martes, 31 de mayo de 2011

Shakira, Piqué y viceversa


Hay quien está harto de las demostraciones de cariño de estos dos. No entiendo por qué. ¿Se adoran? Estupendo ¿No pueden dejar de sobarse, tocarse y menearse? Eso que se llevan.
He dicho varias veces que no soy muy fan de las historias de amor. Quizás porque no creo que estén hechas para mí (motivos estrictamente personales, me reitero). Pero a esta pareja sí me la creo. A él no tengo el gusto de conocerle (lástima), pero a ella sí. Maticémoslo: no somos amigas ni nos enviamos códigos cifrados vía twitter. Lo que se dice verla, la he visto dos veces en mi vida, las mismas que he hablado con ella. En el tú a tú, mi primera impresión es que es una persona a la que, le preguntes lo que le preguntes, contestará lo que le de la gana. Privilegios de diva, imagino. Susceptibilidades al margen, parece una chica amable y educada. Suficiente para mantener una conversación coherente y hasta amena. Además, Shakira tiene la calidad y cualidad de estrella: se transforma en sus conciertos, se hace grande. Seguramente, como decían los Secretos, también se vuelva vulgar al bajar del escenario (modestia aparte, nos pasa a todos: yo soy enormemente vulgar cuando no escribo en este blog), pero ahí están sus fans para recordarle que no hay otra como ella.
Con esto vengo a decir que no necesita a ningún hombre a su lado para engrandecer el mito. Ni económica, ni profesional, ni sentimentalmente. Pero, mira por donde, aparece Piqué y la chica se desmelena. Jamás la habíamos visto mostrando tal desfase de amor en público. Novios ha tenido a espuertas, y nunca hasta hoy se había dejado pillar en momentos de arrebato místico-pasional. ¿Por qué ahora? Pues a lo mejor porque ha decidido hacer al fin lo que le sale de donde le salga. Que ya va siendo hora de dejar de lado la compostura que se veía obligada a mantener solo por ser vos quien sos. Me gustan estas manifestaciones en loor de multitudes e incluso las agradezco: a estas alturas de mi película, el comedimiento estúpido, los besos solo en privado, las caricias ocultas me ponen mala. Así que celebro que los dos se hayan desmelenado. Me imagino a ese Piqué obnubilado tras conseguir a una mujer que hasta hace poco solo ocupaba sus sueños, húmedos o no. Tiene que estar el hombre que no se lo cree. Pero como soy más de ponerme en la piel de ellas, puedo intuir lo que supondría tener a un tipazo como Piqué bailándote el agua y lo que no es el agua.
Todos y todas tenemos un matiz de envida cochina y en el fondo nos fastidia que el mundo esté tan mal repartido. Que los guapos, ricos, afortunados y estupendos se conozcan, se gusten y hasta se quieran mientras la gente de a pie bastante tenemos con nuestras miserias cotidianas. Nos parece injusto. No lo es: la vida te pone a personas por delante y tú decides qué haces, si juegas o pasas palabra. Seguramente no serán ni Piqué ni Shakira, pero ello tampoco implica necesariamente que sean peores. Estos se encontraron y se reconocieron. A lo mejor el problema es que nosotros nos encontramos, pero somos incapaces de reconocernos.
Me consta que Shakira no lo ha pasado nada bien en alguna de sus relaciones y creo que criticar su actitud de ahora es mezquino. Como todos, se merece ser feliz. Que lo disfrute mientras dure. No hay mayor verdad que la que dice aquello de "solo se vive una vez". Siempre con permiso de otra célebre y españolísima proclama: "la envidia es muy mala". Cierto. 


lunes, 30 de mayo de 2011

Obligación y devoción

Hace unos días me envió un mensaje una ex compañera para contarme que había dejado el trabajo. Estaba harta de malos modos y peores reproches; de insultos; de ver pasar la vida desde el ordenador de la oficina y comprobar cómo poco a poco te vas desenganchando de amigos y conocidos gracias a esos horarios inmundos impuestos por una autoridad bipolar orgullosa de su condición de amo esclavista. Tan cansanda estaba, tan agotada... que se despidió a la francesa perdiendo el derecho a paro y sin saber lo que será de su vida y de su carrera profesional. Yo, que he compartido con ella momentos malos y peores, no puedo más que admirar su golpe de efecto. En estos tiempos que nos ha tocado vivir te encuentras con toda suerte de sátrapas insuflados de a saber qué poder divino y con muchas ganas de retroalimentarse del sufrimiento ajeno. Saben que no tienes otra salida que aguantar y lo disfrutan. Pero todavía queda gente que no aguanta, incapaz de vender su dignidad por un puñado de euros y sacrificar su salud y sus emociones en aras de un trabajo que cada día le resulta más aborrecible.
Pienso en ella y la envidio. Por su capacidad de decisión y por su valor. En mi caso no hubiera actuado igual. Confieso que soy más de obligación que de devoción. Me explico: creo que solo se vive una vez y que las oportunidades hay que agarrarlas al vuelo; que para acertar hay que equivocarse; que más vale errar que no haber probado... Pero reconozco que soy bastante desastre para las decisiones transcendentales. Siempre valoro a quién afectarán, qué consecuencias tendrán, quién sufrirá por ello y quién se beneficiará. Todo lo coloco en una balanza e, irremediablemente, acabo perdiendo yo. Al final me preocupa más el bienestar ajeno que el mío propio y acabo tomando decisiones que no son las correctas o, directamente, evito tomarlas.
La pasada semana me enfrenté a uno de esos momentos. Dos opciones. Elegir entre una y otra. Obligación y devoción. En mi fuero interno esperaba una especie de iluminación divina que allanara el camino, pero si algo tengo claro es que en esta vida no se me va a aparecer la virgen ya no digamos el Espíritu Santo. Los amigos te aconsejan, pero poco pueden sus buenas intenciones contra una cabeza que manda y que en mi caso manda mucho. A veces me gustaría ser menos racional para los grandes gestos, esos que sé van a condicionar parte de mi existencia. Siendo tan impulsiva para ciertas cosas, me sorpende lo cobarde que puedo llegar a ser para otros.
Hubo un tiempo que soñaba lo que todos: soltarle un discursos de los de hacer pupa al jefe abusón, al compañero trepa o al amigo traidor y mandarlos a tomar viento. Pero va a ser que no. Porque luego tengo a alguno de los tres enfrente y acabo inevitablemente poniéndome en su lugar, en el de los míos y hasta en el de los suyos. Yo, que, como diría Hamilton, siempre pienso que son los malos los que levantan una buena película me siento incapaz de soltar un exabrupto y hasta de hacer una pequeña trastada.
Por eso, y por muchas otras cosas más, admiro a la gente que no duda en ponerse al mundo por montera y decir aquello de "hasta aquí hemos llegado". Todos tenemos que aprender de ellos.
Por cierto, en el dilema de la semana pasada ganó la devoción. Poco a poco, pero voy aprendiendo.

