martes, 30 de julio de 2013

A Dios rogando

La curia eclesiástica tiene que estar ahora mismo tirándose del birrete. Y es que dejas a un señor salir de excursión a Brasil para echarse unos cantes y unos bailes con cientos de miles de jovencitos de medio pelo y luego pasa lo que pasa, que vuelve tan contento que la lía parda y compadrea con los periodistas como si estuviera jugando al tute con los vecinos de Villafáfila.
Imagino a todos esos venerables ancianos vestidos de negro mutando en rojo carmesí al escuchar que el querido Papa Paco respeta a los gays y echa pestes contra la corrupción en el Vaticano, incluido ese afán de enriquecimiento que practican unos hombres que han jurado pobreza extrema. No es para menos: después de tantos siglos acariciando los tesoros del pueblo cual Golum con sotana, llega un tipo argentino con maletín negro a decirles que la cosa está muy malita y a lo mejor tienen que dar más y trincar menos. Y, encima, pedir perdón por la soberbia, la gula, la lujuria y un montón de pecados más que han ido acumulando debajo del colchón. Para mear y no echar gota.
Tras el speech que se marcó el nuevo Papa en el avión que le devolvía a Roma, amenizando el viaje a los periodistas, el mundo católico, apostólico y romano se fundió en un ay. Si alguien se tomó la molestia de leer los comentarios adscritos a las declaraciones del Papa Francisco, comprobaría estupefacto como, más que elogiar esa humildad de palabra y ese deseo de apertura manifestado en una pseudo homilía tantas veces ansiada, la peña se deshacía en temores sobre la salud del Pontífice. En un singular todos a una, los foros se plagaron de hondas preocupaciones que incluían advertencias con muy buen fondo: cuidadito con el café, precaución con las magdalenas del desayuno o un poquito de por favor con la leche caliente antes de acostarse, que las carga el diablo. Nos han llegado tantos rumores acerca de las conspiraciones vaticanas, que todos somos Dan Brown y nos tememos lo peor: para un Papa que sale más o menos normal (dentro de la anormalidad del cargo) lo mismo sus colegas van y se marcan un Juan Pablo I o, hablando en plata, un envenenamiento con nocturnidad y alevosía.
Dios no lo quiera. Me imagino a Juan Pablo II, tan carca el hombre, revolviéndose en su tumba al ver a este señor que se niega a emplear el calzado papal porque le resulta incómodo para patear las calles. Sin embargo, a Benedicto XVI me lo supongo, más ancho que pancho, enganchado a Amar en tiempos revueltos o como sea que se llame el culebrón italiano de las tres de la tarde. A él esto como que le da igual que le da lo mismo: bastante tiene con haber vivido la aventura y poder contarla.
Y es que ser progresista no es precisamente un signo que augure una gran longevidad en el Vaticano, un lugar poblado de señores más tipo Arzobispo de Alcalá que Enrique de Castro. Precisamente el primero de ellos, el de Alcalá, debe de estar ahora mismo clavándose astillas bajo las uñas, él que tanto abogó por la causa antigay y tan amargados nos tiene a todos con sus rancias advertencias, seamos heteros u homos. El Papa ha pedido respeto para los gays, algo con lo que no comulgan muchas de las autoridades eclesiásticas que se pasean por las iglesias impartiendo doctrina y amenazando con castigos a mansalva si no se cumplen determinados preceptos absurdos. Entre ellas, ese ente inclasificable que da más miedo que los fantasmas de la película Expediente Warren y que obedece al enigmático nombre de Conferencia Episcopal. Bajo semejante epígrafe se esconde un grupo de seres inauditos que tienen agarrado por los huevos al Gobierno de España y que dibujan las directrices de la política que se hace en este nuestro país de pandereta, sobre todo en lo que a recortes de derechos se refiere. Imagino que dicha panda de criaturas oscuras, muchos de ellos paridos por el Opus, los Legionarios de Cristo etc, verdaderos estigmas de la Iglesia más progresista y más fiel a sus raíces (la de no juzgaréis y no seréis juzgados) andará ahora mismo echando pestes bíblicas contra este pontífice que ellos mismos han elegidos y que, para remordimiento de muchos, va camino de convertirse en estrella de rock, aunque lo suyo sería bastante más punk.
A pesar de que todo el mundo repase una y otra vez las palabras del Papa sobre los gays, a mí, sobre todo, me ha llamado más la atención su discurso a favor de la laicidad del Estado y el respeto de todas las creencias (¡toma patadón a la Conferencia Episcopal!) y su insistencia en que ningún lobby es bueno, algo en lo que coincido con él, por lo menos a grandes rasgos. A mí que un señor destinado a mandar tanto en la Iglesia abogue por la separación de poderes me parece que es para besarle los pies y hacerle un tapete de ganchillo. La colcha y los cojines, si eso, ya se los confeccionaremos cuando se enfrente a la pederastia y a la panda de malos malosos que, compinchados con el crimen organizado italiano, manejan ese otro agujero negro de vicio y corrupción llamado Banco Vaticano. Que su Dios le de suerte y sus colegas, salud.


lunes, 29 de julio de 2013

Solidaridad

Se ha escrito mucho sobre la heroicidad de los vecinos de la aldea de Angrois en la tragedia ferroviaria de Santiago de Compostela. Entre artículos, blogs y columnas, había una titulada Si te dicen que Caín, que me llamó particularmente la atención. Obviamente, el escrito empleaba reminiscencias bíblicas (la taimada historia de Abel y Caín que a mí tanto me disgusta, tal vez porque no creo que Abel fuera tan bueno ni Caín tan malo) para explicar el que, en momentos críticos, las rencillas desaparecen y todos somos Abel. No sé por qué, pero semejante razonamiento, invocando al natural benévolo del ser humano, no me acaba de convencer del todo.
Cuando yo era pequeña, a veces me quedaba a dormir con mis primos en una aldea gallega donde, verano tras verano, se reproducían los incendios forestales. Jamás reflexioné sobre la solidaridad de los vecinos porque siempre me ha parecido normal. Podías haber visto a dos de ellos discutiendo amargamente en un bar horas antes que, si al anochecer se incendiaba la leira de uno, allí estaba el otro, su familia y sus amigos, intentando echar una mano con cubos de agua o con lo que hiciera falta. Es más, en el fragor de la batalla, nadie se quedaba a contemplar el espectáculo sino que todo el mundo, menos los niños, echaba una mano con lo que pudiera. Lo mismo ocurría cuando un vecino tenía que arar la tierra o recoger la cosecha: si quienes vivían cerca consideraban que el trabajo era demasiado para uno solo, allá que se iban con sus rastrillos y sus azadas para arrimar el hombro, sin importar que 24 horas antes estuvieran dirimiendo sus amargas rencillas ante testigos perplejos. Recuerdo, incluso, una ocasión en que un viento huracanado se llevó la ventana de mi habitación mientras dormía y enseguida subieron los vecinos de alrededor con clavos, maderas, placas de chapas etc, para asegurar todas las ventanas e intentar que a nadie de la familia le pasara nada. Luego ya vendrían los bomberos. Y no recuerdo que, en aquel entonces, tuviéramos una relación muy estrecha con nuestros buenos samaritanos.
Quiero decir que este impulso de ayudar al otro sin pedir nada a cambio es algo natural, que sale solo y obedece a un instinto, a una acometida irrefrenable o a una actitud mamada desde la infancia. Y espero y deseo que no sea solo algo inherente al carácter del pueblo gallego, aunque haya habido recientes muestras de ello como la tragedia del Prestige o la última de Angrois. Quiero pensar que todos, y no solo los gallegos, podemos dar lo mejor de nosotros mismos en momentos límites, cuando la situación del otro importa más que uno mismo. No es que ello desmerezca la reacción vecinal sino que la engrandece en el sentido de que no hemos perdido aquello que nos hace humanos: lo cultivamos en cada pequeño detalle, en cada gesto nimio hasta que un desencadenante imprevisto lo hace grande y lo transforma en una aventura solidaria con final feliz.
Esa necesidad de ayudar, de colaborar, de darlo todo por el bienestar del otro, es muy parecido al pilar que sostiene la estructura norteamericana de las comunidades vecinales, algo de profundas raíces antropológicas que se manifiesta folclóricamente en la construcción de graneros o en las fiestas benéficas. Luego uno puede llevarse a matar con éste o con aquél, pero las enemistades pasan a un segundo plano cuando la estabilidad física o emocional prima sobre todas las cosas. Ya habrá tiempo más tarde para resolver rencillas y de buscar pelea con la ilusión de un niño en una tienda de chuches; ahora toca dar el callo.
Y, sin embargo, la experiencia me dice que no todos nos volvemos Abel cuando la situación apremia, sobre todo cuando esa situación no implica exponer tus bondades en público sino esgrimir tus miserias en privado. En mi caso particular, y sin utilizar esto que voy a escribir para venirme arriba, he podido tener problemas muy serios con determinadas personas, pero cuando ellas mismas han necesitado mi ayuda la han tenido, incluso sin haberla pedido. Y si hubieran demandado más, la respuesta había sido aún mayor. Esto, contado así, para algunos me haría parecer la tonta del pueblo, sobre todo cuando he vivido también experiencias sangrantes al lado de personas que, pudiendo echarme una mano, aunque solo fuera por humanidad, me la han echado, pero al cuello. Jamás he entendido por qué, teniendo el enorme poder de curar la herida de otro (incluso a veces solo con un par de palabras), aprovechas el momento de debilidad ajeno para echar sal en la pústula, del mismo modo que tampoco comprendo que haya quien utilice las desgracias ajenas para obtener beneficio personal mientras finge ser un buen samaritano. Siempre he reaccionado muy mal ante estas situaciones porque me parecen mezquinas y más propias de las bestias, necesitadas de destrozar al de al lado para sobrevivir, que del ser humano. Son una bajeza y una inmoralidad y más de uno debería hacer un examen de conciencia, en caso de que la tuviera.
Pero ahora entiendo que, quizás, esta incomprensión no sea producto ni de mi educación, ni de mi ética, ni tal vez de mi genética, ninguna de ellas preparada para asumir y empatizar con semejante forma de insolidaridad. Mi pueblo -y con él mis raíces- es así: introvertido, solitario, ensimismado... pero también noble, valiente y generoso. Y a mí me gustaría pensar que la mayoría vamos también de ese palo y que podemos darlo todo sin esperar ni obtener nada a cambio. Bien pensado, a lo mejor tiene que existir esa minoría cainita para que apreciemos a la gente extraordinaria que no solo habita en los pomposos anuncios de Aquarius sino al lado de las vías del cualquier tren.


martes, 23 de julio de 2013

El ectoplasma

Me gusta que tengan que venir un periodista rumano y una becaria alemana a sacarle los colores a nuestro presidente y darnos clases de la valentía periodística. Me gusta, porque si añadimos un editor francés tendríamos un bonito chiste y, sin él, lo que contemplamos es una broma que maldita la gracia que nos hace. Como ya comenté en más de una ocasión, me parece vergonzoso que este gobierno, con Rajoy al frente, evite en todo momento, no ya la confrontación parlamentaria, que en su opinión se basa en el ordeno y mando, sino las explicaciones de rigor a la ciudadanía que es, al fin y al cabo, quien les paga el sueldo y hasta el sobresueldo. Ni Rajoy, ni Cospedal, ni Aguirre y mucho menos Aznar son nuestros jefes; al revés, nosotros somos los suyos y están obligados a rendirnos cuentas. De hecho, si esto fuera una empresa y los susodichos se mostraran tan faltones y soberbios como suelen, hace meses que estarían en la puta calle. Si, ese mismo lugar que tanto les desagrada y tan mal les huele. Ellos son más de fincas que de asfalto.
Rajoy nos ha demostrado que, como individuo político, es un extraordinario sofista. No en el sentido primigenio de la palabra, que vendría a identificar al hombre sabio, sino como la degeneración del término: aquel que busca persuadir para favorecer sus propios intereses, nunca en aras de la verdad. En este aspecto, Hitler, por ejemplo, sería un gran sofista, sobre todo en los primeros tiempos del nazismo y antes de que perdiera la cabeza y sus complejos y manías le convirtieran en alguien para cuya descripción debería inventarse un diccionario con varios tomos de improperios. La verdad objetiva, reconvertida en verdad subjetiva al servicio de uno mismo y sus amigos, no es verdad: es cuento.
No sé muy bien por qué Rajoy ha decidido que el 1 de agosto va a dar explicaciones de lo suyo con Bárcenas (perdón por mentar a la bicha). Aunque, lógicamente y como todo a lo que nos tiene acostumbrados, la explicación va a ser de aquella manera y me apuesto algo gordo a que contestará mucho sin decir absolutamente nada. Y estoy convencida que las preguntas parlamentarias, las interpelaciones del resto de las bancadas, a nuestro presidente no le molestan tanto: al fin y al cabo, está acostumbrado a pasearse por los escaños como Pedro por su casa. Lo que de verdad le pone de los nervios es tener a un puñado de periodistas delante y que muchos de ellos no le sean afines. No tema usted, señor presidente, que ya se encargan los suyos de sesgar las preguntas y sentar a los presentes para formar un bonito coro ideológico. El gesto de ayer de Rajoy, regañando a alguien de su equipo tras escuchar la interpelación del compañero rumano, no es más que un indicativo de que aquí la censura funciona antes, durante y después de cada comparecencia de nuestro amigo gallego, siempre bien escoltado por alguna autoridad de los países vecinos que le sirva de parapeto ante la verborrea de la prensa patria, empeñada en dar una imagen penosa de este presidente que tanto y tan bien nos quiere.
No reconocemos al Rajoy que vemos por la televisión. Es una especie de ectoplasma, una figura extraña, de cartón piedra, que cuando habla solo menciona lugares comunes y lleva preparado un discurso vacío e insignificante para cuando le pillan con el paso cambiado. Eso quiere decir que tiene mucho que ocultar. No me creo yo que las cámaras le den miedo ni el hablar en público le saque de quicio: lo que de realmente le incomoda es saber que le pueden pillar en una mentira, que algún día se sentirá arrinconado y sin salida y que ya le quedan pocos cartuchos por gastar. Es la única explicación al pavor que siente y transmite cada vez que se enfrenta a la opinión pública y, además, es la más lógica: todos podemos vivir con la mentira de puertas para adentro, pero el temor de exponerla en público y cometer fallos que nos dejen sin coartada nos vuelve apocados, timoratos y nos pone irremediablemente a la defensiva.
Dice Rajoy que en la próxima comparecencia (ésa que ha anunciado tan contrito y compungido) contará su versión de los hechos. A mí, su versión me la trae al pairo: al fin y al cabo es solo su punto de vista, el que pretende que yo me crea. Pero yo lo que quiero es la verdad. Sé desde ya que me quedaré con las ganas.


lunes, 22 de julio de 2013

Terapia sexual

En estos momentos estoy leyendo un libro ubicado temporalmente en los tiempos en los que el partido nazi se preparaba para barrer a las demás formaciones políticas en las elecciones democráticas que le dieron la victoria. Y la verdad es que resulta muy esclarecedor comprobar cómo era la Alemania de aquellos años, el fragor con el que se bregaban los partidarios de Hitler, el temor de quienes no comulgaban con sus planteamientos y desconfiaban de sus pretensiones de alcanzar un mundo mejor, la situación de la Alemania más judía etc.
En un capítulo del libro se describe, además, cómo estaba dividido, espacial y socialmente, el Berlín de la época. De hecho, uno de los párrafos se refiere a los lugares donde se ejercía la prostitución y se habla de las calles en las que se prostituían mujeres, hombres, mujeres de edad avanzada, embarazadas e, incluso, discapacitadas, chicas a las que les faltaba algún miembro y que, además de sufrir el desprecio de una sociedad que ya entonces empezaba a rendir culto a una perfección mal entendida, tenían que aguantar ciertas conductas "desviadas" de sus clientes.
Se habla y se ha hablado muy poco de la sexualidad de los discapacitados, algo que siempre me ha intrigado y, cuando he podido, he preguntado. Creo, sinceramente, que aquí hay dos problemas, siempre provocados por el que mira más que por el que es contemplado: por un lado, está la discapacidad en sí misma, que a muchas personas les produce cierto desagrado y que provoca que la forma de interactuar no sea la lógica y normal; segundo, la sexualidad, un tema que en nuestra sociedad parece que continúa siendo tabú. A pesar de lo mucho que hemos avanzado, a determinados padres, por ejemplo, les cuesta responder a las preguntas de sus hijos y recurren a lo que yo decía el otro día, al acto de fe, en lugar de a la contestación concreta, fiel y real que piden y merecen. Creo que nosotros, con nuestras reticencias, nuestros pudores y nuestras vergüenzas, somos los que nos encargamos de convertir algo absolutamente normal en algo extraño y bizarro, algo que debería ser bonito, en algo feo. El sexo no es sucio en sí mismo: somos nosotros los que lo hacemos así.
El otro día, coincidiendo con mi rendición al libro de Alemania y su descripción del pecado por barrios, leía una noticia en la que Sex Asistant Cataluña, una asociación que vela por la sexualidad de los discapacitados, intentaba hacer campaña para conseguir ayudas con las que formar a personas interesadas en ejercer de asistentes sexuales de discapacitados. Aducía, entre otras cosas, que no es tan fácil encontrar a gente capaz de "aliviar" sexualmente a una persona de estas características, en tanto en cuanto a la opinión pública parece no importarle las necesidades sexuales de aquellos que son diferentes. Yo quiero imaginar que, como todo ser humano y todo animal, alguien con diversidad funcional también necesita sexo. Por ejemplo, debe de ser un problema muy, muy gordo, no poder masturbarte a ti mismo cuando tu mente insiste en lo mucho que te apetece. Un inconveniente que dicho sea de paso, no me extrañaría que llegara a precipitar algún que otro trastorno psicológico.
Es lógico, por tanto, que a estas personas les preocupe su sexualidad como les puede preocupar tener un trabajo o curarse una enfermedad. El individuo no es solo una faceta, y parece lógico y hasta éticamente deseable que todos nos empeñemos en que los diferentes aspectos de nuestras vidas funcionen razonablemente bien. Pero mientras países como Holanda o Dinamarca recogen la figura del asistente sexual de discapacitados como una forma más de terapia, estoy segura de que en España, tal y como estamos de modernos y progresistas, sería considerada como una variante de la prostitución (quizás incluso de las más aberrantes) y aquel profesional que la desempeñara, como alguien que comercia con su cuerpo y el sexo. No me imagino a Ana Mato incluyendo la asistencia sexual a discapacitados dentro de los gastos de la Seguridad Social, aunque, como mínimo, debería escuchar al colectivo y planteárselo. A este paso, las mujeres vamos a tener que contraer matrimonio con el ginecólogo si queremos que el sistema público nos costee la revisión de bajos.
Pero, a lo que iba, que yo soy muy de perderme: en el fondo no creo que la figura del asistente sexual sea lo ideal, sino que se trata de un apaño. Correcto y funcional, pero apaño al fin y al cabo. Como todos los demás, los discapacitados tienen derecho a recibir y dar estimulación, a participar en juegos eróticos etc... Y es posible que incluso estén más abiertos y receptivos que otros que tienen un fácil e inmediato acceso al sexo sin complicación alguna. La solución, por tanto, residiría en la integración social y en entender que una persona no solo es un físico más o menos agradable, sino mucho más. Una solución que se antoja demasiado utópica como para depositar en ella un mínimo de esperanzas. La terapia sexual puede paliar la dureza de una existencia ya difícil de por sí: la de todos aquellos que sobrellevan las imperfecciones en un mundo rendido a la idealización del físico. Empeñémonos, por tanto, en no complicarles aún más la vida, no en emitir juicios morales que en ningún modo nos corresponden.



viernes, 19 de julio de 2013

El síndrome de Hybris

Cuando vemos lo que vemos y leemos lo que leemos, a muchos nos vuelve a la cabeza aquella frase de "el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente". O aquella otra que cuenta que no hay nada peor que un tonto con poder. El poder, por tanto, se convierte en un ente peligroso, capaz de transformar al ser humano de pastorcillo en Herodes en un abrir y cerrar de ojos.
Vendría a ser algo así como la fama: quienes nunca vamos a disfrutar ni de fama ni mucho menos de poder pensamos que, de llegarnos, jamás perderíamos la cabeza en su nombre. La historia (o mejor, las historias) nos dicen que la cosa no va exactamente así. De hecho, los griegos, que además de dedicarse a gozar de la vida, de cuando en cuando pensaban, empezaron a llamar Hybris a todo aquel héroe que, una vez henchido de gloria, comienza a comportarse como un diosecillo de tres al cuarto. Más recientemente, un  señor llamado David Owen, que en su día aparcó su trabajo de neurólogo para ocuparse de la cartera británica de Asuntos exteriores, escribió un libro titulado En la enfermedad y en el poder, donde él mismo detallaba la evolución, o mejor, involución, que experimentan ciertos líderes políticos una vez aferrados a su poltrona. Hablaba mucho de Bush jr. y Tony Blair, pero en el mismo saco podemos meter a algún colega de estos dos, aunque también a gerentes de empresa, directores y unos cuantos jefes. Que cada uno ponga los rostros y nombres que crea conveniente.
Owen contaba que, cualquier persona normal, cuando alcanza el poder, primero, se llena de dudas. Aunque se vea obligado a disimular, en el fondo no sabe si estará preparado para asumir semejante responsabilidad. Pronto empieza a surgir a su alrededor una graciosa pandilla de pelotas, gentes entregadas a la cuestionable labor de rendirle pleitesía, decirle a todo que sí y regalarle los oídos con medias verdades. Las dudas que le sobrevenían en un principio desaparecen, comienza a pensar que nadie es mejor que él y que está donde está por méritos propios, en ningún caso por decisiones ajenas.
El asunto se complica cuando cree que solo él, hombre o mujer Hybris, es capaz de solucionar los problemas y que los demás deberían dar gracias al cielo por tenerle y homenajear a su madre por haberle parido. Se siente insustituible, aunque no solo eso: está convencido de que es el único ser importante en el mundo, que la vida de los demás carece de relevancia y significado a su lado. Se convierte en una especie de iluminado tocado por la mano de Dios, viéndose siempre enorme frente a la manifiesta insignificancia de los demás.
Hybris se ciega tanto con su papel de salvador que llega a pensar que todo aquel que no asume sus ideas o se atreve a enfrentarse con él es un enemigo a batir. Jamás le dará la razón porque no es capaz de razonar; sus verdades son cuestión de fe, hijas del poder que le han concedido. Como consecuencia, nuestro héroe iniciará la caza y captura de aquel que se opone a sus pretensiones, condenándole al ostracismo, desposeyéndole de su dignidad o convirtiéndole un un paria.
Estos líderes de pacotilla jamás escucharán otras ideas, porque solo ellos se encuentran en posesión de la verdad. Fingirán que oyen, sobre todo para mantener una compostura que se les supone, pero no harán caso e, incluso, muchas veces, su ceguera les llevará a no entender lo que les dice el otro. ¿Para qué, si solo ellos ostentan el merecido y ansiado poder? En su delirio, abordarán soluciones absurdas e impracticables para los problemas más serios, abogarán por enrocarse en su verdad, sea ésta cual sea, y si el tiempo o la vida les demuestra que han estado equivocados, jamás lo reconocerán, porque la culpa siempre será de otros.
El síndrome de Hybris azota de verdad a quien, padeciéndolo, se ve de un día para otro descabalgado del poder. Imposible imaginar lo que siente alguien que lo ha tenido todo, encontrándose, casi en cuestión de horas, ninguneado y despreciado por aquellos que antes le rendían pleitesía. El pasar del todo a la nada a la velocidad del viento les hunde en una paranoia, incapaces de asumir que ya no están sobre el montón que tanto despreciaban, sino que son uno más del montón.
No se me ocurre un final más bonito para aquellos borrachos de poder que vomitan su resaca sobre nuestras cabezas y nuestros pies. Como diría Bogart, "Más dura será la caída". Amén.


miércoles, 17 de julio de 2013

Hacemos un trío

Estoy entre asombrada y compungida por esta febrícula que le ha entrado al Barça de parecerse al peor Madrid: el de las broncas, la chulería y ver quién mea más lejos. En verano, cuando todos los del club, desde Messi para abajo, deberían estar celebrando su reencuentro y cogiendo aliento para afrontar futuras glorias, comprobamos estupefactos cómo las rencillas entre unos y otros salen a la luz provocando dimes y diretes que nos recuerdan más a aquellos días del fiestero Laporta, tan dado a los exabruptos, que a merecidas jornadas de gloria.
Destapó la caja de los truenos Pep Guardiola, que resentido debe de estar un rato. Si no no se explica que un tipo medido como él, que calcula todo lo que dice, lance esas bombas de relojería y semejantes rencores a la cara del presidente Sandro Rosell, un hombre que no ha querido entrar al trapo pero sí, y que tiene el don de acabar llevándose fatal con quien antes era su uña y su carne. Guardiola acusó al presidente de jugar con la enfermedad de Tito Vilanova, actual entrenador del Barça, para hacerle daño. Y, claro, como no hay dos sin tres, ahí tenemos a Vilanova, quejándose de que su gran amigo Pep no se preocupó por él cuando estuvo dos meses en Nueva York tratándose de la enfermedad que padece. Recordemos que, entonces, el lugar de residencia de Guardiola era, precisamente, la ciudad de los rascacielos.
Los españoles tenemos un vicio enorme: cuando nos piden que nos definamos, solemos soltar aquello de "yo soy muy amigo de mis amigos". Así, a las bravas. De hecho, lo decimos tanto que creo que, si vuelvo a oírlo, soy capaz de echar la primera papilla. A lo mejor porque nuestro concepto de la amistad es más de colegueo de bar y pachanga de los domingos que de estar ahí disponible 24 horas cuando el otro lo necesita. Y como le decía hace poco a alguien, amigos para tomar cervezas tenemos todos un montón, pero para limpiar la casa y barrer la cocina después, a lo mejor no tantos.
A mí Guardiola me cae bien. Me parece inteligente y sensato, aunque también un poco terco y quizás no lo bastante tolerante ni conciliador para los cargos que ocupa. Eso respecto a la cara vista, porque la cara oculta solo la conocen quienes han vivido con él. Y a mí, mientras no se lleve la mala educación y el peor perder al campo, me vale.
También me gusta que haya creado escuela, en el sentido de formar a hombres de su mismo palo: discretos, seguros, con ideas firmes y criterios claros. Aun así, reconozco que esta guerra en la que ha entrado no le pega nada. A primera vista parece una salida de tono impropia del personaje, lo que nos lleva a preguntarnos por qué esto y por qué ahora. La única respuesta posible es que en el club se esconda más mierda que en un gallinero. Ahí lo dejo.
Las palabras de Rosell me la traen al pairo, pero creo que ha estado bien nadando y guardando la ropa. Confiemos en que siga así y no empiece a escupir veneno a través de los medios, más que nada porque acabaría con el pobre Zubizarreta, poco acostumbrado a tener que salir a torear miuras cuando ni siquiera se ha entrenado con vaquillas. Aquí, el que verdaderamente guarda el frasco de las esencias es Tito Vilanova.
Entiendo que, con su discurso, ha tratado de hacer valer su autoridad dirigiendo, de paso, algún que otro dardo contra su "gran amigo". Porque, si lo que él dice es cierto, y no tenemos por qué dudarlo, poco importa que alguien te recuerde constantemente la amistad que os une si, en momentos de crisis, te deja solo. Es una cobardía y una bajeza. Como dije en un post anterior, uno puede o no estar de acuerdo con sus amigos, pero eso no justifica el abandono; insisto en aquello de "quiéreme cuando menos me lo merezca porque será cuando más lo necesite".
El meollo del asunto está, nuevamente, en la traición y la deslealtad y, probablemente, en la nueva versión del clásico "me han dicho que has dicho", la frase demoledora capaz de acabar con las relaciones más sólidas. Normalmente porque una de las partes es más endeble de lo que parece. Y es muy posible que entre Guardiola y Tito hayan metido mucha inquina y ellos dos se hayan dejado llevar. Porque uno puede aguantar insultos, cotilleos y comentarios malintencionados hasta cierto punto, pero llega un momento en que explota. Somos humanos y nadie nos puede exigir que aguantemos atentados emocionales más allá de lo digerible.
La pregunta es la de siempre: ¿quién o quiénes se benefician de que el Barça se convierta en la jaula de las locas? ¿A quién le encantaría que sucediera algo excepcional para adelantar las elecciones mucho antes de 2016? ¿Quién ha utilizado a quién y quién se ha dejado utilizar? Tampoco es tan difícil encontrar respuestas al culebrón culé. Digo yo...



