jueves, 20 de septiembre de 2012

Hasta pronto

Me tomo la libertad de daros las gracias a todos los que habéis leído este blog, sea una vez, dos o diez. Me parece el mejor de los halagos. Pero ahora lo que toca es descansar: todos nos aburrimos mucho de oír nuestro propio discurso una y otra vez.
Mi propósito es regalarme un tiempo para mí, para mis cosas o para mis otras cosas. Hace unos días alguien me preguntaba qué regalo me gustaría recibir y creo que lo que necesito son minutos y horas para recuperar todo lo que dejé de lado este último año, incluidos los amigos. Quiero cerrar puertas, dar segundas oportunidades (alguien a quien aprecio muchísimo estaría pensando ahora mismo eso de "no sirve de nada ser tan radical") o lo que se tercie. Pero, sobre todo, no me apetece poner mis pensamientos por escrito; tal vez porque creo que, en este momento, solo me interesan a mí.
Gracias a aquellos que habías divulgado mi blog por las redes sociales, a los que me habéis hecho comentarios (en público o en privado), a los que os ha gustado o a los que lo habéis odiado pero, al menos, lo habéis leído. Imagino que volveré, aunque no sé cuándo ni cómo. Tal vez en unos días o quizás en unos meses. Supongo que en el momento en el que recupere las ganas de desahogarme; de repente, por sorpresa y sin avisar.
Y que conste que la dimisión de Esperanza Aguirre no ha tenido nada que ver con esto. Estoy convencidísima de que alguien vendrá que buena la hará. Los españoles somos de los pocos que tropezamos mil veces con la misma piedra. Cien mil, si nos dejan, aunque yo pretenda rebajar las estadísticas.
Nos vemos. Sed felices. Y, sobre todo, reflexionad sobre lo que pasa dentro y fuera; nos dejéis que nadie os imponga una forma determinada de pensar y haced mucho caso a vuestro sexto sentido. Es el más racional de todos.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Todos a una

La Casa Real tiene nueva página web. Ya, ya... Solo me falta decir que Franco ha muerto para completar el plantel de mis rompedoras exclusivas. Supongo que el que la monarquía alicate el portal para actualizar su autobombo tampoco es que sea el notición del siglo, pero que el rey se nos ponga ñoño, escriba una carta dirigida a todos los españoles y la cuelgue de su ventana, me daría hasta ternura si no me diera igual.
Parece que nuestro monarca anda preocupado por si España se le parte en dos. A lo mejor debería inquietarle más la posibilidad de que se le divida en en tres, en cuatro o en cincuenta. No parece haberle sentado bien a don Juan Carlos que tantos catalanes salieran a la calle el otro día como un solo hombre exigiendo la independencia. Tampoco es tan raro: al margen de vericuetos culturales y tradiciones sentimentales, resulta lógico que, cuando la crisis aprieta, a la gente le de por tomar las de Villadiego. ¿Todos a una? Si eso, tu madre.
Entiendo que, con semejante desbarajuste económico, España no sea un lugar para quedarse a dormir. ¿Que exigir el independentismo es de oportunistas? A lo mejor lo ha sido siempre. O no. Lo fácil es encontrar la raíz de todos los problemas en el miedo a perder y reclamarnos una unidad que el propio gobierno se empeña en aniquilar, no ya diferenciándonos por comunidades autónomas sino por clases sociales, coyunturas económicas y hasta educación. Lo que, según el rey, la transición ha unido (momentazo de exaltación de la amistad), lo está separando el hombre.
Debería reflexionar un poco don Juan Carlos antes de jalearnos tanto para que tiremos del país. Desde hace mucho tiempo nos sentimos bueyes de carga y, ahora, que estamos sin agua y sin comida, no nos da la gana de seguir arando. Supongo que es fácil de entender, pero si tenemos en cuenta que el rey, en lugar de reunirse con los ciudadanos para averiguar nuestro más hondo sentimiento, prefiere hacerlo con los empresarios que nos han conducido a la ruina, quizás es porque no ha entendido nada.
Desconozco quién le escribe las cartas a nuestro soberano. Seguro que él no. Imposible imaginarlo sorbiendo la sopa mientras balbucea aquello de "lo peor que podemos hacer es dividir fuerzas, alentar disensiones, perseguir quimeras, ahondar heridas" o debatiendo sobre eso tan divertido que menciona de "galgos y podencos" mientras espera a que le traigan el postre. Pero lo más mosqueante no es la fluidez de literato que se le adivina al monarca tras los floridos verbos y brillantes adjetivos que emplea, sino el empeño en apelar al "sacrificio de los intereses particulares en aras del interés general". Claro. Lo dice alguien que, siempre presuntamente, ha mantenido a una amante a espaldas del pueblo que le da de comer; se ha ido de cacería para intentar matar a la madre de Dumbo cuando en España estábamos a punto de comernos los muñones y sigue acogiendo en sus brazos al yerno corrupto que, al parecer, robó todo lo que pudo y más a los cortesanos de su amado suegro. Que, después de estas historietas tan amenas, nos salga don Juan Carlos con que hay que sacrificar los intereses individuales sería de traca si no fuera de pena.
A mí me parece bien que el rey mantenga una correspondencia epistolar con la ciudadanía aunque se niegue a contestar a nuestros mensajes. No podemos pedir peras al Borbón. Pero para poder dirigirse a nosotros con tantas libertades, como si fuera el Padre Nuestro o nuestro padre, que para el caso es lo mismo, debería antes conocernos y saber lo que nos pasa. Está muy bien que se asome a la ventana de su web, aunque a lo mejor tendría que salir un poco más a la puerta y departir con las vecinas, para saber dónde están las goteras y si el administrador nos está sisando los cuartos. Dicen de él que es el rey de todos los españoles. A lo mejor soy retorcida, pero yo sigo pensando que de unos más que de otros.


