerveza. Hasta Evo Morales recula en los últimos tiempos, no vaya a ser que le lluevan más palos de los que ya le han caído. De todos es sabido la admiración que Humala sentía por el mandatario venezolano. En cierto modo se entiende: una continente tan dado a las revoluciones es proclive a seguir al caudillo. El problema es que estos movimientos políticos empiezan bien y acaban fatal, con el adalid de izquierdas convertido en un dictador fascista y autista. Además, hay que calibrar lo que pensará de nosotros la comunidad internacional, poco afecta a pasar por alto las malas compañías.
Descartado Chavez, el que mola es Lula. No voy a entrar en lo bueno y lo malo de su mandato, que sin duda hubo de todo. Lo que perdura, además de su gestión, es que el pueblo le pidió aquello de "no nos falles" y el hombre hizo lo posible por cumplirlo. Un asunto que, en los tiempos que tocan, no es baladí. Otro mérito que lo destaca entre los profanos en la materia es que no ha pretendido eternizarse en el poder aunque haya colocado de rondón a su favorita. Pecado perdonable teniendo los vecinos que tiene, que empiezan siendo demócratas y acaban convertidos en reyezuelos.
El señor Ollanta se llevó con él a un asesor brasileño para que le dejara la campaña alicatada. Tampoco es que haya hecho milagros, porque los resultados fueron tan apretados que habría que recurrir a la photo finish. Por lo menos, la ascendencia brasileña ha conseguido que la comunidad internacional lo mire con benevolencia. Otro gallo cantaría si la afortunada en esta lotería política hubiera sido Keiko. Menuda cara se nos hubiera quedado a los no peruanos con la llegada de otra Fujimori al poder.
Me fascina la política Iberoamericana y lo que ha ocurrido en Perú tiene más miga de las que nos creemos. ¡Y la que tendrá! Por mi parte, de aquí a septiembre asumo otra labor pendiente: actualizar mis conocimientos sobre Argentina, bucear en sus años oscuros, el surgimiento de Los Montoneros y un par de cosas más que llevo apuntadas en la agenda. Y que la señora Kirchner no nos de ningún disgusto antes de que yo les haga una visita.

lunes, 6 de junio de 2011

El juego del camaleón

Hace años, mi mejor amiga y yo sosteníamos idéntico dilema sin resolución. Ni ella ni yo sabíamos a qué grupo adscribirnos. No éramos pijas, no éramos macarras, tampoco carcas.... Solo podíamos definirnos como "gente normal". Esta no adhesión a ningún bando nos despertaba cierta desazón, una especie de falta de identidad al considerar que no había colectivo alguno que representara lo que éramos o cómo nos sentíamos. Nos veíamos como los niños en el colegio cuando no logran integrarse en ninguna pandilla. La sensación ha pervivido desde entonces, aunque reconozco que en el camino me he topado con gente como yo, lo que llamaría personas normales, vamos. Pero coexistiendo con mi especie también he encontrado a otras criaturas que no dejan de asombrarme: los camaleones.
Reconozco que siempre se me ha dado fatal ir de pelota y que otro gallo me cantaría si hubiera sido más afecta al halago fácil y al elogio superficial. Pero si algo o alguien no me gusta, ya puede hacer el pino con las orejas que mi no afecto va a seguir ahí, inasequible al desaliento. Es algo intrínseco a mi personalidad y tengo que vivir con ello, qué se le va a hacer. Tal vez por eso me llaman tanto la atención esas gentes capaces de mudar de piel y hasta de ideología según el grupo en el que se encuentren. Si se colocan a tu vera no habrá nadie más parecido a ti, hasta el punto de que habrás creído encontrar tu alma gemela. Claro que, al rato, los ves en el bando contrario fundiéndose con la masa y haciendo suyos criterios diametralmente opuestos a los tuyos. Les observas reír chistes sin gracia y no puedes evitar pensar cuál será su yo verdadero o si lo hay.
Para algunos, esta forma de ser es una ventaja. A mí no me convence. Nunca sabes si la persona que se dirige a ti es la real o no. Reconozco que constituye una cualidad muy valorada en la clase política, pero verla en personas de a pie me produce cierta inquietud. En lo que sí me quito el sombrero es en el trabajo de campo que realizan los camaleones: observan, escuchan y se acercan a ti cuando están seguros de que se encuentran en posición de decirte lo que quieres oír. No llevan la voz cantante, no se implican, no te hacen la pelota directamente... pero te cuentan justo lo que quieres escuchar. Y tú, claro, en la gloria.
El problema de los camaleones es que es complicado mantener tantas ficciones durante mucho tiempo y es fácil pillarles con el paso cambiadao. Cuando ves su verdadero rostro te das cuenta de que, de todos los que habías podido intuir, era el que menos te gustaba. El golpe es duro, pero al fin reparas en que hay otros muchos "animales de compañía" más amables y leales.
El ser "normal" tiene esas cosas, que no entiendes a la gente que cambia de pelaje según el tiempo y el entorno. Los de Gran Hermano soltarían aquello de "eres un falso" y se quedarían tan anchos. Yo no los definiría como falsos porque está en su naturaleza (bastante tienen con reírles las gracias a los diferentes bandos y caracteres con los que se topan; un trabajazo) pero sí como poco auténticos. Y las personas poco auténticas acaban quemándote.
El otro día tuiteé (qué verbo tan florido) una frase que me salió del alma al pensar en una colega que, como tantas otras cosas en mi vida, me causa cierto desasosiego. No sé por qué, pero cada vez que hablo bien de alguien o dirijo palabras amables al aire, piensa que estoy elocubrando sobre ella y nada más lejos de la realidad. En su caso, tiene todos los números para convertirse en una camaleona de libro. Está aprendiendo, pero camina por la senda correcta. En fin, que ahí dejo la frase: "Si vas por la vida de mascota de Paris Hilton, no te quejes cuando te tiñan el culo de rosa". Bonita de verdad.


