viernes, 31 de agosto de 2012

Derecho a sentir

Esta moral de raíces judeocristianas que nos persigue allá donde vamos tiene curiosos efectos colaterales. Uno de ellos, el asumir muchos de sus preceptos sin cuestionarlos, como si fueran algo aceptado y deseado por el universo en su conjunto, evitando darnos cuenta de que, en realidad, obedecen a ciertos mandamientos tan antiguos como demoledores.
Con esta introducción me refiero, por ejemplo, al sacrosanto deber de perdonar las ofensas o al otro, menos predicado, de convertir el odio en amor. De hecho, hasta en los manuales de autoayuda te aconsejan que, si alguien te hace algo, pelillos a la mar. Es decir, que intentes seguir con tu vida porque, de no ser así, se te retorcerán las tripas un día sí y otro también, el karma te convertirá en boñiga y atraerás todas las plagas sobre ti. Y, ojito, porque son unas cuentas.
Lamento mucho no estar de acuerdo con esto. A nadie se le puede obligar a perdonar una jugarreta que le ha dolido en el alma. Lo hará cuándo y cómo crea conveniente y siempre tras la consiguiente petición de perdón. Pero poner la otra mejilla y sonreír con los piños bien al aire para que, al poco, te dejen sin ellos, no procede. Y me imagino que tampoco es mentalmente sano. Del mismo modo, el odio o la rabia hacia otro individuo por algún motivo justificado tiene tan mala prensa que siempre te insisten en que no vas a poder seguir adelante si arrastras semejante karma contigo. Pues va a ser que están equivocados. Es imposible pretender que nos deje de caer mal alguien o que intentemos acercarnos a él únicamente en aras del correcto funcionamiento del universo y el bien de nuestra alma. Absurdo e injusto. Mucho peor sería fingir que aquí no ha pasado nada y cocinar semejante podredumbre a fuego lento mientras, de cara a la galería, intentamos demostrar que ya todo está superado y aquí paz y, después, Gloria Gaynor. Todos podemos convivir con el odio e, incluso, llevarlo con dignidad campechana. Igual que convivimos con la rabia, la vergüenza y la humillación. Otra cosa es permitir que los sentimientos negativos dominen tu vida y recrearte en la aversión un día sí y otro también; pero aun más imposible que camuflar el odio tras la bondad impuesta es no albergar ninguna emoción negativa hacia ninguna cosa y persona. Hay seres humanos y situaciones que siempre nos van a producir la misma reacción en contra, principalmente porque solo a los muy idiotas les gusta que les puteen vivos.
En realidad, todo esto es como el querer. Nadie nos puede impedir querer a algo o a alguien. Otra cosa es permitir que el deseo domine nuestras vidas. No podemos dejar de apreciar a nuestros amigos sin motivo alguno; de la misma forma, no conseguiremos dejar de despreciar a nuestros enemigos si no nos dan motivos certeros para cambiar de idea, por mucho que la ética y esta ley no escrita de la bondad universal nos insista en que tenemos que sacudirnos los malos rollos, como semillas de bergamota que vamos esparciendo a lo largo del camino.
Todos tenemos sentimientos. Buenos y malos. Intentar fingir que los segundos no nos afectan es labor imposible. Ninguna persona alberga el sacrosanto derecho de decirnos qué debemos sentir, a quién tenemos que querer y qué es lo que necesitamos perdonar; si algún día nos sale de los bajos o creemos que hay razones suficientes para ello lo haremos y si no, la Tierra seguirá rotando.
Diariamente nos cruzamos con gente que, directamente, nos la trae al pairo. De las personas que pasan por nuestra vida, solo se quedan en ella y/o en nuestro recuerdo un pírrico porcentaje. Y permanecen porque nos despiertan emociones, positivas y negativas. Empeñarnos en convertir las unas en las otras y las otras en las unas es traicionarnos a nosotros mismos y a ese impulso inexplicable que nos acerca o aleja de los demás. Más aún si lo hacemos por influencias externas que pretenden que vivamos nuestra vida al son que otros tocan. Las cosas tienes que fluir, pero nunca lo harán si permitimos que intereses espúreos nos impongan las reglas.
Nadie nos puede culpabilizar por el hecho de (di)sentir ni por el derecho a hacerlo. Lo único que nos podrían echar en cara sería el ímpetu de algunos en intentar quedar siempre bien con todos. Y la mayoría sabemos que éste es el camino más corto y más rápido hacia el fracaso. A partir de ahí solo queda preguntarte cuándo llegarás al fondo del precipicio.


miércoles, 29 de agosto de 2012

Novela rosa

A lo mejor es cosa mía, que retengo extraordinariamente bien lo anecdótico y tengo más dificultades para lo principal, pero en los últimos días he oído hablar, tal vez demasiado, de un libro que se llama Fifty Shades of Grey y que, en España, se publica bajo el muy conciso título de Cincuenta sombras. Así dicho, una no sabría muy bien si es una novela épica, un libro de autoayuda o un manual sobre cómo hacer figuras chinescas, pero el caso es que, tras semejante nombre, se esconde la que parece ser la novela rosa más trascendental de lo que llevamos de siglo. Eso sí, de un rosa erótico bastante subido o, como diría una amiga mía, "rosa putón".
Fifty Shades of Grey es el primer volumen de una trilogía que está haciendo cresa a su creadora, la australiana E.L. James, una señora que así, en las fotos, parece de lo más normal. Se ve que la mujer, viendo que lo que vende ahora es publicar novelas por entregas (a Harry Potter o la muy celebrada Canción de hielo y fuego, madre de Juego de Tronos, me remito), ha decidido regalarle a las mujeres de medio mundo una serie de píldoras con mucho rollo, entendiendo por rollo la cosa meramente sexual. No seré yo quien critique sus buenos propósitos; de hecho, ya me gustaría a mí parir una buena historia al calor de la barra de un bar, aunque fuera la de una panda de conejos revolcándose a las puertas de la Casa Blanca. Lástima que, a estas alturas, mi imaginación dé para poco más que para elaborar la lista de la compra.
No he leído Fifty Shades of Grey, lo que no quiere decir que no haya hojeado una novela rosa o erótica en mi vida. Ello tampoco implica el que ambos géneros me "pongan", siempre que "poner" signifique el despertar de los sentidos estrictamente relacionados con el intelecto. Pero, claro, en la vida también me he visto obligada a leer numerosos ensayos de los cuales, la gran mayoría, no me han aportado nada. Quizás soy de esas personas que piensan que solo pueden decir que algo no les gusta después de haberlo probado; será entonces por eso que las novelas rosas me aburren soberanamente, tras comprobar que el común del género sigue un esquema tan previsible y manoseado como una peli porno.
Y, sin embargo, a pesar de mis reticencias, estoy absolutamente en contra de banalizar a las mujeres por leer novelas rosas. Sinceramente, creo que este tipo de literatura es muy útil a la hora de evadirte y desestresarte si no buscas historias complicadas y sigues confiando en que el amor llegará y que a todas nos puede pasar eso de que un día entre un príncipe azul por la puerta y nos ponga moradas. Ya he dicho muchas veces que esta idea tiene mucho de ensoñación y poco de realidad (hablo desde el punto de vista estrictamente personal), pero puedo entender que nosotras, como mujeres concienciadas desde la infancia, nos empeñemos en creer en la existencia del hombre perfecto, o del imperfecto al que podemos cambiar, aunque un hombre solo cambia cuando él lo desea y no cuando lo pretende su dama. Aun así, burlarse de las mujeres por tener cierta querencia hacia las historias de amor es como mofarse de un hombre por leer únicamente ciencia-ficción (no sé qué es más probable, que El juego de Ender se haga realidad o que al cruzar la calle nos encontremos con un escocés melenudo y tatuado como el de la saga Highlander mirándonos con arrobo). Al igual que opino que ciertas revistas del corazón se equiparan a muchos diarios deportivos ya que ambos son el opio del pueblo, pienso que un tipo muy concreto de literatura masculina no tiene nada que criticarle a la femenina. Es más: algunas novelistas del género rosa son mucho más coherentes y creativas que los autores de ciertos best-sellers capaces de hacer babear a muchos machos. Y a Dan Brown me remito.
Por lo que he leído en las reseñas, las novelas de las sombras serían algo así como un cruce entre Historia de O y Crepúsculo. O sea, Bella conoce a Edward siendo Edward un pedazo de elemento tan atormentado como salidorro. No me extraña que haya tema (en el sentido absolutamente literario, insisto) porque si tenemos en cuenta que en la exitosa saga Crepúsculo, obedeciendo a criterios religiosos y al sentir puritano, no mojaba casi nadie ni por equivocación, ya tocaba tirar el pudor por la ventana y permitir que la lujuria invadiera nuestros trayectos en metro. Sobre todo en época de crisis, que da así como mucha alegría.
Dicho lo cual, estoy convencida de que no voy a leer el libro de las sombras. Y, sin embargo, invito a todas las mujeres a que lo hagan, lo luzcan orgullosas bajo el brazo y, además, lo disfruten en la intimidad si ello es posible. Yo, como soy raruna y, a lo mejor, hasta un poquito tonta, ando enfrascada en el género fantástico y, salvo para recrearme en las divertidas actas de los Consejos de Ministros y los discursos existenciales de Mourinho, no tengo tiempo de nada. Lástima de mujer...


