domingo, 31 de julio de 2011

Miedo

Los sucesos del 11-S causaron un desorbitado número de víctimas, gran parte de ellas afectados por problemas psicológicos. Esto ya es de por sí totalmente reprobable, pero tampoco hay que despreciar el uso que hicieron del ataque grupos políticos y sociales, convirtiendo el miedo en su instrumento de auge y, en algunas ocasiones, triunfo. George Bush jr. sacó buen partido de esta instrumentalización de la población civil, aunque le duró poco. A raíz de todo aquello, sin embargo, se volvió a la tercermundista idea de que lo bueno es siempre lo de uno, que lo extraño supone un peligro por el mero hecho de ser desconocido, y que hay que atacar antes de preguntar.
En el Partido Republicano de Estados Unidos surgió el llamado Tea Party, que en Europa tiene muy mala prensa pero desconozco las sensaciones que despierta allá donde mora. Este grupo vive anclado en principios ultraconservadores, muchos de ellos propiciados por la dictadura del miedo. Hace meses, reputados comentaristas políticos le auguraban un futuro mediocre y, mire usted por dónde, ahora se ha destapado como un auténtico peligro público. Ellos, principalmente, son los que están minando este deseable entendimiento entre republicanos y demócratas que evitaría la suspensión de pagos en el país y el consecuente tsunami que amenaza nuestras costas y nuestros bolsillos, porque no olvidemos que, cuando alguien estornuda allende los mares, aquí pillamos todos la gripe A.
Vaya por delante que la ideología del dichoso Tea Party me parece deleznable, al igual que su uso del miedo. Es muy triste vivir anclado en el terror y las amenazas. Desconfías de cualquiera, lo cual te hace peor persona y te acaba convirtiendo en ciudadano de tercera incapaz de socializar ni empatizar con el de al lado. Pero tiene la gran ventaja política de aborregar a las masas. Todos, cuando hemos sentido pánico, nos hemos refugiado en quien nos había prometido protegernos, ya fueran nuestros padres, profesores, mentores, pareja... Lógicamente, si estamos convencidos de que vamos a ser víctimas de un ataque nuclear en cuanto demos la vuelta a la esquina, adoraremos a papá Estado, que se presenta como el único capaz de defendernos y propiciarnos los recursos para salir indemnes de tamaño dislate.
Pero, en mi opinión, la culpa de lo que ocurre en Estados Unidos no solo es patrimonio de los chicos del té y sus acólitos. Gran parte de esta situación es consecuencia directa de su propio sistema bipartidista. Un sistema que se ha colado en nuestras democracias aun sin base legal que lo propicie o respalde.
En España, el partido en la oposición normalmente se ha apropiado de nuestras pesadillas culpando de ellas al partido gobernante. No valen alternativas positivas, sino el mensaje de que lo están haciendo muy mal, son unos villanos de primera y, como tales, permitirán que los monstruos se nos cuelen debajo de la cama. No hace falta ideas ni propuestas: basta con que los gobernantes de turno se ahorquen con su propia cuerda. Es cierto que tenemos derecho a sentir pavor ante la crisis, el paro, el hundimiento de los servicios públicos... pero también a experimentar cierto resquemor viendo las actuaciones de quienes nos representan, sean de uno u otro sesgo. Sus enfrentamientos de altura política y bajeza moral son los que nos realmente nos dividen. En este sentido, la clase política se está conviertiendo en los auténticos hombres del saco. Ellos y los amiguetes que ostentan el poder económico. ¿La única solución? Indignarnos mucho y enfrentar nuestros miedos con responsabilidad y sentido común. Es la manera de dejar de sentirlos y mandar a esta tropa a tomar el té bien lejos.

viernes, 29 de julio de 2011

Fanáticos

Es curioso que, cada vez que ocurre una tragedia, tendemos a echarle la culpa al malo más malo (o a Dios, si la cosa va de naturaleza desbocada). No lo podemos evitar. Lo que más nos cuesta es imaginar que, en nuestro entorno, entre nuestros vecinos, compañeros de trabajo o amigos se esconde un psicópata del que jamás hubiéramos intuido sus deseos de destrucción.
El caso de este hombre despreciable, el tal Anders Breivik, el noruego capaz de dedicarse a acabar con sus compatriotas como quien sale a la caza de liebres, es paradigmático. Lógica la primera reacción del gobierno noruego echándole la culpa al terrorismo islamista. En la época de la guerra fría hubieran sido los rusos y, en España, ETA, aunque como desde hace un tiempo contamos ya con dos malos oficiales, seguro que nuestros mandamases tendrían el corazón partido a la hora de buscar culpables. En resumen, que es de recibo echarle los perros al que vive lejos, presume de una cultura opuesta a la nuestra, que es la "más mejor", le conocemos apenas de vista y su mala fama le precede. Los acontecimientos siguen siendo horribles, pero a nuestra sociedad, al menos, le queda la tranquilidad de no haber criado un monstruo.
Sin embargo, en un mundo en el que vivimos, donde todos tenemos acceso a prácticamente cualquier tipo de información, donde medios como Internet permiten el aislamiento sin mermar la supervivencia, es relativamente fácil no saber si al vecino se le ha ido la pinza o no. Sobre todo porque ni le conoces. Tampoco es que el tema sea culpa de una comunidad o de un país, sino que más bien se convierte en un mal global. Al parecer, el terrorista noruego había incluso elaborado una especie de manual para cargarse al mundo mundial. Había calculado gastos y eficacia y hecho un ranking posicionando atentados masivos con un coste asumible y una destrucción inadmisible. Llama la atención que la medalla de bronce se la haya llevado el Prestige, la tragedia que asoló flora y fauna de las costas gallegas. Al tal Anders le parecía el colmo de la fiesta cargarse la biosfera poco a poco. Así se las gastaba el muchacho.
Este tipo de personajes va por la vida, ya no de listo, que también, sino de leído y cultivado. No sé a qué clase de cultura ha tenido acceso el muchacho, pero, o ha entendido lo que ha querido, o le ha llegado bastante sesgada. Yo soy de las que opino que la intolerancia se cura viajando, conociendo gente, leyendo y asumiendo las palabras de sabios con más experiencia que tú. Desde luego, nunca encerrado en tu mundo y jugando a ser un Doctor Moriarty de pacotilla. Y lo digo porque tanto
Anders como esos estudiantes estadounidenses a los que, muy de vez en cuando, les da por entrar en sus centros académicos y liarse a tiros, son seres solitarios, con una relación muy estrecha con el ciberespacio (y fría con las personas), y una vocación de gurú inasequible al desaliento. Piensan que no solo sus acciones están justificadas, sino que servirán de ejemplo a las generaciones venideras. Todos, sin excepción, dejan una especie de testamento sociopolítico para mayor gloria de otros aprendices de psicópatas.
Mirémonos un poco el ombligo a la hora de culpar siempre al que tiene cara de malo (incluso en el cine, los que hacían de villanos solían ser en realidad personas muy afables, no así los protas buenos) y tratemos a esta gentuza como se merece dándoles la importancia justa. No creo que se deban contar al mundo los pensamientos de Breivik, y también me da en la nariz que al gobierno de su país no le convence un pelo que este tipo siga vivo y vivaz. Los comunicados de nuevos acólitos que se pueden recibir en la cárcel donde reposa seguramente llenarían sacas. A la fama pasando por el infortunio. Demencial.

P.D.: Mi posdata iba a versar sobre los indignados (hacía tiempo que no daba mi opinión), pero a Zapatero, ese hombre que desde hace un tiempo nunca hace lo que dice que va a hacer (un comportamiento que me produce rechazo visceral; no podríamos ser amigos), le han entrado las ganas de irse de vacaciones convocando elecciones anticipadas. A lo mejor es que se ha venido arriba con la subida en las encuestas de Rubalcaba y no quiere fastidiar el asunto ahora que ve un mini rayito de luz al final del túnel. Todo parece indicar que en noviembre tendremos sarao. Los insultos, descalificaciones y bravuconadas que nuestra clase política puede practicar hasta entonces amenazan con dejarnos tocados. Quien pueda irse del país más de once días (la menda se larga de viaje en septiembre, ¡albricias!) que los aprovechen y disfruten.

