sábado, 31 de marzo de 2012

Mírame

La actriz Jessica Lange estuvo estos días en Madrid para presentar su exposición de fotografías, Secuencias de México, que se podrá ver en la Casa de América hasta el 20 de mayo. No sé cuándo iré por allí, pero seguro que algún día me pasaré a analizar esos retratos de la realidad de Chiapas que la actriz ha ido coleccionando gracias a lo que parece haber sido su gran hobby de estos últimos años: la fotografía en blanco y negro.
Decía Lange, durante la presentación de su criatura ante la prensa, que lo mejor de dedicarse a captar la realidad cámara mediante e interpretarla a través de una lente es que te permite el privilegio de mirar sin ser visto. No dudo que ése sea uno de los grandes atractivos de la fotografía: el ofrecerte la posibilidad de contemplar la realidad escudado tras un aparato, con lo que tu calidad de observador se ve difuminado; no eres tú directamente el que mira al mundo a la cara, sino que lo hace tu objetivo. El fotógrafo, no solo se esconde, sino que juega a reinterpretar lo que ve conforme a sus gustos, sus encuadres, su manera de afrontar la vida. Supongo que ésa es una de las magias de esta actividad y lo que la hace tan atractiva, porque las imágenes son, en realidad, opiniones encriptadas en un mundo de luces, figuras y composiciones. Cuando vemos una fotografía no solo nos enfrentamos a lo que en ella ha sido representado, sino que, si tenemos tiempo y ganas, podemos intuir lo que su autor ha visto, cómo lo ha recogido su retina e incluso cuál es su concepción del universo. Lástima que, como cuando vemos a otra persona, nos quedemos solo en su belleza exterior y no intentemos averiguar qué nos dice la obra.
Admito que cada vez me resulta más intrigante e hipnótico el arte de la fotografía y estoy convencida de que algún día probaré, porque mi visión de las cosas es muy peculiar, los juegos de luces y sombras que me atraen es tremendamente personal y las cosas que yo quiero plasmar responden, casi, a una inquietud exclusivamente íntima. Y, además, creo que se trata de un vicio sano, porque todos deberíamos tener la oportunidad de mirar a nuestro alrededor sin ser mirados.
Recuerdo que, cuando era pequeña y me preguntaban si quería ser una periodista famosa decía que no, porque me horrorizaba que la gente no me quitara los ojos de encima cuando iba a comprar el pan o mientras caminaba por la calle. Sigo pensando lo mismo. No me atrae especialmente ser el centro de atención; prefiero observar y sacar conclusiones, aunque para ello tenga que representar un papel que no es el mío. Y opino sinceramente que se trata de un ejercicio tan atractivo como revelador. Si nos dedicáramos más a mirar al otro y no solo a verlo entenderíamos muchas cosas: necesidades que se nos escapan, comportamientos que no llegamos a comprender... incluso podríamos contemplar a las personas como realmente son y no como dicen ser porque, e insisto en lo que he dicho tantas veces, estamos en un mundo que nos obliga a representar un personaje concebido a mayor gloria social, cosa que a algunos se nos da rematadamente mal. He visto a demasiados impresentables ir de buen rollo y a demasiada buena gente amilanada ante comportamientos desvariados como para no pensar que algo está pasando cuando las personas se construyen un álter ego íntimo y otro público sin que ambos lleguen a coincidir salvo en lo básico.
Leía estos días la noticia de que el torero José Miguel Arroyo, Joselito, había publicado una biografía en la que contaba su afán de superación, su viaje de niño educado en las calles y en el trapicheo a hombre de éxito. Y me daba cuenta de que la expresión "hombre hecho a sí mismo" (lo de "mujer hecha a sí misma" parece que no se contempla en la Real Academia de la Lengua) es una expresión que aplicamos a nuestros mayores, pero difícilmente a alguien que haya nacido a partir del boom de la natalidad de los años 60. Tal vez porque a las generaciones que vinieron al mundo a partir de esa fecha se les ha dado todo hecho y muchos de sus integrantes no han tenido ni la necesidad, ni la valentía, de enfrentarse al mundo por objetivos que, tal vez al principio, resulten dolorosos de conseguir pero que, a la postre, te ennoblecen y enorgullecen a partes iguales. No voy a extenderme en este asunto porque sería redundante pero, retomando el tema de las imágenes, confieso que a veces he querido estar detrás de una cámara para intentar que la lente me disfrazara la realidad que estaba obligada a ver. Hablo de situaciones y, sobre todo, de personas incapaces de sacar lo bueno que llevan dentro y empeñadas en esparcir solo lo malo o lo mediocre.
Echando un ojo a algunas de las fotografías que Lange expone en Madrid siento envidia. Envidia, porque ha retratado un México que a mí me gustaría ver y tocar, pero también una realidad que durante un tiempo ha sido la suya. Todos deberíamos tener alguna vez la oportunidad de elevar la subjetividad a la categoría de arte y mostrarle al mundo nuestra concepción del universo. Estoy convencida de que, por muy desalentador que pareciera, sería mucho mejor y más revelador que el que vemos a cara descubierta.

viernes, 30 de marzo de 2012

Pienso, luego insisto

Ayer, ante la convocatoria de huelga general efectuada por los sindicatos mayoritarios, alguien a quien conozco (saludos, "hombre de las galaxias") me dijo, más o menos, que no entendía tanto revuelo, que parece que la gente no era consciente de a quiénes había votado. No pude más que entender su planteamiento. Porque yo tampoco lo pillo. A lo mejor es que soy de miras cortas, pero me resulta muy complicado asumir que alguien haya mirado a los amigos peperos con ojos de cordero degollado creyéndose todas las milongas que esos chicos y chicas, tan atildados y que tan bien huelen, les cantaban al oído. Me cuesta comprender que alguien escuchara aquella célebre frase (creo que era de la amiga Cospedal, aunque no estoy segura) que insistía en que el PP era el partido de los trabajadores, y la haya interiorizado hasta el punto de convertirla en un dogma de fe. Porque lo cierto es que el PP no ha sido ni será nunca el partido de los currantes y sus principios permanecen inalterables e inasiquebles al desaliento; no tienen otros. Una cosa distinta es que los disfracen de progresía para recibir a las visitas, pero ni siquiera semejantes oropeles consiguen mitigar el olor a rancio que sale del programa conservador. Quien haya votado al PP pensando que España sería la Jauja del buen rollo, donde el trajajador ejercería de caballero de blanca armadura con poder para desfacer entuertos, es que tiene la capacidad de reflexión en el tinte. Eso o que está cabreado como una mona con la panda socialista, que también podía ser.
Recuerdo ahora aquella anécdota tan estúpida del ex marido de Sharon Stone en el zoo (es lo que le pasa al disco duro de mi cerebro, que está lleno de cromos de los Fruitis y chistes de leperos). La actriz le había regalado a su entonces esposo una visita privada al zoológico y al hombre no se le ocurrió otra cosa que entrar en la jaula que habita, muy pacíficamente por cierto, el dragón de Komodo, el lagarto más grande del mundo. El cuidador le dijo que no había problema siempre que no lo atosigara y se quitara todo lo que llevara de color blanco porque, al parecer, al animalito le "pone" mucho ese tono. Total, que el hombre se quitó las zapatillas y se dispuso a vivir la aventura de su existencia. Pero hete aquí que el dragón de Komodo no entiende de actrices de Hollywood, ni de maridos, ni de guardianes pelotas y su instinto le incita a morder cuando algo no le complace. Así que la historieta terminó con el bicho rebanando el dedo del pie al santo esposo de la Stone.
Con esto quiero decir que no podemos pretender que alguien deje de ser lo que no es solo porque nosotros querramos o necesitemos creer en ello. No podemos elegir a ciertos miembros del PP para que rijan nuestros destinos y luego pedirles que no lleven a la práctica políticas neoliberales que nos saquen de quicio a todos. En resumen, nos quejamos, pero hemos sido nosotros los que hemos entrado en su jaula exponiéndonos a que nos mordieran. Y, claro, lo han hecho. A ver quién es el guapo que nos saca de allí una vez nos han hincando el diente.
Marshall Sahlins desmontó hace un tiempo la teoría de Hobbes de que el hombre es un lobo para el hombre. Venía a decir que eso es una exageración antigua y descocada y que, en realidad, los humanos somos seres solidarios y afectivos. Lo que ocurre es que, cuando se trata de defender lo nuestro, lo que más amamos y queremos, lo hacemos con uñas y dientes y nadie nos puede criticar por ello. Es nuestro deber elegir conscientes de nuestras decisiones,luchar por lo que consideramos justo y no permitir que nadie nos acuse de que, haciéndolo, destrozamos, ya no el país en el que vivimos, sino casi la civilización tal y como la conocemos.No por intentar cambiar el orden que nos disgusta nos convertimos en alimañas egoístas y sin corazón. Aunque las tentaciones sean grandes, sobre todo cuando entras en un andén del metro madrileño y te topas con esos pseudoinformativos concebidos a mayor gloria del país de las maravillas de Esperanza Aguirre, donde hasta el proyecto de Eurovegas parece una gran cena navideña organizada por la Madre Teresa. Mundo cruel.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Ponga un psicópata en su vida

