domingo, 8 de diciembre de 2013

Profecías

Hace poco recibí un email en el que se me hacía un somero resumen de las conclusiones a las que había llegado un congreso de magos y adivinación que se celebró en Barcelona el mes pasado. Enhorabuena a todos los presentes y, más aún, a los ausentes.
En dichas conclusiones se comentaba que los expertos invitados habían hecho elucubraciones sobre personajes o acontecimientos más o menos relevantes para la humanidad. Yo diría que menos, pero aquí cada uno con su cadaunada. Entre los acertijos resueltos estaban el de la independencia de Cataluña (sí a lo grande) la de Escocia (sí también; parece que se pasaron por la entrepierna los últimos sondeos), la evolución de Messi (dicen que al pobre le han echado un mal de ojo), la del Rey (va a seguir renqueando todo el año entrante) o la de Belén Esteban (seguirá a lo suyo, o sea mal). Pues muy bien.
Me parece fantástico que los adivinos Cataluña vaticinen la independencia de la Comunidad Autónoma sin tener en cuenta intervenciones empresariales. No es lo mismo verlo desde fuera que desde dentro. El asunto escocés ya me parece más raro, sobre todo teniendo en cuenta que los escoceses, a menos de un año vista, no parecen por la labor de irse por los cerros de Úbeda (o de las Highlands). La última vez que estuve allí, en muchas de las viviendas convivían pacíficamente y sin traumas la Union Jack con la bandera escocesa. Algo, por otra parte, bastante extravagante desde el punto de vista del español separatista: difícil imaginar la bandera rojigualda ondeando al viento junto a la senyera en una casa particular que no tenga absolutamente relación alguna con un organismo oficial. Pero, bueno, la videncia es la videncia y no vamos a quitar méritos al que ansía respuestas.
Lo de Messi, Belén Esteban etc. ya es otra película. Sobre todo en el caso de esta última, que no creo yo que haya hecho propósito de enmienda, más que nada porque la panda de buitres que la rodean no se lo permitirían. La rubia sigue ahí, impertérrita en su venganza por desamor y no seré yo quien le diga que tiene que perdonar y adorar a quien le fastidió la vida. A algunos, el rencor y la desilusión les duran años mientras otros hacen de ello su profesión. Mejor aceptarlo y gritarlo que interiorizarlo permitiendo que te devore o, lo que es peor, poner la otra mejilla para que te la dejen hecha unos zorros.
En resumen, que a mí esto de las profecías me suena como muy antiguo. Es fácil pronosticar que una persona que ha venido sufriendo una mala salud de hierro, caso de Su Majestad, seguirá estable en su inestabilidad a no ser que obre un milagro (Hacienda puede arreglarle los dineros y los delitos, pero no la tensión). Del mismo modo, también es muy sencillo concluir que Messi ya no tiene 20 años, que ha corrido mucho y que, algún día, su forma ya no será la de antaño y su físico se resentirá. No hace falta reivindicar los poderes de Nostradamus para imaginarse ciertos escenarios.
Como ya dije en otra entrada, hay pocas cosas más fáciles que pronosticar lo que le va a ocurrir a alguien al que conoces bien, ya sea personal o mediáticamente. Otra cosa es no querer verlo. Hace unos días comentaba con una amiga el caso de una tercera persona que siempre se había rodeado de impresentables y que, justo ahora, precisamente veía la luz y se daba cuenta de las joyas que tenía al lado. No necesitó ninguna bola de cristal; solo observar las cosas en perspectiva, tomar cierta distancia y dejar de intentar creer lo que quería creer y centrarse únicamente en el ser y el estar. Así de evidente.
También reconozco que es más fácil intuir la trayectoria o destino de los demás que la propia, sobre todo cuando no nos involucra. De hecho, yo misma, que carezco de poderes (si los tuviera, Carrie sería una mera principiante al lado de mi mala leche), confieso que puedo alcanzar un porcentaje de un 99% de aciertos cuando me atrevo a barruntar acerca de la evolución de determinadas personas con las que tengo o he tenido cierta proximidad. Incluso contemplando las posibles variables, porque sabría por cuáles se decantaría en el caso de que surgieran. No es magia; es lógica.
La adivinación es la intuición rodeada de elementos de cuento. O de fábula. Simplemente se trata de mirar (no solo sirve ver) y aceptar lo entendido. Cuando sabes algo lo sabes, aunque ni siquiera puedas explicarlo de una manera medianamente racional. Pero, en el fondo, una parte de tu mente ha evaluado las circunstancias, los protagonistas y los argumentos y ha llegado a una conclusión bastante certera. Además, la vida, que es muy puñetera, suele encargarse de darte la razón, sobre todo cuando se trata de la caída en picado de determinados personajes. Y aquí viene lo curioso, porque solemos adelantarnos a las desgracias ajenas, pero somos incapaces de adivinar lo bueno. Sabemos cuándo alguien va a caer, pero nos resulta más complicado verle volar.
Por eso precisamente quiero adivinos que pronostiquen dicha, videntes que vean felicidad, tarotistas que revelen maravillas. Porque para aventurar males, ya estoy yo y, además, completamente gratis. 100% de éxitos. Disponible las 24 horas. ¿Hay acaso una oferta mejor?


sábado, 7 de diciembre de 2013

Caza al hombre

El excelso Ministor de Hacienda, don Cristobal Montoro, ha explicado las purgas que se vienen realizando en los últimos tiempos en el organismo tributario con una peregrina justificación: "estaba lleno de socialistas". Sinceramente, de todas las excusas posibles, ésta, aún siendo bastante creíble, resulta la más patética.
Hace muchos años, cuando nos empezaron a sangrar con los impuestos, el Gobierno de turno se inventó un slogan la mar de molón: "Hacienda somos todos". Ergo, si somos todos, nos toca apoquinar y mantener el país a flote a ti, a mí y al vecino del quinto. Durante décadas nos lo creímos; nos fastidiaba pero entendíamos que, como país moderno, miembro privilegiado del primer mundo, nos tocaba dar para obtener a cambio el privilegio de unos servicios públicos decentes y hasta, en ciertos casos, estupendos.
Pero llegó la crisis y, de repente, comprendimos que nuestros impuestos no han ido (o al menos no en su totalidad) a mantener y retener los servicios públicos que hoy se encuentran a la venta, sino a fomentar la riqueza y los vicios privados de unos desalmados. Hacienda somos todos, pero menos.
Luego, un juez de las islas Baleares, empeñado en sacarle los colores al marido de la infanta más lela de la historia de España, empezó a pedirle cuentas al organismo sobre el presunto delincuente y la esposa que no se enteraba de nada salvo a la hora de poner el cazo. Fue entonces cuando se armó el Belén, con la Agencia Tributaria "escupiendo" documentos inculpatorios para, en lo que ya tardo en escribir un post, entregar justo el contrario atribuyendo al primero a un posible error humano. La intervención del hombre se podría entender si la tremenda equivocación (siempre para salvar las reales posaderas de doña Cristina) se hubiera producido en uno o dos informes, pero, que yo sepa, ya llevamos tantos como para encuadernar un folletín más o menos lustroso. Tantos como para que un hombre formal como Montoro dejara de echar la culpa a los funcionarios de lo suyo y empezara a cargarle el muerto a Dios.
Pero lejos de reclamar la intervención divina, en una especie de vuelta de tuerca filosoviética, el ministro que todo lo controla apeló al descontrol y a la infestación de su Ministerio por parte de los rojos. Si suena a purga es porque, a lo mejor, lo es.
No sé si todos los dimitidos u obligados a dimitir son socialistas, pero lo cierto es que intuimos que resultaban incómodos a la hora de mantener el status quo del privilegio y la mandanga. Obviamente, todo partido, cuando llega al poder, tiene la tentación de colocar a los suyos donde estaban los de ellos; lo que ocurre es que, en ocasiones, se hace con una desvergüenza que asusta, como es el caso que hoy me ocupa o la renovación de ciertos órganos judiciales con el beneplácito de la Constitución.
En una Agencia Tributaria que, repito, somos todos, y cuya actividad está guiada día a día por funcionarios que, al margen de su ideario político, han accedido a su puesto por oposición, resulta bochornoso este baile de números y personas de las que viene haciendo gala. Imagino que Montoro, cortando cabezas cual reina del País de las Maravillas, ha intentado poner freno a este festival de filtraciones que nos han demostrado que Hacienda somos realmente cuatro remeros mal contados cuya misión en esta vida es descuernarse para mantener a los jefes.
Flaco favor se está haciendo a sí mismo Montoro con semejante movimiento de tropas en momento tan delicado, justo cuando sale a relucir la contabilidad B del PP, los pagos en negro y esos gastos desviados de la muy serena doña Cristina. Pero es que, además, pone en evidencia una purga ideológica que lo convierte en un ser mezquino, cuando no despreciable.
Imagino que todos tenemos a nuestro alrededor gentes con diferentes tendencias políticas. En mi caso y, que yo sepa, nadie de mi familia es de izquierdas, incluso un tío mío ejerció durante muchos años de alcalde del PP y siempre lo consideré un excelente persona. Jamás se me ha ocurrido renegar de los míos porque piensen distinto; si reniego, será por otras cosas. Del mismo modo, no son tantos los amigos que comparten mi forma de pensar: digamos que el espectro se mueve entre la derecha moderada y la izquierda sindical, sin mayores extremismos por arriba ni por abajo. Respeto y reconozco sus ideas igual que ellos saben perfectamente cuáles son las mías.
Sin embargo, está claro que la estupidez de las dos Españas de tan triste recuerdo está muy presente todavía en el hacer de algunos. Nos acusan de verlo todo en rojo o en azul, cuando lo cierto es que el duelo nos viene impuesto por aquellos que rechazan a quien piensa diferente. Y lo peor es que no lo hacen tanto por convicción ideológica como por sentido práctico: el mantener, promover y, a ser posible, aumentar, sus prebendas y las de aquellos que les sostienen. La perversión de la ideología aplicada a la simple codicia.
Hacienda ya no somos nosotros: son ellos. Y los demás, en algún momento u otro, tendremos la mala suerte de pasar por allí.


