jueves, 30 de mayo de 2013

Bienaventurado el bienestar

Los disturbios del otro día en Estocolmo han reavivado el debate acerca de si la plácida sociedad sueca es tan bella y tolerante como se presenta de cara al exterior, o un polvorín que puede estallarles en la cara de los escandinavos a poco que la miren a los ojos.
Por mucho que nos hayan vendido una hermosa e idílica postal de los países nórdicos, con un envidiable nivel de vida, unos paisajes de cuento y una base social bien avenida, la realidad supera la ficción. Y, al parecer, por el lado en el que no debe. De hecho, ya veníamos recibiendo avisos de que la película no era tal y como el guión exigía.
Con Suecia nos pasa como con algunas personas: de tanto decir yo soy generoso, inteligente y atractivo, acabas pensando aquello de "dime de qué presumes y te diré de qué careces" o, lo que es lo mismo, que en realidad es un tacaño, medio bobo y tirando a feote. Suecia en general, y los suecos en particular, se han creado una imagen muy conveniente, de adalides del estado de bienestar que, mire usted por dónde, se les ha vuelto en su contra. Y es que igual que a nosotros lo suyo nos parece el no va más, otras gentes pensaron lo mismo y, deseosas de huir de un entorno para nada idílico, recorrieron miles de kilómetros hasta recalar en las tierras frías del norte y reinvindicar su parte de paraíso escandinavo que les habían vendido. Ante desembarcos no previstos, a los habitantes genuinos de aquellas tierras se les quedó la misma cara que a Mourinho contemplando las gradas del Bernbéu, es decir, de qué he hecho yo para merecer esto. Ni las instituciones, ni tal vez el carácter sueco, estaban concienciados para aceptar y asimilar este advenimiento desde tierras lejanas, despertando miedos mal disimulados y formulando preguntas sin respuestas.
Porque una cosa es recibir con los brazos abiertos y los gestos gozosos al turisteo con divisas frescas, y otra muy distinta plantearse qué hacer con aquellos que vienen a intentar reconstruir su vida y a quienes la administración se ve obligada a dar amparo y cobijo. Hace cuatro años, los disturbios de Malmö ya nos hicieron intuir que el cuadro sueco no se dibujaba precisamente en tono pastel. Y no es porque no nos lo hubieran avisado: yo misma, que sé poco o nada de la realidad de los habitantes del norte europeo pero me he leído los libros de Henning Mankell, me he dado cuenta, gracias a las historias del inspector Wallander, que los suecos no saben muy bien qué actitud tomar con la población inmigrante, salvo acentuar las diferencias consintiendo la existencia de los barrios marginales e, incluso, la no escolarización de niños y jóvenes. Puede que los libros de Mankell sean ficción, pero la realidad que leemos en los periódicos no dista mucho de la visión del escritor, en tanto en cuanto se calcula que hay un 40% de jóvenes inmigrantes, de entre 20 y 25 años, que no estudia ni trabaja ni tiene perspectivas de hacerlo. Lógicamente, entre la desidia de unos y la pasividad y el empeño de los de enfrente en no querer ver, el polvorín se puede incendiar con cualquier escupitajo mal dado.
Se quejan los inmigrantes de que se sienten perseguidos y asediados por la policía, víctimas de la desconfianza de los suecos y blanco fácil de las humillaciones de unos y de otros. A ello hay que sumarle la política de recortes sociales llevada a cabo por el gobierno y su insistencia en cargar la reducción del gasto público sobre los hombros de aquellos que más necesitan ayuda. El cabreo y la indignación están servidos.
No obstante, es curioso el empeño que ha puesto Suecia en enmascarar su realidad: si cada vez que hay disturbios y quemas de coches, al Estado del Bienestar se le muere un lindo gatito, cuando una mujer es asesinada a manos de su pareja, a la nación que encabeza la lista de países paradigmas de la igualdad de género se le descoyunta un fiordo (con permiso de los noruegos). Y es que por mucho que sigamos pensando que el problema de la violencia doméstica es endémico de los hogares más pobres y, por ende, del sur de Europa, tan viscerales siempre, lo cierto es que las estadísticas no mienten, y en el país escandinavo se calcula que, al menos cada tres semanas, una mujer muere a manos de un hombre. En total, hay unos 35.000 casos de violencia en general a lo largo del año, incluida aquella que se ejerce contra niños (sí, también contra ellos). Y todo en un país de unos 9 millones y medio de habitantes aproximadamente. Que alguien se tome la molestia de hallar los porcentajes y los compare con España o Italia, por poner un ejemplo.
Está claro que ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos, pero ese empeño nórdico en negar siempre que tienen problemas y mirar para otro lado se está convirtiendo en un peligro para ellos mismos, su estabilidad interna y su credibilidad exterior. Claro que, mientras todos continuemos pensando que Suecia es el país de las mujeres despampanantes, con la sonrisa puesta y el calzón quitado, de Pipi Calzaslargas y de unos señores rubios que escriben novela negra que es un primor, la cosa va bien. Si ese más de medio millón de habitantes díscolos procedentes, entre otros, del Irán de los ayatolas o de la desintegración de la antigua Yugoslavia no les importa a ellos, a nosotros menos.
Faltaría plus.



martes, 28 de mayo de 2013

El lenguaje de las flores

Polanski dio la campanada en el pasado festival de Cannes. No porque su nueva película les haya sabido a gloria a crítica y público, sino por sus declaraciones, que se han ganado varios titulares en la prensa seria. El director empleó su verbo florido para soltar prendas como ésa de que la píldora masculiniza a la mujer (?) o aquella otra que señala que, en estos tiempos que corren, no le puedes enviar flores a una mujer porque lo mismo te denuncia por abuso sexual.
Puede que al señor Polanski no se le de muy bien hurgar en según qué jardines. Lo digo porque con sus antecedentes, aquella vieja condena por violación a una menor de edad, resulta a priori complicado que te tomen por un caballero a la antigua. Más aún cuando tú mismo te encargas de reverdecer viejos laureles en muchas de las entrevistas que te hacen. Vale que en la época de autos el director estaba más colgado que el pato Donald puesto de jarabe para la tos, pero los hechos ahí están y no creo que este hombre sea el más indicado para dar lecciones sobre lo que es o no es acoso sexual. Obviamente, todos podemos cambiar, pero comentarios como éstos no hacen mucho por el cambio a secas y sí por el cambio y corto en general.
Sin embargo, estoy convencida de que Polanski no es el único al que se le obnubila el raciocinio cuando tiene que teorizar sobre las artes de seducción. Y es que los límites entre el galanteo y el abuso ya no consisten tanto en una cuestión de ley como del entendimiento de los actores que protagonizan la escena. Quiero decir que alguien puede armar un cortejo amable y, sin embargo, el receptor de sus requiebros tomárselo como una grave ofensa o al revés. O en diagonal. O de atrás para delante... En fin, que se puede entender de mil formas diferentes.
Cuando yo era pequeña y vivía al lado de un cuartel de la Marina, me veía obligada a aguantar cada día un montón de sandeces al ir y a volver del colegio. Si eso llegara a pasarme hoy, a lo mejor mis padres estarían paseando mi caso por los juzgados. Pero entonces era normal, porque la agresividad verbal de un hombre a una mujer o niña, aunque sus palabras fueran de claro y grosero contenido sexual, no estaba mal vista: de hecho, se toleraba y hasta se suponía. El macho, en realidad, solo estaba ejerciendo su condición de tal y dando rienda suelta al subidón hormonal de turno. Si una debía alegrarse de la que miraran, ya no digamos de que le hablaran. ¡Viva la vida!
Sin embargo, ni entonces ni ahora aquello me parecía medio normal. De hecho, a mí no se me hubiera ocurrido hacer el mínimo comentario de sus atributos masculinos mientras ellos se consideraban en todo el derecho de componer odas sobre cualquier parte de mi cuerpo.
Afortunadamente, hoy en día, las mujeres tenemos instrumentos para quejarnos ante discursos vejatorios. No quiero decir piropos ni halagos, porque no creo que haya legislador alguno en el mundo que se conmueva por las quejas de una fémina a la que se le ha llamado "guapa". No obstante, poner los límites entre lo que es acoso y lo que no, a veces es algo absolutamente subjetivo y obliga a los espectadores a meterse en la piel de ofensor y ofendido para averiguar si de verdad el tema tiene tela o solo algodón del todo a cien.
Muchas de nuestras abuelas, o sus amigas o conocidas, vivieron una vida de pena en tanto en cuanto los casos de violencia sexual se sufrían dentro de las cuatro paredes del hogar y jamás salían de allí. Exponerlas en público hubiera ocasionado una enorme vergüenza a la familia en general y a la mujer en particular, ya que se sobreentendía que "esas cosas pasan". En innumerables ocasiones, la sufridora a domicilio no contaba con la complicidad de su círculo sino con el reproche mudo de "algo habrás hecho". E imagino que no serían pocas las veces en que la afectada se veía obligada a recurrir a su cura confesor en busca de consuelo. Y ya sabemos cómo se las gastaba la Santa Iglesia católica en estos menesteres con el manido discurso de que hay que servir al marido hasta que la muerte os separe y aquí paz y después palos. Con la mano abierta, que duelen más y te llevan directita hacia el cielo, donde podrás seguir cosiendo, cocinando y planchando durante toda la eternidad.
Hoy la violencia doméstica ha dejado de ser un estigma, pero es cierto que, en contadas ocasiones (que espero y deseo sean las mínimas) también se ha empleado como un recurso extremo de venganza. Ahí es donde quienes rodean a la víctima y quienes legislan tienen que valorar la situación: observando las reacciones, la salud mental y física de la afectada o el afectado, siguiendo su modo de comportarse y, sobre todo, escuchando sus gritos de auxilio aunque éstos nunca lleguen a pronunciarse.
De todas formas, y para no meterme en berenjenales de los que seguramente no podré salir, insisto en que enviarle flores a una mujer no tiene nada que ver con el acoso y que pensar de otra manera indica estar en posesión de una mente, como poco, complicadita, amén de constituir una burda manera de despreciar un problema que tampoco es fútil. Lógicamente, si el remitente tiene una orden de alejamiento son palabras mayores, pero el único problema que puede causar el recibir un ramo que no obedezca a un detalle de mera cortesía es cierta vergüenza del receptor, en tanto en cuanto muchas veces queda expuesta al público una situación íntima y, sin embargo, gozosa. Aun así, debe ser tomado como lo que es: un regalo y una muestra de atención que a todas las mujeres nos gusta, aunque algunas ya casi ni nos acordemos de la última vez que alguien nos habló con flores. En el fondo, hasta yo tengo mi lado superñoño. Que no se entere nadie. Sobre todo, Polanski.


lunes, 27 de mayo de 2013

A Dios rogando

Estos días he estado en Córdoba y, cómo no podía ser menos, me tocó visita rigurosa a la Mezquita. Una de las más hermosas construcciones árabes en España que resulta que ya no se llama oficialmente mezquita, sino Sana Iglesia Catedral de Córdoba. Aunque entre el "populacho" siga imponiéndose el nombre árabe, el que consta en el registro es el sobrenombre católico, para mayor gloria y boato de la curia apostólica y románica.
Y esto es así porque en el años 2006, gracias a una normativa del gobierno de Aznar según la cual la iglesia católica puede registrar como suyas propiedades que no pertenecen nominativamente a nadie, el obispado de la ciudad andaluza se quedó con la obra cumbre de la ciudad por un módico precio de 30 euretes, lo que costó el papeleo del registro. Así, con dos ostias. Es más, los 8 eurazos que te cobran por darte un garbeo van destinados, según todos los indicios, a nutrir las arcas de la iglesia española, imagino que con el objetivo último de dar lustre y esplendor a ese voto de pobreza del que tanto alardea pero que tan poco predica. Eso sí, si a la Mezquita le salen goteras, no van a ser los sacerdotes quienes se arremanguen las faldas y se pongan a instalar pladur con martillo, aunque sin hoz: será el erario público, a través de la Junta de Andalucía, quien se ocupe de cualquier reforma o mantenimiento de la edificación, es decir, lo que venimos siendo todos. Mientras tanto, la muy católica Iglesia a disfrutar de las vistas y a poner el cazo, que para eso son los elegidos de Dios.
Ahora que Aznar amenaza con volver, una no puede menos que recordar insignes logros de su época de mandatario como ésta, en la que la que se le permitió a la comunidad eclesiástica rebuscar entre los inmuebles, encontrar cualquier patrimonio de la humanidad e inscribirlo en el registro sin que el funcionario pudiera decir ni Pamplona. Aun más: el gobierno de Aznar les concedió a los obispos el privilegio de no hacer públicas las adquisiciones, así que si en un par de años nadie las reclama (evidentemente no tenemos por qué saber que alguien ha metido su santa mano en lo que es de todos), la Iglesia se las lleva de rositas para sacar pingües beneficios de las mismas. Esto es lo que vendríamos a llamar "un regalo del cielo".
Supongo que el mercadeo entre el PP y el gobierno conservador español ha sido, no solo impropio, sino incluso diría yo que ilícito, porque, en caso contrario, no entiendo cómo unos señores de negro por fuera tienen tan cogidos de los huevos a otros señores negros por dentro. Porque si el tema éste de la Iglesia y los inmuebles, del que casi todas las formaciones políticas prefieren no hablar, huele a podrido,  más deprimente resulta que en pleno siglo XXI todavía estemos pagando los favores recibidos y debamos plegarnos a absurdas leyes educativas que establecen la religión como materia puntuable en la escuela pública y laica o a normas tan retrógradas como la futura ley del aborto que prepara Gallardón, cuya relación con la Conferencia Episcopal debe de ser complicada tirando a tétrica.
Volvemos a los tiempos de Cine de Barrio, con películas en blanco y negro, toros los domingos y novios cogidos de la mano, no vayamos a agarrar lo que viene siendo una teta y tengamos que ir a Londres a recuperar la honra mancillada. Y lo más curioso es que todo este regreso al pasado está orquestado por dos señores que en su tiempo fueron casi progres. Juro por lo más sagrado (la catedral de Córdoba) que he leído cosas del ahora ministro de Educación Wert antes de que ocupara el cargo que le ocupa y resultaba sensato, inteligente y hasta irónico. De Gallardón no he leído nada, pero no se me ha olvidado que, para muchos, era el bastión más a la izquierda del PP. Sí, ese mismo individuo que ahora va por la vida de irracional y misógino.
Pero se ve que los dirigentes de esta nuestra Iglesia tienen el poder de convertir en carca todo lo que tocan, y a estos dos individuos les tienen que haber tocado mucho. Aunque no solo a ellos, porque la vieja reivindicación de los partidos de izquierda de la separación de facto entre Iglesia y Estado nunca ha acabado por producirse y ahí siguen los dos, unidos frente a la corrupción y retroalimentándose de un chantaje que el resto de mortales nunca llegaremos a entender del todo. Casi mejor así.
Recuerdo que la primera vez que estuve en la catedral de México me contaron la historia de la bella pirámide india contruida justo debajo y como, a determinada hora, un rayo de sol se cuela y apunta directamente a la cúspide de la joya azteca. Me pareció una bonita venganza. Luego me enteré de que no hay tal pirámide, sino un espacio dedicado al juego de pelota y una ciudad enterrada, por lo que los constructores de la catedral no es que fueran a fastidiar, sino que se pusieron a levantar muros en la parte más llana porque les resultaba más fácil. Aun así, las leyendas son las leyendas, y a mi, las que insisten en castigar a los que se quedan con lo que no es suyo, me parecen de lo más entrañables.
Ni la educación, ni la dignidad de las mujeres ni parte de nuestro patrimonio cultural, herencia de los pueblos que nos han hecho lo que somos, pertenece a la Iglesia católica, por mucho que deseen apropiarse de ello y robarnos la integridad. Aunque seguro que eso al papa Francisco, tan  humilde él, ni le va ni le viene. A nosotros tampoco nos viene, pero seguro que se nos seguirá yendo.


domingo, 26 de mayo de 2013

Solo para hombres

Tenía curiosidad por saber de qué iba ese falso reality que deja a un pueblo sin mujeres durante una semana, azuzando a los very machos para que saquen su lado femenino y se las apañen solos.
Por si alguien está (o estaba) en la inopia como yo, el invento consiste en que un pueblo en mitad de la nada en Carolina del Sur, lleno de casitas blancas tipo picket fences, mete a todas sus mujeres mayores de 18 años en un tren y las factura hacia un resort mientras sus aguerridos consortes se quedan a cargo de niños, hogares y negocios.
El truco está en que se trata de un lugar en el que ellos hacen cosas "de hombres" y ellas "de mujeres", salvo las divorciadas, que llevan una vida de pena intentando sacar a flote negocios de dudosa viabilidad. Lógicamente, aquí los varones poco saben de preparar comidas y cuidar churumbeles, tareas a las que no han mirado ni de reojo no vaya a ser que se les pegara algo. Como también resulta obvio, los primeros días son un remix de desorden a tutiplén, mocos colgando, niños maleducados tocando bastante las narices y adolescentes malcriados haciendo el vago. También hay algún muchachote veintañero con ganas manifiestas de frotarse con cada farola que se encuentre, pero esto solo parece anecdótico. Tal vez lo más peculiar es que una suegra, antes de partir, le encarga a su yerno que organice un concurso de belleza para las niñas del pueblo, que ya se sabe que en la América profunda se estila mucho esto de vestir a las más pequeñas como cabareteras. Y ahí el hombre fibrila un montón y no duda en pedir ayuda a sus colegas, que afrontan la tarea como si tuvieran que defender a su país de una invasión alienígena con la única ayuda de un cucurucho de helado y papel higiénico.
Y me van a perdonar los creadores de este reality más falso que un billete de dos euros, pero ahí lo dejé porque ni me interesaban nada ellos ni mucho menos ellas, sus usos y costumbres. Tal vez la que más, una niña de 14 años, obligada a llevar las riendas del restaurante/floristería (?) de su madre, tarea que afronta con un gran sentido común y envidiable responsabilidad. Ya me gustaría ver al tipo del concurso de belleza poniendo orden en un recinto ocupado por trabajadores de color, de dos metros de ancho por dos de alto, sin levantar la voz ni perder el oremus.
Y hablando de razas, tal vez ese tema fue el que más me llamó la atención, siempre y cuando ellos ven normal algo que yo considero una extravagancia de las grandes: antes de partir, todos se encomendaron a Dios para afrontar la difícil tarea semanal. Como es pertinente, se fueron a la iglesia, pero no juntos, sino a una iglesia de blancos los muy blancos y a una iglesia de negros la gente de color, donde cantaban godspell y bailaban mientras alababan al señor. No hubo mezclas de colores, de ritmos ni de sermones, tanto más cuando quien oficiaba la misa "blanca" era un sacerdote bien plantado, preocupado por que sus feligresas no pecaran y sus feligreses dieran la talla, y en la otra, la que dirigía la ceremonia y bailaba que era un primor era una mujer, encantada de tomarse unas vacaciones.
Imagino que esto es normal en EE.UU, pero a mí, que en un pueblo de ninguna parte continúe existiendo tal segregación (que más de culto acaba siendo de raza) me da para otro reality, aún más si tenemos en cuenta que la población negra es la que se encarga de hacer los trabajos de menor categoría en el sector servicios. Lo que me gustaría ver de verdad es qué ocurriría, no cuando las mujeres se van, que me la trae al pairo, sino cuando al pueblo se le priva de su población de color. No me imagino cómo actuaría el del concursos de belleza si le obligan a preparar un arroz jamalaya y luego le incitan a lavar la vajilla de 20 trabajadores del metal. Lo mismo llama a las Fuerzas Especiales o algo.
Pero, puestos a pedir, también desearía que nos traspasaran el reality, aunque fuera falso, y nos dejaran a nosotros sin alguna que otra mujer. Por ejemplo, Esperanza Aguirre, empeñada ahora en que los que no somos fans de los toros ("una fiesta que ha unido a España desde siempre") es porque no queremos ser españoles. En su intento por lanzar un petardazo a la línea de flotación de los catalanes, que han prohibido las corridas de toros en su territorio, nos ha sacudido a todos, o al menos a los que la supuesta fiesta nacional ni nos va ni nos viene. Como ya he dicho alguna vez, en mi caso, las corridas de astados me aburren soberanamente, pero también es cierto que, quizás por haber nacido en una comunidad autónoma distinta a la suya, la idea folclórica de España que maneja la señora Aguirre no se corresponde en absoluto con la mía. De hecho, la suya me parece tan cutre y antigua que me da repelús. Tanto, que considero un elogio que diga semejante estupidez: sí, es cierto, a los que no nos gusta la feria tampoco es que nos encante la España de Esperanza Aguirre. A mucha honra, señora.
Y ya que he cogido carrerilla, me encantaría que los valencianos facturaran en el AVE rumbo a ninguna parte a Rita Barberá, la alcaldesa de rojo, que se va a presentar una vez más al cargo diciendo que, además, seguro que ganará. No lo dudo. Como tampoco que Feijóo vencerá en Galicia y que, probablemente, el PP hará lo propio en Madrid o, por lo menos, no dejará que otros lo hagan con mayoría absoluta, con el consiguiente peligro de repetir el tamayazo. Valencia debería darle una lección a esa señora, que ha puesto todas sus ganas en convertirla en un nido de corrupción y un ejemplo de ayuntamiento endeudado hasta el entrecejo. Pero, bueno, está claro que la Rita que tanto ama a sus conciudadanos está entregada a la sacrosanta misión de arrojarlos al abismo, convertirlos en mártires para después transformarlos en santos. Todo sea que se dejen...


