miércoles, 27 de febrero de 2013

El mejor trabajo del mundo

Hasta hace bien poco estaba convencida de que el mejor trabajo del mundo vendría a ser algo muy parecido a probador de viajes exóticos en hoteles de lujo o maquillador de cuerpo de las estrellas de Hollywood. Labores que no se asemejen en nada a picar piedra ni dar el callo en galeras y que, al mismo tiempo, te produzcan la dosis de placer suficiente para pasar el día sin pena y con mucha gloria. Hoy, sin embargo, creo que el mejor trabajo del mundo es currar en el Partido Popular.
Los periodistas somos un colectivo raro que a veces llevamos vidas un poco irreales. Cuentas que has estado con éste o aquél famoso y la afición se viene arriba. Sin embargo, compartes comentarios con otros colegas y entiendes que lo nuestro tiene también bastantes miserias y que, en ocasiones, te exige una rutina de gimnasia mental que te deja por los suelos, además de obligarte a mantener relaciones sociales con quien menos te interesa. No obstante, estoy de acuerdo que la nuestra no es, ni de lejos, la profesión más tortuosa, salvo que, como mucho de mis compañeros, estés en paro y te veas obligado a presenciar día tras día la decadencia desde la barrera de la vocación que tanto amaste.
Hablando de barreras, apostada en la mía siempre había pensado que el de político era un trabajo bizarro, con la obligación explícita de servir la público y el deber de tragar sapos del tamaño de dinosaurios. Yo, que se supone que sé algo del tema, me emocionaba cada vez que me ponía a hacer un análisis, aunque fuera para mis adentros, de algún político de raza o de cierta confrontación parlamentaria a cara de perro. Eso se acabó. Viendo la media del político español, que no llega ni al 5 en el índice de mediocridad, entiendo que, para muchos, dicha profesión no es ya un servicio público, sino un tejemaneje estrictamente personal.
En los últimos tiempos, el PP ha demostrado que arropa mucho y bien a los suyos. Cuanto más delincuentes sean o parezcan, mejor. Pasó, sin ir más lejos, con el marido del florero que atiende por el nombre de Ana Mato, enmerdado hasta las orejas en corruptelas y Gürteles. El hombre, a pesar de las pruebas en contra, seguía teniendo su despacho y su sueldo en la sede central de Génova porque, a diferencia de lo que predica con la reforma laboral, al Partido Popular le cuesta despedir a los suyos. Es como a las mascotas, que se les coge cariño sin que apenas repares en ello. Enternecedor.
Hace nada nos enterábamos de que Luis Bárcenas, ex tesorero popular y ex titular de una cuenta en Suiza de 38 millones de euros (eso es hoy, a lo mejor mañana se añaden más ceros), ha recurrido a la justicia por despido improcedente. Según cuenta el señor de pelo blanco y abrigo de mafioso, en contra de las voces más altas del PP, que insistían en que no le veían las canas desde 2010, ha estado ocupando puesto y despacho hasta el 31 de enero de este año. ¿Su labor? Asesor del partido. ¿De qué les asesoraba? Ni idea, pero tenía que ser algo muy, muy gordo, porque se cotizaba a razón de 21.300 mensuales. Este mismo dinero es casi lo máximo que te ofrecen al año por trabajar de comunity manager en jornadas no stop. Para quitarse el sombrero o raparse al cero, según.
Semejante confesión, adornada con una imagen del interfecto entrando en el INEM a solicitar su prestación por desempleo, ha pillado a los de su bando con el paso cambiado. Tanto que Dolores de Cospedal, a la que ya le tiene que doler hasta el aliento, justificó tal desaguisado con la teoría de que don Luis había estado cobrando la indemnización por despido (insisto: ejecutada en 2010) en diferido. No salgo de mi asombro. Yo, hasta ahora, en mi ignorancia e inocencia, creía que solo ofrecían en diferido algunos partidos de fútbol, pero mira tú por dónde, el PP, cuando te echa, te sigue pagando por no hacer nada hasta que a ti te sale del sobaco plantarles una denuncia. Según Cospedal, autora intelectual de tan inusitado requiebro laboral, esto mismo se hace en muchas empresas españolas. Y una mierda. Con todos mis respetos a la señora, en España, lo que suele ocurrir es que o bien tu empresa te deja de pagar la nómina condenándote a no poder pedir ni el paro, o bien te larga a la calle en un ERE, o bien te casca un despido procedente por mirar mal al jefe o, si te odia mucho, mucho, un improcedente en unas condicionas aún más precarias que las establecidas por un ERE colectivo. Eso cuando tienes la suerte de trabajar. Pero resulta que en el PP, ese conjunto de mentes obtusas que han parido una ley capaz de hacer proliferar los Expedientes de Regulación de Empleo como setas en otoño, a los suyos no solo los trata con cariño sino que, además, les pone un piso. O una cuenta en Suiza.
A mí me llenaría de gozo que el Partido Popular se presentara mañana mismo en el Parlamento con una proposición de ley para hacer que todo Cristo instaure la indemnización por diferido en sus laudos. Que te echen si les peta, pero que luego te vayas a tu casa cobrando el mismo sueldo que antes por no hacer absolutamente nada. Prorrateado mensualmente y con pagas extras. Así hasta que la justicia (o la primera página de El País) os separe.
Hubo un tiempo en que los jóvenes españoles querían ser concursantes de Gran Hermano o Gandía Shore; ahora desean más que nada en el mundo tener un puesto en el PP. Aunque sea abriendo sobres. El mejor trabajo del mundo, ya digo, justo por delante del de esos actores y actrices de Hollywood que se quejan también mucho de lo suyo porque se ven obligados a asistir a fiestas donde se aburren como ovejas. Animalicos. No puedo imaginar la horrible y lacerante situación que se puede dar si te empujan a compartir mesa con Charlize Theron. Humillante. O las ganas de cortarte las venas y dejar el Dior perdido si tu miserable existencia te arrastra a tomarte un gin-tonic con Ryan Gosling. Decididamente, su vida es un infierno.


martes, 26 de febrero de 2013

Cómplices

Me contaban el otro día la historia de una persona (en realidad se trataba de dos pero uno de los casos lo conozco con más detalle) que en su día sufrió acoso laboral y que hoy, en su nueva empresa, ejerce lo propio con sus compañeros. Y no lo entiendo. Yo, que sufrí mobbing hasta el punto de perder gran parte de mi autoestima y padecer serios daños emocionales, juro que sería incapaz de practicar el acoso con otra persona. Lo juro porque sé lo que se siente siendo acosado, conozco la inseguridad, la soledad, la incomprensión, el que te acusen de paranoia, el abandono propio y ajeno... Pero también sé que de todo se sale y que uno vuelve a alzar la cabeza con la lección bien aprendida y las herramientas necesarias para solventar con garbo una situación semejante de volver a producirse. Asimismo, es facilísimo darse cuenta de hasta qué punto la gente puede ser miserable y ruin. De hecho, si hace diez años me hubieran contado que en mi vida me iba a topar con individuos capaces de someter al prójimo a situaciones tan atroces, me hubiera entrado la risa tonta. Pero, claro, hace diez años todavía creía que la mayoría de los humanos tiene buen fondo, que quienes dicen ser tus amigos lo son de verdad y que podía contratar una hipoteca a 40 años sin remordimientos ni amenazas bancarias.
La situación del acosado que se convierte en acosador me parece uno de los giros más grotescos que la vida puede dar. Soy incapaz de razonar por qué, sabiendo lo que puede dañar una tortura de este cariz, alguien se alía con el injusto y somete a personas a las que apenas conoce a tratos degradantes y a insultos y menosprecios continuos, delante o detrás de su cara. Es así como la persona se transforma en cómplice impostado de su propia injusticia, entrando en un bucle semejante al de aquel que de pequeño presenció o sufrió malos tratos y ya de adulto se convierte en maltratador o de quien padeció situaciones de acoso en el colegio y, en cuanto llega al instituto, hace lo propio. En mi opinión, significa que algo va rematadamente mal y que el individuo no se ha curado del todo, que sigue presa de sus miedos y cree que la única defensa es la exhibición de poder absurda y temeraria con los más inocentes. Del mismo modo, hay acosados que no sienten ya el acoso porque lo consideran "normal", cuando ni los episodios de vigilancia, ni los ninguneos, ni las amenazas (veladas o no) ni las humillaciones, lanzadas de rondón y como no quiere la cosa, son habituales ni, por supuesto, asumibles o decentes.
Cuando uno se convierte en aquello que ataca es cómplice necesario de su propia miseria. Ayer Twitter ardía en llamas por las palabras de ese actor devenido en político llamado Toni Cantó, que desde su puesto de UPyD venía a decir que gran parte de las denuncias por violencia de género son falsas. Imagino que alguna habrá, pero también es cierto que muchos casos de maltrato físico y/o psicológico nunca llega a denunciarse y que gran parte de las denuncias que se presentan van acompañadas de pruebas irrefutables y peritajes absolutamente certeros. Pero lo más grave no es que este tipo se crea el Cid Campeador en cuanto le ponen un teclado delante y tiene que hablar de animales, mujeres y animaladas; lo verdaderamente bochornoso y que le tendría que haber costado la dimisión si el ex actor tuviera un poco más de esa ética que tanto predica, es que ocupa el cargo de representante de su partido en la Comisión de Igualdad en el Congreso de los Diputados, la misma que busca soluciones para la Violencia de Género. Otro caso de inquietante complicidad que lleva directamente al sujeto a hacer buenas migas con aquello que, supuestamente, debería reprobar.
Recuerdo que nunca he considerado a Toni Cantó como un gran actor, que entre los periodistas se escuchan muchos comentarios sobre su ambición desmesurada y que sus ex parejas tendrían que contar mucho (y a lo mejor no demasiado bueno) de él. Pero, al fin y al cabo, su vida privada es su vida privada y si él no quiere exponerla, nadie tiene derecho a hacerlo. En lo que a mí respecta, comencé a cogerle simpatía con la serie Siete vidas, que ha sido uno de los grandes bluffs de mi existencia: acabé creyéndome tanto a los personajes que supuso una gran decepción, no solo comprobar que Tony, al contrario que su papel, iba de listillo con ínfulas, sino que Amparo Baró, la vecina atea, más roja que el capote de un torero, era en realidad votante del PP. Es lo que tiene confundir la comedia con la tragedia.
Creo que el señor Cantó está haciendo el papel de su vida, pero muchos preferiríamos que se leyera mejor el guión y no barruntara en público lo que solo se puede decir en compañía de amigotes muy pasados de calimocho. Opino que esta especie de desazón entre la cara (dura) que tienen algunos y los principios que predican supone un mal negocio, porque al final todos acabamos mostrando nuestro verdadero rostro, aunque sea por una razón muy sencilla: es imposible mantener la guardia y defender la torre del homenaje las 24 horas al día; en algún momento tenemos que flaquear. Me fastidia ver que hay gente capaz de actuar con ese doble rasero creyendo que los demás somos un puñado de idiotas y, sobre todo, me molesta que haya todavía quien aguante procederes semejantes y encima, les baile el agua a quienes no merecen ni tan siquiera un escupitajo. Pero, afortunadamente, con el tiempo también he entendido que no estoy en este mundo para salvar pecadores (creo que la Iglesia católica se ha adjudicado la tarea y me ha dejado a mí la fabricación de dulces de Cuaresma) y que no seré yo quien intente convertir a una babosa en un gato de angora. Como me dijo alguien hace tiempo y que no me canso de repetir, "si te arrastras, nadie te oirá gritar cuando te pisen". Amén.