viernes, 6 de diciembre de 2013

Quiero ser como Cheney

Una de las costumbres más detestables de nuestros políticos (no todos, pero sí bastantes) es aprovechar su trayectoria de servicio público para hacer negocio. Esto se convierte en aberración cuando, obedeciendo a los cantos de sirena del peor neoliberalismo, convierten lo público en privado para, una vez abandonada en la cuneta su carrera política, sacar los consiguientes dividendos de nuevos cargos nacidos al calor de las miserias humanas.
En la Comunidad de Madrid tenemos varios y gloriosos ejemplos de esta endiosada forma de darle la vuelta al término de servicio público para convertirlo en placer privado. El problema no es que nosotros veamos que dicho proceso está mal, muy mal, sino que los propios interesados lo contemplen como un bien necesario y un paso obligado hacia la gloria individual y el caos común.
Al margen de estos cachorros de los partidos, preparados para chupar del bote desde su más tierna formación, hay que reflexionar sobre sus ejemplos a seguir, aquellos laureados ex presidentes que han hecho carrera a costa de pasear su palmito por las poltronas de empresas y corporaciones empeñadas en construir riqueza fomentando la pobreza extrema. Entre estos grandes próceres destaca, cómo no, José María Aznar, omnipresente en las consejerías de grandes emporios al servicio de magnates de dudosa reputación y cuestionables objetivos.
En las últimas semanas nos hemos enterado de que Aznar estaba metido hasta el cuello en ese lodazal del tráfico de armas en el que le introdujo su mejor e imputado amigo Miguel Blesa. No creo que este último tuviera que ponerle una Glock al cuello para que nuestro ínclito Jose Mari se decidiera a probar suerte en tan turbio asunto, que mueve a diario miles de millones de dólares. Un hombre que no tiene el mínimo reparo en llevar a su país a una guerra estúpida para mayor provecho de él y sus colegas, no creo que albergara muchos reparos en hacer negocios a costa del bienestar físico y moral de otros.
Ya he dicho alguna vez que, en mi opinión, y observando al personaje desde lejos, José María Aznar tuvo que ser un niño y adolescente sumido en mil complejos. Y también he comentado que hay pocas cosas más peligrosas que darle poder a un acomplejado, ya que, o bien buscará la venganza, o bien la demostración continua de que él es el "más mejor", aunque para ello tenga que mercadear con el sufrimiento ajeno.
También albergo la muy posiblemente infeliz idea de que nuestro ex presidente, ese político de bajura que cada día amenaza con volver a darnos la tabarra por el bien de España, siempre ha deseado ser Dick Cheney. Sí, aquel singular individuo que medró a la sombra de los Bush y que, durante muchos años, fue presidente ejecutivo de Halliburton, la empresa que, oficialmente (no vamos a entrar en detalles oficiosos) se dedica a prestar servicios a yacimientos petroleros. Los entresijos de esta compañía son, quizás, los más intrigantes de la economía mundial, mucho más desde que nos enteramos del deshonroso papel y aprovechamiento máximo que tuvo y obtuvo en los conflictos de Kuwait, los Balcanes e Irak. Sobre todo Irak.
Halliburton fue la principal beneficiaria de los contratos otorgados para reconstruir Irak, el país que su ex presidente, el señor Cheney, se encargó de destruir previamente. Si en España nos escandalizamos con casos como el de Sonia Castedo, la alcaldesa de Alicante, empeñada en otorgar contratos de obras públicas a uno de sus más íntimos amigos a cambio de un chorreo de obsequios, no sé cómo se nos quedaría de perjudicada la almendra al transpolar semejantes chanchullos pueblerinos a la política internacional. Si nuestra opinión sobre Sonia Castedo es tirando a penosa, no quiero imaginar lo que pensaríamos si supiéramos toda la verdad sobre Dick Cheney y sus tejemanejes en la muy alta y envarada política.
Probablemente, el tal Cheney fue el tipo más poderoso de finales de la década de los 90. Además del más detestado por parte de la opinión pública pensante, digno heredero de John Edgar Hoover, un elemento igual de taimado pero bastante más torpe. No dudo en que muchas almas poco cándidas que le conocieron envidiaron su utilización de las personas y las cosas en beneficio propio, su habilidad para tejer redes de influencias y su vigor político para tomar decisiones impopulares y cargarlas sobre espaldas más cándidas.
Cheney, tan ladino él, atesora un gran mérito que a otros les falta: saber retirarse a su cueva del tesoro (aunque en este caso se parecería más a la de Batman, con todos los controles sobre Gotham City) cuando la tormenta comenzaba a aparecer sobre el horizonte. Vale, la salud tampoco le acompañó, pero no hay que privar al hombre de las virtudes que le han acompañado. Y es en esto en lo que sus alumnos meritorios se equivocan, porque cuando uno ha sabido retirarse en el momento más adecuado, no puede volver a arrastrase por las plazas como un torero ajado que reivindica las orejas y rabos de otro: debe ser listo y aprender a juzgar desde la barrera, mover los hilos sin que se note y disfrutar de sus tesoros sin que lo parezca.
Ahí es donde la soberbia y la insolencia de Azar le pierden, para delirio íntimo y estupor ajeno. Uno no puede conformarse con ser un imitador de Cheney: tiene que ser mejor. El problema es que, hasta para ser malo, hay que tener clase.


lunes, 25 de noviembre de 2013

El hombre violento

Hoy es el Día de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Un día en el que, por ejemplo, quienes nos gobiernan deben de haber mirado para otro lado, pues es sabido que eso de destinar recursos a luchar contra la violencia de género es algo que no les llena precisamente de orgullo y satisfacción. También es un día al que llegamos tras una semana recopilando datos sobre el ejercicio de la violencia por parte de nuestros adolescentes (ellos como actores; ellas como receptoras) o acerca del machismo en las redes sociales. Y de todos esos datos que hemos sabido últimamente, uno brilla cual quincalla: a las mujeres nos gusta el hombre violento.
No sé qué se entiende exactamente por "hombre violento", ya que entre Chuck Norris y el vaquero de Marlboro (dos paradigmas de macho man) media un abismo de series malas y anuncios aún peores. Puede ser que las mujeres nos sintamos atraídas por el hombre recio y duro, pero ello no quiere decir que bebamos los vientos por un varón capaz de soltarte un mandoble en cuanto le pides la hora. Es más: estoy convencida de que la expresión "tipo duro" no tiene por qué ser sinónimo de la palabra "maltratador".
El maltrato es en sí una figura demasiado compleja para reducirla a un solo tipo de ejercicio. Es maltratador quien emplea la violencia física, pero también quien te dice continuamente lo mucho que te aprecia y utiliza sus pomposas palabras para ocultar el hecho de que, en realidad, te trata como una mierda. Lo sabes, lo sientes, aunque él insista que estás equivocada, que has perdido la razón porque eres incapaz de ver que ocupas el primer puesto en su lista de afectos. La verdad es que te has encaramado al top 1 de su lista de desperfectos.
Maltrato es una acepción amplísima que, muy probablemente, mute en cada interpretación individual que se haga de ella. Puede haber evidencias externas o graves daños internos, pero el resultado es siempre el mismo: desfallecimiento personal, tristeza, depresión, inseguridad, falta de autoestima, miedo, angustia... Generalizar por tanto que a las mujeres nos pone berracas el hombre violento no solo resulta peligroso sino también estigmatizante, ya que contribuye a que determinados individuos se aferren a unos comportamientos inasumibles y que los conviertan en credo de seducción.
Sin embargo, resulta innegable que a las mujeres nos gusta el hombre fuerte, entendiendo por ello al individuo que es capaz de cuidarte y defenderte cuando no es él sino la vida quien se lía contigo a bofetada limpia. Nosotras somos cuidadoras por naturaleza, y por ello valoramos tanto el que, de repente, aparezca alguien capaz de ayudarnos a levantarnos cuando caemos; alguien que se preocupe por nosotras, camine a nuestro lado y comparta los problemas, pero también las soluciones. El hombre cuidador es, por tanto, ese príncipe azul del cuento clásico, la joya vintage de nuestra caja de tesoros. Pero una figura así también tiene que estar provista de las virtudes asociadas desde tiempos inmemoriales al eterno masculino: seguridad, confianza, valentía... Que nos demuestre lo importante y lo maravillosas que somos aun cuando no lo necesitemos. Y para hacerlo sin que resulte impostado necesita tener carácter y arrojo, porque no es tan fácil encontrar a gente que de la cara por ti cuando más lo necesitas o, incluso, cuando menos lo mereces.
El hombre fuerte, el hombre cuidador no es, por tanto, el hombre violento, pero sí puede compartir con él una imagen icónica en tanto y cuanto los dos serían representados en la imaginería popular por machos aguerridos, tal vez rudos. Pero mientras en uno la rudeza es símbolo de personalidad, en el otro lo es de inconsciencia y locura. Quizás, la confusión de los conceptos se deba a una simple caricatura trazada al aire, cuando, en realidad, el ejercicio de la violencia no es tanto una demostración de fuerza como una enorme exhibición de cobardía.
Tal vez sea generalizar en exceso, pero yo creo que las mujeres tenemos muy claro el tipo de hombre que nos gusta y que, de hecho, se nos prepara desde muy niñas para abrazar determinados valores masculinos. Consciente o inconscientemente. Otra cosa es que no seamos capaces de vislumbrar las migas en el camino (o no queramos hacerlo) o que la vida nos coloque en una situación extrema de dependencia, lo cual nos vuelve tan vulnerables como ciegas.
Eso sí, mientras los medios sigan berreando frases como ésta de lo mucho que nos ponen los mamporreros, vamos aviadas. Nosotras, vosotros y ellos.


