miércoles, 30 de noviembre de 2011

Me rebelo

Hoy escribo sin ganas y con muy poco espíritu. De hecho, no tendría que hacerlo porque mi estado de ánimo no es proclive a la expresión lógica, pero cada uno recurre a sus singulares formas de terapia.
Ha sido un día con un fin de fiesta de esos que te parten en dos y que ma ha devuelto a esa reflexión que siempre hago con quienes me rodean y consistente en por qué a la gente buena le pasan cosas malas y al revés. O, todavía mejor, por qué las desgracias parecen caer siempre del mismo lado de la tostada.
No estoy harta; estoy lo siguiente. Y me rebelo. Me rebelo ante toda esa panda de indeseables que se escapan de rositas de las villanías que cometen sin que nadie, ni los más listos, ni los más valientes, ni siquiera los más poderosos, les paren los pies. Caracteres envidiosos, hipócritas, malas personas a las que no les llegaría una vida para pagar todas las barbaridades que perpetran con quienes les rodean. Esos seres que de empatía tienen lo que yo de millonaria, ni tan siquiera unos apellidos medianamente pintones. Es injusto que sigan gozando de parabienes y reconocimiento cuando lo único que saben hacer medianamente bien es cebarse con quienes menos lo merecen.
Me rebelo contra esa manía que tiene la realidad de recordarte que, por muy bueno que seas, por mucha alegría que repartas y maravillosas energías des al universo, cuando alguien te quiere dar por culo te da, pero bien. Es un asco que personas buenas, cuyo único delito ha sido siempre apoyar a los demás, echarte una mano, compartir contigo los malos momentos y los mejores, permanecer a tu lado incluso esos días en que ni siquiera puedes sospechar que están ahí, vigilando, cuidándote... es un asco, decía, que sufran cosas que no se merecen, como si el cosmos se empeñara en hacerles la puñeta.
Me rebelo ante la tontería ésa de no desearle mal a nadie. Imposible. Tu vida no gana calidad con ello, de acuerdo, pero a veces es el único recurso que te queda y tenemos todo el derecho a ser condescendientes con nosotros mismos. Si no podemos permitirnos ciertas licencias, no sé qué tipo de disciplina universal tan absurda hemos jurado acatar.
Me rebelo, faltaría más, contra esa estupidez del poner la otra mejilla, una de las razones por las que la cosa religiosa empezó a parecerme de otro planeta, más florido tal vez, pero muy poco fermoso. Imposible justificar que el sufrimiento lleve a la salvación, como también imposible que a una vida llena de pecados se le pueda perdonar todo el mal causado en un último aliento. Si te arrepientes, demúestralo entre los hombres primero y, luego, si quieres y te apetece, hazlo frente a tu dios.
Y, por último, me rebelo contra aquellos que, en cuanto requieren de tus servicios, no dudan en recurrir a ti, pero ay si algún día los necesitas a tu lado, porque no estarán. En ese momento descubres que no les interesas absolutamente nada. Y ni se te ocurra quejarte, porque la razón siempre estará de su lado. Ese lado feo que enseñan en los momentos en los que menos te gustaría verlo. A todos estos, un mensaje clarito: que os den.

martes, 29 de noviembre de 2011

Moción de confianza

Hace ya bastantes días pedí un favor a otra persona. No me lo hizo, bien porque no tenía tiempo, ganas, por olvido, por la necesidad de dedicarse a actividades mucho más apasionantes... Lo que sea. Tampoco me molestó ni me enfadé por ello; sin darle más vueltas, llamé a otra puerta. Creo que un favor nunca es obligatorio y depende más de la generosidad del interpelado que de quien lo pide. Imposible, por tanto, exigir. Hoy ambos hemos vuelto a hablar del asunto y mi cabeza ha empezado a entrar en un centrifugado tal que, a esta hora, tengo la neurona pidiéndome ya el día que le corresponde de asuntos propios. Con la gente más cercana a mí hubiera insistido en el tema, dado la vara y jugaría a aquello de "voy a ser pesada; si cuela, cuela". Pero con esta persona no. Quizás porque, en el fondo, no creo que mis cosas le importen demasiado. Vamos, que tengo la vaga intuición de que yo en su vida soy alguien totalmente accesorio y prescindible. Tampoco juega a su favor ni al mío el que no nos veamos, algo para mí absolutamente fundamental cuando quieres mantener cualquier tipo de lazo emocional con otro ser humano. Pero, tal vez, el resumen general es que creo que la confianza está muriendo por no regarla. Y me refiero al término en el sentido de complicidad. La no confianza, que no la desconfianza, produce desapego y alejamiento, algo que, si no se trabaja a contrarreloj, acaba adueñándose de cualquier relación, sea del tipo que sea, y condenándola a la desaparición.
Como yo soy muy de extrapolar situaciones a metas mucho más elevadas (vamos, que me vengo arriba con la misma facilidad con la que me voy abajo), he llegado a la conclusión de que esta ausencia de confianza y el poco interés en su cultivo es una de las causas objetivas de muchas de las situaciones sociales que vivimos ahora. Elegimos representantes y ellos, una vez encumbrados, van a lo suyo. No abrimos la boca por no molestar y tras asumir que este grupo de expertos andarán enredados en objetivos más altos. Ya nos mirarán a los ojos cuando tengan tiempo. Pero no. No nos miran porque, sencillamente, no nos ven. Poco a poco, esta situación se enquista y va causando el desapego general y la concepción de que, unos y otros, estamos en universos paralelos destinados a no entenderse. El siguiente paso sería ya el del cabreo: no nos sentimos como pueblo sino como "el tonto de", dando poderes a unas gentes que han cultivado la ausencia en lugar de la representación, autoridades que nos han fallado y a las que ya no tenemos nada bonito que decirles sino todo lo contrario. Todo esto, insisto, hablando a grandísima escala.
Opino, por tanto, que esa fórmula parlamentaria llamada moción de confianza tiene un nombre que le viene al pelo. Quienes son juzgados en el Parlamento han roto las reglas de la complicidad, han abusado del feeling original con los electores empleándolo en asuntos que nada tienen que ver con los que verdaderamente interesan a las partes sino a un tercero y nos tienen así, mosqueados y desencajados, cual novia abandonada en el altar.
Considero que la confianza es algo muy difícil de recuperar, y exige un trabajo duro y constante para lograrlo. Algo que no todo el mundo está dispuesto a asumir. De hecho, yéndonos al ejemplo más fácil, el del Partido Socialista, somos conscientes de que tendrán que empeñar hasta las joyas de la bisabuela para lograr que les pongamos ojos de carnero degollado. Claro que, en este caso, cuentan con dos factores nada desestimables a su favor: el primero, que les pagan por ello, con lo que asumo que se dedicarán a la tarea en cuerpo, pero sobre todo en alma; segundo, que es muy fácil que, con el tiempo, se retroalimenten de los errores que sin duda cometerá el contrario. En un sistema bipartidista de facto como el nuestro, la pelota solo se juega en un campo; lo único que varía es la portería en la que cae.
En lo que a mí respecta, me cuesta mucho recuperarme de las crisis de confianza. Y me cuesta porque es un trabajo que afronto en solitario: el otro nunca suele poner mucho empeño en luchar por recuperar lo que un día fue (ya me gustaría, ya, pero creo que no me voy a topar jamás con alguien así), lo que me lleva a pensar que dichos episodios tienen que ser provocados. Y cuando te encuentras solo en la batalla, lo normal es que tires el arma y te vayas a casa, a cubrirte con la manta mientras ves algún "culebrón decimonónico", como dice una amiga a la que adoro (y que, además, es una de las personas que más contribuye a la difusión de este blog por las redes sociales). No es que yo sea rara; la ciudadanía en general también necesitaría ese gesto de su clase política: el saber que están dispuestos a luchar por ellos, a recuperarlos. Y eso es precisamente lo que nos falta, porque, cuando hacen un amago de rectificar se les ve el plumero y todos intuimos que lo hacen por ellos mismos, no por nosotros. Pero, a veces, hay que dar un paso adelante por los demás, más que por uno mismo. Eso es lo que, al final, nos vuelve grandes. A todos.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Realismo puro

He de confesar que estos vaivenes del caso Urdangarín me tienen, si no enganchada del todo, le falta poco. Como ya expliqué en otro post (perdonad que insista, pero esto ya es un culebrón), cuando media España creía que la vida Urdangarín era la vida mejor, va el sujeto y se descubre presunto maleante (y estafador, y ladrón...). Pero lo que más cabrea a la gente llana, esa misma que infantas, lo que se dice infantas, solo ha visto una y en el cuadro de las Meninas, es que este señor tan alto y tan vasco, de tan buena familia, haya hecho de su suerte un sayo y, en vez de conformarse con la estupenda fortuna que alumbra sus tiros a puerta, haya cometido presunto delito para costear una presunta existencia de archimillonario.
A todo esto, la familia real sigue a lo suyo, a por uvas. Parece ser que nuestro monarca, de tanto mirar para otro lado, se ha estampado contra una puerta y ahí lo tenemos, temporalmente (y presuntamente) tuerto. Ya de paso, los programas del corazón están que no caben en sí de gozo elaborando peregrinas teorías sobre qué haría la infanta si se demuestra la mayor. Unos dirán que urge un divorcio (un Romeo y Julieta carcelario; qué bonito); otros abogan porque se queden como están, cuidadando de la prole y yendo mucho a misa para purgar esos pecadillos de juventud, y no faltará un grupo que insista en que doña Cristina sabía muy bien quién regaba su jardín. Querida, toca apechugar.
En fin, que todo esto tiene, al menos, dos grandes beneficiarios: Marichalar, que debe estar el hombre partiéndose la caja desde hace cosa de un mes, y los republicanos, entonando aquello de "ya lo decía yo" sonrisa en ristre. Recordemos que una de las consignas de este cada vez más numeroso grupo en el que me incluyo era el reclamar que los monarcas no siguieran chupando del erario público, una vez que las leyes humanas y civiles no animan su causa. Bueno, las civiles sí, porque ahí está la Constitución dando el do de pecho. Sin embargo, el asunto al que también me referí de las malas amistades del rey (no me cansaré de insistir en ello: uno se retrata en los amigos que elige y puedo poner varios ejemplos), las posibles y por muchos deseadas malas relaciones entre las cuñadas, las ausencias del monarca en no se sabe dónde ni no se sabe con quién, los gastos que conlleva moverlos a todos disque en aras de la representación popular, el casi nulo carisma social del Príncipe y los chanchullos de los yernísimos y sus señoras, convierten a nuestra familia real en una irreal familia que, a poco que continúen por su coronada senda, se asemejarán más a los Simpson que a los regios Borbones de los retratos.
Hoy ha caído en mis manos ese mamotreto histórico llamado El poder del rey y perpetrado por la escritora Pilar Urbano. No voy a leerlo, pero me imagino a don Juan Carlos arrancando sus páginas a mordiscos y pintándole bigotes a la autora. Más que nada porque, versen sobre lo que versen estas pseudobiografías, tienen la mala costumbre de convertir a nuestros reyes en personas reales con minúsculas, de ésas que utilizan las tretas que tienen más a mano para sobrevivir, que buscan enchufes, que dudan y meten la pata continuamente. Y no solo esquiando.
Pero una cosa es ser campechano y otra tener (presuntos) delicuentes en la familia. Si hago un repaso a la mía, la más allegada -de la otra no respondo-, algún que otro cabrón descubro, pero no creo que tenga más deuda que pagar con la sociedad que alguna multa de tráfico. Injusta, por supuesto. Y es que hay determinados lugares y puestos en la vida que no solo te obligan a parecer honrado sino también a serlo. ¿Por ejemplo? No sé... ¿duque de Palma?
Lo que todos los ciudadanos pedimos a la justicia es que no sea ciega ni sorda y que tome ya al mentiroso y al ladrón por los cuernos. Si somos una sociedad democráticamente madura para salir a la calle reinvindicando los derechos robados a punta de mercado, también los somos para cuestionarnos una institución, la monarquía, cuya restauración se basó en la curiosa concepción política de un dictador (o los favores que éste le debía a los Borbones, vaya usted a saber). Todo tiene su época y razón de ser, y no le vamos a negar ahora a don Juan Carlos su más que digno papel en la transición, pero tal vez haya que plantearse si los tiempos no están cambiando y no albergamos ya otras necesidades. Y, efectivamente, cuando la real familia se llena de parásitos, a lo mejor hay que fumigar. Siempre con la ley en la mano, por supuesto.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Tenemos derecho

