domingo, 29 de septiembre de 2013

Conducir daña los ovarios

No lo digo yo, lo dice todo un señor clérigo de Arabia Saudí y en voz alta, hasta el punto de que los informativos de medio mundo han salido al quite de sus declaraciones. Y no solo manejar un vehículo que no sea una sartén con ruedas (de la bicicleta sin sillín ni hablamos) perjudica el sistema reproductivo femenino, sino que puede acabar causándole a la interfecta serios problemas psicológicos. Hay que frungirse.
En primer lugar, todas las mujeres debemos dar las gracias al clérigo en cuestión por preocuparse de nuestra salud. Si muchos doctos señores de ciencias se hubieran ocupado tanto y con tamaño interés en nuestro sufrir, lo mismo hubiéramos dejado de parir con dolor allá por el siglo XV. Lo que no me cuadra a mí es que si el conducir produce trastornos en los ovarios por los movimientos psicodélicos del cuatro ruedas, cómo es que los hombres no notan cierto escozor en los testículos o vaivenes en la próstata. Antes pensaba que la actitud de ciertos machos en el Metro, abriéndose de piernas hasta ocupar dos asientos como demostrando que llevan hormigón en los calzoncillos, era producto de la mala educación y de la estupidez. Mil perdones. A lo mejor es que a los pobres les duele, y no solo en el alma, el uso del transporte público. Aunque para el caso da igual, porque parece que en Arabia Saudí esto de la movilidad es un problema estrictamente femenino. Se ve que los varones son duros... pues eso, duros de cojones.
Con lo de los trastornos psicológicos ya estoy un poco más de acuerdo, porque conducir con burka y otros modelos ejemplares del islam fashion puede ocasionar, como poco, locura transitoria. A ver quién es la guapa que mira al retrovisor con garbo o se agarra al cambio de marchas sin que se le vaya medio envoltorio en el intento. Eso por no hablar del hecho de pisar los pedales del vestido cuando la sisa del ídem te llega hasta el tobillo. Imagino a una señora árabe conduciendo de esa guisa por la M-30 madrileña en hora punta y entendería perfectamente que, tras las maniobras de aparcamiento, saliera de entre la carrocería no una entregada madre de familia, sino lo más parecido a un cruce entre Carrie y La niña del exorcista versión islamista radical.
Pero, bueno, como a este señor lo que le preocupa son nuestros ovarios (curioso en una sociedad donde las damas están para el goce ajeno y el parir propio y no para el libre uso de los mismos) alguien tendría que decirle que sí, que es verdad, que hay muchísimas cosas más que nos perjudican seriamente los ovarios. Para empezar, que no nos dejen elegir libremente sobre nuestra sexualidad y nuestros posibles o futuribles embarazos; que sigamos siendo una rémora para los empresarios porque nos consideran eternas depositarias del deber de cuidar, sea a la casa, a los hijos o a los mayores, lo cual nos resta productividad y e incrementa el absentismo laboral; que los puestos más importantes de la empresa, la política y la sociedad sigan ocupados mayoritariamente por hombres y que esa frase de "si las mujeres mandaran" sea únicamente una divertida entelequia propia de entretenidas conversaciones de bar; que, en igualdad de fechorías, una mujer sea una puta y un hombre un conquistador, o una mujer una puta y un hombre un tiburón de los negocios (putas hasta la muerte, qué se le va a hacer). Y no sigo porque me llevaría toda la noche y todavía conservo el vicio de dormir.
Pero lo que más nos toca los ovarios, señor clérigo, no es ni el volante, ni el cambio de marchas ni el cinturón de seguridad, sino ese empeño que tienen algunas sociedades, amparadas en dudosas interpretaciones religiosas, de juzgar como aberrante cualquier pequeño avance en la calidad de vida de sus mujeres. Me pregunto por qué esas ansias por someterlas y a qué temen tantos santos varones preocupados por el despendole de sus parientas. Es posible que a muchos se les acabara el chollo de tener criada y esclava, pero supongo que el terror ancestral a una revolución feminista (que no feminazi, como se empeñan en decir algunos) va más allá de lo obvio. De hecho, estos incunables no nacieron de un repollo, sino de una hembra a la que seguramente les une algo más que el cariño debido. En cualquier caso, que no se depriman, que una mujer no lo es menos por conducir (por favor, no le den ideas a Gallardón) y que tampoco se va a desmadrar tras aprender cómo funciona un utilitario.
Resumiendo, que muchas gracias por la preocupación y el consejo, aunque tampoco vendría mal que algunos simpáticos elementos se revisaran los bajos de vez en cuando. Ya se sabe que la junta de la trócola puede ser muy traicionera...