sábado, 23 de noviembre de 2013

Andar el camino

El camino se realiza andando. Vale, es una frase la mar de simple, pero como todas las simplezas, también encierra su parte racional y hasta mística.
Esta misma semana nos hemos enterado de que aquellos estudiantes que pusieron voz y cara a la protesta del movimiento estudiantil chileno han sido elegido diputados. Que sea enhorabuena. Enhorabuena a Camila, Karol, Gabriel… a sus compañeros de lucha, a quienes les escucharon y a los votantes. En el caso de Camila Vallejo, como ya expliqué en otra entrada, mi enhorabuena se haría extensiva a su pareja, Julio Sarmiento, ideólogo comunista y auténtica "inteligencia en la sombra" de aquel movimiento estudiantil que reventó las calles de Santiago. Si hacemos un poco de historia, Julio siempre fue llamado a ocupar un puesto de liderazgo ante el público y su propia formación, pero al ser cubano (recordemos que llegó a Chile para estudiar en el año 2002), creyó conveniente delegar el protagonismo en otro (otra) para no mezclar churras con merinas, esto es, para no recibir los dardos fáciles destinados al revolucionario oportunista. Sin desmerecer el talento y el carisma de Camila Vallejo, hay que incidir en la suerte que ha tenido al ser respaldada por un gran -inmenso- hombre. Si tantas veces pronunciamos esa condescendiente sentencia de "detrás de cada hombre hay una gran mujer", hay que reconocer que, en ocasiones, detrás de una gran mujer también hay un gran hombre, un tipo magnífico, capaz de renunciar a su ego (o canalizarlo de otra forma) para trabajar por y para la fémina que tiene al lado, sin envidias, sin celos, sin estupideces. Hay que ser un hombre diez para amar a una mujer excepcional.
Pero, al margen de mis teorías sobre mujeres, hombres y viceversa, a lo que quería referirme en el día de hoy es al envidiable proceso que ha seguido este movimiento estudiantil chileno, que después de sacudir el país con sus proclamas "incendiarias", ha llegado hasta el Parlamento. Al margen de que estemos o no de acuerdo con los planteamientos de estos chicos, es de justicia reconocerles el mérito de la inteligencia aplicada a la política. En su día, y a raíz del 15M, expliqué que a dicho movimiento le veía un amargo futuro si no se decidía a dar el salto a la política obviando las opiniones de todos aquellos empeñados en negarle cualquier adhesión ideológica (algo imposible, por otro lado). Lo mismo dije en su día de la revolución zapatista, a la que vaticiné un relativo gran fracaso si no se decidían a batirse en duelo en las urnas, aun con todas las dificultades que encierra la política mexicana.
Creo (y cada día estoy más convencida de ello) de que cualquier movimiento social con vocación de triunfo debe atravesar ciertas fronteras si tiene aspiraciones de continuidad y acción. El paso lógico, por tanto, es posicionarse en el marco político y plegarse a las reglas democráticas para trabajar en pos de los ideales. Porque tener ideas está muy bien, pero también hay que saber cómo concretarlas: es relativamente fácil ilusionar a la gente con promesas; lo complicado es intentar que esas promesas, esas metas fraguadas al carón de la revolución social, no se queden en cuentos.
En España sobrellevamos como podemos el estigma de una clase política chanchullera y hasta malévola. Ahora mismo, el dedicarse a la política es casi caer en lo más bajo de la escala social. Y, sin embargo, estoy convencida de que hay gente estupenda trabajando en política, ya sea en las filas de la izquierda o de esa derecha que tan poco se parece a la derecha europea. También confieso que conozco a gente que haría muy buen papel bajando al ruedo político, pero jamás aspiraría a ello porque no le apetece perder la conciencia y la dignidad en el intento. Sin embargo, normalmente solo se puede ganar si te arriesgas.
La maniobra fácil, por tanto, es agitar las calles, remover conciencias, pero siempre desde la trastienda, sin aventurarse a que aquellos que has movilizado te acusen de "político". Y eso es una pena. porque, como ya he insistido dos, tres, o quinientas veces, la única forma de cambiar el sistema, sin coste de vidas humanas, es hacerlo desde dentro. No obstante, ahí estamos, temerosos de perder apoyos, de ser acusados de desleales si nos liamos la manta a la cabeza y luchamos por lo nuestro, por lo de todos, desde las listas electorales.
Estoy convencida de que a estos jóvenes parlamentarios chilenos también les han llovido las críticas de los llamados antisistema o los que se declaran anarquistas sin serlo de facto. De hecho, Camila y Karol se han visto obligadas a dar una rueda de prensa para expresar por qué y para qué están en el Parlamento. Algo que, por otra parte, debería ser obvio: hemos hecho algo grande, hemos creado una revuelta social y ahora vamos a trabajar por vosotros de todas las maneras posibles que nos permita la ley. En España esto, ahora mismo, no sucedería. De hecho, IU nos ha vendido a su diputado Alberto Garzón como representante del 15M, cuando el perfil de Garzón es mucho más político y económico que de activismo social y revuelta callejera.
Me encantaría ver cómo los agitadores sociales (representantes de las mareas, del 15 M o del sindicato de estudiantes, quien, por cierto, tiene entre sus líderes a gente muy interesante) toman el Parlamento por las urnas. Y que no tengan miedo hacerlo, porque si no se deciden llegarán usurpadores como esta chica de las juventudes socialistas, la tal Beatriz Talegón, que me parece uno de los personajes más oscuros que ha entrado en política. Y una de las personas que más cadáveres ha dejado en su camino hacia la fama y fortuna.
Ojalá tomemos ejemplo del caso chileno. Puede triunfar o fracasar, pero es un camino andado que nos devuelve un poco la ilusión de los años 60 y a aquellos cachorros políticos que querían cambiar el mundo y que utilizaron todos los recursos democráticos para ello. La democracia nos garantiza el voto, y las constituciones que maman de su teta el derecho a la huelga, el derecho de manifestación y el de reunión (ay, esa Ley de Seguridad Ciudadana, qué enorme y soberana estupidez), pero también nos da el poder de representación y los cauces para luchar por nuestras ideas y nuestra gente. Entonces, ¿por qué no lo hacemos?

Y como, lo confieso, yo he sido siempre más de Camilo que de Camila (ya no digamos del Che o Fidel), aquí va la "rola".


lunes, 18 de noviembre de 2013

La pianista

Estos últimos días, los medios nos han deleitado con una noticia la mar de pintoresca: una estudiante de piano estaba siendo juzgada por "maltratar psicológicamente" a su vecina al hacer prácticas con el instrumento en horas de oficina. Por instrumento me refiero al piano.
Al parecer, la vecina de marras habría llegado a padecer serios episodios de angustia y hasta problemas físicos al verse obligada a escuchar, día tras día, a la moza perpetrando sus acordes. Por semejante delito, el fiscal había solicitado una pena de siete años de cárcel para la artista, pero se ve que la chica ha pulsado la tecla sensible del personal, porque el servidor de lo público ha rebajado la petición a 20 meses, lo que le ahorraría el mal trago de pisar la cárcel pero le colgaría en su currículum unos bonitos antecedentes. Y ya sabemos lo quisquillosos que son algunos países con esto de los delitos, que lo mismo no te dejan poner un pie en el Wal Mart más próximo por muy pianista que seas o muy bien que se te dé esto de los tocamientos.
Desconozco si el caso es para tanto. Según parece, la chica aporreaba el instrumento durante el día y por las noches se dedicaba a vivir una aventura tan prosaica como es el buen dormir, lo que, en mi modesta opinión, suma un punto a su favor. A mi entender, no tiene nada que ver ensayar en horas de oficina con hacerlo a las dos de la madrugada, cuando a uno le espera un día de recortes, ajustes y mamandurrias varias. A lo mejor lo que ocurre es que la aspirante a llevarse el premio de Tú sí que vales producía una música nefasta y, claro, hay cosas que no se pueden aguantar. Aunque, pensándolo bien, por esta regla de tres, las cárceles estarían llenas de progenitores de bebés berreantes, aficionados al heavy metal, propietarios de bares y discotecas y fans recalcitrantes de José Luis Perales. Confieso que si mis vecinos me ponen a Green Day a toda pastilla 12 horas al día, lo mismo hasta les hago una tarta, pero si les da por pincharme una sesión intensiva de Bisbal, a lo mejor lo que les doy es una torta. O varias.
Lo siento por la pianista entregada, la vecina achacosa, amigos y familiares, pero también lo lamento por este país, en el que una chica cuyo delito es tocar el piano vive bajo la amenaza de la cárcel mientras otros y otras, tras haber cometido delitos graves (presumiblemente) están más anchos que panchos. Ahí tenemos, por ejemplo, al ex presidente Camps, escondiéndose como una rata en las alcantarillas de Valencia para no ser interrogado por el juez Castro como testigo del caso Noos (no vaya a ser que se revuelva aquel tema añejo de los trajes y se den cuenta de que lo que de verdad le sienta bien es el mono a rayas); o, sin alejarnos mucho de lo que importa o imputa, el traspiés de la justicia con la impoluta infanta Cristina, que, visto lo visto, ya puede arrancarle la cabeza a un bebé delante de toda España que todos miraremos hacia otro lado y fingiremos que la importante no nos ha importunado. Y es que aquí lo realmente grave pasa... de largo. El PP borra el disco duro de los ordenadores de Bárcenas y hacemos borrón y cuenta nueva; una ministra del PP recibe dinero de una trama corrupta y el resto le arrojamos confetis; unos ancianos son estafados por los grandes bancos y los detenemos por protestar mientras a los mentirosos que les engañaron les premiamos con una jubilación de pandereta. Bonito a la par que edificante.
No sé cómo acabará la desventura de la pianista, pero yo llamaría a la ciudadanía a presentar una queja al Estado por motivos igual de fundamentados. Por ejemplo, la murga que nos dio Richar Clayderman con su Balada para Adelina; o el empeño de María Jesús y su acordeón, pervirtiendo a venerables ancianos en Benidorm a ritmo de Los Pajaritos; o el pianista de Parada amargándonos la siesta de los sábados... Y no sigo porque no me llegaría el blog para hilvanar tanta protesta social. Lo mismo, entre denuncia y denuncia, haríamos un bien a España: tener a Gallardón entretenido e impedirle trabajar en su máquina del tiempo, ésa que yace en el subsuelo del Ministerio de Justicia y que está a punto de trasladarnos a la Baja Edad Media, época gloriosa del vasallaje y el derecho de pernada. No hay mal que por bien no venga... ni vecinos que lo resistan.