miércoles, 27 de julio de 2011

Un poquito muertos

Por más que le doy vueltas, no entiendo la obsesión de ciertos famosos descerebrados por dejar las mieles que tienen en este mundo y dormir el sueño eterno. O sea, palmarla. Ellos, a quienes basta un chasquear de dedos para conseguir hacer realidad sus deseos (todos, hasta los más retorcidos) se empeñan en abandonarnos y convertirse en leyendas lo antes posible. Y lo cierto es que se lo trabajan.
Es humano ansiar una vida de lujo y desenfreno: tener a tu disposición las cosas más caras, los cuerpos más perfectos. Y es de privilegiados conseguirlo. Pero hay alguno que, en cuanto lo logra, lejos de deshacerse en alabanzas al más acá o el más allá por convertirle en dios en la tierra, se lanza de cabeza a un camino de autodestrucción como si llevara sobre sus hombros todos los pecados de un asesino en serie.
Muchos dirán que el éxito les sorprende muy jóvenes y que su raciocinio no está lo suficientemente formado como para asimilar todo ese derroche de placeres que le asedia. Yo diría más bien que, den la imagen que den, estamos ante voluntades débiles manejadas por intereses que les son del todo ajenos emocionalmente, que no pecuniariamente. Hablo en general, insisto. Para alguien con los objetivos tan claros como oscuros son sus escrúpulos, debe de ser un juego de niños manejar a una personalidad a quien le sobra talento pero le falta formación humana. Si a los que hemos vivido auges y caídas se nos va la pinza en el caso poco improbable de que nos toque la Primitiva, imaginémonos lo que puede ocurrir con alguien a quien la vida le está pasando de refilón. Carnaza para los buitres.
Creo que todos somos responsables de nuestros errores. Pero también es nuestra responsabilidad enmendarlos y no regodearnos en ellos. Si alguien te hace una faena, la confianza se resiente y sabes que tienes que tomar tus precauciones, porque es muy probable que tan bella persona te la vuelva a meter doblada si le das la oportunidad. Todos estamos avisados. Y, poco a poco, a fuerza de practicar el ensayo/error, uno se da cuenta de quiénes son los que le rodean y hasta qué punto tiene que hacer criba.
Imagino que el asunto se complica cuando eres una superstar, te acompañan a perpetuidad las mismas cinco caras de siempre, quienes ya se encargan de convencerte de que sin ellos no eres nadie, y te convierten en un inútil social, incapaz de encontrar los baños en un restaurante. No entremos ya con ese convencimiento que les ilumina a ciertos personajes de que algunas sustancias les hace mejores artistas y que ellos pueden ponerse hasta el moño porque están por encima del bien y del mal y, además, en cuanto quieran, lo dejan. Para chulo, chulo, su pirulo.
Yo confieso que era muy fan de Kurt Cobain, que me encantaba Janis Joplin (¡y Jim Morrison!) y que me creía la imagen pública de buen chaval que destilaba River Phoenix. Por eso no entiendo su final. La mayoría de nosotros estamos ahí, a expensas de cómo venga la marea. Sufrimos, lloramos, nos hundimos y salimos a flote, a veces incluso con muy poca ayuda. Sin embargo, a los habitantes de nuestro olimpo particular les basta un pequeño susto para despertar vientos y tempestades. A lo mejor porque, cuando vives instalado en la adrenalina continua, cualquier bajón es una caída a los infiernos.
Ojalá estos (malos) ejemplos no cundan. Más que nada porque siempre habrá algún fan fatal deseoso de imitar a su ídolo en sus últimas consecuencias. Y recordemos que cuando nos ocurre algo originado por nuestra propia idiotez o tomamos una decisión equivocada a sabiendas, la culpa a lo mejor es nuestra, pero el sufrimiento se convierte en patrimonio de quienes más queremos. Y a eso sí que no hay derecho.

martes, 26 de julio de 2011

Seducción

Desde siempre se me han ido los ojos detrás de esos cuestionarios de las revistas al famoso de turno. Me refiero a aquellos de "Cómo te gustan los hombres" (o las mujeres), "A quién admiras" (a papá o a mamá, no falla) y así hasta llenar una página entera con lo primero que le sale de la testa al interrogado. Para mí, la pregunta del millón es aquella en la que se le pide al interfecto que describa su perfecta noche romántica. Aquí todos son Arguiñanos, cocinan rico, rico, y encima opositan a decoradores de interiores, porque no faltan las velas, el jarrón de rosas (rojas, para qué innovar) y la música de fondo. Un derroche de originalidad, ya digo.
He de confesar que si a mí me disponen semejante escenario para echar un caliqueño, lo mismo me da la risa tonta y la lío. Es todo tan peliculero, tan irreal, que suena a chiste chusco. Si los que presumen de expertos en el arte de ligar creen que esto significa el colmo de la seducción, van apañados. La seducción, queridos, es otra cosa.
Para empezar, está bien que uno quiera seducir, pero tiene que ser la voluntad del otro querer ser seducido. Si no, no hay trato. Da igual el ambiente en el que se desarrolle la película: no vale con vencer, también hay que convencer. Y la mejor arma para hacer lo propio somos nosotros mismos. Pongamos que uno tiene la mejor voluntad para caer en los brazos del héroe romántico de turno. Es importante que este último le demuestre que, en ese momento y lugar, no hay otra persona en el universo conocido más lista, más guapa, más interesante y más... más que el objeto de su deseo. No desviar la mirada, demostrar que te importa lo que te están contando, insinuar cierta empatía... Tampoco se necesita mucho artificio para ganar el cielo.
En cuanto al lugar, la mitología está servida. Las respuestas del cuestionario que tanta curiosidad me despierta suelen incidir en un salón con chimenea (¡qué pereza!), un atardecer en una playa desierta o un paisaje de montaña (úsese lo que proceda), un restaurante especial... Tontadas. No digo que todo esto no esté bien, que seguro lo está, pero gustándote la compañía, lo de menos es el lugar. Puedes encontrarte en pleno apretujón de Metro en hora punta, que si quien te acompaña lo merece, los fuegos arificiales van a explotar sí o sí.
La seducción, para mí, encierra menos esfuerzo que ganas. Hay mucho gallito de corral que cree que montado la portada de una novela romántica y soltando el repertorio de frases célebres ya está todo hecho y no. Algo tan artificioso ayuda sin duda a enmascarar ciertas carencias, pero no a tocar la emoción del otro como solo lo hacen algunos sentidos que a todos nos vienen a la mente.
Por cierto, ¿qué contestaría yo a eso de cómo me gustan los hombres? Lo mismo que las mujeres, los niños y la gente en general: para empezar, con que me dediquen tiempo y lealtad voy servida. Sí, ya lo sé, pido demasiado....

domingo, 24 de julio de 2011

EnRedados

Soy una antigua. Si no fuera por el poso romántico que acompaña a la expresión, diría que soy más carca que La Dama de las Camelias. Hoy en día, cuando lo que le mola y pone al personal es mantener entusiastas relaciones a través de internet, yo me declaro ferviente seguidora del cuerpo a cuerpo. Vamos, que no concibo acercamiento alguno sin la inestimable colaboración de los sentidos.
Siempre he pensado que las cosas entran por los ojos. Las que nos gustan y las que no. De ahí las primeras impresiones. Una persona nos puede atraer en cuestión de segundos y, a partir de ahí, comenzar el cortejo y/o acercamiento. Lo que me cuesta entender es ese flechazo súbito que les sobreviene a algunos (y a algunas) sin poder tocar, oler, oír, saborear y, por supuesto, ver, al objeto de sus cuitas. No sé si genéticamente estamos siquiera preparados para tamaño salto evolutivo.
Reconozco que me han contando casos y cosas de personas que se conocieron a través de chats y redes sociales, que las chispa saltó entre ellas mediante el cruce de discursos, y que, con el tiempo, el trato personal superó las expectativas. Me lo tengo que creer porque hay pruebas empíricas de que el asunto funciona y de que ahí hay tomate del bueno. Opino que, lógicamente, el intercambio de floridas palabras con otras personas puede originar simpatías. Los foros son un estupendo punto de partida, porque se asientan ya sobre la base de temas comunes. Cuando los interes coinciden, el resto, con suerte, viene rodado.
Pero también opino que, aquí, escondidos tras una pantalla, todos somos Manolete. Yo siempre digo que la persona que escribe en este blog es, en realidad, mi alter ego. La mujer que soy piensa lo mismo, pero seguramente encierra muchas más debilidades, bastantes más intolerancias y algunas manías que tal vez no pasaran la prueba del algodón. O sí, vaya usted a saber. Pero tendría que hacer un auténtico ejercicio de ciencia ficción para pensar que alguien se pudiera enganchar conmigo solo leyendo mis entradas, sin verme ni catarme.
Me da la impresión de que todos estamos bastante solos. Y nos regodeamos en esa soledad hasta crear un particular avatar que es un hacha en el ciberespacio, pero pierde bastante en las distancias cortas. Y no debería ser así. Todos encerramos algún interés, en mayor o menos medida, y seguro que también somos o podemos ser importantes para alguien. Solo hay que trabajárselo. Lógicamente, es mucho más cómodo entablar relaciones estupendas con esos miles de amiguetes de Facebook, pero el verdadero curro es cuidar, alimentar y conservar una o dos amistades en la vida real. Ahí quisiera ver yo a todas esas estrellonas de las redes sociales. En la realidad nos cabreamos, nos equivocamos, tenemos bajones... y la prueba de fuego es que alguien nos aguante y hacer lo propio con él. Son esos baches los que nos permiten madurar como personas y emprender la criba entre toda esa paja de colegas bienintencionados que nos rodean, espertos en dar la espantá a las primeras de cambio y a quienes les produce dolor de bajos el llamarte de vez en cuando para saber cómo te trata la vida.
Personalmente, el amor cibernético me da susto. El sexo, cada uno que lo practique como quiera, pero los sentimientos son un terreno más difícil. Si ya me cuesta confiar en la gente a la que puedo ver y tocar (la confianza en los otros es mi bien más preciado, pero también el que más tiende a fallarme) no quiero pensar en lo que podría ocurrir con alguien a quien no soy capaz de sentir. Y, no obstante, estos enRedos del corazón tienen que tener un futuro estupendo por delante, porque si no no surgirían tantas empresas de contactos al amparo de esta necesidad de encontrar la media tuerca. Como decía mi madre, "siempre hay un roto para un descosido". Así que, aunque asuntos como estos me sean tan ajenos, enredénse los que puedan y quieran y ¡qué vivan los novios!