martes, 24 de septiembre de 2013

Todos mienten

La mentira es armamento pesado que, además, viene de serie. No estoy exagerando cuando digo que todos mentimos, aunque para ciertas personas no se trate de una práctica habitual. Incluso tendemos a mentir sobre la mentira, esto es, engañarnos cuando decimos que mentimos para no causar dolor al otro. Tampoco esto es verdad. En semejantes casos, lo que tratamos es de protegernos a nosotros mismos y, por encima de todo, salvaguardar la imagen que la persona que tenemos enfrente guarda de nosotros o intentar que la mierda que hemos removido no nos salpique. Bajo la supuesta coartada de hacer el bien ajeno, el propósito último es buscar el beneficio propio. Y no es que haya que flagelarle por eso: simplemente somos humanos. Unos más que otros.
Sin embargo, al margen de la mentira "entrañable" no hay que desdeñar a aquella otra cuyo único objetivo es satisfacer el egoísmo, la avaricia o la necedad propia, se lleve a quien se lleve por delante. Lo más peligroso de este engaño panfletario es que desencadena una serie de mentiras destinadas cada una a tapar o disimular la anterior. El individuo se ve pronto metido en un bucle del que es difícil salir, puesto que nadie puede tener tal visión de conjunto ni semejante espíritu controlador como para atar todos los cabos y no ser pillado por la tangente en cuanto descuide uno de los flancos. Ocurre algo similar con los políticos, por ejemplo, que abrazan el engaño para lograr un objetivo que nada o poco tiene que ver con el bien público y sí mucho con la dicha propia o el bienestar de la formación a la que pertenecen.
En los últimos días nos vemos obligados a contemplar cómo el Partido Popular toma posiciones de cara a las próximas elecciones. No las generales, que todavía queda un ratito (aunque hoy saltaba la noticia de que Rajoy ya se postulaba como candidato, no vaya a ser que Aguirre o incluso Aznar le adelanten por la derecha) sino a las europeas del próximo año o las municipales de 2015. Personalmente, opino que ambas citas con las urnas son importantísimas, pero las primeras resultarán cruciales: el Parlamento Europeo se encuentra actualmente en manos de la mayoría conservadora y será la única oportunidad que tendremos las víctimas de la austeridad de enfrentarnos a la cúpula que nos tiene agarrotados y rechazar las políticas de recortes de Merkel y sus colegas neoliberales. Si tanto nos quejamos del férreo control que ejerce la madrastrona Angela sobre los países más dañados por la crisis, sería una vergüenza no salir en la tromba a las urnas a mostrarle su rechazo y darle un meneo a ese parlamento norteño, gris y mustio, que basa sus disque inteligentes políticas en robar a los pobres para dárselo a los ricos.
