miércoles, 21 de noviembre de 2012

Las chicas de oro

De todos es sabido mi fascinación mal disimulada por las señoras del PP, fascinación que se acrecienta cuando dichas mujeres ocupan cargos públicos. En realidad, debo puntualizar que me parecen todas iguales hasta que empiezan a parecerme distintas, algo que suele coincidir con meteduras de pata de las muy gordas.
Entre las muchas peperas a las que yo seguiría con devoción cristiana si fuera capaz de sentirla, destacaría un grupito de alegres damiselas que, en el caso de que se fueran a vivir juntas a un pisito de protección oficial, inspirarían una sórdida comedia digna del mejor Álex de la Iglesia. Me refiero, obviamente, a Cospedal, Aguirre, Botella y Cifuentes. La primera me recuerda a una inflexible maestra de internado de posguerra, con una estricta vida pública en lujurioso contraste con una alocada vida privada. Probablemente esté equivocada y Dolores sea una santa de recto proceder y aún más envarada moral, pero la que esto suscribe también tiene derecho a crear sus propios personajes literarios desde el respeto que le infunde la autoridad. Por otro lado, de Botella ya he hablado largo y tendido y, sinceramente, la señora Aznar no da para más. Lo único destacable de esta mujer son sus errores y, con el tiempo, estoy convencida de que ni eso.
Otra cosa muy distinta son las otras dos protagonistas del show, Aguirre y Cifuentes. La primera se nos fue, seguramente para volver. Porque es muy cómodo montar el teatrito de varietés diciendo que te retiras y seguir siendo presidenta del PP madrileño, con lo que a la postre se va a cumplir aquella profecía de que Esperanza ha hecho mutis por el foro para que se equivoquen otros y después regresar, cual virgen inmaculada, erigiéndose en salvadora de la patria con cargo y sueldo. No es lista la lideresa ni nada. Si uno tiene la voluntad de retirarse de la política, se retira del todo, pasando a dormir una plácida jubilación a la sombra de cualquier gran empresa dispuesta a untarle las alforjas. Pero a Espe la seguimos teniendo en la chepa, cual Pepito Grillo, susurrándonos al oído (derecho, por supuesto) las barbaridades que muchos quieren oír. Palabras meritorias que, viniendo de la persona que puso en marcha el magnífico plan de vender Madrid al mejor postor, nos dejan ya no temblando, sino con ganas de echar a correr y no parar hasta llegar a Pernambuco.
Cristina Cifuentes es otra cosa. Da hasta gusto ver a la Delegada del Gobierno en la televisión, soltando tonterías que no vienen a cuento a sabiendas de que, efectivamente, lo que está diciendo no se lo creería ni un niño de teta. Y es que esta mujer, además de no saber contar los asistentes a las manifestaciones (pido desde este púlpito que alguien le organice lo antes posible una cita a ciegas con el entrañable conde Draco) y confundir un millón de personas con 25 colegas y una cabra, es capaz de saber con certeza el nombre, dirección, profesión y dónde estudian los hijos de un montón de madrileños de izquierdas pero, sin embargo, no consigue saber dónde se encuentra ahora mismo su esposo. Porque la señora Delegada está bien casada con un prófugo de la justicia que debe un montón de pasta a los españoles y que, sospechosamente, aparece en las fotos de las celebraciones familiares cuando nadie de su clan conoce su paradero. Es lo que Iker Jiménez llamaría un ectoplasma con la extravagante costumbre de manifestarse a través de la réflex. En serio, si yo fuera la mandamás de un montón de policías madrileños, antidisturbios incluidos, seguramente sabría perfectamente si mi marido se fue a por tabaco y si te he visto cruzo de acera, o se encuentra durmiendo la mona en un club de ésos de muchas luces. Pero Cifuentes, con todas sus luces y sus sombras, dice saberlo todo de nosotros pero nada del hombre con el que se casó, imagino que de blanco y por la iglesia. Anonadada me/nos tiene.
Cuentan los mentideros de la villa y corte que Cristina Cifuentes se postulará como próxima alcaldesa con el beneplácito de Esperanza Aguirre y el mosqueo de Ana Botella. Ella lo ha negado en público, o sea, que va a ser que sí. A mí la cosa me preocuparía si no me diera tanta risa pensar en que una mujer, antipática y altiva, a la que, por lo que parece, 2+2 le salen -22 y cuyo marido es un presunto delincuente, va a ser la próxima inquilina de nuestro señorial Ayuntamiento. Son capaces los suyos de postularla y, lo que es peor, nosotros de votarla. Creo que, de seguir promoviendo esta degradación institucional, lo mismo nos llevamos una sorpresa y vemos a Kiko Rivera de alcalde de la capital. A lo mejor tampoco sabe contar, pero al menos parece más simpático. Eso que nos llevamos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario