martes, 7 de enero de 2014

Nadie me quiere

Eso es lo que tiene que estar pensando ahora mismo Su Campechana Majestad mientras a estas horas, calculo, degusta su exquisita cena y tira dardos a los presentadores de informativos, ocupados en analizar y repasar este asunto de la reimputación de su real hija, la infanta Cristina. Menudo incordio para tan máxima autoridad.
Esperemos que no se cumpla aquello de que no hay dos sin tres y ésta sea la "redefinitiva" "reimputación" de la "reinona". Más que nada porque si la consorte del presunto no se presenta el día 8 a contarle el preceptivo cuento al señor juez, el pueblo se va a volver más soberano que nunca. Durante meses hemos asistido a una escenificación de ese sainete interpretado por jueces, fiscales, agentes tributarios, partidos pseudopolíticos, lameculos en general y aristócratas en particular, tirando de una ficticia cuerda en la que a un lado están lo más noble y granado de la sociedad y, al otro, un juez solitario acompañado de la mayor parte de la ciudadanía de este país. En un primer asalto ganaron los otros, y los demás nos fuimos a casa con las manos escocidas de tanto tirar; esta mañana nos han despertado con la noticia de que la cosa está igualada y que, solo a lo mejor, la infanta lista y consentidora va a tener que sentar sus nobles posaderas en un banquillo para contar lo que sabe de los chanchullos de su marido que eran también los suyos. Y todo ello es una muy buena nueva, tanto para los de a pie, que seguimos ilusionados con aquello de que la justicia es igual para todos, como para la infanta, que gracias a este nuevo auto del juez Castro tendrá la posibilidad de defenderse y argumentar su inocencia, algo de lo que, gracias a la callada por respuesta, hasta el momento no tenemos constancia.
Así que ojalá todo siga su curso pertinente y no vengan los palmeros de la realeza a amargarnos el banquete de noticias que nos estamos dando. Ahora mismo, la ilusión del españolito medio es que los corruptos paguen por sus hazañas y que, como en las películas de Hollywood, al final ganen los buenos y los hombres de la calle puedan ejercer el papel de héroe que se barrunta desde los títulos de crédito.
Deseos aparte, el rey tiene que estar que se sube por las paredes con muletas ergonómicas y todo. En estos días, cuando se ha abierto la veda y conocemos otra cara de don Juan Carlos, de una chulería que raya la desfachatez y un apego al trono y a los dineros que roza la insensibilidad cuando no la penetra directamente y no solo con la puntita, todos son malas noticias para la monarquía, que no logra contactar con el ciudadano. No se entiende. No se entiende que un rey diga que la justicia es igual para todos en público mientras en privado predica lo contrario; no se entiende que este señor se llene la boca con mensajes de solidaridad hacia el sufrimiento de su pueblo mientras se gasta millones de euros en construir una casita donde exhibir sus trofeos de caza a cargo de Patrimonio Nacional o, lo que es lo mismo, a cargo de nuestros bolsillos; no se entiende que aplauda y apoye en la intimidad a quienes atacan los principios constitucionales en aras de una protección a la monarquía que, si fuera una institución cabal y moderna (al margen de las razones tan memas de su simple existencia) no necesitaría de adalides de la verdad y de la justicia que sacaran a pasear sus viperinas lenguas deshonrando aquello que tanto presumen defender.
El sufrimiento real se entiende, pero resulta casi chulesco viniendo de gentes que solo han disfrutado de prebendas en sus vidas y las siguen teniendo mientras que los demás, ni las hemos olido. No es de extrañar que la valoración de la monarquía esté por los suelos en las encuestas: lo que me resulta extraño es que el príncipe, que no ha hecho nada más que presumir de apostura, se encuentre tan bien valorado. A qué extremos hemos llegado que damos crédito a quien no ha demostrado atisbo de lo mejor solo porque no ha dado señales de lo peor.
En esta Casa Real todo son rémoras, desde el Rey a Letizia, muy segura en su papel de madrastra de Blancanieves. Lo único que congraciaría a la institución con los españoles es que alguien de esa familia saliera en defensa de su pueblo, rechazando los recortes y la corrupción y ejecutando actos para hacer valer sus palabras. Aquella salida a la plaza de don Juan Carlos el 23 F estuvo muy bien, pero todo hace pensar que fue algo orquestado en tanto en cuanto ahora, víctimas como somos de un golpe de Estado político, nadie es capaz de dar la cara por nosotros. A todo lo más, felicitarnos el año y recordarnos lo miserables que somos y lo mucho que nos tenemos que ayudar y acompañar. Siempre entre nosotros, claro. En estos momentos es cuando necesitaríamos una monarquía ejemplar y cabreada con las injusticias. En su lugar, tenemos una institución amoral y enfadada con la justicia.
Sinceramente, creo que a la Casa Real le vendría mucho mejor que la infanta hiciera el paseíllo hasta los juzgados y contara su verdad que torpedear a la opinión pública con noticias tan perturbadoras como el hastío real ante la tardanza en la instrucción de la causa de Noos y Aizoon o que la infanta y su presuntamente corrupto consorte hayan disfrutado de la cena de Nochebuena en Zarzuela, en amor y compaña de padres y hermanos. Uno tiene derecho a cenar con sus parientes y compartir momentos con ellos, pero cuando se trata de la monarquía, una cosa es hacerlo y otra, mucho más peligrosa, contarlo.
Al Rey, ese señor mayor de salud delicada, como lo definió su última y simpática supuesta amante, ya no le quiere casi nadie. Aun así, son muchos los que le siguen utilizando y, entre todos, nos usan a los demás. No le llamemos amor cuando, en realidad, lo que queremos decir es dar por saco.


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