sábado, 25 de mayo de 2013

Volver

Estos días he estado tan ausente como presente José María Aznar. También he ejercido de fantasma de las Navidades pasadas (quien me conoce sabe por qué), una actividad curiosa y que, al final, pone muchas cosas en su lugar. Pero eso es otra historia.
Debido a mi no presencia, tampoco he visto la entrevista televisiva al ex presidente. Algo meditado y buscado, porque Aznar es un personaje que, directamente, me produce escalofríos. Tampoco es que esté yo para sufrir cambios bruscos de temperatura ni contemplar absorta entrevistas que dan mucho miedo y más pavor.
Sin embargo, sí he leído los reportes en prensa, tanto de medios del grupo Prisa como "de la acera de enfrente", lo que me ha llevado a hacerme mi propia composición de lugar de lo que este señor ha soltado por esa boca. Palabras a las que, por cierto, les hemos dado mucha más importancia de la que se les debería suponer, como si no tuviéramos acontecimientos lo suficientemente trascendentes ante los que rendirnos.
Muchas vueltas se le ha dado a lo que dijo el presidente de honor del PP, como si, en realidad, su discurso no fuera ni más ni menos que un acto premeditado de venganza. Y las historias que se inventó para justificarse y justificarla no tienen demasiado que ver con su realidad, ésa de ricachón ensalzado por sus amigos trepas, amamantado por corporaciones de dudosa moral y arropado por un entorno familiar cuya concepción del mundo es, como poco, peculiar. Su actitud es la misma que en los años de gobierno de Felipe González, donde esparcía insultos y provocaciones en el Parlamento cual matón en el patio del colegio. Ahora ha decidido ejercer de oposición de su propio partido en los mismos términos, seguramente movido por rencores muy personales.
Respecto al supuesto regreso de este hombre a la política, que tanto ha dado que hablar, se trata simplemente de una reducción al absurdo si tenemos en cuenta que, en realidad, jamás se fue y que su deseo íntimo (y ahí entra solo la percepción de una servidora) sería convertirse en el presidente de la III República de España, sueño que comparte con Esperanza Aguirre. Menuda guerra de hienas. Todo lo demás -la conveniencia o no de su vuelta, su éxito o su fracaso etc- se explica con la simplísima teoría de las segundas oportunidades.
Ya hablé en su día de por qué no soy muy afecta a las segundas oportunidades, aunque, claro está, todo tiene sus matices. Para que algo así tenga éxito es necesario que cambien tres parámetros e, incluso, los tres a la vez: la persona, el ambiente y el proyecto. Resulta imprescindible que el individuo no aborde sus historia tal y como lo hizo la primera vez, sino modificado en sus sustancia, renovado, con otras ideas y otras perspectivas y un bagaje lo suficientemente rico para ser consciente de los errores que cometió, buscar las razones de las equivocaciones que se produjeron a su alrededor y crear el firme propósito de no caer en ellas. Asimismo, lo ideal es no volver al escenario que perpetúe los recuerdos, ni siquiera a la gente que supo de tu historia y la compartió como actor secundario (o terciario): sería deseable buscar nuevos lugares, otros ambientes y diferentes personas que no nos juzguen ni estén esperando el fallo para pasarnos ese hombro envenenado en el que llorar. Y, por último, el tercer y no menos importante factor, el proyecto. De ninguna manera se pueden continuar las cosas donde las dejamos, simplemente inaugurando un nuevo capítulo de la misma historia o poniendo parches que escuezan al quitarlos (en las relaciones sentimentales, tener un hijo): hay que afrontar la etapa con ideas nuevas que ilusionen, vivir episodios diferentes. Y esto resulta increíblemente difícil, porque con las mismas personas y el mismo ambiente se tiende al continuismo fatal.
Perdonar a los demás y perdonarse no basta. Principalmente porque el perdón es un recurso sencillo, una herramienta de moralidad católica al que no damos la suficiente importancia: pedimos perdón con la seguridad de que el otro va a correr un estúpido velo sobre nuestra falta sin darnos cuenta de que nadie tiene por qué disculparnos si no quiere. O puedo hacerlo superficialmente pero no íntimamente. El perdón, por tanto, no arregla situaciones sino que maquilla decepciones. Reemprender una misma historia basándose en un perdón subjetivo y una supuesta madurez que está en las palabras, pero no en los hechos, nos predestina a un fracaso total, a que, con el tiempo, las situaciones se repitan, las dudas vuelvan, las culpas resurjan y, en este caso, los odios personales se nutran del antes y del ahora.
En el caso de Aznar, nada de lo de antes ha cambiado para garantizarnos que la supuesta vuelta de este señor tenga unos mínimos de progreso y democracia. Este individuo sigue pensando que su gestión política es la mejor de nuestra historia reciente, sin admitir que nos encontramos donde nos encontramos en gran parte debido a sus ansias de poder, a su manera indecente de impulsar la burbuja inmobiliaria y hacer la vista gorda y/o fomentar la corrupción en la administración y su propio partido.
También hay que señalar que el ambiente del señor Aznar sigue siendo el mismo, rodeándose de aquellos amigos sin escrúpulos a los que, si la justicia metiera la mano que debiera, lo mismo acabarían todos en el trullo jugando al Monopoly.
Por último, José María Aznar es un hombre sin proyecto. Insisto en que su único proyecto es la venganza: contra la izquierda, contra su propio partido que, según su parecer, lo ningunea cuando debería estar adorándolo como al dios de la tableta de chocolate, y contra todos los españoles, que no sabemos apreciar lo que aún tenemos en casa. El resto de su discurso son lugares comunes sobre la crisis y el progreso que bien podría compartir cualquier formación de izquierda o hasta el dueño del bar de al lado de mi casa: palabras de sentido común que, en ningún momento, auguran que sean llevadas a la práctica.
Contribuir al resentimiento del ex presidente poniéndolo como adalid de las causas perdidas en foros y púlpitos es, sencillamente, un ancronismo. Principalmente porque este señor nunca fue defensor de nada salvo de lo suyo y de los suyos, como nos demuestra la situación que vivimos en la actualidad. Siempre he dicho que es muy peligroso darle poder a un hombre con complejos porque lo utilizará para vengarse, y creo que Aznar nunca fue el más "popular" (con perdón) de la clase ni mucho menos. Una persona así, que se concibe a sí mismo como protagonista de un regio retrato ecuestre, de salvador de la patria, lo debe de pasar muy mal cuando hay quien en su partido le empieza a mirar por encima del hombro y hasta coexisten medios (algunos en su día muy afines) que casi cada semana destapan sus tropelías y las de sus partners in crime.
Creo, sinceramente, que José María Aznar es una persona muy nociva para España. Pero también pienso que su amenaza de volver no fueron palabras esparcidas al aire y que si no reflexionamos y no nos ponemos las pilas, nos vamos a llenar de mierda. Más todavía.


lunes, 20 de mayo de 2013

Gordas y feos

¿Alguien me puede explicar qué hemos hecho para que tanta gente dedique su valioso tiempo a insultarnos? Los españoles ya nos vamos acostumbrando a que nos tomen por el órgano reproductor de la Bernarda, pero que las personas normales (es decir, las que no nos presentamos a concursos de belleza ni salimos con futbolistas) recibamos día tras día insultos a nuestro físico y nuestra inteligencia, no es de recibo. Si les devolvemos los agravios todos a la vez, lo mismo se acaba el mundo. Es una idea.
El último en salirse del tiesto es el CEO (estas sílabas siempre me han parecido las iniciales de una cooperativa de pueblo) de la todopoderosa Abercrombie & Fitch, una marca de camisetas sin ninguna característica especial salvo su elevado precio. Eso y las campañas que monta cada vez que abre una tienda, con maromos a torso descubierto que intentan ponerlos a ellos palotes y a ellas cachondas mientras promocionan aquello que no lucen. Magnífica idea parida, imagino, por el genio Mike Jeffries que, sin despeinarse, declaraba hace unos años que sus tiendas tenían éxito porque no contrataba ni a gordos ni a feos para atenderlas. Imagino que si un buen día entrara Carmen de Mairena en alguno de sus establecimientos, este hombre estiraba la pata de la impresión. Y es que otra de la filosofía de la marca es no vender camisetas para tallas grandes. De mujer, porque los varoniles músculos cotizan al alza.
Leído esto, cualquiera pensaría que el tal Jeffries es una beldad del Olimpo que reniega de las características vulgares y terrenales que hacen al hombre, hombre y a la mujer, mujer. Pues no, amiguitos y amiguitas: este venerable anciano (que ya tiene una edad) luce un aspecto similar al del actor Dolph Lundgren después de varias operaciones de estética realizadas por la peluquera de mi barrio. Vamos, que le han dejado la cara como un cuadro de Picasso. Su amor el arte es incuestionable.
Según Jeffreis, Abercrombie y compañía solo quiere llegar a la gente "molona y guapa" y no soporta que los del montón tirando para abajo entren en sus tiendas a revolver entre sus preciosas camisetas. Esta filosofía tan pueril ha convertido las dichosas prendas en objeto de deseo de los adolescentes, que pierden el sentido cuando ven una pieza de algodón parida por la gente de Jeffreis. Imagino que el mensaje será: "llevo una camiseta de Abercrombie, ergo soy la hostia en verso". Pues tampoco. Porque el bueno de Mike es más sectario que un dictador de plaza de pueblo y piensa que el que una firma fracase es porque intenta llegar a todo el mundo: jóvenes, viejos, gordos y delgados. Si la naturaleza no hace la selección natural y los gobiernos, tontos del haba, se niegan a poner en práctica los principios de Los juegos del hambre, aquí está el señor Mike para hacer el trabajo sucio y dejarnos a la plebe niquelada.
Las teorías de la belleza del CEO son tan rotundas que incluso le ronda un juicio por discriminar a empleados asiáticos, afroamericanos y latinos. Sí señor: los que nos bronceamos con la rapidez del rayo (literal) estamos fuera del lote y solo puedes dedicarte a vender camiseta si llevas la raza aria por bandera. En contadas excepciones, se admiten morenitos, pero poco, con tableta de chocolate (ellos) y cuerpo de Barbie anoréxica (ellas).
A Mike Jeffreis alguien le debería poner las peras al cuarto. Lo peor es que a una persona que ha llegado tan alto se le supone cierta inteligencia emocional, la misma que este hombre, a lo mejor, solo tiene para servirse gintonics sin romper el vaso. Por mucho menos, John Galliano fue expulsado de Dior por la puerta pequeña y todos entendimos que su antisemitismo no era disculpable. Ahora tenemos a un individuo racista, misógino, sexista etc, etc y, me apuesto la figura de sílfide que no tengo, a que mañana las tiendas de Abercrombie y lo que sigue estarán llenas de peña. Todos deseosos de ver a los maromos y jamelgas que se pasean entre las estanterías doblando mangas y alisando pecheras mientras ponen cara de asco al intuir que eso que te asoma es un michelín bocato di cardinale.
No voy a dejar el tema sin recordar que el tal Mike tiene un avión privado, cuya tripulación está compuesta exclusivamente por modelos masculinos obligados por contrato a decirle a todo que sí. Y yo, como tengo la mente muy sucia y la lengua muy larga, lo dejo ahí, para que cada uno elabore sus propios planes de vuelo y se haga usos mayores en las leyes de la aviación civil y las costumbres de los ricos durante la navegación aérea.
Por cierto, que reflexionando sobre las cosas del tito Miguel, me he topado con una entrevista de Sharon Stone en la que la estrella afirma estar encantada de tener hijos porque son como los bolsos, manejables, y los puede llevar a cualquier parte. Con un par de Chaneles. Desconozco si la actriz ha trabajado alguna vez en una tienda Abercrombie & Fitch, aunque hubiera podido, pero no albergo duda alguna de que cuando cualquiera de sus hijos cumpla los 13, se va a tragar la teoría del bolso con correa y todo. Claro que, a lo mejor, la revolución no la pilla en casa, sino comprando camisetas para sus adolescentes en cierta tienda llena de jovenzuelos de buen palpar. Hay que mantener un nivel...