lunes, 25 de febrero de 2013

¿Qué tendrá la princesa?

Alguna vez dije que no creía en los cuentos de hadas. He cambiado de opinión. Tras ver este fin de semana en la prensa a esa princesa de nombre Corinna, tan rubia, tan perfecta y con tanta suerte la jodía, he empezado a pensar que hay finales felices y hasta Príncipes Azules. Y al hablar de azul no me refiero a esos señores que se suben al andamio vestidos con mono de idéntico color y te gritan que te van a poner un piso. Me circunscribo, cómo no podía ser otra, a los príncipes a los que tiene acceso Corinna, esta noble por vía del matrimonio que, por lo visto, de Cenicienta ha pasado a asesora mundial de gobiernos y troikas. Eso sí es un carrerón y no los que se marca Fernando Alonso.
De esta mujer sabíamos poco hasta hace unos días. Intuíamos que tenía una relación, más que estrecha, estrechísima, con el rey Juan Carlos, hasta el punto de que se largaban juntos de cacería para mantener agradables charlas a la luz de las hogueras. Con el don de palabra que tiene el Borbón y lo bien que vocaliza, no dudo que eso es precisamente lo que pretendía nuestro monarca: arreglar el mundo a las tres de la mañana en compañía de una rubia natural. Lo mismo buscaba cuando disfrutó, según los tabloides, de la compañía de una noble italiana, varias vedettes y ciertas actrices: enmendar los problemas del país y, ya que estaba, crearse él mismo unos cuantos.
Corinna pasaba por ser una centroeuropea distante, elegante y fría, con el discutido mérito de utilizar a los hombres de fama y fortuna para medrar a lo más alto que, visto lo visto y deducido lo deducido, no está en la estratosfera sino un poquito más arriba, a mano derecha. Ahora se nos ha desvelado, según sus palabras, como una mujer "discreta y leal". Ejem; permítanme que lo dude. No es que no la crea, es que posando en las primeras páginas de los periódicos cual modelo al que un potentado ha retirado de las pasarelas no se puede ser discreta. Y menos concediendo una entrevista donde no dice nada nuevo, pero dice de todo. Principalmente del rey y de la corte. Ahí vendría yo a cuestionar también la lealtad, porque si a"una amiga entrañable" le da por hablar de nuestra sentida amistad (la suya y la mía), así, en público y en plural, lo mismo no es amiga y, en lugar de entrañable, lo que me apetecería sería sacarle las entrañas. Pero insisto en que yo soy muy rara.
También cuenta que su misión, auspiciada por la corona, era encontrarle un trabajo al yerno díscolo, Urdangarín, algo que cumplió con la diligencia de una espía de altos vuelos proponiéndole al presunto delincuente un puesto de 200.000 euros al año. Dice que no entiende por qué Iñaki lo rechazó. Yo tampoco, pero a lo mejor el hombre, consciente de que su preparación intelectual no era para salir en las enciclopedias, ni tan siquiera en los libros de Primaria, prefirió dedicarse a trincar, que requiere de menos estudios. O a lo mejor es que en el puesto asignado había que currar y ya sabemos que el Urdanga es un poco flojo para eso de dar el callo. Lo de recibirlo es otra cosa.
Tengo que reconocer que a mí esta familia me supera. Pensábamos que la reina andaba cabreada como una mona de Gibraltar (¡español!) viendo cómo su esposo se iba a cazar cuernos en compañía de una rubia con menos laca y más cintura. Tanto se mosqueaba que se largaba sin avisar a gastar los dineros de la corona en los almacenes Harrods, ese templo de lo kitsch que brilla como quincalla. Ahora resulta que Corinna era una más en palacio y que asesoraba hasta a la señora que sacudía las alfombras. Y luego hablan de las familias disfuncionales…
Los correos entre Iñaki y la princesa que tiene un no sé qué, un qué se yo, indican que entre ellos había confianza. Desconozco a qué niveles de roce y cariño nos estamos refiriendo, pero lo que más me fascina de este enredo entre suegros, ladrones, mujeres bobas y supuestas amantes demasiado listas, es cómo ha llegado Corinna a convertirse poco menos que en una Mata Hari de la política moderna, con acceso a todos los despachos y a todas las cacerías. En el fondo me toca un pie si la princesa a la que sus ex aborrecen como a la peste se va a contemplar elefantes con el rey o a tomar el té con la reina; lo que verdaderamente me gustaría saber es cómo carajo, una mujer que no era nadie, ha conseguido mandar más que el Papa. Algún talento oculto debe de tener; pero mejor no me pongo a elucubrar porque lo mismo empiezo a teorizar sobre posturas, flexibilidad etc, etc. y en vez de una cacería, yo solita organizo una montería. No digo más.


martes, 19 de febrero de 2013

Por encima de la ley

Tal vez sea una persona extraña, a la que han educado para respetar las leyes y a la autoridad que las promulga. Quizás por ello he tenido tantos conflictos internos: estaba acostumbrada a pensar que quien ocupaba puestos superiores era porque había hecho los méritos necesarios para ello, hasta que hace años me di cuenta de que no, y que en este país vale más un buen enchufe que tres licenciaturas. Por supuesto, existe gente que, por circunstancias de la vida, no ha estudiado en la Universidad y, aun así, sus ganas de aprender y su curiosidad innata son encomiables; pero también es muy fácil toparse con la otra cara de la moneda, personas que lo han tenido todo, que solo han recibido regalos en la vida y jamás se han planteado dar, ni tan siquiera, los buenos días. Ninguno de ellos cuenta con el bagaje necesario para ejercer la superioridad sobre los demás, sea ésta del tipo que sea. Pero es que además su torpeza revela hasta tal punto sus debilidades que pierden el respeto de quienes les rodean. Lógicamente, semejante daño a su ego exige imponer a los de abajo un castigo a la altura del soberbio mentecato que pretende erigirse en rey cuando no llega ni a asiento de trono.
No sé a los demás, pero a mí, de pequeña, me tocaba la moral que aquel que establecía las normas del juego fuera el primero en saltárselas. Tanto empeño en marcar la pauta para, a las primeras de cambio y viendo que el viento no le era favorable, transformara las reglas en un pasacalles. Me parecía una falta de respeto a los compañeros y a la dinámica de grupo, aunque es verdad que yo para esto del respeto soy muy tiquismiquis y que, por ejemplo, opino que nadie tiene derecho a jugar con el tiempo de los demás ni a juzgar lo que es o no importante para el otro bajo su propio baremo. Pero, bueno, ésa es una historia diferente de la que, además, ya he hablado.
Será debido a mi concepción de la legalidad por lo que me chirría tanto aquella sobada frase de "quien hace la ley hace la trampa". ¿No está la ley precisamente para castigar la trampa? En este país se valora más al jugador de póquer que al que enseña las cartas; supongo que por eso tiene tanto éxito social el colectivo de los metemierdas, uno de los más aborrecidos por quien esto suscribe, sobre todo desde el momento en que durante un tiempo me vi obligada a tener que aguantarlos y, además, soportar las consecuencias de sus actos, mentiras y falta de escrúpulos.
Si leemos o vemos las noticias tal parece que la ley es uno de esos retos que te pone la vida. No para cumplirla, sino para saltártela. Y el principal problema es que quien más se la salta y quien menos sufre las consecuencias de hacerlo es aquel que, al margen de que la haya promulgado o no, predica por activa y por pasiva el obligado cumplimiento de la normativa vigente. Se dota a sí mismo de una autoridad moral, de guardián de la rectitud y el buen compartimiento para, en cuanto nos damos media vuelta, ser el primero en pasarse la legislación por el forro de lo que viene siendo la entrepierna. No es extraño que, viendo el panorama, se nos quede la misma cara que a Carmen de Mairena contemplando el certamen de Miss España, es decir, la de qué he hecho yo para merecer esto.
Imaginemos todos lo que se nos hubiera pasado por la cabeza cuando, con 14 años, nos dijeran que nuestro profesor favorito era un pederasta o un atracador de bancos de los de media en la cabeza y gatillo juguetón. Pa'habernos matao. Ahora mismo estamos siendo testigos poco privilegiados de una realidad paralela igual de alarmante: quien tendría que velar por nosotros y dirigirnos a través del recto camino es, o un delincuente confeso o, prácticamente, un presunto culpable. Desde el rey abajo, todos parece que tienen algo que ocultar y no dudo en que no solo lo parecen sino en que en verdad lo tienen. Y lo creo porque algunos ya no se molestan en disimular su desfachatez, sino que alardean de la trampa y del ninguneo de la ley, con peineta al respetable incluida.
Semejante situación no solo lleva a la confusión, sino a la dejadez y el abandono. Sentimos que no podemos confiar en nadie y que todos van a sacar el máximo provecho de nosotros. Y esa noción de la realidad se agrava con la idea de que quienes establecieron las reglas no dudan en saltárselas con el compadreo de los suyos mientras que, si nosotros nos acercamos al límite solo para ojear lo que hay en el abismo, recibiremos una condena inversamente proporcional al grado de la falta. ¿Quién la hace la paga? Quien la hace más gorda se lleva el dinero y luego, si eso, compensa los favores recibidos.
Siempre he dicho que la confianza cuesta mucho ganársela pero muy poco perderla. Y el problema principal de esta sociedad es que ha perdido tanto la confianza en las reglas y quienes las promulgan que ya no quiere seguir jugando. Algunos deberían pensar en las consecuencias de tal actitud: el abandono de la partida implica que no hay quien se lleve el premio gordo del Monopoly. Para que uno gane, otros muchos tienen que participar… y perder.
Si quienes nos gobiernan fueran hombres y mujeres de bien, reconocerían la trampa y cumplirían la ley. Pero su enrocamiento y apego a los privilegios está demostrando que solo les mueve la avaricia y que no les importa aprovecharse y utilizar a los demás con tal de salir indemnes y ganar el juego que ya no es juego, sino combate. A eso, en el colegio, se le llama acoso (bullying para los amigos). ¿Y en la vida? En la vida también.