martes, 18 de septiembre de 2012

Ausencia

Nunca pensé que Esperanza Aguirre dejara este mundo (el de la política, me refiero) en una fecha para mí tan señalada. No puedo más que darle las gracias por haber elegido semejante momento.
En cuanto saltó la noticia, he de confesar que pensé que era una broma. De muy buen gusto, por cierto. Luego me quedé anonadada, para después dar paso a la euforia y, casi de inmediato, a la reflexión. Porque con Esperanza Aguirre fuera de la política se nos rompe también ese muñeco de feria al que nos gustaba tanto arrojarle bolas cuando se ponía a tiro. A ella le daba más o menos igual (que hablen de mí aunque sea mal) y a nosotros nos encantaba meternos con sus salidas de madre y sus padre nuestros. Y así, entre toma y daca, muchas de cal y pocas de arena, pasábamos el rato.
En mi opinión, y supongo que tiene bastante que ver el que no comulgue con su ideología ni la de su partido, Esperanza fue una política pésima y una presidenta mediocre. No pillo muy bien el razonamiento de aquellos que la definen como animal político a no ser que esta expresión equivalga a la de bestia parlamentaria: respondona, antipática, dictadora en las formas y los fondos y presta a disparar antes de preguntar. Cuando era ministra me parecía un personaje gris tirando a patético; de presidenta del Senado no reparé en ella (el Senado solo me impresionó el día que fui a visitarlo) y durante su etapa en la Comunidad de Madrid poco puedo decir a su favor, empezando por el tamayazo que la encumbró y rematando con este deseo de muerte rápida dirigido a los arquitectos con el que nos obsequió hace bien poco.
Desconozco las razones por las que se ha ido. Si es por enfermedad, lo siento mucho; hay personas muy cercanas a mí que están sufriendo por lo mismo y no puedo más que desearle una pronta recuperación. Si es porque se ha visto obligada, algo habrá hecho. En todo caso, mucho me temo que por dónde ha pisado Esperanza no volverá a crecer la hierba: la ex presidenta deja tras de sí una gestión oscura disfrazada de grandes logros que esconden monstruosas deudas; un proyecto infame y consentidor en forma de Eurovegas que nos va a traer a todos por la calle del vicio y la amargura; una pelea de patio de colegio con Gallardón, otro que tal baila, y un presidente en funciones, presuntamente chanchullero, a quien no ha elegido nadie.
Al margen de los encendidos elogios de rigor, los análisis torticeros de la dimisión y las teorías de todos aquellos visionarios que harán cábalas sobre el cómo, el dónde y el por qué de Aguirre, el Partido Popular les debe a los sufridores madrileños una convocatoria de elecciones. Por responsabilidad democrática y deber ciudadano. Tal vez no lo haga; sabe que, de hacerlo, puede perder uno de sus bastiones más agradecidos. Pero yo de ellos no me preocuparía tanto: el merdel de todos estos años de esperanzador gobierno liberal, conservador o con mechas ha salpicado tanto las instituciones que el cambio es solo una metáfora rancia para uso y abuso de poetas desengañados. Claro que siempre existe la posibilidad de que Ignacio González, el sustituto, saque su mejor repertorio de corruptelas y le ponga en bandeja a la izquierda su propia cabeza, cosa que al día de hoy tampoco me extrañaría mucho.
Pescadores de  las redes sociales interpretaban ayer la caída de Esperanza como la bicoca que nos salvará a todos. Permítanme que lo dude. Como afirma Julio Anguita, ninguna formación política (incluida la que él mismo presidió) puede ahora mismo sacar a España del atolladero en la que anda metida. A este tipo de mesianismo de izquierdas me refería cuando decía que me molestaban mucho aquellos que teorizan tanto y tan dogmáticamente sobre el fin de la crisis, apropiándose de soluciones de pandereta imposibles de llevar a cabo en un contexto global. Porque todos tenemos estupendas teorías y finales felices, pero estoy convencida de que nos costaría la vida aplicarlos con la jungla que hay ahí fuera. Aunque, mira, mientras sus proclamas incendiarias les den resultado ante este electorado que solo piensa en salir a las barricadas sin reflexionar ni el cómo ni el por qué, olé sus pelotas.
Yo a Esperanza la voy a echar de menos. Y lo digo así, a pecho descubierto. Me ha dado grandes momentos epistolares. Es cierto que siempre me quedará Ana Botella, pero no es lo mismo: le falta instinto y le sobra laca. No sé ya contra quién barruntar. Quizás este blog empieza a tener los días contados.





lunes, 17 de septiembre de 2012

Fondo de armario

Angela Merkel está un poquito ñoña. Y no, no es por la prima de riesgo, ni porque Hollande le haya salido canalla ni porque Rajoy le ponga ojitos. El culpable de su sensiblería y blandurria es un jugador de fútbol germano, que ha tenido el detalle de salir del armario sacando primero el dedo para ver si llueve. Quiero decir que este deportista, que aparece en las fotos de espaldas y mirando para Dinamarca, ha confesado que sus compañeros le tienen entre ceja y ceja, que se carcajean de él en las duchas y que lo está pasando regular tirando a fatal. A día de hoy, la opinión pública aún desconoce su nombre. No lo culpo. Nada más saltar a la luz el episodio germano, las televisiones tiraron de hemeroteca, rescatando la historia de aquel futbolista de la liga inglesa a quien hicieron la vida imposible en cuanto destapó su homosexualidad allá por los 80, producto de lo cual, acabó ahorcándose. Como para pensárselo.
Merkel ha dicho en público que ella en particular y Alemania en general están dispuestos a acompañar en el sentimiento a todos aquellos que quieran salir del armario, en aras del entendimiento, la tolerancia y la buena convivencia. Que el país es muy moderno y les da igual que uno sea gay o "gayna". Todo esto queda muy bonito en cuanto lo sueltas en televisión ante millones de personas, pero algo tiene que haber detrás cuando, a pesar de semejantes garantías y mimos, ningún deportista de élite ha confesado su homosexualidad en las últimas semanas.
La mayoría opinamos que tampoco tendría por qué. Si lo pienso, no conozco a nadie que, en todas sus conversaciones, introduzca un "es que yo soy muy heterosexual". Del mismo modo, entiendo que uno no tiene por qué añadir la muletilla "soy gay" a sus discursos. Principalmente, porque cualquier individuo puede vivir su vida sexual como mejor le plazca sin que los demás reivindiquemos el derecho divino de juzgarle por ello. Pero el problema de los seres humanos es que nos encanta hurgar en la vida del vecino y en su dormitorio, más. Todo lo que se sale de la línea recta resulta amenazante. No pensamos en que la suerte, el cambio y la fortuna te esperan a la vuelta de la esquina. La famosa vuelta a la que nunca accederás si te empeñas en seguir el camino trazado así jarree.
No sé cómo se toman los alemanes todo esto del alicatado de armarios, pero sí es verdad que no deja de sorprender que en prácticas tan masculinas como el fútbol o el very spanish toreo no haya homosexuales. Por la ley de probabilidades, haberlos, haylos. No seré yo quien reclame que salgan ahora todos en tropel a confesar sus apetencias, más que nada porque me la bufa, pero opino que vivir siempre intentando que no te pillen debe de ser un infierno.
Todos hemos deseado con ansia pasear por la calle de la mano de quien queremos. El no poder hacerlo por temor a que el qué dirán arruine tu vida debe de ser un infierno. Porque uno puede mostrarle en la intimidad a su pareja lo mucho que le atrae y todo lo que la quiere, pero también espera hacerlo en público, sin que el dedo acusador de los demás le señale allá donde vaya.
A pesar que los españoles nos confesamos tremendamente tolerantes y cero racistas en los sondeos, estoy convencida de que muchos asumirían fatal el que algún héroe del balompié saliera del armario con la pluma puesta. Empezaríamos a echar mano de esos burdos y humillantes chistes de la ducha, el jabón (imagino que el bote de gel da todavía para más literatura) y tocamientos cuando cunde la euforia. O las estúpidas bromas sobre la taleguilla de los toreros. En cambio, vemos lógico que un deportista fardón se líe con una modelo de tetas siliconadas, mínima cultura y noches eufóricas. Mejor si tiene amigas. El futbolista y el torero son la encarnación del macho ibérico, el hombre, hombre que disfruta de las mayores riquezas y las mujeres más atractivas. Es lo que se espera de él. Una ecuación tan perfecta no admite escandalosas incógnitas que no se pueden despejar.
Reconozco que me encantaría que todos aprendiéramos a respetar la esfera privada de los demás, guardándonos muy mucho de cotillear sobre sus amores, desamores e historias de cama. Pero la aceptación de que podemos acostarnos con quien más nos plazca sin que por ello dejemos de ser buenos profesionales o excelentes personas tiene que surgir de alguna parte y es lógico que sea de los propios interesados. Eso sí, visto cómo nos gusta hacer leña del árbol caído (o incluso quemar el bosque sin más miramientos), comprendo que nadie quiera tirar la primera piedra. Y, la verdad, tampoco me imagino a Rajoy echando la lagrimita porque alguno de los héroes de la selección pase olímpicamente (o mundialmente) de arrimar el ascua a la sardina. Bastante tiene el hombre con mirarse al espejo cada mañana y asumir lo que ve en él.