Mucho se ha debatido estos días sobre el precipitado regreso de Soraya Sáenz de Santamaría al trabajo tra su baja (más que baja fue un alta exprés en toda regla) laboral. Conservadurismo obliga, imagino. Con su partido cubriéndose de gloria y ella llamada a ser depositaria de los más dignos valores del ya de por sí digno Partido Popular, la ahora encargada del traspaso de poderes se apresuró a "desembarazarse" de bata boatiné y pezoneras para sentarse a la vera del líder. Tampoco es que sea la primera. Los más escorados a la izquierda, que ahora se frotan lo que tengan más a mano criticando a Soraya, recordarán, aunque no les guste un pelo, la baja de Carme Chacón siendo ya ministra de Defensa, que más que ausencia por imperativo legal fue una cuarentena: el abandono de la ministra de su cargo no duró ni mes y medio. Como buena progresista, se cuidó muy mucho de pasar por retrógada dando una extensa entrevista a El País, donde hacía hincapié en que ella lo tenía chupado porque trabajaba donde vivía, el Ministerio de Defensa, y, además, contaba con una pareja muy dispuesta a cambiar pañales mientras su prójima daba órdenes a la tropa y supervisaba el rancho de la Legión.
Desconozco la vida de Soraya, dónde reside y a quién tiene por compañero de fatigas. No obstante, he de decir que ni ella ni Carme Chacon son, al menos en esto, ejemplo de nada. Después de que otras como ellas (sin descuidar a hombres de buen criterio) se hayan deslomado con el fin de lograr algo tan relevante para hijos y madres como es la baja por maternidad (un derecho en el que ocupamos la cola de Europa, por cierto), no es de recibo que dos cargos públicos de relumbrón vengan ahora a predicar con el ejemplo contrario. A ver quién les quita lo bailao a los empresarios y les explia que una tiene derecho a sus tres meses de descanso para recuperarse y cuidar de su bebé. Si Carme y Soraya, en el desempeño de dos trabajos de responsabilidad extrema pueden, no sé por qué tú no, la verdad. Pues mire usted: porque yo no puedo costearme el lujo de pagar a unas cuantas internas que suplan mis deberes maternofiliales. Eso para empezar y, si quiere y tiene un ratito, concertamos una cita y continuamos.
No es que yo vaya por la vida de feminista castradora, pero me fastidia que este grupito de damas que alaban la modernidad y el buen rollo se pasen la progresía por la axila. Tal vez porque creo firmemente en los derechos adquiridos. Aunque, bien pensado, teniendo en cuenta lo que el Partido Popular piensa hacer con algunas de las más alabadas reformas sociales de Zapatero, no me extraña que Soraya se salte la baja por maternidad y lo que haga falta. Perdón por lo que voy a decir y que conste que no le deseo mal a nadie, pero seguro que, llegado al caso, no renunciaría al derecho a cobrar la pensión de viudedad (otro ponderado avance social) a mayor gloria del bien común. Porque quiero creer que esta forma tan pública de parir para luego decir aquello de "no, no, no" obedece, única y exclusivamente, a una ambición personal. La otra posibilidad, la de que ambas dos siguieran las órdenes de los jerifaltes de sus respectivos partidos daría entre miedo y asco. Mejor ni contemplarla.
Por cierto, hablando de derechos, leía el otro día que la profesión que hace más feliz a quien la ocupa es la de sacerdote. No sé si alguien ha caído en la cuenta de que es la única que solo admite varones en sus filas. Dicen que la dicha se sobreentiende al ser una labor de servicio al prójimo. Bueno, también lo es la de trabajador social y no aparece en esas tan dichosas listas. No sé. Voy a darle unas vueltas. Quizás mi retorcida mente llegue a conclusiones indignas de ser plasmadas en este blog.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Probando, probando

El otro día, viendo Hair, me di cuenta de la temática tan compleja que encierra hora y media de hilo musical. Se habla, obviamente, del movimiento hippy, pero también de pacifismo, intervencionismo, guerras, relaciones paterno-filiales, sexo, sectas, racismo.... y droga, mucha droga.
Es cierto que, allá por finales de los 60 y principios de los 70, maría, que no era santa ni tampoco virgen, pasó del ostracismo y las fiestas a media luz, al fervor popular y la condescendencia pública. Se puso de moda como símbolo incluso de autoafirmación de una parte de la sociedad empeñada en ir a contracorriente de quienes les gobernaban. Aquello dotó de un significado casi heróico a la hierba, impronta que la ha marcado hasta nuestros días. Confieso que me voy a meter en un jardín (repleto de verdes plantas, lógicamente) del que a lo mejor no sé salir, pero una siempre está presta a enlodarse hasta el fondo.
En la división establecida entre drogas blandas y drogas duras, entendiendo por las primeras las vegetales y por las segundas las procesadas químicamente, yo soy más del equipo blando. Siempre con matices, porque ningún abuso ni obsesión me parece pertinente (me he encontrado con varios fumadores, y no precisamente de tabaco, con serias dependencias psicológicas). Partiendo de la base de que cada cual hace con su vida lo que le da la gana, puedo llegar a entender el empleo de las primeras con fines terapéuticos, divertimento social o remedio antiestrés. Por no mencionar el interés antropológico que despiertan las mismas, algo digno de estudio para quienes amamos esta disciplina de las ciencias sociales.
Conozco a bastantes usuarios de drogas blandas, algunos de los cuales expresan su rechazo a lo sintético por no estar seguros de saber controlar sus efectos ni, llegado el caso, una adicción. Y también conozco a gente que, igual que te digo una cosa, te digo a la otra; amigos de lo blando que han pensado que aquello de cambiar de bando tampoco está mal. Total, solo se vive una vez. Un caso así obedece, y en esto no hay que ser especialmente avispado, a la disciplina de grupo. El sujeto A cree que el conjunto B mola que te cagas: su estilo de vida, su música, el ambientazo en el que se mueven... Si el conjunto B o alguno de sus miembros más selectos va puesto de, por ejemplo, metanfetaminas, el sujeto A se plantea que por qué no probarlas, ya que el selecto es una persona normal. A, no solo se mete lo que el resto de la banda, sino también la objetividad por el ojete y es incapaz de detectar que selecto, y probablemente el resto de la manada, destacan precisamente por sus anormalidades. Probablemente, con el transcurrir del tiempo, A se de cuenta de que lo que el conjunto a quien veía como una pandilla de colegas entregados a la amistad verdadera y la lealtad incondicional, incapaces de hacer el mal y dignos de su rendida admiración, en realidad no es ya un conjunto vacío, sino una grotesca rotonda sembrada de horrorosos y relucientes mojones.
De todas las formas de entrar en el mundo de las drogas, tal vez ésta sea la más estúpida de todas. Más que nada porque denota pusilanimidad, poca personalidad y un cerebro en cuarentena. Puedo entender que uno pase por una mala racha, que se mueva en ambientes insanos... pero hacer las cosas solo para que el grupo vea cuánto molas me parece de auténticos niñatos. De hecho, los traumas de la disciplina grupal se desarrollan en la escuela y en el instituto. Más tarde, el hecho de ser diferente, de demostrar ideas propias, de significarse, de dar la cara, es lo que verdaderamente se valora y lo que te convierte en digno de aprecio y respeto. ¿Para qué entonces seguir a líderes de almas raídas? ¿Por qué entonar ante ellos el sí, bwana e imaginarte que, haciéndolo, vas a contracorriente de la sociedad? No es eso, amigo, no es eso. Más bien todo lo contrario.
Creo que, precisamente por lo que acabo de escribir, deberíamos insistirles a las nuevas generaciones en asuntos tan aparentemente banales como que el grupo también se equivoca; que todos somos miembros de un colectivo, pero antes que eso y por encima de eso, ejercemos de individuos con conciencia propia, con necesidades individuales y metas únicas, tres factores que nos conviene desarrollar si no queremos abrazar causas que, de merecer algo, merecen una patada en el culo.
Volviendo al tema de Hair, he de decir que resulta casi imposible no sentirse atraído por una época donde los sentimientos eran libres y las personas adoptaban estilos de vida diferentes a los marcados por papá Estado. Sin miedo y sin pudor. Obviamente, todas las tendencias, modas y corrientes, tienen un principio, un apogeo y una decadencia, pero no es menos cierto que la historia es cíclica y determinados acontecimientos se repiten de contínuo aunque con diferentes actores. Quizás nos toque a nosotros vivir nuestra propia revolución histórica, aunque muy probablemente no sea de amor.
Por cierto, el que se ha tenido que tomar algo (además de Yannick Noah y su empeño en que a los españoles nos echan testosterona en el cola cao del desayuno porque ya no nos parecemos a Alfredo Landa) es Zapatero. Indultar a ese tal Sáenz, condenado por el Tribunal Supremo y de profesión banquero es de traca. Un fin de fiesta memorable. Muy agarrado por los huevos tienen que tener a nuestro presidente para que, en uno de sus últimos estertores, nos escupa la dignidad socialista a la cara. Solo le falta que, en una burda imitación de la escena de El exorcista, diga aquello de "mirad qué sabe hacer vuestro presidente" y nos vomite en toda la sotana. Aún le quedan días para pensárselo.