domingo, 17 de febrero de 2013

El cerebro femenino

Cuando yo era pequeña (precaución: historieta), quiero decir muy pequeña, en mi colegio de monjas y, por lo tanto, femenino hasta las cruces, nos impartían una clase que obedecía al pomposo nombre de pretecnología. Tras semejante sustantivo una puede pensar que lo que le van a enseñar es a tirar los cables para luego rematar la faena con un buen enchufe o aprender a detectar cobre para después robarlo. Pues no, damas y caballeros, pretecnología era la asignatura que te introducía en el cómo se hacen mis/nuestras/suyas/tuyas labores, principalmente las del hogar.
Durante aquellos años las monjas intentaron enseñarme a bordar, coser, hacer calceta y ganchillar. Digo intentaron porque, como mi habilidad no es precisamente legendaria, al final siempre acababa pidiéndole socorro a una parienta con tiempo libre para que me rematara la labor y así presentar algo decente en el examen, alejado de mis épicas obras de arte: un vestido con las mangas de muy distinto tamaño y un jersey que no pasó de bufanda. Ni la mismísima Blanca Cuesta, extraordinaria pintora, hubiera igualado mis hallazgos artísticos.
Imagino que sofocadas y pelín humilladas por tanto destrozo, y tras comprobar que el punto de cruz se parecía más a una punta de lanza o que el ganchillo tenía poco gancho y sí mucho hilo, las monjas abortaron la operación pretecnológica y se pararon ahí: no nos enseñaron a freír un triste huevo ni a usar el mocho, ergo no nos prepararon para la vida. De aquellos barros vienen estos lodos, y las niñas que fuimos hemos tenido que superar una gymkana de lucha y sufrimiento, llena de pruebas casi insuperables, como las de aprender a poner una lavadora diferenciando la ropa de color de la blanca (matemática pura) o hacer un cocido (esto ya es de nota). Menos mal que, solidarizándose con nuestro pesar, la Comunidad de Madrid está dispuesta a formar a las nuevas generaciones para un mundo mejor. Y es que nada menos que cinco centros de Formación Profesional de los madriles ofertan educación separada por sexos. Como debe ser, ¿verdad, señor Gallardón?
En su empeño de diferenciar el cerebro femenino del masculino siguiendo los preceptos más retorcidos del Opus Dei y los Legionarios de Cristo, las autoridades comunitarias sostienen con fondos públicos cinco centros donde los chicos solo pueden estudiar lo suyo (telecomunicaciones, gestión de empresa, informática, etc), mientras que las mujeres en edad de merecer pueden cultivarse aprendiendo cocina, secretariado y moda entre otras disciplinas igualmente rompedoras. Si las fundadoras de la Sección Femenina levantaran la cabeza... nos dejaban el lavabo lleno de pelos.
En resumen, que el gobierno que nosotros hemos elegido costea con el dinero que nos quita uno de los idearios más rancios que la historia ha parido, profundizando además en el sexismo y la diferencia de género, lo que nos obliga, no solo ir a remolque del resto de Europa sino de el resto del mundo civilizado. Obviamente, esto no es más que un paso adelante en el esfuerzo de Esperanza Aguirre y todos sus hijos putativos de donar tierras a los movimientos más ultraconservadores de la iglesia católica para que construyan colegios donde educar a sus huestes en el amor al prójimo y la castidad propia. Resulta rocambolesco que una mujer que ha llegado a presidenta aliente la educación por la diferencia donde todas las chicas tienen mucho que perder y solo un poco que ganar: a los hombres por el estómago.
Según los mandamientos de estos cinco epicentros de la recta moral, señoras como Ana Patricia Botín no tendrían cabida en nuestra sociedad, al igual que hombres como el cocinero Adriá o el diseñador Miguel Palacios, por poner tres ejemplos. Se les niega a las mujeres contar con una mente matemática (a pesar de que muchas amas de casa sin estudios podrían sacarse un doctorado en microeconomía) y a ellos la capacidad artística, a no ser por una disciplina incluida en el programa masculino y que no es otra que, tachán, tachán, el diseño editorial. Los pintores, músicos etc son unas nenazas y los diseñadores gráficos very machos. ¡Ja!
Yo no creo que se me de mal la cocina, pero tampoco la informática. Y conozco a hombres que son estupendos fotógrafos y, además, saben freír un huevo. Sinceramente, no pienso que yo tenga pinta de marimacho (vocación tal vez sí) ni que ellos estén ocupando la baja escala de la masculinidad. Ser hombre (y mujer) es otra cosa, una condición más íntima, una percepción social y un ejercicio de coherencia que no se mide en un instituto de FP que pretende salvaguardar a las mujeres en sus cosas e impedir, en la medida de lo posible, la proliferación de tocamientos. Es como el que nunca ha sido guapo: le encantaría que todos a su alrededor fueran feos. Lo mismo da que da lo mismo.
Pero, bueno, todo esto no sigue más que los preceptos de gente como el ministro Wert, aborrecido por casi toda España menos por los santos que pueblan iglesias y catedrales. Sí, ese individuo que dice que los estudiantes universitarios no deben estudiar lo que quieran, sino lo que más salidas tenga en el mercado. Así me gusta, educando a la gente en la frustración, para que sepan lo que vale un peine… y una peineta. El problema es que la frustración lleva al odio, el odio a la ira y la ira.... a un ministerio, a hacer sufrir a los demás. Como diría Tarantino: malditos bastardos.


viernes, 15 de febrero de 2013

El amor en los tiempos del cólera

Corren malos tiempos para el amor (o para la lírica, como dirían los chicos de Golpes Bajos, un grupo al que nunca acabé de entender bien). Se ve que estamos demasiado cabreados e iracundos como para dedicarnos a ir por ahí entregando nuestro corazón al primero que pase. Nos pensamos tanto todo que hasta acabamos dando demasiadas vueltas a asuntos que deberían fluir de natural; andamos tan enganchados a la cólera que el romanticismo se nos ha quedado aparcado ahí, en el cajón de la ropa íntima, madurando al hedor del alcanfor.
Y, sin embargo, el 14 de febrero sigue fiel a su cita, recordándonos año tras año que el amor es un sentimiento universal, que hay que querer al otro más aún que a uno mismo y, sobre todo, que debemos dejarnos la pasta gansa en obsequiar al ser amado para demostrar que, efectivamente, pensamos en él más que en los bancos. A mí, en lo personal, San Valentín me la trae al pairo. Tal vez sea porque lo concibo como una inmensa operación de marketing, o quizá haya sufrido daños irreparables tras ver aquella película ñoña que proyectaban en Cine de Barrio y en la que el santo era un señor todo trajeado (interpretado por Jorge Rigaud) con cara de facha y pinta de tener varios millones en algún paraíso fiscal. Tanto tiempo dibujándonos a Cupido como angelote rubio y sonrosado y a Eros como el eterno joven de buen ver y mejor catar, para que la censura española se ponga estupenda y nos fabrique a un vejete con cara de cacique de pueblo amante del buen bourbon. Así no hay quien conserve la fe.
Fuera bromas, para mí, el día de los enamorados tiene mayor sentido si lo adaptamos al modo anglo, es decir, más del amor y la amistad que del amor romántico a secas. Porque cualquiera de nosotros, para deleite de los grandes almacenes, puede sentir amor no solo por su pareja, sino también por su familia y amigos. Yo soy la primera que se postula, y lo voy a repetir aunque suene hípercansina, como defensora a ultranza del sacar pecho por el amigo simplemente porque lo sea, de dar la cara por él, de escucharle aunque se equivoque (ya habrá tiempo de pedir y dar explicaciones) y de arroparle siempre ya que, ante todo, es parte de ti y te ayuda a sentir y a disentir. Aunque últimamente le empiezo a encontrar ciertos peros a esta innegable entrega, sobre todo cuando observo el comportamiento de determinados círculos abandonados al amor parasitario, es decir, a la amistad de conveniencia, que viene a ser uno de los sentimientos más ruines que ha parido el ser humano.
Pongo por ejemplo a Esperanza Aguirre, esa mujer a la que siempre llevo en mis oraciones y que más que amor, lo que me despierta es cólera. Recordemos que esta señora que nos malgobernó es y sigue siendo, intimísima de dos esperpentos de la economía española: Arturo Fernández, el pagador de negro y Díaz Ferrán, ese individuo que, tras costear parte de la campaña de la ex presidenta, ha ido a dar con sus huesos en la cárcel por estafador, ladrón y caradura. Aguirre ha demostrado una lealtad infinita hacia el delincuente, ya se apellide Fernández, Díaz o Carromero (el "homicida cubano"), algo que quedaría muy bien en su currículum emocional si no se sustentara sobre una base absolutamente despreciable.
No digo yo que toda esta panda no se guarde cierto cariño entre sí. A fin de cuentas, son todos de la misma condición. Pero estoy convencida de que lo que tanto les une no es la amistad sincera sino el intentar que ninguno de ellos se vaya de la lengua y deje a los demás en paños muy menores. Se han retroalimentado tanto y durante tanto tiempo a base de contratos, concesiones, trampas y cartones, que ahora su destino está entretejido y no se pueden soltar, porque si se cae uno se matan todos. Es lo que tienen las uniones por interés, atadas por el débil lazo de chantaje mutuo.
Porque una cosa es defender al amigo que bien te quiere simplemente porque lo es, y otra muy distinta hacerlo porque si no, él se vengará y te arruinará la existencia. Y ahí reside el quid de la cuestión, ya que todos sabemos mucho de la vida de quienes queremos, pero a la mayoría no se nos ocurriría utilizarlo en su contra jamás, sobre todo porque con ello no solo ponemos en solfa esta supuesta amistad, sino que evidenciamos tener muy poco respeto al otro y, sobre todo, muy poca vergüenza. Comerciar con las intimidades de alguien que se siente tu amigo es indigno y cobarde, y quienes hemos vivido algo así lo sabemos.
Corren tiempos de cólera. Precisamente por eso, tenemos mucho que agradecer a quienes siguen a nuestro lado en este vía crucis. Cuando caes en desgracia, te das cuenta de que los que continúan a tu vera merecen todas tus sonrisas y abrazos. Ahí uno descubre quién se mueve por interés (cualquiera que éste sea) y quién no. A los primeros, feliz día, mes y año del amor y la amistad; a los demás, mucho ajo y poca agua. Y a los grandes almacenes... nos vemos el Día del Padre.





miércoles, 13 de febrero de 2013

Con Dios

Confieso (qué bonito verbo) que he estado dos veces en Roma y que ni por casualidad se me ha ocurrido acercarme al Vaticano. No precisamente debido a mis conflictos con la fe católica y sus símbolos, sino porque me parece un lugar muy siniestro. Creo sinceramente que entre las paredes de sus insignes y magníficos edificios se esconde más de un fresco, y no precisamente de los que decoran muros. Incluso iría más allá y diría que en ese santo lugar la vida humana a lo mejor no vale tanto como nos creemos, tal vez porque los ciudadanos del piccolo Estado tienen garantizada la existencia eterna, ya sea entre nubes y arcángeles rubicundos o al calorcito rico de los braseros de su infierno.
Ningún lugar me parece mejor habilitado para ejercer el elevado arte de la conspiración. Además, la historia le avala y la experiencia es un grado. Por tenerlo, lo tiene todo para convertirse en escenario de cualquier thriller con ínfulas: dinero a expuertas, asesinatos sin resolver, guardias reales a los que se les prohíbe soltar prenda y muchos hombres de negro, ataviados con las más tenebrosas vestimentas que imaginarse pueda. No me extraña que Benedicto XVI, otrora conocido como Ratzinger Z, les haya hecho un sonoro corte de mangas. Los designios del Señor son así de irreverentes.
Al margen del escozor que me produce este asunto del papado, he de reconocer que ser Santo Padre no me parece ningún chollo: primero, porque te obliga a por lo menos aparentar que llevas una vida recta y una conducta intachable, ejerciendo un control inhumano sobre tus propios deseos y, segundo, porque tienes que soportar los meneos, traiciones y desvaríos que mueven a las camarillas instaladas en el Vaticano. Antaño sí se lo montaban bien, con esos Papas que ponían y quitaban reyes y se pasaban el día entregados a los siete pecados capitales. A ellos que no les dolían prendas a la hora de robar, manipular, tener hijos con varias mujeres de alta y baja cama y corromper súbditos y gobiernos. Gracias a su sabiduría eterna y a su gracia divina, algunos mindundis del siglo XXI nos vemos obligados a convivir con monarcas, ya no elegidos por el dedo de Dios, si no por la avaricia de aquellos Padres que de santos tenían lo que yo de Carmen de Mairena.
Cuando Benedicto XVI accedió a lo más alto de la curia, se dio por hecho que su llegada era producto de la conspiración del ala más conservadora de la Iglesia. Recibíamos con alboroto a un Papa achacoso, inflexible, muy poco carismático, con escasas habilidades sociales y, desde luego, cero moderno. Ahora, aquel que nos dio tanta tirria en sus primeras apariciones, se va por la puerta de chiqueros y solo por hacerlo ya nos parece bueno. Él dice que lo hace en "total libertad", algo que nosotros traducimos como que los más rancios y avariciosos de entre los suyos le han presionado hasta dejarle exhausto. Que el hombre y su mala salud de hierro no han soportado más las batallas internas a cara de perro entre cardenales. Se larga dejando que las alimañas se saquen las entrañas en el patio de armas.
Imagino que algo de eso (o mucho) habrá: si el rostro es el espejo del alma, basta echar un vistazo general a las reuniones de sus eminencias para darse cuenta de que el Vaticano es lo más parecido a un nido de cuervos, muy alejado de lo que debería constituir el ideario fundacional de la Iglesia Católica. Y no solo lo digo yo; también muchos de los suyos. Pero por eso mismo tiene que ser apasionante estar ahora en el epicentro romano y ver volar los cuchillos mientras revolotean las sotanas. Lo suyo no es una cuestión de fe sino de poder. Precisamente por ello, no creo que el abandono de Ratzinger pronostique una apertura al progresismo que todos reinvindicamos: los depositarios del oro vaticano y controladores de gran parte de las finanzas que quitan y ponen gobiernos en Europa están convencidos de que el secreto para seguir moviendo los hilos de su inmensa tela de araña es instaurarse en el conservadurismo más atroz. El Papa se ha convertido en la diana fácil de un inmenso negocio que hay que seguir explotando, al menos hasta que la propia empresa implosione víctima de la avaricia y la soberbia. Y la permanencia secular no se consigue haciendo el bien tal como ellos lo entienden (voto de pobreza, ayuda a los necesitados…), sino mercadeando con los emisarios del mal. Que Dios nos coja confesados.



lunes, 11 de febrero de 2013

Duro es muy duro

Reconozco que me fascina sobremanera esa forma que tienen muchos estadounidenses de tomar la ficción como una prolongación de la realidad. Estoy plenamente convencida de que, entre ellos, hay quien cree que la bomba en el autobús de Speed se puede dar todos los días o que La jungla de cristal es, además de verdad verdadera, una gran lección de vida.
Si no, no me explico cómo ese tipo grandullón, que se dedica a arrear mamporros en las películas y atiende por el nombre de Steven Seagal, haya sido contratado para entrenar a patrullas ciudadanas. El objetivo de estos vecinos armados y peligrosos sería -oh sorpresa- defender los centros escolares y a las criaturas que en ellos pululan de posibles agresiones externas. Por agresiones externas se entiende desde el clásico hombre armado hasta el clásico extraterrestre verde.
El ser humano que ha parido semejante ocurrencia y que ha decidido sacar a Seagal de las filas del INEM norteamericano no es otro que Joe Arpaio, shérif del Condado de Maricopa (bonito nombre, por cierto) en Arizona, un servidor de la ley que lo mismo se pone chulo que racista, es decir, que el día que se levanta de buen humor se dedica a repartir somantas de hostias a los detenidos y la mañana que se despierta torcido se entrega a la noble tarea de perseguir inmigrantes y defecar en su árbol genealógico delante de las cámaras. Lo que viene siendo un tipo duro.
Y como siempre tiene que haber un ojal para un botón, Joe decidió que el hombre de su vida era Seagal, ese individuo que, en su día, fue acusado de hacerle una cara a nueva a su pareja, Kelly LeBrock, la inolvidable Mujer de Rojo protagonista de las fantasías de los adolescentes ochenteros. Pero si por separado estos dos componen la guinda de toda reyerta, juntos son la leche (o las leches): hace unos días trascendía la noticia de que un hispano acusó a ambos de detención ilegal hace cosa de dos años. Según el testimonio de este hombre, al que todavía no le llega la sangre al bigote, una noche estaba tranquilamente en su casa y a sus cosas, cuando Arpaio y su panda de colegas entraron a la fuerza y se lo llevaron arrastras vaya usted a saber por qué. Lo más bonito de esta historia vino después, cuando el ofendido se dio cuenta de que su ofensor solo estaba participando en un reality de Steven Seagal, quien necesitaba un episodio ejecutado con nocturnidad y alevosía para elevar los índices de audiencia. Esto si es amor y lo demás, sexo.
En mi intrínseca nobleza y bondad sin tacha, no puede dejar de pensar en esas criaturas, obligadas a hacer simulacros de atentados muy gordos un día sí y otro también. Entre tener al matón de Seagal rondándote cada mañana con cara de haberle sentado mal los kellogg's del desayuno, y a tu padre presumiendo ante sus amigos de quién la tiene más larga (la pistola, me refiero) es lógico que crezcas convencido no solo de que te van a matar y hasta el oso Yogui es un terrorista afgano si no de que lo mejor es disparar primero y, si se ponen muy pesados, preguntar después. Se ve que a Arpaio no le basta con proyectar las películas de arte y ensayo de Steven Seagal en los cines al aire libre con el fin de impartir lecciones de moralidad y arengar a la tropa: tiene que traer al interfecto para que te meta el rifle por el culo en cuanto se te ocurra tararear Imagine por lo bajines. Con Blowing in the Wind pueden llover bombas racimo.
Gracias a ejemplos tan ilustres como estos dos grandes profesionales de lo suyo, el condado de Maricopa se va a transformar en Maripupa. O en Maricón (el último). Supongo que tanto Arpaio como Seagal estarán orgullosísimos el día que cualquier vecino le vuele los sesos al médico por recetarle unos supositorios o las criaturas de la comunidad se dediquen a perseguir hispanos como si fueran marcianos llegados para conquistar la tierra y lavar cerebros a base de retorcidos movimientos de cadera, seriales infumables y chiles muy picantes. Un hermoso ejemplo para la humanidad, las generaciones venideras y el presidente iraní.
Por último, no quiero plegar velas sin dar un último y revelador dato: Steven Seagal es budista desde los 7 años. No solo eso, si no que en su día, un monje con un ojo de lince similar al de Stevie Wonder se empeñó en que aquel pedazo de bestia era la reencarnación de un lama. En fin… me voy a meditar.