martes, 16 de julio de 2013

Acto de fe

Cuando era pequeña, mi asignatura favorita eran las matemáticas. Por eso me quedaba un poco descompuesta cada vez que mi profesora respondía a alguna de mis dudas con un "ahora no puedo seguir profundizando en eso, pero algún día tendrás tu explicación. Confía en mí". No resolvía la intriga, bien porque creía que hacerlo suponía avanzar contenidos que aún no estaban a nuestro alcance, bien porque la solución se escondía en alguno de esos problemas y teoremas que los matemáticos tardan siglos en argumentar. Al principio me frustraba; luego aprendí a confiar y a reconocer que mi profesora tenía razón cuando me decía que no era el momento. Sin saberlo, estaba poniendo en práctica un acto de fe.
En ocasiones es tremendamente agotador intentar convencer a alguien de que dices la verdad o llevas la razón. Y te comen los demonios cuando no consigues argumentar la explicación requerida, tal vez porque no puedes o tal vez porque no debes. Es ahí donde entra la buena predisposición del otro: si es tu amigo y te conoce, tomará tu discurso como un acto de fe, aunque solo sea por lealtad. Es así: podemos no entender por qué nuestros amigos hacen lo que hacen o cómo lo hacen, pero ante una situación peliaguda lo primero es apoyar y lo segundo, cuando las aguas se calmen, pedir explicaciones. Quizás luego no logre convencernos, pero lo principal, viendo que la persona a la que apreciamos se encuentra en un momento delicado, es mostrarle que vamos a seguir ahí, a su lado, ocurra lo que ocurra, aunque de primeras dadas no entendamos nada. Ya habrá tiempo para reorganizar papeles y enhebrar guiones. Ahora, lo que toca, es practicar un acto de fe.
El problema nace cuando dicho acto de fe nos lo piden o nos lo exigen instituciones o personas que se han esforzado lo mínimo para que depositemos en ellos nuestra confianza. Justo lo que está ocurriendo estos días con Rajoy y los suyos, quienes apelan a nuestra buen corazón ante una serie de pruebas manuscritas que demuestran que, casi desde sus comienzos, el Partido Popular ha recurrido a la financiación irregular y a los chanchullos inmorales para perpetuarse en el poder. Continúan con el mismo discurso de "todo es falso", "están mintiendo", tal vez con la esperanza de que una mentira, repetida mil veces, se convierta en una verdad. No son conscientes, o quizás se les haya olvidado, que la relación del partido con el electorado viene viciada de serie: una formación que miente sobre su programa electoral, que engaña solo por alcanzar el gobierno (otra vez los favores que hay que pagar) y que sigue timándonos cada viernes en cada consejo de  ministros, no puede venir ahora con que pongamos en marcha el acto de fe y justifiquemos sus acciones como si fueran los sagrados mandamientos. La confianza es uno de los bienes más efímeros del ser humano: se construye con mucho esfuerzo y se destruye en un segundo. Por eso conviene mimarla día a día.
Creo que en esta guerra de guerrillas debemos dejar que se arreen entre ellos. Ya bastante armamento pesado han utilizado contra nosotros. Y, desde luego, no admitir ese acto de fe ni caer en la trampa de aceptar como verdad inexplicable lo que no es más que una mentira perfectamente planeada. ¿Injustamente planificada? Ellos sabrán por qué han llegado al punto de intentar destruirse los unos a los otros. Si quieren nuestro apoyo van a tener que defenderse en los tribunales pero, antes, no vendría mal tener el detalle de contestar a las preguntas que todos nos hacemos. ¿Dónde se ha visto que un partido político de nuestra moderna y pintona democracia practique la censura previa en las ruedas de prensa? Y, sobre todo, ¿qué clase de periodistas y ciudadanos somos que lo consentimos? Yo creo que, en una situación así, me levantaría y me iría. Hoy en día, si no tienes visibilidad pública no eres nada; apuesto que si los compañeros de la prensa condenasen a Rajoy a la invisibilidad, le sobrevendría de pronto la florida verborrea parlamentaria de la que hacía gala cuando estaba en la oposición. Y, visto lo visto, no es de extrañar que incluso aquellos discursos, tan añorados por algunos, estuvieran plagados de mentiras.
En resumen, que un acto de fe se le regala a las personas a las que aprecias y en las que confías. A esta panda de presuntos delincuentes ni los queremos ni, mucho menos, confiamos en ellos. Ellos, como los famosos monos sabios, no oyen, no hablan, no ven. Seguro que el pueblo al que tanto desprecian tiene remedio para sus manifiestas incapacidades.


domingo, 14 de julio de 2013

Patrullas ciudadanas

Hoy, la prensa española recogía la noticia de que un tal George Zimmerman había sido declarado inocente del asesinato de un chico negro de diecisiete años al que mató mientras "apatrullaba" la ciudad como voluntario. Primero, no entiendo muy bien por qué los periódicos españoles dedican espacio a una nota de la que nos tienen que poner en antecedentes (perdón por la expresión) ya que creo que ni yo, ni la inmensa mayoría de mis compatriotas, habíamos seguido con atención ni, mucho menos, con intención el caso de Zimerman y sus disparos. Pero es lo que tienen los domingos, que se convierten en un cul de sac donde cabe de todo. Quizás por ello sea tan interesante leer la prensa en fin de semana o ver los informativos. Sobre todo estos últimos, donde siempre van a salir mujeres luciendo pechamen. Verdad de la buena.
Obviamente, los Estados Unidos en general y el estado de Florida en particular andan un poco revolucionados con este asunto, más si tenemos en cuenta que entran en juego las variables que más nerviosos les ponen: conflictos raciales, tenencia de armas, justicia supuestamente discriminatoria, etc. Todos ellos factores nada desdeñables, pero a mí, lo que verdaderamente me parece digno de estudio, es el invento ése de los vigilantes voluntarios o patrullas ciudadanas, grupos de gente normal que se dedican a "limpiar" las calles de malhechores. Pocas cosas me pueden parecer más peligrosas que el que haya por ahí un puñado de personas, armados hasta las trancas, decidiendo lo que está bien o lo que está mal, quién me mira bien o me mira mal y quién tiene cara de héroe y de villano. Más aún si carecen de toda formación legal o entrenamiento físico que les haga merecedores de convertirse en los superhéroes del barrio.
Entiendo que, en determinados lugares, el esfuerzo policial se revela insuficiente para luchar contra la delincuencia. Pero eso no justifica que se le de determinado poder a los vecinos (a veces basta con mirar hacia otro lado) más allá del de intentar que las autoridades doten de medios y formación a las fuerzas de seguridad. Es absurdo permitir que una banda organizada de oficinistas y señoras con rulos (por poner un ejemplo) se dediquen cada noche a establecer un toque de queda en el que luego pasan cosas como la ocurrida entre Zimmerman y su víctima: que ve a un negro ágil y joven trotando por lo que él considera su territorio y se hace caquita. Poco importa que el chaval vaya desarmado: si tiene aires de macarra y se mueve como un macarra, lo mismo es un terrorista, así que disparo primero y pregunto después. Zimmerman aduce que lo suyo fue en defensa propia. Efectivamente, el miedo es libre.
Esta misma semana, El País recogía la noticia de que un pueblecito cercano a México D.F había optado por lo mismo y parte de sus habitantes se había constituido en un grupo organizado para combatir al crimen ídem. En este caso, la vía de actuación era más la investigación que la acción, en tanto en cuanto el enemigo es mucho más poderoso que cualquier pandilla adolescente que se reúne en el parque para trapichear. Todos entendemos la frustración y el pavor de unos vecinos amenazados de secuestro, que ven cómo el lugar donde viven se ha convertido en el ring donde las bandas rivales se juegan su destino. A ello habría que unir la pasividad y la inacción de la policía, embarcada en su guerra particular con el ejército por un quítame allá tus funciones.
Aun así, entiendo que nadie debería de tomarse la justicia por su mano y que los mecanismos de defensa deberían de ser otros. Y también que, a muchos gobiernos a escala nacional y local se les debería caer la cara de vergüenza por permitir los abusos de unos y la reacción de los otros. Más aún cuando el veredicto de Estados Unidos les dará alas y pronto tengamos una bonita colección de Zimmermans aterrorizados y disparando a jóvenes con capucha a sabiendas de que la justicia les absolverá. Se me ponen los pelos de punta solo de pensarlo. Estos días, con el caso Bretón a punto de llegar a un veredicto, nos preguntábamos por qué demonios tenemos que disfrutar los españoles de jurados populares cuando, a pesar de la buena voluntad y los cursillos exprés, no han sido formados en Derecho. Personalmente, creo que el jurado popular es una figura que queda muy bien en las películas, pero que no garantiza la eficacia de la Justicia en tanto en cuanto son seres humanos que no están en condiciones de juzgar ni tomar decisiones tan determinantes sobre la vida de un tercero. Creo que en nuestro sistema contamos con los profesionales necesarios para hacerlo, pero, claro, la curiosa idea del sentir democrático que tienen algunos nos lleva a innovaciones que históricamente no tenían nada que ver con la democracia sino todo lo contrario.
Ya he dicho que no creo que haya otra nación del mundo que se articule tanto en torno al miedo como Estados Unidos. Y lo peor es que su ejemplo es contagioso. Lógicamente, si sabes que tu vecino tiene un arma, tú correrás a comprarte otra, no vaya a ser que el hombre entre en brote y en vez de ayudarte con la bolsa te lleve la vida. Curiosamente, hay ahora en cartelera una película titulada La noche de las bestias que plantea un escenario precioso: durante 12 horas al año, Estados Unidos permite una jornada sin policía dando vía libre a asesinatos, violaciones y todo tipo de canalladas. Es entonces cuando una familia desactiva el sistema de seguridad para acoger a alguien que pide auxilio en la calle, dando comienzo a lo que definiríamos como una noche toledana. Y yo me pregunto: ¿por qué tantas películas made in Hollywood se plantean un futuro dominado por  la violencia? Otro día, lo mismo reflexiono sobre ello.