Si alguien ha visto la película Los hombres que miraban fijamente a las cabras, protagonizada por George Clooney y Ewan McGregor, no se sorprenderá al averiguar que el autor del libro en el que está basada ha escrito recientemente una especie de manual de autoayuda titulado ¿Es usted un psicópata? (Ediciones B) que, formulado de esta forma, sin precalentamiento ni nada, nos deja un poco con la duda colgando y el entrecejo fruncido.
Este señor, que atiende por Jon Ronson, no solo nos plantea un pormenorizado test para averiguar si somos individuos manipuladores, mentirosos, crueles y desprovisto de toda empatía, sentimiento de culpa y remordimientos, sino que nos dice, con una alegría pa'l cuerpo que ya la quisiera yo durante mis viajes en autobús, que probablemente estemos rodeados de una vistosa panda de tarados y no nos hemos dado ni cuenta.
El autor empieza bien, recurriendo al consuelo de padre. Y es que nos asegura que si en el test salimos ratitos que no nos preocupemos porque, total, como somos un poco psicópatas, el hecho de saberlo nos va a traer más bien al fresco. Pero la cosa se caldea cuando, preguntado por si nuestros jefes pueden ser psicópatas, va el tal Ronson y no solo dice que "of course" sino que probablemente lo sean. Se nos pone la cremallera del pantalón de corbata.
En una entrevista de promoción, Jon Ronson no ha dudado en echarle sal a la herida y decir que el mundo del periodismo es caldo de cultivo de psicópatas, porque se trata de una de las profesiones en la que "no tener escrúpulos y ser despiadado se considera una cosa buena". En esto no puedo más que presentarle mis respetos y, si procede, invitarle a un gintonic para que me comente la jugada. Insiste Ronson que los psicópatas se dan más entre los altos cargos, que suelen ser gente de buena familia, que no necesitan recurrir a la violencia física para sembrar el mal, porque tienen otras "cualidades" que torturan más que el potro de castigo. El hombre sigue y no para de dar mucho miedo: "Hay gente enferma que lleva algunos de los puntos al extremo, psicópatas moderados o mediocres, ese jefe cruel y despectivo, ese marido promiscuo y manipulador", cuenta en una entrevista al diario El Mundo. "Los psicópatas buscan el éxito, pero el éxito no necesariamente significa llegar a ser un magnate; hay para quien el éxito es controlar y aterrorizar a una pequeña oficina". El que, después de leer semejante explicación, no mezcle churras con merinas (o peras con manzanas) hasta llegar a la conclusión de que casi son más los locos que los cuerdos que se han cruzado en su vida, que tire la primera piedra. Y que apunte bien, que luego le cae siempre a quien no lo merece.
Después de semejante declaración de principios, Ronson nos llama al orden y nos dice que tampoco están los tiempos para tachar de psicópata a todo aquel que nos caiga mal. Porque una cosa es la persona que te ataca repetidamente e intenta manipularte y otra aquel que tiene el día tonto y te ha soltado cuatro frescas que te han dejado del revés. El título de psicópata, como todo en esta vida, hay que ganárselo a base de esfuerzo, tiempo y mucho dar por saco.
Para que no nos quede un mal sabor de boca, Jon Ronson continúa su discurso asegurando que es bueno saber detectar a un psicópata, ya que aprendes cómo defenderte de él. No lo tengo yo tan claro. Principalmente porque a él no le duelen las cosas y a ti sí; él, aunque disimule, no tiene conciencia, y tú todavía sigues cargando con la tuya. Una faena, pero nadie dijo nunca que ser bueno fuera fácil (si no, las religiones no se hubieran comido un colín).
Da cosa ver cómo el autor del libro aborda el tema como quien está haciendo un análisis de las subidas y bajadas de la Bolsa. Prácticamente viene a señalar que el que no tiene a uno de estos personajes en su vida es que no ha vivido o, en el caso peor, es tonto. Cualquiera que haya compartido tiempo con gente de semejante calaña se preguntará si esto no es como llegar de nuevas a un país tropical rodeado de mosquitos chungos y esperar no pillar la malaria. Lo probable es que te piquen y lo pases fatal, pero la otra posibilidad, la de adaptarte al medio, tampoco es para echar cohetes, sobre todo porque corres el riesgo de convertirte en portador del mal sin enterarte. Muchas vences pienso que, quizás, de tanto convivir con este tipo de individuos, y en aras de la supervivencia, hemos empezado a mimetizarnos con ellos y a adoptar sus modismos, que luego ponemos en práctica con quienes más apreciamos. No me extraña que luego nos pasen las cosas que nos pasan...



martes, 27 de marzo de 2012

Un sindios

Ya la tenemos otra vez liada. Los ateos ahí, dando la vara y preparando su propia manifa para Semana Santa (¿por qué la llaman manifestación cuando quieren decir procesión?) y el santo gobierno madrileño, erre que erre, intentando impedírselo. Me van a perdonar ambas partes, pero este litigio entre creyentes y descreídos ya se está convirtiendo en costumbre. Una costumbre muy entretenida, por otra parte.
Confieso mi tremendo pasotismo hacia la Semana Santa. Y no porque sea una festividad religiosa o, por lo menos, no solo por eso. La principal razón de mi desidia es que me aburre. Llamadme loca, pero los ritmos cansinos, las imágenes dolientes y/o llorosas y esos seres humanos dejándose la espalda y el costillar bajo pasos que pesan lo que no está escrito en la Biblia no me parecen precisamente ingredientes de una juerga loca. Vamos, que los chicos de Resacón en Las Vegas vienen unos días a Valladolid y lo mismo se meten a seminaristas. No por el hondo sentir de las procesiones, sino por las aventuras que, según la curia, promete tan maravillosa profesión. Cualquier cosa antes de ver pasar a los dolientes como vaca mirando al tren.
Que nadie me malinterprete. Entiendo que haya gente que disfrute muchísimo y se conmueva con esta tradición, como también puedo comprender que alguien se desviva por correr delante de los toros en los Sanfermines o que sienta mariposas en el estómago cada vez que ve un casteller encaramado a lo más alto. Pero una es de emociones facilonas, más de andar por casa. Lo que a mí me conmueven son las pequeñas gestas, no las grandes heroicidades. No soy rara, es que la vida me ha hecho así.
Volviendo a esta pelea, de momento dialéctica, entre laicos y no laicos, la situación, a estas alturas, sigue como cabía esperar. Es decir, la Delegación del Gobierno continúa empeñada en prohibir la protesta pacífica de un grupo de personas que abogan porque la separación real de Iglesia-Estado sea un hecho y un derecho. Lo que yo llamaría "fin noble y justificado".
Tengo entendido que a la manifestación del año pasado fueron el organizador del cotarro y un grupo de amigos. El ruido se hizo, como ahora, los días previos a base de insistir en el "tú me prohibes y yo haré lo que me da la gana". Por lo menos, demos gracias al altísimo, esta nueva edición del espectáculo ha prescindido de la inusitada colaboración de la asociación Hazte oír que, en la ocasión anterior, viendo el empeño de los ateos por salir a la calle a reivindicar lo suyo, fue y los denunció por genocidio. Así, sin anestesia. El que diga que aquí no hay risas a montones es que no ha visto El club de la comedia.
Lo que yo no llego a comprender del todo es que los fans de la Pascua se empeñen en hacer la ídem a los no afectos teniendo en cuenta que los primeros son mayoría y los segundos, a lo sumo, una panda de solteros contra casados. Es como si, de repente, el Real Madrid se mosquea y deja de hablarles a un equipo de tercero de primaria. Ah, perdón, que esto sí puede suceder... A lo que iba, el problema de la Iglesia católica es que, como los insignes dictadores bananeros, no soporta que nadie les tosa ni discuta sus preceptos. Y eso tiene varios nombres pero, además, no creo que sea muy cristiano. La tolerancia, el respeto al prójimo etc son conceptos que quedan muy bien en el catecismo, pero que tienen muy mala aplicación en esta vida real donde hay que enseñar los dientes para seguir manteniendo las prebendas que su Dios les ha dado.
Todo ello me recuerda tiempos más felices, cuando un grupito de la Iglesia protestó contra la Constitución allá por el 1978 (menudo descoque de libertades, ¿verdad amiguetes?) o cuando alguna otra rama de los católicos levantó la voz hace bien poco para criticar la reforma laboral y se llevó hostias a montones. Las mismas que nos autoinflingimos nosotros cuando comprobamos que nos recortan hasta el aire que respiramos mientras la institución eclesiástica sigue recibiendo, al año, unos 11.000 millones de euros de las arcas del Estado. Esto sí es para llorar lágrimas de sangre y no ver a la Dolorosa lamentándose cada Pascua por la muerte de Cristo.
Allá la Conferencia Episcopal y la Delegación de Gobierno con sus fiestas y sus pecados, pero mucho me temo que los ateos van a seguir intentado ascender a categoría de grano en el culo. Y no les falta razón. Porque si ambos, dos instituciones que predican el respeto, no tendrían problema en alentar una manifestación laica coincidiendo con el Ramadán, la Januka o el año nuevo chino, tampoco comprendo qué justificación aducen para que los ateos no salgan a gritar cuatro consignas el Jueves Santo siguiendo, además, un recorrido distinto al marcado por las procesiones. Si alguien tiene una explicación lógica, lo mismo acabo cambiando una opinión y cantándole una saeta al Cristo de los gitanos. Todo es ponerse...

lunes, 26 de marzo de 2012

Yo no soy tonto

Durante un tiempo pensé que ese anuncio donde se destacaba la inteligencia y el avispamiento del español medio, sobre todo a la hora de encontrar gangas, era solo una respuesta a la formación de los ciudadanos de este país en la asignatura de rascarse el bolsillo lo menos posible. Principalmente porque en otros asuntos no habíamos demostrado ni la coherencia ni el talento que se nos suponía para encontrar descuentos, elevar el timo a la categoría de arte y cultivar la economía sumergida cual catedrático de Chanchullos Turbios. Nuestra torpeza ha sido manifiestamente memorable en el ejercicio de los derechos democráticos,  donde, en vez de castigar a unos y a otros, sometemos a los primeros a torturas inquisitoriales (no seré yo quien diga que no se lo han buscado) mientras elevamos a otros a los altares, siendo una parte y otra de distintas siglas pero parecido collar.
Sin embargo, el resultado de las elecciones de ayer me ha reconciliado con los de mi especie. La humana, quiero decir. Porque después de pasarnos las encuestas por el mismo forro por el que los españoles solemos pasarnos todos los sondeos, hemos montado un petardeo que ni las fallas de Valencia. Javier Arenas, que ya se veía él muy en su papel de señorito andaluz dueño del cortijo más extenso de España, presumiblemente se va a tener que quedar a verlas venir... otra vez. Y van cinco. Después de que hasta los videntes de las madrugadas televisivas le auguraban al PP una holgada mayoría absoluta, llega el pueblo soberano y con un par de urnas le deja los diputados autonómicos colgando. A poco que se saluden PSOE e IU van a montar una coalición bastante protestona en los bajos de nuestro país. Y me alegro por un par de razones bastante evidentes: primero, porque el PP empieza a entender que por mucho que nos aplique aceite de ricino en los malestares económicos, no nos vamos a sentir mejor y, segundo, porque el PSOE, si quiere seguir chupando de la teta andaluza, se verá obligado a pactar en su feudo, aquel donde hasta la fecha de hoy ha tejido una entretela administrativa donde solo metían mano los afectos al partido. Ruego a los chicos de IU que les enseñen lo que vale una sevillana. Vengaaa...
Pero es que además, van los asturianos y le dan la victoria al PSOE en unas elecciones concebidas a mayor gloria de Paco Alvarez Cascos, dueño del Foro. Vale que haya sido una victoria pírrica, la misma que, seguramente, propiciará un fantástico gobierno de derechas donde Cascos y Rajoy tendrán que jugar a que se quieren y se entienden. Todo eso después de que el primero jurara que jamás de los jamases pactaría con el PP, su antiguo partido que hasta ayer tanto odiaba pero que, mira usted por donde, hoy le haría un traje de saliva. Es lo que tienen las altas historias de la política, que se acaban pareciendo, tal vez demasiado, a las de baja cama.
Ya dije en otro post que no me gustan las mayorías absolutas ni los paseos del vencedor humillando al vencido. Creo que están fuera de lugar. Y no le viene nada mal al PP comprobar que, a lo mejor, los españoles no somos tan tontos y que les estamos vigilando de cerca, a sabiendas de que lo que ayer aupó el hombre, mañana lo puede bajar la masa.
Entiendo el buen ánimo de Rubalcaba pero él, más que nadie, debería saber que no ha obtenido mejores resultados de los previstos por méritos propios, sino por deméritos ajenos. Que, ahora mismo, la saga política en general no es precisamente la más admirada por el pueblo quien, puestos a elegir, prefiere a los chicos de El Padrino, cabezas de caballo incluidas, antes que a muchos y a muchas que ocupan escaños en el Parlamento y cobran estupendas pensiones gracias al trabajo de los ciudadanos que aún conservan su empleo. Por no hablar de los ex ministros con sueldazos del Estado y cargos en la empresa privada, lo cual es de traca. Sobre todo cuando se trata de una ex ministra de Economía encargada de gestionar la crisis. Y no sigo por ahí porque se me subleva el cardado.
En fin, que no ha ido la cosa tan mal y que, a lo mejor, no todo está perdido. Por cierto, enhorabuena a los chicos de IU. Espero que, por una vez, no empiecen a pelearse entre sí tirando por la borda los logros conseguidos. Y a la historia me remito. Que ahora toca hacer, en la medida de lo posible, que tampoco es mucho, política de izquierdas con maneras de derechas, esto es, todos como un solo hombre en aras del progresismo. Crucemos las pancartas.