domingo, 29 de mayo de 2011

Terminator Puig

Me da la impresión, por lo leído, que el Consejero de Interior del Gobierno catalán, el señor Felip Puig, se siente muy ufano ante la hazaña conseguida. Al parecer, el correr a la gente a mamporrazos de un sitio público "pone" un montón. Dice don Puig que está orgulloso de sus chicos, esos Mossos que tanto se aplicaron en limpiar y sanear la Plaza de Cataluña a golpes. Pues nada, allá cada cual con sus órdenes y sus remordimientos.
Imagino que no es el único que, obrando mal a sabiendas, tiene la conciencia prístina y suave cual culito de bebé. Eso es algo que va con la educación y el estómago de cada uno (el de este hombre debe de ser de cemento armado). El problema en el caso que nos atañe es que al señor consejero lo hemos puesto entre todos en el lugar que ocupa. Quiero decir que si desempeña un cargo público es gracias a nosotros, los ciudadanos de a pie, esos mismos a los que el viernes se empeñó en amedrentar a ritmo de pelotazo. ¿No resulta paradójico? El sueño de la democracia también alimenta monstruos.
Me parece como mínimo doloroso que alguien que se nutre del erario público cometa tal desaguisado. Él y otros como él. En mi opinión, la única salida honrosa a este asunto sería la dimisión pasando por la petición de perdón público. Pero en la España de nuestros amores estamos todos a uno ante la consigna "tonto el que dimita". Tanto apego al cargo acaba siendo tremendamente deshonroso para el que lo practica, aunque las prebendas deben de ser tales que el escarnio público ni preocupa ni ofende. Para qué, si la memoria colectiva española demuestra ser tan frágil como olvidadiza, ¿verdad Puig?
Pues nada, cada uno en su poltrona y eso que llamamos democracia en la de todos, por mucho que nos empeñemos en desvirtuarla. Por lo que a mí respecta, celebro que ayer, salvo la marimorena que liaron los exaltados de turno, no se hayan producido los incidentes entre culés e indignados que pronosticaba aquí el menda (como vidente no se ganaría el sueldo) y celebro también que el Barça se haya llevado la Champions. Un partido estupendo y un mejor ganador. Me rindo ante el detallazo de Puyol hacia Abidal: todos nos merecemos tener o haber tenido alguna vez un compañero y/o amigo capaz de hacer algo así por nosotros; lástima que estos gestos tan generosos solo pasen en las películas y en el Barça. Siento mucha envida sana, la verdad.
Sé que a los del Madrid les ha dado un parraque del quince, pero empatizar con los valores que hoy por hoy simboliza el Barça es de recibo: pensando como pienso y siendo como soy me resultaría bochornoso rendir pleitesía a la labor de un Mourinho bravucón, arrabalero y con aires de gángster. Si algún día el Madrid cambia de filosofía (y de juego) prometo tragarme mis palabras y comprarme incluso una camiseta blanca para lucir en bautizos y comuniones.
Un último apunte: los twitteros que todavía no sigáis a @DaniMateoAgain ya estáis tardando. Luego no digáis que no soy buena... "consejera".

sábado, 28 de mayo de 2011

Friends

Confieso que no soy muy fan de la series por y para mujeres. Sin ir más lejos, no vi en su día Sexo en Nueva York y, ahora que he conseguido entrever retazos de algún capítulo, no me arrepiento. Va contra mi religión, si la tuviera, creerme algo así. Mi mente práctica me impide racionalizar el hecho de que una columnista en Nueva York gane el sueldo de Angelina Jolie y, por si la vida ya no fuera suficientemente injusta, además consiga trajinarse a los hombres más estupendos del planeta. Luego echas un vistazo a tu propia existencia y te das cuenta de que una serie así es insana. Ni aspiracional, ni leches. Pero, bueno, no pretendo discutir sus bondades, que seguro las tiene, entre sus millones de seguidoras, no vaya a ser que tenga que batirme en duelo.
Decía que la series femeninas no son para mí, tal vez porque de pequeña era más de Los hombres de Harrelson que de Heidi. Más de acción que de reacción. Me gustaba oír aquella frase mítica de "T.J, ¡al tejado!" y me aburrían soberanamente las correrías silvestres de una niña a la que en el fondo siempre consideré tonta del bote. Ahora que lo pienso, creo que en su día debí de haber sido la típica empollona repelente y sufrir por ello, porque si no no me explico tantas ganas de llevar la contraria.
Con el tiempo, llegué tarde a Friends, igual que he llegado tarde a otros movimientos de masas (OT, Perdidos...), pero he recuperado el tiempo en las sucesivas repeticiones de la serie y he descubierto, tarde, mal y arrastras, que me gusta. Me gusta el humor, la pandilla (Rachel la que menos) y ese sentido de la amistad que ya lo quisiera yo para mí en los días de fiesta. Amigos que se respetan, que lloran juntos, que ríen juntos, que dicen las verdades a la cara, que se perdonan, que se quieren... relaciones incombustibles que a todos nos encantaría disfrutar. En la realidad no es tan fácil perdonar y volver a confiar cuando nos la han metido doblada, pero en la ficción resulta tan tierno.... Lo dicho, un primor de serie. Todos tenemos la suerte de contar con personas así en nuestra vida, pero el verlo en la tele nos hace envidiar la fluidez, el saber interpretar los gestos del otro, el adelantarse a lo que tu amigo desea y dárselo... Y todo con una chispa que ni Faemino y Cansado en sus mejores shows. Personalmente, preferiría pasar una tarde viendo fútbol americano con Chandler en lugar de irme de compras con Carrie Bradshaw. Bicho raro, ya digo.
Ahora, además, me he enganchado a Cómo conocí a vuestra madre, con pandilla de amigos incluida y bastante mala leche a la hora de retratar las relaciones personales. Tíos que compiten por ver quién la tiene más larga, chicas que van de mujeres biónicas y luego fallan cual escopeta de feria cuando intentan entender a los hombres.... Irreverente muchas veces y descacharrante siempre. Además, gracias a Cómo conocí a vuestra madre tengo un nuevo héroe: el personaje de Barney, un ligón con pintas interpetado por el actorazo Neil Patrick Harris al que desde hace años conservo en mis altares interpretativos. Barney es faltón y carismático, un epítome perfecto de la esencia del macho de bar (con traje, corbata y buenos modales, eso sí). Justo el tipo al que odiarías encontrar una noche de copas pero te encanta ver cómo se desenvuelve entre gintonics en la barra virtual y cómo utiliza los trucos más burdos para ligarse a la Barbie de turno. Muy recomendable para evadirse de primarias, desalojos, crisis y otras boutades por el estilo.