viernes, 25 de noviembre de 2011

El mundo por montera

Cada vez siento mayor respeto, devoción y admiración por esas personas capaces de ponerse el mundo por montera, liarse la manta a la cabeza o tirarse al vacío (elíjase lo que proceda) y dejar un trabajo que les esclaviza y socava su dignidad profesional y personal en aras de una vida peor. O lo que todos creemos que es una vida peor, aunque yo no estaría tan segura.
Para empezar, creo que cualquier situación, y no me refiero solo a la laboral, que te deshumanice, te anule como ser humano y te convierta apenas en un autómata, no solo es reprobable, sino que hay que intantar salir de ella con la mayor celeridad posible. En muchas ocasiones, el camino de salida es doloroso; hay trampas, baches, y continuas caídas, pero creo que recuperar el respeto que cada uno nos debemos a nosotros mismos resulta tarea obligada. Y lo dice alguien que no ha sido nunca precisamente valiente en la toma de grandes decisiones.
Yo viví una situación laboral extrema de la que se derivó un tremendo bajón de autoestima. Sin embargo, recuerdo que, en aquellos momentos de hundimiento, decepción y dolor, redescubrí a quienes eran realmente mis amigos y, con ellos, a mí misma. En el camino me encontré con sospechosos habituales, pero también con gente insospechada. Uno de estos últimos, concretamente, tuvo la virtud de saber cómo arrancarme una risa cuando veía que me iba a soltar a llorar; me animó y me sostuvo muchas veces aunque no me diera ni cuenta. Con los meses, pasó por la misma situación que yo había atravesado antes y ahora, que por esas vueltas que da la vida volvemos a trabajar juntos, creo que al menos le debo mi presencia e intentar recomponer los pedazos (él dirá estéticos; yo pienso que éticos) en los que todos nos convertimos tras una situación de acoso, ya no laboral, sino total. Pero este compañero tuvo al menos un mérito con el que yo no pude lidiar en su momento: soltarles cuatro frescas a quienes le hicieron la vida imposible. En el día de su despido vivió la mejor y peor tarde de su existencia. Vale, no hubo compensación económica, pero sí una victoria moral que al principio resultó pírrica y luego se descubrió inmensa en continente y contenido.
Me quito el sombrero ante él y ante dos o tres personas más que conozco y se han plantado, han dicho aquello de "no soy tu esclavo ergo no voy a permitir que abuses más de mí" y se han ido dando un señor portazo. Hay que tener agallas para algo así, bregar desnudo y sin apenas recursos con el tsunami que llega de dentro. Y me complace esta situación extrema porque no le veo sentido a eso de trabajar bajo amenazas y, menos aún, al hecho de cumplirlas. ¿Qué razonamiento o base empírica encierra el amedrentar a la gente que te rodea? ¿Aumenta acaso la productividad? Tuve en su día una jefa que se jactaba ante los de su rango de amenazar a quienes estaban a sus órdenes. No solo eso, sino que justificaba su actuación diciendo algo así como "por lo menos me río de esta panda de inútiles que me ha tocado dirigir" (me lo contaron los testigos, pero no recuerdo las palabras exactas). Y no se daba cuenta de que ese comentario la degradaba tanto como ella pretendía hacerlo con el equipo que se encontró por el camino. Lógicamente, no me enteré de este hecho hasta bastante después de perderla de vista, pero me hubiera gustado saberlo un poco antes y, desde mi experiencia actual, urdir cualquier trama que dejara en evidencia a tanta amenaza fantasma. Claro que uno se nutre de la experiencia a toro pasado y resulta del todo imposible reutilizarla en historias que ya no son presente.
Yo entiendo lo justo de macroeconomía y lo mínimo de economía doméstica. Sin embargo, como todo el mundo que tenga dos dedos de frente, sé que, para que una economía empiece a caminar, hay que reactivar el consumo, algo que no consigues si les quitas a las personas su medio de vida. Y eso empieza desde mucho antes de un despido: en cuanto alguien sospecha que puede ir a parar a la calle, comienza a comedirse en sus gastos, porque sabe que, después, no le va a servir aquello de Dios proveerá. No obstante, insisto, todavía quedan héroes capaces de dar con la puerta en las narices antes de que les den a ellos y buscar un mundo mejor, aunque sea interior y no exteriormente. 
Todos nos merecemos ser tratados como personas. Podremos hacer las cosas bien o mal, pero el respeto entre pares es de lo primerito que te enseñen en la escuela. Alguien que no muestre ni eso dice muy poco de su educación y del ambiente familiar en el que se crío. Honrémonos a nosotros mismos, a nuestros orígenes y a nuestros amigos. Y seamos valientes en el trabajo y en los afectos. No me sirve la excusa de decir que no a todo ni de decir a todo que sí si no lleva detrás una reflexión profunda. Pero me sirve la gente valiente, que no duda, que decide, que se lanza, y que, en resumen, vive. El resto es mero acompañamiento.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Caballeros cuadrados

La verdad es que, como ya señalé en su día (o días) en este blog, pasé de puntillas por las últimas elecciones. La sensación de fatalidad me impedía entrar a fondo en el planteamiento y, por supuesto, en el resultado. Tal vez porque, como decía hace un par de tardes alguien que conozco, cuando el pueblo está muy cabreado con sus gobiernos vota cosas irrazonables. Así que corramos a los brazos de la irracionalidad y veamos expectantes si nos devuelve el achuchón o nos da una patada en todo el centro de gravedad.
Eso sí; me di cuenta de que Twitter hervía de fervor popular ante la noche electoral, como si fuera un Madrid- Barça en igualdad de condiciones. Pero resulta que no lo era. No sé cómo explicarlo: parecía que la peña creía que España todavía podía ganar Eurovisión y procedían a enviar mensajes como si la Unión Europea se fuera a acabar, sentimiento que encierra ficción y realidad a partes iguales. Confieso que, desde entonces, me he vuelto bastante vaga para esto de contar mis miserias (que a nadie le importan, por cierto) obedeciendo los dictados de esa red social de 140 caracteres.
Pero al margen del ímpetu de quienes se tomaron esto igual que un duelo al amanecer que en ningún momento fue, ocurre como las resacas: que por la noche estás en una nube y de mañana darías el brazo izquierdo (perdón, el derecho; hay que ser políticamente correctos) por un lavado de cerebro, pequeño pero matón. Mi brusco despertar, con dolor de cabeza y deseos de optar a una vida mejor, aconteció a raíz de la publicación de una foto donde lo más granado del PP celebraba victorioso cónclave en torno a una mesa cuadrada. Me imagino que la reunión sería un éxito de público y crítica, pero en la imagen aparecían únicamente los más azules del universo azul conservador (siempre me he planteado la paradoja de que blue en inglés sea triste y azul al mismo tiempo; como el gato, justamente). Entre los elegidos para la gloria, González Pons (Twitter no sería lo mismo sin sus salidas de madre), la ínclita Cospedal, Mayor Oreja (leyendo un periódico; él solo se despierta para pegar coces), el campeón por k.o. Rajoy y el rey de reyes, Aznar. Los apóstoles en versión archivo comprimido. El problema no lo tengo con la foto en sí, sino con la manera de verla. Y es que, señoras y señores, cada vez que la miro solo consigo echarle el ojo a Aznar, iluminado cual rayo que me/te/le parta.
Por mucho que esta panda de amiguetes insista en que la crisis es producto de la raída chistera de Zapatero, fueron Aznar y sus huestes quienes promovieron, entre otras cosas bonitas, el desparrame edificador que nos tiene con esta cagalera. Además, permitieron los asesinatos en Irán, mintieron sobre el 11-M y se cubrieron de gloria dejando una herencia a su sucesor que ni la baronesa Thyssen a su querida nuera. No es que Zapatero sea santo de mi devoción, pero aquellos lodos no se limpiaban con rastrillos, como todos hemos comprobado. Ver ahora a Aznar, sentado ahí, a la derecha del hijo, como si aquí no ocurriera nada, como si él no se hubiera pasado los años socialistas poniéndonos verdes a todos los españoles por las plazas extranjeras donde acudia a atusarse el bigote, me da dentera. Principalmente porque se nota, se siente, que el hombre tiene intención de regalarnos lo mejor de sí mismo en los días venideros. Sean cuales sean sus planes, imagino que no nos los merecemos.
No envidio para nada la situación de Rajoy. Falta tiempo aún, pero esperemos que no mute en ese hijo obligado a vivir en casa de sus padres acatando órdenes. Por de pronto, el hombre se ha esmerado y ha empezado contando un chiste: va un español, se reúne con un francés y una alemana y, como buen patriata de coñac y cartas, les canta las 40. El que, tras oír semejante bravuconada, no se lo haya hecho encima no es que sea azul, es que es ultravioleta. Para empezar, no sé en que idioma se va a dirigir a sus compañeros de guasa. Personalmente, confío en su coach particular y espero que sepa decir algo más que My taylor is rich y My pencil is on the table. Claro que esto de no dominar las lenguas lo mismo le proporciona soltura internacional.... la justa para pasarlo teta en un viaje organizado y poco más.
En fin, que me ha empezado a entrar también a mí la tontería blue. Solo que la mía no es azul; más bien tiende a gris otoñal con toques rojo sangre de orgía consumista prenavideña. Algunos la bautizarían con el nombre de desgana; yo prefiero resignación. Como decía mi madre, no hay mal que cien años dure... ni democracia que lo resista.
Por cierto, aquí, unos amigos.

martes, 22 de noviembre de 2011

Ofende quien puede

Estos últimos días he sido testigo de una disputa verbal entre dos personas por lo que yo creía banalidades. La parte A recriminaba a la parte B haberle hecho un comentario a C que, en cierto modo, afectaba a ambos y les dejaba en mal lugar. Yo no lo creí así y decidí salirme por la tangente entonando el tan socorrido pero insensible "que lo arreglen ellos".
Lo que ocurre es que, a veces, la cabeza no para de darles vueltas a las cosas. En eso estaba cuando me di cuenta de que, a lo mejor y solo a lo mejor, el asunto no era tan banal como pudiera parecer. Y no lo era porque nadie posee la vara de medir el umbral de ofensa ni de dolor de otras personas. Lo que nosotros decimos y hacemos sin reflexionar, simplemente porque nos sale así, puede afectar a un tercero hasta el punto de inflingirle un daño muy serio. No tiene por qué tratarse de un ataque físico ni a sus principios; simplemente puede ser producto de un día malo o de un momento sensible que coloca a la persona al borde del desbordamiento.
Es muy fácil decir que quien tenemos enfrente "se enfada por tonterías" o "se ofende por nada". Ninguno habitamos la piel del otro y lo que nosotros consideramos estupideces pueden significar un mundo para la persona que sufre. Creo que, en estos casos, lo que procede es hacer gala de empatía y pedir perdón, aunque no estemos seguros de que el agraviado haya medido bien nuestras palabras. El perdón es tan barato como agradecido; invocándolo restauraremos la concordia y aprenderemos cuánta verdad encierra aquello de que uno es dueño de sus pensamientos y esclavo de sus palabras.
Pero hablando de ofensas y ofendidos, no quiero dejar pasar el tiempo sin denunciar a ese republicano llamado Newt Gingrich que, en un solo discurso, se ha puesto por montera los derechos humanos, los derechos del niño y, si me apuran, hasta los estatutos de las comunidades de vecinos. Este pedazo de estadista, que cimenta su riqueza en los dividendos obtenidos de Freddie Marc, uno de los consorcios culpables de esta crisis que se retroalimenta, ha declarado, sin que se le mueva una cana, que los niños de 9 años de familias con pocos recursos deberían ponerse a trabajar para nutrir las paupérrimas arcas domésticas. Ya no solo es una aberración viniendo de alguien que disfruta de un púlpito político gracias a este choteo mercantil que nos inunda, sino que implica un abuso democrático y constitucional en toda la regla; una vuelta a lo más negro de la esclavitud que tantos traumas causó a su país. Pero aún más extravagante que todo esto (y aquí llamaría a Mulder y Scullly para que hicieran un trabajo de campo) es la reacción de los votantes republicanos, que le han encumbrado al top 10 de sus muy conservadores altares. La sensibilidad social que Obama mostró durante su campaña ofendió a muchos por ir contra la ética más puritana, pero este llamado público a utilizar y explotar a niños no solo no merece el oprobio popular, sino que es jaleado por gentes a quienes me encantaría conocer. Más que nada para que me explicaran por qué en vez de recrearse en, por ejemplo, teorías keynesianas para salir de esta prisión económica, optan por poner a trabajar a criaturas que aún no han estudiado las ecuaciones de ofensa x + ofensa y= mosqueo que te cagas z.
Como decía Sade, ese hombre que la mayoría del tiempo estaba pensando en lo mismo, ni la virtud se ve premiada ni el mal necesariamente castigado. Yo añadiría que este último, para escarnio de muchos, además, tiene premio. No hay derecho. Y si lo hay, deberíamos hacérnoslo mirar antes de que nuestros hijos nos reclamen las ofensas cometidas.