domingo, 25 de marzo de 2012

Muy íntimo

Tiempo atrás (tampoco tanto, debo reconocer) decidí que no iba a contar nada de mi día a día a través de ningún vehículo que se mueva por el ciberespacio. Todo en la medida de lo posible, claro. El objetivo es dar las menos pistas posibles acerca de mis actividades privadas más importantes, mi estado de ánimo o a qué -o a quién- dedico el tiempo libre. La razón es muy sencilla: creo que estos asuntos no le conciernen a nadie salvo a una servidora y a las personas que se rozan con ella. El que necesite, quiera o sienta que debe saber algo más que pregunte y yo tendré a bien contestarle o salirme por peteneras si procede.
Siempre he expuesto mis dudas sobre las relaciones en la Red. Quien me conoce, lo tiene muy asumido. Ahora ha surgido un movimiento, compuesto por gente muy joven, que utiliza Internet como una fuente de entretenimiento, un instrumento para nutrirse de ciertos conocimientos (muchos de ellos tontadas que van a parar al disco duro de nuestro cerebro y anidan ahí hasta producir otras como ellas), pero nunca un medio de relacionarse con el mundo por encima del contacto físico. Se trata de personas, además, sin perfil en Facebook, Twenty o Twitter, lo que a mis ojos les convierte prácticamente, en superhéroes de la modernidad.
He de confesar que empecé a escribir este blog porque estaba harta de mantener conversaciones absurdas con gente absurda, de esconder lo que pensaba en aras del bien universal y la concordia mundial. Es complicado intentar ocultar el intelecto bajo una fachada de superficialidad, sobre todo porque muchas veces resulta imposible, y va creando dentro de nosotros una disonancia harto indigestible. Y con ello no estoy diciendo que la que esto escribe sea un dechado de inteligencia, carisma y atractivo sin fin; una persona súper interesante hasta cuando va al baño, sino que, en ocasiones, la realidad frívola y mundana que te rodea te hace replantearte tus rarezas y tus opiniones, además de buscar vehículos para expresarte al margen de tu normalidad cotidiana, en un afán de no perder esa parte fundamental de tu personalidad en el intento de sobrevivir.
Para algunos, como yo misma, la presencia en las redes sociales obedece a ese impulso íntimo de mostrarnos al mundo tal y como somos. El otro día, una persona me trasmitía los comentarios que hacía en Facebook una segunda que a mí me parece, tal vez, el ser más dañino que he conocido en años. La primera me comunicaba a la par su sorpresa y su desilusión "sé que me diste pistas, pero de verdad que no pensaba que fuera así". Pues vete pensándolo. Hay quienes fingen una actitud buenrollista y molona cuando la bilis les sale hasta por los pinreles. Estos también canalizan sus inmensas fobias y sus piscodramas a través de la red. Como decía en un post anterior, ¡olé la autenticidad!
Pero lo habitual es que el ciberespacio nos sirva para volvernos mas importantes de lo que somos, adoptar el papel de valientes que nuestra cobardía nos impide ejercer en la vida real. Para hacernos los interesantes, en fin, cuando nuestra vida privada es una sucesión de quiero y no puedo, indecisiones mal cocinadas y peor aceptadas y palabrerío que acaba convirtiéndonos en muñecos sin personalidad, mimetizándonos con las opiniones ajenas por el temor a expresar las propias. Internet, ese supramundo donde hasta el más tonto es héroe, se convierte así en el reino de fantasía donde todos podemos ser lo que en realidad no somos, despojarnos del traje del caballero oscuro y ponernos los ropajes de Lancelot du Lac en busca de su Ginebra.
Un estudio reciente ha descubierto, oh sorpresa, que la gente que tiene más amigos en Facebook es la misma que cuenta con mayores problemas para mantener relaciones profundas y duraderas en la vida real. Imagino que quedarían exentos del estudio los personajes públicos, cuyo éxito en las redes sociales se presupone de serie. La investigación venía a revelar personalidades narcisistas, que buscan el aplauso fácil pero que, en el fondo, están vacías por dentro. Internet es, por razones obvias, el refugio ideal para personajes de este cariz, su gran reino de Taifas donde miles de bufones se despiertan cada día con el propósito de reírles las gracias.
Muchas veces me he planteado la viabilidad de este blog. Sobre todo porque lo que yo cuento es más un desahogo que algo planeado para interesarle al mundo. No creo en mis derechos de autor, ya que todo lo que plasmo aquí podría reflejarlo en una conversación cara a cara con quien quisiera escucharme. Por ello sé que algún día me cansaré, dejará de apetecerme o mis circunstancias personales tal vez me lleven a centrarme en otros asuntos. Mientras tanto, no me cansaré de agradecer a aquellos que me leen cuando pueden, algunos de los cuales no solo son lectores, también amigos.
Pero de lo que sí estoy convencida, y me reitero en ello, es de que jamás tendré Facebook a no ser por circunstancias profesionales y que mis seguidores en Twitter nunca llegarán a mil. Probablemente ni a cien. Sobre todo porque me siento incapaz de alimentarles con asuntos y cotilleos de mi vida privada salvo error u omisión por mi parte. Así no hay relación que prospere. Y si algún día la cosa da un vuelco y me veo a un montón de pájaros trinando en mi jardín, prometo hacérmelo mirar. Seguro que se han equivocado de nido.

viernes, 23 de marzo de 2012

Lealtad y punto

Muchas veces me he preguntado si mi concepto de la lealtad excede los niveles tolerables para la raza humana, si exijo más a la gente de lo que ésta puede dar. Siempre he pensado que hay virtudes que tengo, tal vez, en demasiada alta estima. Si las agrupáramos todas en una deliciosa tarta de merengue, la lealtad sería la vela encima del pastel. Hay gente que me ha hecho dudar y ha intentado inculcarme la idea de que soy demasiado estricta en determinadas cosas. Puede ser. O así lo creía yo hasta que, hace unos días, leyendo algo sobre el tema de puñetera casualidad, me di cuenta de que no solo no soy una persona excepcional a la hora de tener claros ciertos conceptos, sino que me calificaría del montón o de lo más vulgar, porque son muchos los que comparten mi idea de lo que es la lealtad. Demos gracias a la educación, a los valores que nos inculcaron nuestros padres y, ya que estoy, a mi público que me quiere tanto.
Es normal que entre amigos que se tienen un cariño especial surjan problemas debido a los celos, y que estos celos estén motivados por la deslealtad de una de las partes. Me considero una de esas personas para quienes los amigos son importantes y quiero ser especial para ellos igual que ellos lo son para mí. Tal vez por eso resulta tan difícil admitir que dediquen más tiempo a otras personas cuyo objetivo en la vida no es precisamente la paz mundial. Por mucho que nos reviente el hígado, es hasta lógico que quienes creemos amigos se lleven bien con otros que a nosotros no nos gustan un pelo o que con los que, incluso, mantenemos ciertas guerras. Pero una cosa es llevarse bien y otra muy distinta adoptar sus modismos y costumbres, darles siempre la razón, confraternizar con ellos como si fueran de la familia y dejarnos a nosotros, literalmente, con el culo al aire.
Siempre he pensado que en un conflicto a veces es obligado tomar partido. Pero hay que ser muy cuidadoso a la hora de calibrar con quién vas, porque puedes causar daños innecesario a uno de los contendientes. Tienes que decidir cuál es tu bando o a qué duelista le das la razón, y saber explicar por qué llegado el caso. Si no lo haces, si te niegas a adoptar una postura y continúas en tus trece de confraternizar con el enemigo de quien dices es tu amigo, puedes sembrar dolor y desconfianza irreparables.
Normalmente, el desleal no explica sus motivaciones para navegar entre dos aguas con tan poco estilo. Se limita a soltar frases como "la pelea que tengáis vosotros dos es asunto tuyo, no mío", "yo en esto no me meto" o "allá vosotros con vuestros problemas". Y lo dice mientras continúa con su hábito de poner una vela a Dios y otra al diablo. Pero también puede seguir otra táctica mucho más dañina, que es hacerse el ofendido porque el amigo saque a relucir la deslealtad que ya es evidente y demostrable. En ese momento se enfadará, amenazará y provocará que el amigo se achique y recule, primero, por no hacerle sufrir y, segundo, por no perderle. Será éste quien, después de cada bronca motivada por los celos de la amistad, hable con el desleal intentando aclarar las cosas y consolándole como si verdaderamente fuera víctima y no verdugo. No importan que se cuestionen principios básicos de la relación: el desleal adoptará el papel de protagonista ofendido y dolido, y el amigo el de bombero, siempre presto a apagar el fuego y a arreglar un entuerto del que, más pronto que tarde, saldrá quemado. Pero de lo que no se da cuenta el primero es que, con cada una de sus acciones torticeras va sembrando las dudas en su amigo, y que el poso de dudas, a poco que se acumule, se convierte en una gran montaña de desazón.
El desleal abusa de la confianza de sus amigos una y otra vez, repitiendo siempre los mismos comportamientos y siguiendo, paso a paso, idéntico guión. Hasta que un día asesta al amigo el golpe más amargo y éste se plantea de verdad si ha escogido al compañero adecuado y si no debería de haberle dejado claro capítulos atrás aquello de que los enemigos de mis amigos son mis enemigos.
Yo creo que todo esto tiene una solución fácil y es la elección. Cuando el desleal por fin da la cara y elige entre el amigo y el enemigo, el amigo siempre va a salir ganando. Si se decanta por él, porque sabrá que es una persona que le quiere de verdad, que está a su lado y que intentará por todos los medios corregir el desliz de la desconfianza; si escoge a su enemigo entenderá que ha compartido camino con alguien que nunca ha estado de verdad a su lado, que no lo está y tampoco lo estará y, que además, no merece estarlo. Las personas se definen por las decisiones que toman, y algunos mucho más de lo que creen.
Pero, bueno, yo aquí hablando de sangre, sudor y lágrimas, mientras Cospedal, esa señora que tanto importa y que dijo que los españoles deberíamos trabajar más y cobrar menos sigue con el hocico torcido después de intentar colocar a su esposo como consejero de Red Eléctrica y haberse visto obligada a retirarse con el rabo entre las piernas. Con perdón. Que aprenda de Soraya Sáenz de Santamaría, que ve como su santo es nombrado consejero de Telefónica (lugar de retiro laboral de presuntos corruptos con pedigrí) sin ninguna queja por parte de las huestes peperas. Eso sí son lealtades y no las que nos alumbran a los ciudadanos de a pie, que lloramos hasta acabar con la desertización cuando quienes creíamos amigos besan el suelo que pisan nuestros enemigos. Vida perra...