viernes, 27 de mayo de 2011

A golpes

Estoy viendo las imágenes de la carga de los mossos contra los indignados en la Plaza de Cataluña de Barcelona y me estoy poniendo mala. 66 personas molidas a palos por órdenes de alguien que debe de mojar las galletas del desayuno en orujo como mínimo.
Entiendo que haya que mover al personal de vez en cuando para que corra el aire. En el caso de Sol, que es el que me cae al lado, al menos por salubridad, habría que hacer una limpieza a fondo del lugar si se quiere continuar con las actividades antes de que alguien pregunte si hay un médico en la sala. Pero eso se pacta o se intenta arreglar de alguna forma (aquí no voy a entrar porque no soy jurista ni lo pretendo). Lo que no se puede es cargar contra personas desarmadas y sentadas en el suelo a golpe de porra sin que medie provocación alguna. Es indecente y crea un efecto rebote en la opinión pública muy distinto al que en un principio se pretendía.
La excusa de todo esto es que mañana juega el Barça la final de la Champions y hay que desalojar a la peña porque luego vendrán los culés a hacer botellón y se va a líar la del pulpo. No sé que tiene de malo la pareja Indignado-seguidor del Barça. ¿No se puede ser una cosa y la otra a la vez? ¿Se llevan mal ambos colectivos? ¿Ha habido casos de peleas a cara de perro en bares entre unos y otros? Si mañana gana el Barça imagino que los dos grupos harán pareja de hecho y celebrarán felices sus cosas en la Plaza de Cataluña o en las mismísimas Ramblas. Allá cada cual.
Remontémonos al pasado. En los orígenes de la acampada de Sol no estaba ni el Tato. Una pandilla de amigos con ganas de protestar y poco más. El lunes 16 por la noche, la policía entró al trapo y desalojó a los cuatro gatos que se disponían a pasar la noche. ¿Consecuencia? Se corrió la voz y a la noche siguiente eran cientos. Si este primer desalojo no se hubiera producido, el fenómeno se habría desarrollado en manera muy distinta a lo que ahora conocemos. Obviamente, lo que ha pasado esta mañana revitalizará un movimiento que en los últimos días languidecía a bastante velocidad.
Es de recibo que no se puede utilizar la Puerta del Sol ni otros espacios públicos como camping de veraneo. Si así fuera, por esa regla de tres, yo me podría ir con mi esterilla a la puerta del Palacio de Correos y quedarme allí a la fresca hasta que Lady GaGa viniera y me cantara una saeta. No sé cuál es la solución, pero está claro que no debería pasar por el uso indiscriminado de la violencia.
Lamentable y penoso incidente el que hemos presenciado hoy, digno de revueltas de tiempos donde la libertad era solo el nombre de la abuela de alguien. Nadie se merece ser víctima del abuso de autoridad de otro. En ningún momento y lugar. Por favor, utilicemos este fin de semana para ejercitar el sentido común, ese que, por cierto, tanto maltratamos.