domingo, 19 de mayo de 2013

Trè jolie

Angelina Jolie ha acaparado los "ecos de sociedad" y las páginas de salud debido a la mastectomía preventiva que se practicó a principios de año. Mi opinión, aunque interese más bien poco, es que no tengo nada que objetar, en tanto que se trata de una decisión personal, absolutamente respetable en lo privado, avalada en lo público por reputados profesionales y un dilema entre generosidad ajena y dolor propio que despierta la empatía de cualquiera que haya visto u oído la noticia.
En cuanto leí la columna de la actriz en un periódico norteamericano, me vino a la mente el caso de Christina Applegate, una de las protagonistas de la serie Matrimonio con hijos (en la que coincidió con un jovencísimo Brad Pitt), que tomó una decisión semejante a una edad muy temprana, tras llorar la muerte de su madre por cáncer. Ella también descubrió que portaba el gen que la predestinaba, casi con toda probabilidad, a sufrir la enfermedad, y decidió eliminarse ambas mamas por su tranquilidad y la de los que la rodeaban. Su historia fue un poco más terrible, puesto que vino acompañada de una ruptura de pareja y una complicada rehabilitación (de la que Angelina no habla) que la llevó, incluso, a arrepentirse en primer término de la decisión tomada. ¿Que por qué recuerdo tantos detalles? Mi mente es fantástica a la hora de olvidar lo principal y quedarse con lo secundario. En ese aspecto, bato récords.
La diferencia entre Christina y Angelina es que no son el mismo tipo de personaje público: mientras la primera es una pizpireta y rubia actriz sin más, la segunda ejerce de santa. Desconocemos si su comportamiento es igual de ejemplar en el ámbito de lo privado y con los suyos, pero viendo su entrega desmedida a las causas humanitarias y su afán por crear una familia unida que jamás serán vencida, resulta lógico que la hayamos elevado a los altares como era su propósito, dando lugar a uno de los mayores cambios de imagen que el mundo haya conocido.
Recordemos que, al principio de su carrera, Angelina Jolie no solo caía mal, sino muy mal. Sus tonteos con diferentes tipos de drogas, un comportamiento errático, una distante relación con su padre y estrechísima con su hermano y esa fama de robamaridos que la persiguió durante muchos años, la convirtieron en alguien peligroso para sus allegados y muy divertida para los tabloides, que confiaban en que les llenara los espacios muertos con algún escándalo de poca monta, porque, no nos engañemos, la chica tampoco daba para enormes titulares.
Volviendo al tema de mi capacidad para recordar tontadas, todavía guardo en mi retina aquellas imágenes metiéndole mano a Billy Bob Thorton mientras la legítima del actor, la muy seriecita e intelectual Laura Dern, lloraba por las esquinas el desplante de su santo. Después vino todo el rollo de la sangre de ambos metida en viales y lucida al cuello cual cruz católica, la confesión de Angelina de que se autolesionaba con armas punzantes, los rumores de que también se dedicaba a ejercer de vampiro (que no vampiresa, aunque también) en sus ratos libres, etc.
Hasta que adoptó a su primer hijo. Para muchos el cambio lo marcó Brad Pitt, pero antes de conocerlo ya Angelina había viajado a Camboya para rodar Lara Croft y tomado la decisión de adoptar a Maddox. Pitt fue un elemento aleatorio, de ésas cosas que de vez en cuando pasan en la vida que, cuando parece que ya lo tienes todo resuelto, se cruza alguien que te vuelve la existencia del revés. Muchas veces para mal, aunque en este caso para bien. El único problema es que Brad estaba casado con la novia de América, Jennifer Aniston, formando una de esas parejas mediáticas que no pegan ni con cola, porque ni buscan lo mismo de la vida ni lo pretenden. Sé que el mundo está medio enamorado de Aniston, pero a mí, sinceramente, siempre me cayó fatal; me parecía una de esas niñas monas e insoportables que hacían la vida imposible a sus compañeras de instituto. A lo mejor en realidad la chica es un pedazo de gloria y una yema de Santa Teresa, pero a mí se me atraganta. También como actriz.
Todos sabemos lo que pasó después de Pitt, cuando Angelina y él se retroalimentaron de los planes del otro, en muchos casos coincidentes (la familia, las causas humanitarias, etc) formando una de las parejas más poderosas de Hollywood. Estoy plenamente convencida de que ambos recurrieron a alguno de esos gurús que pueblan la meca del cine y que, por un impúdico precio, te ayudan a realizar un cambio radical de imagen, empezando por asociarte con causas humanitarias. Ya hablé de ello en un post anterior, así que no me voy a extender en el tema del gran negocio que supone todo este tinglado. Probablemente, Angelina y Brad empezaron por ahí. Y no hay ninguna duda de que la inversión les rindió pingües beneficios.
Brad y Angelina (o la marca conjunta de brangelina) son la irritante demostración de que se puede ser perfecto y vivir una vida ídem. Al menos de cara a la galería. Pero como también son generosos con sus actos, reivindicativos en su proceder y ejemplares en lo que quieren mostrar, les perdonamos hasta que nos recuerden que los demás somos unos viles mortales. Basta un ejemplo nimio para entender hasta qué punto ha llegado el control que ejerce la pareja sobre su vida y su imagen: desde febrero que empezó el tratamiento y, a pesar de las constantes idas y venidas al hospital, no existe una sola fotografía de la actriz, una única filtración por parte del personal médico o de algún paciente, que nos indicara que Angelina estaba siendo sometida a algún tipo de tratamiento. Parece increíble, sobre todo si calculamos a ojo la cantidad de paparazzi que debe de haber en cada esquina de Los Angeles. Vemos lo que la pareja y sus asesores nos quieren mostrar (la troupe saliendo de una juguetería, llegando a un aeropuerto, posando en una gala etc), ni más ni menos. Lo que no deseen que se sepa no lo sabremos jamás. Y, al margen de la santidad y de su poder profesional, confieso que esta cualidad de controlar y supervisar hasta el más ínfimo detalle me parece la faceta más intrigante y apasionante de la pareja.
Decía la revista People que Angelina Jolie también se va a quitar los ovarios y provocar una menopausia precoz. Dudo si quitarse tantas cosas sea la solución, obviando los controles preventivos, pero, como dije al principio, es una decisión personal que hay que respetar, más aún cuando la interfecta no nos ha pedido consejo a ninguno de nosotros. Es incluso posible que, gracias a Jolie, la nueva sanidad de Obama se replantee el alto coste de los análisis genéticos y unas intervenciones ginecológicas que la Seguridad Social española ofrece gratis. De momento, porque estoy convencida de que a Ana Mato se le han puesto los ojos del tío Gilito en cuanto ha empezado a leer el Hola en la peluquería. Pero pocos han tenido en cuenta que, al margen de todas las consecuencias positivas de la declaración de la actriz, que las tiene, la decisión de Jolie puede desencadenar una especie de epidemia en la que muchas mujeres entren en pánico preventivo y pretendan eliminar aquello que les puede causar una enfermedad en el futuro, sin plantearse la necesidad de vigilarlo en el presente. Y ahí viene la diferencia fundamental entre el caso de Applegate y el de Jolie: mientras la primera narró todo el dolor, los problemas psicológicos, la rehabilitación, el esfuerzo, el remordimiento y la culpa de su mastectomía, Angelina lo ha contado casi como una intervención de cataratas en la que la benéfica influencia de Brad Pitt y los niños han mitigado cualquier atisbo de sufrimiento. Permítame usted que lo ponga en solfa.
A lo mejor vendría bien que la pareja relajara más el control de su imagen y Angelina nos dijera a las mujeres la verdad de su operación, lo que su equipo médico le comunicó, las dudas, el miedo y el enorme dolor que tiene que causar algo semejante. Si es por lo de mantener su estatus, que no se preocupe: muchos santos católicos se han crecido en el martirio. Es duro, pero es así.


