martes, 8 de octubre de 2013

Mis impuestos

Unas cuantas entradas atrás me lamentaba de no hallar una forma de protesta alternativa a las manifestaciones, huelgas y demás que tuviera la capacidad de trastornar al poder y ponerles a nuestros gobernantes las carnes de gallina. El 15M estuvo bien, muy bien, pero una vez menguado el entusiasmo inicial, se ve obligado a contemplar cómo disminuye su capacidad de convocatoria a marchas forzadas. Las diferentes Mareas también tienen su aquél, pero ese envidiable empeño en tomar las calles carece de eficaz traducción en los medios, lo que las convierte en algo esperado y muy poco sorprendente. Lástima porque la causa/las causas, merecen toda nuestra atención, apoyo y empatía.
Estos días se presenta el llamado Partido X, que se autodenomina a sí mismo brazo político del 15M. Tras observar largo y tendido lo que había ocurrido con la revolución zapatista y otras como ella, hace tiempo vaticiné un futuro oscuro a este anhelado y admirado movimiento si no reunía el valor de mutar en formación política. También dije que necesitaba un líder, porque nadie mejor que una figura carismática y aglutinadora para aunar conciencias. Obviamente, el Partido X pretende rebelarse contra el sistema dentro del sistema -algo encomiable- pero sigue bebiendo de ese carácter asambleario de las primeras protestas que les lleva a moverse por grupos, no por personalidades. Supongo que esto sería lo ideal, pero no estoy convencida de que, ahora mismo, nos encontremos preparados para una revolución organizativa de tal calado. Es más: estoy de acuerdo con algunos que creen que el desembarco del Partido X puede dividir aún más a una izquierda que se empeña en dejar pasar su presumible momento de gloria: no podrían encontrar época mejor para intentar mostrar una agradecida unidad y sacar rédito de ella; en cambio, no dejan de aparecer grupúsculos que se muestran adalides de unas ideas que bien podrían expresarse en un conjunto mucho más amplio. Las victorias políticas no se cuentan por disensiones, pero esto es algo que no parece que hayamos aprendido. Ni a tiros.
Teorías aparte, creo que he hallado la fórmula de protesta más letal y rompedora. No es nueva ni original, pero haría un daño incalculable a quienes presumen de que ya nada ni nadie les puede hacer pupa. Este teorema de teoremas solo llega a una conclusión: la mejor rebeldía es que todos a una dejemos de pagar nuestros impuestos. Así, con un par.
Recordemos que, con el dinero que desembolsamos cada mes, se han untado bancos, se han financiado políticas absurdas, se han mantenido instituciones obsoletas y se han pagado los sueldos de políticos villanos y chanchulleros. A cambio, nos hemos visto obligados a repagar sobre lo pagado. Y es que, por mucho que nos duela pensarlo, en teoría, nuestros impuestos están llamados a cubrir las distintas partidas que ahora mismo el PP nos quiere obligar a costear a precio de oro: la sanidad, la educación, los servicios públicos de los Ayuntamientos (alcantarillados, recogidas de basuras, etc), las pensiones... Es decir, que debemos refinanciar aquello para lo que destinamos cada mes nuestros buenos dineros.
Me encantaría saber qué pasaría si, de repente, todos a una Fuenteovejuna nos negamos a pagar el Impuesto de Bienes Inmuebles, el de Circulación o el de Basuras. No digo que peleemos a muerte o sufrimiento por aquello que nos retiran de nuestra nómina cada mes porque sería de difícil aplicación y consenso, sino que nos centremos en ciertas partidas que nutren las arcas de los Ayuntamientos y Comunidades Autónomas pero que no revierten en una mejor calidad de vida conforme a lo prometido. ¿Qué ocurriría? ¿El Estado nos demandaría a todos? ¿Sería capaz la justicia de asumir tamaña carga? ¿Iríamos a la cárcel? ¿Quebraría el erario público? Ahora mismo no concibo otra forma de causar más daño al Gobierno que en aquello que de verdad les duele: el dinero público y la avaricia privada.
Sé que quizás sea una quimera, algo utópico y poco práctico, pero recordemos que, históricamente, las mayores revoluciones se produjeron cuando el pueblo llano se cansó de pagar injustamente sin recibir nada a cambio. Hasta los cuentos para niños insisten en el clásico. Claro que la Historia no es nuestro fuerte: hoy mismo hemos sabido que el nivel educativo de un adulto español es, más que lamentable, denigrante. Imposible imitar lo que ni siquiera conocemos… ¿no?


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