Piropea, que algo queda

La debacle de la construcción ha afectado muy profundamente a la autoestima femenina. Desde que los andamios no se reproducen como champiñones por nuestros pueblos y ciudades, se han dejado oír los característicos requiebros, tonadas y silbidos varios ante el paso de alguna jamelga.
Y eso duele, amigos. El arte del piropo, tan mimado durante generaciones por los trabajadores del ladrillo, amenaza con convertirse en una lengua muerta. Una  suerte de sánscrito que solo se estudiará en los masters avanzados de hostelería y en alguna clase extra (si el programa lo permite) de aparejador y maestro de obra.
Corren muy malos tiempos para la lírica. Antes parecía que a cada obrero se le obligaba mediante contrato a improvisar una media de diez o doce piropos al día. Hoy no contamos con apenas albañiles a disposición del público femenino, ergo los piropos corren un serio peligro de extinción. Una pena. O no, porque a mí esto de que alguien te grite groserías al oído cuando estás a tus cosas, me parece de fatal educación y muy mal gusto. Vale que a veces te sueltan palabras amables, pero lo soez es demasiado común como para pasarlo por alto. Además, que el halago venga de una persona a quien no conoces a mí, personalmente, me toca un pie. Si un amigo te dice lo guapa que estás, te levanta el día; si un desconocido que pasaba por allí se deshace en elogios sobre tu culo, para mí es lo mismo que si me dice que tengo unos intestinos muy lustrosos: una estupidez. Puede pensar lo que quiera sobre mi culo, pero casi mejor que se lo guarde para sí mismo y sus momentos a solas. Momentos de reflexión, obviamente.
En resumen, que yo no soy muy fan del requiebro. Me produce una mezcla de pudor y cabreo difícil de definir. Insisto en que si alguien a quien conoces y aprecias se declara admirador de tu inteligencia, ojos, manera de conducir o forma de escribir es maravilloso. Cuando lo hace un desconocido se me queda cara de “no sé cómo reaccionar; lo pienso y, si eso, vuelvo” en el caso de que las palabras sean agradables y de “ojalá alguien tenga la habilidad de meterte el martillo pilón por donde yo me sé” cuando rozan lo vomitivo o al interfecto le da el ataque pasional e invade tu espacio e incluso -el colmo de los desatinos- te toca.
Pero todo ello no me impide reconocer que la coquetería femenina se ha resentido enormemente con esta carencia de machos dispuestos a hacer poesía de la buena con la palabra tetas. Así que, en un alarde de solidaridad de género sin precedentes, animaría a las nuevas generaciones a que se eduquen en el vocabulario galante. Y extendería la petición a colectivos muy poco duchos en estos asuntos. Por ejemplo, no me imagino al gremio de los jueces o, ya desvariando, el de los asesinos a sueldos, soltando florituras: “señorita, tiene usted unos ojos que son dos luceros; lástima que esté a punto de introducirle una bala entre ese par de estrellas que la adornan”. Poético, pero patético. Aunque, bueno, todo sería acostumbrarse…


jueves, 26 de mayo de 2011

Mou y Val

El desencuentro de estos dos, Mourinho y Valdano, es de libro. De hecho, lo suyo ya debía de aparecer en algún capítulo de Érase una vez el hombre, probablemente en el del nacimiento de las células. Dos personalidades, una dada a las broncas, a la intransigencia, a la exageración y a los exabruptos públicos y otra a la contención, la racionalidad y el diálogo. Imposible que no choquen. El broncas intentará darle una lección al otro en cada desencuentro cuando lo que de verdad desearía es arrearle un puñetazo en los morros. El segundo tragará bilis y, muy probablemente, se dirá a sí mismo aquello de "tranquilo, que el tiempo pone a cada uno en su sitio". Pero el tiempo es muy perro y pasa muy lentamente, amigo.
El problema es cuando aparece un tercero o dos se pelean por la atención de la misma persona, llámese Florentino o X. Muy probablemente, ese tercero capeará el temporal como bien pueda hasta que no le quede otra opción que elegir entre uno y otro. Lamentable, pero en esta vida la cobardía es echar las cosas a suertes; la valentía consiste en elegir... lástima que algunos lo hagan cuando no les queda otro remedio. Lo normal, insisto, es que quien tenga que mediar se decante por el que demuestra una personalidad más fuerte y mayor apoyo social, por no hablar de que le convenga mucho más arrimar el ascua a su sardina que empatizar con quien lleva las de perder. El miedo a quedar mal, a que su cómoda poltrona de ojeador se resienta, a que el resto de personajes de esta triste comedia de situación empiece a negarle el saludo, le agarrota y le lleva a tomar una decisión a la que tal vez el corazón no le conduciría. El sensato, el comedido, el racional y, probablemente, el que más sufre con todo esto, tiene las de perder aunque haga el pino con las orejas. Abandonará la batalla y se dejará en el intento el respeto que sentía por el tercero.
Todos hemos vivido historias semejantes. Algunos varias veces. Yo, poco dada a los exabruptos públicos y más por el diálogo y la serenidad, siempre he perdido ante personalidades entregadas al arte de los malos modos y peores instintos. El problema es que en todo momento sabía de antemano que ésa era una batalla perdida y, sin embargo, me dejaba ir porque esperaba que el tercero (inevitable su papel en esta opereta) fuera lo suficientemente inteligente y valiente para darse cuenta de la calaña y las malas artes que manejaba el contrario. Craso error. Al final no te queda otra que aceptar tu derrota, que el que más grita es siempre el que gana y el que más se queja da mucha pena. A ti, como no haces ni lo uno ni lo otro, o al menos no con tanto ahínco, te toca apretar los dientes y encerrarte en casa lamiéndote las heridas esperando a que quien te ha hecho daño te pida disculpas. Pobre ingenuo.
Florentino hablará por boca de Mourinho, sin ni siquiera darse cuenta, hasta que por fin se haga eco de lo que ya sabía: que este hombre es simple y llanamente lo que parece, un macarra de barrio. En algún momento entenderá que, a lo mejor, solo a lo mejor, se equivocó (probablemente ya se ha dado cuenta); tal vez lo manifieste, tal vez no, la opinión pública manda y estas personalidades siempre dadas a quedar bien son lo menos confiable del mundo. Pero jamás podrá recuperar al colaborador, al amigo o al compañero que un día tuvo: no es nada fácil perdonar a quien te hiere a sabiendas y que encima no ha tenido la decencia de perdirte perdón ni de admitir que no estuvo a la altura. Otro capítulo de Érase una vez el hombre...