sábado, 13 de julio de 2013

La canción del verano

Cada año, a las discográficas se les hace más cuesta arriba encontrar un canción del verano. Entre que ya no se venden discos, que los éxitos duran menos que una piruleta a la puerta de un colegio y que la música electrónica no está para parir hits absurdos, de los que nos gusta oír cuando vamos hasta arriba de botellón, el asunto de buscar canción del verano, que en gloria esté, resulta casi tan arcaico y cutre como las hombreras y los cardados de los 80, década que también amenaza con un revival en su versión más chusca y menos libertaria.
Será por eso, por la ausencia de ideas, por la poca emoción que muestran los artistas para parir tontadas (solo equiparable a aquella de la que hacen gala cuando alguien les propone dar lo mejor de sí mismos en Eurovisión) este año nos hemos dedicado más a reverdecer viejos laureles que a regar brotes verdes. Y ahí estamos, descubriendo la pólvora y rescatando del museo de las veleidades un tema que ya triunfó allá por el pleistoceno, el famosísimo El Tiburón.
Ésa era precisamente la canción que más sonaba en México la primera vez que visité el país, el mejor viaje que he realizado hasta la fecha. Hacía poco que se había muerto la cantante Selena, criada en Estados Unidos pero bajo una educación  y costumbres mexicanas, y la gente tenía el corazón partido: por un oído escuchaban El Tiburón, de Proyecto Uno y, por otro, Si una vez, de la finada Selena a la que tanto lloraban. Así que, a mi vuelta a España, ya tenía aquello de tiburones y ligones de discoteca muy trillado. Sin embargo, como me pasa cada vez que recupero un olor o un sabor olvidado, oír de nuevo el tema me proporcionaba un subidón de morriña importante, capaz de derivar en coma nostálgico.
Ahora parece que volvemos a las andadas, y ya está Chus regresando al pasado como si no hubiera un presente. Chus y unos cuantos más, porque esta falta de imaginación, de ideas y de perspectiva de negocio, asusta más que anima. La crisis llega a todas partes y nos obliga a hacer apaños, ya sea remendar ropa vieja, reciclar los muebles de la abuela, firmes candidatos a morir en las hogueras de San Juan, o recurrir a Pit Bull (otro tipo de lo más ocurrente) y a Christina Aguilera con ese Feel this Moment que pretende versionar a A-ha. Como en su día tuve el placer de conocer a los noruegos, puedo decir que cualquier parecido con el original es pura coincidencia. Sobre todo en el físico y el porte de unos y otros.
Pero, bueno, a falta de canciones que nos hagan perder el sentido (del ridículo), este verano está dejándonos un montón de cantamañanas. Porque, en realidad, las verdaderas y encantadoras voces de sirena no nos llegan desde los auriculares que son parte ya inseparable de nuestra cabeza (espero con ansiedad la próxima evolución genética en la que los niños nazcan con cascos incorporados) sino desde la prisión de Soto del Real, donde se encuentra recluido el Señor Oscuro conocido popularmente como Bárcenas; desde la candidatura olímpica de Madrid 2020, orquestada por el PP, ese partido que ha otorgado las obras olímpicas que nos quedan por hacer a las mismas empresas que aparecen citadas en los papeles de Bárcenas como grandes suministradoras de dinero en negro a quienes nos gobiernan (¿no son un encanto, ellos y ellas?), o de ese ministro Wert, un gran tenor de la política española, capaz de fabricar él solo una retahíla de grandes éxitos veraniegos con un único objetivo: que el próximo año, miles de universitarios se queden sin la posibilidad de estudiar una carrera. Olé sus bemoles. El día que este señor deje de cobrar la "beca" que le da el gobierno por convertir la educación española en un tongo medieval, lo mismo hacemos fiesta. Éste sí es un verdadero tiburón. ¡Menudo proyecto el suyo!
Dejo aquí el vídeo de Selena. La otra noche soñé con esta canción. Tanta vuelta atrás es lo que tiene...


jueves, 11 de julio de 2013

Cataclismo

En ocasiones el azar (esa cosa que no existe) es prodigioso y logra que confluyan en un mismo punto gentes y energías que no tendrían por qué compartir tiempo y espacio. Durante los últimos días, he vuelto a ser testigo del despido de varios compañeros de profesión y empresa, circunstancia que ha coincidido con el reencuentro no buscado con personas con las que trabajé en una empresa anterior y que, tras tantos años de vernos y unos pocos sin saber los unos de los otros, hemos vuelto a coincidir en el tiempo y en el espacio.
Como resultado de los hechos expuestos, he/hemos vuelto a revivir episodios pasados, con todo el sufrimiento, la impotencia y la rabia que encierra el que te despidan de un puesto de trabajo y, en gran medida, de una parte fundamental de tu vida. Es un déjà vu en el que se reaparecen conversaciones que ya has mantenido, explicaciones que ya has dado y deseos que ya has expresado, dentro de lo que, gracias a la reforma laboral de este gobierno que presume de haber movilizado el mercado de trabajo, parece un bucle sin fin.
El gran damnificado de nuestro capitalismo salvaje y de la incultura empresarial es, obviamente, el capital humano, la gente que, con sus dramas a cuestas, se ve avocada a un esfuerzo de superación personal que no todo el mundo parece dispuesto a afrontar principalmente porque muchos no saben cómo. Hoy mismo, uno de esos "zombis" que ha resucitado de repente, me insistía en que su conclusión es que el trabajo es solo trabajo y que hay que poner cada cosa en su contexto. Para demostrarlo, me citaba experiencias dramáticas que les habían ocurrido a personas cercanas y que le habían obligado a relativizar las cosas. Entiendo su planteamiento, pero también entiendo que el trabajo es imprescindible para canalizar otros factores, como permitirte llevar la vida que quieres o echar una mano a aquellos de tu entorno que lo están pasando mal. Se trata, en menor o mayor medida, no de lo que nos da dignidad, pues ésta es un resorte intrínseco de cada uno, pero sí lo que nos proporciona la capacidad para emprender acciones, tomar decisiones e influir en nuestro entorno.
El problema de esta reforma laboral es que quienes se supone que están por encima de nosotros han deshumanizado el trabajo como forma de relación social y de desarrollo individual. Quiero decir que resulta demasiado evidente que para ellos no somos nada, simplemente unos dígitos (pocos) en la cuenta de resultados. Más cruel aún que el privar a la gente de su modo de vida me parece la irracionalidad de quienes nos rigen y dirigen, que muy pocas veces tienen en cuenta las circunstancias personales de los individuos a la hora de cortarles la cabeza, las manos y los pies.
Me suena irracional y sangrante, por ejemplo, que entre dos casos de similar sueldo y en ajustes por razones meramente económicas, se vaya a la calle el más desvalido. Es muy, muy cruel. Si nos paramos a pensar en ello, todos hemos sabido de este tipo de duelos en los que siempre gana quien menos lo merece, a lo mejor porque hace más la pelota o porque se esmera más en agradar y muy poco en protestar. También conocemos casos de personas que han sido despedidas nada más regresar de una baja por enfermedad, e incluso sé de un gran e insigne gestor que está esperando que uno de sus "súbditos" se reincorpore tras sufrir una enfermedad gravísima que le mantiene en el dique seco desde hace varios meses, para mandarlo a la calle directamente. La sustitución del hombre por la máquina va a ser esto: el endiosamiento de individuos sin corazón y con un cerebro a prueba de emociones.
Odio esta especie de rutina en la que me he sumergido desde hace unos años y en la que, cada cierto tiempo, veo desfilar camino del finiquito a personas tremendamente válidas y capaces. En ocasiones, mucho más que los que se quedan. Lo odio, ya no porque alguna vez yo haya sido una de esas personas, sino por todos los dramas personales que me veo obligada a contemplar, la ruptura forzosa de grupos perfectamente ensamblados, de amistades muy sólidas, de sueños y de perspectivas. Me afecta en todos los aspectos y tiene efectos colaterales en lo personal, porque durante mis épocas de crisis individuales y emociones desbordadas, tiendo a cimentar relaciones con gente con la que no lo haría en circunstancias normales. Relaciones de dependencia, que las llaman. Es una enfermedad que suelo pillar y siempre con muy mal pronóstico.
Espero que esta semana de cataclismo pase pronto e incluso que algún día cambie el sesgo de la noticia y el hombre muerda al perro. Aun así, me alegra ver que hay algunos capaces de volver del infierno reforzados. Y yo, todos los días, tengo suerte de trabajar al lado de varios.


