jueves, 1 de agosto de 2013

Esposados

Están los bomberos de Londres que fuman en pipa. Así, a los Sherlock con manguera. Parece ser que las mujeres británicas, invadidas por el furor uterino tras meterse las 50 sombras de Grey entre pecho y espalda, nunca mejor dicho, se dedican a llevar a la práctica las escenas de placer esgrimidas en la novela y, claro, luego pasa lo que pasa, que no hay cuerpo que lo resista ni literato que lo aguante.
Cuentan los bomberos que están hasta la boca de riego de resolver problemas de esposados que no saben cómo quitarse aquello que los ata. A saber dónde habrán puesto estos la llave entre pierna arriba, nalga abajo y ojete mirando para Cuenca. Congratulémonos, porque al menos les quedan recursos para telefonear a los apagafuegos, que supongo que, además de conectar la radial para desconectar a la pareja, tendrán que intentar enfriar la pasión con rigor de estricto funcionario.
Sigo confesando que no he leído 50 sombras de Grey. No tengo los libros en mi poder y, desde luego, no he proyectado pedirlos prestados ni robarlos en un ataque de deseo abrasador. Sin embargo, si vives en este mundo, es imposible abstraerse de tanta mandanga como la que rodea a esta fenomenal máquina de hacer dinero. Entre lo más de lo más, esa especie de mercadeo con los aspirantes a interpretar en la pantalla al archifamoso Grey, lo que ha acabado convirtiendo el larguísimo casting en una especie de exposición ganadera en la que se llevará el premio quien luzca el cencerro más gordo. Con todo ello, lógicamente, una acaba sabiéndose de memorieta la personalidad retorcida de tal Grey, lo que me reafirma en mi idea de que, a lo mejor, esta historia de sometimiento femenino a un tipo estupendo e impoluto no es precisamente una causa que yo defendería en ningún foro. Pero, bueno, allá cada cual con sus fantasías.
Admito que, durante un tiempo, me tocó escribir sobre sexo en un medio de comunicación. No es algo de lo que me sienta orgullosa, principalmente porque siempre creí que gran parte de lo que escribía no tenía ni pies de cabeza. Me imaginaba a personas normales llevando a cabo ciertas posturas y se me ponían los pelos de punta calculando las posibles lesiones, contracturas etc a las que podrían arrastrarles algunas de las prácticas que recomendábamos como el sumum del placer. De hecho, no fueron pocas las veces que protesté implorando a la responsabilidad corporativa para no recomendar ciertas posiciones que, salvo que hayas trabajado en el Cirque du Soleil sección contorsionismo, te pueden producir lesiones serias. Pero ni por ésas. Ahí estaba yo cada mes, perpetrando delitos de supuesto erotismo y aconsejando montárselo con un pie en la lavadora y otro en la nevera (Fagor nunca me lo agradecerá lo suficiente) o hacer saltos mortales a cuatro manos sobre los sufridos sofás de Ikea. Mi consuelo era pensar que la gente es lo suficientemente lista como para saber hasta dónde llegar o, por lo menos, confiar en que en el fragor de la batalla, ambos protagonistas prefieran solucionar la papeleta y salir a hombros de la manera más placentera para ambos que, lógicamente, no implica necesariamente romperse el menisco ni fastidiarse las lumbares en el intento.
Sin embargo, el episodio de Grey y sus sombras me hace pensar que a las personas humanas, más que pensar, lo que les gusta es actuar y están convencidos de que todo el monte es orgasmo. Que si a uno (o a una) le pone como una moto leer la historia del señor de las 50 sombras y su sometida pareja, llevar a la práctica algunos de los episodios del cuento le va a hacer ver el cielo y a los angelitos en pelotas, cuando, en realidad, lo único que va a ver serán las estrellas y así, como muy de cerca. Señoras y señores, un poquito de por favor... Que incluso el Kamasutra, la biblia de las posturas sexuales y el placer non stop, es un conjunto de dibujos artísticos que obedece a una representación ficticia, ya que ni siquiera refleja anatomías reales. ¿Acaso vamos todos por la calle andando como egipcios tras ver un par de jeroglíficos en los libros de Historia? ¿Nos dedicamos a enarbolar la espada en el metro cual Capitán Trueno al grito de "¡los españoles mueren, pero no se rinden jamás!”? No, ¿verdad? Pues no es de recibo que con el Kamasutra nos pase justo lo contrario: es ver dos posturas imposibles y empezar a alucinar con las mil y una utilidades de las alfombras mágicas y las propiedades del incienso. Cuanto más caliente, mejor.
No digo yo que ahora todo el mundo renuncie a la fusta y las esposas; allá cada cual con sus herramientas de trabajo. Pero sí que tengamos en cuenta que, a lo mejor, mucho de lo que leemos y oímos son fantasías para uso individual sin que debamos involucrar a segundos (o a terceros) en ensoñaciones concebidas para el propio placer. ¿Que confiamos tanto en nuestras capacidades que sabemos que no nos vamos a dejar los dientes en el salto del tigre, como el chiste de la bicicleta? Pues adelante mis valientes, que el cuerpo humano es para disfrutarlo y no para fustigarlo, con perdón. Pero ante la duda, como decía el otro, la más tetuda.
Aunque, por otro lado, estas historias de Grey, las mujeres y los bomberos, me llevan a argumentar una teoría disparada: ¿y si (es un suponer) muchas de las ilusionadas lectoras ponen su integridad en peligro solo para ser rescatada por esos hombres del cuerpo que tan bien manejan las mangueras? Imaginación calenturienta que tiene una...


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