domingo, 5 de junio de 2011

Predator

Quien dijo aquello de que "la política hace extraños compañeros de cama" no suponía lo acertado que estaba. La cuestionable erótica del poder se convierte muchas veces en unidireccional y el que se cree un regalo de Dios tiende a pensar que todo lo que se mueve va a caer bajo su hechizo, sea humano, animal o cosa. Lo que ciertos políticos no logran entender es que pierden mucho en el cuerpo a cuerpo y no todos estamos dispuestos ni tenemos el estómago preparado para deshacernos de gusto ante el maravilloso encanto de ególatras, abusones y chabacanos varios.
Recientemente nos han contado como Dominique Strauss-Kahn, el hombre que maneja los dineros del mundo, intentaba trajinarse a una camarera de hotel simplemente por el hecho de ser él mismo con su mecanismo. Nada de proceso de seducción, flores, poemas e invitación a tomarse un kebah seguido de botellón. Para qué, si uno vale su peso en oro. Se ve que a este hombre le basta con su sola presencia para dejar a la población femenina muerta de amor y henchida de placer. El problema es que las mujeres hemos entendido que el derecho de pernada se extinguió hace siglos y no somos ni tan tontas ni tan manejables. Si caemos, lo hacemos con honores, en una relación de tú a tú (yo te doy, tú me das), no de esclavitud impuesta. O al menos eso espero.
Antes del affaire DSK, teníamos el glorioso ejemplo de Berlusconi, "el amigo de las niñas". Desde que dijo aquello de que su intención era vivir más de 100 años, cada vez que veo al viejo verde de Bola de Dragón me resulta una cara conocida. Don Silvio opina que su sex appeal es marciano y tiene razón, porque raro, imposible y absurdo lo es un rato. Al parecer, la vida le ha demostrado que puede comprar cualquier cosa con dinero, incluida carne fresca, y ahí lo tenemos, metiendo mano a cualquier moza que no pase de los 25. Ellas sacarán sus beneficios de estos encuentros suigéneris, pero ahora mismo no me puedo imaginar lo necesitada que puede estar una para aproximarse a menos de dos metros de Berlusconi, ni el asco que se puede llegar a sentir tras permitir que este hombre y/o sus amigos, te magreen a discreción.
El machismo parece algo innato a la política, pero también es cierto que no hay nada peor que un tonto con poder. Entiendo que el carisma que dan ciertos puestos sea como una especie de varita mágica que mantenga arrobada a gran parte de la población femenina. Lo que no commprendo es que ello devengue en el uso y abuso del sexo como instrumento de sometimiento. De DSK se decía que era un tipo normal, cuasi virgen, apegado a su novia de toda la vida, hasta que empezó a medrar y vio todo lo que el dinero podía lograr. Imagino que al principio las relaciones serán consentidas, pero, con el tiempo, uno acaba pensando que tiene derecho a todo y a todas. Mal negocio cuando necesitas recurrir a factores tan alejados de tu personalidad ni tu físico, porque sabes que si solo hicieras gala de estos dos últimos no te comerías ni una rosca.
El problema es de estos cafres, pero también de quienes les ríen las gracias y aceptan sus chantajes. Entiendo que a veces alguien pueda estar tan mal que no le quede de otra, pero soy incapaz de empatizar con una situación así y tiendo a pensar que siempre hay otra salida. Lo dicho,  me parece marciano: Alien vs. Predator.