Dentro de la incultura democrática que tenemos en España, las elecciones europeas no suponen más que una nota a pie de página. A ellos contribuyen los propios políticos, empeñados en colocar de sobrios candidatos a aquellos afiliados que tienen o han tenido problemillas legales en su terruño de origen, ya sean ex ministros, ex alcaldes o ex maridos. Es decir, que mientras otros países se toman muy en serio la composición del Parlamento Europeo, los partidos españoles han contribuido a divulgar la idea de que esta votación es un coñazo y que lo mismo da que da lo mismo que nos quedemos ese día en casa haciéndonos las uñas. Pues va a ser que no. Al menos, tengamos la decencia de no contribuir con nuestro voto a otorgarle un retiro más dorado a quien menos lo merece.
Y como la sagrada misión de aquí los lumbreras parece ser que corramos un estúpido velo sobre las elecciones europeas, no vaya a ser que ganen los otros y, encima, nos quedemos sin el chollo apalabrado, ahí tenemos a los amigos peperos (y no solo ellos) dándolo todo con vistas a las municipales de 2015. Y cuando digo todo, quiero decir, mintiendo como bellacos. Miente Ana Botella cuando dice que bajará los impuestos paulatinamente de aquí a 2015, sin aclarar si se presentará ella misma a alcaldesa (quien no lo crea que busque en Internet la explicación de los expertos a esta milagrosa bajada impositiva con la que Botella pretende endulzarnos el café con leche); miente Rajoy cuando afirma que hemos salido de la recesión aunque no de la crisis; miente Fátima Báñez cuando presume del poder adquisitivo que ganarán nuestras pensiones (las gráficas sí que no engañan) o cuando se muestra empática con los parados mientras, en agosto y a traición, les casca la prohibición de salir del país durante más de 15 días sin permiso previo o la obligación de estar siempre localizables; miente Esperanza Aguirre cuando dice que no va a volver a primera línea de la política; miente Gallardón cuando esquiva las cuestiones sobre la ley del aborto; mienten Arenas, Acebes y Cospedal cuando se les pregunta por el caso Bárcenas; mienten el ex tesorero, el nuevo tesorero, el anterior y el otro... Todos mienten porque todos tienen un fin que justifica los medios más arteros.
Lo peor no solo es que ellos mientan, sino que disfrazarán sus mentiras como un bien necesario y siempre encontrarán a quienes crean sus retorcidas "verdades". Y serán muchos, porque si las encuestas  no engañan (que ojalá), Esperanza Aguirre es hoy la líder preferida por las personas de derechas de ese país. Recordemos que Aguirre es, tal vez, uno de los personajes políticos más torticeros que ha dado este país, y a las hemerotecas me remito.
Todos hemos mentido alguna vez y nos han mentido muchas más, incluso gente en la que confiábamos sin atisbo de duda. Puede ser que nos cegara el amor, el cariño, la necesidad y el miedo al sufrimiento. Pero a esta panda ni los queremos ni los necesitamos. Eso sí, sufrir nos seguirán haciendo sufrir. Abramos los ojos.
Dejo otro tema de la película Tango Feroz. Seguro que quien me conoce sabe a qué situación, animal, persona o cosa lo asocio yo. Curiosa la mente humana...


