sábado, 11 de enero de 2014

Desamor

Ese estupendo invento llamado Museo de las Relaciones Rotas, que surgió en Croacia hace ya un tiempo, ha llegado a México. El 12 de marzo abrirá sus puertas en el DF el rincón que convierte el desamor en arte y, por ello, los mexicanos han sido invitados a legar las pertenencias de una historia que pudo ser y no fue. Bajo el lema "déjalo ir, suelta el pasado y avanza", una multitud de hombres y mujeres han ido entregando aquellos recuerdos que les impiden seguir adelante. La convocatoria ha tenido tanto éxito que México, a día de hoy, ostenta el récord de país con mayores aportaciones a la curiosa galería de llantinas y dolores fuertes.
Los medios opinan que, a lo mejor, lo que pasa es que los mexicanos sufren más por amor. Yo creo que las razones son bastantes más prosaicas, y pueden ir desde que el DF es una de las capitales con mayor número de habitantes del planeta, con lo que el éxito del casting está asegurado, hasta la querencia de los latinoamericanos (ellos también; no solo ellas) por las telenovelas que te dejan el corazón como un guiñapo: churruscadito y en carne viva. A lo mejor esto incide en que vivan sus historias sentimentales de manera mucho menos vulgar que los europeos, por ejemplo, a quienes las ansias de superarlo y presumir de ello nos ciegan. Más incluso que el sufrimiento producido y/o causado.
Yo siempre he sido de la idea de que, cuando algo se acaba, adiós muy buenas y, si eso, que te recuerde tu santa madre. Ahora, sin embargo, cuando he entendido que el tiempo no lo cura todo, que no puedes ser amigo de quien te hizo daño hasta que deje de dolerte (algo que puede durar unos meses como mínimo) etc, creo que hay que conservar los recuerdos. Físicos y emocionales. Con ello no quiero decir que debamos ponerle altares al finado con aquellas cosas que nos legó en nuestra vida juntos, pero al menos sí asumir que forma parte de nosotros, como las conchas que recogimos en aquella playa remota o las joyas que nos legó la abuela. Si atesoramos souvenir que, al fin y al cabo, no nos importan tanto, ¿por qué deshacernos de aquello que nos marcó?
Creo que el secreto para apagar los rescoldos de una relación que en su día fue fuego y hoy es ceniza, no está en olvidar. De hecho, el empeño en olvidar dice muy poco de nosotros, en tanto en cuanto deseamos relativizar algo que, nos fastidie o no, tiene y ha tenido mucha importancia en un determinado momento de nuestra existencia. La llave del éxito esté, quizás, en asumir todo el proceso como una experiencia de vida, y encarar el futuro sabiendo que llevamos ahí una mochila que, cada día que pase, se hará más ligera, pero también nos convertirá en personas más sabias si nos proponemos aprender de lo hecho.
Nunca he entendido a la gente que se fustiga intentando revivir historias caducas hasta rozar el acoso. Uno tiene que poner distancia y tiempo para que renazca el cariño. Tal vez, algún día, las dos partes del todo coincidan de nuevo y puedan, si el corazón y la cabeza lo permiten, intentar ser amigos y estrechar lazos sin que sobre los tejados de su estrenado templo emocional sobrevuelen la culpa, la desconfianza y el miedo. Cuidado con los nubarrones, porque siempre traen lluvia y, algunos, incluso rayos y truenos.
Aun así, entiendo perfectamente que la primera reacción de un corazón roto sea deshacerse de los cartuchos que dejaron las balas. Ello no nos sana, pero al menos crea el espejismo de un cierto alivio. Porque por mucho que nos empeñemos en quemar/donar/tirar objetos, el recuerdo va más allá de lo tangible, y cualquier cosa (un paseo, una frase, una calle) nos traerá a la memoria lo perdido. Solo dejando de vivir se podría poner punto y final a la memoria y no creo sinceramente que ningún desamor merezca un The End tan estrafalario.
La colección que ahora mantiene embobados a los mexicanos, hurgando en la caja de sus tesoros, tal vez no sea una estrategia maravillosa para mandar a la porra lo que no funcionó, pero sí una estupenda aventura que nos permitirá darnos cuenta de que nadie está solo ni a salvo en esta historia del desamor. Además, claro, de alucinar con el valor sentimental que le conceden algunos a objetos tan nimios como las figuritas de Pokemon; a otros tan sorprendentes como distintas prótesis del cuerpo (eso sí es una ruptura, literal y metafóricamente hablando) o a algunos tan poco imaginativos como un cuchillo. No entremos en detalles de por qué los recuerdos de un amante se centralizan en dicho elemento cortante. Corramos un "estúpido" velo.
Mientras, mi teoría seguirá siendo la misma: es incierto que el tiempo lo sane todo, pero sí consigue que pongamos las cosas en perspectiva, asimilemos lo vivido y crezcamos con ello y gracias a ello; olvidar una gran amistad o un gran amor es uno de los empeños más mezquinos del ser humano, un desprecio a lo que hemos sido y que, en gran parte, nos ha hecho lo que somos; todos tenemos que asumir que las personas que se cruzan en nuestro camino han tenido una vida a la que debemos respetar y hasta cuidar; recordar es noble, y sentimientos como la ira y el deseo de venganza no deben ser tomados como algo pecaminoso sino como un vehículo en el que pasear el dolor durante los momentos de desgarro emocional.
E, insisto, que el Museo de las Relaciones Rotas es un grandísimo invento.




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