martes, 28 de agosto de 2012

Pintar la mona

Una de las cosas que menos me gusta de la religión católica es su imaginería. El culto está repleto de representaciones dolientes, sufridoras al máximo, hasta el punto de ser casi un milagro encontrar a un santo o santa que aparezca retratado mientras ríe a carcajadas. Es más, estoy convencida de que, de existir, sería considerado una burla a la muy sesuda doctrina católica.
No encuentro, pues, por dónde coger semejante iconografía: ni el arte bizantino ni ese realismo de procesión me tocan la fibra sensible. Tal vez, si tuviera que elegir a punta de pistola, me quedaría con la arquitectura cristiana, aunque muchas catedrales me sigan pareciendo enormes templos construidos para glorificar la ambición humana, el único dios verdadero que conocen algunos.
Y aun así, este asunto tan entretenido del Ecce Homo me tiene pelín acongojada. El fresco de la iglesia de Borja, pintado por Elías García Martínez, un autor de mediados del XIX y principios del XX, se ha visto convertido, por obra y gracia de las inexpertas manos de Doña Cecilia, en una caricatura del siglo XXI, que lo mismo sirve para ensalzar a un supuesto DJ que adornar una crêpe. Aquí hay varias cosas que no se entienden: primero, algo me dice que en ese pueblo no va a misa ni Dios porque, si no, me resulta impensable que ningún feligrés de los de oración dominguera se diera cuenta de que el garboso y doliente Cristo estaba mutando en un señor de rizos con pinta de dibujo muy poco animado. En segundo lugar, tampoco llego a comprender que los españoles, gente de cultura secular, en lugar de echarse las manos a la cabeza viendo cómo se destruye su patrimonio artístico, echaran los garfios al bolsillo comprobando el rédito turístico que le podían sacar al despropósito. Porque ha sido llegar y besar el santo: un desastre artístico convertido en comidilla de la prensa internacional.
Y no lo digo por decir. Desde los medios más sesudos a los más frívolos (como el portal norteamericano TMZ, especializado en desgranar los secretos de los famosos de Hollywood) se han hecho eco de la historia más maña y con menos maña del siglo XXI: la de una octogenaria piadosa y hacendosa, que viendo cómo a su Cristo se le borraba el tinte, decidió hacerle una peluca nueva a golpe de pincel. El resultado de su obra es discutible, pero ella, su pueblo y el fresco más fresco que en España existe se han convertido en trending topic mundial. Ni la prima de riesgo ni los triunfos de la Roja habían dado tanta fama a este país en tan poco tiempo.
Ahora, cuándo parece ser que lo hecho puede ser deshecho y el Ecce Homo está a las puertas de recuperar su apariencia de señor que lo está pasando malamente, el Ayuntamiento de Borja va y se lo piensa. Porque una obra de arte no da dinero y una frikada supone la gloria, aunque sea efímera. Tal y como están las arcas municipales, razón no le falta, aunque ya se sabe aquello de que "pan para hoy, hambre para mañana" y que las modas son efímeras. Dígaselo usted, si no, a las hombreras...
La culpa, en realidad, es de todos nosotros que, como espectadores, hemos jaleado esta cosa absurda pintada en las paredes de la iglesia zaragozana. Nos ha hecho mucha gracia. No me atrevo a pensar que ocurriría si, un día, la menina de Velázquez apareciese con el rostro de Belén Esteban. Lo mismo este país salía de la crisis de golpe. O del susto. ¿Dónde está la línea que separa una obra de arte de otra? Pues donde mora la belleza: en los ojos que la contemplan. Y parece que muchos de los que miraron la pintura de Elías, cuyo nombre desconocía hasta el día de autos, solo vieron una estampita en la pared. Ha tenido que pasar un siglo para que una chapuza casera la suba a los altares de la expresión artística católica.
Y luego nos asombramos de que una obra como la famosa y absurda Caja de zapatos vacía, de Gabriel Orozco (una caja de cartón monda y lironda), se presentara en la Bienal de Venecia y acabara enamorando a los marchantes de arte. En comparación, el revival firmado por la abuela Cecilia es el Guernica del arte religioso, sobre todo por su carácter igualitario y libertario: ha cubierto de euros a un pueblo entero. Eso sí, espero y deseo que no cunda mucho el ejemplo y que nuestro endeble patrimonio cultural no acabe convertido en objeto de mofa del resto del mundo. Como tontada ha estado bien, pero la borrachera ya dura demasiado. Seamos serios...


lunes, 27 de agosto de 2012

Mundos para lelos

No hilan muy fino los chicos y chicas del PP en sus últimas apariciones públicas. Diríase incluso que muchos de ellos no habitan en un país llamado España que, ahora mismo, las está pasando canutas. Parece en cambio que gran parte de las huestes peperas viven en una suerte de mundo de algodón, donde todo es color de rosa, la gente cobra millones por no hacer nada, las familias son numerosas y cristianas hasta el hastío y la mujer pues eso, muy mujer. Es decir, que parece que van puestos de algo y sufren bellas alucinaciones donde solo faltan paraísos llenos de huríes con mechas y lencería de marca.
Lo digo porque, en estos días de calores extremos, la temperatura parece haber afectado sus cerebros casi vírgenes y les ha llevado a hacer, no ya las cuentas de la vieja, sino de esa tía política que vive en Cuenca. Si no, no se explica el estupendo ejemplo del joven desempleado que vive con sus padres quienes, entre ambos, cobran 8.000 euretes al mes. Contando que, en tal supuesto, el vago del hijo no iba a tener derecho a percibir los 400 pírricos euros de subsidio que, según el PP, separan la miseria de la pobreza, se han inventado la retorcida versión de que sus progenitores ganan unos sueldos que ya los quisiéramos la mayoría para los días de fiesta. Aunque fuera uno al año.
Diciendo semejante estupidez, la ministra de Empleo, Fátima Báñez, demuestra que no solo lo de la economía no es lo suyo, sino que lo del empleo tampoco. Imagino que la señora no saldrá de su casoplón, no pisará el metro, no se acercará a los barrios más paupérrimos del país y es hasta es probable que no haya visto un pobre en su vida. A lo mejor, su conocimiento de lo que es la solidaridad se reduce a ponerse un delantal en Nuevo Rastrillo y poco más.
Sacándose de la manga teorías como ésta de los 8.000, es lógico que al PP no le salgan las cuentas. Si, para ellos, un ejemplo de normalidad son familias que cobran sueldazos, resulta evidente que no le van a cuadrar los números ni llamando a Jut (el nuevo nombre de Hulk, según Belén Esteban) para que los encaje. No sé en qué país viven sus señorías, pero está claro que no es el nuestro.
Para más inri, el diputado del PP por Ourense, Guillermo Collarte, nos suelta aquello tan vistoso de que a él le cuesta llegar a fin de mes. Según las crónicas, Collarte cobra más de 5.000 euros mensualmente, tiene al menos dos pisos en Madrid y vive con su señora madre que seguro que está encantada de tener un hijo tan listo. Dice aquí el diputado que antes sobrevivía con 12.000 euros y, claro, el cambio se nota. Estoy a punto de llorar: un pobre tipo, pasando el mes con un mísero sueldo.. Supongo que, si su jefe no lo remedia, Guillermo Collarte deberá esconder el acta de diputado en sus pantalones de marca y recurrir a los comedores sociales para poder, al menos, mantener esa apariencia tan lustrosa como aquella con la que posa en las fotos.
Esto solo tiene una palabra: desvergüenza. Es alucinante que miembros del PP, elegidos por el pueblo y sujetos a responsabilidad política, se mofen así de la ciudadanía y, sobre todo, de quienes les han votado. Porque, o se están riendo de nosotros en la cara o, directamente, les falta un hervor, razones ambas más que suficientes para que los mandemos a la porra en cuanto podamos. O, mejor, en cuanto queramos. Hacer mofa de la desgracia de un pueblo es imperdonable, sobre todo cuando tienes el deber social, político, económico y, sobre todo, moral de salvarlo de la bancarrota a la que tú, y otros como tú, nos habéis llevado. Sinceramente, no creo que nadie sea tonto y suponga que los señores y señoras de ese partido sobreviven con media barra de pan y un vaso de tónica (así, sin gin) a media mañana, pero una cosa es saberlo y otra que te lo pasen por la joroba un día así y otro también. Eso cuando no les da por adornarlo con un poético "que se jodan" que queda entre tétrico y faltón: muy de este hatajo de patéticos desagradecidos sobre los que les ha tocado mandar.
Luego viene otro gran estadista como González Pons y nos dice que si Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda gobernara el país, él se exiliaría. No sé lo que opinará Gordillo sobre el tema, pero deberíamos seguir sus consejos durante un tiempo, largarnos todos y dejar a Rajoy y a los suyos más solos que la una, levantando el país sin gentes, únicamente con el sudor y las lágrimas de su rancia moral.


domingo, 26 de agosto de 2012

Lo tres cerditos

Los países más perjudicados de Europa hemos tenido el dudoso honor de formar el rumboso grupo de los PIGS. Dichas siglas engloban por tanto a Portugal, Irlanda, Grecia y España, aunque algunos prefieren cambiar a Irlanda por Italia a voluntad. Lógicamente, semejante palabreja no la inventó un mediterráneo ya, que, de haberlo hecho, se hubiera sacado de la manga un tal PSIG o un SIPG. Pero no, con la mala leche que caracteriza a algunos de nuestros vecinos, los países dolientes nos hemos visto englobados en la muy baja casta de los "cerdos", destinados a comernos las sobras que dejan nuestros amos más ricos.
A lo mejor es que nos lo merecemos. Durante un tiempo nos creímos grandes protagonistas del cuento de los tres cerditos. Pero, en un alarde de inteligencia que otros no nos suponen, y espoleados por los líderes de la piara, en lugar de construir nuestras primeras casas de paja o madera, decidimos lanzarnos directamente a por el ladrillo, donde el lobo solo podría colarse a través de la chimenea quemándose lo que viene siendo el rabo. Y nos gustó tanto la experiencia que decidimos ampliar nuestras propiedades. Con la connivencia de hienas y comadrejas, siempre dispuestas a echar una mano al cuello, dimos rienda suelta a nuestro acopio de ladrillo y construimos más viviendas: a pie de playa, en plena montaña, en los eriales abandonados de las grandes ciudades... Llegamos incluso a externalizar tan lucrativo negocio haciendo museos enormes con mármoles de Carrara, edificios prestos a albergar todo nuestro patrimonio cultural bajo oropeles, enormes recintos deportivos y hasta aeropuertos que distribuyeran el turismo del Universo conocido. Todo era poco para nosotros, recién coronados príncipes de los cerdos.
Tal y como nos decían nuestros padres, acostumbrados a tener una cochiquera para toda la vida, invertir en ladrillo era hacerlo sobre seguro; después de todo, la paja nunca había sido material de categoría (en nuestro afán lucrativo no recordábamos que las pallozas y las cabañas de nuestros antepasados habían llegado hasta nuestros días) y que la madera (muy utilizada en las construcciones americanas) era pronto pasto de las llamas y las termitas. Como nuevos ricos merecíamos lo mejor... Y muchos lo tuvieron.
Pero el lobo, que con el tiempo se hizo sabio y zorro, nos atacó por donde menos lo esperábamos. No entró por la chimenea para amargarnos la sobremesa, sino a través de nuestra cuenta corriente y nuestras cartera; se infiltró en el centro del trabajo, en el supermercado y hasta en el bar. Y cuando ya nos tuvo a sus pies, suplicando por la vida, nos lo quitó todo. Ni siquiera necesitó soplar  para acabar con nuestros sueños; le bastó con despertarnos.
Estos días, el primer ministro griego Samaras, tragándose su orgullo y sacando la careta de PIG, ha hecho una gira por la misma guarida del lobo. Ha estado en compañía de alemanes, franceses y las autoridades económicas europeas más boyantes, prometiéndoles que, si le dan un mendrugo de pan, él les entregará su país entero. Imagino que sabrá que el lobo del cuento es tan taimado como avaricioso, pero le da igual. Ahora mismo, somos como animales: nuestro instinto de supervivencia nos puede y nos conformamos con poco: un plato de comida y un techo donde dormir. Eso sí, construido con ladrillo. No importa que éste sea de ínfima calidad y lo paguemos como si estuviera bañado en oro: reivindicamos lo que creemos necesario para sobrevivir.
Si lo queremos lo podemos tener, pero necesitamos acciones conjuntas y solidarias. A fin de cuentas, somos más de tres. Y, sobre todo, exijámoselo a esos cerditos mayores que nos metieron en el cuento. Los mismos que, a día de hoy, todavía nos siguen aletargando con cuentos para mantener su culo alejado del lobo y, el nuestro, a merced del viento. Sí, el mismo viento que, de seguir así, "soplará, soplará y nos derribará".


viernes, 24 de agosto de 2012

Tetas

A lo mejor es que nos gusta que la realidad imite al arte, pero el caso es que hay mujeres que se están tomando muy en serio el cuadro de Delacroix llamado La libertad guiando al pueblo. Para un número nada despreciable de féminas, aquello de defender las causas más nobles enseñando teta se ha convertido en un exitazo seguro o, por lo menos, el vehículo preferencial si pretenden ocupar un espacio nada despreciable en los medios. Con foto incluida, por supuesto.
Tenemos el caso de esas chicas ucranianas quienes, agrupadas bajo el nombre de Femen, enseñan el tetamen por los motivos más diversos, ya sea protestar ante y contra Putin, la Iglesia o reivindicar los derechos de la mujer. Del mismo modo, aquí en España, esta misma semana, una militar se quejaba de los abusos de la tropa de la que formó parte haciendo lo propio: presumiendo de domingas en una revista conocida por desnudar a señoras de buen ver a cambio de unos euros.
No seré yo quien diga que las causas defendidas por semejantes jamelgas no sean dignas de tamaño esfuerzo, pero no deja de parecerme curiosa la forma de hacerles publicidad. Para empezar, el popular grupo de Femen lo conforman casi 300 personas y, paradójicamente, su fundador es un hombre. Sin embargo, a la hora de despechugarse, únicamente lo hace una banda de señoritas que bien podían pasar por inquilinas de la mansión Playboy. Supongo que, aunque solo sea por la ley de probabilidades, entre estas 300 almas solidarias habrá de todo: hombres, mujeres, lorzas y, hasta si me apuráis, celulitis. Pero se ve que el común de los integrantes son de natural tímido, ya que solo parecen capaces de protestar las hembras de tetas firmes y culo prieto. Lo mismo ocurre con las concentraciones antitaurinas, en las que únicamente se despelotan aquellos ecologistas de carnes lustrosas, ellos y ellas, aunque en las imágenes, mayormente, salgan ellas. De los compañeros con granos y michelines poco se sabe. He aquí un nuevo concepto de el abuso de la imagen de la mujer, canalizando sus formas y su sexualidad hacia la protesta solidaria. Quiero creer que todo este derroche pectoral es bueno para la causa. Desde luego, no hay duda de que hace mucho bien a la causa "solitaria" de algunos hombres.
Respecto a nuestra singular chica de portada, que conste que cada una es muy libre de utilizar sus tetas como le plazca, pero me resulta peculiar que denuncie el machismo y la misoginia en una revista acusada de eso mismo y siendo consciente de que, posando así, se convierte automáticamente en carne de póster para talleres, cabinas de camioneros y, por supuesto, cuarteles. Es como si yo soy la invitada de honor en una cena antitabaco y, en los postres, me fumo un puro a la salud de los presentes. No le veo la razón de su muy militar maniobra, aunque gracia imagino que sí tiene. Al menos la que a esta chica adorna.
Semejante canalización del desnudo femenino como símbolo de protesta me resulta digna de estudio. Ya tuvimos ejemplos en nuestra época más hippy, aunque entonces no eran solo las chicas: también ellos enseñaban atributos sin pudor y, muchos, sin rigor. Ahora, insisto, solo son ellas las que se quedan en bolas para arreglar la humanidad, aunque tanta solidaridad, al menos públicamente, esté vedada a aquellas que se exceden del 90-60-90. Abstenerse modelos de tallas grandes.
Y digo yo que, si las cosas se ponen todavía más chungas, a lo mejor a nuestras chicas del gobierno les podría dar por presentarse ante la Unión Europea y, así, con los sostenes en la mano, reclamar nuestro derecho como país a pensar y decidir por nosotros mismos. Imaginémonos por un momento a Soraya, Fátima, Ana y demás colegas de Consejo, con la bandera de España al hombro y el tanga bien subido.... Bueno, ahora que lo pienso, a lo mejor no es tan buena idea.


miércoles, 22 de agosto de 2012

El sargento de hierro

Lo confieso: me encantaría que todos los militares fueran como aquel que protagonizaba el sketch de Gila y que, en un tono mucho más campechano que nuestro monarca (dónde va a parar), llamaba por teléfono a su oponente ("¿es el enemigo? ¿Ustedes podrían parar la guerra un momento?") para fijar hora y fecha del próximo ataque. Lamentablemente, los miembros del ejército no hacen gala de tanta chispa a la hora de desempeñar su profesión, salvo aquella que les sale del armamento pesado.
Todo esto viene a mi cabeza cuando leo, y cito textualmente, que "un militar que maltrató a su pareja logra que le rebajen la pena gracias a sus condecoraciones". Al parecer, este hombre, sargento en la cadena de mando, fue condenado en 2008 a nueve meses y un día de presión por empujar y sujetar fuertemente de los brazos a su pareja. Ahora, el Tribunal Supremo reduce la pena a cinco meses porque el culpable había servido en Afganistán, donde normalmente se tiene que recurrir al empleo de la fuerza armada para resolver conflictos (no lo digo yo; lo indica la sentencia). Además, parece ser que dicho individuo había destacado tanto por su buen hacer que había sido merecedor de condecoraciones a tutiplén, lo cual lo convierte casi en un mito de los cuarteles.
Con la venia aquí de los presentes, imagino también que los militares de la dictadura argentina, Hitler o el mismísimo Franco tenían sus solapas cargaditas de galones, y sin embargo son muy pocos los que piensan que estos simpáticos muchachotes eran angelitos de la caridad. No entro a discutir si la pelea de la pareja  que organizó el embrollo merecía tamaño escarnio; ni siquiera voy a entrar en el cariz de la discusión porque se trata de un asunto aparte. Lo que me parece aberrante es que el motivo para la condonación de parte de la pena no sea el acuerdo entre las partes, la magnitud del delito, el buen comportamiento del acusado una vez dictada la sentencia o el perdón de la víctima, sino las medallitas que luce el militar en su traje de faena.
Por esa regla de tres, si a un policía le da un jamacuco un buen día y, tras pasarse la jornada deteniendo a  los muy malos, llega a casa y le cruza la cara a su pareja, también tendríamos que perdonarle. El pobre estaba estresado y, como en su oficio a veces se ve obligado a usar la fuerza, es lógico que entre por la puerta y prefiera pelear en lugar de discutir. O que un domador de circo saque el látigo para que la letra les entre a sus hijos con la mayor cantidad de sangre posible. O que un futbolista le arree un par de patadas a su parienta porque, total, es lo que hace en el día a día. Según sus señorías, a esto se le llamaría "llevarse el trabajo a casa", ¿no?
De verdad que me parecen encomiables las labores de pacificación en el exterior, y hasta supongo que si nuestro engalanado sargento de hierro ha recibido honores hasta de la ONU no será por lo bien que le sienta el casco. Pero eso no justifica que llegue a su casa y solucione cualquier problema con un mandoble. Sobre todo porque esto lo hace con su santa y la cosa tiene un pase según algunos, pero estoy segura de que si se lía a mamporros con sus compañeros de patrulla, lo mismo le quitan las condecoraciones y se las ponen de corbata. Así, bien apretaditas, para que le de más gustito.
En este país todavía quedan muchos hombres que han hecho el servicio militar y se han visto obligados a manejar armas. Sin embargo, el haber servido a su patria no les da el sacrosanto derecho de pegar a las mujeres ni a ellos se les pasa por la cabeza invocarlo. Otra cosa sería que nuestros tribunales, jartos de cazalla, por cada medalla que uno gane en acto de servicio le rebajen dos meses de pena en cuanto se le crucen los cables y le entre el deseo desatado de hacerle una cara nueva a la parienta. Todo es estudiarlo.
Debe de ser que las misiones de paz aprendes mucho de la guerra y poco de la pacificación. Lo que sí es cierto es que el común de los mortales no somos héroes por salvar al mundo, sino por cómo nos comportamos en nuestra vida cotidiana, cómo actuamos con las personas que queremos y nos quieren, la rapidez con la que sacamos la cara por ellas en lugar de estampársela contra la pared y ese empeño en arreglar los problemas y conseguir agrandar nuestra categoría de seres humanos cada día. La mayoría de estos héroes ni salen en los papeles ni tienen medallas, como no sea la de Santa Bárbara, patrona de los imposibles. Porque no creo que el haber ganado un trofeo te invite a plegar velas, echarte a dormir y vivir de rentas. Al contrario, te crea una responsabilidad: el que nadie se olvide de por qué te hicieron merecedor de semejante honor. Una carga que pesa más que las condecoraciones y brilla menos. La quincalla es lo que tiene, que cuanto más la frotas, más lustre pierde.
Por cierto, antes de que se me olvide, a quien llegó a este blog tras teclear en Google "cómo ponerle un tocado a una dolorosa", que sepa que ya tengo la respuesta: con mucho cuidado. De nada.



martes, 21 de agosto de 2012

Miedo

No hace falta que venga ningún replicante de Blade Runner a decirnos que el miedo conduce a la esclavitud. Lo sabemos todos. Pero semejante conocimiento no nos impide rendir pleitesía a nuestros fantasmas y desarrollar esos pavores cotidianos que nos hacen la vida tan amarga.
Tenemos miedo de muchas cosas: de despertarnos por la mañana y comprobar que la prima de riesgo, aunque no tengamos el gusto de conocerla, ha subido tan alto que está ya a punto de tirarle los trastos al mismísimo San Pedro; de llegar al trabajo y recibir la noticia de que, ajuste por allí, recorte por allá, tenemos los días contados o, simplemente, ya no nos quedan ni horas; de fracasar en nuestras relaciones personales y caer víctimas de intereses ajenos muy poco interesantes; de no tener futuro, olvidar el mejor pasado y malgastar el presente... Y podía seguir, pero, aun llenando todo esto de palabrerío, no lograría reunir ni la milésima parte de los miedos que nos atenazan.
Sentimos temor de sentir temor. El pavor ante los posibles fracaso nos vicia, nos controla y nos obliga a adoptar modismos de los que, a lo mejor, no somos ni conscientes, pero que acaban por minar nuestro carácter y, quizás, también nuestra reputación. Estamos tan indefensos que concedemos el poder de regir nuestra vigilia y nuestro sueños a hombres y mujeres del saco, gárgolas de corazón podrido que, a base de promesas inciertas e incumplidas aun antes de ser formuladas, nos convidan a ser uno de los suyos y batirnos en duelo en las filas de un ejército de almas en pena que ha perdido la batalla incluso cuando ni siquiera la ha comenzado.
Tener miedo es inevitable, pero el recrearnos en él, el hacer las cosas (o no hacerlas) solo por temor, nos convierte en seres vulnerables y víctimas, no ya de los demás, sino de nosotros mismos. Es más, vemos los miedos ajenos y nos congratulamos pensando que el que acosen a otros nos libra de padecerlos, cuando es justo al revés: el conocerlos aumenta las probabilidades de reconocerlos demasiado pronto.
Entre las modalidades más modernas de la esclavitud destaca ésa por encima de todo: el dejarnos ir víctimas de circunstancias y personas torticeras que echan leña a la hoguera de nuestros miedos para conseguir someternos a su control. Lo hacen los gobiernos cuando crean al azar horribles circunstancias externas de las que supuestamente solo nos librarían sus brazos y abrazos; lo hacen los jefes, cuando nos convencen que su látigo no azota sino acaricia y sus palabras no insultan sino que corrigen; lo hacen aquellos que nos rodean quienes, alentados por motivos bastante arteros, nos incitan a comulgar con inestables ruedas de molino para girar en la dirección que más les convenga. Y nos creemos sus razones, tal vez porque no miramos los hechos desde la razón, sino desde el núcleo mismo donde guardamos nuestros temores.
En Juego de Tronos, el personaje de Ned Stark le repite a uno de sus hijos que la valentía solo se puede demostrar cuando uno tiene miedo. Es así. No creo aquello de que de valientes están las tumbas llenas, porque muchas veces el arrojo se demuestra en los pequeños detalles: impidiendo que lo que nos atenaza entre en nuestras vidas, rija nuestros actos y convierta los principios más arcaicos en dogma de fe. No sé si  haciendo acopio íntimo de valentía personal nos va a ir mejor o peor pero, al menos, estaremos mucho más orgullosos de nosotros mismos. Y eso sí que no nos lo puede quitar nadie.