miércoles, 21 de marzo de 2012

Vuelve el hombre

Sinceramente, creo que, en muchísimas ocasiones, la imagen que tenemos de nosotros mismos no se corresponde con lo que los demás ven cuando nos miran. Puede ser para bien o para mal, pero vivimos con ello y vamos tirando. Sin embargo, hay gente que tiene un concepto tan distorsionado de sí misma que se mira al espejo y aparece Brad Pitt. O Gregory Peck. ¿Magia? Sí, de la muy negra.
Hoy leíamos en la prensa que Francisco Camps, ex presidente de la Generalitat Valenciana, recientemente juzgado y sorprendentemente absuelto, ha concedido una entrevista a una revista femenina (?) en la que da rienda suelta a la mayor sarta de estupideces de la historia reciente de nuestro país. Para empezar, el titular ya es para meter la cabeza en un hoyo y no sacarla hasta la llegada de la Tercera República. Y es que Camps, ese señor tan atildado, que quedaría fenomenal en un anuncio de yogures de los que sacan lo mejor de ti mismo, dice que está preparado para volver a presidir la Generalitat y, si se tercia, el país. El ex presunto parece entender que España es como una oficina de contrato temporal, que va uno a la ventanilla central, entrega su solicitud para presidente y, si eso, a lo mejor le llaman. El hombre afirma estar muy preparado y no lo dudo, porque el currículum de chanchullero mayor experto en comisiones varias le secunda y habla estupendamente de su capacidad para trincar y hasta ser trincado. Dice también que no se arrepiente de nada, que los valencianos le quieren y que la austeridad fue su bandera. No dudo que la palabra arrepentimiento le suene a serbocroata y que seguramente habrá valencianos que le quieran, principalmente su familia y aquellos a los que untó y que hoy a lo mejor se encuentran ya en Brasil buscando otro tonto útil que les de bola.
Lo de la austeridad, amigo, es hasta ingenioso, mire usted. Durante los ocho años de mandato del señor Camps se despilfarraron fondos públicos a espuertas, se afrontaron obras faraónicas (muchas de ellas firmadas por el arquitecto Calatrava, que ha elevado a Pepe Gotera y Otilio a la categoría de artesanos del andamio), se negociaron contratos de dudosa legitimidad con gente de pedigrí desleído (a quienes Su Majestad guarde muchos años) y se construyeron los cimientos de lo que la Comunidad Valenciana es ahora: el paraíso del endeudamiento y de los recortes. Y todo gracias a la austeridad de Francisco Camps que, como buen cristiano, tiene las necesidades básicas de un frailecillo valiente.
Gracias a su gestión, Valencia medró "fuerte, próspera, digna, moderna y leal a España", "el motor de este país". Tan próspera como para estar en números rojos, tan moderna como para ser el ejemplo de una zarzuela trasnochada, tan leal como para jugarse los cuartos de todos los españoles y un motor que se ha demostrado (a las hemerotecas me remito) que lleva años gripado. Su discurso le honra, señor Camps.
No cabe duda de que este ser tiene tan elevado concepto de sí mismo que va a acabar subiendo a los cielos y chocando contra una estación especial. No sabemos si por méritos propios o por la sonora patada en las posaderas que le darían de buen grado alguno de esos valencianos a los que él ha cuidado tanto y que ahora protestan por las calles ante la falta de empleo, los recortes en educación, etc., etc. Con sus palabras, no solo demuestra ser un jeta de primera división, sino también haber vivido ocho años en un mundo de ficción del que todavía no ha salido. Yo, de su familia, empezaría a preocuparme, no vaya a ser que el individuo se crea Napoleón y le de por revivir Waterloo o aparearse con una señora llamada Josefina.
Dice también que tras escuchar su sentencia absolutoria, se arrodilló, rezó, y ya que estaba místico, recordó un poema de Kavafis, el poeta griego que solía escribir versos en los que alardeaba de su propia homosexualidad, lo que le llevó a convertirse en icono gay. No sé si Camps es consciente de que el negro que le sopló el nombre de este autor, que queda así como muy culto, a lo mejor se la quería meter doblada. Y no va con segundas. En todo caso, hay que ser justos, tampoco resultaría tan rara semejante invocación: todos recurrimos a pensamientos de Kant en cuanto notamos que nos sisan en la cesta de la compra. La crítica de la razón pura es así de inspiradora.
Para terminar la entrevista, Francisco Camps no duda en dar las gracias a Dios, que le ha sacado de ese embrollo. Será el Dios que protagoniza las viñetas de El Jueves, ése que debe de estar tronchándose de la risa mientras comprueba las menciones que ha tenido hoy en Twitter. Porque si hay un Dios, no sé qué hace que no se apiada de los valencianos en bancarrota en lugar de estar aupando a este cómico de la legua a los escenarios de El club de la comedia.
Y no nos deja Camps sin soltar una última perla. A la pregunta de con quién compartiría una cena, el señor de los trajecillos dice que con Churchill, Juan Pablo II y Juan Carlos I. Menuda juerga. Que Dios los coja confesados.

martes, 20 de marzo de 2012

Yo invito, tú pagas

Bonita frase. Así como muy nuestra, muy de picaresca española. La pronunció hace algunos días el presidente murciano, Ramón Luis Valcárcel, para decir que la barra de libre de Zapatero no molaba y que a partir de ya el ciudadano tendría que rascarse el bolsillo con el objetivo de cofinanciar pilares del estado de bienestar como salud, educación o dependencia.
La opinión pública, maleada hasta decir basta desde que el PP subió al trono, comenzó a inquirir a los mandatarios conservadores su parecer sobre medida tan polémica y si la aplicación iba a ser inmediata o esperarían a ganar las elecciones andaluzas y tener un feudo más que llevarse al buche. De ahí esa salida en tromba de la portavoz Soraya tras el último Consejo de Ministros y la de Mariano después de rendirle honores a la Pepa, diciendo que no era partidario de instaurar el temido copago en servicios tan esenciales.
No creo que a nadie le interese mi opinión al respecto, pero yo la voy a decir de todos modos porque para eso tengo un blog: sí creo que habrá copago. Y además me avalan razones con fundamento. Para empezar, que el propio Rajoy haya asegurado que no va a haberlo. Cuando el barbado presidente ha entonado aquello de "no soy partidario" he tardado un nanosegundo en poner mis barbas a remojar. Sobre todo porque don Mariano ya había dicho con anterioridad que no era partidario de subir las impuestos, tampoco del despido libre, etc, etc y ya sabemos todos cómo acabó el cuento. No puedo hablar por los demás, pero yo soy muy del "si me lo haces una vez, la culpa es tuya y si me lo haces dos, la culpa es mía". No soporto que alguien diga que va a ejecutar una acción (sea desde quedar contigo hasta subir impuestos a los ricos) y no lo haga ni tan siquiera lo intente. O al revés, que diga que no para luego ser que sí sin mediar justificación alguna. Un comportamiento de este tipo baja mucho la estima en la que tengo a una persona y, por supuesto, a un gobierno al que jamás le profesé cariño alguno.
Pero al margen de los tangos de arrabal que nos cantan al oído Rajoy y sus palmeros, hay otra serie de pistas que nos llevan hacia la misma conclusión. Por ejemplo, existe un informe de 2010, manejado por el gobierno madrileño, en el que se sugiere la conveniencia de que la Comunidad de Madrid instaure el copago en varios aspectos relacionados con la Sanidad, tales como las vacunas o las comidas de los hospitales. Así que si alguien tiene la mala suerte de ser ingresado por alguna enfermedad, además, debe verse obligado a pagar el menú del día quiera o no quiera. Y no creo que el método suba el nivelón y veamos a Ferrá Adriá haciendo tortillas francesas con espuma deconstruida de bogavante en las cocinas del hospital La Paz. Una tiene ya la imaginación muy tocada.
Pero Esperanza y sus chicos no son los únicos que se están jugando al parchís nuestros cuartos. También el presidente gallego amenazó hace poco con establecer el copago de los medicamentos según el nivel de renta, palabras que retiró casi inmediatamente después de pronunciarlas. Bastante caliente estaba el tema por aquellos lares después de que la Xunta eliminara (dicen que por un error informático) la cobertura sanitaria a todos los parados que ya no recibían la prestación. Caridad cristiana, creo que la llaman.
Pero si estas pistas no nos conducen al asesino, salgámonos un poco de contexto y miremos con atención y devoción las cuentas de las Comunidades Autónomas. Cuando Esperanza Aguirre quería devolver al Estado competencias como Educación o Sanidad era por algo. Ambas implican una gran inversión y un chorreo continuo de euros, los mismos que en su día se llevó el viento, la trama Gürtel o Urdangarín, quien al parecer, tenía a su disposición cerca de 50 paraísos fiscales para esconder lo trincado.
Las Comunidades no tienen un duro, admitámoslo; deben millones y nuestros gobernantes se pasean por el mundo con la cantinela de "es triste pedir pero más triste es robar". Y como las ideas brillantes les sobran y el déficit les tiene agarrados por los huevos, han decidido ir a lo fácil: subir impuestos, recortar gastos, aumentar las investigaciones fiscales, dar un empujoncito a las privatizaciones porque sí, porque les sale de lo liberal y, ya puestos, lanzar globos sonda para que la población empiece a pasar por el aro y asuma la idea de que, más pronto que tarde, tocará pagar por los servicios básicos. Los primeros, los que nos salen más caros: la salud de nuestras gentes y la educación de los jóvenes. Patada en los bajos del futuro. Para los padres de la patria serán un alivio, pero para nosotros, a los que las gestiones políticas muchas veces nos la bufan, supone un horror, porque es el pilar donde se asienta el poco bienestar que nos queda. Aquello que decían, medio en serio, medio en broma, de "nacido pa' sufrir" cuando un niño venía al mundo se refería a esto. Aunque al señor Rajoy no le guste o "no sea partidario".