domingo, 16 de septiembre de 2012

No controles

Uno de los principios que te enseñan en la carrera de Periodismo es que la modernidad de un país y su grado de desarrollo es directamente proporcional a la libertad de prensa de la que goza, entendiendo por ello la falta de control político de los medios. Solo ateniéndonos a esta definición, en España, después de años dando un pasito pa'lante y otro pa'trás (¡María!) hemos comenzado una carrera hacia el pasado a tal velocidad que no creo que haya ninguna nación que nos pille. Somos el Bolt del retroceso, el Phelps de la regresión.
Este gobierno tiene una cosa clara: el devenir político está íntimamente relacionado con el control que ejerzas sobre los medios. Semejante discurso posee una raíz histórica anclada en los inicios de la democracia, y quien no lo crea que se vaya a echar un vistazo a lo que pasó en América tras la aprobación de la Pepa por las cortes de Cádiz. En aquellos tiempos, gran parte del triunfo de un candidato tenía que ver con el uso (y también abuso) que ejercía sobre la prensa. Y esta íntima relación de amantes, que no de amigos, ha continuado perviviendo a lo largo de los años, de tal manera que, a pesar de la tan mentada crisis de los medios, éstos son fundamentales para el libre ejercicio del poder por el gobierno de turno.
Como sucede en tantas otras cosas, aquí la libertad de unos depende de la esclavitud de otros, y el que no tiene los huevos bien grandes para ejercer dominio absoluto sobre lo que se cuenta al pueblo, es que es  medio lelo. Sin embargo, aunque semejante desempeño del control no haya cambiado mucho en sus bases y desarrollo, lo que sí ha mutado es la percepción que se tiene de él, llegando al resultado de, como diría el anuncio: "yo no soy tonto".
No somos tontos cuando, después de haber ido a una manifestación donde, debido a la avalancha de gente, no te has podido mover del sitio en tres cuartos de hora como mínimo, la delegada del gobierno nos suelte que salieron a la calle unos cinco o seis ociosos. Y gracias al buen tiempo, imagino. Tampoco somos tontos cuando una reivindicación protagonizada por más de un millón de almas en Barcelona (no voy a entrar en su significado político porque me haría un ovillo) queda relegada a unos ridículos minutos de Telediario allá, por donde amanecen los deportes. Estos son solo dos ejemplos recientes, pero si alguien alberga alguna duda, le recomiendo que eche, de vez en cuando, un vistazo al Teletexto de La 1 (juro que todavía existe). O más a menudo si quiere reírse un rato y ver el lado cómico de la crisis.
Cuando repasamos el signo político de las grandes corporaciones que controlan los medios se nos caen los pelos del sombrajo. Entre el llamado centro (ese lugar de la carretera donde solo encontramos latas de coca cola vacías y armadillos muertos, según recogía un politólogo cuyo nombre soy incapaz de recordar) y la ultraderecha se mueven la mayor parte de las sinergías, todos siguiendo los mismos dictados y peleando por idéntico pastel. No me extraña que estemos adocenados. Adocenados y cabreados, porque imagino que los oyentes de RNE andarán, a estas horas, intentando cortarse las venas con el cuchillo de la mantequilla. Como mínimo.
Tan preocupante al menos como este control/descontrol que vivimos, es la purga periodística, esa limpieza étnica que está dejando en la calle a los protestones mientras las oficinas se llenan de afines. Si algo me ha enseñado la vida es que una empresa no funciona nunca a base de pelotas y gente que diga a todo que sí aunque, por la espalda, se cague en tus muertos. La disensión alimenta el progreso; la discusión recarga las pilas pero, ante las ventajas del pensamiento único, que, indefectiblemente, lleva a no pensar, no hay color.
Y, a pesar de todo, yo del gobierno me preocuparía. Porque, aun sin desmerecer los ímprobos esfuerzos por esparcir su propaganda, intentar que nos entre en la mollera que la tortura a la que nos someten es lo ideal para nosotros, que vendrán tiempos mejores etc. etc., el discurso no nos entra en la cabeza. Somos plenamente conscientes de cómo, cuándo y dónde nos quieren utilizar, lo cual indica que algo están haciendo muy mal. Y no, no se trata de que llamen a cuartelillo a los fantasmas de la censura pasada, presente y futura, sino de que intenten tapar sus despropósitos con toros, encendidos elogios al folclore patrio y persecuciones lanzadas contra quienes no piensan como ellos. Porque si algo alimenta al carácter español (al margen de la envidia, la queja y esta cosa católico-político-económica de que el sufrimiento te lleva al cielo) es que las víctimas nos hacen mucha gracia, mire usted. Y ahora mismo, tenemos más que verdugos. Señor Rajoy, no le arriendo la ganancia.


viernes, 14 de septiembre de 2012

El exorcista

Cuando sacar un nuevo periódico o una nueva revista de papel a la calle es todo un reto o, mejor dicho, un milagro, va la vida y nos sorprende. La vida polaca, mayormente, porque es la Iglesia de este país la que, con todo el boato posible y las oraciones hechas a medida para la ocasión, ha comenzado a editar una publicación de venta en los quioscos llamada Egzorcysta, que para quien no domine el polaco en la intimidad vendría a traducirse como Exorcista. Una que sabe idiomas.
No creo que necesite explicar de qué va la cosa. En pocas palabras, las 64 páginas de esta hoja parroquial ayudan a resolver los problemas de todo aquel que tenga pleitos con el demonio, una especie de Psychology de lo oculto cuyo objetivo es que te quedes en paz con el de arriba, pero más con el de abajo. En su primer número, que ya se está vendiendo como si no hubiera un mañana, leemos títulos tan sugerentes como éste de Una carta desde el infierno, confesiones de un condenado, por lo que deduzco que se trata de una revista al uso, con su sección de cartas al director y, a lo mejor, hasta cocina (cómo asar un macho cabrío) o incluso, Dios nos libre, horóscopo.
Tampoco hay que extrañarse de que a los polacos les guste más un exorcismo que a un tonto coleccionar sugus. Según las estadísticas, las gentes de Polonia se gastan al año 500 milloncejos de euros en talismanes y amuletos para librarse de la furia del averno. Hasta uno de sus más ilustres conciudadanos, el papa Juan Pablo II, que además de bondadoso era literato, publicó en su día El ritual del exorcismo, una especie de manual de autoayuda que te daba consejos para actuar cuando te entraran unas ganas enormes de vomitar puré de guisantes.
Ya que estamos con la cosa eclesiástica, he de confesar que yo me lo pasé de fábula viendo El exorcista. Vamos, que me reí mucho. Tengo ese defecto: las películas porno me duermen y las de miedo me despiertan la carcajada fácil (no confundir con nerviosa). Pero también me preocupó el trasfondo de que, para algunos, el ser diferente, hacer algo a la contra y pronunciarse cómo, cuándo y dónde no debes tiene una explicación tan fácil como la posesión. Nada de enfermedades mentales o dislocaciones temporales: el origen de todo es un señor con cuernos que se viste de rojo y tiene una perilla que le sienta regular tirando a fatal.
Yo, que de estos asuntos entiendo poco, creo que la verdad más verdadera que se ha dicho del demonio es que viste de Prada. Porque los individuos genuinamente retorcidos y canallas no están poseídos, sino que su propósito es poseernos, reconducir nuestra voluntad y hacernos comulgar con ruedas de molino que, en condiciones normales, no serían las nuestras. El caso es que, para este tipos de situaciones, en las que ves que una buena persona se comporta como el peor de los idiotas por influencias de las artes oscuras, no hay exorcismo que valga. Vamos, que no se contempla en los manuales y dudo mucho que un hecho así salga en la revista de marras, ni siquiera en las cartas al director. Por contra, las personas enfermas, con trastornos psicológicos severos, ideas revolucionarias o víctimas de situaciones tremendamente dramáticas, sí merecen la intervención de la Iglesia con toda su parafernalia de cruces, oraciones y sotanas. Que me lo expliquen, porque me cuesta entenderlo.
Dice el personal eclesiástico que la difusión de las falsas creencias nos hace víctimas propicias de diablos y diablillos varios. Imagino que por falsa creencia se entiende aquella que contradice cualquier punto del carnet de conducir de la Iglesia Católica. Pues perdonen que me entrometa, pero diablos y seres malignos los hay en todas partes: en las casas, en el trabajo, entre los amigos de la pandilla y sí, hasta en las mismísimas capillas y seminarios. Abundan tanto como las malas personas, mire usted.
Cuentan que, actualmente, en Polonia se contabilizan unas 40 personas poseídas que reciben ayuda de un señor de negro que esparce agua bendita. No sé si procede darles las condolencias o desearles una pronta recuperación. Eso sí, el exorcista de la archidiócesis de Varsovia, Andrew Grefkowicz (que nadie intente pronunciar este nombre al revés porque lo mismo le da un tabardillo) puntualiza, con toda su gracia polaca, que los casos de posesión satánica "son más frecuentes en mujeres". Hay que joderse.