sábado, 23 de julio de 2011

El oficio

Quiero pensar que la mayoría de los que en su día nos metimos en este lío del periodismo lo hicimos por esa mezcla de aventura y servicio que encierra la profesión: no me imagino mayor satisfacción que estar al pie de la noticia y tener la posibilidad de contarla. Muchos amábamos y admirábamos (el amor es un, a veces, extenuante ejercicio de admiración) a esos periodistas de raza, bregados en los senderos más oscuros de la vida y siempre prestos a transmitir lo que captan sus sentidos. Sin embargo, me cuesta reconocer que ese aspecto épico del periodismo agoniza sin que parezca que nadie esté dispuesto a aplicarle los primeros auxilios.
Hoy, donde hasta el más lerdo dispone de una cámara a mano con la que retratar lo que pasa por sus narices, todos nos hemos convertido un poco en captadores de noticias. Cualquiera puede dar una exclusiva y, de hecho, los medios de comunicación se pueblan de seres de mirada aviesa dispuestos a poner a parir a su hermano por un puñado de euros. Es lo que hay. Todos contamos y todos estamos dispuestos a escuchar (y, peor aún, creer lo que nos digan). El periodista de raza, no obstante, se distingue de la media porque su curiosidad es infinita: quiere saberlo todo y de todos; pregunta, indaga, se mete donde no le llaman.... Y esas ganas de saber y conocer se aplican a cualquier aspecto de su vida. No, no estoy hablando de cotilleo. Me refiero a los deseos de saciar una sed que nace de lo más hondo y que no se refiere obligatoriamente a las historias de cama de cada cual. Un periodista vocacional indagaría menos en con quién se acuesta quién y más en qué situación, hábito o tercero le ha conducido hasta determinados comportamientos.
Pero lo peor, en mi opinión, no estriba en la vanalización del oficio, sino en la pésima cultura periodística que alumbra a los empresarios encargados de dirigir los medios. Me atrevería a decir que la mayoría ni son periodistas ni lo pretenden, y que lo mismo les daría estar fabricando botones en serie que trabajando en prensa. Importan los beneficios; el cómo se obtengan, es otra cosa. Lo cual me lleva a reflexionar sobre el famoso caso de las escuchas de News of the World. Gargantas profundas las ha habido siempre. Sí, en todos los sentidos, mal pensados. Las fuentes son un clásico de la historia del periodismo y, muchas veces, dichas fuentes han recibido bonificaciones por sus soplos. Pero lo que no me parece ético es acceder a la noticia por métodos ilícitos para luego publicar de ello lo más abyecto y dañino para los implicados. El fin no siempre justifica los medios y tal actuación tiene un nombre: delito. Si ya es sucio comerciar con el dolor ajeno en el ámbito privado, más inhumano aún es hacerlo público sin el consentimiento de los agraviados. Hay muchas formas de contar las cosas y demasiada gente dispuesta a hacerlo.
Confío en que saquemos alguna lección de todo esto. No solo que entendamos aquello de que aquí no vale todo, sino también que al periodismo hay que quererlo, no hacerle objeto de los trapicheos más bajos. Que desde el más poderoso al último mono, todos tienen que amar el ofico para que éste salga de la crisis económica y de valores que lo asola. Cuando haces algo sin el más mínimo afecto se nota y tiene consecuencias. Económicas, sociales, pero también humanas.
Muchos de los que hemos trabajado en esto por vocación y devoción hemos acabado quemados por todo lo que lo rodea. Yo diría más: enterrados bajo una montaña de basura que cada día se retroalimenta. Y esto no es justo. Necesitamos nuestro propio 15M para levantarnos y reinvindicar nuestra dignidad como profesionales. Nadie con más criterio ni ganas de llevarlo a cabo como los implicados, es decir, nosotros mismos.

jueves, 21 de julio de 2011

Inocentes

Vale que creamos a pies juntillas en la presunción de inocencia, pero esta pareja de hecho que se ha creado entre corrupción y política apesta. Quiero pensar que la mayoría de nosotros somos personas de bien, tolerantes y coherentes; pero también debemos de ser bastante tontos, porque la laxitud con la que abordamos corruptelas y desmanes es digna de estudio.
Lo que ha pasado y está pasando en Valencia es para que se nos "combe la peluca", como decía aquella. Pero ni por esas. Creo que Camps, con su estilo chulo y prepotente y ese lema de "yo no he sido" que parece de chiste (ése en el que la mujer pilla al marido en la cama con otra y al figura no se le ocurre otra cosa que decir "cariño, esto no es lo que parece") ha dado pie a mucha literatura sobre sus desmanes pero muy poca acción. Sus historias de trajes y corruptelas han alumbrado largas conversaciones que, generalmente, acababan con una sonrisa de complacencia en plan qué le vamos a hacer, estos gamberretes del PP son así. Les hemos tratado como a hijos rebeldes sin darnos por enterados de que aquí la prole putativa ya está de vuelta cuando nosotros apenas hemos sacado el ticket de ida.
Ellos pueden ser así, pero nosotros también tenemos derecho a ser asá. El principio de la navaja de Ockham, aquel que dice que la teoría más simple suele ser la correcta, debería alumbrar un poco nuestros pensamientos. Si alguien actúa como un corrupto y parece un corrupto, a lo mejor es que es un corrupto y debería ser juzgado como tal por la legislación vigente. Pongámonos en otro caso extremo pero bastante clarificador: imaginémonos que tenemos un vecino sospechoso de ser un asesino en serie. Hay pruebas y testigos que han visto entrar en su domicilio a varias de las víctimas y cada vez se encuentran más pistas apuntando en la peor de las direcciones. A muchos de nosotros, como mínimo, nos entrarían unas ganas enormes de mudarnos de barrio. Jamás sacaríamos el tema en plan regodeo de sobremesa sino que lo comentaríamos con miedo y pavor de tener un delincuente tan cerca. Prácticamente lo mismo ocurriría si tenemos un ladrón durmiendo pared con pared. Paradójicamente, cuando es un político el que comete desaguisados, no nos produce indéntica desazón, a lo mejor porque en nuestro fuero interno asumimos que el que está en política es para trincar. Y no, señores, es para hacer el bien común y representar nuestros intereses. Le pagamos nosotros y si roba nos está robando a todos.
Las proclamas de inocencia del señor Camps ayer fueron de traca. Entonó el "pobre de mí" sin rubor, aun cuando es conciente de que la mayoría de los espectadores le hemos visto sostenella y no enmendalla en más de una ocasión. Las palabras de su corte piropeándole como el mejor presidente que la Comunidad Valenciana ha alumbrado nos producen risa cuando deberían causarnos indignación galopante. Y mientras, Rajoy, a su bola, con la cabeza metida en el hoyo presumiendo de estilo propio. Imagino ya la actuación de nuestro futuro presidente ante el primer problema que deba resolver. ¿Qué hará? ¿Huir del páis? Menudos estadistas de talla nos rodean.
Espero que la justicia trate a Camps como considere oportuno. Y que detrás de su dimisión vengan más (a veces conviene creer en los milagros aunque no sea Navidad). Y que nuestro Parlamento se parezca más al británico y ponga contra las cuerdas al sospechoso de cometer desmanes como ocurrió ayer con Cameron. Nos merecemos políticos coherentes, capaces de dimitir cuando se les pille en un renuncio y valientes a la hora de reconocer sus errores. No aquellos para quienes toda la legislatura sea 28 de diciembre y nos tomen precisamente por lo que ellos no son: inocentes.