viernes, 17 de mayo de 2013

Inmaduro

Entre los supuestos insultos que más proliferan últimamente destaca, en letras de neón, "eres un inmaduro". Yo diría que lo usamos tanto que incluso llegamos a amenazar el puesto número uno de las recriminaciones, ocupado por el archipopular "eres un falso", que lo mismo sirve para criticar a un garbanzo que a un trozo de panceta. Nuestro vocabulario es así de florido.
Cuando llamamos a alguien inmaduro, a veces nos pasamos de listos. O de tontos. Tildar de inmaduro a quien ha sufrido algún trauma emocional que le ha causado problemas psicológicos puede resultar hasta cruel. Del mismo modo, emplear el calificativo para juzgar a alguien que se halla viviendo sus años de adolescencia es absurdo e impropio, más aún si tenemos en cuenta que la adolescencia está precisamente para ello, para cabalgar en busca del madurez, caerse de la montura y llevarse unas tortas como panes. El decir que a alguien le falta un hervor cuando no ha empezado ni siquiera a cocerse es inútil y no demuestra más que ganas de fastidiar.
Al margen de ello, la inmadurez está claramente definida por unos parámetros muy sencillos. La persona digna de tal calificativo vive en una difícil dicotomía, ya que su edad biológica no coincide con la edad mental propia del comportamiento que esgrime. Estaríamos hablando, así, muy en general, de personas a las que les disgusta asumir responsabilidades, tomar decisiones, resolver problemas (prefieren que otros lo hagan por ellos) y a las que les cuesta aceptar su parte de culpa en los conflictos.
Pero, por encima de todo, un individuo inmaduro es aquel que alimenta un egoísmo prácticamente infantil. Es el triunfo del yo por encima de cualquier otro sujeto (el yoísmo del que tanto hemos oído hablar), cuyo cultivo le hace llegar a esgrimir como último razonamiento el "yo soy como soy y punto" o, lo que es lo mismo "soy así y no estoy dispuesto a cambiar; o lo tomas o lo dejas". Dicho de esta forma, se trata de uno de los planteamientos más absurdos del ser humano en tanto en cuanto todos somos como somos "y punto". Sin embargo, con la madurez entiendes que uno de los aspectos más importantes de las relaciones sociales y personales es el de la negociación. No se trata de triunfar sobre el otro, sino de dar algo sabiendo que también vas a perder. Pero, al mismo tiempo, ser consciente de que no estás solo y que el de enfrente tendrá sus correspondientes cuotas de pérdidas y ganancias.
Siempre se ha dicho que es bastante más productivo compartir que repartir (por mucho que se me he enfaden lo de los liberales) y más razonable y fructífero negociar que sortear. De hecho, los juegos infantiles se resuelven sobre todo en base a los sorteos (la formación de los equipos, el inicio de dichos juegos, etc) mientras que la actividad adulta se distingue por la negociación. Sin embargo, alguien inmaduro preferirá huir hacia delante antes que enfrentarse a una negociación o a un debate que reflejaría sus propias carencias en un espejo. Esto, sobre todo, se nota en las relaciones sentimentales: al inmaduro le costará aceptar una pareja que le enfrente a sus miedos y defectos por mucho que, en bastantes casos, ésta sea una prueba de amor en tanto en cuanto la otra persona nos está demostrando que nos quiere "a pesar de". Muy al contrario, el pequeño Peter Pan (hablo en masculino pero no me refiero solamente a un género) preferirá a alguien que le vea como un ser especial por cualquier peregrino factor, desde la belleza física hasta la necesidad emocional o el dinero, que no discuta y que proteste lo menos posible. Y si lo hace, se le amenaza con romper relaciones y ya veremos cuándo y cómo lo cumplimos. Seguramente por una tontería, que para eso somos inmaduros.
Otra tendencia muy llamativa del individuo inmaduro es su empeño en buscar el paraguas de gente que no lo sea y, al mismo tiempo, ignorarlos y seguir los consejos de personas que están en su misma onda. Y todo tiene su explicación: si nos remitimos a la adolescencia, la época en la que todos nos creemos inmortales, necesitamos saber que nuestros padres están ahí porque nos aportan la sensatez, el realismo y la autoridad de los que a lo mejor renegamos pero que nos resultan imprescindibles para avanzar. Serían nuestro salvavidas físico y emocional que, aunque no lo utilicemos, necesitamos verlo en la cubierta del barco, listo para ser utilizado. No obstante, no nos plegamos a sus consejos y advertencias sino que preferimos seguir las pautas de aquellos amigos que nos conocen bien (la exaltación de la amistad y del grupo como foco de influencia máxima) aunque no nos hagan bien. Seguro que cualquier psicólogo lo explicará mejor que yo, una mindundi amparada solo en el sentido común y la experiencia.
Todos, en algún momento de nuestra vida, nos hemos topado con algún hatajo de inmaduros, con el ego subido, el yo siempre a punto, el egoísmo listo para disparar y la cobardía de facto en cuanto se les exigía algo más que lo mínimo. Y lo peor es que hay gente que se cree mucho más atractiva y divertida así, pronunciando elocuentes discursos que no se traducen en nada e intentando caer bien a todo el mundo para evitar el conflicto. No digo yo que a simple vista sean resultones pero, a largo plazo, la inmadurez resulta cansina y destructiva hasta en su aparente comodidad.
El último rasgo de la inmadurez, por cierto, es no reconocerla como algo propio. Yo soy como soy, un tipo auténtico y legal, y quien no lo vea así no me merece. Pues nada, que sea enhorabuena. ¡Feliz edad del pavo!




miércoles, 15 de mayo de 2013

La tortura

A raíz del tristemente célebre caso de las chicas retenidas, violadas y torturadas en una casa de Cleveland, la prensa estadounidense se ha hecho eco de los métodos empleados por su captor para lograr la sumisión de las secuestradas. Lógicamente, el listado de aberraciones oscila entre lo malo y lo peor, dejando en mantillas a lo que sería una cámara de los horrores. Por consiguiente, los medios del país de autos han empezado a rebuscar símiles de torturas y, voilà, han llegado hasta la Inquisición española.
Juro que estos días he leído en algunos portales yanquis semblanzas de Torquemada que darían pavor hasta al mismísimo Iker Jiménez. En ellas, además de desglosar la triste figura del férreo individuo, se recogían los métodos empleados por los guardianes de la fe y la moral durante el período más negro de la historia de España, con permiso de otros varios en tono gris marengo. Que no venga luego el gobierno quejándose de la influencia de la marca España: ahí tenemos al público estadounidense, deseoso de recibir noticias gore, embobado revisando nuestros grandes hits. La letra con sangre entra, ¿verdad, señor Wert?
España ha sido un país bastante prolífico en episodios poco edificantes, algunos muy recientes y, sin embargo, pasados por alto. No voy a entrar en muchos detalles, pero ahí tenemos el ejemplo de los campos de concentración de republicanos españoles en Francia y el norte de África durante la guerra civil. Cualquiera que presuma de saber un poco de la contienda tendría que haber leído las experiencias de nuestros compatriotas en aquellos lugares. De hecho, si yo fuera un director de cine y tuviera dinero (ciencia ficción pura y dura) dejaría de darle vueltas al tema de los maquis, las mulas y los muleros y me centraría en encargar un buen guión que contara lo que pasó en aquellos campos, sobre todo los del norte de África, los grandes olvidados de esta memoria histórica que no existe bajo semejante epígrafe si tenemos en cuenta el hecho indiscutible que la memoria solo puede ser individual; es la historia lo que es común. Ah, y si me sobraran el tiempo y las ganas, también escribiría una novela corta sobre las historias de los niños españoles enviados a Rusia. Juro por Stalin que lloraría hasta Mourinho.
La tortura puede ejercerse de muchas maneras diferentes. Recientemente hemos visto las acusaciones vertidas contra Ríos Montt por los genocidios de Guatemala, que nos han dejado a todos con los pelos de punta. Sería un ejemplo de tortura física y psicológica, la doble T que también infligen determinados depredadores sexuales sobre sus presas. Es la forma de tortura más habitual si tenemos en cuenta que resulta casi imposible causar dolor físico de tal magnitud sin originar dolor psicológico, salvo que la persona se encuentre incapacitada para experimentar sentimientos, lo que implicaría una actividad cerebral muy baja.
Sin embargo, sí se puede ejercer la tortura psicológica sin extremarse en lo físico. Por ejemplo, el acoso laboral, el miedo al despido, los desahucios, las amenazas contra las libertades, las detenciones sin motivos aparentes, los recortes a los derechos sociales, el robo del dinero de todos, la violencia psicológica en el seno de las familias etc. ¿Nos suena? Contemplando el listado, podemos concretar que nuestra situación actual no es precisamente para tirar cohetes y que estamos sometidos a una presión que se escapa bastante de lo mínimamente tolerable.
No obstante, da la impresión de que nuestro nivel de sufrimiento es muy elevado, que nos hemos acostumbrado tanto a que nos den palos que creemos que nuestro estado normal es seguir así, recibiendo estopa día tras día. He visto a gente incapaz de salir del bucle infinito del acoso laboral, hasta el punto de creerse que eso es lo habitual, que incluso tienen suerte por estar donde están (?), autoconvenciéndose de que lo que hay fuera de las paredes de su empresa es mucho peor. Mi experiencia me dice que no hay nada peor que el sometimiento, personal y profesionalmente, a quien te hace daño, aunque, en el fondo, todos seamos excesivamente comprensivos con la rendición por motivos de supervivencia. Pero el esfuerzo por sobrevivir a cualquier precio tiene un coste demasiado alto. Y tarde o temprano acabamos pagándolo.
Hoy mismo, viendo las noticias (sí, todas malas o regulares) me he preguntado hasta dónde puede un individuo soportar tantos ataques directos y amenazas indirectas, porque eso es lo que recibimos cada minuto desde todos lados, enormes "hondonadas de ostias", como diría aquel entrañable personaje interpretado por Manuel Manquiña en Airbag. No hace falta que nos aten con grilletes ni que nos empalen para ser víctimas de la tortura atroz: nuestro sufrimiento es continuo y, probablemente, será el legado que dejemos a nuestros hijos. Además, no parece que nadie vaya a abrir una puerta a golpes para rescatarnos. Están demasiado ocupados haciéndonos la puñeta.


martes, 14 de mayo de 2013

Con el arma a punto

Me prometí a mí misma que no iba a hablar de Venezuela en este blog, sobre todo porque la política del país americano me despierta sentimientos encontrados, algo, por otra parte, muy normal en mí.
Reconozco que en su día me ilusionó la victoria de Chavez del mismo modo que me ilusionan todas las revoluciones o aquellas que pretenden serlo: me gusta creer que traen consigo un futuro mejor y un cambio a mayores. Pero como suele ocurrir con gran parte de los movimientos de izquierda, sobre todo en Latinoamérica, los buenos propósitos del principio suelen diluirse con el paso del tiempo en un mar de megalomanía, intereses propios y odios poco justificados. Con Chavez me ocurrió algo así: al principio le miraba con simpatía, luego simplemente le miraba, para acabar mirándole solo de reojo. De hecho, durante un tiempo me convertí en ávida lectora de libros que cuestionaban muy mucho al gobierno del fallecido presidente poniéndome los pelos de punta con la narración de decisiones aberrantes y consecuencias todavía más censurables.
Luego sucedió que conocí a gente de la oposición, los llamados a sí mismos "adecos", y me di cuenta de que tampoco eran precisamente unos angelitos. A mí cuestionamiento constante del chavismo se le unieron las dudas sobre la labor, el posicionamiento y el propósito político de Acción Democrática, con lo que mi confusión llegó a su techo más alto obligándome a abandonar cualquier estudio en profundidad de la situación venezolana. Desde una perspectiva lejana y muy general soy incapaz de aclarar ideas y aún me resulta más complicado tratar de entender por qué algunos medios internacionales se entregan a alabar al chavismo como si no lo conocieran en absoluto, del mismo modo que tampoco comprendo cómo los de enfrente se empeñan en elogiar a una oposición que cojea en muchos puntos de su programa. Un programa que, tal vez, ni siquiera se han molestado en hojear.
Y, sin embargo, hoy mismo he leído que Nicolás Maduro, flamante y extravagante presidente de Venezuela, ha decidido poner en marcha el plan llamado Patria Segura, destinado a combatir la creciente delincuencia que empieza a campar a sus anchas en las esquinas de Caracas. Para ello, no se ha roto mucho la cabeza y ha actuado como cualquier dictador de barrio, sacando a 3000 efectivos del ejército a las calles para luchar contra la violencia.
No creo que Maduro se haya fijado mucho en la experiencia de México porque, si lo hubiera hecho, no habría tomado semejante decisión. Recordemos que el antecesor de Peña Nieto, el denostado Felipe Calderón, se sacó el mismo as de la manga y decidió conceder poderes al ejército para combatir al narcotráfico. A raíz de semejante medida se dio la circunstancia de que, en numerosas partes del país, patrullas del ejército comenzaron a convivir de mala gana con los distintos cuerpos de policía para realizar la misma labor, pero sin haber sido formados para ello. 
En México nos encontramos con la peculiaridad de que al ejército no se le piden demasiadas cuentas sobre aquellos a los que abate. Basta con que sus efectivos declaren haberse sentido amenazados e intimidados para que la justicia avale las muertes causadas por las tropas. De ahí la sensación de "estado permanente de guerra" que se vive en muchos lugares del país. Es más, si repasamos las estadísticas oficiosas de muchos de los encuentros de patrullas del ejército con supuestos narcotraficantes, podemos comprobar que hay bastantes más muertos y heridos en el bando de estos últimos y que las justificaciones del brazo armado de la ley no siempre se corresponden con la magnitud o el resultado final del suceso.
En determinadas circunstancias es muy peligroso darle poderes y autoridad última a un grupo de hombres que no ha sido formado para ello. Mucho más si te pasas por el forro a los primigenios depositarios de la misión de hacer respetar el orden local. Visto así da incluso un poco de miedo, más aún cuando sé de buena tinta que hay importantes políticos mexicanos empeñados en conseguir dotar de poderes plenipotenciarios a los cuerpos del ejército y la marina para resolver los conflictos que asolan al país. ¿Qué implicaría todo ello? Que ni uno ni otro necesitarían dar explicaciones de sus actos: tendrían la facultad de tirar a dar a cualquiera sin rendir cuentas por ello.
La intención de sacar al ejército a la calle ante circunstancias que, tal vez, demanden otro tipo de medidas, dice muy poco de la persona que la maneja. O mucho, según se mire. El resolver los problemas por las bravas saltándose la diplomacia o la escala de autoridad correspondiente no es un buen signo de espíritu democrático y no lo ha sido nunca. De ahí que la decisión del presidente Maduro, por mucho que nos deleiten ciertas salidas de pata de banco como la de instar al ministro español Margallo a ocuparse de los problemas de su propio país, nos lleven a una reflexión profunda sobre lo que nos puede deparar el nuevo chavismo.
Es curioso el sumo interés que manifiestan nuestros gobernantes, de uno y otro lado del charco, por inmiscuirse en asuntos que no les corresponden. No sé si es correcto enviar a hombres armados a defender a las personas sin que muchos lo hayan pedido y aun sabiendo que el uso de la violencia no hará otra cosa que generar más violencia. Pero, bueno, aquí en las Españas también tenemos lo nuestro, con los gobernantes metiendo la nariz en nuestras cosas más privadas, como la forma en que parimos las mujeres o con quién nos vamos a la cama los ciudadanos y ciudadanas. Algo que me parece aberrante, inconcebible y absolutamente censurable. Violencia física vs. violencia emocional. ¿Quién gana? Lo único que sé es que perdemos todos.