miércoles, 12 de septiembre de 2012

Juntos y revueltos

Esperanza Aguirre, esa señora tan malhumorada a quien la democracia nos ha regalado como presidenta de ésta nuestra Comunidad, tiene tanto apego a su infancia que quiere revivirla Caiga quien Caiga (perdón por la expresión, Espe). Y, dentro de todo ese oropel que debieron de ser sus primeros años, Esperanza echa mucho, pero mucho de menos, el colegio de su infancia, aquel donde niños y niñas estudiaban en centros separados, llevaban uniforme y sabían mucho inglés.
En el fondo, opino que esta mujer tiene una pose de catetismo que no la limpia ni el mayordomo del algodón. Tal parece que, en su opinión, lo de fuera siempre es mejor, como si todavía conviviera con el complejo de niño español de los 50-60, que veía extasiado cómo las cosas maravillosas ocurrían allende nuestras fronteras, desde Capri hasta Balmoral. Nosotros, que somos pobretones por herencia y ocurrencia, debemos aspirar siempre a ser mejores. Y ser mejores significa, según los parámetros de Esperanza Aguirre, ser como el de enfrente. Nada de estudiar las propias carencias e intentar trabajar sobre ellas: con imitar al que, en su parecer, más sabe, es suficiente.
No se trata solo de que se empeñe en construir (o destruir) sobre los cimientos plagados de carcoma: para ella la escuela es única y verdadera, de filosofía anglosajona y disciplina prusiana. No me extraña que, con semejante bagaje, la cultura hispánica se la traiga al pairo y que, por ejemplo, no sepa quién es Saramago que, además de hombre y literato, era un tipo muy de izquierdas. En su época de Ministra de Cultura (el puesto más codiciado por todos los pretendientes a ministrables; algo habrá hecho para conseguirlo) demostró que de no iba muy sobrada de ídem, así que tampoco me choca tanto que el sistema educativo español la confunda y la ponga de muy mala baba.
Pero orgullosa como está de ser quien es, pretende atormentarnos con las mismas reglas que valían en su época, una de las más llamativas la separación de colegios por sexos. Entiendo que, durante sus gloriosos años de estudiante, esto de ir a colegios de "señoritas" y de "señoritos" daba como mucho postín. En el siglo XXI, cuando hasta el más lerdo tiene acceso a Internet, no comprendo qué se gana separando desde temprano a aquellos que, por ley de vida y naturaleza social, están destinados a juntarse y/o entenderse. Cuentan quienes semejante tontería defienden, que la separación por sexos es deseable porque los niños son más impulsivos y las niñas más reflexivas, o porque ellos son más de ciencias y nosotras de letras. Me parece una generalización absurda que dice muy poco de la capacidad de educar de quienes la aplauden. Porque esto es como si tomamos una clase de 20 alumnos (¿o ya son 40?) y nos empeñamos, no solo en que todos son iguales, sino que deben de serlo o bien por narices, o bien por huevos. Es absurdo pensar que en un aula de niñas, a todas se les dará bien la poesía y la costura y odiarán los deportes. Tan absurdo como confiar en que, si tienes tres hijos, los tres deben salirte tranquilos y sumisos, como diría el encantador de perros. Todos, al margen de nuestro género, somos dueños de una personalidad diferente, que es lo que nos hace únicos y especiales. Pero pretender que, lo queramos o no, debemos ir a distintas velocidades a la hora de aprender, es como posicionarte en contra del sistema educativo, creando una sociedad segregacionista donde los hombres están destinados a llevar a cabo grandes logros tecnológicos y las mujeres a dar clases y curar enfermos o, lo que es lo mismo, al trabajo de amar que tanto practicaron nuestras abuelas. Y algunas, de muy mala gana.
Este miedo a que niños y niñas se junten (otra vez la recta moral) nos habla de una búsqueda de un pueblo pacato y acomplejado, donde la autoridad pueda ejercer un dominio total y no contestado. Carece de justificación alguna: en las aulas hay listos y tontos y hasta, por mucho que a Esperanza le rechine, ricos y pobres. De hecho, la educación es lo que debería hacernos iguales por abajo. Pero no, aquí parece que la enseñanza tiene que ser a medida... a medida del traje decimonónico con que algunos nos quieren seguir vistiendo.
Otra cosa es esa "aguirrada" de que los menos pudientes puedan llevarse el tupper al cole. No me puedo imaginar cómo estarán las colas para calentarse el cocido en el microondas. Pero lo que las autoridades deberían tener en cuenta, además de la logística, es aquello de "no me des una caña; enséñame a pescar". O sea que, "no me impongas el tupper; dame antes la capacidad y los recursos para poder llenarlo". Se ve que la presidenta no ha caído en semejante detalle, por mucha crisis que nos asole. Es lo que pasa cuando te llamas Esperanza Aguirre y estás todo el día pensando en inglés.