sábado, 9 de febrero de 2013

Una proposición indecente

Confieso que no sigo mucho el tema (es verdad, lo juro por los juanetes de mi padre) pero estos días he oído, así como de refilón, que a varias de las jamelgas que pueblan ese programa para superdotados llamado Mujeres y hombres y viceversa y a otras tantas que van a Gran Hermano en busca de un puesto en la Real Academia de la Lengua, les han llegado a ofrecer cantidades desorbitadas de dinero por una cena y cifras vergonzosas por un rapidito (en inglés, quickly).
Entre el mareo de números que he llegado a ver o a oír se barajan 10.000 euretes por una cena. Y no lo entiendo. Porque estoy convencida de que ni las unas ni las otras reúnen la conversación y el interés suficiente para mantener una charla apasionante sin que te entren deseos de ahorcarte con la servilleta a los diez minutos de llegar o clavarte el tenedor en la yugular aun antes del segundo plato. Si una servidora que, al parecer, es muy ingenua, tuviera el dinero suficiente como para pagar semejante pastizal a un convidado (menú aparte) lo menos que haría sería invitar a Fidel Castro, en primer lugar para resolver una de las grandes dudas existenciales de mi vida, que es saber qué carajo pasó realmente con Camilo Cienfuegos y, en segundo lugar, porque con Castro tendría al menos garantizado un bis o varios, con lo que el dinero lo mismo quedaba amortizado. Por lo tanto, insisto que no comprendo qué puede tener de maravilloso, ejemplarizante y singular invitar a cenar a una chica que sale en alguno de estos programas salvo el pasarte la velada babeando mientras le miras las tetas. Y, sinceramente, no creo que el calentón valga los 10.000 euros estipulados en la tarifa.
El polvo se cotiza más. Según las informaciones vomitadas estos días, a razón de 100.000 euros el apretón. Ojito con la cifra porque tiene cola, literal y metafóricamente hablando. Con ese dinero, por ejemplo, cualquiera de nosotros se podía comprar hasta tres BMW rancheras y optar por un apartamento más que decente en la playa (hasta sobraría pasta gansa para amueblarlo). ¿Alguien me puede explicar por qué un polvo con alguien que sale en la tele luciendo pechuga y cacha vale semejante derroche? Y lo peor es que las interfectas se hacen las muy dignas nombrando al ofrecimiento y no al ofrecido. Hasta yo, que me considero capaz de mantener el tipo en una cena con ese dechado de intelectualidad que es Jesulín de Ubrique, me lo pensaría si alguien  me presenta un cheque en blanco repleto de ceros hasta en el membrete; así que no me vaya ninguna de estas maridignas diciéndome que le han ofrecido el oro y el moro y que ellas no han aceptado pasar por el aro. Del moro vale; del oro, jamás. Por ello, quizás las razones de confesar ser víctima de una proposición indecente esconden otras motivaciones bastante más amorales que las pretendidas.
Que nadie piense que estoy aquí haciendo un panegírico de la prostitución de lujo. Más que nada porque cada uno hace con su cuerpo lo que le sale del higo. Lo que entiendo, después de observar petrificada el mareo de dinero y de pechugas que pasean sus bondades a partes iguales en la televisión durante estos días, es que la cosa no es para tanto. Ni por un lado ni por el otro.
Si tú estás diciendo que alguien sería capaz de pagar 10.000, 12.000, 20.000 eurazos por compartir cena contigo, postres aparte, estás dando a entender que tú vales eso. Gustas tanto, eres tan especial y atesoras semejante morbo que no solo los camioneros se las prometen felices a tu costa, si no que eres la presa codiciada para compartir mesa y mantel con grandes potentados y, luego, si se tercia, hacer la cucharilla. Que sea enhorabuena. Otra cosa es que yo, tú, él, nosotros, vosotros y ellos nos creamos la fábula de que hay alguien tan rematadamente tonto del haba como para pagar tal derroche de billetes  (menos no lo dudo) solo por aliviarse un rato con una rubia de bote que cree que Platón es un planeta de un sistema solar allá, por la galaxia de Star Trek. Es cierto que siempre existe un roto para un descosido y, sí, quizás respiremos el mismo aire que un ser lo bastante estúpido y pueril como para ponerle un piso a una pava solo por una noche de sexo y mentiras, pero a mí, esta gente que generaliza y se cotiza tan alto a primeras dadas me huele a tinte quemado.
De todas formas, habló quien pudo, porque estoy segura de que nadie daría ni un caramelo mordido por  cenar conmigo a solas, pero, desde mi atalaya, entiendo que si tú vas a la tele a lucir tu físico y nada más que tu físico, lo lógico es no te escandalices si luego te llega un cheque al portador a cambio de una noche de compañía. Nadie, en su sano juicio, imaginaría que semejante invitación sería para discutir en grupo las psicopatologías de La Regenta. Aceptar determinadas ofertas o rechazarlas está en la conciencia y en las necesidades de cada uno: alardear de ellas cuando ya a nadie le importa tu cara es, simplemente una hipocresía. Y poner un precio a tu persona. Que encuentres comprador, es otra cosa.



viernes, 8 de febrero de 2013

Cazafantasmas

La cazatalentos más famosa de España, esa mujer que tenía que estar a estas horas buscando a profesionales reputados (y a ser posible imputados, algo que le encanta) anda liada con historias de regeneración política y demás zarandajas. No sé qué opinarán sus jefes. Estoy segura de que si yo me pasara las horas laborales jugando al Apalabrados o inundando Facebook de Me gusta, lo mismo mis superiores me decían algo. No digamos si invierto el tiempo en soltar soflamas incendiarias o dando mítines entre la máquina del café y el lavabo de señoras. Pero ella, la más bella, parece ser que tiene tiempo para todo: salir de caza y dar conciertos. Olé sus mechas.
Que nadie me diga que esta señora no ha nacido de pie. Gracias a su nuevo puesto puede enchufar a deudos y deudores sin que nadie le chiste (a ver quién osa decirle que su prima la de Cuenca no es una profesional como la copa del pino) pero, al mismo tiempo, y tras pensarse dos veces aquello que insinuó en su día de abandonar la presidencia del PP madrileño, dedicar su tiempo libre, que debe de ser mucho, a tareas más mundanas. Ahí la tenemos si no, enredando y haciendo de todo en su propio partido menos amigos.
Esperanza es como esa amiga aprovechada, que malmete contra tu novio (o a tu novio contra ti) para luego, en cuanto lo dejáis, quedarse con el interfecto. Y encima, ejerciendo de "consoladora" de ambas partes en sus ratos de ocio. Porque si no no se entiende que la misma persona que consintió el reinado de los ladrones de la Gürtel en Madrid, propició la instalación de esa cosa llamada Eurovegas, socavó los cimientos de la sanidad y la educación en aras de lo privado y se cargó la televisión pública de la Comunidad de Madrid, se ofrezca ahora como regeneradora, no ya de su propio partido, sino de la democracia entera y, ya que estamos, del mundo mundial. Lo más de lo más.
Aguirre transpira felicidad con el merdel instalado en el Partido Popular. Mucho más teniendo en cuenta que jamás ha disimulado que lo que ella quiere es ser presidenta y que Rajoy le parece un imbécil. En eso coincide con la mayoría de los españoles, mire usted por dónde. Sin embargo, gracias a ese punto naïf que la caracteriza, piensa que está en posición de pedirles a los suyos actos heróicos, como el de mandar a la pseudoministra de nuestra pseudosanidad, Ana Mato, a hacer confeti. No le falta razón, pero el argumento pierde fuelle viniendo de donde viene, una mujer autoritaria, controladora, dictadora con los suyos y que llegó a lo más alto del gobierno de Madrid gracias al soborno de dos diputados del bando contrario. Estamos de acuerdo: no nos gusta un pelo Ana Mato y si no la vemos capacitada para manejar una caja del Carrefour, menos aún para dirigir la Sanidad española. Pero que la critique tanto la misma mujer que está convencida de que la señora Mato es (o era) la opción de Rajoy para sustituirla al frente del PP madrileño, suena más a pelea de de gatas que a maniobra diplomática de alto standing.
La gran ventaja de Esperanza Aguirre no es que estemos dispuestos a darle la credibilidad que ella cree tener, si no que se trata de una mujer acostumbrada a bregar en los bajos fondos de la política. Y es muy complicado derrotar a alguien que conoce perfectamente el funcionamiento de las mafias y la "delincuencia" administrativa. En este sentido se trata de una superviviente, capaz de dar sopas con honda a Rajoy y los suyos. A ella, el escándalo Bárcenas le ha venido mejor que bien: primero, porque sabe que su nombra no está en los papeles de los sobrecogidos y, segundo, porque entiende lo mismo que yo, esto es, que el populismo vende y que hay que aprovechar la ausencia de un líder significativo para erigirse como tal y convertirse en abanderado de una nueva forma de entender la política. Recoge así el guante de los partidos, los movimientos sociales y los ciudadanos ofreciéndose como salvadora e, incluso, insinuando que está lista para abanderar otro partido si hiciera falta. No solo deja con el culo al aire a los suyos, si no que se autoproclama salvadora de la patria y gran aglutinadora de votos.
Ya digo que esta actitud no estaría mal si no viniera de quién viene y no conociéramos tan bien los desmanes y desmadres de la lideresa. Volviendo al principio de este post, siempre se ha dicho que Esperanza Aguirre es una mujer con mucha suerte. Probablemente sea así, pero todos tenemos nuestro cupo de fortuna y, tal vez, a ella se le esté acabando. Muy tontos seríamos en este país si nos dejáramos llevar por sus cantos de sirena y sus ínfulas mesiánicas. Y muy bien harían los todavía suyos, los de su partido, en darle una dosis de su propia medicina y sacar a la luz pública los muchos chanchullos de la ex presidenta de ésta nuestra Comunidad. Imagino que no lo hacen porque el aleteo de la mariposa popular podría producir un tsunami en Génova de insospechadas consecuencias.
Quien tiene tanto que ocultar no puede convocar ruedas de prensa para reivindicar su santidad. La primera vez suena a risa; la segunda a choteo y la tercera nos infla la vena. Como país, nos merecemos algo mucho mejor que esta señora y quienes le hacen la rosca. Ella que siga a lo suyo, cazando fantasmones, que se le da muy bien, y colocando a sus huestes en los puestos más altos de las más elevadas cumbres. A ser posible, allá donde ningún hombre de bien pueda llegar.