lunes, 13 de mayo de 2013

Recuérdame

Siempre me ha parecido una actitud algo miserable ese empeño que manifiestan algunas personas en olvidar a quienes pasaron por sus vidas. No solo a aquellos que les trataron mal, sino a quienes les quisieron y/o acompañaron durante una parte de su existencia. Como dicen los que nos preceden, de todo se aprende, y la gente que conocimos tiene la misión de caminar a nuestro lado el mayor tiempo posible, no tanto ellos físicamente, sino las experiencias y vivencias que compartimos y que, sin duda, nos han hecho gran parte de lo que somos. De ahí nuestro empeño de no caer en el olvido de quienes apreciamos, no tanto por el ego de cada cual sino porque la presencia en la memoria de los otros nos hace justicia.
Cuanto más insistimos en olvidar más infructuosa nos resulta la tarea. Quizás seamos maestros en el fingimiento, pero estoy segura de que la importancia que les damos a los demás está proporcionalmente relacionada con el tiempo que dedicamos a pensar en ellos y en esto incluyo los minutos y horas que agotamos en la ingente tarea de olvidarlos. Por eso creo que hay que dejar que los recuerdos coexistan con nuestro presente sin hacernos daño: que nunca hay que olvidar al amigo que bien nos quiso porque nos dio un tesoro infinitamente valioso, aunque solo fuera su tiempo, y que tampoco hay que arrinconar al enemigo, porque solo asumiendo su existencia y el dolor causado conseguiremos identificar a cualquier burdo imitador cuando intente acompasar sus pasos a los nuestros. Y conste que digo olvidar y no perdonar porque, a diferencia de la moral católica, estoy firmemente convencida que no se puede perdonar al de enfrente si uno no sabe perdonarse a sí mismo y aceptar su parte de culpa. El problema es que somos tan fatuos y soberbios, que siempre solemos utilizar la culpa como arma de destrucción ajena y no de reflexión propia.
Muy al contrario de lo que pudiera indicar esta larga parrafada, mi intención no es animar a que todos nos lancemos mañana mismo a poner flores a nuestros "muertos" sino hacer una reflexión sobre lo que creemos que los demás recuerdan de nosotros. Ayer mismo, se conmemoraba en España el aniversario del movimiento 15M, tan añorado por unos y denostado siempre por los mismos. Hubo manifestaciones  por todo lo largo y ancho del territorio nacional, de lo cual me congratulo, porque yo soy de ésas que cree que las buenas ideas hay que seguir curtiéndolas y cuidándolas para que puedan parir otras mejores.
Sin embargo, a pesar de mi excelente (sin exagerar) voluntad, las celebraciones me pillaron a contramano, o sea, fuera de España, con lo que mi participación en las mismas se puede calificar de meramente sentimental. Siempre que salgo del país tengo la fea costumbre de ver los noticieros y leer la prensa del lugar al que viajo; defecto de fábrica, supongo. Para tranquilidad de Rajoy y su banda, he de decir que en este caso no encontré ninguna mención al aniversario del 15M; tampoco ningún regodeo en esa estúpida información de The Telegraph según la cual somos insolventes. Todo lo más, encendidos elogios a la victoria del Barça y palabras de pasión hacia Messi.
Uno de los defectos más elocuentes del ser humano (o tal vez la virtud que nos permite mantenernos a flote) es que nos creemos más importantes de lo que realmente somos. Por mucho que el gobierno nos intente inculcar la idea de que cada escrache, cada protesta a destiempo y cada consulta popular hiere de muerte a la marca España, lo cierto es que ellos mismos se han cargado gran parte del rédito que tenía nuestro país en el exterior. Estamos en manos de un gobierno gris que ha teñido a España del mismo color. De hecho, incluso resulta difícil identificarnos con la alegría que destilábamos antaño.
El nuestro esa ahora mismo un país que daría pena si diera algo porque, literalmente, pasa desapercibido. Salvo algún que otro mérito individual de nuestros deportistas, lo único que despertamos de vez en cuando es la carcajada fácil, como en ese sainete rancio de la imputación y posterior desimputación de la infanta Cristina, que tanta vergüenza me da y gracias al cual tanto hemos hecho un ridículo espantoso allende nuestras fronteras. No vamos a negar ahora que no nos merecemos la burla y el cachondeo.
Los españoles tenemos un defecto de fábrica y es que nos gusta mucho hacer creer a los demás que somos lo que no somos. En lugar de mostrarnos a tumba abierta, con nuestros defectos y nuestras virtudes, atesoramos una querencia desmedida por camuflarnos bajo una patena de esplendor que, a poco que rasques, se convierte en vil latón. Nos ocurre de forma individual, cuando pretendemos impresionar a alguien o mantener su atención, y también de forma colectiva, al creer que somos importantes y llevarnos una sorpresa tras comprobar que, a los demás, les venimos a importar lo que una caca de perro. Si, de ésas que convierten a Madrid en el peor barrio de cualquier ciudad moderna y cosmopolita.
El 15M importó y sorprendió en su día porque era innovador, emocionante y movía a la reflexión. Mucho bueno y nuevo tenemos que inventar para despertar la curiosidad ajena, más aún cuando nosotros nos desentendemos sin pudor de lo que ocurre a aquellos que aún están peor que nosotros. Y no quiero señalar, para que no vengan los señores de The Telegraph y me den una colleja por impertinente... además de española, claro está.
Si nosotros intentamos con mucho ahínco olvidar a quienes tanto nos aportaron, no podemos quejarnos de que nos ignoren aquellos a los que, directamente, no aportamos nada. La marca España es una entelequia y, ahora mismo, solo aquellos compatriotas que se están dejando la salud y la nostalgia en otros países consiguen que se hable de nosotros e incluso se nos quiera. Con nuestros defectos y todo. Los otros, los que jalean su influencia externa para ocultar sus complejos e ignorancia internos, ésos, son los que están destruyendo nuestro rédito con rabia y saña. Quizás sean los que de verdad se merecen el olvido. O no.