martes, 11 de septiembre de 2012

Mujer pantera

No soy muy fan de los estereotipos salvo cuando, como todos, los utilizo en mi propio beneficio. Pero he de reconocer que me gusta muy poco el que hoy ocupa este blog, que no viene a ser otro que el de las famosas cougar o panteras, o cómo cada cuál quiera llamarlas.
La televisión y el cine han parido este término para definir a aquellas mujeres que, más allá de los 40, mantienen relaciones íntimas y estrechas con hombres jóvenes. Bastante más jóvenes que ellas. Para empezar, creo que el amor no depende tanto de los mentados estereotipos como de lo que dos personas compartan y tengan en común, se les llame hábitos, intereses, modos de vida, bagaje personal y/o profesional etc. Dentro de este amplio espectro, la edad importa en un primer momento por los prejuicios sociales y los roles a ella adjudicados, aunque más que la edad, lo que de verdad separa y une a dos personas es la madurez. Y esto, a veces, no depende tanto de los años. De hecho, reconozco que hay gente que a sus 30 o 40 primaveras todavía sigue siendo inmadura de manual pero también que hay personas de 20 con una sorprendente madurez. Todo conforme, no solo a las vivencias de cada uno, sino a la manera en que el individuo asume, interioriza y toma decisiones conforme a dichas vivencias.
Explicado lo cual, tengo mis dudas respecto a este retrato fatal de las cougar, porque me viene a recordar aquella famosa "envidia del pene" que mencionaban, una y otra vez, los críticos al feminismo de los 70. Las mujeres solemos mirar con condescendencia y vergüenza ajena a esos hombres maduros que llevan colgadas del brazo a una jovencita como si fuera un trofeo de caza cuando en realidad sería al revés: ellos constituyen la verdadera presa. Y después de tanto tiempo siendo corneadas por semejantes venados, ahora parece ser que lo que nos hace independientes, estupendas y megaatractivas es imitar esos comportamientos: alegrarnos el cuerpo con yogurines, cuanto más jóvenes mejor. Esto, que a priori parecería una reacción infantil y peliculera, tanto contra el supuesto dominio masculino como contra la dictadura de la edad tiene, sin embargo, un componente de justicia casi divina. Y es que mientras el hombre añejo y achacoso, con una vida sexual impostada, a remolque de los caprichos y andanzas de su joven compañera da entre risa y pena, la pareja de mujer madura y hombre joven cuenta con una ventaja muy clara y satisfactoria para ambas partes: la del perfecto ensamblaje de la pieza sexual. Porque ambos sexos padecemos la desventura (por favor, que algún estudioso de la Biblia profundice en este castigo divino) de ir a destiempo en ciertos aspectos, de tal manera que los hombres con mayor capacidad hormonal y física se topan en el tiempo y en el espacio con mujeres inexpertas y, cuando éstas ya han hecho el correspondiente doctorado en la materia, saben lo que quieren y cómo lo quieren, se encuentran con que sus machos comienzan a renquear de la tercera pierna.
De ahí mis conflictos con el tema cougar: por un lado me parece una memez mercantilista que lo único que pretende es mantener en la mujer la esclavitud de tener que ser atractiva y sexy más allá de los parámetros conocidos (lo que importa es un físico lozano y  lo demás se puede e ir a hacer puñetas) mientras que, por otro, creo que tiene un sentido biológico. O los cinco juntos.
En la misma onda se ubica ese invento de las "Mamás a las que me gustaría follarme", que la industria del cine parió y la del porno desarrolló con las anglosajonas siglas MILF. Serían aquellas señoras a las que los amigos de sus hijos no les importaría tirarse o que suscitan pensamientos libidinosos en jovenzuelos que podían ser perfectamente sus retoños. Una vuelta de tuerca al asunto de las panteras pero con el morbo añadido de ser la "madre de", lo cual, encima, sirve para dotar de profundidad a gran parte del diccionario de tacos e insultos. Lo más curioso de este tema es que las películas porno creadas bajo semejante argumento son de las más solicitadas, rodadas y visionadas en los últimos años, dando lugar a un subgénero de mucho éxito e igual futuro. Que cada uno saque sus conclusiones.
Después de semejante parrafada, reconozco que lo veo todo en tecnicolor y con subtítulos y que no sé qué argumento manejar respecto a este tema o ni siquiera si lo tiene. Diga lo que diga, o parecerá muy feminista o extraordinariamente retrógrado, depende. Lo único de lo que puedo alegrarme es de ir por la vida sin despertar pasiones, ni altas ni, por supuesto, bajas, con lo que, en la práctica, las panteras, los tigretones y los bollycaos me la bufan. Una tiene el atractivo justo para pasar el día sin sobresaltos ni homenajes piadosos aunque, claro, a lo mejor cuando cumpla más años me da un viento, no respondo de mis actos y me tiro como loca a los pies de Justin Bieber. Si es así, que alguien me mate, por favor.


domingo, 9 de septiembre de 2012

Libertad sin ira

Si echamos la vista atrás (siempre sin ira, por supuesto) vemos que las grandes civilizaciones medraron al amparo de una moralidad, como poco, licenciosa. Los mayores avances y descubrimientos de la humanidad, el florecimiento de las artes, la cultura y el estudio... todo se produjo en tiempos a los que muchos de mis contemporáneos definirían como "sueltecillos".
Contemplemos así, de lejos (no vaya a ser que contagie) a los griegos, con un plantel de dioses a cada cual más canalla. Esos habitantes del Olimpo fornicaban como conejos, delinquían sin pudor y tomaban decisiones aun a sabiendas de que eran dolorosas y perjudiciales, no solo para los viles humanos, sino para el colega capullo que les había birlado a la ninfa de turno. Todos tenían una virtud -la belleza, el arte de la guerra, la fuerza física... - pero al margen de semejante don, la mayoría se comportaba como una panda de matones adolescentes subidos de hormonas. Imagino que cada civilización crea a sus dioses a imagen y semejanza de sus propios comportamientos (alguno diría qué es la revés; no lo voy a discutir) pero está claro que esos momentos de libertad máxima, cuando el roce con el libertinaje mezcla y confunde los términos, propicia la creación, las ideas y el goce, instrumentos todos que, por mucho que les escueza a algunos, han conseguido que la humanidad no se quedara girando la rueda con un palito a perpetuidad.
Igual que ocurrió con los griegos sucedió con los romanos, los egipcios o las civilizaciones que habitaron el Nuevo Mundo. El auténtico parón vino con el sometimiento de estos pueblos al cristianismo, única religión verdadera que reprimió a un importante porcentaje de la humanidad con la amenaza del castigo tras el pecado y el enorme y para mí incomprensible elogio del sufrimiento. Gran parte del cristianismo se alimentó del miedo y descubrió que el robo y la opresión eran ejemplarizantes formas de dominio. Así, mientras los Papas de hace algunos siglos vivían el sexo con una alegría inusitada, derrochando el oro en palacetes y orgías, intentaban prohibir que el vulgo hiciera lo propio bajo pena de infierno. Y, claro, si uno está todo el día pensando en lo mismo sin poder concretar, no piensa en otras cosas. Es más, se le avinagra el rostro, se le entumecen los miembros y se le corrompen las ideas.
Por mucho que les duela a unos cuantos, el fomentar la libertad de facto, además de la del pensamiento, es la que nos lleva a la evolución y al progreso. Todo pueblo que experimenta un despertar cultural hacia arriba, proporcional al número de reprimidos que desaloja, lo hace alentado por autoridades (locales, provinciales o estatales) que favorecen el fluir de las ideas aunque sea un pelín contrario a la ética judeocristiana. La manera en la que el cristianismo instauró el pensamiento único durante siglos es, tal vez, el fenómeno más relevante de nuestra historia, sobre todo si tenemos en cuenta que los grandes conflictos bélicos tienen lugar bajo el paraguas de su filosofía de vida. Muchos se empeñan en vaticinar qué nación controlará el mundo en las diferentes eras: yo creo que el poder, aún hoy, no sé mañana, está siempre en manos de los mismos, aunque los que den la cara difieran. Y si no, fijémonos en Estados Unidos y en el fondo de su ética política y económica que tiene mucho de calvinista y muy poco de griega.
Dicho lo cual, no me extraña que en España vivamos con permanente cara de ajo, como si fuéramos convidados de piedra en una enorme Casa de Bernarda Alba. A este paso, y si dejamos que esos chicos tan modernos que nos gobiernan nos graben a fuego sus progresistas ideas sobre el aborto, las mujeres, la economía o la educación, empezaremos todos a caminar como almas en pena por los enormes pasillos de España, de luto riguroso y amenazando solapadamente a quien pretenda vivir su vida como le salga de los fueros. Y que Dios nos coja confesados.