miércoles, 25 de mayo de 2011

Orgullo friki

Enhorabuena a todos/todas: hoy es el día del orgullo friki, así que espero que lo festejéis como buenamente podáis: viendo un episodio mítico de Los Roper, emulando a Freddie Mercury en I Want to Be Free o poniéndoos la capa de tuno y saliendo a pegar berridos bajo los balcones más floridos.
A fin de cuentas, que tire la primera piedra quien no se sienta friki en la intimidad. Porque en la vida pública contamos con varios y gloriosos ejemplos: esos políticos, encausados por turbios asuntos de corrupción, que sonríen a sus huestes vestidos de niños de primera comunión; los hipermodernos e hipermodernas capaces de juzgar (mal) a la gente a golpe de vista y convencer a sus acólitos de que el objeto de su desprecio es la encarnación del demonio; esos tipos sin sal ni sangre en las venas, que creen a pies y juntillas en los anteriores y confían en su buen criterio aunque les cueste la ruina emocional y social (en estos momentos me vienen a la cabeza al menos dos); esos locos/locas por el fútbol, el teatro del absurdo, la saga de American Pie o que bailan a escondidas las canciones más rancias de Locomía; la pandilla que ya ha creado hasta su propio huerto en Sol y amenaza con convertir el km 0 en un gran Centro Social Okupa al aire libre (mira que me fastidia decir esto y ojalá me equivoque); Pepiño Blanco en su mismidad... Podría seguir hasta el infinito y llegaría a una única conclusión: todos tenemos un punto extravagante que nos cuesta confesar pero que sale cuando nos desmelenamos y que es parte de nuestra esencia más íntima.
Dice una teoría que la gente que nos cae mal suscita esa reacción porque vemos en ellos detalles de nosotros mismos que no nos gustan. Tal vez nos pasa eso con los que consideramos frikis: nuestro subsconsciente sabe con certeza que en los momentos más "oscuros"o locos somos como ellos o peores. O a lo mejor no tanto, pero nos encantería ser capaces de soltarnos y enseñarle al mundo todo el arte que llevamos dentro y la personalidad tan hipnotizante que nos adorna.
Así que brindemos hoy por nosotros mismos y las rarezas que nos acompañan, que bastante tenemos con lo que está cayendo afuera.
Y un último apunte sobre algo que me despierta cierta desazón. Mi admirado Dani Mateo se pregunta en su Twitter qué le pasa a los señores y señores de Derechas, que hasta cuando ganan tienen cara de cabreo. Lo dicho, unos frikis. ¡Salud!

martes, 24 de mayo de 2011

Hasta las bolas

Hace años, allá por los 80, triunfaba en la tele un programa considerado irreverente, La bola de cristal. El ritual de la generación que creció a su sombra era el mismo: sentarse los sábados ante el televisor, con el desayuno listo y las orejas bien atentas. El show basaba su éxito en los Electroduendes, esos muñecos de enorme pelaje punkie, actuaciones de artistas que en la época eran lo más (Loquillo, Radio Futura, Los Nikis), una presentadora que enganchaba (Olvido/Alaska) y, por encima de todo, una forma muy poco ortodoxa de decir las cosas. Por ejemplo, te soltaban aquello de "Hay que aprender a desaprender cómo se deshacen las cosas" y se te subía la rebeldía hasta el infinito y más allá. En el fondo te estaban contando que te portaras bien, pero era la manera de decirlo lo que te producía ese sentimiento antisistema que, fuera cual fuera tu edad, lo recibías como la mejor forma de parecer cafre sin serlo del todo. Recuerdo un episodio en el que la inefable Bruja Avería (ese ser horrendo que se desgañitaba predicando "Viva el mal, viva el capital") era elegida presidenta y nombraba ministros, entre ellos el de Basura y Cultura. Lo repasas ahora y resulta hasta visionario.
Quienes crecieron mamando la sabiduría de La bola prometían. Estaban educados en la libertad de los 80, en la perspectiva de que podrían lograr cualquier cosa, codearse con los famosos sin que se les torciera el rictus y cambiar el mundo. Había ganas de hacerlo: se estrenaba la democracia y todo era nuevo, el poder y el querer. Fue la primera generación que sobrevivió a ese invento inmundo al que llamaron contrato basura, que hizo prácticas sin ver un duro, que vivió la primera crisis fetén, la de los 90. Que le hizo la peineta a estos y otros sustos y consiguió salir adelante asomando la cabeza en un ambiente muchas veces hostil.
Aquella generación es la misma que, hoy, a los treinta y tantos o cuarenta, se encuentra sin trabajo o soportando condiciones laborales insoportables. Esa que solo sale a la calle a comprar el pan (movimiento 15M aparte), que contempla impertérrita cómo el panorama polítco español da un giro a la italiana (un partido de derechas enormemente fuerte rodeado de grupúsculos de izquierda) y que se ha olvidado de la bola y del cristal porque solo se es niño una vez y la vida da muchas vueltas. Cierto es que uno tiende a abrazar el conservadurismo con los años; es impepinable. Pero nadie hacía presagiar aquellas mañanas de sábado, al calor de consignas cuasi anarquistas ("la escuela aburre, quédate en casa") un futuro apático y hostil.
Miramos hacia atrás y nos preguntamos en qué baúl hemos guardado las ganas de cambiar las cosas y en qué momentos nos dejamos ir. A lo mejor aún no es tarde. A lo mejor todavía podemos "aprender a desaprender".

