miércoles, 30 de mayo de 2012

El millonario

Al parecer, Mitt Romney ha conseguido los delegados necesarios para erigirse en candidato del Partido Republicano a las presidenciales USA y disputarle el Sillón Oval a Obama. Mi enhorabuena al premiado y mi mas sentido pésame al Tea Party, que apostaba por otros candidatos a la derecha del ya de por sí derechista Romney.
Imagino que, aunque solo sea gracias a las películas, todos tenemos una idea meridianamente clara de cómo funciona esto de la política norteamericana, los asuntos de financiación, los lobbies y el motivo por el que siempre se llevan el gato al agua (o mejor, a la Casa Blanca) señores pudientes y muy bien situados en las esferas del poder. Estados Unidos es el país de las oportunidades, vale, pero para ser presidente se necesita mucho más que la posibilidad de convertirte algún día en el mandamás de la, a estas alturas y creo que no por mucho tiempo, nación más poderosa del planeta. Lógico, entonces, que si uno quiere dirigir el mundo desde Washington, haga recuento de apoyos y sobre todo de dinero, el que suelen soltar los más pudientes del país a cambio de que, una vez que coloquemos al niño, éste le devuelva los favores. Como en España pero sin traje de faralaes, torito bravo, puticlubs y tinto de verano.
Siguiendo esta costumbre tan hermosa, uno de los apoyos que han llevado a Romney a lo más alto del Partido Republicano es Donald Trump, ese millonario conocido por serlo pero, además, por tener unos gustos sinfín horteras, financiar y organizar ese engendro llamado certamen de Miss Universo y matrimoniar con señoras espectaculares cada vez más jóvenes. Últimamente, además, viendo que el mundo no le prestaba la atención que merecía, el tramposo Trump ha sacado la noticia del millón de dólares (muy propio, por cierto), la de que Barack Obama no es americano sino que nació en Kenia, hijo de una madre de 18 años (que, por su edad, no pudo en su día nacionalizar a su hijo como ciudadano de pleno derecho de los Estados Unidos) y, por lo tanto, presidente fraudulento del país de sus amores.
Bueno. Para empezar, está claro que Donald Trump le tiene una tirria a Obama que no es normal. Quizás porque éste sea más alto, más guapo, más listo o, a lo mejor, hasta más negro. Donald el fanfarrón, jaleado por las filas más bondadosas y talentosas de los republicanos, sacó en su día las supuestas pruebas de que el presidente no merecía serlo, todo para que Obama, que debe de ser la persona más investigada de la tierra, le tirara a la cara los papeles de su nacimiento, aquellos que venían a certificar el parto de su madre en un hospital de Honolulu.
Tras semejante bofetada en su muy dura cara, Trump se retiró a meditar venganza en sus aposentos. No le dio tiempo. Hace muy poco, en esa cena del presidente con los corresponsales, que más semeja una actuación de El club de la comedia que un acto serio, Obama se mofó y befó del magnate, diciendo que después de restregarle por las narices el certificado real de nacimiento, la administración ya podía dedicarse a asuntos más serios, como averiguar si en su día los americanos fingieron la llegada a la luna o qué pasó en Roswell exactamente. Una interesante sucesión de chistes soltados ante un invitado de excepción: el propio Trump.
Sinceramente, pienso que el señor Donald, por muy torpe que sea, no es un enemigo a despreciar. Me da a mí que es de los que juran venganza hasta la muerte y más allá, tal vez porque la experiencia me lleva a reconocer a este tipo de seres en cuanto asoman el tupé. Así que, ni corto ni perezoso, enchufó más dinero en la candidatura de Romney y aquí tenemos al republicano, convertido en candidato y, de paso, títere sin cabeza en manos, entre otros, de Trump. El millonario ya le ha recordado a su pupilo que Barack Obama sigue sin ser estadounidense (aquí cada loco con su tema) y que está dispuesto a presionar lo que haga falta para que el bueno de Mitt le saque los colores al primer presidente negro de los Estados Unidos. Menudo panorama: alcanzas el sueño de tu vida para, acto seguido, convertirte en rehén de un iluminado. Por si acaso (y por vergüenza ajena, sobre todo) Romney ha mandado un sutil mensaje diciendo que, con la venia, él pasa del tema. No le arriendo la ganancia: entre el Tea Party mosqueado y Donald Trump cabreado, si yo fuera Mitt Romney estaría ya trabajando, no por mis compatriotas, sino por una jubilación tranquila jugando a la brisca en alguna aldea de Wisconsin. De ser esto Hollywood, Denzel Washington y Julia Roberts andarían corriendo por los pasillos del Capitolio intentando evitar asesinatos y resolver conspiraciones. Que la realidad no supere a la ficción a no ser para matarnos... de risa. Amén.

martes, 29 de mayo de 2012

Menudo cristo

Ayer se celebraba el juicio contra el cantautor Javier Krahe, acusado de grabar e, imagino, difundir, unas imágenes en las que se le aprecia cocinando a un Cristo de cera crucificado. Toda la causa contra Krahe se sustenta sobre el artículo 525 del Código Penal reformado en 1995 y que, sin entrar en términos legales farragosos, viene a penar a aquellos que cometan blasfemia.
Aun estando presente en nuestras leyes esta soberana memez de artículo, resulta que no se ha juzgado a nadie conforme a él hasta que la emisión de la dichosa pantomima de Krahe en un programa de Canal + en 2004 destapó la caja de los truenos. Fue entonces cuando el Centro Jurídico Tomás Moro, a quien tengo el buen gusto de no conocer, montó todo este tinglado en aras de la, según ellos dicen, libertad de expresión religiosa.
Es curioso cómo determinados estamentos entienden esto de libertad de expresión, identificándola, básicamente, con la suya propia. Cuando alguien se manifiesta en contra de sus intereses, no es libertad, sino libertinaje y atentado contra la moral y las buenas formas. Muy en la línea de los pronunciamientos de Esperanza Aguirre, a quien imagino mesándose la melena mientras quema en una pira los discos del señor Krahe.
Ayer, en Twitter, dije que yo también era Javier Krahe. Y lo soy porque no concibo la falta de crítica y el silencio al que nos quieren condenar algunos, impidiéndonos hasta hacer chistes de lo cotidiano. El conjunto de intocables que nos ha tocado en suerte (la monarquía y la iglesia a la cabeza) no están haciendo nada para merecer nuestras reverencias, tanto en cuanto se empeñan en demostrar que lo que les importa es su propio y exclusivo beneficio.
Este asunto de Krahe me trae rancias evocaciones del affaire de las caricaturas de Mahoma, como si un dibujo tuviera el poder de deshonrar a una fuerza, suponemos, extracorpórea y supraterrenal. Las creencias deberían de estar por encima de lo humano y centrarse en lo suyo, que es lo divino. Atacar a alguien simplemente por disentir es una aberración. De hecho, en España incluso, nos asiste la jurisprudencia, con aquella absolución de los jóvenes catalanas acusados de quemar una bandera de España y la foto del rey. A veces el delito, como la belleza, está más en los ojos del que mira que en el sentir de la sociedad.
Confieso que a mí nunca me daría por quemar un Cristo de cera ni cocinarlo alegremente. No es un entretenimiento al que me entregue en mis ratos de ocio. Y también opino que Krahe ha pecado, sobre todo, de mal cocinero o, al menos, de chef mediocre. Dice el cantautor que el vídeo no se grabó con el ánimo de ser emitido, y el formato parece darle la razón, puesto que se rodó en 1977 y no se pasó hasta décadas más tarde. Además, hay que tener en cuenta que en aquella época estábamos saliendo de tiempos convulsos, y que la protesta contra la falta de libertades incluía la rebelión contra los símbolos asociados a la dictadura.
Opino, en fin, que el artículo 525 debe de irse directamente al infierno y que el señor Krahe, a quien imagino alejado del horno desde el día de autos, debería dedicarse a sus cosas del cante. Y los demás, respetemos la libertad de expresión de los demás para que luego no tengamos que quejarnos de que abusan de la propia. Sería un comienzo.

lunes, 28 de mayo de 2012

Los monos de Gibraltar

Dicen que no hay nada mejor para cohesionar a todo un país que crear un enemigo. Es entonces cuando los malos gobiernos pasan por buenos, en aras del patriotismo y bienestar de la ciudadanía. Lástima que este conflicto de los pesqueros andaluces con Gibraltar nos haya pillado con el malestar subido. Tanto que hasta las viejas y clásicas rencillas que en su día nos unieron a todos al grito de "¡Gibraltar español!" han quedado convertidas en un "que lo arreglen ellos".
La jugada de propaganda patriótica le ha salido muy mal al gobierno de Rajoy, a quien su homónimo gibraltareño, un tal Fabián Picardo, mira con cierta desconfianza desde su peñón socialista. Es lo que tiene compartir fronteras con tu némesis, a quien no quieres parecerte ni en los sellos. Pero mientras estos dos se tiran los trastos a la cabeza y aprovechan para defender sus votos, los que pierden son siempre los mismos, en este caso la gente de la mar, obligada a faenar a pie de Peñón en la agradable compañía de la Guardia Civil ("fuerzas paramilitares españolas", las llama el tal Picardo). Es más, por si no fuera poco el tener a los ingleses vigilando popas y proas, los pescadores de La Línea y de Algeciras, coprotagonistas del conflicto, andan tirándose las nasas a la cabeza, acusándose mutuamente de favoritismo por parte de las autoridades gibraltareñas. No hace falta que de pistas sobre otros intereses aquí creados: en La Línea manda el PSOE y en Algeciras, el PP. Ya tenemos el cuadro completo.
Mucha gente de derechas me acusa de ser "una insufrible progre de izquierdas", mientras que algunos que presumen de ser muy izquierdosos me llaman "conservadora reaccionaria que merecería el paredón" (tal cual). Ante esto, comienzo desarrollar un estupendo conflicto de identidad en el que no gustarle a casi nadie fastidia a veces, pero también ayuda a ir por libre. Y en ese camino sin retorno, que pasa por Gibraltar, entiendo que el conflicto que me entretiene se debe a un cúmulo de choques de mala vecindad que se remontan al Tratado de Utrecht de 1713, por el que España donaba el Peñón a la Gran Bretaña. Aquello nos ha dolido como un perpetuo grano en el culo, porque una cosa es renunciar a Cuba, que ni la ves ni la sientes, y otra tener que aguantar que los amigos británicos te toquen permanentemente donde más duele: en los bajos.
Cualquier frontera es un cúmulo de problemas. Normalmente las terrestres se llevan la palma, pero ahora las bombas mediáticas llegan desde el mar, cuando ya hemos prácticamente esquilmado los bancos de pesca y las capturas son casi un tesoro. Los pescadores españoles dicen que un tratado de 1999 avala su derecho a faenar en aguas sureñas; los gibraltareños responden que ese tratado existe, pero que vulnera una ley ecológica de 1991 y hay que revisarlo. Todo ello mezclado con amenazas, la Royal Navy, la Guardia Civil y las reivindicaciones soberanas que lanza el gobierno en un vano intento de que nos olvidemos de la prima de riesgo y nos acordemos de la reina madre.
Entre tanto lío diplomático en el que nadie quiere ceder, los que pierden son los mismos: los pescadores a los que se les está privando de su medio vida. No es de recibo que pongas en riesgo tu físico para echar las redes al lado de tu casa, aunque te digan que son ilegales. Si es así, que lo demuestren ante la Unión Europea. Será fácil, ¿no? Dicho lo cual, no tengo ni repajolera idea de quién lleva la razón en este asunto, aunque creo entender que si el gobierno gibraltareño ha estado dando concesiones durante décadas a un número determinados de barcos andaluces para pescar en las aguas próximas, es de recibo que sus patrones se mosqueen cuando les espetan aquello de "donde dije digo digo Diego" y "métase usted la pesca por donde amargan los pepinos".
Lógicamente, éste es mi punto de vista desde este lado de la frontera, que seguramente no tendrá nada que ver con el que se tiene dentro del Peñón, íntimamente relacionado con lo que ellos creen que son sus "aguas" y que, al igual que Argentina con las explotaciones petroleras, nadie tiene derecho a penetrarlas. Lo que sí me preocupa, aparte de la tragedia de las familias que viven de la pesca, es que esto se convierta en un instrumento para reavivar viejas rencillas que nos pueden meter en un lío del quince cuando menos nos hace falta. Porque todos sabemos que cada vez que gritamos aquello de "¡Gibraltar español!", varios miles de vecinos nos responde con un "¡Y Ceuta y Melilla marroquíes!". A ver si Rajoy tiene las barbas de resolver semejante requiebro diplomático con tiento y dejar anonadados hasta a los monos de Gibraltar, los únicos que lo deben de estar pasando teta con estas peleas imperiales.