sábado, 8 de septiembre de 2012

Todos contra el fuego

Hubo una época en la que la publicidad nos obsequiaba con un spot donde personajes famosos nos insistían en el deber de preservar nuestros bosques y luchar contra el fuego. El anuncio iba acompañado de una tonada que tarareábamos todos en calles, plazas y ministerios. No hubo mejor labor de marketing: gracias a ello, varias generaciones de españoles tenemos metida en la sesera la idea de que el fuego destruye y que la quema de bosques y montes no puede reportarnos nada bueno.
A pesar de la concienciación, siempre hay intereses creados y mendrugos aleccionados dispuestos a prender fuego a una de nuestras mayores riquezas. Cada verano, el fantasma del fuego pasado, presente y futuro viene a visitarnos, para recordarnos que, de seguir con semejante chispeante actitud, el día de mañana esto va a ser un erial, donde todos nos convertiremos en pueblos nómadas buscando charcas por la piel de toro. Aunque, claro, hasta llegar a esta situación apocalíptica deberemos pasar por varios estados de degradación, a cada cual más doloso.
Para más inri, nuestro gobierno, al que tanto le gusta jugar a los recortables, ha menguado los recursos de extinción de incendios, con lo que las críticas le han ido cercando como pavesas candentes a lo largo del verano. Y hete aquí que cuando esto ya prácticamente se acaba, se acerca el otoño (a mi entender, la estación más antipática del año) y se cae la hoja, parece que también se nos cae la cara de vergüenza viendo nuestros paisajes hechos una pena. Así que al grupo de asesores tan lustrosos que rodean a quienes más mandan se les ha ocurrido la idea del millón: obligar a los parados a limpiar las zonas incendiadas. No me veis, pero me me he puesto a aplaudir como loca.
Estar parado en este país no solo es una desgracia; también un estigma. El desempleado, a ojos del gobierno, viene a ser un vago y maleante que disfruta de una situación privilegiada, tumbado todo el día en el sofá de casa mientras ve Teledeporte. Básicamente. Porque, encima, el muy caradura no sale para no gastar y, claro, así no hay quien levante la economía. Total, que no sé muy bien si para hacerles purgar sus culpas o tenerles ocupados en algo, se ha decidido que lo mejor es ponerlos a currar (sin sueldo, obviamente) reemplazando a otros a los que, previamente, se ha despedido. La pescadilla que se muerde la cola y, encima, se hace daño.
Gracias a las magníficas salidas de madre de la alcaldesa de Madrid, doña Ana Botella, ya tenemos a parados echando una mano en las bibliotecas de la Comunidad. Ahora, también se pretende echarlos al monte, aunque no tengan ni pajolera idea de lo que es un árbol o una ardilla ni de qué hay que hacer con el suelo tras un incendio. Esto último da igual, porque se les monta un cursillo con tres perras y arreando.
Así que en ahí andamos, pretendiendo que gran parte de nuestros más de cinco millones de desempleados que tanto avergüenzan al gobierno cuyos miembros deberían mirarse al espejo más a menudo (a lo mejor si repiten Candyman tres veces, van y desaparecen), ejerzan empleos encubiertos sin sueldo y sin derechos laborales. De seguir por semejante senda, pronto tendremos a desempleados ocupando gratis plazas de profesores en los colegios tras los recortes de educación y ejerciendo de enfermeros después del huracán que asola la sanidad pública. Total, poner una tirita y tomar la temperatura lo sabe hacer cualquiera, ¿no?
Imagino que, tras tantas ideas de pata de banco, vendrá el maravilloso asunto de los minijobs, esos empleo que te pueden condenar a la precariedad de por vida, cobrando una mierda mientras trabajas como un esclavo. Cosas de la Merkel que, cuando se pone a pensar, es como para correr a hacer la maleta y largarse bien lejos. A la Estación Espacial Internacional mismamente. Me han dicho que allí son tan apañados que arreglan las cosas con un cepillo de dientes. Que no lo divulguen mucho, no vaya a ser que aterricen y este nuestro gobierno les obligue a acabar la Sagrada Familia con hilillos de plastilina. No puedo con la vida.


viernes, 7 de septiembre de 2012

Flashmob

Cuando de pequeños veíamos un musical donde, de repente, entre el café y los postres, los protagonistas se liaban a cantar y bailar como si no hubiera un mañana, creíamos que la vida real nos podía deparar sorpresas semejantes. Es decir, que entre vaivenes emocionales, daríamos con otra persona y nos liaríamos a compartir pasos siguiendo un ritmo marcado, imagino, por la gracia de Dios; si no, no se explica semejante destreza de movimientos. Por suerte para las academias de baile, esto no es así: la mayoría hemos nacido con dos pies izquierdos (algunos con tres) y ya tentamos bastante a la suerte intentando caminar acompasadamente junto a otra persona como para, encima, empezar a bailar un tango en medio de una mercería.
Sin embargo, la fantasía infantil de las acciones conjuntas con música y jolgorio se han hecho realidad por obra y gracia de los flashmob, esa cosa tan bonita de contar los intimidades a ritmo de cumbia, rock o chachachá. Incluso creo que hay un programa en la tele que trata precisamente de eso: declararte a tu pareja o confesarle que sufres de gota mientras un cuerpo de baila se descoyunta a vuestro alrededor siguiendo los atronadores compases de lo último de LMFAO. Todo suena estupendo, si no fuera porque, además de los descojonados amigos que os acompañan en el lance, el invento requiere de una escenografía completa, unos coreógrafos con currículum demostrado y gente que sepa, al menos, mover la cadera sin perecer en el intento.
Como muchas otras cosas y para nuestro escarnio, el flashmob tiene poco de improvisación. Porque a ver qué pareja es capaz de hacer el salto de Dirty Dancing en medio de la madrileña plaza de Callao sin que acaben ambos despatarrados a las puertas del metro. A lo más que llegamos es a perder el sentido del ridículo convirtiéndonos en John Travolta con subidón de fiebre, es decir, horteras del sábado noche. En el fondo, no caemos en la cuenta de que tampoco necesitamos visionar en leotardos todos los vídeos de Zumba para afrontar un flashmob de manual: según esa cosa llamada wikipedia, flasmob sería todo grupo de personas que, reunidos en un lugar público, realiza algo inusual y se dispersa rápidamente. Por esa regla de tres, cierta violencia callejera sería un flashmob, tirarle huevos al coche de algún político tres cuartos de lo mismo y correr delante de las lecheras de la policía, a lo mejor también. Hombre, está claro que sin música queda poco romántico, pero es que el corazón ya lo llevamos partío de casa.
En realidad, lo que más me gusta de este asunto de los flashmob son los absurdmobs, que sería algo así como hacer tontadas en grupo para luego salir por patas. Como los montajes de nuestros simpáticos chicos del gobierno los viernes en el Consejo de Ministros, básicamente. O como esa acción tan hermosa que llevaron a cabo los directivos de Novacaixagalicia con el tema de las Preferentes. O aquella espantá del pocero dejando Seseña a medio construir... Y no sigo porque me emociono. La peculiaridad de los absurdmobs es que son un invento español (catalán por más señas) y eso se nota: solo una gente tan alegre como la que habita a la piel de toro podría hacer tantas estupideces juntas y, encima, irse de rositas. Una pena que lo hayamos entendido al revés y, en lugar de bailar como si fuéramos hijos putativos de Gene Kelly, nos dediquemos a pisar el pie de nuestra pareja hasta dejarle cojo. Lo que los entendidos llaman "reducción al absurdo".
Dicho lo cual, a todos nos encantaría que alguien reclamara nuestra atención a ritmo de hip-hop o cantando una saeta, da igual. Lástima que aquí, a la mayoría nos toca bailar con la más fea mientras otros dan el cante. Eso sí, cualquier día montamos un flashmob de los muy reivindicativos y se caga la perra. En comparación, la toma de la Bastilla va a parecer una rumba de los Chichos. Ya lo veréis.
Por cierto, me niego a hablar de la famosa concejala y su aún más famoso vídeo porno. Siempre que no se haga daño a terceros, la vida sexual de una persona es suya y puede hacer con ella lo que le plazca y con quien más le apetezca. Nadie tiene derecho a divulgar las intimidades de otro ni a juzgarlo por ellas. Y menos aquellos en los que el ofendido ha depositado su confianza. Dicho lo cual, a vivir y a restregarse, que son dos días.