viernes, 15 de noviembre de 2013

Eso del cambio climático

No sé de qué forma describir cómo se nos quedó el cuerpo tras ver las imágenes de Filipinas después del paso del tifón Haiyan. Desolación, muerte, corrupción, pobreza.... las instantáneas nos retrotaían a aquella imagen de los jinetes del Apocalipsis, esos simpáticos chicos a caballo que arrasan por donde pasan.
Hablando de pasar, la tragedia filipina nos ha demostrado dos cosas: que el país está muy mal preparado para afrontar desastres naturales que a menudo les pillan con el pie cambiado, y que la comunidad internacional, salvo el esfuerzo de ciertas ONG's y algún gobierno en estado de shock, pasa de todo. Y la dejadez roza ya la indecencia, no solo porque las imágenes que nos llegan del desastre asiático ponen los pelos de punta, sino porque en estos momentos se está celebrando la Conferencia del Cambio Climático, orquestada por el ente que obedece a las siglas de ONU y que viene a ser algo así como el Senado: un organismo que sirve para poco más que para que la gente se pregunte el por qué de su existencia.
El otro día, el representante filipino en la conferencia de marras se echó a llorar mientras pronunciaba un discurso que se movía entre la súplica y la resignación. Yeb Sano intuye, como intuimos todos nosotros, que la plaga de desastres naturales obedece a la acción del mayor de los desastres que habita la tierra: el hombre. La Tierra se desgasta por el uso, pero también por el abuso que hacemos de ella cada minuto de nuestra existencia. Y no hace falta que venga el sr. Sano a recordarnos lo que somos y lo que hacemos (por cierto, el hombre se ha puesto en huelga de hambre, o de ayuno, mientras dura la Conferencia, pero creo que muy pocos se han dado por aludidos); somos plenamente conscientes de que los gobiernes asumen el problema del clima como nosotros los propósitos de Año Nuevo: con buena intención y nulo cumplimiento.
Y es que las autoridades no están por la labor de reducir las emisiones y controlar nuestra defenestración en la medida de lo posible. No solo porque elijan para cargos comprometidos con el entorno a gentes tan ineptas como Ana Botella (durante muchos años concejal de Medio Ambiente del ayuntamiento de Madrid y actualmente pésima gestora de la huelga de recogida de basuras que tanto nos está tocando las narices) sino porque son arte y parte de todo el conglomerado económico que maneja el chollazo de las energías más contaminantes. Véase, por ejemplo, un país como España, cuyo principal activo, muy por encima del turismo, sería el sol. Pues bien, éste nuestro gobierno, en lugar de tirar de energía solar para revalorizar y potenciar nuestra economía, ha hecho justo lo contrario: reducir las licencias que permitirían explotar una de nuestras grandes riquezas y regalarle a cambio todo tipo de trabas. Así nos las gastamos.
De cara a la galería nos preocupa mucho la cosa del clima, pero más nos preocupan nuestros bolsillos. Y, claro, si acabamos con el chollo del petróleo, hay varias naciones, corporaciones y lobbies que lo mismo se cabrearían. Menos mal que a nuestro rey le quitaron ese privilegio otorgado por Franco de llevarse un porcentaje por cada barril de petróleo que compraba España a sus amigos los árabes; si no, lo mismo nuestro querido monarca estaría a esta misma hora fustigándonos con el andador por ser malos españoles y peores súbditos.
No le veo yo mucho remedio a esta situación más allá de la buena voluntad de los habitantes del planeta que no estemos comprometidos económicamente con las fuentes de energía más contaminantes. Lo tenemos todo en contra. Y no solo hablo de los desastres naturales; también de los impostados. Por ejemplo, esa sentencia absolutoria en el litigio del hundimiento de Prestige, aquel barco que dejó 1.700 km de costa (no solo española) hecha unos zorros, causó problemas de salud a muchos voluntarios que acudieron a limpiar las playas afectadas y desastibilizó a un gobierno torticero (el mismo que ahora nos adorna) cuyos máximos responsables se encontraban de cacería o directamente en Babia en el momento de autos. La sentencia no encuentra culpables de semejante horror salvo el barco mismo, al que le entró la estúpida manía de vomitar mierda a cascoporro. Resulta indignante, pero lo peor es que da carta libre para que armadores, capitanes, políticos etc, se paseen por los mares en barcos que no valdrían ni para desguazarlos y obtener cobre de sus ruinas: total, si pasa algo, será porque Dios lo ha querido. Ajo y, sobre todo, agua. La justicia de los hombres es así de divina.



martes, 12 de noviembre de 2013

Censura

Lamento mucho la pesadilla que están viviendo los compañeros de Canal Nou, testigos del ocaso de la televisión valenciana, tanto tiempo rendida a los pies del PP. La pésima gestión perpetrada por el partido es otro fruto más de esta perversión del neoliberalismo que tanto gusta a los señores y señoras de la derechona, que siempre entendieron que dicha doctrina económica no era otra cosa que un traje hecho a medida de sus despropósitos y un vehículo de su enriquecimiento, ilícito o no, aunque siempre poco ético. Pero, además del uso y disfrute de la economía de barrial por parte de unos cuantos, la desgracia de Canal Nou ha sido la regresión en la forma de comprender la información, no como un vínculo de conocimiento entre las partes, sino como una máquina propagandística a mayor gloria de los caciques de turno.
Y es esa forma dictatorial de enfrentar a los medios de comunicación lo que nos ha llevado a estar donde estamos, con canales autonómicos víctimas de las corrientes amigas y los enchufes trifásicos, opiniones sesgadas y mentiras a la carta. Lo que ha ocurrido en Canal Nou no es ajeno a ninguna televisión autónomica, en tanto en cuanto nuestros políticos las conciben como "sus" canales o, lo que es lo mismo, módulos para "canalizar" sus ideas. El trabajador no sirve a la imparcialidad, si eso existiera, que ya lo dudo, sino que se le contrata para rendir pleitesía al gobernante de turno e influir en los televidentes a modo de sedante. Encima, en el caso de España, esto tiene un componente moral un tanto conflictivo: las televisiones autonómicas nacieron en un momento de reivindicación territorial, nacionalista y cultural, convirtiéndose en activos ejemplarizantes para divulgar una determinada lengua y una cultura en particular, de ahí que gran parte de la población simpatizara bien pronto con sus predicamentos que enseguida pasaron de la "evangelización" cultural a la "evangelización" política, económica y social. La base era buena; el objetivo, maligno.
Con el controvertido cierre de Canal Nou, en la ruina total dentro de esa debacle económica que obedece al nombre de Comunidad Valenciana, han sacado pecho alguno de sus trabajadores (o ex) pidiendo perdón por los desmadres cometidos: por informar sin ecuanimidad, haberse plegado a los requerimientos del gobierno autonómico o, directamente, por mentir. Me parece muy bien y siempre es de agradecer que alguien haga acto de contrición, pero yo me pregunto: si tanta conciencia teníamos, ¿por qué no nos quejamos antes? ¿Por qué no demandamos cuando era gratuito hacerlo? ¿Por qué no nos rebelamos cuando la profesión estaba en una situación boyante y no era tan complicado encontrar trabajo como lo es ahora? ¿Por qué no nos sublevamos cuando no nos faltaban las ganas ni el futuro? Siempre me ha parecido que a toro pasado todos somos Manolete, pero la verdadera valentía y las verdaderas agallas se demuestran sacando la cara en el momento justo y con las personas justas. Ya sé que es muy fácil decirlo y muy complicado llevarlo a la práctica, y que me experiencia me apunta que, a la hora de despedir, los empresarios se ceban en quien más molesta y menos adorna. Una verdad sobre la que deberían reflexionar aquellos que convierten el peloteo y la sumisión en su forma de vida. Conozco a algunos que ya se les ha olvidado la conciencia y hasta la dignidad de tanto arrastrarse.
Me imagino a los familiares de los muertos y heridos en el accidente del Metro de Valencia ojipláticos, comprobando cómo los periodistas de su canal autonómico afirman que, efectivamente, mintieron cuando aplaudieron y publicitaron el yo no fui de las autoridades. Y los supongo preguntándose por qué gritan ahora, cuando ya no tienen nada que perder, y no se pronunciaron antes, testificando en el juicio y levantando la liebre a perdigonazos. Triste consuelo para quienes fueron acusados de fabuladores y vengativos solo por exigir responsabilidades a quien, al parecer, las tenía y lo negaba.
Somos un pueblo triste que asiente y consiente, que creemos que los padres de la Constitución eran "lo más mejor" (ese blindaje de la Corona, lo que nos está doliendo...), que la Iglesia nos llevará al cielo (olé el arzobispo de Granada con su último manual para que las mujeres nos casemos y seamos sumisas) o que quien nos hace llorar es porque, en el fondo, nos quiere bien. Nuestra existencia es como aquel programa de televisión que despertaba pasiones cuando yo era una niña, el Un, dos tres. En él, varias parejas optaban a un premio que podía ser un apartamento en Torrevieja (la burbuja empezó aquí) o un coche. Si perdían, se llevaban una inmensa calabaza. Y así estamos nosotros, jugándonos la existencia como concursantes del Un, dos, tres, y bregando con nuestras bestias negras, herederos sin gracia de aquellos Don Cicuta, el profesor Lápiz, Don Rácano y Don Estrecho, dignos hijos de Tacañón del Todo, que velaban por nuestros dineros y nuestra moralidad, para que no nos lleváramos un duro de más ni se nos ocurriera decir nada inapropiado que pronto sería censurado. Para compensar, el programa distraía a los concursantes con señoritas de buen ver que necesitaban una calculadora cuando querían sumar dos más dos, no vaya a ser que les saliera ocho, que no rima con nada. Igualito que nuestros políticos de raza, a quienes le encanta buscar señuelos, a cada cual más tonto, para distraernos de sus infinitas tropelías.
Lástima que ahora ni siquiera podamos optar al apartamento y nos tengamos que conformar con la calabaza. Y sin que ni siquiera nos hayan dejado concursar...