viernes, 3 de junio de 2011

Culpables

Menuda la que hemos liado con nuestros pepinos. La señora Merkel, a la que España le debe de oler como a nosotros las tiendas chinas, a ese desinfectante perfecto para limpiar afterhours, nos tiene una manía fina y, claro, cualquier cosa que pase en la Alemania de sus amores es culpa de los primos pobres. Podría elegir entre alguno de los PIGS (Portugal, Italia, Grecia, España) pero a esta mujer siempre le cae la ficha en la piel de toro. Así nos va.
No digo que a ella en particular se le haya atragantado el pepino, pero ya es casualidad que, para su gobierno, España sea siempre la mala de la película. Y no una mala rumbosa como Lewis Hamilton, sino todo lo contrario. Vale, no somos rubios, no somos altísimos, pero tenemos una gracia que no se puede aguantar (yo no me incluyo, porque la chispa la debo de tener allá donde amargan los pepinos, valga la redundacia). Y aun así no nos quieren, amigos. Antes de los pepinos la excusa era que trabajábamos poco. Estos debieron de haber visto una peli chunga de Pajares y Esteso y se quedaron con la copla del español gorrón todo el día tirándoles los trastos a las recias muchachas del norte. Haciendo amigos.
La señora Merkel tiene un problema fetén en casa que no sabe resolver. A la E.coli que han parido por aquellos lares le ha salido barba en un par de días y ya se cree la prima de Chuck Norris. Los científicos no se explican el origen de esta superbacteria y han empezado a investigar cual House, husmeando las neveras de los afectados que deben de estar ordenadas en compartimentos listos para el reciclaje, que en eso los alemanes son muy suyos. Ayer se inclinaban por el agua embotellada como villana de turno, no vaya a ser que le echemos la culpa al queso y se nos enfaden los vecinos franceses, que Sarkozy tiene un pronto muy malo.
Pero el daño ya está hecho y aquí tenemos a nuestros agricultores, a los que bien poco les interesa la vida de su señoría Merkel, comiéndose los pepinos hasta como tropezones para los yogures. A lo mejor es que estamos pecando de rencorosos. Reflexionemos, porque a ver quién es el guapo que, teniendo un problema serio, no ha querido echarle la culpa al colega gafotas. Somos pobres, vagos y feos, perfectos para convertirnos en diana de los más majetes de Europa.
Me ha encantado el tema del día en Facebook, ése que instaba a la plebe a convencer a Nacho Vidal de que hiciera una visita a Doña Angela y le contara para qué sirve un pepino. Ya sabemos que el roce hace el cariño y, a lo mejor, la presidenta acaba llevándose bien hasta con Zapatero. Bueno, tampoco hay que exagerar, que este hombre bastante tiene con lo que tiene y solo le faltaba una Angela Merkel ejerciendo de suegra putativa.
Esperemos que dibujen pronto el árbol genealógico de la bacteria tocapelotas y, sobre todo, que no llegue a España. Porque si aparece por aquí, señores teutones, tendremos muy claro de quién sería la culpa.