jueves, 19 de septiembre de 2013

Hasta la independencia y más allá

A todos nos pasa que hay sitios a los que tenemos más apego. Nuestro verdadero hogar (lo que vendría a ser nuestros espacio de seguridad) no tiene por qué encontrarse entre cuatro paredes: normalmente solemos hallarlo en la compañía o en el abrazo de alguien al que consideramos nuestro ancla o ese bastón en el que todos, más tarde o más temprano, necesitamos apoyarnos. Sin embargo, es cierto que hay lugares físicos a los que nos sentimos más apegados y que, a lo mejor, tienen poco o nada que ver con el terruño del que provenimos. En mi caso particular, reconozco que hay sitios que ocupan un lugar destacado en mi cabeza y en mi corazón, paraísos privados a los que siempre quiero volver y, cuando estoy allí, jamás deseo irme. Ya he dicho que el primer lugar de mi podio particular lo ocupa México. Con este país me ocurre que, cuanto más mundo conozco, más me gusta, qué le voy a hacer. Y quedando el tercer puesto vacío (hay algunos lugares que han obtenido diploma mientras otros ni tan siquiera han llegado a la meta), confieso que el Reino Unido se lleva la plata por méritos propios y amor ajeno. No existe ni un rincón de esa nación de naciones donde yo no me haya sentido a gusto y como en casa: siempre que voy es una fiesta y, cuando vuelvo, me entra un indiscutible bajón del que tardo en recuperarme. Una es así de sentimental.
Ayer, 18 de septiembre, día de mi cumpleaños, empezaba la cuenta atrás para que Escocia celebre su referéndum de independencia (18-09-2014). Me hace ilusión que los escoceses decidan su destino el día de mi aniversario; hasta ahí llega mi sentimentalismo (también podría teorizar sobre México, la luna y septiembre, pero creo que no ha lugar). Aunque lo cierto es que, con la cabeza fría y el corazón a lo suyo, los independentistas parece que han empezado la carrera con el paso cambiado.
Un año da para muchos debates y teorías diferentes, pero lo que sí me llama la atención es que los independentistas españoles hayan escogido el caso escocés como un ejemplo en el que mirarse. No sé yo. Cuando estuve en Escocia comprobé que existe un sentimiento nacional muy fuerte y que, a diferencia de muchos lugares de España, convive perfectamente con otros símbolos, como la bandera de la Gran Bretaña o la figura de la reina Isabel. Es decir: nadie te va a tirar tomates si tú, por tradición o porque te sale de la peineta, cuelgas la Union Jack del balcón. Al margen de la conciencia histórica de cada cual, existe un sentimiento de hermandad, tal vez porque el separatismo se encuentra colmado tras ser conscientes del respeto externo a la propia cultura y, desde un punto de vista más prosaico, conseguir la máxima expresión de la propia identidad nacional en el plano deportivo e incluso en el de las artes.
Uno de los lugares más emotivos de toda Escocia es Culloden, el escenario de la batalla que enfrentó a Jacobitas y partidarios de la Casa de Hanover a mediados del siglo XVIII. Es allí donde los escoceses perdieron finalmente una guerra de la independencia jalonada por mil batallas. Y no solo eso: en la claudicación se derrumbó el sistema de clanes (muchos de ellos combatieron unidos en el bando jacobino) e, incluso, se prohibió el uso del tradicional kilt o el sonido de la gaita escocesa. El mérito de Escocia es, tal vez, el no haber tirado nunca la toalla, admitir y asumir su propia derrota y, partiendo de ello, haber sabido recuperar su historia de un modo épico, hasta el punto de que, hoy en día, no resulta extraño ver hombres ataviados con la falda escocesa estampada con los cuadros correspondientes a los distintos clanes que poblaban las Highlands (para mí, uno de los lugares más mágicos en los que he tenido la suerte de estar).
Los escoceses son amables, educados y valientes. Pero también muy inteligentes. Saben que en la unión está la fuerza y son conscientes de que han logrado un status quo envidiable: pueden ser ellos mismos disfrutando además de todas las ventajas de formar parte de una nación poderosa. Al igual que ocurre con Gales, las nuevas generaciones tienen un envidiable acceso a su idioma propio o a su cultura sin desmerecer aquella del país al que pertenecen. No se sienten desarraigados ni económica ni culturalmente. En mi tonta opinión de extranjera diría que lo suyo, por tanto, es un debate histórico, una herencia entendida y asumida, un deber para con otros más que para con ellos mismos. Y si bien es cierto que cuando visitas Culloden sientes una tristeza inmensa y empatizas enormemente con todas las reivindicaciones del carácter y el ser escocés, comprendes también que ellos han logrado pulir las relaciones y la convivencia entre pueblos con una sabiduría envidiable. Por eso opino que el espejo en el que pretenden mirarse varias de nuestras Comunidades Autónomas es un cristal superficial, tal vez porque mirarse está bien, pero verse ya son palabras mayores que muchos no quieren asumir, no vaya a ser que lo que vean no les guste.
Desconozco lo que ocurrirá el 18 de septiembre de 2014 en Escocia, pero estoy expectante. En cualquier caso, sea cual sea el resultado de las votaciones, espero tener mucho y bueno que celebrar.
Y dejo algunas fotos de Escocia: el lago Ness, el epicentro de la batalla de Culloden, gaitas a pie de las Highlands, y de un amigo escocés, que me acompañó durante la visita a  Eilean Donen (castillo donde se rodó la película de Los Inmortales) vestido ad hoc y muy orgulloso de ello. Estuve tentada a incluir algunas fotos donde aparecía una servidora (me he venido arriba) pero al final he entrado en razón y no me han parecido irrelevantes. De nada.