domingo, 27 de mayo de 2012

Matar a un ruiseñor

Ayer estábamos todos un poco liados: que si partido de preparación a la Eurocopa para los más futboleros, que si Eurovisión para los más retros y que si playa y piscina para la mayoría. Un non stop de juerga y cachondeo. Y mientras tantos andábamos ahí, a olvidar penas a base de pan y circo, una noticia pasó ante nuestras narices como una especie de chillido de ésos que se te quedan entre una oreja y la otra, haciendo eco.
No me refiero a las palabras del señor Bankia que son para meterlas en una gran bolsa de basura (de aquellas míticas en las que el alcalde Muñoz guardaba los millones) y arrojarlas al vertedero más cercano, sino a un nuevo ataque contra la indefensa población siria. Otro más de los muchos que lleva ya perpetrados ese individuo de nombre El Asad, que parece galán de cine mudo y no es más que un monstruo que haría bueno hasta al príncipe Vlad Dracul, el antepasado más granado de Drácula y, al parecer, también del británico príncipe Carlos.
Entre todas las matanzas del régimen sirio, la de ayer ha sido de las peores que tengo el mal gusto de recordar, tal vez porque acabó con la muerte de 32 niños. Y no, no es que estuvieran los infantes reunidos en el patio del colegio cuando hizo una explosión una bomba equivocada sino que alguien, a quien me resulta difícil poner calificativos porque no hallo en el diccionario ninguno digno de tanta bajeza, se molestó en apuñalarlos, uno a uno, hasta la muerte. Si esto no es crueldad y ensañamiento, prometo retirarme de la vida pública y hasta de la privada.
Porque hay que tener una psicopatía muy agudizada para cargarse a seres humanos como quien pisa hormigas, pero más aún para asesinar niños o personas que no tienen la capacidad de presentar oposición ni causar mal alguno a la autoridad incompetente. Pero, claro, me dirán que la coartada es que estas imberbes criaturas están siendo contaminadas desde la infancia y hay que ponerles correctivo para que, en el futuro, no les de por alistarse en el bando de la libertad y la paz y manden al señor El Asad y su familia de cuento a tomar por saco. El castigo preventivo es un estúpido propósito y un muy mal negocio.
Aquí, además de la barbarie en sí, hay muchas cosas que no entiendo. No comprendo, por ejemplo, que este gobernador sirio del bigote vuelva a su casa por la noche, mire a sus hijos a la cara y no se le caiga la ídem a los pies; que su señora esposa se alce como defensora de la infancia y las causas nobles cuando el hombre con quien comparte lecho se dedica a manchar con sangre manos ajenas en el intento de limpiar su podrida conciencia; que los rusos, ese gobierno con veto en otra institución que me encandila, la ONU, den la callada por respuesta cada vez que la comunidad internacional pone el grito en el cielo ante los desmanes sirios (sí, ya sabemos que el mercado de armas es muy goloso y en Rusia hay montones de billonarios desnutridos).
La hipocresía internacional ante lo que está ocurriendo en Siria es para despertar la cólera divina si la hubiera o hubiese. Aunque, obviamente, lo decimos también nosotros, hijos de un gobierno como el de Zapatero, que multiplicó por 6 las ventas de armamento al extranjero después de predicar incansablemente el No a la guerra. Y me da a mí que esas armas no iban precisamente destinadas a embellecer vitrinas en algún museo de los horrores. 
Aquí seguimos, condenando atrocidades con una mano y poniendo el cazo con la otra. Personalmente, ese dinero que mueven las naciones y que pasa a engrosar las cuentas del PIB con deshonra y vileza, debería ser incluido en aquel otro PIB, el del dinero "malvado" que circula por el mundo, una cifra ficticia (se le ocurrió a un alto gerifalte en un bonito día de improvisación) y en cuyo nombre el pueblo soberano ha financiado intervenciones o misiones de paz, como ésta que ahora mismo recorre Siria y solo sirve para apuntar en una pizarrita el número de bajas civiles en una guerra insensata e ignominiosa para ambos bandos.
Qué asco.


sábado, 26 de mayo de 2012

El síndrome Footloose

Seguro que muchos todavía recuerdan aquella peliculita llamada Footloose que, en su día, lanzó a la fama a Kevin Bacon y supuso el principio del fin de la carrera de Lori Singer. Algunos se acordarán porque el año pasado se rodó una nueva versión, la misma que pasó con bastante pena y escasa gloria por los cines donde se proyectó. Es lo que tienen los "clásicos", que no admiten vueltas, revueltas, revisiones o como quiera que ahora las llamen.
Pero mi propósito no es ponerme a teclear analizando los sinsentidos de la era del cine, sino penetrar en el meollo de la cuestión, digo, la película. Creo recordar que el argumento de Footloose se articulaba alrededor de una historia de amor entre un chico resabiado de ciudad y una pueblerina que quería ser fantástica y se quedaba en fan. Que nadie me pregunte cómo acababa lo de ambos porque soy incapaz de rememorarlo. Lo que sí me viene a la mente es el esqueleto central de la cinta: un pueblo de lo más profundo del profundo Estados Unidos, donde las autoridades habían prohibido la música para que sus niños no se pervirtieran. Todo a raíz de un accidente que sufrieron algunos de sus mancebos más populares volviendo de una fiesta pasaditos de Fanta.
Y, llamadme idiota, pero a mí, esto de prohibir la juerga y vivir conforme a preceptos espartanos me recuerda mucho a lo que están haciendo los populares con quienes habitamos la piel de toro: intentar, poco a poco, que sobrevivamos de acuerdo con sus mandamientos que, dicho sea de paso, no son lo que se dice un descoque. En el propósito del gobierno, además de jugar con nosotros a los recortables, está el acabar con la libertad de expresión, de manifestación y hasta de reunión dándoles una vuelta de tuerca capaz de pasar por el aro de la Constitución pero nunca del populacho. Les falta apenas un buen estribillo para prohibirnos, incluso, echar unos bailes que no sean el chotis y el pasodoble, no vaya a ser que se nos aparezca Gallardón acusándonos a las damas de restregamientos y de no ser mujeres, mujeres. Si nadie lo remedia, dentro de muy poco no podremos salir a la calle a expresar nuestro descontento con ropa que nos tape la cara (prohibidas bufandas, pañuelos e, imagino, gafas de sol) y tampoco nos van a consentir hacerle un corte de mangas a la bandera o decirle de todo menos bonita a Esperanza Aguirre, cuando le de por soltar alguna de las barbaridades que la hacen grande en banalidad y pequeña en inteligencia. De ahí a que nos quiten el rock and roll, queda apenas un telediario, sobre todo porque la música viene asociada con el sexo y las drogas, cosas ambas que los peperos, a lo sumo, solo practican en la muy estricta intimidad (a algunos de sus cargos me remito; tiren ustedes de hemeroteca).
Aunque bien pensado, esta forma tan chunga de hacer política no sé si me recuerda más a Footloose o a El bosque, la película dirigida por M.Night Shyamalan donde una comunidad vivía anclada en el XIX bajo la amenaza perpetua de unos monstruos que, según las autoridades, habitaban más allá del bosque que les rodeaba. Y lo siento pero voy a introducir un spoiler: tales monstruos no eran más que el mundo exterior, que seguía su curso mientras los habitantes del poblado continuaban sometidos a unos padres de la patria que creían que la única forma de sobrevivir era aislarse de la modernidad y ser más papistas que el Papa. Aquí uno cabe preguntarse quién está más loco, si los de dentro o los de fuera, pero, sobre todo, implica cuestionarse si la resignación, la huida y el repliegue son las mejores armas para luchar. En mi opinión es mucho más productivo y valiente rebelarse, protestar y reivindicar, porque en ello reside la creatividad y la salida a los problemas. Las huidas hacia delante sin resolver los conflictos que se dejan atrás conduce solo al enquistamiento de los mismos, al sufrimiento y la miseria en todas sus múltiples variedades. A las pruebas me remito.
Lástima que en esta vida de cine que llevamos nos toque siempre el papel de malos. Y que nuestro final infeliz llegue deprisa y sin avisar, con los títulos de crédito capados por quienes menos merecen la gloria. Pero en fin, como decían otros más listos que nosotros: el espectáculo debe continuar. Amén.

viernes, 25 de mayo de 2012

Alguien habla mal de ti

Esta semana, la red social Twitter se revolucionaba con un virus que, bajo la sugerente leyenda de "Alguien habla mal de ti" se contagiaba como la espuma. Bastaba con que el supuesto ofendido curioseara en tamaña provocación para que el mal se extendiera a todos sus contactos y de ahí en adelante hasta rozar el infinito.
Afortunadamente, los que somos pobres en amigos pero ricos en espíritu y tenemos los followers justos para reunirlos a todos en torno a la mesa de Navidad y que aun nos quepa la abuela, nos hemos visto liberados de semejante apocalipsis. A nosotros no nos mira ni el Tato y ahí seguimos, flotando en las aguas de los trinos, yendo hacia donde nos lleve la cibercorriente. Sin embargo, reconozco que si hubiera recibido tal señuelo nunca hubiera picado. No porque me las esté dando de lista, sino porque presupongo que, en algún momento y lugar, alguien estará hablando mal de mí. Es más, apostaría mis trapos de cocina usados a que normalmente son los mismos. Y no solo eso, diría también que, queridos míos, me importa un bledo.
Una de las verdades templarias de la vida es que no se puede caer bien a todo el mundo. Tenemos nuestro derecho a intentarlo, aunque el batacazo puede ser de impresión. Otra cosa es que nos enteremos o no de la opinión que la gente alberga de nosotros. En los últimos años he conocido a varias personas con unos deseos casi suicidas de llevarse bien con los demás sin excepción y me encuentro en condiciones de jurar que ninguno de ellos lo ha conseguido, porque he visto también la impresión que causan en el otro lado y no es precisamente supercalifragilisticuespialidosa.
Nos equivocamos de cabo a rabo cuando creemos que el no pronunciarse y ocupar siempre un segundo o, mejor, tercer plano, es garantía de una existencia cómoda y feliz. Mediocre, por supuesto; feliz, nunca. Porque la felicidad es adrenalina pura: exponerte, tirarte al vacío aun a riesgo de pegarte la gran torta y, sobre todo, vivir las vísperas con mayor intensidad que el hecho en sí.
Cuando uno se siente seguro de sí mismo, asume sus actos, sabe lo que quiere y lo que no, lo que se merece y lo que no, tiene meridianamente claro que va a despertar tantos amores como odios. Porque las ideas claras y el no andarse con medias tintas es lo que tiene: apabulla a quien solo pretende dominar y controlar sin que haya razones objetivas, ni mucho menos emocionales, para ello. Y aun así estoy convencida de que las tremendas críticas que recibimos compensan tremendamente, porque demuestran que no pasas desapercibido y que dejes huella... siempre que no seas un cabrón con pintas, claro está.
Cada día me resulta más complicado entender a esas personas que, intentando quedar bien con alguien, quedan mal con todos o, al menos, con quien nunca lo ha merecido. No creo que sean gentes de afectos profundos, porque no se los ganan. Decirte siempre lo que quieres oír no es la mejor forma de dejar huella en el corazón ajeno. Uno acaba perdiendo la confianza en quien va por la vida con gesto de marmota y actitud de oso perezoso, porque todos sabemos que será difícil que mueva un pelo del bigote cuando al resto de animalitos del bosque nos ataque la marabunta.
A ellos siempre les preocuparán las críticas ajenas; serán como una bofetada a esa irrealidad de ensueño en la que viven. Les mosqueará que alguien hable mal de ellos. No lo manifestarán o le restarán importancia, pero por dentro entrarán en ebullición sin comprender por qué, si son unos santos y se llevan bien con todo el mundo, despiertan tantos recelos. Será porque a lo mejor se han dedicado toda la vida a congraciarse con uno mismo y dejarse arrastrar por los demás.
Y mientras, los que caminamos cual elefante por cacharrería, sintiendo, llorando, emocionándonos, enfadándonos, convirtiendo cada alegría en un triunfo y cada derrota en una experiencia de la que aprender, por muy dolorosa que sea, asumimos que nadie nos va a hacer nunca un monumento en Disneyworld. Que hay gente que nos tiene una tirria inmensa porque no sabemos rendirnos y seguimos ahí, recordándoles sus miserias ante el solo hecho de existir. Y no es que yo sea precisamente un ser humano ejemplar, pero sí tengo claro que, a estas alturas del thriller, tengo la autoestima lo suficientemente alicatada como para soportar las críticas torticeras, sobre todo viniendo de quienes vienen. A ellos no sé; a mí, me la bufan.

miércoles, 23 de mayo de 2012

La mala educación

Me parece un tremendo error por parte del Partido Popular recortar gastos en la educación, máxime cuando no escatima millones a la hora de donar riquezas a causas bastante más inútiles, como puede ser ese entramado económico-especulador llamado Bankia. Desde pequeños siempre nos han inculcado que el robar a los ricos para dárselo a los pobres no es tal delito si se hace en pro del bienestar y la paz social; ergo, lo contrario es una de las bajezas más odiosas en las que puede caer el ser humano. Pero aquí tenemos a quienes hemos elegido por mayoría absoluta, quitando el dinero a los que menos tienen para sanear las podridas cuentas de los muchimillonarios. No me quedan adjetivos para definir la que sería mi opinión sobre el asunto.
La educación es un derecho recogido en la Constitución, como también lo son el derecho a una vivienda digna o el derecho a la libertad de expresión (sobre todo el que reclama Esperanza Aguirre, ¿verdad presidenta?), por citar unos cuantos. Tal parece que el PP quiere acometer reformas con el propósito último de cargarse de un plumazo toda la dignidad del Estado y de quienes lo habitan. Porque nuestro país, aun no ocupando un lugar principal en el listado internacional de lumbreras, siempre ha peleado por tener una educación digna, hasta tal punto que de nuestras aulas universitarias han surgido jóvenes sobradamente preparados que desempeñan altos cargos en compañías de medio mundo. Tanto así, que ellos van a ser, precisamente y por mucho que nos duela, nuestro valor exportador en estos críticos años. Porque si no tenemos una industria floreciente ni un comercio epatante, lo único que nos queda es el capital humano, el mismo que en estos momentos intentamos cargarnos a golpe de tijera.
Pero no solo eso: la evolución de un país se mide por muchos parámetros, siendo uno de los principales la educación de sus habitantes. Las medidas tomadas por nuestro gobierno no solo hunden a la educación pública en un abismo del que tardará en salir, sino que la convierte en un instrumento de segregación social. Es lo mismo que me decía el rector de la Universidad Complutense de Madrid, José Carrillo, y que el pasado verano conté en este blog. Según él, la subida de tasas universitarias que intentaba llevar a cabo Cameron en el Reino Unido no solo contribuiría a mermar el capital de las familias con menos recursos, sino que acabaría creando una sociedad de castas donde solo quienes tuvieran dinero podrían acceder a una educación de calidad. Lo que él y yo no sabíamos entonces es que estas mismas palabras serían perfectamente aplicables a España un año después.
Una de las razones por las que mi generación pudo acceder a la universidad es el sistema de becas. Yo misma estudié con una de una empresa privada (que hoy no me darían porque las compañías no están para muchos trotes). Quizás, si no la hubiera tenido, jamás hubiera escrito este blog. Sin embargo, en una elipsis difícil de entender, el PP, además de los recortes que traen de cabeza a la comunidad educativa, se ha sacado de los pies un sistema de becas que premia las notas sin tener en cuenta la renta. Una familia con recursos puede costearse los estudios de sus hijos sean éstos lerdos o genios; una familia pobre solo consigue hacerlo a través del esfuerzo continuo (en ocasiones desmesurado) y las becas. Si nos empeñamos en ponerles cortapisas, estamos condenando a la dejadez y la ignorancia a una parte cada vez más importante de la población, rendidos antes de batallar.
Tampoco me gusta la reducción del profesorado o el aumento de alumnos por aula, aunque he de decir que yo estudié con maestro prácticamente único y en clases de 45 adolescentes con las hormonas rebullendo y aquí estoy, sin daños colaterales importantes (al menos no por ese motivo). Pero entiendo que es un error dar marcha atrás a un sistema que ha ido intentando proporcionar, cada vez con más ahínco y éxito, una atención personalizada al alumnado, de lo que se han beneficiado todos, incluidos niños hiperactivos, con déficit de atención etc, que hoy son estudiantes muy capacitados.
Considero, en fin, un gravísimo error torturar la educación hasta dejarla en el esqueleto. Algo así como jugarte al póquer el futuro de tu país. Y en esto, como en tantas cosas últimamente, la banca lleva todas las de ganar.

martes, 22 de mayo de 2012

Pitos y flautas

Aun siendo una persona que procura tener en cuenta todas las variables de un asunto, me cuesta ponerme en el cardado de Esperanza Aguirre y entender que la dama, muy en su papel conciliador, pida que la final de la Copa del Rey entre Barça y Athletic de Bilbao, que se celebra en Madrid este viernes, cambie de escenario y escenografía. Su sugerencia pasaría por jugarla en algún lugar que no fuera la capital y, a ser posible, a puerta cerrada. ¿Manías de señora antifutbolera? Más bien caprichos fascistoides de una mujer para la que cualquier tiempo pasado (preferiblemente aquel que no disfrutara de libertad de expresión) fue mejor.
Nuestra Esperanza está un poco nerviosa porque teme que aficionados vascos y catalanes, enfrentados sus equipos en un partido de alto voltaje, se vengan arriba en el sentir nacionalista, abucheen el himno español y piten a nuestro príncipe cuando pasee su gallarda apostura hacia el palco correspondiente. Nada, en fin, que no se haya visto nunca. Sin ir más lejos, todos recordamos aquella edición valenciana del mismo evento, y con idénticos protagonistas, donde la gente se desmelenó mostrando un antiespañolismo de gallinero. No sé si fue entonces, antes o después, pero creo que un juzgado, a raíz de la correspondiente denuncia, sentenció que pitarle al rey es un ejercicio lógico de la libertad de expresión de cada uno, la misma que Aguirre está empeñada en cercenar aunque le cueste el trono.
Sinceramente, opino que escuchar cualquier himno con respeto y no cagarse en las diferentes nacionalidades es una cuestión de buena educación. Pero soy consciente de que a los aficionados al fútbol no hay que pedirles que se comporten como si asistieran a la recepción del embajador porque no van al campo a practicar el besamanos ni la reverencia. No obstante, y con toda probabilidad, si yo asistiera a la final de la Copa iría a ver el balompié, no a enredarme en cuestionamientos de patrias y nacionalidades varias. No ha lugar.
Y aun así, me rechinan los planteamientos de Esperanza Aguirre sobre los abucheos e insultos en un campo de fútbol, porque seguramente, esta mujer, con toda su británica formación, es de las que permanece impávida cuando alguien se acuerda malamente de la familia de un árbitro una y otra vez. De hecho, me la imagino en su versión más hooligan, echando todo tipo de maldiciones sobre el equipo contrario, el linier y ese señor tan antipático que nos saca tarjetas. Los insultos, las blasfemias y otras tontadas del montón, enmarcadas dentro del deporte más barriobajero, no mueven un pelo de las mechas de Aguirre, mientras que las críticas a una bandera impuesta tras una guerra que todavía nos tiene las heridas abiertas, le toca en lo más "jondo".
Toda esta manía del Partido Popular de querer hacernos comulgar con su credo, ni un pasito para delante, pero muchos pasitos para atrás, me parece inadmisible y grimosa. Porque nadie, en su sano juicio democrático, impide al pueblo expresarse, por mucho que esté en contra de sus ideas y la forma de decirlas. Aunque suene zapateril, la tolerancia es uno de los pilares básicos de hacer política. Y, sin embargo, aquí tienes a estos muchachos muy conservadores, intentando por todos los medios constreñir y hasta castigar cualquier manifestación pública que les sea contraria, aunque para ello usen subterfugios de dudosa constitucionalidad.
Mi mensaje para Esperanza en vísperas del acontecimiento futbolero (siempre he pensado que las vísperas son lo mejor; en todo) constaría de dos palabras: te aguantas. Porque si los espectadores quieren gritar, gritarán; si quieren reírse de ti, se reirán, y si quieren ensalzar la butifarra y el pintxo por encima de todas las maravillas conocidas, lo harán. Anteponerse a una posible o plausible algarada nacionalista es, directamente, jugar a provocarla. Claro que, a lo mejor, la intención es esa: tocar las narices de quienes apenas necesitan un mínimo de provocación para luego soltar un "ya te lo dije" propio de defensora de los valores muy españoles. Esta señora es retorcida en el principio y canalla en el fin.
A mí, directamente, me la sopla si los espectadores pitan al príncipe o le tocan la flauta. No será porque la realeza no se merezca sonoros abucheos. Lo que me importaría, en todo caso, sería que no hubiera incidentes, que el partido fuera bonito y que ganara el mejor. Aunque creo que, después de lo visto, las aficiones deberían aplicarse y dar una lección de savoir faire, demostrando un respeto admirable por el contrario y una reprobación inmensa hacia todo lo reprobable. Teniendo en cuenta esto, que se mofen de lo que les pete. Y si les peta Esparanza Aguirre, no será porque no se lo haya buscado...


lunes, 21 de mayo de 2012

Padre nuestro

Confieso que hoy iba a hablar de las poca ostentación material de la que hace gala el creador del Facebook; confieso también que mi cabeza barruntaba y no paraba asociaciones poco odiosas entre diferentes especímenes de la fauna humana y su amor y desamor por el lujo; y confieso que fue también cruzarse delante de mis ojos esa nueva red social de rezos creada por tres emprendedores españoles y subírseme la sangre a la cabeza hasta casi parir estigmas.
Porque sí señores, en estos intentos nuestros por salir de la crisis, un trío de avispados jóvenes ha pergeñado Mayfeelings, el Facebook de la oración y el recogimiento, un bonito lugar de gozo en el que todos aquellos que quieran que el mundo rece por ellos pueden dar suelta a sus peticiones y esperar a que un montón de amigos virtuales y virtuosos eleven a Dios las plegarias no atendidas. ¿A qué es hermoso?
Hermoso y económicamente rentable, porque en 15 días de funcionamiento ya tiene 150.000 almas adscritas esperando que sus oraciones tengan eco. Dichas oraciones que, oh, casualidades de la vida, se escriben en un espacio limitado llamado pray box de 259 caracteres de máximo. ¿Os suena? Esto no son trinos, sino un montón de santas palomas entonando cánticos al unísono. Siguiendo con dicho mecanismo, que a todos nos resulta tan conocido, si una petición te gusta y quieres incluirla en tus rezos, le das al botón de pray. Igualmente, cuando te parezca lo bastante interesante para compartirlo con tus compis de paz y amor, pulsas al repray y así tus contactos van servidos. Por supuesto, también puedes elegir tu petición favorita y convertirla en trending topic de la bondad y la generosidad dándole al botón de now praying. Unas risas.
El único problema que yo le veo a todo este entremado sacrosocial es que si le cliqueas el pray de alguien, te comprometes con el alma en pena a acordarte de esa persona y sus pesares durante todo el día, allá donde estés: en el trabajo, en la cama o en el baño, dedicándote a tus cosas. O sea, que más te vale seleccionar a a quién quieres llevar en tus oraciones no vaya a ser que tengas el día distraído y de tanto pensar en propios y extraños se te vaya el santo al infierno. Y eso sí que no tiene perdón de Dios.
Lo que no especifican los tres simpáticos ideólogos del invento es si puedes hacer también un unfollow a los pesados de las causas perdidas o bloquear a determinados usuarios que te toquen la ética. Porque se puede montar una gorda si, por ejemplo, dos antagonistas desean lo mismo y se enteran por semejante vía púdica. Y, sí, me refiero a asuntos de la carne, pero no lo digo muy alto, porque mentar ciertos temas en lugares tan poco mundanos queda no mal, sino fatal.
En fin, que el barco navega viento en popa. Tanto, que aquí los españoles emprendedores ya están pidiendo el oro y el moro, esperando que Benedicto XVI se abra una cuenta para compartir rezos con sus coleguitas del Vaticano. Me imagino a monjas y curas haciendo un #FF (Favorito en la Fe) a Rouco Varela o lanzando ataques en masa contra los Teletubbies por usar bolso en vez de rosario. Un no parar de bromear y pasarlo teta, vamos.
Lo que no sé yo es si Dios verá con buenos ojos este invento tan poco espiritual. Tal vez sí, porque seguro que andaba un poco desconcertado observando cómo otros se quedaban con sus followers. Ahora al menos podrá hacer una lista de admiradores con el Excel y almacenar las peticiones en la nube. Menuda tentación.

domingo, 20 de mayo de 2012

High School Murders

Escuchando ayer las noticias sobre la bomba de Brindisi, colocada al lado de lo que en España sería un Instituto de Formación Profesional, lo primero que me vino a la cabeza es ese tipo de locura transitoria que, de vez en cuando, se desata en los centros educativos de Estados Unidos. Imposible que el conocimiento de un hecho no te lleve al otro. Claro que en el atentando italiano la cosa suya es más complicada si cabe, porque el hecho luctuoso ha coincidido con el 20 aniversario de dos asesinatos de renombre perpetrados por la mafia en alguna de sus variantes: el de los jueces Falcao y Borsellino. Ambos dedicaron los últimos años de su vida a desvelar los intrincados tejemanejes de la mafia italiana, ese cáncer tremendamente invasivo y perfectamente incrustado en los órganos vitales del país. Según la cuenta de la vieja, entonces, sería la organización o alguno de sus brazos armados quienes, para conmemorar tan absurda victoria (recordemos que a Falcao lo asesinaron mediante una carga explosiva escondida bajo el asfalto de la carretera; ¡toma obra pública!) habrían decidido pegar un petardazo en la puerta de un colegio. En principio resulta muy absurdo, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de un atentado indiscriminado cuyas víctimas no están vinculadas a entresijos económicos y políticos y que el artefacto empleado, de fabricación casera, no se parece ni de lejos a cualquiera de los utilizados hasta ahora por la organización criminal que campa a sus anchas en Italia, pero los caminos de los signores de la Cosa Nostra, la Camorra etc, son inescrutables. Seguiremos atentos a la investigación...
En lugar de meterme en política de bajos instintos, que es algo que me pierde, prefiero retomar la primera idea.  Más que nada para que esta entrada no se convierta en una irreverente imitación de un ensayo de Camilleri. Y es que también cabe la posibilidad de que a un estudiante se le haya ido el perolo dando un bombazo. Ejemplos tenemos para tomar nota, como la masacre de Columbine (Colorado, USA) y varios acontecimientos más de triste recuerdo. Vale que la adolescencia sea una época muy traumática, un período de adaptación del que algunos salen tan tocados que su madurez y equilibrio interno se resiente durante años. La necesidad de pertenecer al grupo hace que todos conozcamos a gente muy adulta en la superficie que todavía cambia de idea y hasta de moral en cuanto se ve abducida por una banda a la que quiere complacer a toda costa. Es entonces cuando uno se revuelve contra quienes le quieren y adopta hábitos bastante cuestionables que acaban reportándole una vida de mierda que ni siquiera es capaz de ver. Triste, pero real.
Semejante sentir grupal (que, como digo, si la autoestima no acaba de medrar tiene muchos efectos colaterales) es el que podría explicar esa ida de olla que les entra a algunos cuando no son aceptados por la mayoría. Ante este rechazo hay tres opciones: recurrir a la cobardía, al sometimiento y convertirse en uno más del rebaño aunque solo sea para hacer bulto; abandonar a la banda y buscar otros nidos más mullidos donde puedas crecer como individuo; o dejar que el rechazo te mine por dentro y nazca la sed de venganza contra quienes te dieron la espalda. Es muy probable que esto último sea también típico de individuos con cierta psicopatía o, al menos, una carencia de empatía que les haga ver siempre el sufrimiento propio pero jamás el ajeno. Aun así, lo que resulta difícil de creer no es que existan este tipo de personajes, sino que el sistema educativo norteamericano, con sus escáners de control de armas, sus ordenadores de última generación, su psicología aplicada al desarrollo y sus antecedentes, no sea capaz de detectar comportamientos destructivos ni en las aulas ni a través de las redes sociales.
Conozco casos en España de escuelas que cuentan siempre con alguien encargado de infiltrarse en aquellos lugares del ciberespacio donde los alumnos menores de edad creen moverse con total libertad. Una medida que en principio resulta cuestionable, pero que ha servido para detectar casos flagrantes de acoso y ponerles remedio. Sin embargo, en Estados Unidos, donde un vecino te puede denunciar por verte bailar desnudo dentro de tu casa, casi nadie parece querer detectar que a un alumno se le haya ido la pinza.
Es un trabajo de psicólogos y educadores el solucionar problemas de exclusión en las aulas. No todos estamos preparados para tener un millón de amigos, pero sí para, al menos, recibir el respeto por parte de los demás y contar con cierto apoyo en caso de ataques injustificados. Recordemos que el encanto de cada persona no reside precisamente en lo que la hace igual a los demás, sino en las diferencias y su forma de expresarlas, algo que suele sacar de quicio a aquellos cuya inseguridad les hace ver enemigos a la vuelta de cada esquina. En el trabajo, por ejemplo, nos quejamos mucho del acoso que sufrimos por parte de los jefes, pero no es baladí el que ejercen los compañeros, sobre todo aquellos que sienten que nuestra presencia amenaza cualquier aspecto de sus vidas. Y aun peor que ellos son lo que lo ven, lo asienten y consienten pudiendo intervenir. Esos convidados de piedra, incapaces de dar un paso al frente no vaya a ser que pisen un lapo, me ponen mala.
Quiero decir que, salvo casos muy graves de enfermedad o trastorno, los problemas que se desarrollan en sociedad son problemas de todos y, por lo tanto, la solución también nos incumbe. Imposible justificarnos diciendo que "no lo habíamos visto venir". Todos tenemos nuestro rol, pero, a fin de cuentas, acabamos yendo siempre a lo propio y mirando para otro lado en lugar de mirar a los ojos de la gente. Y esta actitud de salvar el propio culo aunque sea recurriendo al fuego amigo siempre acaba teniendo sus desagradables consecuencias. Para los demás, por supuesto, pero también para nosotros mismos.

viernes, 18 de mayo de 2012

Entre primos anda el juego

Tremendos días los que estamos pasando, con nuestra prima de riesgo viniéndose arriba en cuanto nos descuidamos y miramos para otro lado. La prima ésta que nos ha tocado, y a la que no teníamos el disgusto de conocer hasta hace bien poco, nos tiene agarrados por las partes más blandas. Y eso sin que hayamos todavía llegado a un mínimo de confianza que le permita a ella hacernos tocamientos y a nosotros disfrutarlos.
No me voy a liar en asuntos económicos porque, entre otras cosas, no sabría cómo entrar y seguro que, ya puestos, por dónde salir. Imposible que me ponga a explicar en qué consiste semejante concepto de prima tan arisco y desconsolador. Como ya dije en una entrada anterior, con este susto continuo se nos ha caído un mito español: el de la prima del pueblo al que todo infante querría meter mano como paso previo a la edad adulta. Ahora, la muy cuca, se venga de tantos años de afrenta y se nos manifiesta en forma de nubarrón económico, destruyendo para siempre el mito de la adolescente buenorra que tanto ha colmado a los aspirantes a puros machos.
El empezar a ver la verdadera cara a los parientes tiene efectos secundarios. Por ejemplo, que nos demos cuenta de que este estupendo clima de paz y felicidad en el que vivíamos con los nuestros no era tal y que la familia que nos ha tocado se parece más al desbaratado clan borbónico que al alegre grupito de los payasos de la tele. España es un mala imitación de esas chuscas cenas de Navidad en la que los menos se enredan en grescas de sombrío pronóstico mientras los más se emborrachan para no contemplar tremendos duelos junto al espumillón y brotes verdes de violencia bajo el muérdago.
Dentro de este bonito panorama más parecido a Apocalypsis Now que a Qué bello es vivir nos hemos percatado de que, por ejemplo, la tan elogiada Transición tiene cuentas pendientes y que a nuestros políticos les falta la madurez de quienes han vivido largos años en democracia. Tenemos una Constitución relativamente nueva y unos gobernantes que todavía no han superado la bipolaridad que caracterizó al país durante sus años más negros y que luego evolucionó hacia un bipartidismo tan light en sus planteamientos como dañino en el fondo. A muchos de quienes ostentan cargos públicos los problemas les vienen grandes, y carecen de moderno referente patrio que les guíe por el buen camino. De ahí que parezcan que están dando palos de ciego y no sepan muy bien a qué santo encomendarse. Y no es que lo parezca; es que lo es.
Llevamos mal la Transición porque quizás el planteamiento encierra bastante de imperativo y menos de consenso, con un rey impuesto y una forma de organizar las cosas que a nuestros padres les venía totalmente de nuevas, pero al que se tuvieron que adaptar con la resignación educada en años de dictadura. A este país, aunque le duela, le falta cultura democrática y cierta dosis de rebeldía. Porque si bien es lógico que las propuestas de izquierdas choquen con un Parlamento Europeo y una Comisión dominada por las derechas, lo ilógico sería que las formaciones más progresistas se nieguen a pelear para lograr aquellos avances sociales que se les presumen solo porque entienden de antemano que van a perder (a la anterior legislatura me remito). Ahí es donde reside la esperanza blanca francesa encarnada en Hollande: de su éxito y el contagio del mismo depende que los grandes órganos europeos cambien de sesgo y en Europa vuelva a haber evolución y progreso económico lejos de las horrendas propuestas neoliberales. Si Hollande se trajina a nuestra prima, bienvenido sea a la familia.
Pero mientras nos ponemos mirando al Norte, aquí seguimos, haciendo el primo, dando palos de ciego, acatando sentencias que no deberíamos y plegándonos a una forma de gobierno que no es la nuestra ni nos la merecemos. Ayer recordaba alguien las palabras de un general que tienen mucho de proféticas: "Estamos al borde del abismo y hay algunos dispuestos a dar un paso al frente". Y no quiero señalar....

miércoles, 16 de mayo de 2012

Lección de anatomía

El médico la ha liado parda. El doctor Pedro Cavadas, un eminente cirujano conocido tanto por su labor solidaria como por sus revolucionarios trasplantes, parece tener una tercera virtud que añadir a tan brillante currículum: su demostrada capacidad para meter la pata. Este hombre, ajeno a cualquier convencionalismo que encorseta a sus compañeros de profesión, se ha destapado con unas declaraciones que han puesto a los médicos de cabeza y a las enfermeras de uñas o al revés, que todo puede ser. Venía a decir el eminente doctor que hoy los niños quieren ser médicos para ponerse la bata blanca, ganar una pasta gansa y tirarse las enfermeras. Y aquí Dios y después enemas.
Semejante declaración de principios ha sentado fatal en un estamento que ahora mismo no pasa por sus mejores días. La versión pública del mismo sufre serios recortes de medios y personal, con lo que imagino que no es la época idónea para arremeter contra ellos aunque sea a través de una broma de bar. La hermana de Cavadas se ha apresurado a salir al quite diciendo que su hermano no quiso decir esto sino lo de más allá y que todo ha sido un malentendido surgido a raíz de una conversación intrascendente sin ánimo de ofender. Algunos se lo hubieran creído sino tuviéramos un segundo episodio de este Hospital general versión Benny Hill en el que el doctor se arrancó con un "la gente quiere trabajar en lo público porque haces el vago y te pagan igual". Y ahí ya le entraron a más de uno las ganas de hacerle una colonoscopia a Cavadas con fórceps y todo.
Vaya por delante que a mí, Pedro Cavadas, si nadie me demuestra lo contrario, me parece un pedazo de médico. Con una personalidad excesiva tal vez, pero ahí reside también gran parte de su carisma, insatisfacción y ganas de cambiar el mundo. Su principal problema es que dice lo que piensa y, a lo mejor, no es consciente de cómo lo dice, algo que a muchos nos pasa de vez en cuando y de cuando en vez. ¿Ha metido la pata? Pues sí, pero sus palabras tienen cierto razonamiento mediático en el que tal vez no ha reparado el colectivo de enfermeras que ahora mismo se está llevando el gotero a la cabeza.
En cuanto escuché las palabras de Cavadas me vino a la memoria un sketch del programa de la ETB Vaya Semanita. En él, un hombre aparece asesinado y allí se presentan los forenses de CSI Las Vegas y CSI Miami junto con la doctora de Bones para ver qué hacer con el cadáver. Surge la duda de si llevarlo al Princeton-Plaisboro, el hospital de la serie House "por si hubiera muerto por causas naturales" o al Seattle Grace Hospital, el de Anatomía de Grey, desechándose este último porque "no suele haber camas; las que hay están siempre ocupadas por médicos y enfermeras". Me parto y me mondo y les doy toda la razón. Si un niño se pusiera hoy mismo delante de un televisor a ver Hospital Central o Anatomía de Grey entendería que ser médico mola mogollón: van siempre hechos un pincel, guapos y aseados; viven en casoplones y llevan un tren de vida que ya la quisiera yo para mis días de fiestas y, encima, se ligan a tías estupendas, una detrás de otra. Díganme ustedes si no les entran deseos salvajes de abrazar el juramento hipocrático ya mismo.
La televisión es un espectáculo y, como tal, en muchas ocasiones ha dejado a la realidad en pañales. Nadie en su sano juicio creería que los chicos de CSI resuelven un asesinato múltiple relacionado con el tráfico de drogas internacional en lo que yo tardo en comprarme un champú. Pero así es, y lo que nos sorprende es que, en la vida real, la policía sea del género lento y tarde meses, incluso años, en encontrar a un desaparecido. Igualmente, los abogados son poco más o menos que superhéroes del bien y los médicos, una pandilla de galanes sobreactuados con mucha sangre acumulada en el bajo vientre. Semejante retrato profesional no nos gusta a nadie, pero es el que percibe la mayor parte de los espectadores que ve las series.
Esto lo digo yo que ni pincho ni corto en asuntos sanitarios, pero imagino que Pedro Cavadas, como perjudicado directo por semejantes desatinos catódicos, debería puntualizar un poco lo que dice o, al menos por qué lo dice. Eso suponiendo que sus palabras obedecieran más a una queja que a una crítica a sus compañeros, que es lo que yo quiero creer.
Respecto a lo otro, a lo del trabajo público, recuerdo que un amigo mío suele decir lo mismo, quejándose continuamente de que los funcionarios deberían pasar pruebas para demostrar su valía como los demás profesionales del país. Quizás sea un modo de pensar muy americano, pero había que reflexionar sobre el papel que juega lo público en el estado del bienestar y entender que hay buenos trabajadores en todas partes igual que los hay malos. Yo misma, desempeñando un empleo en el sector privado, me encontré hace tiempo con una nada despreciable cantidad de "compañeros" a quienes nos recomendaría ni atada a una silla eléctrica. No creo que ninguna oficina de la administración superara tal grado de apatía, mala baba y puñaladas traperas por metro cuadrado. Ovejas negras hay hasta en los rebaños de más alta alcurnia, los mantenga el Estado o una multinacional filipina.
Pedro Cavadas tiene todo el derecho a decir lo que le venga en gana y a disculparse si le peta, sobre todo ante el colectivo femenino que no está para muchas bromas. Yo no lo voy a juzgar por ello, ni por el hecho de que su vida privada se parezca más o menos a la del Dr. Shepherd de la dichosa Anatomía, a quien solo conozco porque acabo de buscar su nombre en Google. En mi caso, lo que me importa es que haga bien su labor y siga defendiendo a lo que más sufren. Sin globos sonda de por medio que nos intenten hacer olvidar que la sanidad pública está viviendo sus últimos estertores. Esto si es un problema grave. Y con muy mal pronóstico, por cierto.

martes, 15 de mayo de 2012

Por prestigio

Mañana miércoles, 16 de mayo, se estrena el documental que la directora Isabel Coixet rodó en torno a la tragedia del Prestige. Para quien haya estado ocupado practicando el salto de valla a todo lo largo y ancho del planeta Marte, el famoso buque se hundió frente a las costas de Galicia un día de noviembre de 2002, hace ahora casi 10 años. Aquella desdichada situación consiguió crear y coordinar una cadena de solidaridad sin precedentes en la historia de España. Miles de voluntarios se acercaron a las costas para, vestidos con mono de trabajo y con la sola ayuda de sus manos, limpiar arenas y rocas del petróleo en una carrera contra el tiempo y la destrucción para salvar flora y fauna, devolverles a los pescadores su medio de vida y restaurarles a los gallegos y a los españoles el derecho a disfrutar de un ecosistema limpio y saludable.
Confieso que he tenido en mis manos Marea Blanca, el documental de Coixet y no he podido verlo. Si lloro hasta con los anuncios de Fairy, no puedo imaginar las altas cotas de llantina que soy capaz de alcanzar durante y después del visionado. En aquellos días no me acerqué a Galicia por estricta prescripción médica y no sé lo que es peor: sufrirlo allí o vivirlo desde la distancia con la impotencia de no poder hacer nada. Una impotencia que, por cierto, no parecieron sentir nuestros políticos, a los que el asunto les pilló como suelen pillarles todas estas cosas a quienes nos malgobiernan: con cara de pasmo. Sea cual sea el signo del gabinete al que le toque afrontar un acontecimiento de mala suerte, se queda así, a verlas venir, esperando que las cosas se solucionen solas. Y como bien sabemos los de a pie, los problemas hay que resolverlos, porque si no lo haces, se enquistan y te carcomen poco a poco.
Aquellos días de noviembre despertaron a todo un país. Sé que las comparaciones son odiosas, pero solo las grandes derrotas parecen sacarnos de nuestra archifamosa siesta. Ocurrió con el secuestro de Miguel Ángel Blanco, con los atentados del 11M y hace un año, cuando el país salió a la calle el 15 M, cabreado y traicionado. Tienen que ocurrir cosas tremendas para provocar magníficas reacciones y sacar lo mejor de todos nosotros.
Para los gallegos fue como si la mala suerte siempre volviera. En 1976 habíamos vivido otro hundimiento, el del Urquiola. Recuerdo los años posteriores, cuando los niños íbamos a bañarnos a la playa y volvíamos a casa con el chapapote pegado a la piel. Yo era pequeña, pero tengo grabado a fuego lo que costaba quitarte aquellas manchas marrones que se incrustaban en toallas, ropa y hasta en ti mismo. Llegó un momento en que asumimos como normal el regresar "tuneados" de darnos un baño y jugar con la arena. De hecho, creo que pertenezco a  una generación de gallegos criados solo a base de carne, obligados por la ausencia de pescado. Imagino que alguna tara debemos de arrastrar.
El Urquiola fue terrible, pero la catástrofe del Prestige alcanzó mayor dimensión por su alcance mediático y porque la gestionó un gobierno que más parecían los vocales de la comunidad de vecinos de la rue del Percebe que unos estadistas de categoría. Recordemos que entonces disfrutábamos de Aznar, ocupado en caerle bien a los americanos, Rajoy, confundiendo el vertido de petróleo con hilillos de plastilina y Álvarez Cascos, centrado, como ahora el rey, en sus cacerías y sus asuntos del corazón. Nadie se puso de acuerdo en qué había que hacer con el Prestige cuando comenzó a hundirse y en el momento en que al fin decidieron llevarlo a puerto (tal parece que se lo hubieran jugado a los chinos), ya era demasiado tarde. Pero la memoria es débil, y después de aquella malísima gestión y tremenda tragedia ecológica, aquí los tenemos otra vez, Álvarez Cascos en Asturias, Aznar en la sombra y Rajoy dicen que gobernando, porque lo que es los mindundis, lo vemos poco.
Si alguien tiene algún mérito en tan tremenda crisis son los voluntarios que acudieron en masa, dejando familias y trabajos, para echar una mano a los desesperados pescadores y sus familias. Gente que se autogestionó, que se organizó sin mayores disputas, que trabajó de sol a sol y consiguió que otros como ellos, procedentes de distintas partes del mundo, se acercaran a unas costas que, desde entonces, también son suyas. Nuestros salvadores fueron todos ellos, no un gobierno que se dedicaba a poner los pies sobre la mesa y chanchullear con el ladrillo mientras la población se afanaba en hacerles el trabajo sucio. Literalmente
La historia crítica se repite, sin petróleo y sin monos de color blanco, pero con el mismo gobierno ineficaz incapaz de tomar decisiones coherentes. Entonces, como ahora, vivimos una catástrofe eco... en este caso, eco de económica. Si no nos salvamos nosotros, no nos va a salvar nadie y menos los que están deseando ser los primeros en abandonar el barco llevándose con ellos el tesoro. Nuestrooooo tesoroooo.

lunes, 14 de mayo de 2012

Encantados de conocerse

Lo confieso: disfruto como una enana con los programas de la televisión norteamericana en los que unos cuantos chicos cuasi imberbes van por la vida de cazafantasmas. Los que hayan leído un poco este blog sabrán que hace tiempo aluciné cual ectoplasma con un show de unos estudiantes universitarios que viajaban por los pueblos más remotos de Estados Unidos intentando destripar las causas de las maldiciones que asediaban a gentes y a animales. Lo más curioso de todo es que su Universidad les financiaba semejante excursión cultural, amén del pesado material que cargaban y el docudrama que rodaban muy a lo bruja de Blair. No hay dinero para pan pero sí para tontadas.
Muy a mi pesar, no conseguí volver a cruzarme con la alegra cuadrilla de Scooby Doo... hasta hace un par de días, cuando descubrí un programa bastante similar en esa subcadena de La Sexta llamada Xplora. ¡Qué alegría, amigos! Avistar a tres individuos con nada mejor que hacer que encerrarse una noche en una supuesta casa encantada y ver fantasmas donde otros solo oiríamos crujir la madera... No tengo palabras para describir la emoción que me embargó.
Más o menos, este trío de investigadores de lo paranormal sigue el mismo patrón: alguien les avisa de que en tal mansión hay uno o varios espíritus burlones y allá que se van ellos, cargados con sus cámaras y sus grabadoras para pasar una noche de frescos a la fresca. Lo de frescos no lo voy a explicar, pero lo de fresca viene muy a cuento porque, cuando aparecen las entidades del más allá, la temperatura del más acá baja una barbaridad: un par de grados o así. Teniendo en cuenta que eso suele ocurrir de madrugada, supongo que estamos ante un fenómeno paranormal de los muy grandes.
En fin, que ahí se quedan los pobres, abandonados a su suerte en una casona y hablando con las paredes, soltando las frases célebres que aparecen en cualquier manual de ouija que se precie: "¿Hay alguien ahí?" "Si estás ahí manifiéstate". Nada de preguntar la receta de la paella ni los resultados de la liga de fútbol, no vaya a ser que en vez de fantasma les salga un fantasmón.
Y el caso es que pasan cosas. Mayormente porque los tres fantásticos se dedican a corretear por las habitaciones, subir y bajar las escaleras de madera e ir tocando las narices no solo a los espíritus; también a los vecinos. Luego todo es un jolgorio cuando se cae una caja o se desliza un tablón. Vamos a ver, almas cándidas, si en una vivienda hecha casi de conglomerado en la que cruje hasta la bandera y se acumula de todo menos buen rollo, lo raro sería que, entre trote y trote, no se moviera ni una hoja. Pero, vamos, si estos señores que saben más que la menda se sorprenden cuando circulan a la carrera por delante de un perchero y ven ondear un fular, no seré yo quien les explique los principios de la física.
Pero eso no es todo: también hay psicofonías. En mi inocencia los llamaría ruidos aunque insisto que soy una ignorante cacofónica. Si donde yo oigo nnnnngggññaaazz, me cuentan que dicen "salid de aquí corriendo" me lo voy a tener que creer, sobre todo porque reconozco no entender ni jota de este inglés de los avernos. Sin cursillo mediante, me recuerdan a Lady Gaga cantando al revés.
En resumen que no sé que tendrán estos tres investigadores de lo paranormal, que allá donde van triunfan. Aunque se pasen toda lo noche mirando a una bombilla, a la mañana siguiente nos descubrirán un montón de fotos con un humo sospechoso, una grabación en la que donde yo percibo ronquidos ellos oyen recitar a Lorca, y algunos objetos caídos tras haber ocupado antes posiciones de equilibrio precario. Todo salpicado de gritos, caras de pasmo y emociones a montones.
¿Es o no es para pasar un rato agradable? Entre estos chicos y la alegre pandilla de Jersey Shore estoy que no quepo en mí de paranormal gozo. Por un lado, los espíritus del más allá; por el otro, los fantasmas italoamericanos del más acá. Me falta el canto de un euro para darme al botellón de agua bendita. ¡Y que rule!


domingo, 13 de mayo de 2012

Personas tóxicas

El otro día leí, creo que era en El País, un artículo sobre las personas tóxicas, cómo reconocerlas y qué métodos emplear para defenderse de ellas. Así, a primeras dadas, lo que más me llamó la atención fue la definición de lo que es una persona tóxica: "aquella que te hace daño y consigue que te sientas mal". Por esta regla de tres, los individuos de semejante ralea son tan varios y variopintos que dudo mucho que ningún ser humano pueda decir con orgullo que no tiene a alguien tóxico en su vida o, como mucho, lo ha tenido hasta ayer.
Imagino que el matiz vendría por lo episódico de los comportamientos. Si te topas con una persona que suele repetir patrón de conducta, es decir, no tiene reparos a la hora de hacerte daño más de una vez, de dos y de tres y, ya que está metido en faena, logra que te sientas continuamente como una boñiga de vaca, está claro que se trata de un elemento tóxico, además de un pedazo de cabrón (nótese que utilizo un género determinado, pero mi propósito es hablar indistintamente de los dos). En cambio, si alguien a quien aprecias te hace daño en alguna ocasión y sabes que no lo ha hecho a propósito y que no ha sido su intención herirte, estamos ante un episodio de simple y pura mala suerte. ¿Que semejante mala suerte producto de la intervención ajena se puede hacer crónica? Por supuesto. Pero entonces nos remontamos a la primera definición de lo que viene siendo un hijo de puta.
Decía también el artículo que el mejor antídoto contra un tóxico es no hacer afecto. Vamos, fingir que el hecho de que te están clavando astillas en las uñas y en el corazón con saña no te importa lo más mínimo. Así dicho queda muy pintón, muy de peli de Coixet, pero a ver quién es el guapo que, en la vida real, permanece inasequible al desaliento como si aquí no hubiera pasado nada. Sobre todo porque cuando una persona te hace daño de verdad es porque te importa de verdad. Estoy de acuerdo con la teoría en tanto en cuanto creo que lo mejor es desalojar lo antes posible a semejante hez de tu vida, pero sé que el empeño se presenta difícil. Somos animales de costumbres y nos acostumbramos demasiado pronto tanto a lo bueno como a lo malo. ¿Lo mejor? Ir iniciando el desalojo poco a poco e intentar parchear las heridas con tiritas. Peor es seguir sumergido en el pozo de ponzoña al que nos arroja una persona tóxica.
El otro día me decía alguien que yo tengo demasiado facilidad para ponerle una cruz a la gente. Tal vez. Es cierto que puedo aguantar pequeñas ofensas continuas, pero llega un día que tal cúmulo de ataques me desborda y, consecuentemente, procuro borrar al interfecto o interfecta de mi vida. Sería estúpido no reconocerlo. Sin embargo, también sé que, si alguien me demuestra que ha cambiado o que yo estaba equivocada, no tengo problemas en reconocerlo ante quien se me ponga delante, eliminar la dichosa cruz con típex y volver a confraternizar con esa persona. Seguramente no seremos los mejores amigos del mundo (o tal vez sí, vete tú a saber) pero conseguiremos tener lo que antes no logramos: una relación normal.
Creo que la propia vida se encarga muchas veces de quitarte la toxicidad de encima, porque, aunque no nos demos cuenta al principio, en el camino nos topamos con gente que nos trata a nosotros como nosotros hemos tratado a quienes estuvieron antes que ellos. Siembra vientos y recoge tempestades. O toxicidades, mejor. Mientras tanto, lo idóneo es intentar evitar a quienes destilan veneno, a veces de forma tan sutil que nos minan la autoestima sin que nos demos cuenta de que son ellos, con sus actitudes, con su cobardía, con su nula empatía y con su egoísmo innato quienes tienen la culpa de nuestra desazón. Ellos por provocarlo y nosotros por no hacer caso a esa voz que nos habla desde las tripas. Y no, no es el eco de la digestión.
En mi opinión, la mejor solución cuando uno se da cuenta de que puede estar ante una persona tóxica es salir corriendo. Así, sin darle la mayor oportunidad. Seguramente seamos conscientes de que actúa como actúa producto de múltiples decepciones, de problemas anteriores no resueltos y de penas no lloradas con las que riega a quien se encuentra por el camino y tiene la generosidad de tenderle la mano dejándole entrar en su vida. Y ahí está el problema: porque una vez dentro te envolverá y te enredará volcando en ti toda su desazón. A partir de ese momento ya puedes hacer acopio de un estupendo blindaje porque vas a sufrir. Mucho.

viernes, 11 de mayo de 2012

Esposadas

Ha vuelto a pasar. Ayer mismo saltaba la noticia de que otra menor marroquí había sido obligada a casarse con su violador. El caso es sangrante e inhumano se mire por donde se mire: Safae, de solo 14 años, fue violada, quedó embarazada y el simpático juez al que le tocó su caso decidió que lo mejor para reparar el daño era que delincuente y víctima se casaran en algún momento, fueran felices y comieran cuscús. Hombre sabio donde los haya. Con lo que no contaba tan bondadoso varón era con que la chica sufriera una depresión por no querer matrimoniar con el señor que la había violentado. Éste, para que la fiesta no decayera, se dedicó a perseguirla con el propósito de repetir jugada, algo que acabó cansando a los padres de la víctima quienes, en un ataque de sensatez y modernidad inusitada en gran parte del mundo islámico, han decidido denunciar el caso ante la opinión pública. Ojalá tamaño alarde de valentía siente precedente.
Todo esto nos trae a la memoria el desdichado caso de Amina, la chica marroquí que se suicidó con matarratas tras verse obligada a abandonar a su familia para casarse con el hombre que la había violado. En virtud del abominable artículo 475 del Código Penal marroquí, los padres de la adolescente (tenía solo 16 años cuando murió) negociaron con un intermediario el que Amina fuera entregada al delincuente que la desvirgó, para evitar la vergüenza del clan. Agobiado, porque ya tenía otra esposa y le tocaba mantener a dos familias, el marido de la chica apenas paraba en casa, con lo que se vio obligado a dejar a Amina en compañía de los suegros, quienes no dudaron a la hora de amargarle la vida llamándola prostituta y otras lindezas semejantes.
Para una mente occidental es impensable esa ley islámica según la cual, la mujer es la culpable de su propia violación. No se castiga a quien comete el delito, que puede ir por ahí atacando mujeres como si no hubiera un mañana sabiendo que después se arriesga a tener que mantenerlas, sino que se condena a su víctima a una vida de mierda, con perdón, para intentar purgar el mal causado. ¿Qué mal? ¿Salir a la calle? ¿Respirar? Es como el estupendo axioma nuestro tan bonito de "la pegué porque me provocó". No cariño, la pegaste porque eres un cacho de animal sin cerebro que descargas tus frustraciones haciendo que la gente se sienta inferior y demostrando que tienes poder físico sobre otros más débiles que tú. Y digo físico, porque estoy segura que intelectualmente eres un ser acomplejado y con una personalidad inmadura que solo sabe solucionar los problemas y las discusiones mediante la violencia. Si esto no es cobardía, que venga Alá y lo vea.
Cuando observo fotos de esas niñas (muchas no llegan apenas a los 10 años) de cualquier país musulmán, pegadas al antebrazo de lo que para ellas tiene que ser un señor muy mayor, me hierve la sangre. No me puedo imaginar qué tipo de infancia disfruta quien se ve obligada a pasar de jugar con muñecas a ser tratada como una muñeca hinchable, sin saber qué has hecho tú para merecer eso salvo tener vagina. Es indecente, aberrante y debería estar perseguido en todos los países del mundo. Tratar a otro ser humano como simple mercancía para el placer propio es de las cosas más horrendas y asquerosas que puede hacer un individuo (ir)racional.
La Liga Democrática por los Derechos de las Mujeres en Marruecos tiene mucho trabajo estos días. Intenta acabar con la violencia machista, pero sabe que no lo logrará si no consigue la abolición del dichoso artículo 475. Al resto del mundo no nos basta con horrorizarnos cada vez que llega la noticia de otra niña muerta, incapaz de soportar la existencia a la que ha sido condenada. Es horrible atentar contra mujeres adultas, pero es de una cobardía infinita hacerlo contra niñas solo porque son el eslabón más débil, carne fresca para placeres rápidos. Y lo es ocurra donde ocurra: en Marruecos, el norte de México, Guatemala... La violencia machista no solo envilece a quien la practica, sino a quien es testigo y, viendo la desesperación de la víctima, mira para otro lado. Nadie tendría que pedir ayuda para que los demás comprobaran que lo necesita porque, a veces, el síntoma número uno del sometimiento es la incapacidad para pedir socorro. Pero, bueno, cada uno tiene sus problemas y mejor dejar que los demás resuelvan los suyos solos, ¿no? Ánimo, es el momento de que alguien se levante, mire a quien tenga más cerca y diga aquello de: "pues va a ser que no..."

miércoles, 9 de mayo de 2012

La navaja de Ockham

La navaja de Ockham es un principio que vendría a explicarse así: cuando dos teorías en igualdad de condiciones tienen las mismas consecuencias, la más simple tiene más probabilidades de ser la correcta que la compleja. Esto ocurre aun a pesar de que nosotros, seres muy, muy humanos, nos dejemos vencer antes por los circunloquios y las florituras que por las sentencias cortas y concretas. Somos imperfectos; nos gusta lo difícil y preferimos perdernos en el camino antes que llegar al destino en la mitad de tiempo.
Estoy bastante de acuerdo con la navaja de Ockham, sobre todo porque la vida, al final, te demuestra que su conclusión es una verdad como un templo. Sin embargo, he de ponerle una objeción muy básica, y es que, a veces, las teorías son formuladas conforme a puntos de vista contrapuestos. No se trata de que dos personas no hayan vivido lo mismo, sino que lo han interpretado de distinta manera.
Es muy difícil llegar a un acuerdo cuando los puntos de vista se oponen. Primero, porque todos defendemos nuestra verdad que es única y absoluta. Seguramente. Nuestros sentidos lo han captado de una forma y lo hemos digerido a nuestra manera, condicionada tanto por factores internos como externos. Sin embargo, nos resistimos a creer que otra persona puede haber captado diferentes aspectos de la misma escena. Es como cuando pones a un pintor a pintar lo que ve en una habitación: según donde lo sitúes, reflejará lo que ve. Aun siendo lo mismo, es distinto.
Elaboramos teorías conforme a unos datos que confluyen en una perspectiva. Otros, con idénticos datos, pueden llegar a una conclusión distinta porque su perspectiva varía. Y eso es, precisamente, el origen de alguna de estas discusiones que tanto nos gustan y que suelen acabar en un bucle infinito de difícil arreglo, más que nada porque, o todos tienen razón, o todos carecen de ella.
Es difícil acusar a alguien de no decir la verdad cuando, en realidad, está diciendo "su" verdad, la que ha captado y percibido. Puede que, en nuestra opinión, no se ajuste a lo que nosotros observamos, pero no por eso es criticable. En un mundo perfecto, cogeríamos su verdad, la mezclaríamos con la nuestra y saldría la teoría perfecta, pero no vivimos precisamente en un mundo ideal. Por eso es tan frustrante que alguien te niegue tu verdad; resulta incomprensible y ataca tu esencia como persona. Intentar convencer a cualquiera de que asuma un punto de vista que no comparte es tarea ardua, a no ser que todos pongamos mucho cariño y comprensión en el asunto. Auténtica prueba de fuego esto de creer a alguien y en alguien, no tanto por lo que dice o calla, sino por lo que es y lo que significa para nosotros.
Nos gusta mucho complicar las cosas. Por eso, las teorías más simples se nos escapan y la navaja de Ockham se acaba convirtiendo en una faca albaceteña de oscuras intenciones. Si alguien nos hace daño, en muchas ocasiones, es porque quiere hacerlo, no porque hayan concurridos circunstancias excepcionales que le hayan obligado a actuar así. Creamos universos paralelos donde no los hay debido, sobre todo, a que no nos gusta asumir la realidad. Como diría el gran Groucho: "parece un imbécil, se comporta como un imbécil, pero no se deje engañar: es un imbécil". Así de simple.

martes, 8 de mayo de 2012

Porno chic

El diseñador Tom Ford debe de estar, ahora mismo, alabando al creador en las alturas. Si lo que se pretende con una campaña publicitaria es lograr impacto mediático y que todo el mundo hable de ella, la verdad es que, dentro de las limitaciones que impone la política que sufrimos y la economía que padecemos, lo ha conseguido. Resumiendo: si el objetivo ha sido escandalizar, enhorabuena; el tanto por cien de población afecto al puritanismo se ha dado por escandalizado ante la visión de cuerpos semidesnudos. Tanto así, que la mencionada campaña, en la que aparecen modelos de muy buen ver (de ambos sexos) tocándose con intenciones claramente hedonistas, ha sido tildada de porno chic. Pues muy bien.
A mí esta expresión, porno chic, me parece incongruente en sí misma. Principalmente porque el porno, lo mires por donde lo mires, no es precisamente un dechado de elegancia, donde armoniosos cuerpos juegan a ensartases mientras suena música chill-out y los amantes recitan a Schopenhauer. Añadirle el apellido chic al nombre denota intentar darle un lustre del que carece, por mucho que nos pongamos finos. Ya lo intentaron algunos llamando al porno más suave erotismo. Sinceramente, para mí, una película erótica es una cinta con el mismo número de desnudos femeninos, menos vergas y unos diálogos que pretenden ser intensos pero que se queda en charleta de dos (o más) que se aburren -y nos aburren- mucho.
Confieso que he visto la campaña de Tom Ford y mi primera impresión así, tipo efecto electroshock, fue preguntarme qué demonios se anunciaba. Sin saber quién estaba detrás, lo primero fue pensar que, tal vez, lo que se publicitada era mobiliario para el hogar. Luego vi a una pareja en la que lo único que aparecían cubiertos eran los ojos, así que concluí que, quizás, el objetivo era promocionar gafas de sol. En mi investigación (meramente académica, por supuesto) pude contemplar otra instantánea protagonizada por un maromo con calzoncillos y ahí ya empecé a pensar que, a lo mejor, uniendo churras con merinas llegaba a alguna meta donde me esperaba un diseñador bastante avispado. Estaba claro que, en las fotografías, los hombres se entregaban al placer de no hacer nada y dejarse querer por las mujeres de buen ver que les acompañaban. Vale, se ven pechos. También en Vogue y ahí sigue, sumando lectores. De eso, a pretender que lo que se contempla son miembros ensartándose en agujeros más o menos negros, va un trecho.
Se quejan los críticos de que el ardid de Tom Ford presenta a una mujer sometida. Como si esto fuera una novedad. A ver cuántos anuncios de la televisión no ensalzan la labor de ama de casa y madre de familia. Es más, normalmente, las modelos que representan este estereotipo son señoras atractivas y, no por eso tildamos el spot de porno doméstico. A lo mejor porque el porno doméstico es otra cosa. La utilización de la mujer como instrumento al servicio del varón es pan nuestro de cada día, pero nos lo tienen que poner con fotos bonitas y mensajes subliminales para que se nos despierte el gen de la escandalera.
Hoy mismo, caminando por los pasillos del metro, me fijé en los anuncios de ropa de baño de una conocida cadena de moda. En ellos, la modelo muestra claramente una actitud que invita al goce, sola o acompañada, pero lo hemos visto tantas veces que ya nos parece normal. Tan normal como descubrir a la señorita Irina Shayk promocionando sostenes o a las chicas de Victoria's Secret dándonos alas. No digo yo que Irina no sea una mujer culta, preparada y con mil y un talentos, pero tampoco entiendo que sus poses, tirando a bastante vulgares, en sujetador y bragas, sean consideradas sexys y sensuales (e imagino que hasta feministas, ¿no?) mientras que a dos modelos que enseñan poco más que los maravillosos poderes del retoque fotográfico, se les acuse de protagonizar un corto porno chic. A mí que me lo expliquen.
¿Hay misoginia y machismo en la campaña de Tom Ford? Lo que sus creativos quieran que entendamos. Ni más, ni menos. El debate ha sido, seguramente, provocado por ellos mismos, pero si no fuera por esas mentes puras que ven pecado en cada centímetro de piel al descubierto y consideran que la mujer del anuncio es una hembra utilizada sexualmente, contraria a los principios de la señora que deja su casa como los chorros del oro y cuida a su familia divinamente, o a la modelo que promociona sostenes para aumentar dos tallas de pecho, hoy no estaría escribiendo esta modesta entradilla. Es lo que tiene el porno, que así solo no da para mucha literatura, pero con el chic al lado se transforma en pura poesía.