miércoles, 6 de febrero de 2013

Persiguiendo Adas

Ayer tuvo lugar la comparecencia de Ada Colau, portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, en la comisión que PP y PSOE crearon para discutir el tema de los desahucios. Ya se sabe que esto de crear comisiones a cascoporro es como lo de convocar reuniones a punta pala: sobre el papel queda divino de la muerte y da como mucha autoridad pero, en la realidad, la mayoría resultan del todo improductivas. Y muuuuuuy aburridas.
No sé si será el caso de la comisión de ayer, pero al menos los que vimos la comparecencia de Ada sacamos una cosa clara: que esta señora tiene un sentido común a prueba de políticos y que dijo, de forma clarita y contundente, lo que a todos se nos ha pasado o se nos está pasando por la cabeza. Si alguien quiere ver su comparecencia entera que hable con el señor Youtube, algo extremadamente recomendable porque su discurso no tuvo desperdicio. Entre otras cosas, vino a explicar que aquello de vivir por encima de nuestras posibilidades era algo que se inventaron los políticos, compinchados con las entidades financieras para justificar sus propias aberraciones; que el sistema hipotecario era una estafa en tanto en cuanto no dejaba claro que quien firmaba la hipoteca se endeudaba de por vida y era conducido directamente a la ruina y la exclusión económica si, por un giro cruel del destino, se veía obligado a dejar de pagar; que los políticos, en su afán de sacar rédito del negocio de la vivienda, se habían pasado por el forro la Constitución española y varios acuerdos internacionales de obligado cumplimiento, etc, etc. Y digo etc porque si me pongo a contar todo lo que soltó Colau con más razón que Punset en una panadería, lo mismo no dejo de escribir hasta dentro de una semana.
Muy segura de sus ideas y sin apenas echar un vistazo al guión que tenía sobre la mesa, a la portavoz no le dolieron prendas a la hora de tachar de criminal al representante del sistema financiero que, al parecer, se presentó en la comisión con el papel de víctima sabiamente aprendido. Tampoco cuando, de forma no literal, llamó sinvergüenzas a la clase política, que consiente estos atentados a la sociedad mientras la culpa del desastre económico y la convierte en obligada pagadora de los robos de los grandes financieros quienes, además, se llevaron premios millonarios tras estafar a los ciudadanos. Se quejó, asimismo, de que el PP no hubiera dado voz en el día de ayer a los jueces, algunos de los cuales se han mostrado extraordinariamente críticos con el tema de los desahucios. Mi teoría es que este gobierno de derechas, enraizado en sus ideas carcamales de los poderes fácticos del cura, el maestro, el médico y el juez, tenía más miedo a lo que este último pudiera argumentar que a las palabras de una catalana protestona a la que se le ha ido de la pinza. Pues la señora de la pinza les ha dejado, literalmente, con el culo al aire.
Tras ver cómo los trabajadores se quedan sin vivienda, un derecho fundamental recogido por la Carta Magna (que, como bien dijo Ada, para algunas cosas es sagrada pero, para otras, papel del water), observar impotentes cómo la desesperación de algunos afectados les lleva hasta el suicidio y contemplar la inoperancia de las dos fueras políticas mayoritarias, la PAH inició el proceso de recogida de firmas para llevar a cabo la ILP (Iniciativa Legislativa Popular), el sistema de democracia participativa que facilita el que un grupo de ciudadanos pueda presentar iniciativas de ley al margen de sus representantes. La ILP de la Plataforma se basa en unos mínimos que, básicamente, se articulan en torno a la dación en pago con carácter retroactivo, una posibilidad aplicada en otros países aunque de formas un tanto sui generis. Ante la presión popular, el PSOE ha permitido que este próximo martes se presente la ILP en el Congreso. En su discurso, Ada vino a decir también que los diputados demostrarían tener una cara muy dura y una desconexión total con aquellos que les han votado si, viendo el sufrimiento de los españoles, son incapaces de poner en marcha la ILP. Tiene razón, pero me juego el zumo del desayuno de mañana (ojalá me equivoque) a que los amigos del PP ya están tergivesándolo todo, haciéndose los ofendidos, diciendo que ellos no se pliegan ante "amenazas" y, hala, a votar en contra como un solo hombre y, además, de forma "justificadísima". Y como estos señores y señoras cuentan con la mayoría absoluta en el Parlamento que nosotros, los sufridores en casa, le hemos dado, amigos, ajo y agua.
Hoy había incluso quien postulaba a Ada Colau for president. Estamos tan necesitados de un líder que lo dé todo por el pueblo y con el pueblo, que cualquier defensor a ultranza de una causa justa (sanidad, educación, vivienda etc) nos parece válido. No digo yo que Ada no reúna méritos para encabezar una opción política decente, pero me temo que ella no está mucho por la labor: una cosa es luchar al lado del pueblo y otra hacerlo frente a él. Ayer, esta mujer nos dio una lección a todos: de firmeza, de dignidad, de valor y de justicia. Ni siquiera se arredró cuando el señor del pelo blanco que tenía a su izquierda, que parecía salido de lo más alto del Bundesbank pero solo ejercía de presidente de la comisión, le regañó por haber llamado criminal al amigo de los niños banqueros. Hombre de Dios, peores insultos y bravuconadas hemos oído en el Parlamento y nadie les ha amenazado a sus señorías con ponerles de cara a la pared. Ya nos gustaría, por ejemplo, que el presidente de la Cámara Baja (o Cámara de las Bajezas) sacara la vara de colegio de posguerra y le propinara una sonora regañina a Andrea Fabra y su "que se jodan", pero ahí la tenemos, tan ancha y tan pancha, ejerciendo de representante honoraria de Pijas sin Fronteras sección chapa y pintura.
Ada Colau ha cobrado un protagonismo inusitado que no va a gustar nada, pero nada, a ciertos políticos y a muchos banqueros. Estoy convencida de que empieza la caza a la mujer. Lástima que la Correcaminos se conoce las calles al dedillo y el Coyote solo los barrios más pudientes y desde el coche oficial. Muchas trampas tendréis que tender si queréis atraparla. Principalmente porque hoy (y mañana, y pasado...) todos somos Ada.


martes, 5 de febrero de 2013

Del amor al odio

Decía este fin de semana Rosa Montero en El País que se puede llegar a amar y odiar a la vez a la misma persona. Estoy de acuerdo. Se puede amar a alguien, odiarlo, o amarlo y odiarlo a la par. De hecho, creo firmemente que esta dualidad sentimental se mantiene y, a lo mejor hasta nos mantiene, a todo lo largo y ancho de nuestra existencia y no hay que sentirse culpable por ello.
En las primeras etapas del enamoramiento súbito, es normal idealizar a la persona amada, hasta el punto de querer ver únicamente lo que deseamos y ensalzar aquellos comportamientos que se encuadran dentro de los requisitos mínimos que exigimos a nuestra otra mitad. Tendemos a crear en nuestra mente una persona que, aun siendo real, adquiere las características de personaje en tanto en cuanto le dotamos de muchas más virtudes que defectos: belleza, generosidad, inteligencia, valentía etc. A medida que la relación evoluciona, determinados actos nos empiezan a dar pistas de que la persona que tenemos a nuestra vera no es un príncipe azul ni una princesa de cuento. Algunos llegarán a pensar "ni falta que le hace" mientras otros se preguntarán si tal vez ese hombre o esa mujer no son realmente como se habían presentado ante nosotros (recordemos que en la labor de conquista todos tendemos a exagerar y potenciar las cualidades que creemos importantes para el otro) si no de alguna otra manera que alcanzamos a intuir pero no a ver. Tampoco es raro: lo mismo nos pasa con nuestros amigos y con gente a la que tenemos un cariño especial.
Pero cuando ese individuo en el que creíamos y al que queríamos comete un acto que le envilece ante nuestros ojos, "asesinando" literalmente una de aquellas características que le hacía especial, surge el drama. Y con él el odio, porque esa especie de aberración fetén y absoluta hacia alguien solo es posible si le has querido antes o si le culpas de haber atacado, de una forma muy vil, a un tercero a quien has amado o amas. Le odiamos porque nos falla, porque destruye esa ensoñación en la que nos habíamos acomodado, porque nos demuestra que estábamos equivocados (o peor: que nuestra intuición era certera) y porque nos vemos reflejados en sus ojos y no nos gusta lo que contemplamos. Nos espanta mirar a esa persona que fuimos, tonta y obnubilada por un espejismo que nunca existió, pero como es tan complicado lanzar los dardos del odio a nuestra propia inconsciencia, los dirigimos directamente hacia el otro, culpable al fin y al cabo de no ser como nosotros creíamos que era.
Y a lo mejor siempre fue tal y como ahora se presenta: una persona en la que jamás repararíamos si las circunstancias no fueran propicias. Creo que, para que el amor surja, se tienen que dar circunstancias temporales y especiales muy determinadas,  y también que, a veces, las mismas coordenadas dan lugar a extraños encuentros y crean extravagantes compañeros de cama que no pronostican un buen final, sea cuando sea que éste se produzca.
Del amor se puede pasar al odio en cuestión casi de minutos, pero es difícil pasar del odio al amor. Resulta muy complicado, tras haber experimentado una decepción profunda, aprender de nuevo a aceptar al otro como es y no como creíamos que era. Y es extremadamente difícil porque el objeto de nuestros pesares no suele hacer mucho por ayudarnos en este complicado proceso de "ir hacia la luz"; suele refugiarse en el "así soy yo, si me quieres bien y si no, peor para ti". Claro que yo te quiero, o te he querido pero, ¿me has querido tú? Porque si has tenido sentimientos hacia mí ¿por qué no me ayudas a conocerte, a recomponer lo roto, a reconocerte en fin? El afrontar junto al herido las desilusiones sembradas, demostrarle en cada detalle que no eres el "vampiro emocional" que asomó los dientes, es la manera más sutil de convencerle de que se puede recuperar el amor y que la virtud de la constancia, la paciencia y el luchar por lo que quieres y por quien quieres nunca se perdieron en el pantano del desamor.
Aun así, sigo pensando que la manera más fácil y menos farragosa de dejar de odiar es optar por el camino de enmedio: la indiferencia. No hace daño a quien la profesa y, además, es la mejor respuesta cuando alguien no muestra el más mínimo deseo de recomponer lo dañado. El único problema radica en que la indiferencia ve la luz tras un larguísimo período de gestación que exige un laborioso y constante trabajo emocional. Quien diga de la noche a la mañana que la persona a la que amó (o el amigo al que tanto apreció) le es ahora indiferente, miente. Mucha gente has de conocer, muchas montañas has de subir y muchas carreteras has de caminar para lograr que alguien que te importó un mundo te importe nada. Lo contrario es mentirse a uno mismo de una manera burda y muy poco inteligente.
Pido mil perdones si me he puesto cursi, ñoña o incluso absurda. Quienes me conocen saben que se me da fatal hablar de amor y que la vida me ha hecho muy descreída. Los desatinos es lo que tienen, que a veces crean monstruos. Eso sí, con mucho corazón.