domingo, 15 de septiembre de 2013

Más madera, que es la guerra

Últimamente estoy bastante desenganchada de la actualidad, hasta el punto de que si no es ella la que viene a mí, definitivamente no seré yo quien vaya a ella. De ahí que no sepa muy bien el estado actual del conflicto sirio: si va, si viene o si solo permanece.
Lo que sí sé es que nada me ha sobrecogido tanto como las imágenes de ciertas matanzas perpetradas, presuntamente, por los partidarios del presidente al-Asad. Viendo esas instantáneas de gente muerta, incluso despedazada, o esos cadáveres de niños, me daban ganas de vomitar cuando no de retirarme del mundanal ruido y mandar al resto del universo a tomar Fanta, como diría algún tierno infante al que le hayan prohibido soltar tacos. En esos momentos de sangre y dolor, una no puede menos que preguntarse por qué demonios Occidente permite que, a los pies de esa Europa tan avanzada, siga muriendo gente a patadas en un conflicto de difícil resolución del que se conoce el principio pero al que no se le aventura ningún final. Confieso que cuando maquinaba sobre la idea de una intervención militar extranjera no me producía el menor cargo de conciencia ni la menor desolación, en tanto en cuanto estaba convencida de que se podía considerar un mal necesario. Pero hete aquí que llegó Obama, la izquierda plural, el no a la guerra y ahora no sé si cortarme las venas o hacerme con ellas un bonito tapete de ganchillo.
Fue afirmar el presidente de los EE.UU su voluntad de entrar a saco en el conflicto y la mitad del mundo echarse las manos a la cabeza y torturarse con la posibilidad de revivir el conflicto de Irak. Curiosamente, la misma mitad del mundo que menos de una semana antes pedía el cese de las matanzas por las bravas. De repente, Obama pasaba de ser un Nobel de la Paz cuestionado a un Nobel de la Paz inmerecido en tanto en cuanto estaba dispuesto a acabar con el derramamiento de sangre en Siria en apenas dos bombardeos. La excusa, un ataque químico presuntamente (otra vez) perpetrado por el régimen, lo que suponía una nueva edición de aquel gran éxito del armamento químico en Irak que tanto dio que hablar en su día. Esto ocasionó una dualidad moral difícil de explicar incluso en la intimidad: por una parte, las personas de bien deseábamos e implorábamos la resolución del conflicto, mientras que, por otra, nos daba cosica que EE.UU y sus aliados entraran en Siria como un elefante en una cacharrería, tal vez porque, de repente, se nos ocurrió que ningún país tiene el derecho divino (aunque no respetado) de interferir en los asuntos internos de otro o porque sospechábamos que Occidente podía atesorar intereses en el país que justificaran una decisión brutal.
Así que en éstas me encuentro, que no sé si me gusta una cosa o prefiero la otra, e imagino que gran parte del mundo andará como yo, intentando practicar el pacifismo sin resultado de muerte. El problema es que, en esa Siria cuyas fronteras fueron dibujadas a carboncillo por las potencias occidentales, no hay buenos ni malos sino que todos parecen bastantes cuestionables. De hecho, en sus orígenes, el país fue un conjunto de etnias de difícil convivir hasta que la familia al-Asad llegó a poner orden como mejor se les da a los que saben de esto: instaurando una dictadura. Eso quiere decir que, por un lado, tenemos a un dictador y sus partidarios y, por otro, a los rebeldes, en cuyas filas se encuentran, entre otros, los más rancios e intransigentes de los islamistas. Menudo panorama.
Obviamente, no somos nosotros quienes vamos a decidir si nos interesa meter baza en semejante lío. Por un lado, está el lucrativo comercio de armas que sirve a estos y a aquellos; por otro, o quién sabe si por el mismo, Obama afrontando con pundonor las amenazas del mundo árabe que podrían resultar beneficiados de una intervención, pero que aprovechan la coyuntura para arengar a los suyos y, de paso, lanzar las amenazas de turno a Israel, ese hermoso país que nutre el lobby judío que tan bien se lo sabe montar en los pasillos del Congreso y el Senado de Estados Unidos. Sí, amigos, va a resultar que esto es más complicado que jugar al Apalabrados en la bancada de diputados sin salir al día siguiente en la portada de El Mundo.
En lo que a mí respecta, no me siento mal por tener dudas y no saber si sacar los pompones de las barras y estrellas o churruscarlos en el microondas. Lo que me parece fatal es que, mientras el mundo sigue girando, debatiendo y haciendo como que sí pero no, en Siria continúa muriendo población civil bajo el fuego amigo y enemigo mientras son muchos los que se hacen de oro vendiendo armas que contribuirán a dejarnos, un día sí y al siguiente también, horrorosas imágenes como las que hasta el momento hemos tenido la desdicha de ver. Como diría mi madre, el uno por el otro, la casa sin barrer. Más razón que una santa.