miércoles, 20 de julio de 2011

Me la sopla

Hace algunos meses, un sektch televisivo, anterior al 15M, pregonaba que la ideología predominante entre el español medio, fuera cual fuese su edad y condición social, era el "Me la sopla". Vamos, que nos pasábamos por el arco del triunfo cualquier asunto político, social o económico que nos apuntara así como de lado, sin rozarnos. El asunto tenía un toque de mala leche al que no le faltaba razón. Con los días vinieron las acampadas, los movimientos antideshaucios y demás protestas públicas que a todos nos llenaron de esperanza. Sin embargo, en cuanto bajamos la guardia, el famoso "Me la sopla" avanza y amenaza con engullirnos de nuevo.
Poco tengo que discutir a este axioma, excepto que creo que hay algo que, definitivamente, no nos la sopla: las tontadas. Tontada es, por ejemplo, montar un debate público sobre el nombre de la hija recién nacida de David Beckham. Empezando porque cada uno llama a sus hijos como le parece y terminando porque la vida de David y señora nos resulta tan lejana como los anillos de Saturno, se me hace difícil entender el por qué de tanto revuelo público, las teorías que proliferan sobre el origen del nombre de marras y la obsesión por contemplar las fotos del orgulloso padre arrullando a su bebé. Sería una golosa serpiente de verano si no fuera porque este tipo de acontecimientos, tan futiles e innecesarios, nos vuelven del revés y dejan nuestra razón a la altura de los primates.
Esta mañana he pasado por un kiosco y he visto, en portada de Hola, un bodorrio calificado como el acontecimiento social del año. Ni el del príncipe Guillermo ni el de Alberto de Mónaco. Aquí, el que corta el bacalao es el de la hija de Carlos Goyanes, cuyo mérito no alcanzo a entender. Imagino que la revista le habrá dedicado páginas y páginas de peloteo e incluso ha adelantado su salida un día en deferencia a tan magno suceso. Ahora mismo, cuando no soy capaz de encontrar en mi cabeza referencia alguna al currículum de esta chica, muy mona ella, me siento como un bicho raro por flipar con el escándalo de News of the World (que bastante tiene de cotilleo, por cierto) y no con la separación de JLO y su santo, como debería ser en toda persona de bien que se precie. O por buscar más la foto de Pablo Isla, flamante mandamás de Inditex, que la de la prole de los Beckham en todo su esplendor. Y que los machos se agarren los ídem, porque entre el culebrón Neymar, el futuro de Cesc que los tiene en un sinvivir y el previsible alistamiento del Kun en la armada inglesa, también deben de estar levitando. Tonterías, las (in)justas.
Hace poco leía en una revista que uno de los trucos más eficaces para hacerse rico es frecuentar la compañía de multimillonarios. Yo, en mi modestia, aspiro a dejar de ser pobre para convertirme en miserable. Definitivamente, creo que no tendría nada de qué hablar con ellos, por los menos con los que van por ahí presumiendo de propiedades, parejas y otras beleidades del montón. A lo mejor es que el estómago no me da para más; o quizás sea porque, en el fondo (y también en la superficie) "me la sopla".

lunes, 18 de julio de 2011

Arte en guerra

Cuando era pequeña, me pasaba parte del año deseando que llegara el 18 de julio. En ese día comenzaban las fiestas del barrio donde vivía, se reunía toda la familia a comer y, para mí, no existía otra fecha que encerrara mayor jolgorio y felicidad. Con el tiempo, esa ansiedad infantil esperando el advenimiento del día 18 amainó. A ello contribuyó mi mayor, aunque parco, conocimiento de la historia de España. Comencé a identificar dicho día con el alzamiento y ahora no sé si alegrarme porque encierra recuerdos de mi infancia que no quiero olvidar o ponerme mustia por lo que esta jornada tiene de dolor y sufrimiento. Supongo que ese sentimiento agridulce seguirá ahí, inasequible al paso del tiempo.
Aprovechando que en estas últimas semanas muchos medios se han hecho eco del surgimiento, desenvolvimiento y consecuencias de la guerra civil que asoló España, la 2 emitió un documental (sí, cada vez soy más afecta a este tipo de programas, lo confieso) que venía a contar cómo se preservó el patrimonio artístico de nuestro país durante la contienda. Imagino que estará colgado en la web de TVE la semana de rigor, así que recomiendo a quien no lo haya visto que lo vea si tiene ocasión. Abordaba el programa la manipulación, traslado y custodia de las obras del Museo del Prado para resguardarlas de un posible ataque que acabara de un plumazo con tantos siglos de historia. Por suerte, en su día pude asistir a una clase magistral sobre cómo se manipulan las obras de la pinacoteca y me daba dolor de corazón ver a tanto operario mover aquellas pinturas cómo si estuvieran manejando un cubo y una fregona. Imagino que esto es como el vino: aprendes a catarlo y ya estás marcado de por vida. Que te cuenten los peligros que encierra un manejo inadecuado de semejantes tesoros te pone los pelos como escarpias cuando contemplas toqueteos poco idóneos.
Al margen del viaje que emprendió nuestro patrimonio histórico-artístico por la Península siguiendo las directrices del gobierno republicano, de las protestas internacionales ante lo que ellos suponían (o querían suponer) un incorrecto manejo de los fondos culturales y del desarrollo de las diferentes batallas, me llamaron la atención otras cosas. Por ejemplo, los pocos escrúpulos del bando nacional al bombardear el Museo del Prado aprovechando que pasaban por allí. Se supone que, con anterioridad, una escuadra de aviones había sobrevolado la zona con balizas para señalar dónde tenía que ir a parar el armamento pesado, pero como quien oye llover. Coincidió con la época en la que el gobierno "rojo", necesitado de lluvia de ideas propagandísticas, nombró director del museo a Pablo Picasso. El artista aceptó, aunque sin moverse de Francia, dejando todo el marrón a los que estaban por debajo. Así se las ponían a Felipe II.
En el documental, plagado de imágenes de civiles escapando de los bombardeos, se hacía referencia también a una viñeta de la época que resume el sentir popular. Se veían dos personas observando un cuadro y el texto adjunto venía a ser, más o menos, como sigue: uno de los espectadores pregunta al otro sobre un pequeño desperfecto de la pintura y el otro le contesta que fue producto del mismo bombardeo que mató a catorce niños. El eterno debate entre las vidas humanas y el patrimonio artístico servido en bandeja. ¿Era lícito destinar parte de los ínfimos recursos disponibles a proteger obras de arte en lugar de emplearlos en salvaguardar vidas? ¿Existía realmente la posibilidad de plantear dicho debate? Viendo los desperfectos causados por los ataques nacionales en San Francisco el Grande o el Museo Nacional de Antropología, una se pregunta si el conflicto ético no se diluye cuando quien tiene la capacidad de dañar carece absolutamente de los escrúpulos que se le presuponen y le da igual bombardear una pinacoteca que un hospital. El problema es que a lo mejor es más propagandístico destruir un grupo escultórico que matar a cien mil personas. Para bien y para mal.
Las guerras son deplorables. Siempre. Sirva este 18 de julio para rendir homenaje a quienes durante años fueron condenados al olvido y a aquellos que, ni aún con la miseria y las bombas sobrevalando sus cabezas, jamás cejaron en el esfuerzo de proteger nuestra herencia. Nos toca a nosotros no repetir la historia. Perdonar, siempre: olvidar, nunca.

domingo, 17 de julio de 2011

Un poco triste

Lo voy a soltar así, sin anestesia: creo que la tristeza tiene una mala fama que no se la merece. Cuando yo era muy pequeña escuchaba una canción que terminaba uno de sus versos con las siguientes palabras: "por lo demás estoy bien; un poco triste". Me gustaba mucho, tal vez porque ya entonces intuía que eso es lo que nos pasa a los mortales regularmente.
Igual que hay que sentir dolor para consiguir identificar la felicidad, también hay que estar triste de vez en cuando para poder contagiarte de alegría en alguna que otra ocasión. Es ley de vida. Dichos opuestos son necesarios porque, de no existir, no sabríamos identificar las emociones. Me quedo a cuadros cuando alguien me cuenta que su estado habitual es normal, sin altibajos; me cuesta pensar que una persona con una existencia tan plana consiga experimentar emociones que le hagan empatizar, enamorarse u odiar, todos ellos sentimientos que te permiten saber que estás vivo y avanzar hacia delante. Tal vez los posea, pero se estén negando a sí mismos, y a los demás, la posibilidad de identificarlos, con la consiguiente debacle íntima que ello puede acarrear. La otra opción, el que se trate de psicópatas incapaces de albergar sentimientos, prefiero ni planteármela. Pero si este colectivo me despierta serios interrogantes, más ojiplática me dejan aún aquellos que juran y perjuran levantarse y acostarse todos los días en un estado de felicidad plena. Si partimos de la base de que la felicidad absoluta es patrimonio de los tontos, díganme ustedes cómo puedo calificar a este colectivo de individuos perpetuados en la dicha. Pues nada, enhorabuena y a disfrutarlo, majetes.
Volviendo a la tristeza, creo que es un estado emocional con muy mala prensa, en muchos casos, insisto, vapuleada sin motivos. A diferencia del bajón, que sobreviene de golpe y te pilla normalmente con el paso cambiado, la tristeza llega poco a poco, como una especie de bruma que empieza a asomar por el horizonte y que acaba invadiendo tu existencia. Si la tuviera que describir gráficamente, sería como entrar en una casona abandonada, que conserva mueble y cuadros de otros tiempos cubiertos con sábanas y gruesas capas de polvo. Recorres las estancias y el viento se cuela por las rendijas de las ventanas, moviendo cortinas ajadas. Es un sentimiento que conduce a la reflexión interior, a la pregunta y a la respuesta, y por el que hay que pasar si uno quiere levantar cabeza y dejar atrás lugares, situaciones o gentes que le dañaron. Las decepciones y la desilusión atrae a la tristeza igual que ejerce de imán para preguntas tipo "¿qué he hecho mal?" y, ya de paso, "¿cómo puedo dejar atrás esta experiencia negativa, sacarle provecho y seguir hacia delante?".
En Galicia, la tristeza es prima hermana de la morriña y la saudade, tal vez porque el paisaje semeja, ya de por sí, una gran mansión tan natural como decadente. Y está bien que así sea, porque te ayuda a reconectar contigo mismo y encontrar ese camino hacia momentos más dichosos. Siempre, tras un día negro, amanece otro gris. A los restantes, solo nos queda pintarlos con el color que más nos gusta.
Tal vez por eso, desde hace tiempo, y cuando procede, mi más ni menos, ya no me da corte contestar la verdad a la pregunta del millón: "¿Cómo estás?" "Bien. Un poco triste".