lunes, 19 de marzo de 2012

Chulazo

No sé cómo ni por qué, pero el caso es que hace un par de días me topé por sorpresa con uno de esos programas que hace la periodista Samantha Villar, ocupada como anda la mujer mostrando al mundo vidas ajenas. Al parecer, Villar se fue a Valencia en busca de hombres de cuerpos perfectos (todavía no me he enterado muy bien a qué venía la investigación) y se topó con el gran Rafa Mora, chulazo mayor salido de ese reducto de la intelectualidad que es el programa Mujeres y hombres y viceversa.
Que quede claro que yo no tengo nada en contra de Rafa Mora ni nada a favor, sobre todo porque no le conozco y tampoco iría jamás a verle el careto a una discoteca, principalmente porque en mi vida hay cosas más importantes. Dormir, sin ir más lejos. Así que partiendo de la base de que este señor y yo habitamos universos paralelos y que nuestros caminos jamás se cruzarán a no ser por un desaguisado del universo, reconozco que me quedé ojiplática cuando el hombre alegre, así, sin mayor remordimiento, dijo que cobraba 6.000 euretes por bolo. Entendemos bolo el ir a una discoteca una noche, saludar a la afición, pasearte entre las damas para que te dejen las mejillas moradas de carmín y te achuchen en lo posible y, como broche final, subirte al andamio (perdón, escenario), quitarte la camiseta y lucir con alegría lo que el gimnasio te ha dado.
Mientras Rafa andaba a sus labores, un chaval, cachorro de catedrático por lo visto, se deshacía en elogios hacia el interfecto, jaleándole con frases tan sesudas como que era el "puto amo", un "fenómeno" y un "ejemplo a seguir". Si esta criatura no llega por lo menos a dj le auguro un negro futuro como carne de psicoanalista.
La cultura del dinero fácil siempre ha sido más importante en este país que la educación primaria. Puedo entender que alguien que se trajine 6.000 eurazos sin hacer absolutamente nada por ello despierte admiración y envidia a partes iguales. Me recuerda a aquella salida de madre de Linda Evangelista diciendo que ella no se levantaba de la cama por menos de 10.000 dólares, a lo que los chicos de la prensa dijimos que, por nosotros que no fuera, que siguiera durmiendo.
Pero al margen de consideraciones éticas y comprobar de primera mano a cómo está el precio del chuletón valenciano, el espacio dedicado a mayor gloria de Rafa Mora dejó un bonito discurso para la posteridad en boca de aquí el figura. Decía el hombre y su viceversa que el secreto está en lucir el mejor coche, llevar prendas de marca y vivir en el barrio más pintón, aunque sea en un sótano y no comas más que pan y agua  todo el mes. Las apariencias sí engañan, y si tú vas por la vida de campeón atraerás a otros campeones, mientras que si adoptas el papel de perdedor, no te quedará otra que morder el polvo. Y no le faltaba razón al muchacho, porque las cosas, aunque las diga Rafa Mora o tal vez por eso, son así.
A todos nos ha pasado que, mientras hemos tenido cierta relevancia se nos han acercado gentes (incluso mejores amigos) que han desaparecido en cuanto nos hemos hundido en el más despreciable ostracismo. Y me refiero a cualquier campo de la vida. Hazte ver y te mirarán; escóndete y no reparará en ti ni Dios. Bajo la luz de los focos serás utilizado, por supuesto, pero si asientes y consientes, no habrá mayor problema. El inconveniente viene cuando eres una persona normal y esperas que la gente que dejas entrar en tu pequeño círculo merezca estar en tu mesa redonda, se trabaje las viandas con que le obsequias, la charla que le das, la confianza que depositas en ella, estar presente en tus días y tus noches, en tus risas y tus llantos, en tu salud y en tu enfermedad. Y cuando no es así y no eres Rafa Mora o uno de los suyos, es decir, no puedes comprar la gloria ni a tus caballeros a base de lujo y esplendor, te quedas como baffle usado de discoteca, la caja negra donde todos aparcan sus bebidas y apagan sus colillas.
Hay quien va por la vida representando un papel, metido y remetido en un personaje y le va estupendamente. Yo podría citar varios ejemplos. El problema es cuando un día, de casualidad, les ves repasando el guión entre bambalinas. Entonces te das cuenta de que esta película no te gusta nada y que, ya que has pagado la entrada, prefieres un final feliz. A Rafa Mora le vaticino un montón de éxitos, sobre todo porque es un tío listo y sabe muy bien dónde se tiene que mover y cuáles son tus limitaciones. No como otros, que se creen superhéroes invencibles y no hacen más que el ridículo. Porque hasta para ser un chulazo hay que estudiarse bien el papel, repasar el guión y reconocer a los personajes secundarios. Es lo que tiene el dinero fácil, que la primera vez entra rico y bien, pero hay que saber ganártelo manteniéndote arriba y dejar el pabellón muy alto aunque tengas que aparcar los principios en el cajón de la ropa sucia.

Hablando de pabellones y altos, aquí os dejo un vídeo. Quienes me conocen bien seguro que encontrarán rostros que les suenan. Tienen todo mi apoyo. Siempre.

sábado, 17 de marzo de 2012

No leas esto

Si algo me impacienta y me incomoda son esas absurdas cadenas de mensajes que se suceden en determinado foros y que empiezan por la frase "No leas esto" o, en su defecto, "Si lees esto...". Se supone que si no pasas semejante refrito de insensateces a todos tus contactos y los contactos de tus contactos en el plazo máximo de un nanosegundo, caerán sobre ti todas las plagas de Egipto, Ana Botella se mudará a vivir a tu casa y deberás trabajar el resto de tu vida podando el césped bajo las órdenes de Mourinho. Más o menos, las cosas van por ahí. Y son un incordio, sobre todo porque, cuando quieres consultar opiniones reales, tienes que ir descendiendo el cursor del ordenador hasta el submundo mientras te dejas los ojos persiguiendo un atisbo de vida inteligente.
Las cadenas de mensajes, tan populares en los comienzos de internet, son como el cuñado gorrón que se presenta todas las navidades confiando en que la familia se olvide de que, en realidad, se trata de un chupóptero de lo más desagradable. Estas advertencias de ultratumba ya no asustan a nadie, pero se ve que hay quien llega al orgasmo replicando mensajes sin sentido para desesperación de los que realmente quieren disfrutar de lo que están viendo o leyendo. Me recuerdan a aquellas desesperadas peticiones de ayuda que sacudieron los primeros cimientos de la red, invocando la solidaridad universal para encontrar criaturas perdidas y sanar a tiernos infantes aquejados de enfermedades horribles; tan horribles que no  se decía ni el nombre, supongo que por no amedrentar a las masas. No dudo que alguno de estos casos fuera verídico, pero aun hoy nos llega, muy de cuando en cuando, la foto del mismo niño que, a lo largo de casi veinte años, no solo no ha crecido, sino que ha cambiado de nacionalidad en más de diez ocasiones, solo superadas por las veces que ha mutado de progenitores.
Todo esto me lleva a pensar en esos cansinos personajes de la vida real que no dejan de aleccionarte sobre lo que tienes que hacer, decir y con quién te conviene ir bajo sutil amenaza de que, de no hacerlo, ya no serás "uno de los nuestros". Personas empeñadas en que sigas sus pasos a piel de la letra, porque si no, el castigo será el destierro, el olvido y, sobre todo, el no molar nada, pero nada de nada. Y cuando crees que has conseguido evitarlos, vuelven a la carga, repletos de buenas intenciones y mejores voluntades, pero poseídos por el mismo espíritu tostón, cobarde y coñazo de los primeros tiempos.
Sí, casi como los trolls, esos seres del averno que suben de vez en cuando a la superficie atraídos por la luz de los ordenadores. Se nutren del insulto y de las respuestas de quien parece disfrutar cayendo en su trampa. Me los imagino carcajeándose cuando algún sensible topillo se acerca y responde a cualquiera de las sandeces que estos individuos esparcen como estiércol que abona nuevas plantas carnívoras. La ventaja es que el troll es muy fácil de detectar, tanto que casi se le pilla la intención de provocar alguna flamewar aun antes de cargar el arma. Lo complicado es reconocerlos en la vida real, porque son criaturas que nos van contaminado, jamás de frente, sino con sutiles mensajes capaces de alienarnos en cómodos plazos. Nos inundan de pequeñas mentiras destinadas a crear una gran opinión, una idea con sustento que identifiquemos como nuestra, de tal manera que reaccionemos conforme a sus intenciones creyendo que son las propias. Su objetivo es provocar el caos, deshacer amistades, sembrar la discordia en los grupos y regar el comportamiento social del mal rollo. Después de todo, creo que la palabra troll se deriva de la expresión "morder el anzuelo", algo que hacemos todos en algún momento de nuestra vida pensando, incluso, que lo mordemos por propia voluntad y no por indicaciones ajenas. Y que, además, tendremos premio. ¡Toma ya!
Si nuestro ordenador no está libre de torpedos dispuestos a combatir nuestro ocio en penitencia, el disco duro que alimenta nuestro cerebro, menos todavía. Sobre todo porque no hay antivirus que pueda combatir a semejante panda de alimañas. Adaptarse o morir, dirían algunos. Yo no sería tan drástica pero, eso sí, fumigaría de vez en cuando y tendría a mano un buen escobón. Por si acaso.