sábado, 14 de septiembre de 2013

Marca España

Ahora que se ha descubierto quién fue el ideólogo del discurso de Ana Botella ante el COI, esa defensa de Madrid que sonaba más a redacción de tercero de Primaria que a diplomacia político-deportiva, toca debatir sobre si lo cobrado está a la altura de lo vendido. Y parece que no, porque se dice que el autor de semejante disparate, un señor llamado Terrence Burns, percibió alrededor de dos millones de dólares por hacer la pelota a la delegación española y convencerles de que su perorata barata y sus chistes de Jaimito podían demostrar a una legión de sesudos caballeros y damas que Madrid era una ciudad seria, próspera y rica. Ni lo uno, ni lo otro, ni lo tercero.
Todo lo que ha pasado estos días me parece de una vergüenza muy poco torera, ideas de perogrullo y derroches de estupidez pergeñados por una panda de individuos que viven en una realidad paralela y que en poco o nada se parece a la de este país que habitamos. No quiero saber lo que se ha gastado esa delegación de trescientos y pico almas que fue a Buenos Aires a vender humo. ¿Por qué tantos individuos chupando del bote? Lo desconozco, aunque podría aventurarlo. Es increíble que despilfarren lo que no está en los escritos cuando, mientras ellos se bebían y se comían Buenos Aires, en España el curso empezaba con unos recortes sangrantes en educación, con niños sin poder acceder a comedores escolares (lo que implica un alto riesgo de malnutrición en los hijos de tantas y tantas familias sin recursos), con profesores despedidos o a punto de, con alumnos sin transporte escolar, obligados a recorrer kilómetros para llegar a una escuela, con niños de diferentes cursos y edades apiñados en la misma aula y bajo el mismo profesor... Y no sigo porque se me ponen los pelos de punta. Mientras unos intentaban vender una Marca España en Argentina, parecida a las etiquetas de Loewe y a los emblemas de Chanel, en este nuestro país, seguíamos gritándole al mundo que, en realidad, nuestros políticos comerciaban con productos de todo a cien que no aguantan ni un lavado.
Lo peor de todo no es que mandemos al exterior a unos políticos pueblerinos, mediocres y timoratos que intentan hacernos creer que desempeñan un más que digno papel en los foros internacionales y que somos nosotros, con nuestras protestas y nuestro gesto torcido, quienes les aguamos el festival. Lo peor es que la imagen que ellos están dando es la misma que nosotros intuimos que ven los demás: cuando creemos que la Botella ha hecho el ridículo ante los delegados es porque lo ha hecho; cuando suponemos que Rajoy es objeto de mofa y befa ante franceses y alemanes es porque es así. El otro día daba pena ver al pobre hombre siguiendo el ritmo de Obama por los pasillos de la cumbre internacional de turno, poniendo cara de interesante mientras una agobiada traductora les perseguía a la carrera: una imagen casual convenientemente retratada para darle cierto cariz de gran estadista a un registrador de la propiedad que no sabemos muy bien qué ha hecho de bueno para estar dónde está. En fin, algo parecido contemplamos cuando Zapatero se encontró con el mencionado Obama, así que esto de hacerse pis cuando uno se topa con todo un señor presidente de los Estados Unidos debe de ser algo así como tradición hispana.
No hace falta salir al extranjero para darse cuenta de la imagen lastimera que damos: basta con echar una hojeada a la prensa internacional para comprobar que nuestro peso internacional se podría calcular en gramos. Pretendemos que no se enteren de lo que ocurre dentro de nuestras fronteras, que no reparen en la maltrecha Sanidad que nos ha regalado el neoliberalismo del PP, en una reforma laboral absurda que hiere de muerte a los trabajadores, en una banca que es como un gran monstruo que traga dinero pero no regurgita ni medio céntimo y en unos políticos que son un ejemplo de lo que jamás debería ser un gestor criado en democracia. Y, sin embargo, se enteran. Vaya si se enteran. Luego nos preguntamos cómo nos pasa lo que nos pasa, mientras nos permitimos el lujo de financiar unas vacaciones pagadas a tipos que hacen un discurso con cuatro tópicos y un café y que pretenden dar lecciones de fonética impensables en cualquier escuela de idiomas de nuestro país. Qué se le va a hacer si somos paletos hasta para escoger asesores.
En fin, que si seguimos tirando el poco dinero que nos queda en fastos, consejeros (¿cuántos tienen, por ejemplo, Ana Botella o su tocaya la Mato, por mencionar a dos grandes lumbreras?) y sobornos, la Marca España seguirá siendo lo que ahora mismo es: la marca blanca de la Unión Europea o, lo que es lo mismo, el concepto políticamente más barato de los que en la actualidad se esgrimen. Probablemente pase a la historia como la peor campaña de marketing creada, no porque la idea no sea buena, sino porque los actores elegidos son pésimos, casi tanto como el guión, plagado de chistes que ni puta gracia que nos hacen, oiga.