viernes, 15 de julio de 2011

La jaula de las locas

Siempre que en televisión se reúnen más de tres personas comentando un tema común, los gritos se oyen hasta en Singapur. Es una de esas leyes que permanencen inalterables al paso del tiempo y a la concepción del espacio. Lo cual me lleva a otra máxima que jamás nos entrará en la cabeza: "el que más grita no siempre es el que tiene razón". Me asombra ver cómo la gente, tras vociferar un par de aullidos, se queda tan ancha pensando que ha sentado cátedra. Pues va a ser que no. Cuando uno recopila los argumentos necesarios para convencer al contrario, los expone claramente y con serenidad, para que al oponente le entre en la sesera lo que quiere decir y capte el significado de las palabras. Pero en el momento en que uno grita no solo desvirtúa de verdades su discurso, sino que provoca en el contrario la necesidad de imponerse y vociferar más, con lo que, entre ambos, dan forma a un guirigay que ni en las mejores funciones del teatro del absurdo.
No obstante, reconozco la labor terapéutica de ciertos programas como Sálvame. Llegar a casa, sentirse solo y enchufar cualquier show donde desafina un coro de voces te regala la, en un principio, grata impresión de que estás rodeado de peña. Lo mismo ocurre con las tertulias de Intereconomía a las que no sigo ni aunque me claven astillas en las uñas, pero a las que alguien muy próximo a mí es aficionado. Salvo los temas de que tratan ambos espacios televisivos (que, incluso, a veces, son coincidentes) no capto las siete diferencias entre uno y otro. Como también me cuesta recorrer el, para mí, corto camino, que separa el Marca del Diez Minutos. A lo mejor es que la corta soy yo.
En el caso de Sálvame, y aunque caigan sobre mí las siete plagas, debo reconocer que Jorge Javier Vázquez me parece un presentador más que decente y mucho más suelto y bregado en el medio que otros figurones que pululan por ahí. Tiene tablas y tiene conversación. De su personalidad no opino porque tampoco me importa (dudo que algún día nos tomemos unas cañas juntos) pero desempeña bien su labor. Hasta diría que con galones. No puedo opinar lo mismo de los contertulios que le rodean; más que nada porque no los conozco. Solo una vez coincidí con Víctor Sandoval en una fiesta, las circunstancias lo situaron a mi lado y puedo jurar que, en el tiempo que la casualidad le puso a mi vera, no fue capaz de decir una palabra amable de nadie. Mantenía una conversación con otras dos personas en las que él llevaba la voz cantante y ponía verde a todo Cristo. No sé si el hombre es así de serie o tenía el día tonto.
Al margen de gritos, descalificaciones y basuras, creo que todos somos libres de ver lo que queramos. Después de todo, esos estudios científicos que tanto me gustan demuestran que cotillear tiene propiedades terapéuticas. Cotilleemos entonces. Y siempre causará menos daños colaterales hacerle un traje al famoso de turno que al compañero de trabajo o al vecino. Más que nada porque estos últimos se pueden enterar y ya la tenemos liada.
Yo reconozco que hace años seguí un par de telenovelas con mucha devoción y orgullo. Ahora no podría, porque no me creo esas historias de amor donde el sufrimiento conduce a la gloria. El sufrimiento encadena dolor a espuertas. Aun así, me parece perfecto que cada uno encuentre su punto de evasión. Y, mejor aún, que lo reconozca. No todos necesitamos sentirnos modernos y convertirnos en devotos de Mad Men (gran serie, por otro lado) cuando en el fondo somos fans del programa de Ana Rosa o cualquier otro. No entiendo dónde radica el desprestigio social.
La llamada televisión basura existe porque hay demanda. Y los personajes que la pululan siguen ahí obedeciendo a las expectativas de gran parte de la población. Tampoco es que haya que demonizar a nadie. Sin ir más lejos, a mí no me gusta el color rosa y no me han expulsado todavía de ningún bar por ello. Resumiendo, tenemos la tele que nos merecemos aunque a todos nos salga la vena intelectualoide de ensalzar los documentales de la 2 en cuanto nos dan un poco de cancha. Por cierto, muy bueno el de hace un par de días sobre insectos y tecnología...

jueves, 14 de julio de 2011

La burra y el trigo

Pues parece que ya está confirmado y Madrid optará, otra vez, a convertirse en sede olímpica allá por  2020. Alberto Ruiz-Gallardón no es de los que se rinde fácilmente y, a falta de otros recursos que le den la popularidad que ansía, se ha lanzado a lo, a priori, más sencillo: recuperar la antorcha del esfuerzo olímpico e insistir en que no hay mejor anfitrión para eventos deportivos que la capital de España.
No lo puedo evitar, pero el alcalde me recuerda mucho a ese personaje de los sketches de Jose Mota llamado el "cansino histórico". El problema es que el de ficción tenía gracia y el de verdad empieza ya a dar pena (además de la murga, que eso le viene de serie). Al margen de aprecios y desprecios varios, esto de resucitar por tercera vez la candidatura de Madrid me parece bastante demagógico. Sobre todo en unos tiempos donde lo que debe imperar es la contención económica. La preparación de cualquier candidatura de este porte exige un esfuerzo económico considerable: contratación de personal para la promoción, campañas publicitarias epatantes, alicatado de futuras sedes para pasar la prueba del algodón con los miembros del Comité Olímpico Internacional, etc. Un dispendio que el señor alcalde y su equipo están a punto de afrontar con buen grado y mejor disposición, sin pensar en el endeudamiento histórico que ya descansa sobre sus hombros. Entrenidos, al menos, lo estaremos un rato.
No tengo nada contra las Olimpiadas sino todo lo contrario. Pero me gusta más que se celebren lejos de mi casa, mire usted. Imagino que Madrid se pondría hasta la bandera con semejante acontecimiento, para jolgorio de bares, hoteles y restaurantes y desesperación de quienes quieren conciliar el sueño en las zonas más transitadas. A ello le añadimos los 40 grados a la sombra que sin duda nos alumbrarán para la ocasión. Un paraíso.
Asimismo, soy consciente de que, con los Juegos Olímpicos, a Barcelona le tocó la lotería. Y como en Madrid no queremos ser menos que los amigos catalanes, reclamamos también nuestra parte del pastel. Ya digo que el sueño, por mucha pesadilla que suponga para el ciudadano de a pie, se me antoja legítimo, siempre y cuando no se lleve por delante los pocos recursos económicos que nos quedan, algo que, en este caso, semeja una entelequia. No me parece de recibo que un alcalde que se dedica a mendigar eurillos ante el poder central mientras sablea a ciudadanos con impuestos de película de Chaplin, vuelva a alimentar sus ansias faraónicas a costa de un contribuyente que bastante tiene con conservar el techo bajo el que duerme. Opino que hay problemas más acuciantes que resolver y sueños más ilusionantes que cumplir.
Dicen que los deseos se cumplen (yo disiento, pero bueno) y también que cuidado con lo que deseas, porque puede hacerse realidad. Eso es lo que deberíamos tener en cuenta todos los que sobrevivimos en Madrid. La carrera por ser sede acaba de empezar y, haga realidad su sueño Gallardón o no, podemos comenzar ya a rascarnos los bolsillos. Y, de paso, ver cómo se meriendan la tarta de la financiación esas empresas privadas a las que el alcalde piensa recurrir y que, a buen seguro, presionarán lo que puedan para hacer realidad sus propósitos económicos y no nos dejarán ni las migas en caso de que el asunto progrese. El liberalismo del PP convertido en deporte olímpico. No nos esperábamos otra cosa.
Así que aquí estamos, otra vez (¡y van!) alimentando los sueños mesiánicos de quien nos gobierna. Vuelve la burra al trigo, aunque esta vez la burra lo sea aún más y el trigo ya lo hayan segado otros.