lunes, 4 de febrero de 2013

Cuéntame un cuento

Había una vez un pequeño país, otrora rico y próspero, que, víctima del mal gobierno y de la despiadada gestión de las autoridades, tornó en lugar pobre, lúgubre y triste. Donde antes había riqueza, bailes y alegría, ahora reinaba la tristeza, la desidia y la miseria.
Aprovechándose de esa desesperanza que había anidado entre la población, un gigante bajó al valle donde se asentaba el pequeño país y, con trucos de magia negra que alimentaron los deseos de venganza, convenció a sus habitantes de que solo él y otros como él podían salvarles de una vida de privaciones y llantos. La población, encantada al principio con ese gigante que tan bien había prometido cuidarles, le regaló lo poco que les quedaba en muestra de aprecio: algunos animales, pieles, monedas... El gigante atesoró aquellos obsequios y decidió que su nueva posición de jerarca merecía celebrarlo con sus amigotes y compartir con ellos, y solo con ellos, las donaciones que percibía de su pueblo estrangulado. De esta forma, el gigante y sus asesores, grandes de tamaño como él, pero pequeños de espíritu y tullidos de moral, se dedicaron a dilapidar lo poco que les quedaba a los ciudadanos. Acostumbrados a las juergas y a los boatos, decidieron ahogar aún más al país para mantener su elevado nivel de vida: pronto subieron los impuestos y, con ello, obligaron al cierre de las fábricas y al despido de muchos trabajadores. Asimismo, redujeron los servicios públicos, con lo que los niños no podían recibir educación ni los enfermos atención médica. Una ola de protestas se extendió por el país, que no entendía la ingratitud y el desprecio de quien había prometido salvarles.
Mientras tanto, el gigante y sus amigos seguían a lo suyo: atrincherados en su fortaleza contemplando sus riquezas, ensañándose con aquellos que osaran contradecirles e intentando hacerles entender a los necios ciudadanos que todo lo que hacían lo hacían por su bien.
En esta clima de desvarío total, surgió una persona, un líder populista que, sin apenas esfuerzo pero con mucho carisma, logró encandilar al pueblo, organizarlo y prometerle el derrocamiento del gigante. A cambio, solo les pidió una pequeña recompensa (sus hijos, sus mujeres, qué más da...), pecata minuta si lo comparamos con todos los beneficos que el país iba a lograr tras la intervención del adalid del Estado de bienestar.
Siguieron días de peleas, batallas y tensiones, pero, al final, el líder populista, arropado por sus seguidores, derrotó al gigante y a las alimañas que le rodeaban, aunque nunca más se supo de las riquezas acumuladas entre las paredes de la hedionda fortaleza.
Lo que el país tardó mucho, mucho tiempo en descubrir es que su líder populista, en realidad, había vencido tras pactar con los gigantes su vuelta a las cavernas. Les prometió que, aun a escondidas, les seguiría alimentando, que crearía fábricas para costear sus caprichos y les proporcionaría hermosas doncellas para satisfacer su lujuria. Que podrían extender sus tentáculos por la administración y que, cada cuatro años, les despertaría para que volvieran a darse un paseo por el país y así recordar a los súbditos que debían dar gracias al cielo por tener un líder populista y carismático, tan líder,tan populista y tan carismático.
Y así, todos fueron felices, unos en su ignorancia y otros en su opulencia. Eso sí, solo los mismos de siempre consiguieron seguir comiendo perdices.
Fin.


domingo, 3 de febrero de 2013

La tonta del bote

Algunas abuelas se empeñaban en decir a sus nietas que deberían hacerse las tontas si querían "pillar" un buen partido. No se referían a un tipo inteligente, sino a un señor de ésos "con posibles", que te solucionara la vida mientras tú te tumbabas a la bartola a ver los días pasar.
Por suerte o por desgracia, mi abuela no era así y jamás defendió la tontería en perjuicio de otras facetas del carácter humano. De hecho, a mí me educaron para intentar ser una persona independiente, que valorara a la gente por lo que era y no por lo que tenía. Como resultado, siempre he primado más los sentimientos y las sensaciones que una persona me produce que sus posesiones o el puesto que ocupa en la escala de la vida; tal vez por ello me he llevado tantos palos. A lo mejor debería haber actuado con más cabeza y menos corazón.
Creo firmemente en que detrás de un gran hombre hay una mujer superlativa y que existen personas que, mientras están a nuestro lado nos hacen, ya no grandes sino inmensos (un inciso: apuesto a que todos conocemos a gente en apariencia estupenda que, tras dejar la relación que mantenía con alguien de infinitos valores y estupendo sentido común, han perdido el norte, tomando decisiones desastrosas y hundiéndose en la mediocridad). Pero la realidad se empeña en demostrarme, una y otra vez, que más me valía haber nacido rubia natural (con perdón) y no morena de la copla.
Sin ir más lejos, en el negro panorama español, destacan dos testas femeninas que, utilizando el truco de hacerse las muy tontas, están consiguiendo ser las más listas. Por un lado, nuestra nunca lo suficientemente admirada Infanta Cristina que ni aún firmando documentos y ocupando cargos en las empresas defraudadoras de su consorte, ha sido imputada en la causa que contra él se sigue. Es más, se ha llamado a declarar hasta al sobrino del sospechoso por llevar no sé qué sobres, pero a Cristina ni siquiera se le ha preguntado la hora. La estrategia es clara: ella no sabía, oiga. Tanto tiempo pensando que la tonta era Elena y ahora resulta que es su hermana a la que le falta un hervor. Personalmente, si mi pareja llega un día a casa y me propone que nos compremos un palacete de siete millones de euros en la zona más noble de la ciudad, como poco, hurgo entre sus cosas a ver si tiene montado un laboratorio de "drogaína" entre la impresora y la estantería de los cómics. Pero a Cristina aquello debió de saberle a gloria bendita; lógicamente, quien está acostumbrada a vivir en un palacio no cree merecer menos. Da igual que luego nos hayamos enterado de que el rey, la reina, los hermanos, el secretario y hasta el señor que limpia el yate de Su Majestad, sabían que el-que-va-empalmado traficaba con los dineros de todos. Ella, que duerme con él y disfruta de sus empalmes, no hacía preguntas y solo firmaba. ¿Por qué? Porque es tonta.
Como tonta es la ministra de Sanidad (?), Ana Mato. Bueno, en realidad, esto ya lo sabíamos. Basta con oír algunos de sus discursos para entender que esta mujer, si acaso, lograría un aprobado raspado en un test de inteligencia. Ahora parece que, además, va de borderline. Después de que su nombre saliera en una lista de adjudicatarios de regalos dentro de esa operación Gürtel que está sacando a la luz los pagos en negro al PP, la señora Mato dice que no, que era su ex marido el que trapicheaba con todo. Ya, por eso aparece bien clarito el nombre de Ana Mato detrás de lo facturado en calidad de confeti (¿de verdad alguien puede gastar 4.600 euros en confeti? ¿De qué está hecho, de cristales Swarovski?), payasos (no, no se refiere a Mariano Rajoy ni a su comité ejecutivo), o, incluso, una comunión. Según cuenta la ministra, en su casa el que manejaba los dineros era su ex marido, que entonces ejercía de alcalde, y, claro, ella no se preguntaba de dónde sacaba para tanto como destacaba o por qué en su casa había tantos payasos. Pero lo más sangrante de todo es que Mariano, enquistado en el "es falso", ha dicho durante esa reunión de ayer que parece una escenificación de la última cena, que la cree (ya lo proclamó en su día de Bárcenas el traidor) aun teniendo en cuenta que se trata de uno de los miembros más inoperantes del Gobierno, con permiso de la ministra de (des)empleo Fátima Báñez, que no ha trabajado para una empresa en su vida.
Estas dos tontas no solo se han llevado el bote, sino que encima se están yendo de rositas tras hacerle un elegante corte de mangas a la justicia. Lo cual viene a demostrar otra cosa: si eres hombre, elige una mujer inteligente. Al menos tienes muchas posibilidades de que te convierta en alguien admirable y no en un vulgar ratero que, además, se vea obligado a sacar la cara por ellas. Claro, como las pobres son tontas...