miércoles, 5 de septiembre de 2012

Tres nombres

Tengo que reconocer que la idea de esta entrada la he pillado prestada. Bueno, siendo justos, la he copiado. Así, sin cortarme. Demasiado golosa para dejarla pasar por alto.
Todo viene a raíz de un episodio de Juego de tronos (qué le vamos a hacer; una tiene sus debilidades) en el que Jaqen H'ghar concede a la pequeña Arya Stark el poder de decidir sobre la muerte de tres personas a su elección, situación que ella torea con unas ganas de venganza dignas de los mejores lances de caballería. No digo yo que en la vida real debamos disfrutar del derecho a descuartizar a tres almas, por muy en pena que se paseen, pero no estaría de más que algún genio de la lámpara nos concediera el siempre latente deseo de mandar a más de uno a la mierda, como apostillaría el gran Fernán Gómez.
Personalmente y privadamente, tengo muy claro a quién enviaría yo bien lejos. Además, para que no me digan aquello de que nos respeto la paridad, los dos primeros puestos de mi triunvirato están soberbiamente repartidos por sexos: una mujer y un hombre que ocupan el más bajo escalafón de mis afectos. El tercer puesto ya sería un sinvivir. De hecho, hay tantos candidatos que debería recurrir a la foto finish para comprobar quién se lleva el galardón y se va directamente a la porra, con él o gracias a él.
Como no me canso de repetir, estoy profundamente convencida de que uno se retrata en los amigos que elige. Conforme a esa máxima, las personas con talento se juntan con otras similares, los listos se van con los listos, los buenos con los buenos... y los gilipollas con los gilipollas. Por eso, aunque un individuo a primera vista parezca engalanado de virtudes, si se rodea de impresentables es porque, en el fondo, él también lo es. Y sino, al tiempo. Lógicamente, todos, recién aterrizados en un nuevo ambiente, intentamos confraternizar hasta con los objetos inanimados, pero es cuestión de meses, incluso de semanas, que coloquemos a cada uno de nuestros nuevos compadres en los altares o en el lodazal al que pertenecen por naturaleza. Cuestión de sentido común. Siguiendo este planteamiento, si, pasado el tiempo, uno continua empeñado en rodearse de imbéciles, yo, por experiencia, sospecharía. Aunque, claro, a lo mejor solo digo estupideces sin ninguna razón empírica que las refrende...
Todo esto viene a colación porque, en ocasiones, tenemos la tentación de mandar a pastar a un grupo entero de personas, en una especie de genocidio emocional con resultado de ensañamiento. Yo, por ejemplo, de tener que elegir, no enviaría a Rajoy al exilio, sino que les haría las maletas (hasta personalmente si me apuran) a él y toda la cúpula del PP, empezando por Esperanza Aguirre y acabando también, en un birlibirloque de 360º, por Esperanza Aguirre. Para asegurarme de que se iba muy lejos, más que nada.
Y, como en el fondo soy buena persona y no me gusta que el hombre (en este caso la mujer) esté solo, mandaría también al infierno al señor Adelson y toda su troupe de trileros de Las Vegas. Aunque, claro, lo que quieren montar en España se parece tanto al infierno que lo mismo les daba gustillo. Si es que hasta cuando intento hacer el mal acabo haciendo el bien... Al final, todo queda entre amigos: ya que Adelson y Aguirre están a partir un piñón, les concedería el deseo de jugar a la ruleta rusa por toda la eternidad, muy juntitos, riéndose las gracias que no tienen mientras purgan los pecados inflamables que les han traído hasta aquí.
En tercer lugar, me desharía sin pudor del señor que manda en Siria, el que hace lo propio en China, la que nos tiene a todos al borde de la asfixia desde Alemania y a varios miembros de ese Tea Party que tanto repelús me da. Seguro que otros han hecho más mérito, pero estos son los que me vienen a la mente en cuanto pienso en la palabra ególatra, la uno a depresión profunda y la remuevo con intolerancia y sufrimiento. Yo tardaría un nanosegundo en desahuciarlos de sus poltronas, como vienen haciendo ellos con sus pueblos, sus vecinos y todo el que les discuta sus cuestionables mandamientos.
Y lo peor es que, agotadas las tres cuchipandis de primera instancia, me entraría la frustración eterna de no poder desalojar de sus poltronas a banqueros, empresarios de mal gestionar, autoridades financieras y a todo aquel que considera una victoria propia la miseria de los demás. Me queda el consuelo de que, si cada uno de los elegidos (lo siento, me he venido arriba) pudiéramos decir tres nombres, la limpieza sería, además de étnica, épica.
En el apartado personal, juro que no le deseo la muerte a nadie porque nos sería capaz, pero un tropezón a más de uno sí. No solo lo deseo, sino que lo auguro y lo espero. Y confieso que si tuviera una oportunidad a lo Arya Stark y la falta de escrúpulos que no poseo, los aprovecharía para hacer alguna alegre jugarreta a quien mucho la merece. Vale, no soy mala, soy peor.