lunes, 23 de mayo de 2011

Tortazo on the floor

Tremenda hostia (con perdón) se han pegado los socialistas en las municipales de ayer. Nadie podría decir que no la veía venir. Entiendo sus caras de decepción porque, a fin de cuentas, todos esperamos un milagro en momentos de desesperación. Lo que ya no comprendo tanto es la felicidad en las filas peperas. Vamos a ver, chicos, habéis ganado por deméritos ajenos y no por méritos propios, no sé si tenéis consciencia de ello. Os hubiera dado igual sentaros en una silla a ver la campaña pasar: habríais triunfado por goleada. Nunca una victoria ha resultado tan fácil y tan inmerecida: el ganador ni siquiera ha necesitado jugar para llevarse la copa. Es como meterle un gol a Iker Casillas mientras está cambiándose en el vestuario. Chupado Ahora les toca demostrar si son merecedores de tantos honores. Bueno, y si no, siempre tendrá la culpa el gobierno central, que para eso está ahí, impertérrito ante la petición de elecciones anticipadas.
Me fascina lo ocurrido en la Comunidad Valenciana, con un Camps elegido adalid de las corruptelas por el New York Times y coronado rey nuevamente por sus paisanos. ¿Qué tendría que hacer este hombre para perder unas elecciones? ¿Estropearle el cardado a Rita Barberá? Que Rajoy no permita semejante dislate. También me hipnotiza la imagen de Gallardón en el balcón, un poco de aquella manera y dando la impresión de que entre los suyos ni pincha ni corta. Como diría Harry Potter, "se avecinan tiempos difíciles" para el alcalde.
Y qué decir de las huestes del PSOE, contritas y desencajadas como sin creerse lo que estaba pasando. Cualquier futurólogo de tres al cuarto hubiera pronosticado el desastre, mire usted. Los seres humanos somos así, siempre pensamos que despertamos más simpatías de las que realmente merecemos; que nuestra capacidad de caer bien es infinita; que nadie habla mal de nosotros a nuestras espaldas. Pues no, no y no. Para mayor sufrimiento, los socialistas de Madrid han visto como sus simpatizantes más de centro abrazaban los predicamentos de Rosa Díez y, los más "extremistas" declaraban su amor a Izquierda Unida. No debe de resultar fácil tragar con semejante traición.
Tampoco va a ser nada agradable gobernar una España tan polarizada, pero es lo que hay. Como decía un amigo, los únicos que han escuchado la consigna del "No les votéis" han sido los votantes del PSOE que, por una vez, han actuado como un solo hombre.
Por cierto, me produce cierto resquemor la continuidad de la acampada en Sol. Me esperaba un final grandioso, un cierre digno de las primeras páginas de los periódicos, no una muerte por decadencia. Dicen que prolongan estancia para articular su futuro. Ojalá. No nos defraudéis, chicos. Sois lo mejor que nos ha pasado en los últimos meses.

domingo, 22 de mayo de 2011

El fin del mundo

Enhorabuena a todos. Habéis (hemos) sobrevivido al fin del mundo previsto para ayer. Es más, incluso os han pasado cosas en 24 horas: habéis conocido a gente, os habéis enfadado, os habéis alegrado y algunos incluso os habéis enamorado. Felicidades. El año que viene habrá otro fin del mundo, así que aprovechemos que hemos salido de esta y entreguémonos al despendole y a la locura: derrochemos nuestros ahorros, metamos mano a quien nos plazca, escupamos al jefe que no soportamos y alimentemos nuestra predisposición a diluirnos en el sumum del placer y el desenfreno. A fin de cuentas, un año pasa en un tris.
Me parece demencial que alguien pronostique el fin de los tiempos como si la cosa no fuera con él. Pero más terrible me resulta el que cualquiera se crea semejante despropósito. Sería muy sencillo pensar que algo vendrá que muertos nos dejará. A todos a la vez. Pero la realidad es que el fin del mundo nos llega a cada uno por separado. Y no hablo ya de la muerte, inevitable; el the end de nuestra existencia viene muchas veces condicionado por factores externos que nos abocan a la debacle emocional: el que alguien muy importante para nosotros desaparezca, el que nuestras más grandes ilusiones fracasen... Factores todos ellos culpables de que la vida ya nunca sea como la conocimos o programamos.
Muchos de los agoreros del fin de los tiempos abogan por un comportamiento estricto y ejemplar mientras se acerca el día D. Esto aún lo entiendo menos. Si sabes que las cosas no tienen remedio el objetivo está claro: pecar hasta el infinito y más allá. No tienes nada que perder. Me resulta complicado imaginar a alguien con la capacidad de convicción suficiente para meterte entre ceja y ceja la idea de que la explosión última llegará el miércoles de tal mes justo a la misma hora que Jorge Javier Vázquez da la bienvenida a los invitados de Sálvame (aunque eso sea lo más parecido a un apocalipsis que cualquier humano pueda fantasear). Y que, mientras tantos, debes conservar la esencia virtuosa de un monje cartujo. Por lo visto, la fragilidad es humana inversamente proporcional a la tentación de caer en manos de profetas del mal fario.
Nada más que decir salvo que ya tenemos bastante con nuestra vida y nuestros finales infelices (a diferencia de en el cine, en la realidad se repiten los llantos cada dos o tres capítulos de esta telenovela que nos toca vivir) como para hacer caso a apocalipsis programadas al estilo Perdidos. Todo se acaba, así que aprovechémoslo mientras dure y desechémoslo si no nos gusta cuando aún tengamos opción.
Y hablando de finales que no son tales, la acampada de lo indignados sigue. Comienza la segunda parte. Nos vemos mañana en Sol.