miércoles, 13 de julio de 2011

Caso abierto

Días pasados, aconteció un suceso en el norte de Galicia que tiene locos a los periódicos de la zona. El núcleo del asunto tampoco es que vaya muy allá: intruso entra de noche en una casa, se supone con intenciones de robar; la pareja que habita la vivienda se despierta y el marido, armado con un cuchillo de cocina, acude en búsqueda del supuesto ladrón. Ambos forcejean; el dueño asesta una puñalada mortal a su incómodo visitante y fin de la historia.
Pues no. A medida que se han ido conociendo detalles, el asunto se ha vuelto más escabroso y tiene a la opinión pública gallega comentando la jugada en bares y marisquerías. Lo que transcendió en primer lugar era que el finado tenía 17 años y pasaba por ser un modelo de chaval: buen hijo, buen amigo y un estudiante de matrícula. A ello añadimos que sus padres son gente respetada y conocida en la zona. El agresor tampoco es que fuera un mafioso ni líder de una banda de macarras, sino un hombre en sus sesenta y tantos con una vida muy normal pero bastante menos popular que el agredido. Y aquí saltó la alrma: ¿y si la cosa no fue como la cuentan? Después de todo, un adolescente que lo tiene todo ¿para qué va a entrar en una casa, de madrugada, a robar a dos pobres ancianos? Seguro que hay gato encerrado.
De nada ha servido que el cadáver apareciera con guantes y con una copia de las llaves de la casa en su poder, curiosamente la misma que la pareja escondía en el exterior de su vivienda para evitar despistes. ¿Por qué le dio al chico por entrar de madrugada? ¿Para ver un partido de la Copa América? ¿Con el objetivo de propinar un buen susto a los que allí dormían y luego echarse unas risas en compañía de su pandi? ¿Se trataba de una apuesta? A mí, al menos, me parecería algo, sino raro, al menos extravagante.
Imaginémonos por un rato que esto lo vemos en una peli americana en su justo orden y concierto: pareja de venerables ancianos duerme plácidamente, escuchan un ruido, el marido baja las escaleras armado con un bate de béisbol recuerdo de sus tiempos mozos (en USA no puede ser otra cosa), encuentra a un drogadicto bien conocido en los círculos policiales y le arrea un mamporro de los que hacen época. A partir de ahí se desarrollaría la historia con el hombre abrumado por las consecuencias de sus actos, el descubrimiento de que el muerto era en realidad el nieto descarriado que dejaron de ver cuando era un bebé, etc. Todos sabemos lo que le gusta un dramón a la industria del cine. Pero la realidad a veces supera la ficción y, en el caso que nos ocupa, el finado ha pasado de ladrón a mártir. Todo consecuencia de su fama de adolescente modelo y pluscuamperfecto.
No seré yo quien condene a alguien que no lo merezca, sobre todo porque no estuve presente en el momento de autos y no tengo el gusto de conocer a ninguna de las partes implicadas. Pero estoy segura de que si el intruso fuera un gamberro de manual, el suceso, a estas horas, habría caído ya en el olvido. No ha sido así: hoy mismo las fronteras entre héroes y villanos están diluidas y el papel de víctima y verdugo ha sido invertido.
Todo esto me lleva a pensar que, efectivamente, ni los buenos son tan buenos ni los malos son tan malos, y que, en la mayoría de las ocasiones, la reputación es tu mejor carta de presentación, hagas lo que hagas. Siempre pensamos lo mismo: que los malos tratos y los abusos se dan solo en ambientes marginales, aunque las estadísticas señalen que son las clases altas quienes más los practican. Pero nos negamos a creer que alguien con pedigrí sea menos que un santo. Nuestra objetividad, en asuntos como éste, se encuentra apagada o fuera de cobertura.
Las pruebas descubrirán la verdad. Pero, mientras tanto, la sociedad ya le ha dado la vuelta a la tortilla y pronunciado su veredicto sin pensar que, a lo mejor, la realidad nos está a punto de pegar una sonora bofetada en los morros a todos. O no...

                                                        El pueblo escenario del crimen

martes, 12 de julio de 2011

Apocalipsis now

No falla. Cuando media España está ya de vacaciones viene el tío Paco con las rebajas. En esta ocasión, el tío del alma acude a nuestros brazos disfrazado de mercado internacional y estadista de gran talla. Y es que, señoras y señores, llevamos dos días como para darnos al orujo barato.
Después de la renuncia de Rubalcaba y el "ahí te dejo" a su cargo en el Ministerio de Interior, Zapatero se puso a agitar las neuronas para darnos más de lo mismo: estopa de la buena. Entre sus decisiones destaca la de regalarle más atribuciones a un Pepiño Blanco cuya imagen pública no es precisamente salerosa que digamos. Si lo que intentaba era hacernos un guiño a la opinión pública nos ha dejado tuertos. Otra decisión de campanillas ha sido ascender a la sosa y siesa de Elena Salgado, esa ministra de Economía que amenazó con sacarnos de la crisis (así nos va) y darle las responsabilidades de vice que antes reunía Rubalcaba. Esto es al menos lo que yo he acertado a entender con 37 grados de calor a la sombra y la facultad de pensar bastante tocada; ojalá me equivoque. Como la mayoría de las ministras que ha elegido Zapatero, Elena Salgado no me parece ni fu ni fa, pero esa sonrisa que pone de "no me entero de la mitad, pero estoy segura de que te la voy a meter doblada" me causa cierta desazón. Además, tengo la impresión, llamémosle intución femenina, de que esta señora no se llevaba precisamente a partir un piñón con María Teresa Fernández de la Vega, la ministra a la que he tenido más aprecio si aprecio es la palabra que se puede emplear en casos como el que nos ocupa. Al menos me ha parecido siempre una persona coherente y consistente. Pero no voy a hacer elucubraciones sobre quién tiraba de los pelos a quién en los consejos ministeriales porque seguro que aquello es un remanso de paza donde los presentes comentan su rapidez resolviendo Sudokus en gran amor y mejor compaña.
De todas formas no hay que negarle a Zapatero ese mérito suyo de quemar a los competentes. Así que, por descarte, díganme ustedes qué panorama nos queda. Le pasó con Bernat Soria, por ejemplo, al que casi acorraló en Sanidad, y es muy probable que le ocurra también con Rosa Aguilar, aunque ésta, para quemarse, se basta sola. Lo que más congoja me produce es que tendremos a José Blanco anunciándonos, día sí, día también, las medidas más impopulares que tome el gobierno. No nos lo merecemos.
Como tampoco creo que nos merezcamos (como pueblo, me refiero) ese acoso a nuestra maltrecha economía al que nos someten los mercados. Ayer, el pin pan pún fuimos nosotros de la manita de Italia, en una jornada negra para las Bolsas. Se insiste en la palabra rascate y se dice que, para evitarlo, Zapatero y cia. deberán tomar medidas aún más de derechas. Y muchos pensarán: para eso que gobierne la derecha; por lo menos serán coherentes y no traicionarán su ideario. No voy a ser yo quien lleve la contraria a tan impecable razonamiento.
En fin, que vivimos una semana negra de la que solo parecen librarse los que están a pie de playa dándole al tinto de verano. Pero hasta esos tendrán que volver a sus casas y, al menos, ver las noticias de vez en cuando. O reconectarse a Twitter. ¡Ah! Se me olvidaba. He oído por ahí que le han embargado el chalé a Belén Esteban por deudas con Hacienda. Ella, que gana unos pírricos 100.000 euros al mes... Definitivamente, el mundo se va acabar.

sábado, 9 de julio de 2011

P. Rubalcaba

Qué bonito discurso se ha sacado de la manga el señor Alfredo P. Rubalcaba, flamante candidato socialista a la presidencia del gobierno. Viendo que pintaban bastos, aquí el muy político ha dado un giro a la izquierda que ni Fernando Alonso. Se ha venido tan arriba que hasta ha incluido guiños al 15M, lo que mola mogollón. Si leemos entre líneas, al parecer, con Alfredo al mando de este Titanic en el que viajamos, salir de la crisis está chupado. Y todos nos preguntamos, si usted sabía cómo acabar con nuestros males, ¿por qué no lo había dicho antes, hombre de Dios? Son ganas de vernos sufrir. Ahora tendremos que esperar hasta las próximas elecciones para ver qué conejo tiene usted dentro del sombrero o a que santo milagrero se ha encomendado para que nos alivie de tanto pesar.
Da la impresión de que P. Rubalcaba se ha aficionado a aquello de "para lo que me queda en el convento, me cago dentro" y que si los populares prometen el oro y el moro, yo más. Que para eso se ha merendado varias legislaturas y presidentes sin que nadie reparara en su carismática jeta de líder. Y ya va siendo hora de sacar esas pócimas del buen gobierno en las que seguro ha estado trabajando en la sombra, siguiendo su aparcada pero bien amada vocación de químico.
Aunque mis palabras puedan inducir a pensar otra cosa, lo cierto es que a mí, Don Alfredo no me cae mal. Tampoco me cae bien, pero, visto lo visto, creo que no hay político bueno, así que me limito a observarle con más cara de póquer que de hastío. Opino que nadie como él para ejercer ese papel de "zorro de la política" que se le presupone a cualquier estadista de gran talla. El hombre se ha sabido vender bien, es un tipo muy tratable, muy diplomático, y se ha manejado con rigor y soltura en todas aquellas tareas que le han encargado. Y si lo comparamos con otros políticos de su nivel, la verdad es que sale bastante bien parado. No ha cometido grandes errores, no ha caído en enfrentamientos de gañán de bar a los que tan afectos son algunos de sus colegas.... El problema es que, además de la herencia envenenada que le deja su antecesor, Rubalcaba no es, para el gran público que está tan habituado a verle en acción, ese político carismático cargado de ganas y buenas propuestas. Todos le tenemos tomada la medida y para refundar un partido se necesita sangre nueva en primera línea y personal experimentado y con ideas en la retaguardia, no al revés
Ya digo que el discurso ha sido ilusionante y bastante rojo. Como debe ser. El problema es que estamos demasiado acostumbrados a palabras bonitas pero vacías. Le va a costar mucho a este hombre hacerse un hueco en nuestros corazones y en nuestras urnas. Estamos quemados y las quemaduras, por muchas cremas y palabras de aliento que nos apliquen, tardan en curar. Lástima.