lunes, 20 de agosto de 2012

Gratis total

En un conocidísimo portal de Internet que, se supone, ayuda a buscar o cambiar de empleo, se suceden últimamente las ofertas de trabajo "voluntario", sobre todo en relación con los medios de comunicación. Hablando en plata, determinadas compañías necesitan personas que hagan las labores de periodista pero sin cobrar un céntimo de euro por ello, es decir, con todos los deberes aunque ninguno de los derechos recogidos por los documentos más fundamentales, empezando por el derecho a un trabajo digno. Porque, supongo, quien oferta semejante ganga, pretende encontrar a alguien dispuestísimo a desempeñar una labor de 9 a 5, como mínimo, y trabajar a destajo (mucho y bien) siempre que se le necesite, que puede ser a todas horas. Menuda bicoca. Con propuestas tan innovadoras como éstas, el capitalismo ya había fenecido muchos años ha.
Estamos inmersos en un sistema que nos obliga a trabajar para vivir. Y en esa modesta ecuación, la incógnita suele ser el salario. Mucho o poco, pero haberlo, haylo. Pretender extender las redes y esperar que pique gente que lo haga casi todo a cambio de nada es humillante, y no solo para quien acepta comulgar con esta rueda de molino tan similar a la esclavitud, sino para el amo que osa proponer semejante tropelía sin ni siquiera ofrecer a cambio una choza y unas gachas.
No es que no lo hayamos visto venir. En la última década, e incluso antes, algunos sectores del periodismo empezaron a levantar tímidamente la voz exigiendo normativas que regularan el intrusismo profesional. Sin embargo, el empuje de Internet y de las redes sociales, donde todos podemos ejercer de informadores sin tener ni repajolera idea de lo que hablamos, nos coloca en un limbo legal al que resulta muy complicado meter mano. Siguiendo con el pasotismo de serie, nos quejamos de que los puestos fijos se sustituyen sin ningún pudor por colaboradores autónomos ajenos a la empresa, muchas veces obligados a comulgar con horarios y hasta vacaciones, sin el parapeto de ningún convenio profesional. Otro gol que nos meten los empresarios y que nos dejamos colar desde la banda y hasta desde medio campo si sus serenísimas así lo desean.
Hoy, con la profesión depauperada, convertidos todos en cazadores solitarios e insolidarios, empiezan a surgir este tipo de ofertones con argucias cuarteleras. Más sal en la herida. Hace unos días, nos llegaban informaciones de que la agencia de noticias EFE había decidido pagar seis euros por crónica (entendemos por ello principalmente las regionales, las más solicitadas). Con tamaño fortunón, imagino, se pretende cubrir el combustible del colaborador que va a cubrir la información, las conversaciones telefónicas, dietas y sueldo. O sea, que la agencia va a conseguir que los periodistas paguen por informar. Inaudito. Pues nada, que sea enhorabuena.
La Asociación de la Prensa ha protestado por activa y por pasiva ante semejantes desmadre, pero es como clamar en el desierto. No hay nadie al otro lado y el que sí está, anda muy ocupado planeando EREs, recortes y más ajustes. Parece una gesta épica aunar a una profesión que siempre ha ido por libre, donde los entresijos empresariales pueden más que la unión de las redacciones.
Al parecer, la única arma que tenemos es hacer uso de ese "voluntariado" en toda su grandeza. Es decir, si yo soy voluntario, puedo llegar a la hora que me apetezca, irme cuando me salga del pinrel y pasar incluso información a la competencia si me peta. Nadie está capacitado para obligarte a firmar un contrato profesional sin que haya estipendio de por medio. El ser voluntario de una compañía con ánimo de lucro tiene eso, que ningún jefe ni remero puede darte órdenes salvo las que estés dispuesto a aceptar por prescripción moral. Aunque para trabajar sin sueldo ni derechos, casi que uno se mete a tuitero de oficio o cuenta sus milagros en un blog: cobra lo mismo (nada) pero no tiene a ningún visionario encima que le busque las cosquillas a cambio de dejarse la piel en el intento.
Y, a todo esto, Mario Conde amenaza con entrar en política. Algo malo hemos hecho para merecer tanto escarnio.
Dejo aquí una canción porque sí, porque me apetece. Sin más.


domingo, 19 de agosto de 2012

Enemigo público

En estas horas tan contritas que vivimos, no paran de surgir iluminados que tienen solución para todo. Y no me refiero a adivinos, videntes, sanadores y gente de semejante ralea: cualquier formación política que no esté en el gobierno sabe perfectamente cómo solucionar la crisis. Tampoco es que nos cuenten mucho más de lo que los demás habíamos descubierto a base de sentido común (si acaso lo adornan con un poco de literatura invocando a los clásicos de la economía), pero el dogmatismo y la persistencia con las que tratan de erigirse en salvadores de la patria me está empezando a oler a chamusquina. Porque está claro que todos tenemos teorías muy válidas, incluso proyectos, pero el camino para llevarlos a la práctica puede ser muy bonito en apariencia, aunque extraordinariamente complicado de recorrer en la práctica. Ocultar al mundo las variables conociéndolas o fingir que no existen teniéndolas delante es un fraude. Imagino que la gloria política, aunque sea efímera, trae consigo ese cajón desastre de medias verdades y, por supuesto, votantes dispuestos a creérselas.
Todo a esto viene a cuento porque, cuando nos enfrentamos a algo, por mucho que tengamos claro el fin y la solución, es importante observar y calibrar las distintas variables, respetando el objetivo subyacente de no engañarnos a nosotros mismos y tampoco a los demás. En la medida de lo posible, lógicamente. Con el caso éste de de Julian Assange y el asilo que le concedió Ecuador me pasa un poco lo mismo: mi postura no ha variado en lo esencial, pero las diferentes perspectivas y los intereses alrededor del asunto son ya tantos que me sentiría incapaz de emitir ningún juicio público sobre el tema ni convencer a nadie de que pensara como yo.
Ecuador tiene bastante de razón cuando dice que hay que salvaguardar la libertad de expresión. Eso ha quedado meridianamente claro. Estamos ante un caso muy mediático cuyo protagonista es un individuo que le ha sacado los colores a los gobiernos más poderosos de la tierra, y aunque lo que es a mí, que me descubran que los mandatarios internacionales se burlaban de Aznar o Zapatero no me sorprende o directamente me la bufa, imagino que rebelar determinados secretos de los gordos tiene que hacer mucha pupa a quien se cree más allá del bien y del mal.
Julian Assange es un pirata. Puede ser un pirata bueno o un pirata malo, depende de quién lo mire. Recordemos que este hombre ya tuvo problemas en su Australia natal por dedicar demasiado tiempo a hackear y poco a disculparse por ello. Eso además de su juicio pendiente por abusos y violación en Suecia. Respecto a este último, hace tiempo leí una crónica que desmontaba, coma a coma, las acusaciones vertidas contra Assange por sus supuestas víctimas suecas. Recuerdo que acabé de leer y me entraron ganas de hacer una cacerolada ante la embajada de Suecia y, ya que me ponía, delante de Estados Unidos también. Luego, en la reflexión posterior a la tormenta, me di cuenta de que tal oda a la inocencia de Assange se publicaba en un medio que se había beneficiado muy mucho de las filtraciones del australiano y su entorno. Entonces me entraron las dudas. Y hasta hoy.
No sé qué pasó en Suecia y me temo que no lo vamos a saber nadie si no hay juicio por medio, un proceso al que Julian Assange teme mucho tildándolo de vendetta política. Nunca averiguaremos si está en lo cierto. Se trate de una encerrona o no, lo que queda claro es que a ningún país de Occidente le interesa tener a ese grano en el culo opinando libremente y pagando los servicios de los fontaneros más osados de los parlamentos y mansiones presidenciales. Y si afrontamos el asunto partiendo de la única óptica desde la que lo ha mirado Ecuador (la de la persecución por motivos ideológicos), la verdad es que este país tiene toda la razón en su concesión de asilo. Otra cosa es que quienes no lo secundan estén dispuestos a recurrir a no sé cuántos tratados internacionales para revocar la decisión.
Lo más florido de este caso, a día de hoy, es ver cómo Ecuador ha invocado a sus vecinos para unir sus voces a favor de Assange y de la capacidad de decisión e independencia del gobierno ecuatoriano en el caso. Tenemos, por tanto, una supuesta violación llevada a cabo por un tipo muy políticamente incorrecto que se ha convertido en una gran bola de nieve hasta el punto de amenazar con erosionar momentáneamente las relaciones diplomáticas entre una parte del mundo (ésa que ahora mismo disfruta de una economía en crecimiento) con la otra (que parece vivir en perpetua crisis financiera y de valores). Un pulso interesante de ver y que, con su miríada de manglares, bosques y junglas nos acaba ocultando la raíz del problema.
Porque, en todo caso, Wikileaks debería ser algo más que Julian Assange. Tanto personalismo me confunde; tal parece que la organización era él y unos cuantos empleados de turno contratados ad hoc. Reconozco que me gusta la idea de un pequeño grupo tocándoles los bongos a los más poderosos y haciéndolo donde más les duele. Ojalá todos tuviéramos la santa moral de aguantar lo que se dice de nosotros. Y si creemos que nos están difamando, denunciarlo, pero no hasta el punto de perseguir a nuestro verdugo hasta el linchamiento.
El affaire Assange me sorprende por lo complejo, y creo que él mismo debería ser capaz de disipar muchas dudas. Desde el punto de vista del hombre, su miedo a no tener en Suecia un juicio justo da que pensar y parece más una huida muy torticera hacia delante. Desde perspectivas más elevadas, el merdel diplomático, Obama, Correa, Cameron, Garzón y otros chicos del montón convierten la película de sexo y mentiras de serie B en un thriller de espías a tiempo real que promete gran derroche de pirotecnia y efectos especiales. Yo, al menos, no me lo pierdo.