sábado, 21 de mayo de 2011

Reflexión al Sol

Al fin pude pasarme por la acampada de Sol. Y debo de ser la única persona que salió de allí con un sentimiento agridulce. Voy a explicar mis razones, algunas de ellas muy discutibles.
Para empezar, la articulación del grupo en diferentes comisiones es una idea excelente. Pero la causa se pierde en comisiones de comisiones y subcomisiones que no se sabe muy bien qué llevan. Es como si el afán fuera mantener a todo el mundo ocupado. Lo mismo ocurre con las asambleas que, por lo visto, son cada dos horas contando exactamente lo que se dijo en la anterior. Entiendo que no pasa siempre la misma gente por Sol, pero creo que para la labor de informar, además de la exposición de pancartas en la entrada del metro, sería interesante crear piquetes informativos que, desplegados en mesas, desglosaran lo decidido entre la mayoría a todo interesado que se acercara. Así se podrían mantener asambleas solo en las horas puntas, por ejemplo, y un foro de debate permanente si es menester.
Hablando de propuestas, algunas son muy loables (reforma de la ley electoral, separación real de poderes etc) y otras impracticables, como la disolución de paraísos fiscales (nadie tiene la potestad de interferir en los asuntos internos de otro país) o la abolición del FMI. A cambio, yo no he oído ideas bastante razonables que a lo mejor sí se han dicho y no me he enterado, como el regreso de las competencias sobre Educación y Sanidad al gobierno central. Mea culpa por no haberlo sugerido en el buzón de sugerencias (otra ocurrencia estupenda).
Las pancartas que se exhiben son creativas, la gente tiene muy buen talante y está dispuesta a hacer de la concentración una fiesta y los vecinos se portan de maravilla (no incluyo en el grupo a Esperanza Aguirre, que los tiene a la puerta de casa y se le debe de haber puesto el cardado del revés). Hay estudiantes, okupas, parados, jubilados, familias con niños.... todos preparados para debatir y discutir pacíficamente lo que, ya de por sí, es un subidón. Pero hay una cosa que me llamó la atención: a eso de las ocho de la noche, el acceso a la puerta del Sol es impracticable. Las calles colindantes se llenan y la mayoría de la gente no oye nada porque la acústica allí es francamente mala. A pesar de que se ha sugerido que el alcohol se deje en casa, grupos de chinos se cuelan entre la multitud vendiendo latas de cerveza, lo que lleva a que la concentración se asemeje más a un fiestón de Mahou. Me imagino a los más jóvenes acudiendo en masa para ver si, aprovechando que el roce hace el cariño, esa noche ligan. Pero hasta esto me parece loable.
Por mucho que a los españoles nos guste más la fiesta que el comer, es bastante más gratificante pasarte por Sol de mañana o a media tarde. Puedes hablar con los acampados, leer sus propuestas, discutirlas y darte cuenta de que muchas de ellas son las tuyas. Pero siempre saldrás de allí preguntándote dónde irá a parar todo esto y si habrá un antes o después del movimiento 15 M. Y ahí viene lo agridulce: el pensar en cómo puede tanta idea coherente ser llevada a la práctica y si habrá algún partido con la suficiente representación parlamentaria que se atreva a hacer realidad algunas de las peticiones más sensatas. Porque todos, Bildu incluido, han dicho que la mayoría las han recogido  en sus programas de motu propio. El problema es que ya sabemos por dónde se pasan los programas esta panda una vez celebradas las elecciones. Seguiremos atentos.

viernes, 20 de mayo de 2011

Celos

Mal rollo. Los celos son un despropósito, tanto para quien los sufre como para el objeto de su desazón. Ser celoso es algo así como padecer una enfermedad crónica con la que sabes que tienes que convivir y que unas veces estará dormida y otra reaparecerá en forma de brotes agudos originados por vaya usted a saber qué. El problema es que, a diferencia de una enfermedad física, para este tipo de trastorno no hay crema ni antibiótico que valga. Es así y hay que vivir con ello. Las terapias mitigan, pero la personalida continúa ahí, latente y esperando a que se despierte el monstruo dormido.
Es duro ser consciente de que eres una persona celosa, pero también es muy difícil de sobrellevar para quien está al otro lado, aguantando y apretando los dientes. Hagas lo que hagas y como lo hagas sabrás que ese ser que afirma quererte tanto pensará cualquier barbaridad. Es mucho más fácil culpar que entender. Buscas excusas para intentar vivir una vida normal sin que el otro se moleste; procuras evitar los conflictos para no sufrir; intentas despertar la complicidad ajena con el fin de no sentirte tan solo... y,  a pesar de todo, siempre esperas la peor de las reacciones ajenas. Con el tiempo entiendes que ya no importa los encajes de bolillos que hagas para seguir conservando una vida social sin hacer daño a nadie: al menos una persona en el mundo pensará lo peor de ti. Y es el principio del fin.
Los seres humanos no somos objetos. Nadie puede meternos en una urna de cristal y sacarnos cuando sale el sol. Tampoco somos posesión de otro; solo de nosotros mismos. La libertad ajena es tan digna como la propia siempre que su ejercicio no dañe a terceros. Todos tenemos derecho a tener inquietudes y a compartirlas con quien deseemos; es nuestra elección. Del mismo modo, nadie puede controlar a la gente que pasa por la vida del otro: conocemos a muchísimas personas a lo largo de nuestra trayectoria; unos se quedan, otros no; unos nos gustan, otros no, pero si esto se escapa a nuestras manos, mucho más a los deseos de alguien que no tiene ni arte ni parte en las casualidades que nos sobrevienen cada día.
Los celos acaban con la cofianza y transforman el amor en algo muy parecido a la repugnancia. Ninguna de las dos partes puede vivir con semejante presión. El instinto de posesión lleva a la avaricia en lo económico y a la infelicidad en lo emocional. Cuando alguien nos quiere lo hace por lo que somos, por lo que ve cuando nos mira; el simple hecho de que queramos que nos quieran porque sí, porque yo lo valgo, no nos lleva a ningún lado.
La vida es muy corta para vivirla como esclavos de sentimientos negativos. No merece la pena. En ningún caso.

jueves, 19 de mayo de 2011

Abusones

Esta crisis que vivimos está teniendo dos consecuencias íntimamente relacionadas entre sí: por un lado, cada vez son más los trabajadores estresados, agobiados e incluso enfermos ante la perspectiva de perder su puesto de trabajo en cualquier momento. Por otro, se observa la proliferación en los ámbitos laborales de jefes dictatoriales, ególatras e incompetentes que, cual macarras de mercadillo, amenazan, someten y se ensañan con el personal a su cargo.
Mal negocio este cuando la economía de un país se asienta sobre situaciones de abuso. Bastante tiene el trabajador con soportar la ansiedad del día a día y la presión de una tarea que, con todo lo que está cayendo, probablemente se haya convertido más en obligación que en devoción. Una persona que se levanta pensando en que ojalá hoy no me toque a mí y vuelve a casa machacada, hundida e intentando regodearse en la futil satisfacción de que otros están peor, no se merece ser víctima de la arbitrariedad y las humillación diaria de alguien que, visto lo visto, reúne los méritos justos para ocupar un puesto que le viene grande.
Cierto es que el panorama actual obedece a una absurda cadena de despropósitos: cada cual es víctima del que tiene por encima. Y siempre, siempre, hay alguien en tu chepa con la misión divina de fastidiarte la vida y corroerte la moral. Pero no es justo culpar a los que se encuentran por debajo de la propia incompetencia. Gentes incapaces de delegar echan la culpa a su equipo porque no son merecedores de su confianza (algo habrás hecho, proclamo, para haber alimentado tanta inseguridad); sujetos que se creen los mejores en su profesión y no admiten que los de al lado sean, como mínimo, competentes; sanguijuelas al fin que se alimentan del esfuerzo ajeno para atribuírselo como propio y se cuelgan los galones de la falta de empatía sin rigor alguno.
No les arriendo la ganancia ante tanto despropósito. Tampoco sé cómo andarán de conciencia, pero su (mala) fama se extenderá y cuando las cosas cambien, su currículum dejará a la luz tanta incompetencia. El problema es que, mientras tanto, habrán dejado un reguero de cadáveres a su paso y habrán bailado sobre la tumba de muchos. Cuidado, porque siempre se acabarán topando con alguien que se marcará un chotis sobre la suya. Al tiempo.