miércoles, 10 de julio de 2013

Pregúntame

Ayer me tomaba unas cervezas con una persona a la que quiero y respeto y, como no me puedo contener, le pregunté su opinión sobre el caso Bárcenas. Me dijo que creía firmemente que Luis el Cabrón era un enorme y rotundo mentiroso, que no se fiaba nada de lo que decía y que, sin duda alguna, se trataba del Señor X que había orquestado toda la trama Gürtel. Incidía también en lo difícil que va a resultar llevar judicialmente el caso al ser su protagonista un gran trolero y un pasable trilero, que hoy te lanza a la cara una supuesta prueba para mañana sacarte la contraria de su chistera sin fondo.
Entre las mentiras o las medias verdades de Bárcenas y el empeño de Esperanza Aguirre en hacerse pasar por monjita de la caridad, siempre pidiendo a su partido honradez y transparencia como si los demás fuésemos imbéciles y no reparáramos en que con ella comenzó la Gürtel y el desmantelamiento de la sanidad y educación públicas en la Comunidad de Madrid, entre ambas cosas digo, se nos fue la tarde. Y empezamos a hacernos preguntas.
Es increíble lo lejos que podemos llegar cuando nos cuestionamos cualquier aseveración que percibimos. Y aunque no podamos aventurar motivaciones que nos son del todo ajenas, sí es un ejercicio interesante preguntarnos por qué pasan las cosas y, sobre todo, qué tipo de resorte hace que ocurran. Por ejemplo, ayer me intrigaba por qué ha sido Pedro Jota Ramírez, director de El Mundo y principal valedor de Aznar en sus años de presidente, quien ha entregado a la justicia las últimas pruebas manuscritas del caso Bárcenas. Unas pruebas que, al parecer, son la infinitésima parte del monto total de las supuestas anotaciones de don Luis. Si hay algo especial en estas páginas es que aparecen y reaparecen los nombres de políticos que ocupan hoy en la cúpula y aledaños del gobierno (Mariano Rajoy, Javier Arenas... ) y se duda de otros no identificados, con los que, en una artera maniobra, ponemos a salvo la identidad tramposa de ciertos personajes que pretenden, en estos momentos, erigirse en salvadores de la patria, PP mediante.
Es muy obvio que el Partido Popular, a día de hoy, está dividido en grupúsculos que no se hallan dispuestos a colaborar entre ellos si no es para eliminar al que más estorba. Y ya se sabe que, en el amor y la guerra, todo vale. Los ciudadanos no asistimos a un espectáculo de revelación de secretos, sino a una vendetta en toda regla que prentende aniquilar políticamente a aquellos que osaron salirse del guión prestablecido.
Como decía un tertuliano el otro día, yo tampoco creo que Rajoy, en su vida privada, sea una mala persona, pero si vives en un nido de víboras, no solo se te acaban pegando ciertas actitudes indeseables sino que la supervivencia se complica ligeramente, por decir algo. En el momento en que se invoca tanto a la verdad para causar daño, da la impresión de que todo se hace para ocultar una colosal mentira. Y en el caso Bárcenas hay pistas de que casi nada es lo que parece. No solo los implicados, sino las artimañas esgrimidas, como ese afán de pringar al marido de Dolores de Cospedal. Desconozco la catadura moral del consorte, a lo mejor un cantamañanas, pero no engaño a nadie si digo que su señora me cae fatal. Aun así, tampoco entiendo que se insinúen ciertas cosas sobre unos mientras otros más pringados se van de rositas. Tengamos solo en cuenta una cosa muy simple: los sobresueldos y presuntos delitos datan de la primera época de Aznar y alguien, con mucha autoridad, tuvo que darles el visto bueno. Repasemos los nombres que en ese momento estaban en la secretaría general del partido y en el gobierno mismo. Ahí lo dejo.
Durante la conversación de ayer hablamos, además, de la campaña contra la Familia Real que, a pesar de tener mucha razón y, sobre todo, muchas y válidas razones, parece que haya sido teledirigida con un fin muy concreto. Obviamente, las circunstancias han jugado a favor y el rey y los suyos han puesto mucho de su parte para ser objeto de escarnio, pero es evidente que el azar ha intervido poco o casi nada en semejante sainete. Ahora toca preguntarse a quién le beneficiaría que se instaurara una República. Pregunta que ya lancé en otra entrada del blog y que, que yo sepa, por muchos Bárcenas, ERES y otros escándalos del montón que surjan, va a seguir teniendo la misma respuesta.


lunes, 8 de julio de 2013

Catfish

El verano da para muchas cosas, entre ellas echar un vistazo a la lamentable programación que asola nuestras televisiones como si fuera el fin del mundo. Reconozco que a veces lo parece.
Entre show y serie, el otro día vi esa propuesta de la MTV llamada Catfish, que seguramente llevará mucho tiempo en antena, pero como mis visitas televisivas últimamente se ven reducidas al absurdo, pues resulta que no me había percatado de su existencia. Probablemente quedaré de boba tirando a inútil y a lo mejor media humanidad se declara seguidora incondicional de tan talentoso programa, pero mi primera vez ha sido como todas las primeras veces, que no sabes muy bien si duele o da gustito.
Para quien se halle como yo, en el limbo de las guías de programación, decirle que el planteamiento de Catfish es tan ingenioso como lógico: un tipo que se lanza a las mieles de internet buscando pareja, la encuentra y, cuando llega el momento de la verdad, de catar y ser catado, se da cuenta de que su embelesada rubia es un señor con bigote. Bueno, lo cierto es que estoy exagerando, pero se ve que el hombre sufrió una decepción de las gordas al conocer al objeto de su enamoramiento en tiempo real. Espoleado por semejante fracaso, en lugar de quedarse en casa bordando sábanas con sus iniciales para después ahorcarse con ellas, decidió fichar a unos amiguetes y ayudar a otros sufridores enredados a descubrir si el amor de su vida es Miss Universo o Putin disfrazado de bailarina del Bolshoi.
Imagino que el programa no hará discriminación por razón de sexo, pero los episodios que me tocó contemplar estaban todos protagonizados por hombres (heteros y también gays) a quienes se les caían los pelos del sombrajo cuando acudían a visitar a su amor de internet (con la ayuda del presentador, un cámara, un técnico de sonido y varios trabajadores de la MTV que pasaban por allí) y se percataban de que el objeto de sus fantasías estaba a años luz de la postal que se habían imaginado, de ésas tan ñoñas que vienen con casita ajardinada y niños rubios en pañales comiéndose la tierra a bocaos. Obviamente esta intimidad tan grupal, cortesía de la MTV (solo faltaban los Rolling Stones cantando el Only You) les impedía retorcerse públicamente y darse golpes en el pecho mientras juraban en arameo, con lo que los espectadores éramos testigos del dramón contenido de unos cuantos tipos esforzados en mantener la compostura mientras se comían con fish and chips sus ganas enormes de invadir Soria. Y quien dice Soria dice Canadá.
Sinceramente, creo que es muy fácil enamorarse vía internet. Y lo es porque, como yo siempre digo aunque la frase no es mía, no se puede dejar de querer a quien apenas has conocido. A través de la red solo vas a averiguar lo que la otra persona quiere que sepas, sean verdades, mentiras o mentiras a medias. Ella intentará contarte únicamente lo que quieras oír y hacer funcionar el resorte de tu imaginación, el mismo que se articula básicamente sobre dos principios indisolubles: una vida ideal durante el día y una peli porno de las muy guarras por la noche. Como decía una de las descubiertas en flagrante delito de pretender ser una Barbie rubia y voluptuosa (en realidad se trataba de una oronda y bajita morena), internet es estupendo para aquellos que tienen traumas, porque te permiten ser quien quieres ser sin que nadie se atreva a plantear duda alguna.
Entiendo, por tanto, que uno pierda el oremus cuando ve una beldad que le sonríe a través de su foto photoshopeada y encima admira y halaga todos los comentarios, absurdos o no, que cuelga en Facebook. Pero si tenemos en cuenta lo que dice el anuncio de que todos solemos salir estupendos en nuestra foto de perfil (hay algunas que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia) y pretendemos nutrir nuestro ego pariendo opiniones interesantes con la misma agilidad que un adolescente produce granos, que nadie venga ahora a rasgarse las vestiduras tras descubrir que su amada vive en Miami en lugar de Sacramento o que la muy bella es un tipo con rastas en vez de la conejita Playboy de turno.
Lo lamentable de Catfish es que no hay suspense y ya sabes que el protagonista se va a llevar una torta del tamaño de Maracaná. La intriga está en averiguar qué pasó después, y si el despechado se ha acabado congraciando con la persona que le ha mentido (más vale pájaro o en mano) o la ha mandado bien lejos, a algún rincón infernal de la MTV donde atesoran los capítulos gore de Jersey Shore. Y lo muy penoso, a mi entender, es que haya gente que, una vez pillado hasta las trancas, no empiece a plantearse serias dudas cuando su medio limón le dice que no puede ir a verle porque se ha muerto el gato del tipo del quiosco de chuches. Amigos, reconozcámoslo, la vida real es lo que es, y los seres humanos hemos evolucionado lo justo: discutimos, sudamos, lloramos, protestamos y, en ocasiones, nos da por rebelarnos y no decir a todo que sí. Es más, os voy a contar un secreto: las mujeres también vamos al baño. Por eso, las tías reales no podemos competir con nuestras homólogas en 2D, perfectas en su bidimensión y su capacidad para enredar en la red.
Aun así, como soy medio boba o boba entera, sigo creyendo que no hace falta que venga el tipo despechado de Catfish para cantarnos las verdades del barquero y hacernos entender lo obvio, que fingir ser lo que no eres no tiene buen pronóstico y que más temprano que tarde te pillan. Sin cámaras ni técnicos de sonidos que nos obliguen a poner cara de consternación y despecho contenido cuando, en realidad, lo único que nos apetece es pasarnos a la 1 y hacernos fans de Masterchef. Por lo menos ahí nos enseñan a trinchar...