jueves, 7 de julio de 2011

Enemigo a bordo

Todos tenemos amigos. Y enemigos. Una de las mayores diferencias entre ambos es que los primeros son fácilmente reconocibles y los segundos no siempre dan la cara. A veces nos pasan cosas y desconocemos el motivo hasta que descubrimos que alguien ha manejado los hilos por las razones más peregrinas que imaginarse puedan.
Hay quien prefiere tener cerca a su enemigo para poder controlar sus movimientos. Personalmente no estoy de acuerdo: opino que la proximidad de alguien dispuesto a clavarte puñales en cuanto te descuides no favorece tu tranquilidad y acrecienta tus nervios. Creo que al enemigo simplemente hay que quitarle el ascendente que tiene sobre ti; el poder y las amenazas implícitas que esconden sus actuaciones. Y para ello es imprescindible mantenerlo lo más lejos posible, no mencionarle ni darle la importancia que no merece.
El problema serio viene cuando tu enemigo se parapeta detrás de tus amigos. Hay un dicho que, más o menos, viene a señalar: "cuando la voz de tu enemigo acusa, el silencio de un amigo condena". Siempre es difícil navegar entre dos aguas, pero a veces hay que ejercer de mediador y, en muchas ocasiones, incluso elegir. Sería de cobardes no hacerlo cuando te ves empujado a ello. No es desleal tener dos amigos que no se pueden ni ver, pero sí lo es el dejar que esa enemistad crezca sin intentar, al menos, poner tu granito de arena para que las dos aguas vuelvan a su cauce. En muchas ocasiones, las posturas serán del todo irreconciliables, pero es de personas de bien el intentar que dos compañeros a los que aprecia traten de limar asperezas.
Cuando la situación se hace insostenible y el daño es irreparable, el de enmedio debería afanarse en mantener esos dos mundos separados. Él es el nexo que une universos completamente diferentes y lo lógico es intentar evitar un choque de meteoritos en que todas las partes resultarían perjudicadas. Seguramente la vida ponga a cada uno en su lugar y, con el tiempo, se destapen aspectos e incompatibilidades que sacarán a la luz la jugada de cada uno y desviarán caminos que se tomarán solos o en compañía. El problema del amigo mediador es mantener la razón, estar seguro de que vale la pena seguir ahí y dejar que el cariño y la generosidad no se corrompan mientras tanto.
Por mi parte, creo firmemente en el aspecto animal de este asunto: cuando los animales huelen tu miedo se envalentonan. Lo mismo ocurre con tus enemigos: si saben de tu cobardía, si tú o tu entorno (a lo mejor sin ni siquiera tener consciencia de ello) les da alas, se vienen arriba. Y ahí toca sufrimiento del bueno. Yo suelo renunciar a las peleas: cuando alguien con ganas de destrozarme quiere lo mismo que yo, que se lo quede. No voy a perder el norte en juegos sucios ni mezquindades. Si se trata de luchar por algo en igualdad de condiciones, a cara descubierta y sin tretas, ahí sí puedo entrar al trapo. Pero cuando el objetivo es muy goloso, no falta quien saca su armamento más artero para conseguir sus objetivos. Se fabrican personajes falsos, se ponen caretas de superhéroes cual atracadores de tres al cuarto y se llevan el botín. Lo mejor viene cuando al final son pillados en un renuncio y el mundo descubre el verdadero rostro tras la máscara. Ése es el momento de la película en el que te gustaría hacer tu entrada triunfal: para hacerle un buen corte de mangas al falsario y a su cuadrilla de palmeros. Un auténtico -y merecido- final feliz.

miércoles, 6 de julio de 2011

Entre fantasmas

Últimamente proliferan las apariciones fantasmales. Para ser más precisos, lo que proliferan son las gentes más que dispuestas a jurar y perjurar que mantienen una relación estrecha con seres del más allá (de los del más acá no se pronuncian). Imagino que tanto trasiego entre el mundo espiritual y el que nos adorna se debe, en parte, a las ganas de evadirse de esta crisis nuestra que hace que nos agarremos a un ectoplasma ardiendo antes de estrellarnos contra la cruda realidad.
Motivos aparte, creo que algo huele a podrido entre tanto visionario. Y no me refiero precisamente a esas apariciones demoníacas que, al parecer, van precedidas de olores indeseables (por esa regla de tres, el metro en hora punto debería ir petado de seres del averno) sino a tanto listillo intentando manipular la curiosidad ajena. Como yo soy muy poco de creer y más de ver y tocar, todo este asunto de mediums y videntes me tiene cual niño de cuatro años en su primera visita al circo. Contemplo determinadas performances de aquí los amigos de lo espiritual y no doy crédito.
Hay una serie en la televisión, El Mentalista, donde un protagonista con mucha lógica, que durante un tiempo ejerció de falso medium para ganarse las lentejas, se dedica a desenmascarar a sus ex colegas que pasaban por ahí. Algunos de los argumentos que plantea la serie están traídos por los pelos y otros te dan que pensar. Lógicamente, si nos creemos los trucos imposibles de determinados ilusionistas, no sé por qué no reafirmarnos en la idea de que la vecina del quinto toma el te con el fantasma de Freddie Mercury todos los jueves a las cinco en punto de la tarde.
En mi opinión tocapelotas, hay gente que goza de una intuición extraordinaria. Si a eso le acompaña una lógica decente, unas experiencias vitales que le ayuden a dilucidar por dónde puede ir la película y, palabras mayores, un equipo de investigación que se lo ponga fácil, el asunto está chupado. De hecho, todos somos un poco videntes. Y si no, a ver quién es el guapo que no ha pronosticado alguna vez el fin o el comienzo de una relación entre personas de su entorno. Las conoce, ha visto situaciones de ese tipo y, mediante una sencilla fórmula matemática (A más B igual a C) vaticina con exactitud lo que va a suceder. 90% de aciertos.
Pero yendo al asunto fantasmal, lo que me parece más curioso es que, salvo en las películas, nadie contacte con espíritus a los que les caías como el culo en vida y ya no digamos una vez muertos. Todos te adoran, te acompañan y te echan de menos. Si es que somos de un bueno... Nunca te rodea un tío puñetero que te canta las cuarenta muerto ya que no puede hacerlo en vida. Vamos, que nadie vuelve para vengarse. El mundo de los espíritus es así, lleno de luz y bondad. Y digo yo, ¿la pobre familia que las pasaba canutas en la peli Poltergeist qué tenía a su alrededor? ¿Un grupo terrorista intentando cargárselos a escupitajos? ¿Por qué unos cuentan que su fantasma doméstico tiene la manía de ponerle la casa patasarriba y los que salen en la tele son tan afectos al buen rollo y el amor incondicional? Dudas que le asaltan a una.
Estoy convencida de que si a mí me dan la matraca día tras día con que en la casa de mi abuela hay un espíritu que se pasea vestido de fallera y luego me encierran allí sola una noche, soy capaz de levantarme a las tres de la mañana y toparme con el susodicho preparándome una paella. Si queremos ver algo lo vamos a ver. Y no porque esté allí, sino porque estamos preparados para vislumbrarlo. Dos personas, una creyente y otra no, si se ponen a ello, interpretarán una mancha en la pared de forma distinta: mientras para una será un divertido efecto del gotelé, para el otro será la nariz de Michael Jackson que ha venido a meterse en todo.
En lo que sí creo, lo confieso, es en los fantasmas de verdad. Los que puedes tocar y ver aunque no lo desees. Ese puñado de cretinos que te acosan en la oficina, en los bares y hasta en los organismos públicos. Esos sí dan miedo.