lunes, 21 de noviembre de 2011

La soledad

Muchas veces nos sentimos solos aunque estemos acompañados de gente. De hecho, a ninguno nos es extraña dicha situación. En determinados ambientes y con determinadas personas, tienes esa rara intuición de que, si fueras a dar con tus dientes en el suelo, nadie te levantaría. Incluido esos supuestos amigos que se lanzan a correr en cuanto el sol ya no te alumbra, siguiendo la estela y los designios de diosecillos henchidos de clembuterol. Lógicamente, no corren hacia ti, sino lo más lejos posible de ti.
Anoche, casi pudimos palpar la soledad de Rubalcaba mientras salmodiaba su ya previsible derrota electoral delante de las cámaras. Estaba el hombre rodeado de cariacontecidas mujeres socialistas, un estudiado coro de velatorio para dotar de solemnidad a momentos tan peliagudos. Lo curioso es que, entre tanta cuota femenina, no conseguí vislumbrar ningún rostro conocido. Ni a Leire -conjunciónplanetaria- Pajín, ni a Trinidad Jiménez. Ni tan siquiera a Carme Chacón, otrora uña y carne de don Alfredo. Desconozco si su ausencia se debía a petición expresa del líder apaleado o si se pasaron a media tarde por Ferraz para después, en un alarde de sensatez, dedicarse a asuntos más mundanos. En cualquier caso, el efecto ante la opinión pública fue el que fue: un Rubalcaba solo, colocado en primera línea de fuego a merced de las bombas, mientras los que creíamos sus amigos y compañeros en la pena, rumiaban la derrota a salvo en las trincheras. Insisto que tal vez más de uno hubiera querido estar allí, cual depositario del último deseo del condenado, pero eso no quita que el imaginario popular lo situara cómodamente sentado en su poltrona doméstica, ahuyentando los espasmos a base de buscapinas.
La soledad de Rubalcaba, esa sensación de humillación íntima, no nos es ajena. Pero si lo pensamos, tampoco debemos envidiar la otra soledad, la buena, esa misma que debe estar rondando a Rajoy. Si el perder ahuyenta a los próximos, el ganar aproxima a los lejanos. El ganador se sitúa en primera línea, adorado cual falso ídolo, a merced de vientos y tempestades, queriendo satisfacer a todos y decepcionando a la mayoría. Mientras, cada noche, tiene que intentar un pacto consigo mismo, con esa conciencia convertida en apretada caja llena de dudas, decisiones, presunciones, con problemas y, muchas veces, sin soluciones, observando cómo los ingratos mercados levantan las faldas a la prima (de riesgo). Es traidora esa soledad del poder, que te convierte en víctima propicia de oportunistas y otros arribistas del montón. Los mismos que, castrados emocionalmente, se toman la amistad como una paripé necesario, renunciando a los apegos y deshaciendo lazos, crecidos en su individualidad, creyéndose la muleta del cojo y el bastón del ciego sin reconocer que la única impronta que dejan en los demás es la de vanidad y vacío. Ellos también están solos, en su ignorancia y en su suerte.
Se ha dicho siempre que el político es un ser de otra raza. El político, al menos el de altos vuelos, es un individuo destinado a bregar con la soledad y convertirla en compañera de camino, amiga y amante. ¿Fácil? A lo mejor no tanto...

P.D.: No tiene nada que ver, pero no me resisto a abandonar el post sin rescatar una reflexión oída hoy en el Metro: "He conocido a demasiados hombres que van por la vida presumiendo de ser buenos tipos y luego se comportan como auténticos canallas. Por eso me he pasado a los malos. Sé que ellos, al menos, no me defraudarán". Ya estáis tardando en aplaudir.


domingo, 20 de noviembre de 2011

Tiren y empujen

Siempre me han gustado esas dos palabras. Quizás porque, como insiste el dicho, "son las que más puertas han abierto a lo largo de la historia". Tiene razón. Además, creo que han sido muy maltratadas por los diccionarios en sus acepciones más viles; algo no del todo justo, visto el respeto que merecen hacia su labor social.
Fuera coñas, existe una práctica entre los gitanos irlandeses que, traducida, vendría a ser algo así como "el tirón" y que requiere de cierta reflexión en tiempos de igualdad social. Más o menos, la cosa va de la siguiente manera: en bodas, fiestas o concentraciones mixtas, los varones otean el horizonte, buscan una hembra que les agrade, van a por ella y la arrancan de la multitud a lo bruto, bien llevándola en volandas, bien arrastrándola... Como buenamente se pueda. El objetivo es robarle un beso, magrearla un poco (esto me lo imagino yo, que conste) y, si el asunto se pone peliagudo y la pieza se revuelve cual gata panza arriba, al menos sacarle su número de teléfono. Como esta intervención masculina deja mucho que desear y, en ocasiones, a la agraviada le gusta el maromo lo que a mí los higos chumbos, el acto se puede repetir varias veces a lo largo de la noche, siempre con diferentes "sujetas".
Si a ello unimos que una mujer gitana (o nómada, como a ellos les gusta ser llamados) debe pasar por el altar antes de los 21 para no ser considerada una solterona y que, una vez consumada la relación, se tiene que dedicar a parir hijos y cuidar a su tironeador, la verdad es que la situación de la hembra nómada, y además irlandesa, nos deja a las occidentales con la boca abierta y la mandíbula estirada.
Preguntados al respecto, los machos de la manada no tienen tan claro que eso del tirón mole. Lo hacen porque lo tienen que hacer, porque sus padres se dedicaron al tema con fruición, lo mismo que sus abuelos y así hasta las cavernas. Ellos, efectivamente, dotados del sentido común de la vida moderna, sospechan que una práctica tan dominante no debe de gustarles un pelo a las ofendidas, por mucho que vayan a las fiestas vestidas como Shakira al salir de la ducha. Y no les gusta, no tanto por el hecho de ser un objeto de deseo, que esto, al fin y al cabo, no está tan mal cuando rondas los 17, sino porque les es arrebatada la capacidad de elegir y, encima, con violencia. El tirón implica sometimiento, pero también renuncia: a partir del momento en que te conviertes en pieza de caza, bonita, aparca tus sueños y comienza ya a pensar en los nombres de tus futuros hijos.
Un inciso: para quien no haya visto a un gitano irlandés en su vida, decirle que su genotipo es celta y que el parecido con sus primos rumanos y españoles, a los que estamos tan acostumbrados, es mera coincidencia. Y aunque el manual moral de los tres grupos se asemeje en los pilares fundamentales, después cada cual ha tirado por donde mejor le ha venido. Una fiesta nómada no se diferenciaría en nada a una verbena española salvo, quizás, en la primacía de melenas rubias y ojos claros.
Retomando el hilo, por mucho que nos parezca aberrante la práctica de ciertas costumbres tan machistas, no les falta razón a los gitantos irlandeses cuando dicen que ellos también observan con estupor algunos mandatos de nuestra religión y tampoco es que se les atragante el bistec de la cena por ello. Supongo que podrían pensar que se nos ha ido la pinza cuando ven a hombres dándose de latigazos por las calles durante la Semana Santa, por no entrar en temas de sexo o momentos felices como los protagonizados por los jóvenes y el Papa. Podemos juzgarlos desde nuestra visión occidental y nuestra moral (sea cual sea, siempre heredada de la católica) pero no podemos obviar el que ellos tienen exactamente el mismo derecho de hacer lo propio con nosotros. Incluido descojonarse si procede.
Dicho lo cual, como mujer occidental y que, de vez en cuando, piensa (sobre todo en el baño, cuna de grandes ideas), me resulta deleznable el procedimiento del tirón en todas sus formas. Del mismo modo confieso que jamás les echaría un sermón al respecto, porque puede que parte de lo que yo identifique con violencia, para ellos sería puro y simple roneo. De lo que sí me entran ganas es de soltarles unas cuantas frescas respecto al trabajo femenino. Más que nada porque si tu tironeador se dedica con el tiempo a hacer lo propio con una más joven y de carnes prietas, a ver cómo sacas tú adelante a la tropa de churumbeles que te ha tocado parir. Cuestión práctica y de supervivencia, supongo. Y, después, que cada cual se juzgue a sí mismo, que bastante tenemos todos con nuestros "pecados".