P.D.: Voy a ponerme seria porque eso es lo que se me da mejor: me causa mucha desazón la polémica entre Edurne Pasabán y Juanito Oiarzabal. Que me perdonen los montañeros, pero los rescates en alta montaña se han convertido en un circo mediático para lucimiento de quien se cuelga los galones de superhéroe. En este caso me da igual quién tuviera razón; es una pena que se desvirtúen los valores de compañerismo, esfuerzo, superación y generosidad que encierra el ascenso a las grandes cumbres. Las peleas de patio de colegio hacen un flaco favor a un deporte que siempre se ha alimentado de gestas míticas y del sufrimiento de extraordinarios deportistas. Ya lo he dicho (si no, no me quedaba tranquila).

jueves, 2 de junio de 2011

Cuota femenina

A raíz de la espantá de Chacón llevo días pensando en este tema. Ello no significa que esté en un sinvivir, pero es cierto que el asunto de las mujeres en el Gobierno me tiene un poco mosqueada. Mas aun si tenemos en cuenta que ya se me había olvidado que Rosa Aguilar declaró hace meses su amor por las proclamas socialistas y era ministra de Medio Ambiente. Ha tenido que surgir la crisis del pepino para que quien esto suscribe recordara que la señora Aguilar sigue desempeñando un cargo público.
El asunto de la cuota femenina en política me mosquea. Pero, para compensar, también me mosquea la pírrica presencia femenina en los consejos de administración de las grandes empresas. En España hay más licenciadas que licenciados y, sin embargo, ellas continúan sin llegar a lo más alto. Me niego a creer que sea un problema de capacidades; tal vez el fallo esté en las pocas posibilidades de conciliar que tenemos, aunque también es cierto que cada vez más mujeres están dispuestas a renunciar a su independencia negándose a abrazar la maternidad. Pero retomando el hilo del tema, opino que la capacidad de una persona y su profesionalidad son cuestiones al margen de su género. La ley obliga a cosas absurdas; ante un mismo puesto debería primar la valía de una persona y sin embargo lo convierten en una guerra de sexos. Si a ello sumamos enchufes, dedazos y otros chanchullos del montón no salen cosas tan extravagantes como Leire Pajín o Bibiana Aído, por poner dos ejemplos que a los espectadores de este show nos chirrían bastante.
Creo que hay mujeres valiosísimas en cualquier campo profesional. Del mismo modo que también hay ineptas e ineptos. Y, aunque parezca contradictorio, estoy convencida de que es bueno que el personal de una empresa esté equilibrado en cuestión de género. Yo he trabajado en oficinas de mayoría femenina y hay veces que aquello se convierte casi en una debacle hormonal. Me fastidia reconocerlo, pero es así. Imagino que las compañías de mayoría masculina también tendrán sus cosas, pero no puedo contarlas porque no las he visto. Sin embargo, insisto, el equilibrio no debe pasar por renunciar a otros factores imprescindibles para un buen desarrollo del trabajo como eficacia, labor de equipo, responsabilidad, etc. Cada vez se lo ponen más difícil a los reclutadores de talentos...
Volviendo al tema Chacón, poco margen de maniobra tenía la ministra ante un zorro como Rubalcaba (lo de zorro va en el buen sentido, que conste), bregado en las más cruentas batallas. Tampoco me hubiera parecido de rigor aupar más aún a la "esfinge" Salgado (por elucubrar que no quede). No creo que ninguna de las chicas Zapatero, Fernández de la Vega aparte y con reservas, haya demostrado que puede convertirse en adalid de un partido que ha perdido el norte y pide a gritos su refundación. Tampoco pienso que el presidente que nos ha tocado haya demostrado buen ojo escogiendo a sus acompañantes femeninas. Lo de las cuotas fue un golpe de efecto como tantos otros, pero de aquellos barros vienen estos lodos. La situación actual, como tantas otras cosas, ya se intuía cuando salió victorioso de las primarias. Quien me conoce sabe que en su día vaticiné lo que ha acontecido. Y no necesité una bola de cristal, sino sumar a y b y ponderar que c se podría cruzar en el camino. Solo había que dejar que los poderes fácticos hicieran su trabajo.
En resumen, cultivemos nuestra valía independientemente de nuestro sexo y confiemos en que haya alguien ahí fuera que sepa apreciarla. La esperanza es lo último que se pierde.