martes, 10 de septiembre de 2013

A vueltas con las hormonas

Si hay una cosa que aborrezco profundamente, será de tan oírla, es esa acusación que suelen formular los hombres con respecto a los "arrebatos" femeninos: las hormonas son las culpables de cualquier enfado o atisbo de malhumor. No es que haya habido un desencadenante objetivo, es que nosotras, seres mediocres e infelices, sobrerreaccionamos ante determinados acontecimientos, víctimas y esclavas de nuestras amigas las hormonas.
Se ve que para gran parte de la población masculina, las mujeres vivimos un síndrome premenstrual perpetuo. Enhorabuena, porque han encontrado en la naturaleza humana la coartada perfecta para justificar comportamientos bastante censurables. No es que ellos hayan hecho algo por molestarnos o enojarnos, sino que cualquier estallido por nuestra parte obedece a un impulso incontrolable de rebelarnos contra nuestro propio ser que, mira tú por donde, causa daños colaterales a unos pobres inocentes que pasaban por allí y no han hecho otra cosa en esta vida más que respetarnos, querernos y adorarnos. ¡Venga ya!
El síndrome premenstrual es ya un padecimiento bastante chungo en sí mismo como para que encima se transforme en algo crónico solo por la verbigracia de quien se empeña en atribuir a las hormonas lo que fácilmente podría explicarse con la razón. Hay mujeres que sufren un tremendo malestar días antes de la regla que les lleva a cambiar sus humores. Lógico: si los hombres se sintieran hinchados, doloridos, insomnes y víctimas de insufribles jaquecas varios días al mes durante muchos años de su vida, a lo mejor no habría quién les tosiera. Si, encima, la testosterona alcanzara niveles apocalípticos, lo mismo ya se hubiera desencadenado la tercera Guerra Mundial y hasta la cuarta. Para su suerte, somos nosotras las que tenemos que sobrellevar una condena casi perpetua de malestares que nos acosan, en menor o mayor grado, cada mes. Y digo casi perpetua porque, cuando el síndrome premenstrual no está presente para explicar determinadas reacciones a las que no se les busca razón no vaya a ser que se encuentre petróleo, la premenopausia, la menopausia y la "postmenopausia" vienen en su ayuda, prologando hasta la eternidad los mitos acerca del malhumor femenino.
Pues resulta que, como todo ser humano, las mujeres también sentimos tristeza, miedo e ira cuando alguien nos agrede o nos causa algún tipo de daño. En ese caso, la ira, el llanto o la pena no se corresponden con una sobreactuación hormonal, sino con la lógica correlación causa-efecto: si tú me causas dolor, yo reacciono en consecuencia, bien con sufrimiento, bien con rabia. Es cierto que semejante actuación se puede ver exacerbada por un cóctel hormonal puntual, pero eso no quiere decir que no haya motivos suficientes para desencadenarla, sino que nuestro "eterno femenino" condiciona la puesta en escena, más o menos dramática, dependiendo de varios factores físicos. Es como si a alguien le pisan un pie con brío: probablemente gritará más si tiene un juanete que si no lo tiene, pero la experiencia, en cualquier caso, resultará dolorosa.
Me parece una excusa demasiado fácil y barata acudir a las hormonas para justificar la inercia y la no resolución de los problemas. Es un recurso tremendamente estúpido echar balones fueras y declarar a la otra persona reo de la naturaleza cuando, por encima de todo, lo es de sus propios sentimientos o del ataque programado contra ellos. Las emociones hieren mucho más que las hormonas. Creo que tanto los hombres como las mujeres somos seres lo suficientemente evolucionados como para recurrir a la reflexión antes que a la sobredimensión, y que todo conflicto y estallido merece, siempre, que le busquemos un por qué sin caer en lo fácil.
Lástima que en todo esto las mujeres solemos llevar las de perder solo por el hecho de serlo. Hoy mismo, un medio se quejaba de lo descuidada que parecía Ana Botella en los últimos tiempos. Vamos a ver, por muy mal que me caiga esta señora, he de decir que la conocemos desde hace más de 20 años y, a diferencia de lo que cantaba el tango, el paso de dos décadas se nota en cualquier rostro. Estoy segura de que si se hubiera operado reiteradamente, ahora la estaríamos acusando de ser víctima de la cirugía estética y achacaríamos a su enganche a la belleza y a lo superficial estupideces tan finas como ésa del café con leche que pronunció delante de los miembros del COI y que puso de tan mala milk a más de uno. Semejante ensañamiento con el peinado y las arrugas de la Botella no se tendría con un hombre más allá de la curiosidad; a ellos la edad les da lustre, al igual que la testosterona, que les insufla masculinidad y poder mientras que, a nosotros, esa amiga íntima llamada progesterona, nos convierte poco menos que en criaturas salvajes, injustas, arbitrarias y con preocupantes tendencias psicópatas.
Los primeros psiquiatras (hombres) decían que el síndrome premenstrual era un trastorno psíquico que convertía a las mujeres en histéricas. La ignorancia convertida en ciencia o, lo que es lo mismo, el palo ardiendo al que se agarran los que pretenden tapar sus inseguridades con las hormonas ajenas.