miércoles, 8 de mayo de 2013

Típicos y tópicos

Tal y como cuenta un blog del diario El País, la serie Cómo conocí a vuestra madre ha dedicado un miniespacio a España. Según el argumento, uno de los protagonistas, Ted, recuerda que, cuando era jovencito, estuvo recorriendo nuestro país y, claro, para demostrarlo, nos dibujan un mapa patrio tras la imagen de un Ted con mucho más pelo, por aquello de que donde hay vello hay alegría. Aparte de que en el mapa se sitúe a Barcelona en el interior de Cataluña, Tarragona pase a llamarse Tarrogona, Valencia sea Valenciena y Mérida responda al nombre de Marida y además esté en Portugal, hay que agradecer a los americanos el interés por colocar nuestra sufrida nación dentro del universo conocido, y no entre México y Panamá, como prefiere ubicarlo el 33% de los americanos. Eso sí, congratulémonos porque Pamplona lo escriben con todas las letras y saben perfectamente dónde se encuentra: arriba del todo lindando con Cantabria. Le auguro un prometedor futuro al autor del mapa si se decide a trabajar para Disney. Eso sí, que no le hagan diseñar el Halcón Milenario, que lo mismo lo convierte en una vespa y se queda tan pichi.
Los españoles en general tenemos mucha suerte con el interés que suscitamos en Los Angeles y alrededores. No tanto como los gallegos en particular, que debemos estar agradecidísimos a la RAE por equiparar nuestro gentilicio al vocablo tonto. Risas las justas. Sobre todo porque en Latinoamérica todos los españoles somos gallegos, así que tonto el último, nunca mejor dicho. Pero, volviendo al centro, que yo soy muy de perderme en la periferia, insisto en que deberíamos hacer reverencias a series como Chuck, por ejemplo, donde, en un capítulo la mar de realista, el protagonista se encuentra con un terrorista vasco de manual, vamos, de los que lucen txapela y hablan con acento cubano. Obvio. Lo que sin duda nos recuerda a aquel otro hermoso episodio de McGyver en el que nuestro héroe se ve obligado a rescatar a una compatriota que ha sido secuestrada por separatistas vascos para obligarla a fabricar una bomba nuclear. Todo muy natural, si por natural entendemos que una bella moza pueda montar por sí sola un misil tierra-aire en cinco minutos tirando de Lego. Lógicamente, procede preguntarse cómo sabemos nosotros, espectadores despistados, quiénes son los terroristas: porque son hombres cetrinos, llevan txapela y hablan con acento latinoamericano. Fernández Díaz estaría orgullosísimo.
Expuesto lo cual, podemos entender que los americanos identifican como malo maloso a todo aquel ser humano de sexo masculino que use boina y hable con acento del sur, especialmente cubano. Lo cual me lleva a mi pobre abuelo y a sus primos. Al primero porque, tras ser herido de jovencito en la cabeza, acabó usando boina toda su vida, lo cual lo sitúa directamente en el eje del mal, y a los segundos, porque se fueron de Cuba a Miami vía España e, imagino que, siguiendo la tradición familiar, la boina se convirtió en un must de su pasarela otoño/invierno. Si los pilla Spielberg nos monta La pelota vasca en clave de comedia, con una niña vestida de rojo que pasaba por ahí y una gran bola rodando que, en realidad, escondería en su interior una bomba de neutrones. Fabricada en la parte de atrás de un cortijo con media de aguarrás y tres cuartos de sangría.
Pero, insisto, no debemos quejarnos. Por ejemplo, ahí tenemos al personaje de Hiro en Héroes, que se suelta una parrafada absurda en español en uno de los capítulos. Aunque, claro, como debido a su tumor cerebral solo puede recordar frases y personajes de ficción, pues no es lo mismo. Para redimirlo damos la bienvenida a Jennifer Garner protagonizando Alias y visitando o haciendo que visita distintos puntos estratégicos de España, como pueden ser Madrid, Málaga, Barcelona, Ibiza o Zaragoza. Basta con que le pongan un croma con la virgen del Pilar, un abanico en la mano y suene una guitarra española para que nos demos por enterados de que está en la piel de toro y no a punto de robarle el esmalte de uñas a la reina de Inglaterra. Sencillo y efectivo.
Aunque para efectivos los chicos de The Unit, que confunden Valencia con un mercado muy concurrido de México donde pasan muchas cosas, vuela la fruta y suena el flamenco, pero en el que no falta nuestra siempre estimada Guardia Civil, ataviada con unos tricornios capaces de dejar tuerto a quien se encuentre a menos de cinco metros de distancia. Es lo que tiene mezclar a la autoridad competente con el toreo, que te sale un no sé qué, un qué se yo.
Sin embargo, con permiso de McGyver, cuyo episodio a lo vasco me parece el no va más de la ciencia ficción aplicada a las cosas del pueblo, mi corazón es de Tom Cruise y su Misión Imposible II. Esto de mezclar algo tan negro y gris como una Semana Santa con las Fallas de Valencia para que quede todo como muy rococó, es una idea sin parangón. Me imagino a los protagonistas de nuestros pasos convertidos en ninots y destinados a ser quemados el domingo de Resurrección y me entran unas ganas tremendas de llamar a Dan Brown y darle un argumento sin sentido para otro de sus libros. Estoy convencida de que en su bibliografía, llena de rigor histórico, nadie lo notará.
Yo debo de ser muy rara, porque cuando voy a México no espero que las calles estén a todas horas repletas de mariachis y de señores con grandes sombreros durmiendo la mona en cada esquina. Como tampoco imagino que, nada más aterrizar en Italia, me vaya a recibir un fornido gondolero o un atildado moreno con gafas de sol y traje blanco de Armani llamándome "bella". Pero se ve que los guionistas americanos sí confían en que todavía nos pasemos media vida corriendo por las calles tras los toros, derribando puestos de fruta (mango y papaya sobre todo) y quemando lo más grande gracias a las pedazos de bombas que nos ha dejado preparadas McGyver cuando pasó por casa. Eso sí, que no nos falte nuestro sombrero mexicano, que sin él no nos reconoce ni Dios.


martes, 7 de mayo de 2013

Harlem Shake

No se puede decir que nuestros chicos y chicas del PP no son modernos. Modernos de pueblo pero modernos, al fin y al cabo. Como muestra de ese apego a la tendencia, de esos deseos íntimos de abrazar lo in y criticar lo out están las innumerables veces que ministros, diputados y presidentes de comunidades autónomas nos han obsequiado con un Harlem Shake. ¿Que las corbatas, mantillas y peinetas no les permiten demostrar todo su garbo en la pista de baile? No hay problema, hacemos unas gárgaras, entonamos, y cantamos eso de "Con los terroristas" hasta en Bruselas.
El último en dar el cante ha sido mi ministro bien amado, Fernández Díaz, el decorador de interiores de esta España que últimamente anda hecha un asco, reciclando muebles de la abuela y abonándose a la TDT en blanco y negro y hasta con NO-DO. Este ministro que tan poco nos merecemos, ha dicho hoy mismo que "el aborto tiene que ver con ETA, pero no demasiado". No ha precisado si es demasiado poco o demasiado mucho. Como un disco rallado ha vuelto a insistir en que los que les llevan la contraria están "con los terroristas", es decir, son simpatizantes de ETA, principalmente porque en el pequeño universo pepero no existe más banda terrorista que la propia. Viene así Fernández Díaz a hacer los coros a otras ilustrísimas de su partido, que no dudan en tildar de terroristas o "partidarios de" a quienes protestan en las calles, practican el escrache o, sencillamente, predican unas ideas que les son ajenas.
Continuando con el infinito desprecio que muestran estos señores de derechas hacia la mujer, mucho me temo que Gallardón, absolutamente rendido a los pies de la Conferencia Episcopal y los grupos pro vida, va a elevar el aborto a la categoría de crimen. Si le dejan, sería capaz de llevarlo hasta el Tribunal de la Haya. De poco vale que peligre la vida de la madre, su salud física o psíquica, o que el feto tenga grandes malformaciones: si Dios ha dicho que hay que parir y con dolor, se hace. Y demos gracias a los recortes en Sanidad por echarnos una manita y quitarnos la epidural.
Con este sinsentido elevado a fórmula legislativa, las mujeres que quieran abortar por el motivo que sea serán consideradas poco menos que asesinas. De ahí imagino el desafine de Jorge Fernández Díaz, para quien esta panda de abortistas, feministas y marimachos, empeñadas en atentar contra la vida humana, no parecen otra cosa que terroristas de manual. Me reiría si no me hiciera tan poca gracia.
Como ya dije en otro post, no voy a posicionarme a favor ni en contra del aborto porque creo que es una decisión individual, en la mayoría de los casos dolorosa, y siempre producto de unas razones muy concretas. Lo importante aquí es que opino que no se arregla nada prohibiendo a los demás que lleven la vida que quieran llevar y que lo único que se consigue construyendo barreras es sembrar la frustración, la ira y el odio (inciso: aquí vendría la dichosa frase de Star Wars que no estoy dispuesta a repetir). De verdad que no logro adivinar qué pretenden ciertas autoridades obligándonos a ir por el camino que ellos marcan, recto en apariencia, tortuoso de facto. Aunque claro, teniendo detrás una educación católica, que ensalza el sufrimiento y premia el remordimiento, uno puede llegar a convertir en maravillosa cualquier aberración que se cometa en nombre del cielo.
Este partido político que no ama a las mujeres (igual que no ama a los inmigrantes, a los parados, a los obreros etc, etc.) es profundamente primitivo e infinitamente machista. Rajoy lo demuestra hasta cuando se pasa la paridad por la barba o elige para su gabinetes a mujeres de dudosa preparación y muy escaso bagaje intelectual. Lástima que siga teniendo frente a él a Esperanza Aguirre, ejerciendo de estricta institutriz y recordándole que las mujeres también podemos sacarles los colores, aunque, como en el caso de la ex presidenta, nos mueva las venganza y la ambición más que la razón o la humanidad.
Odio las prohibiciones carentes de lógica y de sentido común, odio la intromisión innecesaria en las vidas de gente que no te ha causado ningún mal y odio profundamente esta equiparación absurda con el terrorismo que tan a gusto practica el PP. Lo aborrezco porque es injusto y absurdo, porque demuestra un profundo e inmerecido desprecio y porque convierte un doloroso problema en algo superficial, en un insulto tabernero que ofende, aunque acabe denigrando a quien lo dice.
He leído que las redes sociales están en pie de guerra con Gran Hermano tras echar a una concursante que bromeó con acudir a una manifestación que defendiera la vuelta de ETA. La chica pidió perdón inmediatamente, pero la Asociación de Víctimas del Terrorismo exigió su expulsión y Mediaset se plegó a sus requerimientos, imagino que para no perder ingresos publicitarios. Sinceramente, creo que estas salidas de tono de Fernández Díaz, Cospedal, Floriano y el resto de la banda, también merecería el que fueran expulsados de sus poltronas. Pero, claro, supongo que las asociaciones de víctimas no estarán por la labor de protestar ante aquellos que bien les quieren. ¿Hipocresía? Haberla hayla.
Así que mientras se preparan leyes que dinamitan nuestros derechos con alevosía, los señores y señoras del PP tienen vía libre para seguir dale que te pego al Harlem Shake y acusarnos de estar "con los terroristas" desde el Parlamento, la casa del pueblo o la pantalla de plasma. Y los demás, a seguir bailando.