sábado, 2 de febrero de 2013

Errores periodísticos

Estos días, los medios se han hecho eco de la muerte de una bebé de 13 meses en Almería. Según apuntaban, el culpable era el hombre que en ese momento la estaba cuidando, un tío materno de la niña. En aquellos primeros instantes, saltaron todas las alarmas: hombre veinteañero (¡y además rumano!) a cargo de una niña pequeña solo puede dar como resultado un asesinato brutal. Siguiendo esta línea de reflexión, podrida desde el inicio, algunos medios llegaron a señalar que la muerte había sido producto ya no de una violencia sexual, sino de un bestialismo sin precedentes.
Ayer por la tarde, sin embargo, y tras haberse realizado la autopsia, resulta que no había habido agresión sexual. Es cierto que el cuerpo de la niña presentaba hematomas y algún golpe (de ahí que su cuidador esté ahora en libertad con cargos a la espera de los resultados de la investigación), pero el demonio sádico que había despertado unas horas antes resultaba, a lo mejor, no ser tal. A estas horas, todavía no he encontrado un medio que haya entonado el mea culpa por haber barruntado lo peor y hacernos creer a la opinión pública que el sadismo sexual es la madre de todas las historias.
No se trata del único caso que me viene a la mente. En 2009, murió una niña en Tenerife cuando estaba a cargo del novio de su madre. En primera instancia, tanto los médicos, como la policía y, por supuesto, la prensa, a la que estas historias le gustan más que comer con los dedos, señalaron que el padrastro habría golpeado, vejado y violado a la criatura hasta matarla. La noticia se acompañaba con la foto del interfecto, mirando como de lado y con gesto serio, en lo que parecía el retrato robot de un asesino múltiple. Para mayor trifulca mediática, la madre de la niña se puso de parte del supuesto agresor, lo que nos llevó a pensar que aquello era una historia de enajenación mental y sadomasoquismo en el seno familiar.
Nuevamente, la autopsia nos dejó con el culo al aire: no había habido violación alguna, las lesiones que presentaba el cuerpo eran producto de los intentos por reanimar a la fallecida y las quemaduras que habían percibido los médicos a primera vista (menudos linces) eran, en realidad, excoriaciones causadas por una alergia. Tras acaparar portadas, las disculpas de algunos medios se resumieron en dos líneas mal contadas.
No me quiero imaginar por lo que habrán pasado tanto ese hombre como la madre de la niña, acusada de cómplice necesario. El padrastro, que la había cuidado y querido desde siempre como una hija, además de tener que presenciar cómo la niña se cae del columpio cuando él está con ella y muere (el cargo de conciencia tiene que ser insoportable), se ve obligado a observar su rostro en todos los medios del país acusado de los crímenes más abyectos. Para demandar y no parar hasta la jubilación de Gallardón. Por lo menos.
Con la inmediatez de las redes sociales e internet, el rigor periodístico se ha ido por las cloacas. Lo importante es dar la noticia antes que nadie y, lógicamente, la investigación previa se reduce a la mínima expresión, en ocasiones únicamente a buscar las coordenadas geográficas y poco más. Vivimos en tiempos donde el rumor se da por cierto y a lo que es verdad se le ignora cuando la realidad no es merecedora de un titular de altura. Y si no, remitámonos a la matanza en el colegio norteamericano de Newtown, cuando, en un primer momento, obsesionados por ponerle cara al culpable, los medios rastrearon las redes sociales encontrando un perfil de Facebook que resultó ser el del hermano del asesino. Dio igual: lo importante era ponerle nombre y cara al autor de la matanza. Y por mucho que el falso acusado protestó y se desgañitó online proclamando su inocencia, no se pudo librar de verse a sí mismo en los noticieros esposado e introducido en un coche policial. Nadie le creyó porque nadie quería creerle. Es más fácil confiar en Twitter que en las personas.
Todos somos lo suficientemente inteligentes como para dar credibilidad a los testimonios dependiendo de donde vengan. Pero también tenemos que pensar qué tipo de sociedad viciada nos lleva a conclusiones del todo fuera de lugar, sin margen alguno para detenernos a reflexionar que las cosas pueden no ser tal y como nos la cuentan. En el caso de las niñas, los primeros que pusieron el grito en el cielo fueron los médicos. Pasmada me quedo. No entiendo muy bien el protocolo de las urgencias hospitalarias que, cuando un menor llega con una lesión física, si ya sabe hablar le someten a un interrogatorio en el que los adultos no pueden decir ni mu; todo con el fin de averiguar si el esguince se lo ha hecho jugando o al fútbol o se lo ha causado su padre arreándole con una barra de hierro. Partimos de la base de que todos somos culpables si no se demuestra lo contrario, algo que carece de toda justificación ética. Primero sospechamos y, luego, si eso, pedimos perdón. O no.
Esta sociedad debe de tener una muy mala conciencia de serie cuando ha hecho del "piensa mal y acertarás" un leit motiv. Nos resulta mucho más sencillo y efectivo hacernos eco de lo malo (agrandándolo hasta lo dantesco) que de lo bueno. Eso sí, si se demuestra que estamos equivocados, ¿para qué disculparnos? Ya nadie puede volver atrás, ergo que cada palo aguante su vela. Es tan fácil destruir una vida... Y sin embargo, estoy segura que nada bueno se construye sobre el dolor y el sufrimiento de otra persona que no ha hecho nada por merecerlo. Ojalá todos fuéramos un poco más conscientes de ello, de forma pública, pero también privada.



viernes, 1 de febrero de 2013

Acto de fe

Casi al tiempo que el caso Bárcenas estallaba en los morros de los dirigentes del PP por obra y gracia de los documentos manuscritos publicados en El País, el partido de derechas y la, presuponemos, primera formación de la oposición sellaban un pacto. Ya lo habían hecho antes, con motivo de esa triste historia de los desahuicios y, como es obvio que la cosa les ha ido tan bien que en este país ya estamos hipermineralizados e hipervitaminados amén de superfelices (nótese la ironía, por favor), repitieron jugada firmando un documento para arreglar ese acoso a la población que se esconde bajo el nombre de participaciones preferentes. No sé si lo firmaron mientras estaban jugando al Apalabrados o al Bingo, pero lo cierto es que el efecto en la opinión pública ha sido el mismo: dos colegas de fechorías, después de consentir el robo y repartirse el botín, se reúnen para llegar a un pacto de no agresión e intentar devolver lo mínimo posible de lo trincado. Y después, cada uno a sus sobres.
Esta entente cordiale que se traen el PP y el PSOE lo único que consigue es marear la perdiz, ningunear al ciudadano y hacernos creer que de verdad vigilan por nuestras cosas, cuando, en realidad, si uno lee atentamente el acuerdo sobre los desahucios y a su primo hermano, el de las preferentes, verá que son dos documentos cargados de buenas intenciones pero sin voluntad alguna de acometer ningún tipo de acción tajante que restituya lo endeudado y corrija un proceso bancario viciado de origen. Se necesitaría una negociación muy profunda y un deseo intrínseco de enmendar los errores para acabar con esta tortura. Además, claro, de una mala conciencia que ambos partidos parecen no tener.
Tanto unos como otros dan por supuesto que todos debemos de creer en ellos y en su labor jurada de representarnos con honradez. Sinceramente, cuando algún político (léase Zaplana) admite sin sonrojo que está en el Congreso para forrarse y cuando la contabilidad en B del PP arroja bochornosas cantidades a nombre de quienes nos piden devoción absoluta a cambio de nada, da ganas de meterles los sobres, las contabilidades y los acuerdos por donde amargan los pepinos, o sea, lo que viene siendo el ojete.
Y lo peor es que aquí todos tienen mucho que callar (o que confesar, según se mire), independientemente de la ideología de las partes contratantes. Recordemos, por ejemplo, que la construcción comenzó a medrar en la era Aznar y se desmadró con Zapatero. Ambos partidos, por tanto, jugaron al juego que más les convenía, el de poner el cazo y bailarles el agua a constructoras, bancos y grandes compañías. Por tanto, este pacto de los desahucios y de las preferentes, que en un país "normal" debería hacer pupa al sistema bancario, se convierte en un mal chiste, en una burla indecente para sortear las quejas de los afectados mientras quienes las perpetran se ríen del espectáculo yéndose de cacería (esos cotos de caza que quiere crear Cospedal claman al cielo) o jugando al golf. Porque al golfo, todos ganan.
Lo que está ocurriendo ahora en España la hace indigna de considerarse uno de los países del llamado Primer Mundo. Nuestro nivel de corrupción política y económica nos sitúa al nivel de Botsuana, una nación que no se caracteriza precisamente por su transparencia y buen gobierno. El español, de natural amante de la trampa y admirador del trilero, asume como suyo aquello de tonto el último pero, claro, una cosa es hacerlo él mismo y otra verlo y, además, sufrirlo. Me acongoja, sobre todo, que ya que tenemos claro que la gran mayoría de los partidos han chanchulleado, han defraudado y han recurrido a la financiación ilegal, todos, absolutamente todos nuestros representantes más granados sigan afanados al poder cual garrapatas. Dicen que no tenemos pruebas de su culpabilidad; tampoco nos han demostrado su inocencia. Es más, nos insisten en que debemos creerles, lo cual me parece un acto de fe propio de una generosidad superlativa y del todo inmerecida.
Ya he dicho mil veces que tener fe es un chollo. Yo no la tengo y, a lo largo de mi vida y por diferentes razones, la he perdido en muchas personas a las que conocía y quería. Ahora, unos señores que me han robado, estafado y seguramente condenado a vivir a remolque de sus sueños de grandeza, me piden que tenga fe en ellos; que crea en sus buenas intenciones y en sus bonitas palabras. Con todo mi respeto, váyanse ustedes a la mierda.