jueves, 7 de noviembre de 2013

Papa, ven

Madrid está hecha un asco. Más de lo habitual, que ya es decir. Todo por una tontada de nada: un ERE de estos tipo "Terminator" capaz de poner a mil y pico trabajadores en la calle y a un importante número de familias camino de la indigencia. Lógicamente, el personal que se encarga de dejar nuestras aceras presentables y adecentar nuestros parques tras el correspondiente botellón, ha decidido encerrar rastrillos y cubos y plantarle cara a quien se la tiene que plantar.
Vaya por delante mi solidaridad con los trabajadores de la limpieza. Ni su tarea ni la huelga son gratas, pero alguien tiene que cantarles las cuarenta a esta camada de aprendices de Harry el Sucio que ejerce el mal gobierno en la ciudad de Madrid. Y ahí viene lo bueno, porque entre semejante terna de ladrones, especuladores y déspotas varios, nadie se da por aludido; es decir, que a ninguna de nuestras autoridades, amigos y conocidos parece competerle la resolución del conflicto.
Como viene siendo habitual en este infierno neoliberal en el que se ha convertido España gracias a las malas artes del PP, el ayuntamiento de Madrid decidió en su día externalizar los servicios de limpieza y "regalárselos" (alguien tiene que decirlo) a sus grandes amigos, ese puñado de constructoras que, supuestamente, financió ilegalmente al Partido Popular mientras nos llevaba de cabeza a la crisis inmobiliaria y a la ruina más absoluta. Lógicamente, había que devolverles los favores prestados y untarles para que prestaran un servicio que hubiera sido infinitamente más barato si hubiera seguido siendo gestionado por el Ayuntamiento. Pero, claro, uno no siempre se hace rico practicando el bien.
Total, que, a día de hoy, las empresas que tienen la concesión de nuestros parques, plazas y monumentos, están sumergidas en el bucle infame del recorte, esto es, hacer ricos a los de arriba mientras se ahogan los de abajo. Y para que los de siempre obtengan beneficios, los de nunca deben irse a la "puta rue". Y no precisamente a limpiarla.
A todo esto, nuestros ínclitos colegas del Ayuntamiento, un organismo al que los Populares han dejado sin fondos y hasta sin sangre, tiran balones fuera y se desentienden del conflicto que ellos mismos han contribuido a crear con su pésima gestión y sus ganas infinitas de obtener dividendos hasta de la porquería que generamos. Dicen que el problema es de las empresas encargadas de adecentar la ciudad, como si el consistorio madrileño no fuera el origen de esta insana cadena de favores y despropósitos con la que ahora nos ahogamos los censados en Madrid.
A Ana Botella, esto de las basuras parece darle absolutamente igual. Ella vive en Pozuelo y se mueve por la ciudad en coche oficial, sin tener que apartar de su camino tapas de yogures o excrementos de perro. Así no me extraña que suelte devaríos y que insinúe que en Madrid se ha limpiado por encima de nuestras posibilidades. También se han cobrado sobresueldos y se han costeado tejemanejes por encima de las ídem, pero de esto mejor no se dice nada, no vaya a ser que fastidiemos esa encuesta tan favorable para el PP que acaba de salir del horno del CIS, un organismo férreamente controlado por la autoridad pertinente y que pare sondeos con cuentagotas que, curiosamente, siempre favorecen a los de mismos. Misterios de la vida.
La última huelga de limpieza que sufrimos, allá por los 90, duró más de un mes y fue mucho más violenta que la que ahora tenemos, tal vez porque, en estos momentos, la mayoría seguimos en estado catatónico, enfrascados en el duro arte de sobrevivir. No sé cómo evolucionará el conflicto, aunque insisto en mi solidaridad con aquellos que padecen todo el despropósito chanchullero al que nos ha conducido la avaricia de cierta banda de sobrados. Alguien debería decirle a Ana Botella que la Marca España se devalúa mucho si la capital del país da más pena que gloria; o que los turistas rechazarán gastarse sus dineros en una ciudad bañada en mierda. Pero, sobre todo, alguien debería pedirle al Papa que nos hiciera una visita; sinceramente, solo un paseo de Su Santidad conseguiría que estos devotos catetos que pierden el oremus por ponerse mantillas y besarle el anillo al Santo Padre se decidan a arreglarle el pavimento por donde tenga a bien pasearse. Comprobaríamos entonces admirados como Botella, González, Rajoy y otros chicos del montón se pondrían las pilas y jalearían a sus amigos constructores para que solucionaran el entuerto lo antes posible. Incluso subiéndoles el sueldo a los huelguistas si fuera menester.
Francisco, tú que puedes, obra el milagro. Anda....


martes, 5 de noviembre de 2013

Pornomusic

A mí me da igual que las chicas Disney, inocentes, castas y puras hasta la náusea, se vuelvan pendones al cumplir los 18 y cabras legionarias al entrar en los 21. De hecho, entiendo que no debe de ser nada fácil mantener una postura comedida y una ética virginal cuando lo que más te apetece en el mundo es restregarte en directo y hasta en diferido con ese chulazo que ejerce de modelo de Calvin Klein y que se te pone a tiro cada vez que te peinas las coletas. Tanta austeridad y santa moral tiene que ser una mierda y también, por qué no, un tremendo coñazo.
Lo que ya me hace torcer el morro es que esta panda de buenas y santas se desmelenen tanto que lleguen a extenuarte a base de poner poses, enseñar morro, insinuar tetamen y realizar movimientos pélvicos que harían bostezar hasta al mismísimo Elvis Presley. No es que les niegue el derecho a pasarse por la entrepierna lo que les de la gana, desde el dedo índice a Rober Rabbit en calzoncillos, pero el exhibicionismo continuo me aburre. Sobre todo porque pareciera que el objetivo final de semejante alarde de amaneramientos varios fuera el simular que no cantan un mojón.
A lo mejor es que yo soy muy de la vieja escuela y admiro a la gente que hace bien su trabajo y se entrega a ello. De ahí que me choque comprobar cómo hay tantos que se empeñan en distraer al personal para que no nos demos cuenta de que son de natural lerdo. En el caso de estas simpáticas señoritas, la cosa encierra mayor injundia, porque cuanto más pierden la compostura, más se habla de ellas, ergo más facturan. ¿De verdad necesitamos vera Miley Cyrus imitando tristemente a las chicas Playboy más pasadas de rosca para que nos suene su nombre? ¿No nos bastó con admirarla en Hannah Montana pegando gritos y saltos sin rubor para desear que se retire pronto a un monasterio de monjas benedictinas, a poder ser acompañada de su santo padre? ¿Somos víctimas de una simple estrategia de marketing diseñada para agitar nuestros instintos más primarios?
Hay un dicho que a mí me gusta mucho y que habla de virtudes públicas y vicios privados. Según él, las personas que ejercen de santas, en realidad son fieles a sus propios pecados. Del mismo modo, creo que podría darse la situación contraria, es decir, que aquellos que alardean todo el tiempo de su sexualidad, en realidad son víctimas de una ética pseudocalvinista que constriñe su vida. Sí, también la más íntima. Creo que es fácil que se de una dualidad entre la imagen que la persona proyecta y la que tiene de sí misma, hasta el punto de que una y la otra entren en serio conflicto. Pero, bueno, eso sería aplicar la psicología más sesuda a asuntos que parecen demasiado superficiales como para resultar mentira.
Y no solo las chicas Disney tienden a desbocarse en esta caída incontrolable hacia la sordidez: su camino parece ejemplarizante a tenor de casos como el de Lady Gaga o Rihanna. Aunque yo diría que en estos dos hay factores muy claros que condicionan su exhibicionismo: Lady Gaga es un producto de marketing muy, muy currado, mientras que las aventuras de Rihanna parecen obedecer en gran parte a la sed de venganza. Algo parecido a cuando te deja un novio y, además de ligarte a su mejor amigo, te pones mechas y pechamen nuevo al grito de "que le den". En realidad, lo que quieres decir es que le den remordimientos y arcadas al ver lo que se ha perdido. Y, ya puestos, que se arrastre para volver contigo, aunque si acabas arrastrándote tú, tampoco pasa nada: que viva el amor.
Pero volviendo al principio de los tiempos, reconozco que determinados tipos de música pueden gustarte o no. Lo mismo ocurre con el porno. Pero la pornomusic lleva todas las de perder porque no es porno ni es música, sino un estupendo gatillazo por el que pagamos hoy y nos lamentaremos mañana. Y es que, queridas niñas, la vida es dura y la competencia máxima. Hoy estáis enseñando nalga y dentro de nada consultando a los mejores cirujanos para reducir la cartuchera mientras otra luce como ninguna tu bikini de faralaes. Eso sí, que te quiten lo meneado, porque la cantidad indecente de dinero que has ganado calentando al personal a cambio de soltar dos gorgoritos compensa todas las cuitas. Aunque yo, si fuera ellas, tan bellas, me preguntaría por qué otras no necesitan comprar la equipación en un sex shop de todo a cien para vender discos como churros (¿o era como porras?). Por qué esas listillas por las que se pelean los chulazos de Calvin Klein no toleran que ningún cantautor de karaoke les arrime el saxo mientras entonan juntos el himno nacional en tanga. Menudas zorras. Pero, bueno, que piensen otros, que para eso les pagamos.