viernes, 16 de marzo de 2012

Peligro: carcas

La definición de lo que es un conservador, desde el punto de vista estrictamente político, está clara: hablemos de un señor, un partido o una institución, haría referencia a quien pretende preservar el orden establecido y los elementos que facilitan el que dicho orden sea tal. Pero una cosa es ser conservador y otra, ser carca.
En España, ahora mismo gobierna un partido conservador que, por lo que se ha visto, es un partido de carcas. Y, sobre todo, esta condición humana sale a la luz cuando toca enjuiciar a las mujeres y sus circunstancias. Hace unos días, nuestro insigne ministro de Justicia sacó a pasear su lado más rancio hablando de la violencia estructural que lleva a las mujeres a abortar. No voy a continuar desgranando semejante salida de padre (y muy señor mío) porque me daría para escribir una novela negra, pero lo que me llama la atención es que no haya surgido un coro de damas peperas amenazando con correr al señor Alberto a escobazos si no retiraba la mayor. Entiendo que sus hombres se callen como señoritas de mala reputación, pero no comprendo este silencio consentidor en filas que, según rezan los prospectos, van hasta de feministas.
Aunque tampoco debería extrañarme tanto. Después de todo, ahí está Soraya Sáenz de Santamaría, reincorporándose al frente aun con el cirujano haciéndole un zurcido en la cesárea; su colega Cospedal (qué inquietud me produce esa mujer, que cuando habla siempre nos regaña como si hubiésemos matado a Kennedy), tomando medidas entre drásticas y misóginas, como la cancelación de las subvenciones a los centros de mujeres maltratadas de Castilla La Mancha; o Esperanza Aguirre, poniéndole la puntilla a Gallardón al afirmar que la violencia estructural contra las mujeres la causan aquellos hombres sin piedad que las dejan preñadas y luego no quieren casarse con ellas... Olé su sapiencia y perspicacia.
Vuelvo a recordar las palabras de un dirigente pepero diciendo que sus colegas femeninas estaban encantadas de cuidar de sus casas, hijos y marido y se me revoluciona hasta la laca. Sobre todo porque si se refiere a las tres cabezas privilegiadas del párrafo anterior es lógico que estén divinamente, teniendo en cuenta que mantienen a un grupo de empleadas del hogar al frente de sus asuntos domésticos. Si yo tuviera su poderío económico, a lo mejor también me sobraba tiempo para dedicarme a la política y arengar a las masas desde los puestos de los mercados, mientras finjo que me interesa el tema de los productos frescos y lo "carisísimos" que están los tomates.
Me molesta mucho que, según las estadísticas, las mujeres continuemos cobrando un 22% menos que nuestros colegas hombres por desempeñar el mismo trabajo; me molesta, por ejemplo, que esta reforma laboral, mal parida y peor criada, castigue sin piedad el absentismo laboral con el despido, aun a sabiendas de que las mujeres son las que suelen caer en él al verse obligadas a cuidar hijos, familiares mayores, etc. Además de la salud propia, deben cargar con los males ajenos. Me molestan muchas más cosas, pero me aterra pensar que quienes nos gobiernan nos ven como incubadoras destinadas a procrear  e invertir la pirámide de población del país, al mismo tiempo que dejamos las camisas de nuestros hombres como los chorros del oro y dedicamos el tiempo libre a hacernos bonitas mechas para asistir a esas manifestaciones en favor de la familia que, ahora mismo, con todo lo que les luce la peineta, están de más.
Puedo entender el conservadurismo, el liberalismo, el socialismo y algún que otro ismo, pero no puedo empatizar con los carcas, sean del signo que sean. Personas enterradas en el pasado y que solo entienden el progreso cuando es económico, viendo el avance en los derechos como una amenaza al status quo. Me recuerdan a aquellas élites del siglo XIX, que condicionaron la estabilidad de sus gobiernos y su participación en los mercados externos, reclamando únicamente la protección de sus derechos y su parte del pastel en las finanzas del país. Gentes cerradas sobre sí mismas y dispuestas a importar el único progreso que entendían, y que era el encarnado por los bienes materiales. No sé... quizás es que soy de esas personas que prefieren no dar un paso atrás ni para coger impulso, acostumbrada a pensar por mí misma (incluso cosas que no gustan un pelo a los demás) y ello me ha trastornado, porque, en realidad, lo que verdaderamente mola y da sentido a nuestras vidas son los toros, la Semana Santa y el parir querubines rubios que estudien en colegios cristianos donde les enseñen a ser hombres y mujeres de bien, más carcas aún que sus propios padres. Miedo me da pensarlo.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Huelga decirlo

Tras la convocatoria de huelga general realizada por los sindicatos, el diario La Razón se apresuró a titular, así en letras de molde, "Huelga contra España". Y se quedaron más anchos que panchos.
Es cierto que muchos pueden ver el asunto como una especie de chantaje de las principales organizaciones sindicales contra el gobierno. De hecho, antes de soltar ese agónico descalabro llamado reforma laboral, Rajoy y su gabinete instaron a sindicatos y empresarios a que se sentaran y negociaran, advirtiéndoles de que, si no llegaban a un acuerdo, el gobierno impondría sus terroríficos mandamientos. Obviamente, no se sabe muy bien qué hicieron, pero el caso es que lo que se dice negociar, negociaron poco y ocurrió lo que todos intuíamos. Ahora, tanto UGT como CC.OO maniobran con una huelga general destinada, según ellos, a que el gobierno se avenga a negociar. Curioso, este triple salto mortal.
Sin embargo, hay que reconocer que estamos donde estamos, a punto de intentar paralizar el país, por aclamación popular. Gran parte de los más enfervorecidos sufridores de la crisis económica pedían a los sindicatos un poco de consideración en forma de paso adelante, que demostraran en la calle lo que ni gobierno ni oposición parecían entender cuando discutían en el parlamento. De hecho, gran parte de la opinión pública comparte la misma crítica contra CC.OO y UGT, el reaccionar tarde y mal a los problemas. Y es inútil que delegados y afiliados insistan en el coste humano y económico que significa convocar una manifestación y ya no digamos una huelga; el pueblo quiere movimientos "espontáneos" como el 15M, sin tener en cuenta que esa espontaneidad es ficticia y que el 15M no solo está muy organizado sino que también tiene unos objetivos meridianamente claros. Claros, pero no tan universales como nos han dado a entender.
Complejo país éste en el que vivimos, con chantajes gubernamentales y empresariales, desuniones de la masas y prevalencia del interés privado sobre lo público. Una nación, en fin, que no la arregla nadie. Y esto no lo digo yo: cualquiera con dos dedos de frente reconocería que estamos ante un país sumamente improductivo. Por ejemplo, y aunque muchos insistan en lo contrario, es imposible que nos salgamos de la Unión Europea. Y, de ser posible, no dudo que supondría una catástrofe de proporciones ingentes porque, antes de ser miembros de la Unión, teníamos una industria olivarera, agrícola, automovilística, láctea, naval, siderúrgica... algo de lo que carecemos ahora. Somos una nación que lo único que produce es sol, porque ni siquiera hemos aprovechado la coyuntura favorable de años atrás para invertir en I+D. Inevitable pensar que solo los locos se postularían para gobernar España.
Los más optimistas dicen que somos una democracia joven y que estamos en el proceso de recorrer lo que otros ya han andado. Yo me alineo más con las tesis de la politóloga Esther del Campo cuando insiste en que somos una democracia construida en falso. Si preguntamos a un estadounidense acerca del valor sobre el que se articula su país, diría que la libertad; si le preguntamos a un francés, señalaría libertad, igualdad y fraternidad; si le preguntamos a un español se quedaría mudo de asombro, intentaría descubrir en qué archivo del disco duro de su cerebro se esconde la idea general de uno o dos artículos de la Constitución del 78 y, en caso de hallarlo formateado (lo más verosímil) diría que el fútbol. Así somos.
Dicho lo cual, no creo que esta huelga sea contra España, sobre todo porque lo mucho que han maniobrado  las organizaciones supraterritoriales y los mercados, con ayuda de los Estados, no solo nos ha desencantado sino que nos ha llevado a la ruina. Tenemos derecho a protestar sin ser coaccionados ni violentados por ello. Cada cual que haga con su conciencia lo que quiera, pero el hecho de haber llegado hasta aquí ya supone un ejercicio democrático, un afán de conservar y usar los pocos derechos que todavía nos quedan. Y eso no es antiespañol sino todo lo contrario. Le pese a quien le pese.

martes, 13 de marzo de 2012

Amor al arte

No sé muy bien por qué, pero entre todas las cosas que han ocurrido entre ayer y hoy, algunas de mucha enjundia, se me han quedado grabadas dos. Y las dos están relacionadas con el arte.
La primera es ese fresco recién descubierto que, según los expertos, es obra del gran Leonardo da Vinci. La noticia, que podría ser de ésas de caerse de espaldas, acaba convertida en una más debido al no parar de aparecer obras ocultas del gran Leonardo. Y una cosa es evidente: o los expertos en da Vinci no han sabido descifrar su código o el polifacético artista sentía un placer inusitado escondiendo su tarea en lugares insospechados para descojone póstumo. El asunto va por buen camino: a este paso habrá obras de Leonardo hasta debajo del entarimado de la Casa Blanca. Todo ello partiendo de la base de que el pintor era un individuo hiperactivo (al estilo de los niños nacidos en diciembre que, según los últimos estudios, tienen tendencia a ser diagnosticados erróneamente de hiperactividad cuando lo que tienen es inmadurez propia de la edad; manda huevos), o, anticipándose al estrés postmoderno, un trabajador compulsivo que, al igual que las mujeres, ni siquiera se tomaba su rato para ir al baño o lo que fuera que hubiera en la época para resolver asuntos internos. Perdón, que me he equivocado, que algunas de las mujeres sí defecan, pero solo las que salen en las películas de Almodóvar.
El caso es que, a día de hoy, el mundo del arte descubre tesoros de Da Vinci a la misma velocidad que Rajoy hace recortes. Un escándalo. Vanagloriémonos todos y que siga la racha. Y, sobre todo, miremos bien en el arcón del abuelo, no vaya a ser que se le haya quedado un grabado remetido entre las páginas de la primera edición de la Constitución española. Y ojito con los graffitis del ascensor, que lo mismo son de Basquiat y nos pueden sacar de pobres.
La otra noticia tiene que ver bastante con el arte en vivo y está relacionado con Emmanuelle Béart, que ha aprovechado que no la oye nadie para salpicar de sapos y culebras su discurso contra la cirugía estética. Al parecer, la actriz se operó los labios en la veintena (no habla de ninguna otra intervención quirúrgica, aunque observándola podamos imaginarnos cualquier cosa) y ahora está que fuma en pipa. Vamos, que cuando se mira en el espejo ve a Candyman sin necesidad de nombrarlo tres veces. Normal porque, con todos mis respetos, se le está quedando la cara de gato al uso, ésa que lucen muchas mujeres de mediana edad a las que no nos costaría suponer parte del elenco de Cats. Lo que tendría que haber sido una obra de arte en la piel de una mujer bella de natural, ha acabado convertido en desastre ecológico, no tanto por la estética, sino por la imagen sumamente distorsionada que, al parecer, la señora Béart tiene de sí misma.
La actriz cuenta con el handicap de moverse en un universo demasiado pendiente de la belleza externa y donde cumplir años supone una amargura. Pero debería entender que no está sola. Otras como ella también lo hicieron y la inversión no les ha traído más trabajo, sino todo lo contrario. Véanse si no los casos de Meg Ryan, Melanie Griffith o incluso Nicole Kidman, que nos parece más de cera que la figura que la representa. Sin embargo, hay que ser justos con Béart: admite que los retoques están bien para solventar complejos, pero mal cuando se intenta perfeccionar lo que ya, prácticamente, no puede ser más perfecto. En ese caso hay que afrontar lo evidente y asumir que, si te arriesgas, lo más probable es que vayas a peor.
Me parece bien que las actrices y modelos se pongan de uñas rojo pasión contra el Photoshop y la cirugía estética, aunque a veces suene más a una pose para congraciarse con las mujeres "reales" que un propósito salido de sus entretelas. De todas formas, en mi ignorancia, siempre he pensado que ambos colectivos se dedican a interpretar, y que llevar puesta de serie una careta tipo Anonymous pero más maqueada, tal vez pueda ser considerado incapacidad laboral. Después de todo, uno de los instrumentos fundamentales para el desempeño de su profesión es el rostro, el mismo que, de tanto vapulearlo, se les ha quedado, prácticamente, de cemento armado.
Es un triste signo del ser humano el querer lo que no se tiene, la insatisfacción, el desear ser otro. Esto nos puede llegar a estimular, pero también genera sentimientos tan poco aplaudibles como la envidia, el odio y las ganas de humillar al contrario. Y aunque en este duelo de opuestos todos creamos que somos el bueno, objetivamente no es así. A veces resulta imprescindible cerrar los ojos a los propios temores y abrirlos a los halagos ajenos, creer a la gente cuando nos piropea y nos dice que somos maravillosos tal y como nos ven. Porque sí, todos somos fantásticos para alguien. Y ya que estamos ojipláticos, insisto: aprovechemos para echar un vistazo al secreter de la tía del pueblo, no vaya a ser que esconda un Picasso con la lista de la compra apuntada por detrás y arreglemos el déficit español de un pincelazo. ¡Qué arte! 