                                                     Escena de una boda gitana irlandesa

sábado, 19 de noviembre de 2011

Ricos, ricos

He de confesar, y estoy a punto de flagelarme por ello, que, últimamente, la MTV es una fuente de inspiración para mí. Vamos, que me quedo a cuadros viéndola. Me imagino al realizador de alguno de los programas que la cadena se saca de la manga partiéndose la caja mientras monta tanta tontada. Lanzo desde el ya el reto a cualquier Universidad cuyo nombre no sale ni en las guías: chicos, entre física cuántica y logaritmos neperianos haced un estudio sobre el tema, porque la ironía que encierran sus shows más granados es fina, fina. Tan fina, que parece un complot para aborregar al mundo.
Mi último shock brutal se llama Dulces Dieciséis y es un modesto programita en el que una niñata, cuyos papás están forrados de pasta, pretende (y, por supuesto, logra) organizar el fiestón de su vida. Cumple 16, pero lo mismo podría cumplir 34. Lo que importa no es tanto la edad sino el ensamblaje neuronal de los protagonistas del evento. En el que yo tuve la "suerte" de presenciar, una pimpolla de Atlanta, llamada Allison, pretendía movilizar a lo más florido del rap estadounidense para que ejerciera de atrezzo en su fiesta. Contaba con la ventaja de que su padre era un prestigioso abogado del mundo del espectáculo y su madre gozaba de un cociente intelectual parejo al de su retoño. Así se las ponían a Fernando VII (sí, el mismo que usaba paletón).
El, para mí, momento cumbre de los preparativos, acontece cuando la niña, la mamá y una señora que pasaba por allí van a conocer al organizador del cotarro. Allison comienza a pedir y no para, siendo lo más reseñable que "corte usted la calle principal de la ciudad para que yo pueda hacer un gran desfile". En sábado y hora punta. El organizador, que en ese momento seguramente hubiera preferido haberse dedicado a la recolección de la fresa, le dice que jamás en toda la historia de Atlanta se ha cortado la calle principal y que, además, en dicha calle hay un hospital y que qué van a hacer las ambulancias. Respuesta de Allison: "que se esperen; o, si tienen mucha prisa, que den un rodeo". Hala, haciendo el bien. Por supuesto, la santa madre entra en liza y suelta aquello de "si Allison lo quiere, Allison lo tiene"y sí, se corta la calle, los alrededores y yo, que lo estoy viendo, me corto las venas.
Educar a criaturas de mentes tan frágiles en los desmanes y los caprichos no sé yo si estará muy bien cuando son pequeños. Pero persistir en la estupidez ya en la adolescencia, incidiendo en la tontería más elemental, nos hunde a los demás, porque estos serán los retoños que tendrán el dinero, que manejarán las grandes corporaciones, que moverán los mercados para que nosotros, a miles de kilómetros de distancia, dispongamos de un plato de comida cada día. Lo pienso y se me ponen las raíces rubias.
Obviamente, igual que nadie cree (¿verdad, chicos de Intereconomía?) que la gente de izquierdas debe estar en la indigencia para vivir acorde con su ideología, no podemos reducir la ecuación al absurdo planteándonos que todos los megarricos tienen menos cerebro que una bombilla de bajo consumo.  Pero, sacando bigote y poniéndonos serios, sí es inevitable mosquearse ante el acopio ingente de riqueza que han hecho los más privilegiados durante esta crisis. Suben las ventas de artículos de lujo y los evasores de grandes fortunas -siempre protegidos por los gobiernos- se niegan a hacer públicos nombres, cuentas y patrimonios. Y cuando algún país, como recientemente Grecia, amenaza con desvelar identidades, ellos contraatacan alegando que, de ser cierto, se llevarán sus dineros a otros paraísos menguando las ya de por sí depauperadas arcas patrias. Lógicamente, no hay que hacer un cruso de ciencia forense para deducir que quien así reacciona es porque tiene mucho que ocultar.
No me preocupan en absoluto estos ricos tipo príncipe de Bell Air que salen en la MTV. Lo suyo es puro oropel y sus brillos se parecen más a la quincalla. Alardear de que se tiene mucho es alardear de que, en tu interior, no hay nada, para bien y para mal. Los que sí me tienen en un ay son esos golfos apandadores que se esconden, que manejan y desmadejan, que jamás salen en las revistas ni en los periódicos. Pocos, pero poderosos, dueños y señores de las grandes triquiñuelas que rigen el mundo. A ninguno de ellos se les ocurriría jamás organizar una fiesta hortera de 16 (ni de 34). Ni siquiera a los magnates rusos en la sombra que tanto miedo nos dan.
Como dijo alguien hace poco, "desde que me enteré de que las grandes tuneladoras llevan diamantes para hacer agujeros, me han dejado de gustar las joyas". Yo, que aborrezco las más estereotipadas muestras de riqueza, le acompaño en el sentimiento. A él, pero también a los padres de tanto niñato adolescente con posibles. Bastante tienen con lo que tienen...

viernes, 18 de noviembre de 2011

El puto amo

Tiempo atrás quería comentar lo mucho que les gusta a los españoles la prostitución y se me pasó el arroz. Siguiendo mi enrevesada línea de pensamiento, pretendía no solo hablar de la prostitución física, sino también de la ideológica y de la sentimental, o lo que yo entiendo por semejante trío de conceptos. En eso andaba cuando saltó la noticia de que, en una cárcel mexicana, habían pillado a un número nada despreciable de presos con las manos en la masa, es decir, alegremente equipados de móviles, pantallas de plasma y ordenadores, entre otras tonterías del montón. Pero es que, además, los muy espabilados, pagaban a sus carceleros para que les permitieran disfrutar de visitas conyugales las 24 horas, ya fueran de sus señoras o mujeres contratadas para hacerles la reclusión un poco más llevadera. O de ambas.
Uno puede pensar que tan rocambolesca historia es más propia de una república bananera que de una nación de peso mundial, pero es que acabamos de averiguar que en España tampoco cantamos mal las rancheras. Literal y metafóricamente hablando. En cuestión de días hemos descubierto que algunos de los presos que habitan nuestras prisiones más granadas (provenientes, al parecer, de ese ente misterioroso llamado "mafia de la noche", que lo mismo controla discotecas que apalea famosos) pagaban a funcionarios para que les permitieran vivir como jeques, harén incluido.
Mientras crecemos, imaginamos el mundo carcelario como una suerte de Alcatraz o ya, en el colmo de los desatinos, El expreso de medianoche. Te encierran para purgar tus pecados y sufres el triple castigo: el de la justicia, el de la divinidad (si crees en ella) y el de los hombres, encarnado en los más peligrosos y malévolos compañeros de recinto. Vamos, que cualquiera preferiría encerrarse a cantar letanías en un convento de por vida en lugar de ir a parar a la cárcel, donde hacer realidad el mito del jabón en la ducha es casi lo mejor que te puede pasar.
Pero hete aquí que, no sabemos cuándo ni por qué, la cárcel comenzó a virar de un frío presidio a isla de Jauja. Primero comprobamos con estupor cómo estafadores tan ricos como famosos pasaban una temporadita a la sombra y salían igualito que tras un lifting: delgados, bellos y estirados. Luego nos enteramos de que, en realidad, el tiempo de reclusión casi les supo a poco: les dio la oportunidad de  estudiar, escribir libros y aleccionar a compañeros para que les hicieran los trabajos más arduos, esos que caballeros de su elevada categoría y estricta moralidad (aquí procede echarse unas risas) no toleraban.
Rizando el rizo, parece que la última escena carcelaria semeja más una rave ibicenca que un chavolo de los suburbios. Como adelantaba un par de párrafos atrás, en la llamada "operación Edén" (muy propio, ciertamente) varios funcionarios de prisiones han sido detenidos por aceptar sobornos: servicios de prostitutas a cambio de favores carcelarios. Este último suceso, y varios más que han ido salpicando las noticias los últimos meses, contribuyen a que medre la fantasía de una prisión como lugar de desmadre total, lleno de coleguitas poniéndose hasta las trancas, controlando el mundo a través de su iPad y disfrutando del buen hacer y haber de mujeres en pelotas que, cómo no, acuden al llamado del jefe como si les fuera la vida en ello. Y a lo mejor es que es así. Todo, por supuesto, bajo la tutela de papá Estado, que regaña pero no ofende.
Obviamente, la pregunta es inevitable: ¿dónde queda la rehabilitación cuando el castigo se convierte en premio? Ni idea, oiga. Semejante permisividad, aunque sea una aguja en el pajar, mosquea, porque implica la existencia de un tupida red de sobornos, influencias y agarradas de huevos cuyo alcance no podemos ni tan siquiera imaginar. Más cuando nos preguntamos si esto es costumbre. Llegamos a pensar que ciertas personas afrontan una condena como quien va a un retiro espiritual y no, señores, no es eso. Entiendo la pena como tiempo de rehabilitación, pero no como una temporada de relax donde el que está dentro se tumba a la bartola, manejando el cotarro cual domador de circo, mientras quien está fuera, sin haber dañado jamás propiedades ni físicos ajenos, se juega el futuro y la dignidad cada día.
Todo este merdel que hemos contemplado a través de la pantalla o leído en la prensa enloda la ya de por sí cuestionada justicia. Vale que sea lenta, que los funcionarios se encuentren asfixiados... pero nada de esto explica la corrupción de unos pocos, quienes perciben un sueldo de nuestros bolsillos para intentar que aquellos dispuestos a agredirnos corrijan sus conductas y puedan convivir en sociedad. Seguramente serán una mini-minoría, pero, como los vampiros, cuando salen hacen pupa y enturbian el buen hacer de otros muchos. Y a eso no hay Derecho, con D mayúscula. Ni a eso ni a la condescendencia con que tratan ciertos medios (y sus espectadores) a quienes delinquen. Proporcionarles fama y fortuna después de que hayan sido juzgados y condenados es de dementes, pero aun lo es más planearlo mientras no existe sentencia firme (sí, me refiero al Cuco y otros pajaros de similar pelaje). Ojalá no sea la única que cree que deberíamos hacérnoslo mirar. Todos.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Ladrones de cuerpos

Cuando saltó la noticia de los niños robados en España, suceso que aconteció nada menos que durante tres décadas (60, 70 y 80) sin que nadie pronunciara aquello de "Houston, tenemos un problema" pensé que era un mal chiste. Ni se me pasó por la cabeza que, en este mi país, se produjeran sucesos tan aberrantes como los que en su día sacudieron el cono sur latinoamericano. Las dictaduras habían arrancado a los bebés de brazos de sus padres "subversivos" para entregarlos a progenitores postizos que, sin duda, los convertirían en mujeres y hombres de bien, amantes de Dios y la patria por igual. La historia nos ha enseñado que la egolatría no es el camino del convencimiento y que la justicia es más que un derecho divino, un deber muy humano. Por ello, con el tiempo, las familias denunciaron el delito, la comunidad internacional se quitó las manos de las orejas, ojos y boca para echárselas a la cabeza y algunos de esos niños consiguieron volver con los suyos y restaurar la memoria de sus padres y de ellos mismos.
Pero nuestra dictadura, tan de películas en blanco y negro, de seiscientos, de sufridos emigrantes, amas de casa bonachonas, grandes familias con padrinos pasteleros y catetos a babor, no se identificaba con semejantes agravios a tiernos infantes. Al menos, no ejercidos de ese modo. Nada hacía presagiar que en los lugares más oscuros de oscuras clínicas con ínfulas de modernidad se cerraban adopciones ilegales, se firmaban defunciones inexistentes y se traficaba con cuerpos que apenas tenían horas de vida. El médico y el clero (representado por las buenas monjitas comadronas, esas sor Citroen de bata blanca) constituían dos signos de autoridad indiscutible. Al mismo nivel que el alcalde o el notario. Cómo entonces contradecirles cuando te decían que tu hijo había muerto a las pocas horas o días de nacer... Por mucho que las dudas te entraran pensando en qué rocambolesca enfermedad (algunas tan prosaicas como "un enfriamiento") se habría llevado a aquel bebé de mejillas sonrosadas, la verdad, viniendo de donde venía, era única y absoluta. Solo te quedaba la opción de llorar tus penas en casa y en la intimidad y, con un poco de suerte, parir algún hermano tiempo más tarde que mitigara la pérdida.
No me puedo imaginar (y tampoco quiero) la soledad de esos padres, pasar de la alegría absoluta a la tristeza más desoladora, que se lleven a un hijo tuyo de una manera tan brusca negándote incluso el derecho legítimo de ver su cadáver. Y, encima, que tampoco puedas exigirlo, porque sería como predicar en el desierto. Pero si esto me resulta duro, más difícil de digerir me parece aún exhumar los restos años después y ver que el miniataúd tórpemente labrado no tiene ni telarañas. Saber que tu hijo nació, que siguió vivo, que se lo llevaron con una crueldad impropia de quienes han hecho el juramento hipocrático y que vive una existencia inimaginable desconociendo su origen tiene que ser una pesadilla continua.
Al principio, viendo el mapa de los casos registrados en España, aquello parecía una piel de toro salpicada de granos. Lo contemplamos ahora y los granos se han convertido en rosácea o, mejor, en un acné supurante. El tinglado abarcaba prácticamente todas las provincias y regiones, lo que nos hace pensar que tenía que haber personas muy importantes manejando los hilos para conseguir tejer semejante tela de araña.
No entiendo que existiera tanta gente en aquellos años dispuesta a pagar el oro y el moro por tener un heredero. Quiero pensar que hay alguna razón oculta pero, al mismo tiempo, me resisto a reflexionar sobre ello porque la respuesta quizás no sea del todo "católica". Es como la paradoja del País de Nunca Jamás donde viven los niños perdidos y en el que, tras la cómoda superficie, acecha la incómoda tragedia.
Si las estadísticas siguen aumentando, todos los que nacimos en alguna de aquellas tres décadas habremos coincidido, al menos en algún momento de nuestra vida, con un niño robado que no sabe que lo es. Trágico pero real. Nuestro país, las familias y tres generaciones de españoles nos merecemos una explicación. Esto, amigos, también es memoria histórica.

