Por fin he visto The Master. Y digo por fin porque, tras intentar ver la película en cine sin éxito y conservar el dvd sobre la estantería durmiendo el sueño de los justos, bastante tiempo después de su estreno he sacado un rato de mucho calor y algo de insomnio para contemplar las andanzas de mi adorado Philip Seymour Hoffman, uno de los mejores actores del mundo mundial.
Dicen que The Master es una crítica, en tono agrio y un tanto desabrido, a la iglesia de la Cienciología. Por mucho que el director de la cinta lo haya negado, lo cierto es que las semejanzas son tantas que es imposible no creer que el propósito no sea otro que meter el dedo en el ojo de ciertos personajillos de Hollywood. Pero, semejanzas aparte, resulta evidente que se trata de una historia de manipulación, del manipulador que intenta ganar para la Causa (sí, así se llama el movimiento entre ideológico y religioso que vertebra la película) a una persona débil que pasa por un momento vital complicado y que, a su vez, está siendo fácilmente manipulada por quien se ha adueñado de sus emociones.
A mi modo de ver, no creo que sea tan fácil manipular a alguien. Primero, tienes que tener el arte de saber manejar el cotarro, pero también debes contar con que la otra persona esté en posición de dejarse hacer, tal vez en un gran estado de debilidad y carencia, sea o no reconocido por el interesado, o quizás en una situación de dependencia emocional. Uno puede intentar manipular a alguien para conseguir alcanzar un progreso en el trabajo, pero no creo que eso sea exactamente manipulación en el sentido de que la jungla laboral dibuja un panorama en el que todos tenemos meridianamente claro el papel que jugamos, de quién dependemos y a quién podemos utilizar como paraguas. Otra cosa es que los compañeros se conviertan en amigos y podamos echar mano de sus emociones para lograr nuestros objetivos. Ahí es donde entra la manipulacióna artera y rastrera, que es también la más letal.
Los grandes manipuladores poseen el don de saber enseguida cuáles son los puntos débiles de su víctima. Además, lógicamente, de sentirse dueños de una autoridad sobre cierto tipo de personas que, a veces, puede estar construida sobre una experiencia real o fingida. En la base de "yo ya pasé por ello" se pueden impartir lecciones de vida, pero también de moralidad propia que no tiene por qué coincidir con la ajena, pero que es bien recibida siempre y cuando el contrario necesite un bálsamo para el alma. Aunque hay un punto que juega a favor de los manipuladores de manual: la necesidad de creer. Insisto en que la fe es un chollo, de ahí que haya tantos manipuladores capaces de convertir los delirios personales en fe colectiva. El secreto es dar esperanza y algo que agarrarse a los que tienes frente a ti, un sentimiento de comprensión, de comunidad, de entendimiento, de "estoy a tu lado", "nunca te dejaré", "en mí tienes un verdadero amigo" etc que todos queremos escuchar y creer.
Pero la manipulación no es solo patrimonio de la fe en tanto en cuanto cualquier tipo de idea colectiva puede ser sujeto y objeto de semejante acción. Ahí está, por ejemplo, la labor de extraordinarios líderes políticos que han conseguido reunir gran número de seguidores para sus políticas mediocres o directamente inapropiadas. Y digo extraordinarios porque su capacidad de manipular conciencias y personas puede ser infinita. De ellos o de la corte que les rodea, ya que ahora mismo me viene a la cabeza la figura de Rasputin y su influencia infinita sobre la familia real rusa. Una historia que debería ser libro de cabecera para aquellos interesados en la manipulación de voluntades y el abuso de poder.
La manipulación es, por tanto, una relación parasitaria principalmente, donde el fuerte y el débil sacan partido de la debilidad de uno y de la fortaleza del otro en aras de una felicidad basada en la necesidad de adorar y ser protegido y en el impulso de ser adorado. Y en este sentido todos somos susceptibles de ser manipulados poniendo nuestras emociones al servicio de otra persona que puede hacer el mejor o peor uso de ellas. Le damos nuestros sentimientos con la ilusión de que sea ese fantasma que perseguimos (hay una interesante teoría psicológica que dice que las personas nos gustan no por lo que son, sino porque vemos en ellas reminiscencias de un "fantasma", un ideal que perseguimos toda nuestra vida sin llegar a encontrarlo), quien nos rescate de todo mal. Habría que ver, por tanto, hasta qué punto la manipulación es consentida por las partes en beneficio del todo.
Decía al principio que en, The Master, el personaje de Seymour Hoffman, el Master del título, manipula al de Joaquin Phoenix, un hombre torturado y perdido. Pero, a su vez, el maestro es un sujeto manipulado por su mujer, la verdadera dueña del templo emocional de quien se cree controlador de voluntades. Tal vez sea ése nuestro signo: manipular a otros mientras consentimos la manipulación de terceros proporcionándoles lo que, al fin y al cabo, todos buscamos: una prueba de amor.
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