lunes, 12 de marzo de 2012

Efecto mariposa

El efecto mariposa es la parte anecdótica de la teoría del caos. No voy a desgranar esta última porque, probablemente, acabaría siendo engullida por un agujero negro de dimensiones épicas, así que quedémonos, por favor, en lo más florido y festivalero del asunto.
El dichoso efecto mariposa viene a decir que, por muy previsible que sea un acontecimiento, pueden surgir variables que introduzcan un componente caótico, construyendo un resultado completamente diferente al esperado. En la forma más poética de explicarlo, el aleteo de una mariposa en Londres puede producir un tsunami en Tokio. Vale, es una manera un tanto drástica y triste de decirlo, pero el asunto, más o menos, va por ahí.
El problema del efecto mariposa es que todos estamos a merced de él. Es posible, por ejemplo, que un granjero de Arkansas deje de pagar su hipoteca y, después de una sucesión de acontecimientos en tropel, un banco español vaya a la quiebra. Yo diría que no solo es posible, sino que a todos nos suena como un cuento demasiado verídico como para parecer falso. Del mismo modo, una decisión tonta que tomemos un día puede cambiar el comportamiento de otra persona hacia nosotros e incluso su forma de proceder, transformando a continuación la vida de terceros y así hasta el infinito y más allá.
Como señalé en su día, es muy complicado averiguar las intenciones de alguien cuando hace algo. Podemos intuirlas, pero ello no quiere decir que no nos equivoquemos. Sobre todo porque las intenciones pueden ser víctimas de ese inesperado efecto mariposa: un coche chocó contra una torreta eléctrica, se fue la luz y parte de lo que estaba en la nevera se echó a perder, incluida la leche para el café. Eso ha puesto a nuestro "mariposón" (no va con segundas) de mal humor, llevándole a ver todo negro y a tomar decisiones absurdas y precipitadas de las que quizá no sea consciente y, por lo tanto, no le merezcan una disculpa.
Sin embargo, resulta inviable estar todo el día preocupado por averiguar los motivos del comportamiento de otros y dónde andan las mariposas batiendo alas. Antes que nada, debemos tener en cuenta la proporción del comportamiento humano, aquella que dice que todos tenemos un 10% de factores inamovibles en nuestra vida y un 90% de componentes móviles que podemos manejar, aplicar y transformar como nos dé la real gana. Una persona que ejerce el control sobre ese 90% es un individuo maduro, seguro de sí mismo, capaz de enfrentarse a los obstáculos y ganarles la partida. Sin embargo, hay muchos que revierten el porcentaje, convirtiendo su vida en un 90% de fijo y un 10% de variable. Se trataría, lógicamente, de aquellos que se dejan llevar, incapaces de interactuar con sus sentimientos, que huyen de los conflictos y no suelen participar en la toma de decisiones. Esas torres de cartón son como la montaña donde chocan las mariposas. Porque para que este mundo fluya, para que surjan casualidades, sorpresas y momentos increíbles, hay que dejar que las mariposas vuelen y precipiten lo imprevisto, sea bueno, malo o mejor.
En este universo globalizado, cualquier cosa que hagamos tiene repercusiones. El que yo escriba algo en este blog, lo lea un internauta del otro lado del Atlántico y le lleve a reflexionar sobre su vida es magia pura. Como también lo es conocer gente, descubrir lugares, cruzar una calle aun sabiendo que deberías cruzar otra, decir sí siendo consciente de que tal vez tendrías que decir no o negarte a algo reconociendo que la aventura que te hace sentir vivo radica en la aceptación de lo imprevisto. Sin embargo, nos gusta atarlo todo en corto, huyendo del caos como si fuera algo malo. El problema está en que equiparamos lo caótico con lo violento y quizás los tiros (nunca mejor dicho) no van por ahí.
Cuando mi generación empezó a estudiar inglés aprendió aquello tan pueril de "one mariposita fly fly in the garden when de repente ¡cataplof! tortazo on the floor". Antes me parecía una tontada; ahora, filosofía pura.

domingo, 11 de marzo de 2012

RqR

Si algo me motivara ahora mismo a trasladarme a los Estados Unidos de Norteamérica sería el afán investigador. No me refiero a unirme a las filas de la NASA ni a invertir mis energías en encontrar una solución a la deforestación planetaria; más bien, se trataría de un estúpido intento de descubrir de dónde sale ese conservadurismo tan atroz que a veces inspira a personajes relevantes de la sociedad norteamericana. Siempre me ha llamado la atención la cruzada de algunos contra la vida privada de muchos, las ganas de fiscalizar el encamamiento ajeno, de influir sobre actos y pensamientos y, sobre todo, de reunir a un nutrido rebaño que les jalee con oes y aes cada vez que de su bocaza sale una idea, ya no prehistórica, sino antihumanista.
El último en sacar los pies del tiesto ha sido Kirk Cameron, el jovencito alocado de Los problemas crecen que, en cuanto alguien le concede unos minutos televisivos, le da por sacar a pasear al tipo rancio que lleva dentro y cargar contra la homosexualidad. Contra otras cosas también, pero parece que el asunto gay le preocupa mucho, lo cual, si nos dejamos llevar por pensamientos pocos ortodoxos, a lo mejor tiene que ver que un trauma de los de hacérselo mirar. Según cuenta su biografía, Cameron se casó con la actriz que hacía de su novia en la serie, se dedicó a tener hijos y adoptarlos y a abrazar los preceptos de la iglesia evangélica. Todo ello con idéntico fervor. Pero tamaño rechazo a una tendencia sexual que ni le va ni le viene me recuerda a algunas de las anécdotas que contaba Kenneth Anger en el libro Hollywood Babilonia, con ejecutivos de los grandes estudios intentando que actores jóvenes pasaran por el aro a cambio de un papelito en alguna serie. No digo yo que a Kirk tuviera que vivir situaciones tan extremas pero, posiblemente, vio cosas que quizás ninguno nos merezcamos ver jamás. Es mi peculiar teoría alienígena, aunque pude haber otras.
De todas formas, el ejemplo de Kirk no es único. Ahí tenemos, sin ir más lejos, a Willie Aames, quien en la serie Con ocho basta interpretó un papel muy parecido al de Cameron (joven, guaperas y ligón). Aames atravesó un infierno de drogas y alcohol justo antes de sumarse a la causa de la iglesia evangélica y defender los mismos preceptos que el bueno de Kirk. No hace falta ser un lince para encontrar semejanzas entre ambas trayectorias, tanto en el origen como en el desarrollo, ergo algo huele a podrido en Dinamarca.
Si repasamos la casuística, es curioso que los señores erre que erre siempre sean de índole muy conservadora, dispuestísimos a inocular entre la opinión pública preceptos tan sublimes como que Obama no es americano o que el hombre nunca pisó la luna convencidos de que a la luna no la pisa ni Dios. Eso allende los mares, porque en España también tenemos lo nuestro. Sin ir más lejos, la tragedia del 11M, que hoy está de aniversario. Es increíble lo mal que encajaron algunos la derrota política de las huestes peperas aquel año y lo que les cuesta digerir el no llevar razón: en las bombas de los trenes tiene que estar la mano de ETA sí o sí, aunque sea porque alguno de los terroristas reconocidos tuvo en su día un amigo cuyo tío abuelo nació en Barakaldo. Todavía recuerdo la que se montó tras encontrar en una furgoneta el cassette con los grandes éxitos de la Orquesta Mondragón, prueba irrefutable de que los asesinos vascos tenían un puesto de honor en este intríngulis. No quiero yo pensar qué hubiera pasado si, en lugar de eso, se hubieran topado de bruces con un cd de Silvio Rodríguez... ¡el castrismo más vil actuando impunemente en Madrid! Hubiera dado para elaborar muchas enciclopedias históricas, ¿verdad, señor Aznar?
Al Don Erre que Erre de Paco Martínez Soria le han salido muchos imitadores. Igual de tercos, absurdos y grises que el personaje en cuestión. Gente con una ingente cantidad de imbecilidad que no duda en escupir en cuanto alguien tiene el detalle de dedicarle unos pocos minutos. Individuos muy parecidos a ese Mourinho que ahora no duda en afirmar que Guardiola es de su mismo pelaje, para jolgorio y gran jaleo de los que aseguran, como bien dice Carlos Boyero, que Pep mea colonia. Está claro que la inteligencia siempre ha sido una virtud infravalorada en este país, sobre todo si viene de alguien con éxito. Lo que ocurre es que, en esta última bravuconada made in el Bernabéu, Pep le ha hecho una verónica al entrenador madridista diciéndole que vale, que a lo mejor lleva razón, con lo que tendrá que hacérselo mirar. ¡Toma elegancia! No me creo ni un ápice de las teorías de las conspiración que manejan los madridistas cada vez que los partidos no les salen según la escaleta, pero sí opino que hay momentos en los que todas las personas de bien somos Guardiola. Y a mucha honra.