lunes, 6 de mayo de 2013

Más se perdió en Cuba

Se nos va el actor Willy Toledo a vivir a Cuba. Eso al menos cuentan los periódicos, para regocijo de los internautas, cuyo comentario más repetido es el archifamoso "tanta paz lleves como descanso dejas". No sé yo si será para tanto.
Conocí a Willy Toledo hace algunos años, después de su etapa en la serie Siete Vidas. Y he de decir que me cayó bien. Me pareció un tío divertido, sensato, de trato agradable, aunque ya entonces dejaba entrever que se trataba de un hombre complicado. No estoy segura de que la convivencia o la pervivencia a su lado sean la mejor de las recetas para la felicidad eterna, pero insisto en que se trata solo de una primera impresión. Con el tiempo, este actor que nos parecía tan majete cuando lo veíamos en la tele al lado de Javier Cámara, empezó a transformarse en un rojo de los de manual de entreguerras, tan colorado que parecía granate, adalid de las causas más escoradas a la izquierda, muchas de ellas igual de polémicas que de justificadas.
El problema de Willy Toledo, de cara a la opinión pública, es que todo la ventaja que le puede dar su pensamiento lo pierden sus formas. Da la impresión de que está perpetuamente cabreado y de que, en lugar de razonar, vocifera. También es cierto que se trata de un personaje público, lo que lo sitúa siempre en el ojo del tornado que él mismo se encarga de convertir en huracán. Dirá que son los medios los que hacen carnaza de cada una de sus proclamas, pero está claro que a él  le va la marcha. Mucho
Como todos aquellos que dictan sentencia desde un púlpito, es lógico que Toledo despierte odios y simpatías, aunque más de los primeros que de los segundos, incluidas las filas de la izquierda. Su vehemencia asusta y disgusta; podemos admitir que alguien intente darnos lecciones, pero difícilmente que lo haga gritando, en actitud demasiado agresiva como para suscitar algo diferente al rechazo o la perplejidad. Me refiero, por supuesto, a cómo lo puede percibir la mayoría que espera otro tipo de actitudes mucho más comedidas de nuestros rostros conocidos. Entendemos que en el fondo digan lo mismo, pero agradecemos que las formas transmitan más amabilidad que ferocidad.
En todo caso, nos guste o no, Willy Toledo, un hombre que, que se sepa, no ha hecho daño a nadie, está en su derecho de decir lo que quiera y profesar la ideología que le plazca. También a mudarse a Cuba o a Albacete, según le convenga. Recordemos que no es el primero de nuestros artistas prófugos y que hace ya bastantes años tuvimos en huida permanente a Marisol, la entonces novia de España, y a su muy rojo amor Antonio Gades, cubano de adopción, que también las liaba pardas. No creo que haya hacer mofa y befa ni debamos rasgarnos las vestiduras por unos o por los otros en tanto en cuanto se trata de una decisión personal que a la mayoría, en lo privado, no nos afecta.
Yo misma he ido de visita a Cuba en dos ocasiones, la primera de ellas para intentar analizar qué fue y qué es hoy la revolución. Lo que se ve es lo que hay y no lo que debería haber, porque sería digno de estudio imaginar en qué consistiría una Cuba sin ese invento hediondo llamado bloqueo que, solo por su mala e injusta praxis, convierte a la administración estadounidense en uno de los grandes delincuentes del planeta. Ateniéndome a los hechos comprobados, he de constatar que yo soy mucho más de Camilo Cienfuegos que del Che, muy guerrillero y nada político, o de Fidel, poco guerrillero y algo más político; que las artimañas de Fidel Castro para perpetuarse en el poder absoluto son dignas de estudio y un ejemplo de lo muy arteras que pueden llegar a ser las relaciones internacionales y que, como todo los regímenes, el castrismo tiene su lado bueno y su lado no tan bueno o incluso peor.
Recuerdo que, por ejemplo, cuando visité el Museo de la Revolución (yo sola paseando por aquellos pasillos), encontré varias fotos que señalaban, como uno de los grandes males de la época de Batista, el ejercicio indiscriminado de la prostitución. Basta con salir a la calle hoy mismo en La Habana para descubrir que pretender que la revolución ha acabado con esta práctica es un eufemismo de los gordos. Aunque eso sí, si algo no se le puede criticar al castrismo es que haya triunfado en su propósito de igualar a la población, aunque sea por abajo. Muy por abajo. Al contrario de lo que ya parece acto de fe universal, es totalmente incierto que en la época de Batista no se estudiara y ahora sí o que no hubiera sanidad y ahora sí; lo que ocurre es que antes estaba mal repartida entre las diferentes clases sociales de factura capitalista y ahora está convenientemente distribuida en solo dos: la exclusiva clase dirigente y la mayoría de la clase social empobrecida por una gestión discutible y, sobre todo, por el mencionado embargo, consentido y jaleado entre la comunidad internacional, la España del PP incluida.
Vivir en Cuba no es ningún chollo para nadie, aunque comprendo que si eres actor el abordaje es diferente, ya que hay mucha cultura interpretativa y una escuela cinematográfica donde han estudiado alguno de los grandes directores de nuestro país. Por lo demás, estoy convencida de que resulta demasiado fácil desencantarse del régimen en cuanto lo conoces de primera mano y compruebas que ya no se trata de la utopía casi cinematográfica que fue, con grandes protagonistas y mejores hazañas, sino de lo que es ahora, con unos gobernantes asentados en la duda existencial y un pasado que retroalimenta a muy duras penas un presente destinado a desaparecer.
El panorama que seguramente se encuentre Toledo en Cuba es el de un país absolutamente dependiente de sus aliados latinoamericanos y, en especial, de Venezuela, en tanto en cuanto China actúa a su conveniencia. Y a poco que a Maduro se las pongan complicadas, la alianza está destinada a fracasar. En ese caso, con el castrismo en caída libre, tenemos varias posibilidades; de ellas, la que yo más aborrezco es la de una isla convertida en otro Puerto Rico, un chollo para los Estados Unidos en tanto en cuanto están deseando meter mano a la perla del Caribe (¿por qué si no no acaban de desmantelar Guantánamo a pesar de las promesas electorales?).
Soy muy fan de la revolución que fue, no tanto del país que es ahora. Pero un pasado mítico no es suficiente razón para mudarse a un país: la vida se hace en el presente y mirando hacia el futuro. Dice Willy Toledo que está harto del capitalismo. Y yo, y aquel, y el de al lado. Hasta la señora que limpia el portal de mi casa tendría mucho qué decir al respecto. No sé si pretende seguir luchando contra el Estado al que considera opresor desde la lejanía o nos deja la causa en casa, para que la defendamos nosotros como bien podamos. Lo que sí tengo claro es que, al margen de sus opciones y decisiones y a diferencia de quienes tanto le critican en las redes, yo estaría encantada de que Willy volviera. Me gusta con actor y hasta considero que es un escritor decente. Y como no me voy a tomar jamás una cerveza con él, tampoco me hallo en posición de cuestionar nada más: ni sus actitudes ni mucho menos sus pensamientos o su conciencia.
Buen viaje y, cuando quieras, vuelve. Aquí seguiremos nosotros, con nuestras cositas. Como siempre...


domingo, 5 de mayo de 2013

Los mundos de Orwell

Hay varios libros que exigen la presunción de haberlos leído. Por ejemplo, el Quijote, que, si preguntáramos por ahí, muchos afirmarían sabérselo de memoria, aunque sería difícil sacarlos de los lugares comunes de Sancho, Rocinante, libros de caballería, Dulcinea o molinos de viento. Dicho lo cual, he de detenerme un momento para señalar que la segunda parte del Quijote me parece un soberbio y magnífico tostón. Ya pueden venir todos los eruditos y académicos de la lengua a por mí, que no voy a cambiar mi versión de los hechos.
Volviendo al título de este post, si el Quijote es uno de esos incunables que "todos" aseguramos haber tenido entre las manos alguna vez, 1984, de George Orwell, puede perfectamente ser otro. Más aún si reparamos en que se le mencionó mucho cuando Gran Hermano se convirtió en programa de televisión propagándose como la gripe aviar por las pantallas de todo el mundo. Las referencias eran inevitables en tanto en cuanto 1984 tiene su Big Brother, pero las diferencias entre la novela y el formato televisivo son tan abundantes como rotundas. Sobre todo porque el primero es una distopía amedrentadora y el segundo un cachondeo padre.
1984 nos presenta un régimen absolutamente inmune e indiferente al sufrimiento de la población. Un sistema de gobierno cruel y autoritario, que pone en práctica un control férreo y sin sentido con un único fin, el de perpetuarse en el poder. Se trata de obtener el poder por el poder, en tanto en cuanto estas cinco letras lo son todo. 1984 fue una fecha que pasó y, por mucho que les pese a los agoreros, ni hoy ni entonces andamos metidos en ese submundo orwelliano de carácter global, pero no digo yo que la profecía del autor no se haya cumplido en menor medida y en diferentes cuadros temporales. Ahora mismo, sin ir más lejos, tenemos el caso de Corea del Norte, territorio orwelliano que, además, cumple a la perfección otro de los argumentos del libro: el control a través del miedo. Pero no solo Corea del Norte es un ejemplo de un 1984 llevado a la realidad; también podríamos extrapolarlo a la Argentina de la dictadura, entre los años 1973 y 1976, a la dictadura de Pinochet en Chile o a los conflictos vascos e irlandés, por poner notables ejemplos de esa escalofriante coreografía de miedo y poder. Aunque tampoco hace falta irse a los grandes episodios de la historia para hallar ejemplos de lo que podría ser 1984 en su versión más de andar por casa: muchas empresas y/o grupos ejercen o pretenden ejercer ese dominio absoluto sobre el personal que nutre sus filas. El miedo a ser despedido, la autoridad impuesta de forma arbitraria, el intento de dominar el pensamiento y la interacción de las personas no andan muy lejos del universo diseñado por George Orwell. Al contrario, están peligrosamente cerca.
En el caso español, y antes de que nadie se me venga arriba, he de decir que cualquier parecido con la ficción es puro choteo. Al PP le encantaría perpetuarse en el poder a costa de sabotear los derechos más elementales de los ciudadanos, como el de manifestación, huelga y reunión, pero no puede porque sabe que, para ello, necesitaría pasarse por la entrepierna cualquier resorte democrático nacional y supranacional. El único parecido de la derecha española con el mundo orwelliano resulta hasta verbenero y está íntimamente relacionado con esa necesidad de agarrarse a la poltrona para no perder ni un ápice de su influencia en la administración pública, que tantos años le llevó asentar y que tan buenos dividendos les ha dado (al enriquecimiento de muchos de estos señores y señoras me remito). Y, haciendo un esfuerzo para ligar peras con manzanas, quizás encontremos cierta semblanza en que ellos también son muy de "si no estás conmigo, estás contra mí", ergo si no piensas como yo eres el enemigo en tanto en cuanto estás cuestionándote mi status quo y sembrando la duda en los demás de que, tal vez, no me merezca estar donde estoy o ser quien soy.
Pero hay grandes rasgos en el libro que es muy probable que nos suenen o nos toquen de cerca. En 1984 no existe la verdad porque la verdad no interesa; es preferible la confusión, sembrar la duda y la desconfianza en la masa que ha venido a sustituir al conjunto de individuos. Toda la filosofía de ese Gran Hermano que gobierna con mano de hierro se resume en las palabras que están escritas en la fachada de su paradójico Ministerio de la Verdad y que vienen a decir que "la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud y la ignorancia es la fuerza". ¿Tienen sentido? Ninguno, siempre y cuando nadie se lo busque. Aunque bien podríamos pensar que la guerra del pueblo es la paz y el seguro de vida para sus gobernantes, la esclavitud de muchos propicia la libertad de la minoría y la ignorancia de la masa es la fuerza de los poderosos. Todo lo cual nos lleva a pensar que cuánta más confusión siembre un régimen, más mentiras proclame, más odio escupa y más ignorancia perpetúe entre los ciudadanos, mayor y más firme será su anclaje en el poder. Y ahí sí es donde cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.
Lo peor de 1984 es que Winston, el héroe de la historia, sobrevive. Pero lo hace aceptando su rendición. Todos hemos visto a gente que ha dejado de pelear: en sus empresas, en sus casas, en las calles. Uno es héroe porque puede y hasta que las fuerzas, las circunstancias o las ganas le llevan a dejar de serlo. Y es muy complicado volver a atrás si te sientes solo y frustrado. El final de 1984 resulta terrible, no solo por lo odiosamente pragmático, sino por lo que tiene de espejo en el que mirarnos: "Dos lágrimas con olor a ginebra le resbalaron por las mejillas. Pero todo estaba bien, todo era perfecto, la lucha había finalizado. Se había vencido a sí mismo. Amaba al Gran Hermano".
El Big Brother de Gran Hermano se sostiene en las mentiras con las que justifica su triunfo. El poder sostenido sobre la mentira, la mentira sobre la perpetuación de la desigualdad. Y la rendición como única salida. La profecía que ninguno queremos que se cumpla, ni en lo público ni en lo privado.