miércoles, 15 de agosto de 2012

El principito

Si algo tienen en común los dos últimos candidatos republicanos a la presidencia de los Estados Unidos es haber elegido un segundo con más gancho que el primero, o sea, un vice con mayor tirón que ellos mismos. Supongo que esto tiene cierta razón de ser, pero la necesidad de echar mano de un acólito más carismático que uno para disimular las propias carencias no sé yo si resultará beneficioso a la larga. Aunque claro, quien esto escribe no trabaja haciendo encuestas ni estudios de opinión ni conoce apenas nada de los entresijos políticos de la nación más poderosa del planeta. O la segunda... Da igual.
El caso es que Romney, viendo que si tiraba del carro por sí solo las mulas se le desmedraban, ha fichado a un tal Paul Ryan, que pretende ser algo así como un imitador de Kennedy ferviente seguidor de los preceptos republicanos más chuscos. Las semejanzas así, a lo bruto, son de libro. O, mejor, de cómic: Paul tiene 42 años, es católico practicante y un rostro que da muy bien en banderines y pósters. La ideología y la procedencia es otra cosa, sobre todo esta última. Porque en lugar de tener una familia muy dada a hacer realidad la ambición a través de los chanchullos (perdón, que en Estados Unidos les llaman lobbies), Paul empezó su carrerón como becario. Además, tiene imagen de buen chico, con una familia de cuento, un puesto de honor en las alegres reuniones del Tea Party y, además, parece que el chaval es un zorro de la política, recién salido de las cavernas más desquiciadas del Capitolio.
No dudo que, al igual que ocurrió con la ahora vilipendiada Sarah Palin, Paul Ryan morderá la mano que le da de comer y convertirá a Romney en actor secundario de cualquier aparición que realicen conjuntamente. Es lo que tiene ser más guapo, más joven y saber mucho más de lo que hablas. La gran virtud de Paul es ésa: que parece un hombre hecho a sí mismo; el gran defecto de Paul es el mismo: haberse hecho a sí mismo y no contar con una inmensa fortuna detrás que le disimule sus meteduras de pata, que las tendrá seguro, por mucho té que se beba en las muy conservadoras fiestas de sus mentores.
Insisto en que no soy nadie para hablar de este carrerón por la presidencia norteamericana pero, por lo que he leído, la señora de Paul Ryan, que la tiene, muy rubia y muy fermosa, es conocida en los pasillos de Washington por intrigar a favor de las tabacaleras y las centrales nucleares, entre otras cosas buenas que nos da la vida. Muy esperanzador todo. Su santa ayuda, pero Ryan también es un tipo de cuidado, absolutamente en contra de ese remedo de Sanidad Pública que tantos sudores le ha costado aprobar a Obama. En Estados Unidos, donde los hogares bajo el umbral de la pobreza se cuentan por millones, el objetivo de Paul es que las diferencias de clase sean aún mayores y que el inmovilismo social pase factura a los más desarraigados. Los propósitos de austeridad de Ryan (ya sabemos que esto de la austeridad afecta siempre a los mismos) dan entre miedo y terror a este lado del Atlántico, porque sabemos mejor que nadie a donde nos lleva tanta contención: directamente al infierno. Pero, bueno, ellos votan ergo nosotros sufrimos.
Las últimas noticias que nos llegan del candidato a vicepresidente cuentan que uno de los mayores benefactores de su campaña es Sheldon Adelson. Sí, ese señor tan simpático que quiere colocarnos en España un prostíbulo enorme, burda imitación de Las Vegas, saltándose a la torera todas las leyes habidas y por haber con el beneplácito de quienes las han legislado. Un tío grande. Y mientras aquí le hacemos la ola y Paul Ryan babea en cuanto echa mano a la cartera, los tribunales siguen empeñados en acusar a Adelson de evasión, incitación a la prostitución y no sé cuántas fruslerías más. Da igual: en un país donde nos gobiernan un montón de imputados, podemos hacer bueno hasta a Adelson. Todo es ponerse... Ciego de sangría, claro.
En resumen, que el principito Paul, tan apuesto y tan garboso, tiene todos los números para salirnos rana. No digo ya de cara a su país, su candidato o su presidente, sino al resto del mundo que, si los escándalos no los remedian, deberá ser testigo de la escalada de su ambición en los próximos años, llegue o no a ser vicepresidente en noviembre. Esto se anima, amigos. No digo más.


martes, 14 de agosto de 2012

Palabros y palabrejas

No sé si me ocurre solo a mí, pero últimamente leo demasiadas columnas en la prensa en las que, salvo el título y el nombre del autor (y a veces ni tan siquiera eso) no se les entiende prácticamente nada. Sinceramente, desconozco qué pasa con nuestros emergentes escritores o aspirantes a tales, que en su afán de ir de grandes literatos tiran de diccionario encontrando petróleo donde otros buscamos significados. ¿El resultado? Sus mensajes parecen más una retahíla de esos palabros extraordinarios que descubrimos en el concurso Pasapalabra que un discurso hilado coherentemente.
Cuando se repartió España en las respectivas Comunidades Autónomas, aquellas que disfrutaban de un idioma propio se apresuraron a buscar, rebuscar y adoptar términos nuevos, en un esfuerzo, supongo, por distinguir su lenguaje lo más posible del vulgar castellano. Como consecuencia de estas prospecciones petroleras se creó un curioso bache generacional, hasta el punto de que el catalán, vasco o gallego que hablan nuestros padres es una variante distinta de la que usamos sus hijos, víctimas inocentes de unas televisiones donde se adoctrina lingüísticamente a aquellos que encienden el aparato cuando no tienen otra cosa mejor que hacer. Es como si la dificultad, la innovación y el desconocimiento mayoritario vinieran a añadir un plus al idioma, transformándolo de marca blanca en marca exclusiva. Pues bueno.
Al castellano que utilizan ciertos medios le pasa un poco lo mismo. Juro por lo más sagrado, que no sé qué será, que en el último mes he leído artículos donde resultaba imposible saber de qué demonios estaban hablando. Bueno, una idea general sí me hacía, pero me sentía incapaz de regodearme en los detalles. Y, sinceramente, no consigo encontrarle el sentido práctico a todo ello. Un escritor o un poeta pueden hacer hasta arritmias con el lenguaje, pero a un columnista se le contrata para dar su opinión sobre una idea. Y si no se entiende ni la una ni la otra, que alguien me diga a mí para qué sirve el columnista.
No estoy demasiado convencida de que el mejor periodista, o incluso el mejor escritor, sea aquel que mayores florituras emplee a la hora de contar algo. Todo aquello que distraiga o distorsione la idea principal es prescindible. Desconozco si lo que pretenden estos entusiastas literatos es amargarles el curso a los chavales de Media que tengan la desdicha de utilizar sus textos en clase de comprensión, pero, en cualquier caso, me parece una faena. Una jugarreta al público mayoritario y una espanto para todos aquellos que se acercan por primera vez a sus escritos para salir trasquilados y con complejo de ser unos iletrados.
Muchos de los autores jóvenes de este país tienen ese defecto: el de perderse en soliloquios ininteligibles creyendo que la incomprensión del lector les hace grandes. Y un escritor que no es capaz de llegar al público es un escritor fallido, por mucho que la crítica le ame y le adore. El interés y el enchufe también tienen mucho que ver, porque si no no me explico semejante éxito mediáticos de ciertos "artistas" a los que no lee prácticamente nadie, como no sea para decir aquella tontada de "yo también me lo he leído y me encantó" con la que pensamos que quedamos como reyes en bodas, bautizos y comuniones.
En resumen, que no acabo de encontrarle yo la gracia a escribir en un castellano adusto, prepotente y que raya en lo histérico. A lo mejor es que lo que se intenta con ello es ocultar el vació de las ideas y si no, escribe un tuit: más breve y mucho más certero.
Dicen algunos, con la boca pequeña, que el mejor español es el que se habla en América. Lo que es yo, todavía no he encontrado ningún autor latinoamericano que haya sembrado en mí el complejo de paleta necesitada de calzar mi analfabetismo con un diccionario. No puedo decir lo mismo de ciertos españoles. Pero, bueno, a lo mejor es que soy diferente y el resto del mundo sería capaz de completar el circuito de palabros y palabrejas de Pasapalabra sin que se le descoloque el tupé. Yo me conformo con ganar, muy de vez en cuando, al parchís. Qué lástima de mujer.


lunes, 13 de agosto de 2012

¿Cenamos?

En un principio iba a titular esta entrada La cena de los idiotas o, más rimbombante aún, la Última Cena. Pero no procede. En el primer caso porque no todos los convidados son tontos del culo y tampoco hay que faltar sin motivos y en el segundo porque eso de última suena muy apocalíptico e, históricamente, ha tenido mal pronóstico, por mucho que le busquemos el lado brillante de la vida.
Semejante dilema para comentar esta noticia de nada, una de esas informaciones calzadas a capón en las crónicas veraniegas cuando el calor sofoca y la sed agobia. Y es que al parecer, la canciller alemana, Angela Merkel, ha lanzado al aire, como quien no quiere la cosa, que le gustaría cenar con nuestro seleccionador nacional de fútbol Vicente Del Bosque. Así, sin roneo telefónico ni ramo de flores que engrandezca el momento. Y como lo que Angela quiere, Angela tiene, me temo que, próximamente, Del Bosque deberá abandonar las tortillas de patatas que le prepara su santa para probar las exquisitas salchichas alemanas.
Confieso que soy más de Luis Aragonés que de Del Bosque. Tal vez porque, como el primero, tiendo más a la explosión o a la implosión cuando alguien me toca la moral, sea en forma de injusticia, traición, deslealtad o las tres juntas. A mí el carácter moderado y tranquilo de Vicente no me va, lo cual no quiere decir que no lo envidie. Ya me gustaría mantener la calma y la frialdad en esos momentos extremos en los que lo que te apetece es arrearle un buen zurriagazo al que tienes enfrente. Por supuesto que no lo hago, pero si procede doy rienda suelta a toda mi dialéctica. La más chunga.
Así que puedo llegar a comprender que Del Bosque se haya mesado el bigote y haya dicho que vale, que estaría encantado de cambiar impresiones con la canciller; ella en alemán y él en español de Salamanca, imagino. Pero, ay amigo, lo que te propone Merkel no es un derroche de palabrerío sino una cena. No quiere hablar de negocios en una comida de ídem, sino partir la pana, llevarte a su terreno bajo la luz de la luna teutona. Y eso sí que no procede. No porque usted, don Vicente, sea un hombre de bien incapaz de lanzarse a la lujuria en brazos de una señora que tiene de sexy lo que yo de monje franciscano, sino porque esta mujer pretende convertirle a su causa, hacerle partícipe de la vida austera, convencerle de que no se puede ganar todo y que España tiene solo derecho a lo mínimo o, lo que es peor, que usted, señor Del Bosque, haría un digno papel como preparador en la liga alemana. Tanto que si logra unos resultados medio decentes hasta le recompensarían con un bonito apartamento de dos habitaciones en Benidorm,  en primera línea de playa. ¡Toma regalazo!
Lo peor, don Vicente, es que regrese usted de Alemania abducido para la causa germana, con ganas de buscarles las cosquillas a la Federación, quitarles las primas (no las de riesgo sino las buenorras, las de muchos millones) a los futbolistas y cambiar a Iniesta por un tipo muy moreno que renquea por los campos de Segunda B. Si hay que ahorrar, hay que ahorrar. Las señoras estupendas como Angela no se merecen menos.
Y lo más malo es que, entre repollo y coliflor, se de cuenta de que Merkel es en el fondo una madrastra buena que solo quiere nuestro bien, aunque sea poniéndonos el culo morado a base de azotes. Por eso, los españoles de a pie, que tanto le admiramos y hasta nos creemos todos sus anuncios de la tele, le pedimos que no vaya a cenar; que, si acaso, acérquese a Buckingham a tomar un té con pastas en compañía de la reina, que si James Bond pudo usted con más razón y, encima, se trata de una familia de ésas que tiene mucho cotilleo para entretenerle.
¿No le convence la idea? No se preocupe: yo le llevo a Burger King y entre Whopper y Long Chicken le canto aquello de Yo soy español, español con la boca llena. Unas risas. Eso sí, si me hace el favor, pague usted...