viernes, 9 de marzo de 2012

Piel de serpiente

Hace cierto tiempo, y con motivo de un problema que tuve al que no hallaba respuesta, alguien me contó la fábula, parábola o como quiera ser llamada, de la serpiente y la luciérnaga. No sé por qué (tal vez porque ha salido en la tele, ha aparecido en algún blog, en un periódico, etc), pero el caso es que en los últimos días la he vuelto a escuchar como un déjà vu desasosegante, que me trae ecos de una galaxia muy, muy lejana de la que, afortunadamente, ya no me siento ni arte ni parte.
El cuento dice más o menos así: un buen día, una serpiente descubrió una luciérnaga volando a su alrededor. Desde ese instante, el reptil no dejó de perseguirla, de acá para allá, de un lado a otro, como una sombra amenazante siempre dispuesta a devorarla. Hasta que la luciérnaga, cansada y prácticamente derrotada, cesó de volar y le preguntó a la serpiente: "¿puedo hacerte tres preguntas?". A lo que aquella respondió: "Puedes. Total, voy a matarte igual...". La luciérnaga entonces preguntó: "¿Formo acaso yo parte de tu cadena alimentaria?". La serpiente respondió: "No". Y la luciérnaga insistió: "¿Te he hecho algún mal?". La serpiente contestó: "No". "Entonces, ¿por qué quieres destruirme?" "Porque no soporto verte brillar".
Y es que, a veces, los problemas más complejos tienen una solución tan simple como ésa: no hace falta hacer nada especial para despertar la ira, la envidia y el odio de otros; basta con ejercer la sana costumbre de existir y, en consecuencia, respirar. Hay personas que se dedican en cuerpo y alma a aborrecer a los demás porque poseen algo que ellas no tienen, llamémoslo carisma, buena fortuna, personalidad, etc. Por no hablar de un objeto físico, el cariño de alguien a quien se desea y tantas otras cosas que motivan odios absurdos y viscerales a un tiempo. Da igual las armas que coloques en tu fuerte o los guerreros que te ayuden a defender tu posición; el contrario va a seguir tirando con bala y torpedeándote la línea de flotación hasta sacarte fuera de escena.
Recordando esta historia y al hilo de la huelga general convocada por los sindicatos mayoritarios para el próximo día 29, he vuelto a reflexionar acerca del escasísimo valor que el empresario le da al trabajador, ya no como elemento de la cadena de ensamblaje sino como ser humano en sí mismo. Obviamente, la generalización es imposible, pero he visto suficientes cosas en mi trayectoria como para reconocer que, en determinados ambientes, está muy mal visto que el trabajador tenga opinión, que manifieste una forma de pensar crítica, que posea una ética laboral propia y diferenciada y que, en casos no tan extremos, cuente con una rica vida privada que, a lo mejor, podría llegar a causarle cierta distracción en horas de faena. El profesional que brilla molesta, sobre todo porque su brillo puede atraer, y de hecho atrae, no solo a otros como él, sino a elementos dispuestos a "ir hacia la luz". Y eso sí es un poltergeist y de los chungos, de los que disgustan y ofenden.
En un caso así, se impone echar mano de artillería pesada para apagar tanta luz, sobre todo porque semejante destello en forma de criterio propio deslumbra y ciega, pero también ilumina los deméritos ajenos. Hay que acabar con quien brilla igual que muchos intentan destruir a quien tiene algo que ellos no poseen ni van a poseer nunca. Y no creo yo que ésa sea la receta del buen proceder, sobre todo teniendo en cuenta que puedes matar a una luciérnaga rociándole con acoso laboral y rematándola con el escobazo de una carta de despido, pero ni por asomo lograrás fulminar a todas las luciérnagas. Y que ahora que sabes lo que es el brillo, siempre tendrás miedo de que alguien mejor, más capaz o más carismático aceche en la esquina y, por justicia divina, vuelva a enfocar tus propias carencias.
Si no queremos perder nuestra propia identidad, la esencia que nos caracteriza, la valentía que se nos presume, deberíamos intentar sacarnos brillo y, sobre todo, no volar bajo. Porque el vuelo a ras de suelo acaba de dos maneras: o con un tortazo on the floor o adquiriendo maneras de otros seres que se arrastran. Y, como me dijo alguien hace ya unos añitos, si te arrastras no tendrás derecho a gritar cuando te pisen. Amén.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Tontismo

Leo en los periódicos que se debate y rebate sobre el tema del sexismo en el lenguaje. Una forma de entretenerse tan digna como jugar al Scrabble. O a hundir la flota. O a hundir un país, o... vuelvo, que me pierdo. Imagino que las ex ministras Pajín y Aído estarán festejando con aguardiente semejante debate léxico, tan vacío como absurdo. Porque no creo que la raíz del problema esté en la lengua española, si no en el uso que se hace de ella.
Y es que todos somos conscientes de que no es lo mismo decir "este hombre es un zorro" que "esta mujer es una zorra" o "menudo perro está hecho" que "menuda perra está hecha". Pero en lugar de socavar el machismo de los conceptos nos ponemos de los nervios intentando colocar la "a" final a las palabras para que queden así como más femeninas, ¿o diríamos mejor feministas? Tachamos sin pudor algunos términos de sexistas cuando su único pecado es ir acompañados de un artículo. Por ejemplo, juez. El vocablo no lleva la "o" del final, pero hay que ponerle una "a", supongo que por justicia. Pues bueno. No sé cómo estamentos tan anclados en nuestra sociedad, como la policía, por ejemplo, no se levanta en armas ante esta lucha de conciencias. ¿Por qué al policía no se le cambia la "a" por la "o"? ¿Que eso de decir un policío suena feo? Más feo está lo de miembras y, a base de chistes, nos vamos acostumbrando. No demasiado, no vaya a ser que haya una de ésas míticas conjunciones planetarias, se nos rebelen los cometas y, a partir del 12 del 12 tengamos que decir "los cometos". Así, con dos cosos redondos rematando la faena.
Lo peor es que, mientras estamos ahí, debatiendo sobre sexismo y misoginia, vienen otros, con actitudes torpemente machistas, intentando tomar la delantera de la confrontación social. Ahí está el señor Gallardón, que ahora que es ministro ha decidido quitarse la careta centrista e insinuar que hay una violencia estructural contra las mujeres que nos empuja a abortar. Entiendo que el ex alcalde de la capital opina que yo no tengo el suficiente criterio, la capacidad de raciocinio o la inteligencia necesaria para decidir por mí misma, y que si algún día caigo en el pecado del aborto, será porque un mal hombre (con lo de "mal" quiero decir de izquierdas) me ha empujado a deshacerme del feto tras someterme a una tortura sin fin. Reducir a la mujer a un simple instrumento de la voluntad masculina, a un objeto animado venido al mundo con la única tarea de procrear es de cavernícolas. Hay que tener muy poca vergüenza y ser un machista redomado y convencido en la intimidad para soltar tamaño disparate en público sin que se te mueva la patilla de la gafa. Si hoy no acabo el día vomitando será porque me he metido en vena algún párrafo de Gertrude Stein. Tratamiento de choque, que le llaman, y que solo se puede aplicar en pequeñas dosis para no acabar ejerciendo la misandría con la misma facilidad que algunos ejercen de políticos.
Con todo este lío me viene a la cabeza el concepto aquel de la femme inspiratrice manejado por Jung y que creo que ha rescatado el mexicano Jorge Volpi en su última novela. El famoso psiquiatra creó el término para definir a Christiana Morgan, una mujer que, según él, no había nacido para procrear hijos sino para fecundar a los hombres que supieran apreciarla o, lo que es lo mismo, ejercer de musa, inspiradora, sueño y fantasía, principio y final del hombre que tuviera la inmensa suerte de encontrarse con ella, gozar de ella y mantenerla a su lado. No creo que haya ninguna mujer que no quiera ser una femme inspiratrice, aunque dicho papel esté reservado a unas cuantas afortunadas que, a lo mejor, ni siquiera saben que lo son. A Gallardón y a otros colegas del montón no les vendría mal toparse con una de las elegidas. A ver si así, al menos, se entretienen haciéndole la corte con sus modismos de señores medievales (inciso: el otro día alguien me recordaba que el que es leal a otro mientras le da algo y lo abandona cuando no puede sacar provecho de él se está comportando como un vulgar siervo de la gleba; razón tiene) y nos dejan en paz al resto de las mortales. Sería un detalle por sus partes... ¿o debería decir partas?

martes, 6 de marzo de 2012

Póntelo, pónselo

Que no cunda el pánico: el condado de Los Angeles se ha puesto serio y obliga desde estos días a usar preservativo a aquellos actores de la industria del porno que ejerzan la profesión dentro de su territorio. Bueno, en realidad ya había normativas anteriores que predicaban lo mismo, pero se ve que aquí los fornidos muchachos se las pasaban por la entrepierna.
El valle de San Francisco, lugar de rodaje de tantas cintas de arte y ensayo, está que se la agarra con papel de fumar. Y es que, amigos, esto de entorpecer la emoción del momento con un mundano condón corta mucho el rollo a la peña, que vive el romanticismo del mete-saca con la poesía propia del endiñarla y no retirarla.
En mi opinión, creo que el momento condón, si algún director se atreve a mostrar la secuencia "póntelo, pónselo" a cámara, dotará a la bien dotada industria de un poco de cinema veritá. Además, por supuesto, de prevenir varias enfermedades de transmisión sexual sida incluido. Y cuanto más sanos estén nuestros chicos y chicas, más aguantarán trotes y cabalgadas con la moral alta. Y lo otro también. Pero volviendo a la cuestión del realismo, que nadie me discuta que el porno ha herido de muerte ala sexualidad de los soldaditos de a pie. Porque a ver quién es el guapo que aguanta horas en posición de firmes y la bella que soporta estoicamente posturas imposibles que dejarían lisiada de por vida a una campeona de gimnasia. El argumento de estas obras de arte es lo de menos; lo demás es repetir la jugada desde todas las perspectivas posibles: tirando desde la banda, desde el punto de penalti, apuntando al larguero y hasta haciendo viguerías en medio campo. Todo ello intentando no correr demasiado para permitir el cuerpo a cuerpo con la defensa.
Y no solo eso, porque los neumáticos muchachos que pueblan el panorama erótico festivo de ficción son tan reales como Harry Potter. Probablemente unos y otros sepan usar la varita con maestría, pero tantos cuerpos hormonados, recauchutados y vitaminados se parecen más a un holograma salido de la versión más chusca de R2D2 que a cualquiera de nosotros, vulgares mortales que sudamos, nos despeinamos y tenemos mal aliento por las mañanas.
Dicen los popes del porno que sus "sexudos" intérpretes pasan la ITV regularmente (se les miran mucho los bajos y poco los altos) y que están, pues eso, divinamente. No lo dudo. Como tampoco dudo que las estadísticas médicas evidencian una importante cohabitación del virus del sida con los trabajadores del género. Ha lugar para ocultar, sobre todo si tenemos en cuenta que este alegre mundillo mueve fortunas equivalentes a varios PIB de muchos países africanos calculados en su conjunto. Pero también pienso que no estaría mal educar a aquellos espectadores, que se entrenan regularmente para despejar la X, en la sabiduría de lo que es una enfermedad de transmisión sexual y la importancia de evitar contagios. No toda la labor educativa de la pornografía puede consistir en "descargar"  delante del ordenador lo mejor que llevamos dentro.
Debo de confesar que a mí el porno me parece, fundamentalmente, un coñazo. En los títulos de crédito ya sabemos quién es el asesino y a quién atacará con su sable. Y así es difícil engancharse. A las historias, pero también a los protagonistas, alguno de ellos logrados monumentos al universo más choni. Porque parece ser que aquí, para ser un dios del sexo, hay que empezar por vulgarizarse y desglamurizarse. Y, a ser posible, imitar en modales elegantes y seducción fina a los chicos de Jersey Shore, ese falso reality que, allá por 2006, convirtió la cuestión choni en fenómeno de masas a nivel mundial, con unos protas masculinos empeñados en arrimar cebolleta mientras sus colegas femeninas chupaban plano enseñando el entreteto. Vale, no había porno físico, pero el porno mental de la alegre pandillita de Jersey todavía nos seguirá salpicando un tiempito más. Y, para eso, amigos, sí que no hay condón que valga.