martes, 15 de noviembre de 2011

Lo absoluto

Sé que lo que voy a decir puede ser hasta una aberración, pero como soy de verborrea fácil aplicada a los escritos, lo suelto y me quedo tan ancha: creo que las mayorías absolutas son una suerte de perversión del sistema democrático. Un gobierno que cuente con semejante beneplácito inutilizará otras fuerzas tan partícipes en la toma de decisiones como el parlamento, reducido a mero foro de debate sin capacidad disuasoria alguna. El dejar nuestros intereses en manos de una sola fuerza política condiciona la vida pública e, incluso, privada de los ciudadanos que ven, de un plumazo, arrinconados dos de los pilares de la democracia: la voz y el voto.
Todo parece indicar que el PP ganará las elecciones el próximo domingo. No solo ganará sino que arrasará. Lógicamente y, como todo, el poder no depende tanto de quien lo tenga sino de lo que haga este último con él. La virtud y el vicio está en su uso y ejercicio por tanto. Hay quien dice que un partido político en posesión de la mayoría absoluta nunca perderá el oremus en debates fatuos y discusiones de estraperlo. Lo ideal para los tiempos que vivimos: una formación que no tenga oposición alguna ni se distraiga en debates inútiles a la hora de tomar decisiones sobre el gasto público y la reducción del déficit. Lo deseable sería que este hecho fuera acompañado de una forma de gobernar coherente con la responsabilidad de la que se ve insuflada: mandar y decidir con humildad y sin avasallar. Por los ejemplos que hemos vivido en algunos feudos populares (a la Comunidad de Madrid me remito) esto último suena a chiste de los Morancos.
Estamos viviendo la concentración del poder institucional en manos de un único partido. Salvo catástrofes sobrevenidas, en muy poco tiempo, la derecha controlará casi la totalidad de ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas, mientras la oposición se ahogará en las inútiles ganancias que le queden (por méritos propios, además). Es difícil encontrar condiciones más favorables para lucirse en la plaza. Sin embargo, Rajoy y los suyos ya no tendrán coartada ante los errores. No le podrán achacar el fracaso de sus medidas a los desvaríos de una oposición lastrada ni a los aires de grandeza de los nacionalismos. Los fracasos serán suyos y solo suyos, al igual que las victorias que todos ansiamos ver (y no la de las urnas precisamente). No me imagino un escaparate más diáfano para mostrar las, según ellos, medidas definitivas contra la crisis que guardan en el cajón del secreter.
La mayoría absoluta da libertad, pero tal vez sea una libertad imaginada, porque también puede destruir reputaciones e invalidar programas. Y no me imagino lo que podrán hacer nuestros próximos gobernantes si se sienten acorralados (como así será, tarde o temprano) por factores externos e internos. Llegado el momento, no creo que agradezcan el aluvión de votos en el que ahora se regodean. E, insisto, lo que es peor: ni siquiera podrán echarle la culpa al "Señor Rubalcaba" (Rodríguez, según Rajoy) o a las malévolas influencias sufragistas del 15M. Menudo marrón. Que no nos pase ná.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Retrosexual

No compañeros, la palabra de moda ya no es recesión sino retrosexual. Por lo menos lo ha sido este fin de semana, cuando varios medios han jugado con el término como evolución de lo que antaño (qué vintage somos) reconocíamos como metrosexual. Según los entendidos, que no sé quienes serán ni qué tipo de méritos atesoran para parir palabros cual champiñones, retrosexual serían todos aquellos hombres que, cerca de la cincuentena, se empeñan en cuidar su físico e insistir en aquello de que por ellos "no pasa el tiempo". Hablamos de varones preocupados por mantener, conservar e incluso reverdecer su aspecto varonil, una masculinidad letal en lo sexual y poco o nada agresiva en lo sentimental. Vamos, lo que toda una dama de abanico y miriñaque desearía para llevarse al pajar.
Como ejemplo de esa pandilla de finas hierbas, citan los casos incomparables de George Clooney, Brad Pitt y Hugh Laurie. Alguno más habrá, digo yo, sobre todo teniendo en cuenta que los mosqueteros eran cuatro a la hora de empuñar el sable. Los dos primeros han cabalgado mares y alfombras rojas con los galones de sex symbol colgados y aunque, a mí, Brad Pitt me pone lo que un tomate pocho, debo reconocer que contemplarles no hace daño a la vista sino todo lo contrario. Hugh Laurie es otra cosa. Me gusta el hombre y el personaje, así que beso a usted los pies. Pero como toda historia tiene que tener un nudo fatalista en el argumento, la mía con Hugh ha sufrido un notable bajón emotivo desde que protagoniza el anuncio de una crema para reverdecer "laurieles". En el spot, el bueno de Hugh, preocupado por los estragos de la edad, echa mano del potingue milagroso para parecer un bello doncel. Nada que objetar salvo el final. Sí amigos (y sobre todo amigas), acercándonos a los títulos de crédito, descubrimos que el británico recurría a la cosmética con el único y, suponemos, loable afán de llevarse al catre a la rubia veinteañera. Siento decírtelo, Laurie, pero tú no necesitas de fórmulas mágicas para ligarte a jovenctas de buen ver: te basta con salir en la tele.
Tengo un conocido, al que veo muy de cuando en cuando, que siempre me insiste en  el mismo tema: lo "buenas" que están las féminas con las que se topa en el metro, por la calle e imagino que en el trabajo. Menudo problema para la física. Nunca se lo he preguntado, pero me han sobrado ganas de espetarle aquello de "si tanto te interesan las que se menean a tu alrededor, qué haces aquí perdiendo el tiempo charlando conmigo pudiendo dedicar esos preciosos instantes a trabajarte a mozas más guapas, sexys e interesantes". Me imagino que uno debe sentir cierta frustración cuando se le van los ojos detrás de cualquier jamelga mientras tiene que aguantar la brasa de alguien que desmerece mucho lo que, por otro lado, sus sentidos disfrutan. No sé; tal vez, si la ocasión se presenta, algún día le pregunte por ello. Con esto quiero decir que el hombre es depredador por naturaleza, a cualquier edad y condición. Solo que lo que de joven conseguía con su portentoso físico, de mayor se ve obligado a buscarlo con su prodigiosa cartera. Es muy fácil ser retrosexual si tienes los medios para lograrlo. Y no está mal, porque si nosotras nos vemos empujadas al abuso de cremas, operaciones y dietas absurdas para prolongar la juventud más allá de lo razonable, justo es que ellos comprueben que los mimos personales son, en muchas ocasiones, un trabajo de chinos.
Casi cada día veo en el metro, en un rincón de la estación de Avenida de América, a un violinista. Es un hombre bajito, calvo y bastante alejado de los míticos cincuenta. Tiene un estuche lleno de imágenes de santos y una mujer que le acompaña, sentada en su banqueta e hierática, mientras él entona clásicos de una belleza casi insoportable. Siempre digno, siempre entregado a la música. Es su porte, su sencillez, su mesura, la emoción que pone en lo que hace lo que me lleva casi a soltar alguna lágrima en cuanto lo veo. Tal vez porque a mí no me va lo retrosexual, sino lo retroemocional. Ese hombre, sin fastos, sin cámaras y sin sex-appeal alguno, me resulta mucho más cercano y estupendo que Brad Pitt. Supongo que porque yo, cuando camino por la calle o entro en un bar, no busco machos de carnes prietas ni cincuentones bañados en crema con un cochazo a la puerta; busco personas. Quizás soy de otro planeta, pero siempre me quedará la (en ocasiones vana) esperanza de que no solo El Principito estaría dispuesto a hacerme compañía...