domingo, 7 de julio de 2013

Volando voy

El último incidente entre Evo Morales, presidente de Bolivia, su avión, el fantasma de un tal Snowden y el gobierno español ha venido a demostrar lo que muchos andamos barruntando: que la diplomacia, esa disciplina con grandes dosis de educación, mano izquierda y arte de tahúr, se está convirtiendo en una especie de arma arrojadiza que sirve más para embrutecer al contrario que para enaltecer lo propio.
No hiló fino el gobierno español poniendo trabas al avión de Morales. No digo yo que nuestra actitud, entre servil y fraternal, con el gobierno de Estados Unidos no nos obligara a hacer lo que hicimos, pero aquí nos faltó mano izquierda (¿o debería decir pelotas?) y nos sobró el dedo en el ojo.
Tienen razón los gobiernos de izquierdas de América Latina cuando dicen que sus homólogos españoles les siguen tratando como subproductos marginales de añoradas ex colonias. Ya demostró Aznar durante su mandato que no se le daba nada bien tratar con los presidentes que presidían por debajo del Rancho Grande. Su arrogancia, su chulería y su discurso faltón no contribuyó precisamente a que se obviara esa imagen del español como cacique matón que todavía se recuerda por allá y que nuestro gobierno, en un intento por rememorar viejas tradiciones, se encarga de reverdecer cada vez que se les olvida la Historia y Geografía que cursaron en la escuela. Aunque, visto el expediente académico de varios de nuestros políticos más insignes, no me extrañaría que solo hubieran sacado notas boyantes en religión.
Es cierto que para muchos de los gobernantes sudamericanos (Morales, Maduro, la presidenta de Argentina....) resulta relativamente sencillo vomitar su populismo en críticas a la actividad económica de España o su gestión política. A fin de cuentas, es lo que cultural e históricamente tienen más cerca y a lo que les interesa atribuir gran parte de la herencia envenenada que se ha traducido en divergencias sociales de difícil solución. Algunos convertirán cualquier ínfima metedura de pata de Rajoy y compañía en la excusa perfecta para espolear conciencias y recuperar viejas rencillas, cuando no maltratos. Es el momento, por tanto, de medir las palabras y de minutar las acciones para no levantar más ampollas de las ya reventadas, a sabiendas de que cualquier paso en falso se convierte en camino abonado para una nueva expropiación. España tiene mucho que perder si nuestro gobierno se empeña en seguir con esa actitud despreciativa con algunos de sus aliados históricos en América Latina, y los empresarios son los primeros que deberían de meter en cintura a unos políticos a los que no les vendría mal un cursillo acelerado de diplomacia y buenos modales.
Además, ahora mismo no estamos para ir tirando cohetes. De hecho, con su actitud, el gobierno del PP ha invitado a crear una especie de solidaridad entre los gobiernos de izquierda "subversiva" latinoamericanos y el pueblo español, víctima de la insensatez de esta época tan conservadora. Una solidaridad que se manifiesta en los discursos muy provocadores de algunos pero no en el sentir popular, en tanto en cuanto los españoles somos ahora los "euracas" en Sudamérica, una nueva casta que, tras haberse aprovechado de estudios gratuitos, está mejor valorada profesionalmente que los nativos a los que, en el sentir ciudadano, siempre va a quitar el puesto de trabajo. La corriente migratoria tiene estas cosas, que un día sopla de un lado y otra del contrario.
No dudo que en la historia del avión de Evo Morales haya mucho de fabulación y algo de inquina. Porque el cabreo mayúsculo contra la soberbia española no se parece en nada a la regañina cursada a Francia e Italia, por ejemplo, dos países que también se negaron a que la aeronave del presidente surcara sus cielos. Lo más curioso, incluso, no es el efecto, sino la causa del jaleo.
Y es que todo este vodevil diplomático ha aparecido en nuestros titulares porque a papá Estados Unidos le ha salido un hijo díscolo y está dispuesto a perseguir a Snowden hasta en el infierno, entendiendo por infierno esos países del sur que, mira tú por dónde, se le han puesto chulos. Quién les iba a decir a ellos que un chaval con pinta de nerd iba a ser el estandarte revolucionario más esgrimido en lo que llevamos de año y el punto de unión que ahora mismo vertebra a las naciones de América interesadas en plantarle cara al colonialista del norte. Poco va a a tardar Estados Unidos en inventarse un nuevo eje de mal o una forma de terrorismo que sustituya a esta estupidez del narcoterrorismo, anclado en la frontera terrestre de México y Estados Unidos cuando todos intuimos sino sabemos que la mayor parte de la droga siempre, siempre, ha entrado, entra y entrará por mar. Más le valdría a Obama vigilar su costa este y menos la frontera sur, aunque, claro, esta última da mucho más rédito político.
Y hablando de terrorismo, hay quien no deja de preguntarse si este espionaje metafísico ejercido por el gobierno norteamericano contra sus aliados no es una forma de ídem. Es decir, que nos están atacando con trampas y alevosía. Quien esté dispuesto a llegar a una conclusión, que reflexione sobre ello, pero que primero se remonte a los orígenes del terrorismo y sus diferentes acepciones, que las hay.
Por mi parte, aconsejo seguir pendientes de si los reproches de los gobiernos latinoamericanos contra España se traducen en algún tipo de decisiones que nos castiguen directamente nuestros muy perjudicados bolsillos (ay, Rajoy, ojalá fueras un poco más viajado y tuvieras la mente más abierta) y también jugar a aventurar qué pasará con Snowden, quien, a este paso, solo encontrará asilo en Mordor. Incluso allí es posible que le traten mejor que en su terruño.


viernes, 5 de julio de 2013

Maleducados

En este esfuerzo ingente por quedar bien y lavar los trapos sucios con jabón Lagarto, la Casa Real ha dicho que somos unos maleducados. Entre tanto disculparse por los dineros recibidos e incidir en sus ganas de hacer el bien, nos ha colado un insultillo, así, como quien no quiere la cosa. O la Casa.
Dice que somos unos maleducados porque hemos tenido la ocurrencia de abuchear a sus miembros cada vez que les da por poner un pie en algún acto público. Personalmente, no me siento ofendida, ya que tengo asuntos más importantes que resolver que pasarme por las inauguraciones a acordarme de los antepasados de la familia real. Quizás también porque, puestos a soltar sapos y culebras, tendría cuentas que arreglar primero con otros, mucho más mindundis que ellos. Y, me guste poco o nada, no me muevo, ni me moveré, en el selecto círculo de sus majestades and friends.
A todo esto, la puyita a nuestra mala educación viene incluida en un pack en el que la Casa Real o quienes les elaboran los discursos insisten en nuestro derecho a disentir. Eso sí, siempre de buenas maneras. Imagino, por tanto, que la concepción que la realeza tiene del arte de llevar la contraria es hacerlo a través de odas, poemas de amor e himnos conmemorativos. En un palacio no se entiende el significado del término "ladrón" o "sinvergüenza" si no es aplicado a delincuentes de baja estofa.  Para comprender que los mismo epítetos se pueden dedicar a un yeno real habrán tenido que hacer un cursillo o algo, digo yo.
En mi inocencia nata, asumo que el ser un personaje público te convierte en esclavo de ciertas cosas, una de ellas el que todo el mundo se sienta con derecho a opinar sobre tu vida y a pronunciarse respecto a las acciones que acometas. Se trata de una servidumbre necesaria en tanto en cuanto te revierte gloriosas prebendas. De ahí que no deje de asombrarme que ciertos famosos, de medio pelo o larga melena, se quejen por el supuesto asedio de aquellos que, en realidad, les dan de comer. Quid pro quo.
Obviamente, ello no nos da patente de corso para insultar, acosar o amenazar. Sobre todo a gente que, en realidad, no nos ha hecho nada ni tiene obligación alguna con nosotros. Sin embargo, la cosa cambia cuando se trata de personas o personajes cuya misión es rendir servicio público. Es lógico, por tanto, que aquellos a quienes tienen que servir expresen su parecer sobre las actuaciones llevadas a cabo y, en muchas ocasiones, las protestas siguen el único cauce que se les permite: artículos de opinión o manifestaciones ciudadanas en las que un conjunto de individuos se pronuncia sobre quienes los gobiernan.
Es, por tanto, de lógica meridiana el que el gobierno se avenga a recibir insultos. Siempre ha sido así y así será. Puede que luego, a título individual, alguien se sienta ofendido y presente la consiguiente queja, pero una cosa es un ataque a la gestión, el trabajo y el puesto de un grupo de profesionales que debe rendir cuentas de ello ante la sociedad, y otra muy distinta, la agresión a la persona en su ser individual y privado.
En el caso que nos ocupa, creo sinceramente que uno de los grandes problemas de la Corona es su empeño en blindarse ante las opiniones ajenas. La nula transparencia, la costumbre instaurada de recibir solo parabienes y alabanzas construye una vida irreal, una situación imaginada que, inevitablemente, se viene abajo. La Casa Real se ha topado con el hastío de la gente y de los profesionales, hartos todos de no poder pronunciarse sobre lo que les parece el comportamientos de ciertos miembros de la Familia. Se acabó la patente de corso, se agotanron las mordazas y, aunque no les guste, el Rey y cia deben asumir la nueva situación y adaptarse a ella para seguir disfrutanto de unos privilegios inauditos en un país moderno.
El conflicto ahora es cómo mantener las formas y la buena educación que se les supone sin que se les note que están cabreados como monas. Imagino el difícil dilema entre presumir de excelentes formas y aún más excelente sentir democrático cuando, en realidad, lo que pasan por sus testas coronadas son atropelladas ideas sobre nuestra grosería, estupidez y necedad. Es como cuando educas a un niño y éste hace una trastada de las muy gordas: quieres reprenderlo como padre moderno y dialogante aunque, en tu fuero interno, lo que desearías sería darle una (real) hostia.
En fin, que yo tengo muy clara cuál es la Corona que más me gusta y que menos insultante me parece. De hecho, hemos construido una relición tan estrecha como idílica. ¡Que dure!