viernes, 25 de octubre de 2013

Lo público se defiende


Cada vez que visito un país intento que la gente me hable del funcionamiento de los servicios públicos, su sistema político o su devenir económico. Es un defecto que me viene de serie, qué se le va a hacer.  Imposible que yo me quede mirando al mar o contemplando una palmera cuando puedo sumergirme en el noticiero de turno o darle la plasta a algún lugareño al que acabo de conocer y que tardará bien poco en buscar una vía de escape.
Recientemente he tenido la suerte de ir a Isla Mauricio (si podéis, coged un avión y plantaros allí porque es un sitio precioso) y he descubierto un país con un sistema muy anclado. Las elecciones legislativas se suceden cada cinco años y, normalmente, la alternancia se produce entre los dos grandes partidos: los liberales, que ahora mismo ocupan el gobierno, y los socialistas. Lógicamente, ambos rodeados de pequeños grupos que ejercen de partidos políticos aunque sin posibilidades reales de hincarle el diente al gobierno. Además, la salud y la educación son gratis. Y ahí es donde viene lo mejor: imposible explicarle a un mauriciense que España, ese país tan evolucionado y simpático, ve peligrar su sanidad y educación públicas por culpa de la mala gestión y la avaricia de una clase encumbrada por sus deméritos. Simplemente, no lo entiende.
Lo que para ellos es sagrado se ha convertido, en este ya no tercer mundo sino cuarto donde nos han sumergido nuestros ineptos gobernantes, en modelo de cambio o arma arrojadiza (cuando no amenazante) o ambas cosas. Ayer mismo salíamos a la calle desgañitándonos para defender la educación pública, pero a estos ínclitos señores del PP, sencillamente, les da igual. No se les va a mover un pelo del flequillo aunque nos cortemos las venas en masa delante del ministerio de turno. Están vacunados contra las emociones ajenas, algo muy fácil cuando solo se persigue el bien propio y el resto ejercemos de cómodo sostenes de poltronas.
Tanto ensañamiento resulta preocupante porque ataca a la línea de flotación de un país, las bases sobre las que se han construido los Estados modernos, y aniquila de un plumazo derechos esenciales que nos ha costado generaciones alcanzar y que, muy probablemente, tardaremos décadas en recuperar si es que alguna vez lo logramos. El enemigo estaba ahí, atrincherado en su cueva velando sus tesoros mientras nosotros nos creíamos a salvo, con nuestras fiestas, nuestras becas y nuestra cositas.
Nos han timado por encima de nuestras posibilidades. Y ahora mismo nos están, ya no ninguneando, sino maltratando. Nos maltratan cuando nos desprecian, cuando nos echan la culpa de que la Marca España se parezca más a la marca blanca de un poblado chabolista que de un país avanzado, cuando nos recortan y nos ahogan porque, al parecer, les hemos provocado con nuestros excesos: esos deseos estúpidos de tener una casa donde vivir, un médico que cuide nuestra salud o una educación para nuestros hijos que les convierta en seres humanos y no en una mera mercancía migratoria. Deseos amparados en una Constitución que algunos insisten en pasarse por el arco del triunfo.
Ya he dicho en más de una ocasión que este sistema de las mareas ciudadanas no me convence en absoluto: la división nunca es buena y cuando distintos grupos luchan por separado en aras de un fin convergente se hacen un flaco favor a ellos mismos. Sin embargo, me resulta difícil no ilusionarme cuando veo a la gente en la calle, con ganas de pelea, defendiendo lo que es suyo, lo que es nuestro. Y resulta frustrante que luego nos traten a todos como niños traviesos víctimas de rabietas irracionales. No ha lugar.
Pero lo peor llega cuando al día siguiente observas el pírrico espacio de estos alardes sociales en los medios o echas un vistazo a los últimos sondeos de intención de voto y compruebas que el PP continúa invicto. Por la mínima, pero invicto. Nosotros, los de la Europa de la cultura, la historia, la cuna de las revoluciones sociales, sometidos y rematados por unos políticos infames. Que alguien me diga cómo le explico todo esto a un mauriciense.


miércoles, 23 de octubre de 2013

Miserias

¡Salgamos a la calle a ritmo de charanga! ¡Abandonémonos a los placeres mundanos! ¡Tiremos la casa por la ventana! Según he podido leer hoy en los periódicos, España ha salido oficialmente de la recesión que nos tenía entre acongojados y acojonados o las dos cosas a la vez.
Tal y como señalan las informaciones oficiales (que no las oficiosas) nuestra economía ha pegado un estirón del 0,1%. Ríete tú del primo de Zumosol. Para los que nos quedamos ojipláticos ante este alarde de crecimiento sin paragón, el dato, aunque paupérrimo, imaginamos que implica grandes avances y "bienestares" a tutiplén. Para los entendidos, no supone prácticamente nada, en el sentido de que vamos a seguir pasándolas canutas y yendo en procesión a la Oficina de Empleo (o como quiera que ahora se llame) durante unos añitos más. Me río yo del mito de las generaciones perdidas.
Y, sin embargo, en estos días que he estado fuera de cobertura disfrutando de los placeres de la vida, el megacrecimiento y progreso español me ha pasado prácticamente desapercibido. El motivo no ha sido otro que un acontecimiento de mucha mayor importancia o, al menos, yo lo entiendo así tras contemplar el espacio que le dedicaban los medios online. Me refiero, no podía ser de otra manera, a la vuelta de Belén Esteban a la televisión, que ha batido récord de audiencias en un momento en que las cadenas se baten en duelo. La mujer de físico indescriptible y falsa sonrisa de corta y pega ha regresado a su casa aniquilando cualquier intento por poner freno a su vómito de penas y desdichas sin fin. Rindámonos, queridos súbditos, a los encantos de la princesa.
El tirón de Belén Esteban sigue siendo un misterio para la que esto suscribe. En lo personal reconozco que su vida directamente me la bufa; en lo profesional, es un personaje que me cae rematadamente mal porque no consigo verle la gracia ni, mucho menos, entender el por qué de su protagonismo. Ahora, encima, se reinventa como ejemplo de una vida sana tras, según ella, recuperarse de sus adicciones en solo siete meses de tratamiento. Eso sí es un milagro y no nuestra repentina salida de la recesión. Que aprendan Montoro y De Guindos.
Me cuesta entender que una persona pueda dejar atrás una enfermedad como la de la Esteban en un período tan corto de tiempo y que, encima, nos lo venda como una posibilidad certera. A muchos nos gustaría creer en la curación cuasi espontánea, pero una adicción es algo la mayoría de las veces crónico que hay que tratar y vigilar hasta el infinito y más allá. No obstante, la señorita Belén Esteban no solo se permite impartir lecciones de psicología y rectitud de vida, sino que acompaña sus discursos en los que parece decir de todo y no dice nada para aconsejarnos a los humildes mortales sobre monos y demás fauna, estética e incluso nutrición. ¡Olé sus hilos de oro!
Belén Esteban es un personaje vacuo que no ofrece nada más de lo que vemos: mala educación, poca cultura y un pírrico saber estar. Pero esto no es lo más absurdo de todo; lo peor es que alguien de semejante talante y descompostura fascine a tantas personas que, supongo, la tendrán por ejemplar ejercicio de superación personal. Confío en que muchos la sigan por simple disgusto, en tanto en cuanto gran parte de la humanidad siente una fascinación inexplicable por aquello que le repele.
En todo caso, me preocupa que Esteban se convierta en alguien que dé lecciones de vida y que, por ejemplo, recurra a lugares comunes (comer cinco veces al día; prescindir de los hidratos) cuando explica su publicitado adelgazamiento exprés. Me recuerda a aquellas famosas que, tras hacer guardias en los quirófanos del planeta, aseguraban que su buena cara se debía a la dieta del alcachofa y a la felicidad que propicia el amor incondicional de sus fans que tanto les adoran. Ni Belén ni quienes vemos la televisión somos santos, pero al menos lo otros, los que estamos a este lado y tragamos lo que nos echen como muertos en vida, no convertimos nuestras miserias en reclamo ni en ejemplo de nada. Me produce un resquemor mal disimulado el que nos creamos los supuestos milagros de esta magnífica santa que en un tiempo récord dice haber convertido su vida en una clase magistral de recta conciencia y aún más recto camino.
Le deseo a Belén Esteban una larga vida personal (no tengo por qué dudar que en su casa sea una buena persona y excelente ser humano) y una corta existencia profesional que, a ser posible, no mengüe su economía. Por su bien y el nuestro. Y que los televidentes me perdonen el exabrupto.
Dejo un vídeo de Les Misérables porque me sale de la peineta. Hoy me siento revolucionaria, qué se le va a hacer.



martes, 15 de octubre de 2013

El hombre del saco


Nunca me ha caído mal el hombre del saco. Tal vez porque tiendo a empatizar con todo aquel que realiza trabajos que conllevan un esfuerzo físico (menos Papá Noel, quizás porque llega en Navidades y la menda es tan Grinch como grunge). Sin embargo, respeto el que generaciones de niños se hayan educado a la sombra de la amenaza del hombre malo que te raptará y te hará toda clase de perrerías si no comes las verduras o ves demasiada tele.
Hoy, el hombre del saco es el ministro Wert, ese ser humano que decide sobre la educación de nuestros más tiernos infantes e, incluso, de los que ya no lo son. Wert no es nada más que otro encargado de plasmar en ley el adoctrinamiento a las nuevas generaciones, siguiendo esa costumbre tan nuestra de que, cada vez que un partido político llega al poder, se dedica con acción y devoción a desmantelar todo lo que ha hecho el anterior en materia educativa. Así, bajo el imperio del “y yo más”, desde los años 80 nos hemos ido cargando, sin prisa pero sin pausa y, sobre todo, sin remordimientos, el nivel educativo de este país.
Y la culpa los tienen tanto los de un signo como los del otro, los de izquierdas y los de derechas, aunque en estos últimos sería mucho más comprensible semejante actitud: cuanta mayor educación y acceso a la cultura tengan nuestras huestes, mayor la posibilidad de que lleguen a pensar por sí mismos y se empeñen en llevar la contraria. La derecha, cuya característica principal es moverse como un solo hombre y no discutir los dictados del líder en la medida de lo posible, se retroalimenta de una base educativa que estudia pero no aprende, además de un lecho de colegios privados, acomodados en, más que formar, formalizar la ideología de las criaturas conservadoras.
A Wert se le achaca el hacer una ley para privilegiados y que, encima, resucita varias de las rémoras del franquismo. Nada que no se le suponga a un gobierno como el que nos adorna, incapaz de plegarse al derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo y escasamente afecto a reconocer errores o promover la diversidad o la tolerancia. Recordemos que desde que Rajoy está en el poder contamos con un 13% más de ricos en un país que sangra por los cuatro costados. Así, sin mover el gesto, esta panda de privilegiados se está cargando a la clase media, de tal forma que mientras América se europeíza (digno de estudio ese fulgurante aumento de la clase media en países donde prácticamente no existía), España se bananiza, convirtiéndose en una nación de pesadilla.
Lógicamente, ante semejante panorama yermo de ideas y celebraciones, la educación solo es otro instrumento para aumentar los niveles de banalización y vulgaridad de una población que cada vez molesta más a unos pocos. La cultura siempre ha sido un arma de doble filo porque transmite conocimientos, planta dudas y germina preguntas. Y, eso, amigos, no es de recibo.
Con Montoro enfrentado al cine y Wert contra todos, este dúo dinámico del Coco y el hombre del saco se enrocan en razones que se volverán papel mojado en cuanto haya otra alternativa ideológica en el gobierno. Como elefantes en cacharrería, los siguientes vendrán, asolarán y reconstruirán, sin aprender nada de su propia historia porque aquí, como en las peleas de bar, hay que demostrar que uno es el mejor a golpes. Sobre todo a golpes. Y el problema no es quién es el más guapo o el más feo, el que educa en la supuesta libertad o en el burdo sometimiento sino que ninguno parece jamás preocupado en construir lo evidente: enseñar a los alumnos, no el catecismo de turno aplicado  a la historia, la filosofía o las matemáticas, sino a pensar. Algo tan simple pero a la vez tan complicado, porque implica que la persona enseñada se haga preguntas y llegue a conclusiones. En un mundo feliz, sería irrelevante que un estudiante se gastara los codos aprendiendo de memoria hechos que no entiende ni le importan con tal de alcanzar una beca inalcanzable: lo verdaderamente transcendental sería que se mismo individuo supiera dar respuesta a las preguntas que mantienen la precaria dignidad de otra profesión traumatizada como es el periodismo: quién, dónde, cómo, cuándo y por qué. Estimular la capacidad de análisis y el discernimiento es aupar la sabiduría, ergo cuanto más tontos más manejables.
Siempre pensé que si alguna vez alguien se hacía preguntas leyendo una entrada de este blog, me daba por servida. Vamos, que podía dormir tranquila y dedicarme a pensar en cosas tan transcendentales como a qué huelen las nubes o por qué a los hombres les gusta tanto tocarse los huevos viendo la tele. Pensamientos únicos, vive Dios.
Respecto a Wert, como le diría un oficial a un subordinado, solo añadiría una cosa: váyase usted a la porra.


domingo, 13 de octubre de 2013

El cadáver de mi enemigo

España es un curioso país de mareas. Y no me refiero a las marítimas. Estoy convencida de que, en cuanto los sociólogos tengan fondos para investigar, estudiarán y no pararán el fenómeno de las distintas mareas (verde, blanca etc), grupos profesionales que periódicamente salen a la calle en nuestro país, casi siempre de forma exclusivamente gremial e independiente, para reivindicar objetivos que redundan en un fin común. Es curioso contemplar el interés que ponemos en dedicarnos con exaltación y pasión no contenida a las partes olvidándonos del todo. Pero como de eso ya hablé en otra entrada, voy a cortarme un pelo, no vaya a ser que yo también me maree.
Una de las mareas, la blanca, la que representa a los profesionales de la Sanidad pública, está estos días de enhorabuena: esa criatura indescriptible, Juan José Güemes, otrora Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, se ha visto obligado a presentar su dimisión como consejero de Zinkia, la productora que está detrás del simpático personaje Pocoyó que tantas horas de diversión ha dado a nuestros tiernos infantes y a sus padres. Sí, los mismos que el 24 saldrán a la calle en forma de marea verde para protestar por el deterioro de la Educación Pública.
Pero, a lo que iba. El hombre del flequillo irredento, el tal Güemes, siempre me ha parecido un tonto útil (perdón por lo de útil). Primero se convirtió en brazo ejecutor de una Esperanza Aguirre que no se moja ni con un calabobos; entre medias ejerció de cachorro de la familia Fabra como esposo de la hija del gran supuesto corrupto, y ahora dimite del consejo de administración de Zinkia justo cuando la CNMV cuestiona la emisión de bonos por parte de la empresa. Nuevamente, el nombre de Güemes camina parejo del chanchullo, del supuesto delito y la controvertida malversación.
Al margen de que Güemes sea un individuo de cuidado, instrumento de la inteligencia artificial más corrupta de nuestro país, lo cierto es que la marea blanca de la Sanidad tiene que estar con un subidón envidiable, en tanto en cuanto vivimos en la penuria en la que vivimos debido a la pseudogestión de pájaros como éste. No hay mayor placer para el ser humano, dolido y vapuleado, que ver pasar por la puerta el cadáver de tu enemigo, más cuando éste cuenta aún con varias causas jurídicas pendientes.
En este blog me he dedicado con entusiasmo a intentar borrar la mala prensa que tienen emociones como el llanto, el rencor o la venganza. De hecho, no hay nada que me causa más repelús que esa obligación cristiana de poner la otra mejilla a cambio de recompensas abstractas (nunca concretas). Uno puede perdonar a quien quiere y ama, poner la otra mejilla, el riñón o el pie derecho, pero que nadie me venga con historias de redención ante personajes que, al margen del dolor y la desazón que ocasionan, no alimentan ninguna ligazón de tipo emocional con su víctima. O, si la disfrutaron alguna vez, se han encargado ellos solitos de destruirla.  Con alevosía y "diurnidad".
Tengo una amiga que dice que, hasta el momento presente, siempre ha visto pasar el cadáver de su enemigo, y me pide que tenga paciencia para esperar que mi ídem pase por la puerta de cuerpo presente. Obviamente, siempre en sentido figurado, porque este cadáver del enemigo no es más que el sufrimiento de aquellos que nos han hecho sufrir. Y, a poder ser, ejecutado donde más les duele.
Tal vez semejante deseo tenga poco de cristiano, pero sí mucho de humano. Ya he comentado más de una vez que no me parece correcto insistir en soterrar emociones que nos son propias y nos hacen lo que somos. De hecho, estoy convencida que reconocer el rencor, el miedo, los deseos de venganza y el dolor nos impulsa a evolucionar y a estar en paz con nosotros mismos, mucho más que mutar en humanoides programados para desear el bien ajeno y la paz en el mundo mientras el rencor centrifuga en el núcleo de nuestro hígado. No ha lugar.
Por ello entiendo que resulta gratificante ver que quien hizo pedacitos tu vida pague su culpas aunque sea gracias a la intervención de otros. Bastante más relevante que un café con leche en la Plaza Mayor de Madrid (Botella dixit) resulta comprobar que aquellos que se dedicaron a destrozar la reputación o la vida ajena se ven obligados ahora a morder el polvo de forma humillante. Y sé lo que me digo, porque me muevo en un mundo profesional donde ciertos personajillos son capaces de acometer los peores ataques para preservar su estatus, quizás porque en el fondo saben que sin él, sin un puesto o una ubicación que les viene grande, no son nada.
Debido a todo esto, es lógico que se nos ponga media sonrisa en la cara cuando aquellos que nos perjudicaron resultan hoy y a su vez perjudicados. A niveles estratosféricos me refiero a quienes se esmeraron y aún se esmeran en convertir nuestro estado de bienestar en un desierto de arena donde nunca volverá a brotar el agua; a nivel privado, a todos aquellos que, dejándose arrastrar por la comodidad o el beneficio propio, no dudaron en lapidarnos en la plaza del pueblo virtual en la que todos nos vemos obligados a exponernos de vez en cuando.
Por mi parte, reconozco que, con paciencia, algún cadáver he visto pasar, lo que me ha supuesto una gratificación que, aunque efímera, se parecía mucho a la justicia. Ahora mismo me quedan dos difuntos  a los que estoy deseando contemplar dando el paseíllo.  Si no es mucho pedir, sería una maravillosa vuelta del destino que fueran de la mano. Y no me siento mala persona por guardar el champán en esa nevera que todos, de un tamaño u otro, preservamos dentro. La escarcha desaparecerá cuando, por fin, se abra la puerta. A la espera estoy. Y convencida de que no soy la única.


martes, 8 de octubre de 2013

Mis impuestos

Unas cuantas entradas atrás me lamentaba de no hallar una forma de protesta alternativa a las manifestaciones, huelgas y demás que tuviera la capacidad de trastornar al poder y ponerles a nuestros gobernantes las carnes de gallina. El 15M estuvo bien, muy bien, pero una vez menguado el entusiasmo inicial, se ve obligado a contemplar cómo disminuye su capacidad de convocatoria a marchas forzadas. Las diferentes Mareas también tienen su aquél, pero ese envidiable empeño en tomar las calles carece de eficaz traducción en los medios, lo que las convierte en algo esperado y muy poco sorprendente. Lástima porque la causa/las causas, merecen toda nuestra atención, apoyo y empatía.
Estos días se presenta el llamado Partido X, que se autodenomina a sí mismo brazo político del 15M. Tras observar largo y tendido lo que había ocurrido con la revolución zapatista y otras como ella, hace tiempo vaticiné un futuro oscuro a este anhelado y admirado movimiento si no reunía el valor de mutar en formación política. También dije que necesitaba un líder, porque nadie mejor que una figura carismática y aglutinadora para aunar conciencias. Obviamente, el Partido X pretende rebelarse contra el sistema dentro del sistema -algo encomiable- pero sigue bebiendo de ese carácter asambleario de las primeras protestas que les lleva a moverse por grupos, no por personalidades. Supongo que esto sería lo ideal, pero no estoy convencida de que, ahora mismo, nos encontremos preparados para una revolución organizativa de tal calado. Es más: estoy de acuerdo con algunos que creen que el desembarco del Partido X puede dividir aún más a una izquierda que se empeña en dejar pasar su presumible momento de gloria: no podrían encontrar época mejor para intentar mostrar una agradecida unidad y sacar rédito de ella; en cambio, no dejan de aparecer grupúsculos que se muestran adalides de unas ideas que bien podrían expresarse en un conjunto mucho más amplio. Las victorias políticas no se cuentan por disensiones, pero esto es algo que no parece que hayamos aprendido. Ni a tiros.
Teorías aparte, creo que he hallado la fórmula de protesta más letal y rompedora. No es nueva ni original, pero haría un daño incalculable a quienes presumen de que ya nada ni nadie les puede hacer pupa. Este teorema de teoremas solo llega a una conclusión: la mejor rebeldía es que todos a una dejemos de pagar nuestros impuestos. Así, con un par.
Recordemos que, con el dinero que desembolsamos cada mes, se han untado bancos, se han financiado políticas absurdas, se han mantenido instituciones obsoletas y se han pagado los sueldos de políticos villanos y chanchulleros. A cambio, nos hemos visto obligados a repagar sobre lo pagado. Y es que, por mucho que nos duela pensarlo, en teoría, nuestros impuestos están llamados a cubrir las distintas partidas que ahora mismo el PP nos quiere obligar a costear a precio de oro: la sanidad, la educación, los servicios públicos de los Ayuntamientos (alcantarillados, recogidas de basuras, etc), las pensiones... Es decir, que debemos refinanciar aquello para lo que destinamos cada mes nuestros buenos dineros.
Me encantaría saber qué pasaría si, de repente, todos a una Fuenteovejuna nos negamos a pagar el Impuesto de Bienes Inmuebles, el de Circulación o el de Basuras. No digo que peleemos a muerte o sufrimiento por aquello que nos retiran de nuestra nómina cada mes porque sería de difícil aplicación y consenso, sino que nos centremos en ciertas partidas que nutren las arcas de los Ayuntamientos y Comunidades Autónomas pero que no revierten en una mejor calidad de vida conforme a lo prometido. ¿Qué ocurriría? ¿El Estado nos demandaría a todos? ¿Sería capaz la justicia de asumir tamaña carga? ¿Iríamos a la cárcel? ¿Quebraría el erario público? Ahora mismo no concibo otra forma de causar más daño al Gobierno que en aquello que de verdad les duele: el dinero público y la avaricia privada.
Sé que quizás sea una quimera, algo utópico y poco práctico, pero recordemos que, históricamente, las mayores revoluciones se produjeron cuando el pueblo llano se cansó de pagar injustamente sin recibir nada a cambio. Hasta los cuentos para niños insisten en el clásico. Claro que la Historia no es nuestro fuerte: hoy mismo hemos sabido que el nivel educativo de un adulto español es, más que lamentable, denigrante. Imposible imitar lo que ni siquiera conocemos… ¿no?