lunes, 3 de septiembre de 2012

Dos tontos muy tontos

Una no gana para disgustos. Por si fuera poco la subida del IVA, la cuesta de septiembre, los rescates, los recortes y las retorcidas declaraciones del jefe supremo y sus compadres, tenemos a dos de nuestros chicos más pintones viviendo en un ay. El primero (derecho de antigüedad le encumbra) es Iñaki Urdangarín, que parece que sí, parece que no, se ha largado de la empresa Telefónica por la puerta pequeña. Excusas tiene tantas como centímetros: que si debe preparar su defensa, que si a su señora le entró un ataque de morriña que no había quién la aguantara, que si no quiere dar lugar a habladurías por el megacontrato con el que la compañía le obsequió... Sea como fuere, ya tenemos al supuesto y a sus huestes en España, tras una salida por la tangente de la empresa de telefonía. Pero ésta no es la cuestión: ha sido pisar terreno patrio y someterse a una cura de humildad digna de la mejor revista satírica. Ni los dibujantes más ocurrentes de El Jueves podían haber ideado esa puesta en escena de un Iñaki conduciendo un Golf destartalado en compañía de la infanta de sus amores, a la que solo le falta el cardado y el carrito de la compra asomando por una ventana que ni sube ni baja. Todo muy de dar penica, vamos.
Dicen las malas lenguas que la pareja Urdangarín quiere propagar cierta sensación de normalidad y que va a contratar asesores de imagen. ¿Para qué? ¿Para parecerse al vulgo? Es lo que tiene haber vivido siempre entre vajilla de plata, que cuando quieres hacerte el "corriente" solo haces el ridículo. Aunque, bien pensado, tampoco les vendría mal tener a alguien cerca que les propinara una colleja si fuera menester, porque si estos dos dan rienda suelta a lo que para ellos supone vivir como la plebe, cualquier día don Iñaki se nos sienta en el banquillo a lo Alfredo Landa, con bigotito cutre, maleta de emigrante y un bocadillo de chopped asomando por el bolsillo trasero del pantalón. Lo peor, dicen, vendrá cuando, en medio de este lavado de imagen, la parejita se vea obligada a vender su palacete y buscarse una casita humilde. Lo mismo se nos mudan al número 13 de la rue del Percebe. Un consejo: yo me pediría el ático, que es donde vive ése que tanto se les parece. Así, al menos, podría compartir trucos para desfalcar y torear a Hacienda.
El otro tonto del haba es Cristiano Ronaldo, que ahora mismo debe de estar en plena bajona. Como las cosas del Real Madrid me la bufan, no sé si al interfecto le ha venido la regla o es que le han azotado con la ídem, pero el caso es que el pobre se encuentra mustio. Cuando los madridistas, preocupados por el decolorado brillo de su estrella, se interesan por sus cuitas, el portugués dice que ya no le quieren como antes. Qué de sufrir y de sufrir... Yo, que entiendo poco de todo pero de fútbol menos, diría que a lo mejor el niñato (perdón a los niñatos del mundo por compararlos con semejante individuo) está que fuma en pipa desde que a Iniesta, mucho menos moreno y con menos pelo, le otorgaron el premio que a él le correspondía solo por respirar. También aventuro que le sienta un poco mal que en su club prefieran que le den el Balón de Oro a san Iker Casillas y no a él, que tanto ha hecho por las discotecas de Madrid. Y, por último, pienso que esta suculenta oferta del PSG ha sacado su lado más macarra y tiene a Florentino y a sus caballeros de la mesa cuadrada agarrados por..., bueno, por las espadas.
Cristiano ha montado el Cristo comportándose como si fuera un niño de teta. A lo mejor es porque lo es. Como ya dije en otras entradas, puede que el fútbol se le de de maravilla, pero, poco a poco y sin pausa, está demostrando tener menos encanto personal que un sauce llorón. No obstante, imagino que siempre habrá palmeros que le rían las gracias y palmeras que le atusen el flequillo. Así que mucho ánimo, que la cosa tiene fácil solución: unos millones más y algún premio para calzar la mesa y ya tenemos al chaval contento y tirándoles besos con lengua a los aficionados.
Una piensa que la vida ha sido en ocasiones muy perra y le ha puesto delante a tipejos de lo más despreciables. Hasta que se topa con estas cosas y se da cuenta de lo mucho que todavía le queda por ver. Mientras sea de lejos, todo va bien. Congratulémonos, hermanos.



domingo, 2 de septiembre de 2012

Gran Reserva

En mis tiempos, se nos incitaba (lo de obligar me resulta un poco fuerte) a leer la novela de Castelao "Os vellos no deben namorarse" (los viejos no deben enamorarse). A pesar del tiempo transcurrido, creo recordar que el libro contaba tres historias de hombres mayores que caían prendados de mujeres jóvenes quienes, a su vez, estaban locas por chicos de su edad. Aunque esto sea un spoiler, el trío de episodios finalizaba con resultado de muerte para los viejos que tenían la osadía de volver a creer en el amor.
Personalmente, supongo que, a cualquiera, el enamoramiento supino le sobreviene cuando puede y quiere: a veces quiere, pero no puede y, en ocasiones, puede, pero no quiere. Y esto te pasa con 5 años o con 85. Por eso el costumbrismo de Castelao me resulta pintoresco, pero me produce cierto resquemor el mensaje subyacente de que los años constituyen un obstáculo para disfrutar del cariño ajeno o, lo que es peor, la edad te nubla la mente, llevándote a tomar decisiones sentimentales incorrectas cuando todos sabemos que esto último te puede acontecer durante las diferentes décadas de tu vida. Y, para mayor escarnio, varias veces.
En este nuestro país, cumplir años es un lastre y un coñazo. Para las mujeres siempre lo ha sido, pero últimamente, el mundo laboral se está poniendo las botas arrojando por la borda a profesionales con muchos años de experiencia sin importar el sexo. Semejante fenómeno resulta contradictorio con lo que ocurre en buena parte del mundo conocido, en el que se aprecia, ya no solo la labor profesional de la persona, sino el carácter, el saber estar y la capacidad de entender y solucionar problemas que vienen parejos con la edad. Es cierto que las condiciones laborales no son las nuestras y que, simplemente, si no sabes hacer tu trabajo te vas a la calle, pero esto te puede suceder si tienes 20 años o 55 con la particularidad de que, a los 50, estás perfectamente capacitado para emprender nuevos rumbos profesionales y las empresas, preparadas para recibirte con los brazos abiertos.
En España, no. Este es un país de consumo rápido, de trabajos de cara al público que no producen sino venden. Los jóvenes cobran menos y tienen más tiempo y tragaderas para ser explotados, porque muchos carecen de cargas familiares que les obligan a reivindicar sus derechos laborales. En nuestro universo limitado de producción casi exclusiva de servicios, el viejo es un lastre, porque tiene el culo pelado y ya no parece muy dispuesto a asumir como tolerables ciertos abusos. Nadie quiere en la empresa chanchullera a un protestón, por mucho que valga por dos de veinte y sepas que te va a sacar las castañas del fuego en el tiempo en el que otro se lía un piti. Así somos, y así nos va.
Tampoco es que la Sanidad ande muy contenta atendiendo tanto achaque. Los mayores son grandes usuarios de la Sanidad Pública y, por mucho que a la señora Mato le de corte decirlo porque resulta políticamente incorrecto, también grandes cargas. No interesa proporcionarles carísimos servicios de forma gratuita, y esto lo saben bien los responsables de la gestión hospitalaria. Atender a muchos a bajo coste nunca casa las muy capitalistas cuentas.
Pero es que lo que no entiende nuestro gobierno es que su modelo económico y político tiene la culpa de que el peso del consumo caiga precisamente sobre los hombros de aquellos que más rechaza. En estos últimos años nunca ha habido una política clara y valiente para favorecer la natalidad (continuamos con la pirámide invertida) y tampoco la está habiendo ahora respecto a la absorción del desempleo juvenil. Porque aunque se prefiera para un mismo puesto al de menos edad, lo que se le propone es un salvoconducto esclavista con horarios buitres y sueldos ratas. Todo bajo la amenaza del despido rápido planeando sobre su estrés. Con semejante panorama, los viejos del lugar se ven obligados a tirar del carro, a veces ocupado por una buena ristra de parientes desatendidos. Y esto no solo ocurre con quienes han alcanzado esa quimera llamada jubilación.
Una situación tan incómoda y tan hispana acontece en pocos países. Afortunadamente, aún no la hemos exportado. Durante mucho tiempo, España ha dado rienda suelta a su vocación de geriátrico de Europa, donde aquellos jubilados norteños de más postín acudían a gastarse sus dineros al sol. A este paso, los españoles deberemos hacer lo mismo, e ir pensando en abandonar el terruño y cambiar de aires una vez cumplidos los 50. Qué digo los 50, ¡los 40! Hacer el petate y trasladarnos a algún lugar donde la experiencia se valore, donde los conocimientos y la cultura infundan respeto y donde un viejo tenga aún derecho a enamorarse.