lunes, 7 de mayo de 2012

La amenaza y el fantasma

Vamos a ver. Esta es una lección de Barrio Sésamo (Plaza Sésamo, Sesamo Street o como quiera que cada uno le llame en su país de origen): amiguitas y amiguitos, amenazar no es lo mismo que chantajear. Si yo digo "te voy a matar", estoy amenazando sin más. Si, por el contrario, me destapo con un "si no me pagas lo que me debes te mato", estoy chantajeando. ¿Ha quedado claro? Pues seguimos.
En estos días de elecciones en Europa, recortes en España y retiros muchimillonarios en Bankia, el culebrón de la realeza y aledaños sigue su curso, con la variante de que ahora, por lo que parece, ninguno de los protagonistas es bueno. Aun diría más: en la trepidante trama se ha destapado la verdadera personalidad del gazmoñas (cómo me gusta a mí esta palabra; será porque me trae recuerdos) Diego Torres, socio de Urdangarín, que intenta chantajear a la justicia diciendo que, o le permiten devolver el dinero tangado e irse de rositas, o va a desvelar un montón de secretos enormes y feos de la familia real. Eso no es una amenaza, amigos, es una extorsión en toda regla.
Yo no sé qué se cree la panda de mangantes que se pasea por los juzgados de Palma cuando le sale del cornete. Si la justicia española perdonara por costumbre al ladrón después de que éste devolviera lo robado, alguna que otra cárcel patria tendría que ir pensando en cambiar de actividad y reconvertirse en spa y baño turco. Pero es que la cosa no va por ahí: cuando uno trinca, se le juzga por ello, aunque desconozco si el devolver parte del botín es un atenuante o una mera anécdota a pie de página del sumario.
En todo caso, está claro que tanto Urdangarín como su ex socio Diego Torres son un dúo muy poco dinámico de vagos y maleantes. Porque solo a los matones poligoneros se les ocurre recurrir al chantaje y a la extorsión para lograr sus fines. Aun así, debo reconocer que tengo mis dudas acerca de si el tal Torres no tendrá razón cuando dice que a la infanta Cristina debería dársele el mismo tratamiento que a su mujer, encausada desde el principio. Si lo que pretendía era sembrar la duda entre el populacho sobre la culpabilidad de la primera, la verdad es que lo ha logrado. Enhorabuena: ha ganado usted un perrito piloto.
Torres cree que la única forma de librarse de un futuro entre rejas es poniendo a caldo a la casa real, amenazando con desvelar que el rey consintió e incluso facilitó los tejemanejes de su yernísimo. Menuda novedad. Ahora va a resultar que también Franco está muerto. Sinceramente, creo que quedan pocos españoles que, a estas alturas de la película, piensen en Don Juan Carlos como un santo varón, incapaz de matar una mosca. Ni es un inocente y tontorrón Borbón ni se dedica, precisamente, a matar moscas. Es más, todos entendemos que, en algún momento que otro, intervino a favor del alto y rubio Iñaki, sencillamente porque no hay ninguna familia que se lleve medianamente bien, en la que no corran los favores como el cava durante las cenas de Navidad. Lo ilógico sería que nuestro monarca se negara desde el principio a ayudar a Urdangarín e, incluso, que se resistiera a ello temeroso de Dios; ya hemos visto que, a su majestad, la soberbia le puede y se cree por encima del bien y del mal. Tampoco es que debamos culparle por ello: la Constitución le ampara y eso nadie lo repara.
Opino que tanto Diego Torres como Urdangarín tienen todo el derecho a defenderse como ellos crean conveniente y siguiendo estrategias inteligentes a la altura de lo que representan. Lo que ya me parece un poco desproporcionado son estas broncas de patio de colegio, con chantajes y amenazas por ambas partes, que lo único que están consiguiendo es destapar la verdadera naturaleza de quienes las profieren: dos aspirantes a delincuentes que se creen Cary Grant en Atrapa a un ladrón y no tienen ni media bofetada. Desconozco el fin de esta película de muy malos; lo que de verdad me gustaría saber ahora es si Iñaki maridó con Cristina por el simple hecho de medrar y ser el más rico de la lista Forbes. En este cuento de hadas alguien se tiene que comer los sapos. Y no quiero señalar...

domingo, 6 de mayo de 2012

Mi mamá me mima

Parece ser que hoy es el día de la madre, esa jornada-homenaje creada, entre otras cosas, para mayor contento de tiendas de regalos y grandes almacenes. No digo yo que las madres no se merezcan ser halagadas, pero tal vez vendría mejor prorratear las alabanzas a lo largo de los 365 días del año en lugar de concentrarlas en 24 horas y solucionar la papeleta con una caja de bombones. Es una idea.
Entre tanta exaltación del amor filial, no puedo evitar recordar esos casos de progenitoras que emplean a sus hijos como instrumentos para canalizar sus deseos incumplidos y sus traumas irresolutos. Estos días hemos tenido un claro (o más bien oscuro) ejemplo de ello, una mujer norteamericana, tostada cual tizón, que, supuestamente, ha causado serias quemaduras a su pelirroja hija tras obligarla a ser, como ella, pasto de solarium. Todos entendemos que la señora es mayor de edad y, por lo tanto, puede hacer con su cuerpo lo que quiera. No seré yo quien se lleve las manos a la cabeza si se complace en clavarse astillas en las uñas mientras espera en la peluquería. Pero lo que no comprendo es ese empeño materno en concebir a los retoños como prolongación de uno mismo en lugar de educarlos desde ya para que sean personas adultas e independientes, capaces de decidir por sí mismos y con un carácter convenientemente moldeado a base de caídas y posteriores levantamientos.
Un caso muy semejante es el de la famosa madre de octillizos, también de Estados Unidos (no sé qué le echarán los americanos a la Nocilla) empeñada en abarcar titulares a golpe de embarazos. Lo suyo es, directamente, para ligarse las trompas: parir como coneja con el objetivo de cumplir su sueño de hacerse la cirugía estética y parecerse a Angelina Jolie. La diferencia es que la Jolie tiene el dinero suficiente como para reconstruir Grozni de nuevo (inciso: vaya horterada que están haciendo con esta ciudad, convirtiéndola en el Dubai checheno), mientras que la prolífica madre es carne de portada hoy y hambre mañana, por lo que la crianza de todos sus cachorros queda seriamente en entredicho si la cabeza de familia deja de interesar a la impúdica opinión pública. Lo último es que se plantea pasarse al porno para costear los pañales. ¿Qué será lo próximo? ¿Asesina por encargo? Me juego algo a que esta señora aún no ha dejado de parir.... buenas ideas, me refiero.
Y cómo olvidar en este listado de supermamás a las progenitoras de todas esas niñas que desfilan por los concursos americanos de belleza transformadas en cabareteras de Las Vegas versión mini... La explotación pública infantil (ni me convencen los niños modelos ni los niños actores) me parece, como poco, cuestionable, pero pintar a tu hija como una puerta y vestirla con ropa de stripper a los cinco años para convencer de su talento a unos señores fondones, me despierta entre miedo y mucho asco. Y está claro que semejante humillación infantil tiene lugar porque las señoras madres quisieron ser en su día las más guapas del lugar y alguien les dijo que se miraran un poquito al espejo. Ahora, la venganza llega en forma de niñas de cuatro años, a las que quisiera ver de adolescentes, cuando ellas hayan perdido su frescura infantil y las madres su lozanía. Si es duro competir con otras infantes de kinder por ver quien es más rubia y mueve mejor los rizos, mucho peor tiene que ser hacerlo con tu propia madre en cuanto te viene la primera regla. Terrorífico.
Uno no puede madurar si se empeña en no pasar etapas y volver una y otra vez a aquella en la que fue feliz para no arriesgarse a ser desgraciado. El crecimiento personal implica dejar atrás ciertas historias de tu pasado y seguir hacia delante, sea lo que sea lo que nos encontremos por el camino, monstruos o princesas. Pero tampoco creo que la madurez se alcance sin vivir las edades que uno tiene que vivir. Ahora, cuando la preadolescencia comienza alrededor de los siete años, es lógico que se llegue a ella tras una primera infancia de aprendizaje disfrutada a tope. Hurtarles a unos niños semejante posibilidad estoy convencida de que crea adolescentes pasmados y adultos asustados. Salvo, claro, que puedan costearse sus correspondientes horas de terapia.
Afortunadamente, estos ejemplos aquí descritos son los menos y la mayoría de las madres saben perfectamente que tienen que ejercer de tales, que antes que amigas de sus hijos son mamás, algo que un niño necesita por encima de todo. Tal vez no sea tan importante el tiempo que una dedica a su prole como la calidad de ese tiempo y la estrechez de los lazos familiares que se crean. El objetivo, entonces, no es formar niños escaparates (mi hijo es el más guapo, el más listo y el más mejor) sino allanar el camino para su conversión en adultos responsables y maduros. Entender esto es entenderlo todo.
Feliz día de la madre.