lunes, 4 de julio de 2011

El tamaño del pene

Notición de hoy: científicos coreanos han hecho un descubrimiento que cambiará el mundo tal y como lo conocemos. Al parecer, el tamaño del pene está estrechamente relacionado con la diferencia de longitud entre los dedos índice y anular de la mano derecha. Cuanto más iguales sean estos, más largo será el miembro viril y viceversa. ¡Albricias! No sé cómo habíamos sobrevivido hasta el día de hoy sin conocer semejante y trascendental dato.
Imagino a todos los hombres del mundo contemplándose la mano y preguntanto "¿verdad que los tengo parejos?". O, lo que es peor, a esos machos de barra de bar gesticulando cual cantante de Locomía para demostrar que tienen unos dedos de escaparate y, consecuéntemente, un pene de ídem. Más tontas seremos nosotras si nos perdemos semejante regalo de la naturaleza a las mujeres.
Vaya por Dios. Ahora que las féminas habíamos aprendido a sopesar proporciones de narices y pies imaginando la correlación con otra parte del cuerpo, vienen los asiáticos y tiran tantas horas de entrenamiento por la borda. Y, además, con detalles, porque al parecer se han dedicado a medir y calibrar intensamente diferentes zonas del físico masculino y dedos y pene son los que más se relacionan íntimamente. No han explicado si es porque ambos están habituados los uno al otro y el cariño hace la longitud, o porque les sale así de natural.
Para que la cosa no quede en broma de patio de colegio, los científicos coreanos han añadido que lo suyo va a tener muchas virtudes y su consiguiente efecto benéfico en el estudio de enfermedades como el cáncer de próstata. De ser así, bienvenido sea. Confiamos en que la proporción de la mano femenina también sirva para avanzar en la investigación del cáncer de mama. Por pedir que no quede.
Algún gracioso, que siempre hay, ya se ha preguntado si esto es aplicable a todo el mundo, porque teniendo en cuenta la fama de que los asiáticos la tienen pequeña, el resto del universo puede dejar de mirarse la mano mañana mismo y pasar a su otra actividad favorita: mirarse el ombligo. Queremos una respuesta, ya.
En mi opinión, éstas son cosas muy entretenidas para matar el tiempo y dar forma a unos cuantos chistes de bar. Pero, insisto, me preocupa que fondos públicos y privados se dediquen a investigar factores de este cariz. Aunque, claro, hay que respetar el derecho de los coreanos a hacer con su dinero lo que les plazca. También me mosquearía, de ser creyente, el que los obispos hayan empleado dinero de los contribuyentes en publicar manuales para curar la homosexualidad pero, claro, tienen tantos ratos de ocio que lo que me extraña de verdad es cómo no han ideado una máquina que suelte agua bendita y penitencias en los Vending de las príncipales empresas. Una tiene que estar en todo.
Pues nada, a darle un buen uso al descubrimiento y a sus instrumentos, la mano y el pene, que mañana viene otro y dice que el tamaño tiene mucho que ver con el tener o no un lunar en la planta del pie y ya la hemos liado. Ánimo y al toro.

domingo, 3 de julio de 2011

Tratado sobre las arrugas

Hacerse mayor en tiempos donde la juventud cotiza tan al alza es una faena. A falta de un elixir que nos permita a todos lucir lozanos hasta el infinito y más allá, la mayoría de la población sufre por no ser capaz de reverdecer viejos laureles y complementar un intelecto, que se supone bregado en mil batallas, con un cuerpo escultural y primoroso, codiciado por cualquier portada de revista.
Aunque son cada vez más los hombres que caen víctimas de la maldición de la edad, continuamos siendo las mujeres quienes más sufrimos por el inexorable paso del tiempo. Tal vez porque desde siempre hemos estado sometidas el implacable escrutinio de los ojos de ellos, que cada vez se vuelven más exigentes. Y el saber que la cosa no tiene remedio tampoco ayuda mucho, la verdad.
Una persona bastante próxima a mí suele decir que no le gusta la mujer que ve cuando se mira al espejo, pero que está intentando hacerse su amiga porque les va a tocar convivir durante mucho tiempo. Tiene razón. Creo que el hacerse mayor implica también un extraordinario esfuerzo de aceptación personal, de conocerte y entender que esa persona que te observa desde el cristal con cara de susto eres tú mismo pasado por el centrifugado al que te ha sometido la vida.
La cirugía estética se ha convertido en la piedra filosofal de la época que nos ha tocado vivir.  Y no sé si comulgo mucho con ella. Opino que es un bien necesario cuando tienes un complejo físico que condiciona tu comportamiento y merma tu capacidad para moverte en sociedad. Y pienso que resulta absolutamente imprescindible si se intentan reconstruir graves daños físicos ocasionados por accidentes de diferente índole. Pero dudo de su eficacia cuando se hace por mero culto a la belleza. A ciertas edades, lo normal tras pasar por el quirófano para quitarte arrugas es que parezcas una persona de cierta edad que ha pasado por el quirófano para quitarse arrugas, ni más ni menos. Todas las mujeres miramos con envidia a las jóvenes de 20 años que se pavonean orgullosas por calles y parques. Olvidamos que nosotras también tuvimos veintitantos y que, dentro de otras dos décadas, ésas que ahora contemplamos se mirarán al espejo y no se reconocerán.
Es difícil aceptar que nos estamos convirtiendo en nuestros padres. Supongo que de ahí viene la seducción de mitos como el del vampiro, eternamente joven. Personalmente confieso mi debilidad por los rostros curtidos. Me gustan las caras que lucen los hombres y mujeres que trabajan en el campo, por ejemplo. Ahí hay vida. En sus pieles, en sus manos... Me resultan mucho más atractivos que la cara de Madonna sonriendo a medio gas desde cualquier marquesina. No dudo que tenga un cuerpo pluscuamperfecto, pero tanto culto al mismo no puede ser bueno para la mente. Además, los rostros cincelados a golpe de bisturí y productos milagrosos varios, siempre me han parecido un fake, como esas cabezas de las muñecas de porcelana a las que siempre he aborrecido.
Es lógico y necesario cuidarse, primero por salud y, segundo, porque el mimar tu piel y tu cuerpo encierra mucho de amor por uno mismo. Pero no debemos olvidar que el mapa de nuestra cara es un tesoro para el que sepa interpretarlo. Igual que los montes y meandros de nuestro cuerpo. Es la geografía que nos construye y renunciar a ella convirtiéndola en una árida estepa es como renunciar a la esencia que nos nutre. Y en esto, como en tantas otras cosas (lo siento, William Blake), no creo que el camino del exceso nos lleve al palacio de la sabiduría.

viernes, 1 de julio de 2011

Mundo sin

Ayer se celebraron esos innovadores conciertos silenciosos en la plaza de Chueca con, al parecer, poco éxito de crítica y público. Normal. Si hay conciertos que no se oyen, por qué no un partido de fútbol sin balón o un debate del estado de la nación sin diputados (esto último tampoco sería tan mala idea, visto lo visto...). Los dichosos conciertos son producto de una terquedad infinita que, en ocasiones como ésta, agrede el sentido común. Insisto, un poco más de diálogo entre las partes y bastantes menos ideas de pata de banco. Nos iría mucho mejor.
De todas formas, este universo light en el que nos toca vivir propone inventos absurdos que llamarían al despiporre si determinados agentes sociales no nos recomendaran con tanta insistencia que los integráramos en nuestro día a día. Algunos son tremendamente contradictorios en su propuesta original, pero nosotros los acogemos como si nos fuera la vida en ello; precisamente porque es de eso de lo que estamos convencidos: se nos va la vida en ello. Pongamos, por ejemplo, los dulces sin azúcar. Dulces y azúcar casan perfectamente si no tuvieran el incordiante "sin" en medio. Pero ahí está, presto a vengarse de los más golosos. También tenemos el pan sin sal, el te sin teína, las patatas fritas sin aceite.... Una maravilla, esto de la ciencia.
Entiendo que haya colectivos que necesiten seguir una dieta especial que les obligue a prescindir de ciertos componentes básicos de determinados alimentos. Pero al resto de los mortales nos han machacado tanto con que es lo mejor para nuestra salud, que ahí nos tienes, hartándonos de conservas sin conservantes y sal sin sal. Y tan sanotes. O no, porque la vida es justa cuando le da la gana y, para compensar, también tomamos pescados "con" mercurio, verduras "con" nitratos y marisco "con" cadmio. Así que mientras retiramos de nuestra dieta azúcar y sal, no vaya a ser que nos de un pasmo cuando nos estamos haciendo las mechas, por otro lado ingerimos todo tipo de metales con sumo gusto y mejor predisposición.Vamos, que la mayoría de los mortales llevamos en nuestro interior un Terminator en potencia y ni lo habíamos sospechado. Luego nos quejamos de que pitamos en los aeropuertos....
Mosquea esta cruzada "sin" en que nos hemos metido y que ha acabado de cuajo con placeres tan de antaño como el café, copa y puro de sobremesa. Todo en aras de nuestra salud de hierro (nunca esta expresión ha sido más exacta) y en perjuicio del buen ánimo de muchos. Resulta curioso que se preocupen tanto porque estemos sanotes y causemos el gasto mínimo a la medicina pública pero pongan el empeño justito en erradicar la violencia, la dictadura de los bancos o la telebasura, tres factores que también perjudican seriamente la salud. Pero, en fin, nosotros a lo nuestro, escuchando conciertos sin sonido y viendo pelis con actores creados digitalmente, la última moda en Japón. Mola mogollón, ¿a que sí?

                                               Eguchi Aima, la actriz virtual Made in Japan