domingo, 8 de septiembre de 2013

Nos quieren

El que el COI, ese estamento al que algunos quieren catalogar de abyecto y oscuro, haya rechazado que Madrid se convierta en sede olímpica no es una síntoma inequívoco de que nos tengan manía (como han venido señalando los medios de la derecha) sino de que nos profesan, como mínimo, un cierto cariño. Más a los españoles que a esa clase política que, para nuestra desdicha, nos gobierna.
El Comité Olímpico, como algunos de los que hemos sido tremendamente críticos con los proyectos megalómanos de la Comunidad de Madrid (léase Eurovegas, léase Olimpiadas) ha entendido que la capital de España, y el país entero, tienen mucho que barrer y demasiada plancha acumulada antes de poder invitar a la familia a celebrar la comunión en casa. Por mucho que el gobierno nos venda la moto de la Marca España y lo mucho que nos aprecian en el exterior (esas palabritas de Rajoy al Comité señalando, como valores fundamentales de la candidatura, el que la capital del reino estaba poblada por "gente muy simpática") lo cierto es que más allá de nuestras fronteras nos ven como nosotros no queremos vernos: como un pueblo gris, perdido, víctima de la corrupción de unos políticos ineptos, que nos ahogan con la austeridad mientras mantienen como rehenes a varias generaciones de españoles.
Durante los últimos días, el gobierno y sus palmeros se han empeñado en convencernos de que Madrid iba a ganar los JJ.OO porque somos "lo más mejor". Bastaba con echar un vistazo a los medios internacionales y a las palabras de los expertos en organización de grandes eventos deportivos para comprobar que esto no era así ni de lejos. Pero el PP necesitaba de buenas palabras para hacernos olvidar los malos modos y los abruptos modales con las que intentan sacarse de encima sus propios pecados, empezando por el caso Bárcenas y acabando por la Gürtel. En realidad, todo fue una sobredosis de alegría, chutada en cómodos plazos, con la esperanza de que Dios proveería. Si, como dice la ministra de Empleo, el paro lo solucionará la virgen del Rocío, ¿por qué no encomendarnos a Dios para que nos regales unos Juegos? Lástima no haber pensado que estos Juegos son los del Olimpo y que, por lo tanto, el Dios católico no juega en casa. O que los japoneses tienen más deidades ante las que arrodillarse.
En resumen, el PP y sus acólitos llevan años tergiversando la única verdad verdadera, que es que estos Juegos de Madrid serían un buena inversión. Para sus arcas, naturalmente. Porque de financiarse, se hubieran financiado en base a la iniciativa privada, ese grupito de empresas afines, que aparecen en los dossieres de los juzgados por haber sobornado a los dirigentes populares. De esa manera, el PP podría por fin devolver los favores recibidos y pagar a aquellos que le financiaron ilegalmente. Un respiro para los populares y más deuda para el ciudadano, en una nueva reedición de los últimos Juegos Olímpicos de Atenas, ese enorme saco sin fondo que todavía los griegos no han acabado de costear.
En su cortedad de miras y su empeño en verse a sí mismo como lo que no son, nuestros gobernantes han enviado a Buenos Aires a una delegación que merecería un puesto de honor en cualquier tebeo: allí estaba Ana Botella, con su inglés ruin y absurdo y su indolencia crónica, Mariano Rajoy, leyendo discursos de perogrullo, sin base ni fundamento y, por supuesto, con pavor a expresarse en inglés, y el Príncipe Felipe, que aunque todos dicen que emocionó con sus palabras (curiosa expresión para definir la dialéctica de un Borbón) tiene muy poco tirón internacional salvo para las revistas del corazón francesas, inglesas y alemanas, empeñadas en que lo suyo con Letizia está al borde del finiquito. Consensuado y en diferido. Creíamos que la buena voluntad omitiría el que no habíamos hecho los deberes ni económicos, ni políticos, ni judiciales, ni de gestión, ni de anticorrupción. Y, claro, nos han pillado. Luego los medios, como buenos españoles, le echarán la culpa al COI y esta panda de avariciosos volverá a presentar candidatura (la quinta, si contamos aquella incursión franquista), empujados por el dinero y los oropeles y haciendo nulo caso al deporte de base, el verdadero beneficiado de este tinglado si el nuestro fuera un país ideal. Y digo si fuera porque aquí tenemos a un gobierno, con Wert a la cabeza, a quien el deporte le importa lo que a mí la manicura francesa: absolutamente nada.
Cuando Madrid se alió con Valencia, su eterna partner in crime (Gürtel, el caso Noos etc...) pensé que era la peor pareja posible para reclamar unas Olimpiadas. Como si Al Capone y Jack el Destripador presentaran una candidatura conjunta al papado. Y creí que la mejor manera posible de lograr el inmediato aplauso internacional hubiera sido ir al alimón con Portugal, con Madrid como sede y Lisboa como subsede. Pero, claro, esto implicaría repartir el pastel y, encima, negociar, algo que al PP le sube la bilirrubina. Pues nada, a seguir lanzando candidaturas infladas convenciéndonos de que son lo mejor para nosotros (impecable el trabajo de los medios afines, ya digo) mientras en el extranjero seguimos dando entre pena y risa. Lástima que ellos (los otros, esas criaturas del averno que forman el COI) como los ciudadanos, no son tontos.