lunes, 7 de octubre de 2013

Asunto Asunta


Dicen por ahí que a los españoles nos encanta el morbo. Sinceramente, no creo que más que a un inglés, por poner un ejemplo de un pueblo que se proclama fan de la prensa sensacionalista y los reality.  Nos gusta el morbo porque es una oportunidad de regodearnos en ciertos instintos primarios de los que no podemos alardear en público durante nuestra vida cotidiana, no vaya a ser que la gente “normal” nos asocie con filias muy poco correctas.
Pero también está el hecho de que uno lo pasa un poco mejor sabiendo que lo peor le ocurre al de al lado. Es algo así como darse cuenta de que, al final, no estamos tan mal como creemos y que hay otros más maltratados por la vida que uno mismo. Y si el acontecimiento del que se habla encierra alguno de los pecados capitales (¡ay, la lujuria!) mejor que mejor. Dónde va a parar.
Estos días hemos estado dándole vueltas al tema del asesinato de Asunta, esa niña de Santiago de Compostela cuyo cuerpo apareció tirado en una cuneta de la aldea de Teo. La mezcla entre narcóticos, adolescencia, madre con trastorno emocional, padre de comportamientos extraños, cuerdas, mentiras y cintas de vídeo es letal de por sí. Si a ello le añadimos que el suceso tuvo lugar en una ciudad pequeña (en Santiago todos se conocen salvo la población flotante formada por peregrinos y estudiantes que vienen y van), ya tenemos el morbo servido: en un lugar donde todos son prácticamente parientes lejanos, hasta el tonto del pueblo tiene su teoría basada en hechos verídicos y avistamientos de presuntos culpables en comisión de presuntos delitos.
Es lógico que los medios, por tanto, hayan basado gran parte de su tiempo y esfuerzo en cubrir un suceso tan goloso, con una salvedad muy peliaguda en estos casos: si el pueblo condena, lo de presunto sobra. No sé por qué, este tifón de comentarios y sospechas me recuerda a aquel sonado caso de Rocío Wanninkhof, donde la primero condenada y después absuelta, Dolores Vázquez, todavía sigue penando el estigma público de ser inocente en la práctica pero culpable en la calle. De poco sirve que haya otro condenado, de que la justicia haya reconocido su equivocación al encarcelarla y de que el asunto haya quedado cerrado: si la familia de la víctima tiene dudas y en la memoria popular ha arraigado el tema de sexo, celos y venganza, poco puede hacer Dolores para granjearse el cariño popular, salvo volar bien lejos y borrar huellas, con perdón.
En el caso de Asunta, desconozco cómo se resolverá el asunto, pero está claro que nosotros hemos encontrado nuestros culpables, nuestras razones y nuestros hechos verídicos con la inestimable colaboración de los medios, que nos han dirigido convenientemente hacia allá donde más morbo había y más rentabilidad se podía sacar del asunto. Da igual que para ello se basaran en mentiras manifiestas, como esa supuesta herencia recibida por la niña que, al no figurar en testamento alguno, se transformó, muy convenientemente por cierto, en donación en vida. Y cuando tampoco hubo rastro de esto último, llegó el tema de los narcóticos y la comida para que nos olvidáramos de que nos habían cascado trola tras trola (otra buena: que la madre de la niña también fue adoptada, lo que “implica” cierto desarraigo familiar y que por ello tal vez, solo tal vez, mató a sus padres, abuelos de la finada). Un no parar.
A todo esto, las televisiones han sacado una estupenda rentabilidad al tema como ya lo hicieron con el caso Bretón y varios antes que él. Para aquel que no estuviera obnubilado con el pechamen de Emma García, resultaba hasta emocionante contar los anuncios que se sucedían en los intermedios de los especiales que las distintas cadenas dedicaron y aún dedican al tema, una entrada de fondos que no se produjo, por ejemplo, con el tema de Bárcenas y sus chanchullos, en tanto en cuanto cierta publicidad también entiende de política. Semejante fin económico justifica, más en tiempos de crisis, la poca ética de las tretas empleadas para alcanzarlo. Da igual que la mayoría de las aseveraciones se basaran en rumores y en dudas muy poco “racionales”: todo vale si la bossa suona, como dice el proverbio catalán.
Nos gusta el morbo, pero también somos muy laxos a la hora de permitir las mentiras y las exageraciones que lo alimentan. Ésa es una de nuestras debilidades, la que que nos convierte en espectadores manipulables y en jueces sin toga, pero también, y aunque suene patético, la que nos desestresa y nos proporciona alivio en las desdichas cotidianas. Supongo que es el precio que debemos pagar (algunos de muy buen grado) por ser animales “inteligentes”.


sábado, 5 de octubre de 2013

A misa

La dama de la peineta, María Dolores de Cospedal, nos sorprendía ayer con una de las suyas. Y no me refiero a esos discursos inconexos que le sirven para irse por los cerros de Úbeda, sino a una especie de rendición al altísimo que, seguro, le tiene maravillado el ingenio. Y es que resulta que en la Comunidad de la que es presidenta (bienaventurados sean los manchegos, porque de ellos será el reino de los cielos), los funcionarios tendrán todas las facilidades para ir a misa diaria. Es decir, que por orden de la presidenta de la Comunidad de Castilla La Mancha, se hace saber que los funcionarios dispondrán de hora y media de oración.
No sé yo, pero a mí tanto tiempo de rezo y comunión me parece exagerado. De hecho, la última vez que pisé una iglesia para oír misa, allá por el pleistoceno, creo recordar que el trámite te lo ventilabas en un pispás. Vamos, que en media hora ibas servido. A lo mejor, con tanta generosidad, lo que Cospedal pretende es que los funcionarios hagan acto de contrición e inviertan su tiempo eclesiástico en confesarse de todos sus pecados, mayormente huelgas y asambleas sindicales contra los abusos, los recortes y los ajustes del gobierno de la señora presidenta, súper católica ella.
También es posible que este alarde de fe y caridad sea una forma de compensar que, un año más (y van...) a los funcionarios se les congelará el sueldo. Es la manera pepera de decirles: "ustedes se pasan su buena horita y pico en una iglesia y así no me andan por ahí gastando el dinero que no tienen en filetes rusos y alitas de pollo. Derrochones, que son ustedes unos derrochones". Los caminos de la mente de Cospedal son abruptos y torticeros, así que a saber qué le habrá pasado a esta gran mujer por la cabeza para llegar a la conclusión de que sus funcionarios necesitan hora y media para hablar con Dios o, en su defecto, con su representante en la tierra.
Provengo de una familia que siempre se ha definido católica por obligación y no por convicción. Por supuesto que mis padres han afirmado y afirman creer en Dios y en los ritos sacramentales, pero más bien porque nacieron en una época donde, o eras afín a la religión católica o ibas al paredón. Sin embargo, no les recuerdo en misa ningún día salvo aquellos en los que debían manifestarse ante Dios como el resto de la comunidad: domingo de Ramos, bodas, bautizos etc. Y es que, no hace mucho, hubo un tiempo en este país en el que la peña iba a la iglesia, no por devoción, sino porque la ausencia en determinadas fechas señaladas era síntoma de malignidad y concupiscencia con el diablo. O con los rojos, que venía a ser lo mismo. Obviamente, a pesar de tener como cabeza de serie un Papa tan marchoso como el amigo Paco (bonita viñeta le dedicaron los jesuítas anteayer regalándole un chaleco antibalas por lo que pudiera pasar), en España seguimos en las mismas, con un partido gobernante que sigue a pies juntillas las directrices de lo más carca, egoísta y casposo de esa rama del cristianismo llamada Iglesia Católica.
Con esta superlativa medida, Cospedal no solo se ha plegado al catolicismo más rancio y peligroso, sino que ha dado un paso adelante hacia su comunión con los hábitos franquistas, esos mismos que parecen gustar tanto a las Nuevas Generaciones del PP, algunos de cuyos miembros orgasmean ante los símbolos preconstitucionales. Supongo que habrán leído superficialmente textos acerca de la "revolución industrial" que emprendió nuestro país en los sesenta y piensan que la cultura de la mano dura, el 600 y la tele en blanco y negro nos salvará de la crisis. Esa crisis de la que, por si no se habían enterado, no consiguen salvarnos ellos, que son precisamente quienes nos gobierna.
Reflexiones aparte, se me ocurre que Cospedal, tan sentida y tan buena persona, debería tener la decencia de leer la Constitución, concretamente el apartado en el que dice que somos un país laico. Por supuesto, ello no le impide hacer ciertas concesiones a las creencias de los funcionarios... sean del signo que sean. Quiero decir que si se le concede hora y media a un católico para acudir a misa, habría que hacer lo mismo con un musulmán que pretenda estirar su esterilla en el despacho y rezar hacia la Meca, a un judío con ansias de visitar su sinagoga y hablar con su rabino, o a un rastafari que quiera entrar en trance para comunicarse con Haile Selassie. Aquí todos tenemos los mismos derechos, y nadie es más que el de al lado por sus creencias. Sobre todo por sus creencias.
Así que ánimo María Dolores, a fomentar la multiculturalidad y la armonía. Y ojalá Dios te inspire un poco para elaborar tus discursos, que falta te hace.