domingo, 12 de agosto de 2012

El Frente Ruso

Eso de que la música amansa a las fieras debe de ser un cuento chino que nos relataron de pequeños como tantos otros. Al ejemplo ruso me remito. En ese país se juzgó estos días a un grupo punk femenino por enfrentarse a Putin, la fiera del cuento, que más que amansada parece en estado de efervescencia.
Desconozco si al amigo Vladimir el gusta el punk, el cha-cha-chá o se dedica a tocar la balalaika en la intimidad, pero lo que está claro es que no le complace un pelo que tres chicas se desmelenen delante de una iglesia para implorar a su Dios, sea cual sea, que Putin no sea reelegido. Infructuoso intento por otra parte. En el momento de autos, no solo Dios estaba apagado y fuera de cobertura, sino que Vladimir se llevó la medalla de oro en la contienda y las chicas de las Pussy Riot están a punto de pasar tres añazos en el trullo escribiendo rapsodas. Y todo eso sin ni siquiera caer en el horrible pecado de componer la canción del verano. Tiembla, Pitbull.
El juicio a estas jóvenes se ha convertido en epicentro de atención mundial. Todo el que es alguien en el mundo de la música (desde Björk a Madonna) se ha hecho cruces clamando al cielo la injusticia de que el grupo haya sido acusado por cantar su opinión: la de que Putin es un memo y un dictador que no merece estar al frente de Rusia. No lo merece él y tampoco sus "súbditos". Lógicamente, ante tanto alarde de compañerismo famosil, las chicas se han venido arriba y han acusado a su presidente de estalinista, entendiendo por estalinismo esa época tan bonita de la historia soviética donde un puñado de tipos muy amables y considerados se dedicaba a hacer purgas y cargarse a gentes casi por el mero hecho de respirar.
No creo que Putin se atreva a jugar semejantes cartas, más que nada porque perdería. Pero sí es cierto que, en esta ensaladilla rusa de punk, faldas, cánticos y estrellas solidarias, a Vladimir le ha faltado un poco de saber estar. Porque el resto del mundo no nos enteraríamos de que las Pussy se acordaron de su familia en una iglesia si la policía no las hubiera detenido y el caso se propagara más rápido que el fuego. Entiendo que a nadie le sienta bien que menten a sus muertos cuando anda liado preparando chanchullos electorales, pero hay que pensar que tú tienes todo el poder y esas chicas no son más que unas jóvenes a las que les ha dado por el cante y, ya que estamos, tocarte las meninges. ¡Ni que fueran las primeras! Un poquito de por favor...
Como resultado de esta estupenda película de intriga, tenemos a tres artistas de buen ver convertidas en heroínas y musas de la canción (categoría que no sé si se merecen porque no las he escuchado jamás) y a un presidente reafirmando lo que todos ya sabíamos: que es un pedazo de dictador al que no le tiembla el pulso para echar mano a todos los medios que sean necesarios hasta conseguir sus fines. Ocurra lo que ocurra tras la sentencia del día 17, tres mujeres le han puesto la vida del revés a Vladimir Putin: han adquirido fama internacional (fortuna vendrá que ricas las hará) y han denunciado ante la comunidad internacional la impiedad y las malas pulgas que se gasta el presidente de todas las Rusias.
A menudo pienso que el hombre no se hace a sí mismo, sino que se deshace. O será que a los dictadores ya no los fabrican como antes... En fin, cosas mías.

viernes, 10 de agosto de 2012

Bandoleros

Ahora que Curro Jiménez ha vuelto a la televisión y una serie de Antena 3 se pasea por las sobremesas con el flamante título de Bandolera, a algunos miembros del SAT (Sindicato Andaluz de Trabajadores) les ha dado por hacer lo propio y convertirse en Robin Hood y su banda versión sureña.
El grupo está comandado por Sánchez Gordillo, diputado de Izquierda Unida y alcalde de Marinaleda, un pueblecito de Sevilla cuya gestión merece ser mirada e, incluso, copiada, aunque sea de lejos (gracias, por cierto, a la persona que me puso sobre la pista de Marinaleda, aunque sé que siempre le ha olido a cuerno quemado el que yo le agradeciera cualquier cosa). En el fondo, sus planteamientos y los de quienes les siguen en esta cruzada contra la injusticia tienen mucha razón de ser. Estoy completamente de acuerdo con él/ellos en tanto en cuanto proclaman que, mientras se ahoga al trabajador, España y quienes la gobiernan parecen incapacitados para repartir los recursos sobrantes, aumentando pobreza y riqueza a partes desiguales. Hay, por ejemplo, excedentes de producción que no se destinan al socorro de los más necesitados, un número inusual de viviendas vacías... y no sigo porque me pierdo.
Pero, sin embargo, estoy en total desacuerdo con esta forma barriobajera y macarra de proceder de un grupúsculo del SAT. Supongo que ahora entrarán en escena todos aquellos que me llaman fascista pero, qué quieren, a mí, esto de entrar por la fuerza en un supermercado, amedrentar a los trabajadores y al público y llenar los carros de la compra para salir por la puerta tan pagados de sí mismos, me parece, no un acto de rebeldía, sino un saqueo. Por semejante regla de tres, a muchos no nos nos sobrarían razones para entrar en una joyería y arramblar con los Rolex o hacer lo propio en un concesionario de coches y llevarnos una Berlina. Todo es ponerse.
Vale que el acto encierra un gran valor reivindicativo y simbólico pero ejemplar, lo que se dice ejemplar, no es. Y mucho menos desde el momento en que vemos (juro que mis ojos lo han presenciado) a uno de estos integrantes del SAT emprenderla a empujones e insultos con una trabajadora del Mercadona de Arcos de la Frontera que, únicamente, estaba desempeñando su labor e intentando que una manada de búfalos no se llevaran los panes y los peces del súper. Esa mujer asustada y deshecha en lágrimas también es una trabajadora y el hecho de amenazarla y asustarla no dice ni mucho ni bien de esta panda de sindicalistas. Incluso me fastidia calificarles como tales aunque lo sean.
A su favor, decir que el gobierno se lo ha tomado fatal, poniéndose en evidencia y, de paso, engrandeciendo al SAT ante los ojos de cierta parte de la opinión pública. Es lo que tiene mezclar la política con la fonética. Estoy convencida de que si a una banda de gitanos les da por hacer lo mismo en El Corte Inglés de Sevilla, el gobierno en pleno seguiría a estas horas tan feliz, haciéndose la pedicura y tumbados al sol que más calienta, dejando que la policía y el juez actúen en consecuencia. Pero aquí se ha formado un guirigay estupendo y tremendamente goloso para sacarle rédito: sindicalistas, comandados por un político de IU, y en una Comunidad Autónoma que no gobierna el PP. Razones le sobran a Rajoy para dar vía libre al proceso de escarnio.
Ser Robin Hood es muy bonito en las películas, porque nunca se ve lo que sufren los buenos y sí lo que penan los malos. Pero la realidad es muy distinta, y las "hazañas" de unos pueden acabar pasando serias facturas a quienes menos lo merecen. Comprendo las ansias de rebelión, el cansancio y las ganas de hacer cosas, pero no creo que ése sea el camino, por mucho que Sánchez Gordillo, una figura pública a la que no niego sus méritos, lo siembre de piedrecitas. A lo mejor es que, para ellos, no se trata de robar a los ricos y dárselo a los pobres, sino enseñar a robar a los pobres para que se procuren el sustento. Si alguien le encuentra sentido, que me lo explique, porque mi precaria inteligencia le ve la emoción y, aun así, continúa sin distinguir la razón. Tal vez están en lo cierto quienes dicen que soy ultraconservadora...

miércoles, 8 de agosto de 2012

Aparentemente

Si no es porque estamos en agosto y aún nos quedan unos cuantos meses para acercarnos a la señalada fecha del Día de los Inocentes, diría que la noticia con la que me he despertado esta mañana es una broma o un fake. En realidad ya estaba despierta, pero semejante información me ha abierto lo que aún estaba cerrado: las orejas, media pestaña y la mala leche.
Se trataba -se trata- de una nueva relacionada con ese aeropuerto de Castellón que, salvo para anidar pájaros, no sirve absolutamente para nada. Según cuentan los teletipos, ya tenemos el primer vuelo operativo en semejante dislate. Y no, no se trata de aviones de papel ni de un grupo animado de juguetes manejados por control remoto: estamos ante una aeronave tripulada, de las que aterrizan e, imagino, también despegan. Pero no arrojemos todavía las serpentinas y guardemos el confeti en el cajón de los calcetines, porque dicho acontecimiento no ocurrirá hasta finales de año. Entonemos todos a coro un oh muy grande.
Imagino que el señor Carlos Fabra, después de contribuir a arruinar la Comunidad Valenciana y pasear palmito y caradura por los juzgados, estará que se le saltan las gafas de sol de puro gozo. Al fin, esa obra mastodóntica, inútil y vergonzosa, va a perder su virginidad a manos de un aparato. Enhorabuena a los premiados y mi más hondo pesar a los contribuyentes, que han sufragado de su bolsillo una megaconstrucción a todas luces inapropiada e inútil, para gran contento del hombre al que más veces ha tocado la lotería en este santo país.
En mi humilde entender, y juro que no me mueve la envidia, Fabra no es más que un gañán de pueblo, uno de esos ricos sin base cultural ni ética para sustentar su riqueza, que es feliz vanagloriándose y mostrándole al mundo sus muchas posesiones. Solo uno más de una especie que se reproduce muy rápido en este país y que, incluso, hemos tenido la desdicha de exportar a otros lugares de América Latina hace ya siglos: el de aquel que subsistes única y exclusivamente por y para aparentar, tipos a los que rascas y lo único que te encuentras es mugre. Como las monedas de chocolate: goloso oro por fuera pero se deshacen por dentro.
Lo que no entiendo es que, si todos tenemos la capacidad de distinguir a este tipo de ejemplares a kilómetros, cómo existe quien todavía se deja embaucar por sus delirios de grandeza. Imagino que no hay como alardear de fortuna para atraer a los tontos pudientes. En caso contrario, no puedo explicarme el que, a estas alturas, en España aún estemos obligados a mantener a semejante colección de individuos ocupados en medrar a la sombra de la teta del Estado. Me refiero, por supuesto, a aquellos reyezuelos de la Comunidad Valenciana, Marbella o Madrid, entre otros, que se creyeron señores del cortijo cuando no eran merecedores ni de vivir en una cochiquera.
Y no nos olvidemos de lo mejor: al imputado Fabra, además de todas las alegrías que nos ha dado, le debemos el detalle de haber colocado a su hija Andrea en el Parlamento de la nación para que nos jodiéramos todos. Se ve que la cultura no se hereda, pero la tontería viene de serie.
Nuestra ventaja es que ya nadie se cree las algaradas de este señor y su panda de amigotes. Cualquier actividad que acometa está y estará bajo sospecha. Es lo que tiene vivir solo de apariencias convencido de que los demás no miraremos bajo las alfombras. Mucho peor lo tenemos con aquellos que aparentan ser quienes no son, tipos interesantes, de atractiva personalidad, ética solida y solidaria e inteligencia despierta, y que un día pierden el compás y se rebelan como seres absurdos, obstinados en fingir para sobrevivir, aunque en semejante afán no les duelan prendas a la hora de destrozar a quienes tienen al lado. Comparado con esta raza, Fabra y sus imputaciones resultan hasta simpáticos. Y ahora, con aeropuerto y avión incluidos, ya solo le falta la gasolinera, el parking y la estación de bomberos para completar el Lego. Un par de premios gordos más y tenemos todos los bloques. ¡Tú puedes!

martes, 7 de agosto de 2012

Tiempo de amargura

Hace ya tiempo vi una película protagonizada por un tipo cuyo mayor mérito era haber vivido la vida rodeado de personas interesantes. Allá donde iba topaba con personajes populares por su carisma, pero también por su talento. No soy capaz de recordar mucho más de la historia salvo la envidia sana que me empezaron a dar ese tipo de afortunados individuos, capaces de ejercer de imán con gente relevante y, sin embargo, conseguir brillar como nunca a su lado.
Un caso parecido es el de Chavela Vargas, con la particularidad de que "la chamana" ha brillado en muchas ocasiones más que la estrella que tenía a su vera. A la Vargas, hija adoptiva de México, se le pueden adjudicar muchos méritos pero, a mi parecer, el más importante es la libertad con la que vivió su vida, el factor definitivo para aglutinar a su alrededor tantos y tan buenos artistas, tanta gente singular.
Comprendo que haya a quien la música de Chavela le traiga al pairo, y estoy convencida de que mucha de la gente que la rodeó no serían precisamente amigos míos llegado el caso, pero lo que la ha hecho grande es haber dicho lo que pensaba tal y como lo pensaba y haber convertido cada letra entonada por ella en arte. Porque, a pesar de que muchas de sus canciones lleven las firmas de los autores más diversos, en boca de Vargas se convierten en cantos del alma, una especie de filosofía de vida que a todos, incluso aquellos más alejados de este tipo de ritmos, nos convendría repasar en nuestros días más difíciles.
A diferencia de otros que dicen que no y que sí siempre a los mismos, Chavela dijo no cuando procedía y si cuando le apetecía. Y esto me parece mucho más fundamental que las mil y una noches perdidas en los brazos de una botella de tequila. Ella se dejó acompañar por los más fuertes, los más carismáticos, los que más sufrían y también los que más se comprometían. Y a su lado Chavela se hizo grande, se convirtió en mito porque aprendió de las personas, de los hechos y de la historia que le tocó vivir a su lado. Por eso es una de las pocas mujeres en el mundo a la que se le permitió dar lecciones de vida sin ser enjuiciada por ello. El respeto es lo que tiene, que no se gana haciéndole la rosca a los demás y diciendo sí siempre a quienes menos lo merecen, sino significándote y consiguiendo que tus propias ideas calen en quienes están cerca de ti, haciéndolas suyas.
Chavela Vargas vivió los últimos años de su vida en Tepoztlán, el que para mí es el lugar más mágico sobre la tierra. Creo que se merecieron el uno a la otra y la otra al uno, porque este pequeño pueblito mexicano, que descansa a la sombra del cerro, es un lugar lleno de fuerza y de energía, que te hace sentir diferente en cuanto pones un pie en él. No me imagino un lugar más especial para vivir y para morir.
Con Chavela no solo se nos ha ido parte de su música, sino también de una personalidad única. Nos queda el consuelo de que, como ella bien dijo días antes del óbito "yo no muero sino que trasciendo". Es la suerte de quienes son especiales, que el fallecimiento físico engrandece su recuerdo y fija su huella en quienes le sobreviven.
Y aun así, buscando consuelo en su música, en su vida y en su legado, sigo pensando que las amarguras son más amargas ahora que ya no las va a cantar Chavela Vargas. Ojalá vengan muchos más que sigan su estela y vuelvan a poner voz al dolor y al desamor con la sabiduría de la gran dama.
P.D.: Esta noche, a eso de las 21:30, Canal + emite el programa Epílogo con una entrevista a Chavela que no se podía programar hasta después de su muerte. El homenaje lo completan uno de sus conciertos y un documental. Imprescindible.

lunes, 6 de agosto de 2012

Cinco lobitos

Entre las cosas que no entiendo está el cómo demonios ha conseguido el lobo sobrevivir durante tantos años. Lo han tenido todo en contra: el hombre, el entorno... hasta los cuentos populares han hecho saña con la figura de un animal que no se merece semejante maltrato físico y moral.
Recuerdo que, de pequeña, cuando me preguntaban en qué animal me gustaría reencarnarme, yo respondía que en lobo. Teniendo en cuenta que la mayoría de mis compañeros elegían para tal fin caballos, leones, águilas etc y que la escasez de ratas y cucarachas era manifiesta, yo ocupaba el lugar más rastrero de la cadena. Pero una es así, y el lobo siempre le ha parecido un animal leal, autosuficiente y solitario, aunque muy apegado a los suyos. Parecido a una servidora, vamos.
También acumulo vagos recuerdos de insólitas partidas para cazar estos animales en las aldeas más profundas del Norte de España. Cualquier ataque al ganado venía con el culpable marcado de serie y los hombres no descansaban hasta ver al malhechor pagar por sus fechorías. Era muy cruel pero, según apostillaban los más, también necesario. Supongo que ya entonces dudaba de que la justicia y la verdad estuvieran del lado de la escopeta.
A medida que fueron pasando los años, las autoridades empezaron a descifrar el mapa de la fauna y flora y decidieron que era necesario preservar al lobo y otros depredadores para respetar el equilibrio natural y que, en el fondo, el animal no se merecía la mala prensa que le habíamos colgado. Muchos vimos El hombre y la tierra y entendimos que, si el lobo tiene hambre y hemos esquilmado sus recursos, en algún lugar deberá buscar la comida. Y si para ello necesita atacar un rebaño, lo hará. Desafortunadamente, estamos ante un animal que todavía no entiende de señales de stop ni de vallados. Así que, poco a poco, se procuró que viviera en un hábitat con todas las condiciones necesarias para su supervivencia. No obstante, seguía habiendo cazadores furtivos a los que apenas se les criticaba por agenciarse la piel del lobo; a fin de cuentas, la bestia es la bestia y resulta mucho más perdonable asesinar a la fiera a sangre fía que torturar a un lindo gatito y colgarlo en Youtube.
Los que hemos seguido más o menos de cerca el devenir de esta especie en los últimos años, agradecemos que todavía pervivan en los Picos de Europa algunas manadas. Se trata del único rincón de Europa Occidental donde aún habita la especie y sin embargo ahí sigue el hombre, con la escopeta cargada dispuesto a abrazar su exterminio. Según parece, la Directora General de Desarrollo Rural del Principado de Asturias, Tomasa Arce, ha desvelado que va a permitir algunas batidas para cargarse a unos cuantos ejemplares. No sé con qué autoridad porque, tal y como yo tengo entendido, este tipo de medidas, de competencia estatal, solo son adoptadas por el Ministerio de Medio Ambiente después de varios estudios sobre el terreno y una vez demostrada su urgencia y necesidad. Lógicamente, tras la decisión de Tomasa se esconde lo de siempre: el cabreo supino de los ganaderos que no reciben no sé qué subvenciones. Y me temo que la cosa irá a peor, porque la economía no está como para ir subvencionando a troche y moche, en palabras del Señor de los Recortillos.
Permitiendo a los ganaderos disparar a matar se calma a la bestia... humana. El dinero que no les llega hubiera servido para cubrir las bajas de esas cabezas de ganado que, según dicen, han caído víctima de los lobos. No lo dudo, pero también creo que abrir la veda saltándose a la torera las normas más elementales de conservación de las especies es el principio del fin. Obviamente, las autoridades deben defender la ganadería de los Picos de Europa, de la que viven un gran número de familias, aunque también el ecosistema de una de las zonas más ricas de nuestro país y de Europa.
Pero, como siempre, los enredos burocráticos, el pasarse la pelota entre instituciones como si fueran el centro del campo del Barça, corren en contra de lobo, mientras que, de manera muy oportuna, aumenta su fama de depredador víctima de los intereses creados. A pesar de todo yo continúo creyendo que ni se lo merece él ni nos lo merecemos nosotros. De seguir así, al final solo nos quedarán los cinco lobitos del cuento. Y pronto, ni eso...