domingo, 13 de noviembre de 2011

Pura envidia

Siempre digo que voy a escribir un post sobre la envidia, pero también tiendo a esquivar el tema con el arte del que soy capaz. Tal vez porque yo, sin comerlo ni beberlo y, sobre todo, sin motivo alguno para ser envidiada,  he sufrido mucho por ello. Supongo que el secreto del análisis está en abstraerse de lo privado e incidir en lo público y como, además, cuento con el acicate de que no me gusta nada decir algo y luego no hacerlo, ahí voy, directa al vacío y sin arnés.
Desde pequeños, a los españoles se nos convence de que la envidia es el deporte nacional. Según quienes aúnan más experiencia, se nos da incluso mejor que el tapeo, el fútbol y el timo como manual de supervivencia. Dicho lo cual, hay que distinguir entre dos grandes tipos de envidia: el primero, lo que llamaríamos la envidia sana o aspiracional. "Fulatino tiene un trabajo magnífico, una pareja estupenda, una casa divina de la muerte". Yo quiero ser como Fulanito, pero no robarle el trabajo, la pareja o la casa. Pretendo conseguir lo que él ha logrado (al menos algo parecido) y voy a emplearme a fondo para lograr dicha meta. Desde ese momento, Fulanito pasa a ser un modelo que nos guiará en aquello que queremos hacer. Pero ni sentimos el ansia de rociarle la cara con ácido ni de soltarle una granada de mano al doblar la esquina. Vamos, que no le deseamos la muerte. Todo lo contrario: él nos ha proporcionado objetivos, nos ha servido de inspiración y ha despertado los resortes de nuestra admiración, ergo lo que sentimos hacia Fulanito no es solo atracción, sino también agradecimiento.
Luego está esa putada que te hace la vida que es la perra envidia, o sea, el pecado capital en su sentido más (im)puro. Suele partir de la misma premisa o similar: "Menganito tiene un trabajo magnífico, una pareja estupenda y una casa divina de la muerte". Pero en lugar de querer parecerme a él, lo que busco es ser él y, como no puede haber dos iguales ocupando el mismo tiempo y espacio, deseo con toda mi alma que desaparezca o, como mal menor, le caigan encima todas las plagas de Egipto para que deje libres su trabajo, su pareja y su casa. Y como la vida es tan perra o más que la envidia, lo que yo creo que debe ocurrir (que Menganito arda en el infierno) se va dilatando y cada vez me siento más impaciente y encolarizado. Quiero lo suyo y lo quiero ya, así que no me queda otra arma a mi alcance más efectiva y destructiva que el puteo fino primero y cabrón después. Intento amargarle la existencia, hablar mal de él, hundir su reputación, destruir su vida de pareja, separarle de sus amigos y carcajearme diciendo aquello de "se lo merece" cuando tiene goteras o sufre una enfermedad. Obviamente, sin descuidar esa ardua pero eficaz labor de captación de socios en esto de fastidiar al prójimo.
Eso, a grandes ragos, es la envidia con mayúsculas, la que todos hemos padecido alguna vez e, incluso, más de una. Y, creedme, se pasa muy mal. El que sufre la envidia perversa de ciertos seres amargados comprueba, poco a poco, cómo las cosas comienzan a desmoronarse a su alrededor sin saber muy bien por qué, desconociendo dónde está la fuente de tamaña desazón. En otras épocas lo llamaríamos mal de ojo, pero yo creo firmemente que, detrás del mal rollo, no hay una entidad abstracta, sino un acomplejado físico y psíquico que se levanta cada mañana, va al baño y, en resumen, respira. Además de fantasear con tu destrucción, claro. Poco puedes hacer para capear el temporal, porque el pataleo solo sirve de acicate al enemigo. Tu único recurso a mano es mantenerte firme en tu posición y, sobre todo, esperar que tu entorno (la gente que dice quererte) siga tu ejemplo, algo que no siempre sucede, lo cual acabaría de hundirte. El envidioso necesita partners in crime para justificar sus acciones "es indigno de lo que tiene porque es un mentiroso/mala persona/mal trabajador/egoísta, vanidoso, un estúpido encreído, etc., etc" y a ti solo te queda esperar que hayas sembrado raíces en los demás y que no se dejen avasallar por comentarios absurdos que contribuyen a tu desprestigio.
El problema es que los envidiados no lo son solo una vez en la vida sino muchas. Algo tendrán. Todos hemos hecho análisis de nosotros mismos y dicho aquello de "no sé por qué me envidian, si soy una persona normal". No nos falta razón. Pero a las personalidades sujetas a envidiar les sobran motivos, incluso de los más absurdo. Desean desde cosas tan "justificadas" como un cuerpo como el tuyo o a tu mejor amiga/o, hasta circunstancias tan etéreas como tu sonrisa, la forma en que pronuncias la s o la cantidad de colegas que tienes en Facebook. O todo a la vez porque, en realidad, lo que les gustaría, insisto, es ser tú. Para alguien que lleva dentro el caldo de la envidia y lo cultiva en su interior de vez en cuando, cualquier motivo es un buen motivo.
Este sentimiento tan nuestro destruye amistades, parejas, compadreos e incluso familia (un ámbito muy propicio, por cierto, para que se desmadren ciertos pecados). Como dije en otro post, a veces solo queda el consuelo de pensar que algo bueno tienes para suscitar tamaña reacción. El problema es que, cuando el envidioso ha arramblado con cosas importantes de tu vida, ni eso vale. Porque sí, la envidia es paciente y solo decae con la distancia o la victoria. Y muchos no estamos dispuestos a poner tierra de por medio cuando sabemos que la razón está de nuestra parte, aunque el resto se empeñe en decirnos que vemos fantasmas. Pero hasta los fantasmas acaban enseñando la calavera tarde o temprano. Esperemos que más lo segundo que lo primero.
En fin, difícil tema éste. Acaba denigrando a quien lo ejerce y amargando a quien lo padece. Inútil decir que practiquemos la envidia en su vertiente más sana. Simplemente vivir y dejar vivir y, cuando nos impliquemos con algo o con alguien, darles lo mejor de nosotros mismos. Quizás esa vez sí tengamos suerte y, al margen de algún que otro detallito infernal, la vida nos devuelva cosas maravillosas.

sábado, 12 de noviembre de 2011

El vídeo

Circula por ahí un vídeo en el que varios personajes del mundo de la cultura, la educación y la sociedad piden el voto para Izquierda Unida y apoyan su argumentación con razonamientos que podemos compartir o no. Hasta ahí todo bien. Cualquiera tiene derecho a votar a quien le de la gana y formular su intención en privado o bien en público. La conciencia de cada cual es libre de llevarle hasta donde le plazca.
Pero hete aquí que resulta que el diario El Mundo recogió dicho vídeo, dividido en varios segmentos, en su web de ayer. Una noticia aséptica dentro de una campaña electoral aburrida y previsible. La revolución (en este caso yo diría que involución) no estaba tanto en el testimonio de los participantes -uno de ellos persona a la que aprecio y respeto muchísimo y que me consta que lee este blog- como en los comentarios de los internautas, unidos en el desprestigio cual Fuenteovejuna mediática.
La mayoría de los improvisados comentaristas venían a criticar la catadura moral de los simpatizantes de IU, según ellos, gente rica y de posibles, con la vida solucionada, que ejercían la más alta hipocresía votando a una formación de izquierdas. Mire usted, como diría el otro, desconozco el patrimonio de las personas que aparecen en esas imágenes pero, al igual que poco o nada tiene que ver el culo con las témporas, opino que la estabilidad económica de cada cual es una cosa y sus ideas son otras. Es más, de ser hombres y mujeres de fortuna, pueden hacer con ella lo que les de la gana. Comprarse un Ferrari o montar una escuela en Calcuta. Incluso, ya en el colmo del desparrame, donar millones o trillones a las arcas de Izquierda Unida.
Si la mayor crítica que podemos ejercer para desbaratar las ideas del contrario es juzgar cómo administra sus bienes, logrados en la mayoría de los casos con su actividad profesional, aviados vamos. No creo que el trabajar, recibir una herencia u ocupar un cargo público, por poner tres ejemplos, puede estar en contradicción con un ideario progresista. Siguiendo esa regla de tres, este país debería rechazar en masa al Partido Popular y sus mozos y mozas porque, no tener un duro, vivir instalados en el desempleo y ver cómo te desahucian casi de un día para otro son hechos absolutamente opuestos a una señora ideología de derechas. Y, sin embargo, no merece apenas crítica el que personas que viven en situación precaria e incluso de desemparo, voten a los populares. De hecho, gran parte de su campaña electoral se centra en ellos, a los que se les supone o vaticina un apego tan desmedido como oportunista a la ideología conservadora.
Ocurra lo que ocurra en nuestras vidas (nos despidan, nos toque la lotería, nos enamoremos, aprobemos unas oposiciones...) nadie tiene por qué ser ajeno a lo que pasa a su alrededor. Y si tenemos trabajo, no podemos ignorar que el de al lado no lo tiene; igual que si vivimos una época de felicidad sentimental, resultaría cruel arrinconar al amigo que está atravesando un bache emocional. Y sí, señores, del mismo modo que Norma Duval, Julio Iglesias o Tony Cantó tienen derecho a expresar sus ideas sin que se les linche por ello, los Bardem, Almudena Grandes o Carlos Berzosa, ex rector de la Complutense, puden hacer lo que les salga de las izquierdas. Ya sea proclamar su voto a los cuatro vientos, hacerse marianistas, o asistir a las asambleas del 15-M armados con un perro y una flauta.
Por cierto, ya para acabar, lo tengo que decir: aborrezco el anuncio de Movistar que, en un alarde de astucia sin paragón, copia y pega el sistema asambleario de los Indignados para vender sus tarifas, según ellos, igualitarias. El pueblo al servicio del marketing. Deseando estoy de ver el próximo spot. ¿Que será? ¿Carlos Marx chateando con Engels mientras le cuenta las bondades del adsl? Mejor no doy ideas.
Y por si alguien siente curiosidad...


viernes, 11 de noviembre de 2011

Cuñao

No estoy descubriendo la pólvora si digo que esta España de nuestras entretelas es muy dada al amiguismo. Tanto o más que al chanchullo fácil. Aquí las cosas se arreglan y desarreglan continuamente tirando de colegas y parientes, una costumbre que, seguramente, trasladamos allende los mares cuando a Colón se le ocurrió la idea de darse un paseo por el mundo.
Este universo chanchullero tiene la virtud de ser también discreto. La publicidad arruina negocios y acobarda voluntades, con lo que mejor hacerlo todo bajo cuerda y sin levantar demasiado la voz salvo para decir, normalmente a toro pasado, aquello de: "mi tío el alcalde me consiguió un puestazo en la administración pública" o "el hermano de mi novia metió mano en tal o cual oposición". Uno no puede saber hasta qué punto estas historias son fabulación o cruda realidad, pero lo que sí poseen es el denominador común de engrandecer a quien las cuenta y, sobre todo, a quien dice vivirlas. Porque sí, señores y señoras, a todos nos encantaría ser trileros. Nos gusta una trampa más que el comer y admiramos las maniobras arteras de quien la mete doblada y sale de rositas o, mejor aún, con un clavel reventón en todos los morros.
A la sombra de estas premisas, todos hemos contemplado con una media sonrisa el supuesto desvío de fondos del yernísimo, Iñaki Urdangarín, que se venía insinuando desde hace unos meses pero que ha estallado esta semana, vaya usted a saber si como oportuna maniobra de distracción con respecto a esa prima, la de riesgo, que ha vuelto a aguarnos la fiesta. No voy a entrar en detalles pero, siempre presuntamente, el marido de la infanta Cristina habría desviado fondos públicos, apropiándose de unos cuantos milloncejos de euros a través de una sociedad sin ánimo de lucro llamada Instituto Nóos. La cosa consistía básicamente en cobrar por organizar eventos que nunca se celebraban y llevárselo calentito. La trama ha sido desentrañada, paso a paso, por todos los medios, pero, de momento, el fiscal ha renunciado a pedir la imputación del duque de Palma, no entendemos muy bien por qué. Él sabrá.
Lógicamente, la calle ya lo ha juzgado, acusándole de trepa y ladrón por citar los dos términos más suaves. Flaco favor le hace el cuñado de Felipe a la monarquía y grande a Marichalar, que de paria pasa a ser el ex yerno bueno. Si Su Majestad ya había mosqueado al populacho con amistades de dudosa calaña (Mario Conde sin ir más lejos), sus allegados parecen haber tomado ejemplo afanándose en el arte del chachullo como si el clan estuviera por encima del bien y del mal (al fin y al cabo han sido señalados por el dedo de Dios, ¿no?). Pues va a ser que no. De momento, la Casa del Rey ha dicho que el asunto no va con ellos. ¡Ja! Desde el momento en que un Borbón, lo sea de nacimiento o adopción, se dedica, siempre presuntamente, a tangar al erario público -sí, ése que paga el sueldo de la familia real- el asunto es suyo y también nuestro. Tan nuestro, al menos, como aquel contrato fantasma del arquitecto Calatrava, al que Camps, digno prócer valenciano, untó con 15 millones (¡de euros!) por prepararle una maqueta. Y ahí se quedó la cosa, porque la faraónica obra que iba a ejecutar el reputado profesional jamás se llevó a cabo. Eso sí, el dinero sigue en los bolsillos de Calatrava mientras el juez ha decidido mirar para otro lado, por mucho que a los valencianos de bien se les hayan subido los colores.
Mal momento éste que vivimos para que la justicia se vuelva ciega y sorda de repente. Si alguien comete un delito hay que juzgarle. Y estamos hablando de un delito contra todos nosotros. Presunto, insisto. Hace meses, concretamente en enero, estuve a punto de demandar a dos personas por insultos y calumnias hacia mi persona. De hecho, mi círculo más cercano me aconsejó que lo hiciera. Con el devenir de los meses, allá por abril o mayo, me enteré de que un par de mujeres, tan jóvenes como espantadas por lo que les tocó ver y oír, habían sido testigos en el pasado de palabra aún más denunciables dirigidas por las mismas fuentes hacia mí y otra persona, parte también importante de este embrollo, pero a día de hoy ajena al tipo de calumnias vertidas sobre ella. Insistieron mucho en que estaban dispuestas a declararlo donde fuera y delante de quien procediera. A pesar de su insistencia lo obvié, porque hay momentos en los que solo quieres seguir hacia delante. Ahora me arrepiento de no haber hecho nada. Recibí muy buenos consejos y los desoí. Hoy creo que cualquier agresión, verbal o física, cualquier robo o asalto, merecen ser denunciados e investigados. Y cuando nos afectan a todos, con más razón.
Quien no haya hecho trampas alguna vez, que tire la primera piedra. Es cierto. Pero no estamos hablando de circunstancias como copiar en un examen, hacerle la pelota al jefe, conseguir que tu suegro te haga un sitio en su empresa de transportes o, puestos a enredar, casarse por interés. En los últimos años, en España se derrochó dinero a espuertas y hubo muchas comisiones y comisionados que se hicieron ricos a base de lo que ahora es nuestro dolor. Llovía el dinero, pero mientras unos se empapaban, a los otros nos aconsejaban que abriéramos el paraguas. Y ya es hora de que ese paraguas se sacuda sobre las testas de quienes nos agraviaron si de verdad lo hicieron, sean coronadas o no. No solo por justicia, también por humanidad.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Vuelven los 70

Si repasamos una revista de moda de esta temporada, la pasada o la anterior, me juego el rosario de mi madre a que, al menos un titular por barba, contiene estas tres benditas palabras: Vuelven los 70. Pues vale. Reconozco que yo era muy pequeña entonces y que mis recuerdos de la década se reducen al microcosmos que suponía mi casa y mi colegio. El mundo, por aquel entonces, se componía, única y exclusivamente, de lo tangible.
Ahora, visto desde la distancia, me parece perfecto que resuciten el estilo de Diane Keaton en Annie Hall, Aly MacGraw en Love Story (película ñoña donde las haya) o, tal vez mi favorita, Debbie Harry, la cantante de Blondie. Para los que no nos tocó vestirnos con esta especie de tendencia hippy-glam, todo es nuevo (mmm... a lo mejor de la temparada pasada, ¿o era la otra?). Y más ideal de la muerte me parece que, cada viernes o jueves por la noche, salgamos a la calle maqueados como para encontrarnos con Andy Warhol en Studio 54. Pop total.
Pero repasando el listado icónico de aquellos maravillosos años, me doy cuenta de que, mucho más interesante que entregarse a las mieles de la moda, es imaginarse cómo sería revisionar ciertos mitos que ilustraron la década. Aparte de acontecimientos políticos de altura (la toma de rehenes en la embajada de Estados Unidos en Irán, la caída del Sha o el fin del régimen somocista en Nicaragua), sociales (Nobel de la Paz para la madre Teresa de Calcuta), hay otros hechos culturales que merecerían un segundo vistazo.
No me quiero extender en ejemplos, pero no estaría mal rescatar a Curro Jiménez y mandar bien lejos al Capitán Trueno. No por nada, sino porque el primero tenía su gracia y la película del segundo, recién estrenada, maldita gracia que nos hace. Nunca he visto un capítulo del bandolero de Sierra Morena, pero, por lo que he podido deducir, es la quintaesencia del macho hispano y vino a representar para la televisión lo que la cabra de la legión para el desfile de la hispanidad: un fenómeno de culto, firmemente enraizado en el sentir patrio. El gallardo delicuente se llevaba por delante a los ricos (miedo da pensar lo que haría hoy con los bancos cabalgando la Castellana arriba y abajo) y a las tías más jamonas de la piel de toro. Y luego hablan de metrosexualidad y lecciones de seducción. ¡Pamplinas! Donde esté la chispa de Peret (canta y sé feliz, amigo) o la interesante barbita de Jaime de Mora, que se quiten los tatuajes de David Beckham.
Fue en los 70 cuando secuestraron a Patricia Hearst, José Luís López Vázquez se dejó secuestrar en La cabina y eurovisión secuestró la posibilidad de mandar un catalán al festival entonando en su lengua madre. Menudo mosqueo se agarró Serrat.
También en los 70, las amas de casa eran Rafaela Aparicio y sus santos soñaban con ser Ángel Nieto (personalmente me quedo con Mark Spitz, debilidades íntimas), mientras unos miraban extasiados cómo el coche de Carrero Blanco emprendía su primer y último vuelo por obra y gracia de ETA y otros, los más, descubrían qué era eso de la transexualidad (gracias, Bibi Andersen) o le veían -¡al fin!- las tetas a Pepa Flores, antaño angelical Marisol. Claro que, para tetas, las de Susana Estrada, ¿verdad, caballeros?
Sé que todo esto y más iluminó los 70 por encima de modas y modismos. España descubría la televisión y veía, casi en vivo y en directo, las revoluciones que se disparaban y disparaban en medio mundo. El cine volaba sobre el nido del cuco y José María Iñigo se empeñaba en que Uri Geller nos enseñara a doblar cucharas (se ve que nos sobraba cubertería). No obstante, para mí, aquellos años siguen formando parte de mi memoria a través de tres grandes acontecimientos: los payasos de la tele, La casa de la pradera y, sobre todo, y por encima de todo, Star Wars. En mi vida hay un antes y un después de Luke Skywalker. De hecho, mi biografía debería de empezar más o menos así: "lo primero que recuerdo es un sable de luz surcando el aire...". Sí, es cierto, todos tenemos nuestros mitos, y yo todavía estoy esperando entrar en un garito y encontrarme con la peña pendenciera de la cantina de Mos Eisley (creo que se llamaba así). Me sobra Han Solo, pero me quedo con Chewbacca. A lo mejor porque, puesta a elegir, prefiero los tipos de pelo en pecho. Sí, muy 70, qué se le va a hacer....


martes, 8 de noviembre de 2011

Palíndromo

Palíndromos son esas palabras, frases o números que se leen igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda. Por ejemplo amor/Roma. Últimamente -tampoco sé muy bien por qué- he oído hablar mucho de palíndromos e, inevitablemente, cada vez que escucho el nombre me viene a la cabeza Sarah Palin. Sí, tal vez porque su apellido es similar al vocablo en cuestión, pero, solo a lo mejor, también porque la ex candidata a vicepresidenta de los Estados Unidos es igual la mires por dónde la mires: insustancial, inútil y extremadamente peligrosa.
Este fin de semana, El País dedicaba parte de su codiciado espacio a la dama republicana. Más o menos, la tachaba de inepta, paleta y muy, muy vengativa. Una figura que descalifica por sí sola la esfera política. Me parece que la imagen allí dibujada no dista mucho de la que tenemos los que hemos contemplado con pavor la posibilidad de que esta mujer llegara a salir algún día de la Alaska de sus amores (contaba El País que sabe al fin lo que es un pasaporte y lo tiene listo para ser sellado). Su tolerancia -incluso complacencia- con las armas, su forma de hacer política (más parecida a una reunión de tuppersex entre amigas que a una dialéctica parlamentaria de corto recorrido) y ese empeño en gobernar sus feudos cual presidente de comunidad al estilo de Aquí no hay quien viva, entre otras lindezas, auguraban lo peor. Sí, lo habéis adivinado, que hiciera bueno a Bush jr, el hasta ahora monarca de la nadería.
Afortunadamente, llegó Obama con su cargamento de carisma y obligó a los republicanos a plegar velas. Pero, claro, los sueños se desvanecen en cuanto sale el sol, y ya están aquí las huestes conservardoras norteamericanas tomándose su té de las cinco y demostrando que conocen más los entresijos de Marte (ese sitio poblado de hombrecitos verdes con sombrero mexicano) que los de Costa Rica, por poner un lugar que no les pille muy a desmano.
No hace falta que nos juren que América es el país de las oportunidades. Si tienes dinero y padrino, la cultura, el saber estar y la sensatez son lo de menos. Incluso, visto lo visto, pueden llegar a convertirse en un estorbo. Durante mucho tiempo, el resto del mundo soportamos con resignación cristiana las sandeces del niño Bush sin pensar que alguien vendría que bueno lo haría. Pero aterrizó McCain, eligió de compañera en su candidatura a la muy recta sra. Palin y al universo entero se le pusieron los pelos como escarpias. Una ignorante de tomo y lomo, que no sabe ni tan siquiera dónde se encuentra Europa, ejerciendo o queriendo ejercer poder interplanetario. Si el fin del mundo no es éste, se le parece mucho.
Afortunadamente (al final, tarde o temprano, los hados son benevolentes con los que sufren), Sarah Palin no se presenta a las próximas elecciones. De las siguientes no ha dicho nada, pero confiemos en el karma. Sin embargo, El País insistía en advertirnos de que los actuales aspirantes a la candidatura republicana son más de lo mismo y que su sabiduría y experiencia vital les alumbra para acordarse de dónde viven, en qué colegios estudian sus hijos y poco más. Por de pronto, uno de ellos, Herman Cain, ya se ha destapado como un hombre con grandes habilidades sociales, las de obligar a toda rubia que pase por su lado a hacerle un trabajito en los bajos. Encantador el diplomático. Y sí, es el mismo Herman Cain que ha copiado su programa electoral del popular juego SimCity (bueno, en España tampoco nos podemos quejar; seguro que algún político de relumbrón en su día tomó el Monopoly como ejemplo de sabiduría especulativa). El panorama no es desalentador; es lo siguiente. Para compensar, Obama, cuya gestión no es que se esté cubriendo de gloria precisamente, les saca varias cabezas de ventaja en las encuestas a toda esta panda. El electorado, ese mismo que creíamos ya perdido para la causa, ha demostrado tener cierto sentido común.
Porque, y aquí viene lo mejor, una cosa es que tengamos un payaso por candidato y otra muy distinta que le votemos. Se sospecha que Sarah Palin se había convertido en gobernadora de Alaska a través de coacciones y amenazas. Reprobable y pecaminoso. Todos suponíamos que la cosa tendría que cambiar una vez que su candidatura se extrapolara. Es decir, a tragar bilis y guardarte en el joyero las ganas de cortar cabelleras, bonita. Porque, de no ser así, hace falta ser tremendamente lerdo para votar a alguien que ni siquiera sabe hilvanar un discurso ni dotar del mínimo fondo a las respuestas que se ve obligado a dar. Pero no, ahí la teníamos, jaleada por una horda de entregados conservadores que la adoraban cual virgen renacida.
Me preocupa el deterioro de la cosa pública. Pero me preocupa tanto por la caterva de los políticos como de las huestes que los siguen. Quizás también nos estemos convirtiendo todos nosotros en palíndromos, incapaces del salir del bucle de tontuna en el que nos hemos metido y revisando una y otra vez aquello de "dábale arroz a la zorra el abad". Por si acaso, yo propongo otro palíndromo, mucho más festivo y fiestero que la Palin y su ejército de bebedores de té: Newen. Significa energía en mapuche. Pues eso: "que la fuerza nos acompañe". La vamos a necesitar.

                                            Cain y Palin, el dúo más dinámico y republicano