miércoles, 3 de julio de 2013

Sé lo que hicisteis

Creo que, en general, tengo buena memoria. Sobre todo para las ofensas, aunque en eso supongo que no difiero mucho del resto de los mortales. También para las tontadas, de ahí que pervivan en mi memoria gentes que deberían haber sido relegadas al olvido hace mucho tiempo.
Cuando ayer hablaba de Magdalena Álvarez y su presunta implicación en el chanchullo de los ERE, no podía menos de recordar lo desagradable que me parecía esta señora, sus salidas de tono, su inoperancia... Una más de las chicas de Zapatero, el presidente que convirtió la dichosa paridad en un choteo fino.
La paridad, ese equilibrio de género en la vida política, tiene buen fondo pero dudosa superficie. Y es que en los años recientes de nuestra historia se han cometido muchas aberraciones en su nombre, llegando a ocupar cargos públicos personas que no merecerían ni ostentar cargos muy privados. Tal parecería que, en su afán de rellenar la quiniela, nuestro ex presidente Zapatero (y me centro en él porque se instituyó en adalid del concepto de igualdad) otorgó poderes a señoras que en ningún momento supieron realizar, no ya una buena gestión, sino un decente saber estar.
Pajín, Chacón, Anido, la misma Álvarez... no están todas las que son, pero sí son todas las que están. Da la impresión de que su mentor las hubiera elegido a dedo, para demostrarnos que la paridad es un invento muy chusco, que las mujeres no sabemos mandar ni gestionar y que lo mejor es dejar el buen gobierno del país en manos de los que más saben, los muy machos. En parecida estela nos movemos ahora, con Mato, Báñez y otras musas de lo retro haciendo buena a la corte de Zapatero.
Aunque se me tache de machista, he de decir que no las tengo todas conmigo en esto de la paridad. Creo que la valía de una persona no es cuestión de su género, sino de su capacidad primero y su meritocracia después. Da igual que sea hombre o mujer, lo que importa es que haga bien las gestas que esté llamado a realizar. Aun así, entiendo que la elección de posibles representantes de lo público debe abrirse a las mujeres más válidas, porque lo merecen y porque son (somos) una parte fundamental de la población que también exige y necesita su presencia en todos los ámbitos de la vida. Así que, por un lado, veo necesaria la paridad pero, por otro, la encuentro cuestionable en tanto en cuanto no estoy convencida de que la elección de féminas que han llevado a cabo nuestros partidos políticos haya sido la adecuada. Es como si necesitaran cubrir el expediente y, como ya se les había acabado el cupo de hombres, se vieran obligados a recurrir a hijas de éste o enchufadas de aquel que le solucionaran dos problemas en uno: ocupar el puesto y devolver favores.
Desconozco si Magdalena Álvarez está metida hasta las trancas en el tema de los ERE o se la ha dejado meter. De hecho, como no ando nada puesta en este embrollo judicial, me abstengo de dar una opinión para no hacer un ridículo. Pero sí puedo decir que en su etapa al frente del Ministerio de Fomento se cubrió de gloria, con sus controvertidas gestiones (¿o deberíamos decir indigestiones?) de los caos de infraestructuras o su sorprendentes explicaciones sobre el accidente de Spanair, escudada en aquella famosa frase de "es que me cuesta aprenderme las cosas". En un mundo ideal, una ministra que trabaja haciendo números y  ensamblando compromisos no puede presumir de no tener memoria. Pero Spain is different.
Me avergüenzan muchas de las elecciones de nuestros gobernantes porque, en el fondo, no creo que encierren un respeto hacia la mujer sino unas enormes ganas de dejarnos en evidencia. Estoy convencida de que hay muchas damas con una cabeza estupenda que jamás serán escogidas para desempeñar altos cargos, no vaya a ser que demuestran una capacidad fuera de toda duda. Pero también estoy segura de que las mujeres más atractivas nunca se presentarían a un concurso de Miss, igual que sus equivalentes masculinos no lo harían a uno de Míster. Se ve que mi idealismo aumenta con la edad.
A pesar de todo, también creo que el gobierno de Zapatero (más que el de Rajoy) tuvo varias mujeres brillantes, a las que hoy casi no recordamos porque a los españoles nos gustan más los chistes que el comer y el ridículo ajeno más que el enriquecimiento propio. Lástima que fueran minoría. Y lástima que estos hombretones nuestros no comprendan que poner a una mujer inteligente y capaz al mando no hace peligrar su condición de gallos del corral sino que ensalza sus dotes para formar equipo. Una virtud que deberían tener todos y que, sin embargo, pierden en el camino de los enchufes prometidos y los favores pedidos.
O a lo mejor es como decía Magdalena Álvarez: "mi problema es que pienso más rápido que hablo". Va a ser eso.


martes, 2 de julio de 2013

El chiringuito

Cada cierto tiempo se recuperan teorías de la conspiración que vienen a suplir la ausencia de noticias, en algunos casos, y la falta de inteligencia de muchos, en la mayoría de las ocasiones. Durante las últimas horas, en un afán de regurgitar (que no reverdecer) viejos laureles, la televisión pública española rescató aquella infame teoría esgrimida por el PP durante el atentado de los trenes en Madrid y que apuntaba a ETA como autora de la masacre. Estupendo: cuando ya la mayoría de los palmeros ultraconservadores había dado la cantinela por agotada, viene la televisión de todos los españoles a pedir un bis.
Los señores que mandan en el ente público, hoy más ente que ayer y menos que mañana, se han apresurado en decir que lo de ETA y los trenes fue un despiste. Más o menos de la catadura de ése que les lleva a obviar puntualmente el caso Bárcenas y, en consecuencia, el tema de los sobresueldos en el PP, los abucheos a la monarquía y las tramas que sacuden los cimientos del partido del Gobierno, empezando por la Gürtel y terminando también por ella, que para eso es una bola de nieve de circunferencia perfecta. Sin embargo, y aunque no tengo sintonizada TVE, estoy convencida de que los informativos se han venido arriba con la imputación de la ex ministra socialista, Magdalena Álvarez, en el caso de los ERE andaluces. En comparación con lo suyo, los escandalosos pagos en negro a Javier Arenas, a la sazón candidato eterno a la misma Junta de Andalucía que auspició y consintió el enmarañado caso de los ERE, no merecen ni una pequeña nota entre el Tiempo y los Deportes, ¿verdad, Samoano?
No soy tan ingenua como para pensar que la televisión pública va a ser alguna vez un organismo autónomo y sin relación alguna con la clase política. Estamos demasiado acostumbrados al No-Do franquista como para pasar por alto que la tele es un instrumento indispensable para ejercer la propaganda, sea ésta del signo que sea. Además, la perversa forma en la que entendemos el desempeño de la política nos lleva a concebir el uso de la información de una manera rancia y torticera, convirtiéndola más en un instrumento de abuso que de servicio público.
Desde el advenimiento de la democracia y la Transición a la que todos tuvimos que admirar sin poder cuestionarnos ni el más minimo detalle del proceso, todos los partidos, todos, han empleado la televisión estatal o autonómica como vehículo para lucimiento propio o desprestigio ajeno. Lo que ocurre es que en alguna ocasión se ha notado bastante y en otras se ha notado menos. Sin ir más lejos, me remito a las diferencias que hubo entre Telemadrid durante la época de Gallardón y Telemadrid de Esperanza Aguirre, cuya mala gestión y su interés en convertir el canal en una hoja parroquial donde ella era el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, lo ha llevado al más absoluto desastre. Gallardón no es precisamente un santo ni un moderno de manual, pero en su día intentó dar cierta apariencia de neutralidad. Estábamos tan acostumbrados al sesgo que hasta su subconsciente manipulación nos parecía el colmo del espíritu democrático.
El nuevo equipo directivo de TVE viene de la parte más carca e intransigente del PP. Dicho lo cual, es fácil entender que están ahí por algo si por ese algo entendemos seguir la voz de su amo. La purga de profesionales y sus sustitución por otros de dudosa ética que acometieron nada más apoltronarse auguraba una triste relación entre los ciudadanos y su televisión, como así ha sido. Semejante empeño en erigirse como portavoz de solo una "de las dos Españas" puede resultar muy útil desde el punto de vista político, pero muy contraproducente desde el aspecto empresarial, en tanto en cuanto reduces gran parte de tu público natural, que es quien, al final, te mantiene (todos somos accionistas de TVE con nuestros impuestos). Por tanto, no solo los nuevos gestores han demostrado ser informadores de dudosa calaña, sino empresarios con muy pocas luces.
No creo que haya que recurrir a ejemplos como el de la BBC para buscar una televisión en la que mirarse. La cadena británica puede ejercer de abanderada de lo que debe de ser una cadena estatal, pero también ha tenido sus escándalos y sus tejemanejes. En el caso español, bastaría con que la ley obligara a que la televisión fuera controlada por un organismo autónomo, con el poder de elegir a un profesional independiente para dirigirla y que se penalizara cualquier intento de condicionar y sobornar al periodismo público. O darle un poco más de voz y voto a ese consejo que regula el ente y que está compuesto por representantes de los distintos partidos que, a su vez, representan a quienes costeamos el organismo. Un consejo que, ahora mismo, cobra, pero no aconseja.
En teoría esto podría ser el principio de un amanecer dorado para la información, un conjunto de mínimos sobre los que construir los cimientos. Pero algo tan sencillo se convierte en complicado cuando ningún partido político permite que se le quite su juguete, aunque sea a costa de desprenderse del capital humano más valioso, despidiendo y contratando personal según la ideología de cada cual y manipulando al ciudadano, harto de que tiren de él como si estuviera el juego de la cuerda. Algún día nos quemaremos los dedos de tanta fuerza que hacemos por no perder pie.
Así que, sintiéndolo mucho, el mando está en nuestras manos. No hace falta ni siquiera que montemos una revolución: podemos encender o apagar el canal, a sabiendas de que, sin publicidad y con una gestión absurda, TVE solo tiene la coartada de su público que tanto le quiere. A falta de éste, lo mismo debería replantearse muchas cosas. Antes de que sea demasiado tarde y Markel les obligue a tomar medidas tremendistas muy a la griega: la televisión pública tiene muchos gastos, no genera ingresos y no interesa nada, así que españolitos, metérosla por donde podáis. Así, sin anestesia.