domingo, 5 de agosto de 2012

Tirar del carro

Hace años solían aparecer "serpientes de verano", una serie de noticias que, a pesar de su ausencia de contenido, sembraban el estío de debates absurdos y conversaciones sin principio ni final. A lo mejor tenemos que agradecerle a los medios el que nos hayan proporcionado una información tan trascendente como la detención del cachorro de las Nuevas Generaciones del PP, Ángel Carromero, en Cuba, tras salirse de la carretera el coche que conducía con la consiguiente muerte de dos de sus ocupantes.
El suceso hubiera sido una concatenación de desdichas si no fuera porque uno de los finados era Oswaldo Payá, conocido opositor cubano. Recordemos también que sobre el incidente sobrevuelan unos cuantos fondos pecunarios que, al parecer, iban destinados a nutrir a la oposición cubana en su afán de acabar con el régimen castrista. De no acontecer lo terrible, el suceso hubiera acabado convertido en uno de los episodios más tragicómicos de la diplomacia española, ésa misma que parece sacada de algún sketch de Los Morancos con Arévalo de estrella invitada.
Entiendo que Ángel Carromero quisiera pasar a la historia, no universal, pero si del PP, haciendo méritos para convertirse en un firme candidato a ocupar las más altas cotas de la miseria. A lo mejor desde niño había soñado con ser un superhéroe que salvara al mundo, así que no vio ocasión mejor que la que aquí nos trae, cuando conchabado con un sueco rubio y muy poco valeroso, rimbombante presidente de la Liga Juvenil Cristianodemócrata, reunió un puñado de euros y voló más allá del horizonte para presentar sus respetos a la disidencia cubana en la misma guarida del monstruo. Con lo que no contaba nuestro Ángel sin alas es que la realidad dista mucho de la ficción y, a veces, uno no acaba como el héroe que quiere ser, sino como el reo que es.
La aventura de Carromero me parece un despropósito de principio a fin, que dice muy poco en favor de sus protagonista y de aquellos que, sin duda, le alentaron y todavía insisten en que todo este embrollo no es más que una conspiración izquierdosa digna de ser discutida en los grandes debates internacionales. ¡Y un jamón! Si cualquiera de nosotros, estando de vacaciones en un país extranjero, conducimos un coche con pasajeros, se nos va el volante o la cabeza y mueren varios de los ocupantes del vehículo, estaríamos ahora en el mismo sitio que Carromero: en prisión preventiva a la espera de juicio. Da igual que fuéramos rojos, verdes o nietos de la Duquesa de Alba.
Lo que mosquea infinitamente es que este trágico accidente se quisiera vender en un principio como una conspiración absurda para mayor gloria de sus protagonistas. Que si vino un coche conducido por los muy malos y los empujó fuera de la carretera; que si todo era un inteligentísimo complot urdido por los seguidores de Castro para acabar con Payá... Pues va a ser que no. Todos cometemos errores y el de Carromero ha sido de los gordos.
Ta vez, lo mismo que le pasó a este chico, que según parece viajaba sin puntos en su carnet de conducir aunque su familia siga empeñada en afirmar lo contrario, nos puede ocurrir a cualquiera de nosotros. Pero convertirlo en un entuerto judió masónico con reminiscencias comunistas da risa sino diera tanta pena. A Carromero hay que echarle una mano, en forma de asistencia jurídica, como la que se le echa a todo español que tiene problemas en el extranjero, sean de la índole que sean. Respecto al accidente, aunque nos fastidie la digestión, se trata de un asunto estrictamente interno que solo compete a las autoridades cubanas. Su legislación es la que tiene la última palabra.
Otra cosa es que se demuestre que el ángel de la guardia iba a Cuba para cargarse al régimen o, por lo menos, poner su granito de arena en el penúltimo intento por acabar con uno de los reductos más rojos del planeta. En cuyo caso lo primero sería echarle una reprimenda de las gordas (a ningún llanero solitario en su sano juicio se le ocurre vaciar la hucha dentro de la maleta para intentar derrocar a alguien) y luego intentar que el caso no afecte a las ya tocadas relaciones exteriores del PP que amigos, lo que son amigos, no están haciendo.
En el peor de los casos, en el de que el mencionado Ángel viajara hasta Cuba como avanzadilla de una conspiración de la derechona española, yo de sus colegas y mentores me pondría ya a silbar mirando para otro lado, dejándole que él solito tire de su carro. Que Ángel pague por sus pecados dónde y cómo la justicia decida y, la próxima vez, si la hucha está lozana, contratáis a James Bond, que si puede hacer que la reina Isabel salte en paracaídas en medio de un estado olímpico, lo mismo os da una alegría y consigue que Fidel Castro, al menos, se afeite la barba. Total, el no ya lo tenéis...

viernes, 3 de agosto de 2012

Mal educadas

"Demasiada educación para las mujeres puede perjudicar la calidad de vida de la nación". No lo ha dicho Gallardón, aunque muchos (y sobre todo muchas) estamos seguras de que lo piensa. Semejantes perlas han salido de la boca del rabino Zvi Tau, un señor tan religioso como tradicionalista, que ha escrito un tratado en el que describe la vida ideal separada por sexos y, claro, a las hembras les ha tocado lo que ya viene de serie: el cuidado del hogar y de los hijos.
Este rabino, nacionalista de gran prestigio internacional, ha puesto por escrito lo que viene siendo la última vuelta de tuerca del machismo intelectualoide al que que tantos recurren por temor a no sé muy bien qué. O si lo sé, ya que, a pesar de los avances que hemos experimentado en los últimos años, todavía nos sobreviven hombres que temen una posible superioridad femenina, como si las mujeres, en una conspiración sin precedentes, estuviéramos preparándonos para tomar las agujas de calceta y, acto seguido, conquistar la sede de Bankia para montar una mercería.
Pues siento mucho desilusionarles diciéndoles que esto no va a ser así. Andamos demasiado ocupadas cuidando del hogar, los hijos y arreglando los entuertos de nuestros queridos varones como para ponernos el pasamontañas y tomar los mercados (si es el de frutas y verduras podemos, ¿a qué sí?). A lo mejor somos lo suficientemente listas para pensar que hay cosas que se resuelven con la inteligencia y no con la fuerza, pero, bueno, ésta es una idea disparatada sin fundamento alguno, como todo rabino de bien pensaría.
Volviendo al judío iluminado, decir que su tratado de buenas maneras y mejores costumbres se basa en que la mujer es más emocional y el hombre más cerebral. Vamos, que ha descubierto América en lo que yo tardo en hacer zapping. Lo que sí ha entendido el buen hombre es que, conforme a dicha diferencia intelectual, la mujer no está preparada para ocuparse de las profundidades de la ciencia y la moral. Imagino que, en su prodigiosa mente, Marie Curie descubrió el radio de casualidad, mientras estaba preparando una salsa chimichurri para agasajar a sus cuñadas. Siguiendo esa misma regla de tres, Rosalind Franklin se encontraba reciclando tiritas usadas cuando se entrometió en el asunto del ADN (mujeres.... siempre enredando) y los primates a los que dedicó su vida Jane Goodall no eran tales sino una simpática banda de peluches suicidas.
No tengo nada contra el rabino Tau porque, entre otras cosas, no nos conocemos, pero me siento en el deber de poner en solfa su concepto tan misógino de la ciencia, que eliminaría de un plumazo a varias de mis compañeras de colegio, quienes tuvieron la osadía de escoger la rama científica cuando su femenina misión era irse por letras. Incluso yo, que en su día acaté la rama mixta y profeso una profunda y mal disimulada devoción por las matemáticas y la lógica, me estoy dando de cabezazos contra la pared por ser solo una mujer a medias. Ay no, que las medias me dan alergia... En fin, una porquería.
Y luego está el asunto de la moral. Tantos años encargándonos de la educación de los hijos, de la inculpación de los principios fundamentales de la bonhomía, intentando favorecer la sociabilidad y la convivencia para que luego venga un señor en 2012 a decirnos que lo hemos hecho todo mal y que de eso de la moral se encargan los hombres. Sí, incluidos todos aquellos de que, como decía Loquillo son "de otra época y corte moral; resuelven sus problemas de forma natural. Para qué discutir si puedes pelear". Será por dicho motivo que las políticas islandesas, tras empezar a sacar al país del agujero al que le habían condenado los bancos y los mercados, perdieron las últimas elecciones en favor de los de siempre, encabezados por un tal Grimsson que, aunque tomó un par de decisiones muy mediáticas, fue en su día cómplice de los empresarios que arruinaron la nación. Pero, claro, como él es un señor recto y moral y la líder de la oposición una madre de seis hijos (de dos padres diferentes) que encima tiene la mala costumbre de salir de casa y pelear por su país... No hay color.
En fin, que tal como están las cosas, una ya no sabe si dedicarse a sus bordados o convertirse en Hipatia y dejar que, algún día, un Amenábar de andar por casa venga, y le haga la película. Y confiar en que el guión no lo escriba un hombre. Para progre y moderna, yo misma me sobro y me basto, gracias.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Los 400

De todas las medidas aberrantes que ha tomado este gobierno, siguiendo las directrices de otro que pretende alcanzar el cielo a través de la austeridad, una de las más insensatas (por no decir la más) ha sido la de eliminar el subsidio de 426 euros que se concedía a aquellos parados que ya habían agotado la prestación.
Tal medida supone así, calculando por lo alto, un ahorro de 2.000 millones de euros anuales. Parece mucho, es evidente, pero si tenemos en cuenta que a la iglesia católica, sin merecerlo, se le condonan al año unos 3.000 millones de euros en impuestos, ya me gustaría saber a mí dónde está la justicia. Sea divina o terrenal.
Cada día que pasa, el número de familias con todos sus miembros en paro aumenta. Son muchas las que se ven obligadas a malvivir con los 400 y pico euros que aporta alguno de sus miembros. Gracias a eso y a la caridad ajena, hay gente que, por lo menos, puede comer. Si a partir de ahora se les niega lo indispensable, estaremos condenando a una gran parte de la población española a vivir en la más absoluta miseria, lo cual es inhumano, indigno y merecería ser juzgado por el Tribunal de la Haya... o el que haya.
Las consecuencias de tamaño desbarajuste pueden alterar profundamente el mapa social y económico de España tal y como lo conocemos. Poniéndonos en el mejor de los supuestos, toda esta nueva clase de desarrapados cuenta con la opción de lanzarse en brazos de la economía sumergida, con lo que adoptaríamos el modelo de muchos países de América Latina a quienes este tipo de riqueza ha llevado durante años por el camino de la amargura. En parte es la senda que ya hemos tomado, porque si no nadie se explica que, con cinco millones y pico de parados, el país aún no haya estallado en mil pedazos.
En el caso peor, caminamos directos hacia una aumento salvaje de la delincuencia y a una revolución social de consecuencias imprevisibles, tanto dentro como fuera de España. Un panorama casi apocalíptico al que Rajoy y los suyos nos conducen por la mísera cantidad de 426 euros al mes, el límite extremo entre la pobreza y la miseria. Y estamos hablando de una norma arbitraria, egoísta e insolidaria, tomada por gente que, aun poseyendo vivienda propia en Madrid, lugar donde está el Congreso de los Diputados, tienen la caradura de cobrar dietas por desempeñar un trabajo al lado de casa (alojamiento, comidas, etc) que, encima, les pagamos entre todos.
Intentar solucionar una crisis siguiendo un modelo que se ceba en los más débiles, empobreciendo a la mayoría de la población para solaz de unos cuantos es estúpido porque, en el fondo, nos condena a todos. Para más inri, estamos acatando como propios unos parámetros que nos son ajenos, obedeciendo los dictados de un país, Alemania, cuyo brazo armado es la Unión Europea y que siente un miedo atroz a la pobreza. Porque sí, Alemania también fue pobre (a la historia del siglo XX me remito) y, como Escarlata O'Hara, juró no volver a pasar hambre en la vida, aunque fuera a costa de la supervivencia de los demás con medidas carente de lógica y futuro. Un gobierno incapaz de rebelarse ante las exigencias desproporcionadas que van en contra de sus principios y de las personas que representa es un gobierno desacreditado desde su nacimiento, inhabilitado para copar los lugares más altos de la administración.
Al igual que cuando alguien no puede tomar decisiones coherentes en su propio beneficio, nuestro deber como pueblo soberano y solidario es pedir la incapacidad a perpetuidad de aquellos que nos rigen prensando solo en el beneficio propio y en un malentendido bienestar comunitario, aunque para ello tengan que hundir y humillar vidas ajenas. Y todo por cuatrocientos cochinos euros. ¿De verdad vale la pena?