P.D: Me congratulo de la liberación de Manu Brabo al fin. La profesión hoy está de fiesta. Mañana ya veremos.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Las de la intuición

Confieso que soy de las que tropieza dos veces con la misma piedra. Y hasta tres si no me atan. Pero también que tengo unas intuiciones que ni Rappel en la Noche de San Juan. Yo, que a racional no me gana nadie, achaco mi capacidad visionaria a la inteligencia emocional.
Vamos a ver, tampoco se trata de dármelas de superdotada, pero sí reconozco que las situaciones y las personas me entran por la piel y también que esto último es una cualidad muy femenina y casi atávica. Conozco a muchísimas mujeres a las que les ocurre lo mismo. Lo curioso es que todas nos empeñamos en luchar contra nuestros instintos cuando vienen mal dadas. De ahí que hayamos aguantado amigos que no son tales, trabajos que no nos gustaban un pelo o jefes insoportables y casi maltratadores. O sin el casi. Lo peor es que lo hacíamos a sabiendas de que obrábamos mal, de que ése no era el camino. Pero la presión social o familiar, por no hablar del que ejercemos nosotras mismas sobre nuestra infravalorada intuición, siempre nos llevaba por el camino equivocado. Y luego venía aquel bienintencionado con lo de "ya te había avisado". Sí, señor, pero antes que usted ya me habían advertido mis tripas y ni puto caso, oiga.
Mi intuición es tal que a veces me da en forma de taquicardia si algo malo está a punto de acontecer. Y siento mariposas en el estómago cuando se avecinan buenas noticias. El problema es que, si no me conviene hacerles caso, achaco el primer síntoma a la gripe y el segundo al hambre. Y me quedo tan pancha.
También me pasa con los encuentros deportivos. Dependiendo de la actitud con la que salga un equipo a la cancha o al césped, ya sé quién va a ganar. Por todo: porque lo manifiesta en sus gestos y en sus ganas. Están convencidos de que saldrá bien y sale. De ahí que, cuando nuestro interior nos dice que algo no va por el buen camino, podemos empeñarnos en tocar el arpa con el mango de una aspiradora que aquello se va a torcer, sí o sí. Y lo mismo al contrario: si te sientes atraído por alguien, puede desencadenarse un tsunami, que te dejará el cuerpo baldado y la atracción, ahí, intacta. Solo por fastidiar, imagino. También ocurre con quien nos causa repelús: ya puede ser la persona más famosa y generosa de tu terruño que contigo no tendrá nada que hacer. Ni para bien ni para mal. En ese aspecto, o tal vez por eso, yo, como Bibiana Fernández, soy más "del face to face que del Facebook".
Prometo rendirle mayor pletitesía a mis tripas y escucharlas con devoción. A lo mejor solo así consigo, de una vez por todas, que no me den siempre donde más me duele.

martes, 17 de mayo de 2011

De acampada

Tenemos dos bonitos campings improvisados en Madrid. el de los bomberos en el Paseo del Prado y el de los chicos de de ¡Democracia Real YA! en la Puerta del Sol. Este último es como el Guadiana (viene y va o la desalojan e intenta volver) y da pie a una tercera: la de los furgones de la policía escoltando al oso y al madroño.
El conflicto de los bomberos viene de largo. El de DRY es el último grito en materia de acampadas. Y de manifestaciones. Por fin un colectivo se decide a salir a la calle a reinvindicar, jalear, criticar y soltar consignas de las que hacen pupa. Es fantástico observar cómo el tsunami antisistema crece en Internet y llega a las calles. Creo que, más allá de una protesta al uso, es un ejercicio de dignidad y de responsabilidad social. Pero lo que más me fascina es la reacción de los partidos políticos. Primero, se supone que el grupo más numeroso dentro de DRY es el de los antisistemas, a la izquiera de la izquiera, ergo los chicos de IU se han dado toda la prisa del mundo a la hora de unirse a la conga y hacernos ver que son uno de los nuestros. Muy bien hilvanado pero aún no sabemos si cuela. Por su parte, PSOE y PP insisten en poner caras de padres bonachones que se quedan despiertos por la noche para ver llegar a su hijo borracho y darle una colleja sin mayores consecuencias. Intentan quitarle importancia a un hecho que, socialmente y atendiendo al aborregamiento congénito de este país, es la repera. Doña Esperanza Aguirre ha ido más allá y les ha pedido que se presenten a estas elecciones si tantos deseos tienen de arreglar el mundo. ¿A qué elecciones? ¿A las del 22 de mayo que ya no acepta la inscripción de ningún partido? ¿A las próximas? ¿A las del Kurdistán?
Hay que hacer un ejercicio de coherencia y llegar a la conclusión de que un movimiento social necesita hacerse político para poder presentar batalla. Carecería de legitimidad si cualquier formación oportunista hiciera suyas sus consignas solo por el simple hecho de ganar votos. Pero, al mismo tiempo, si DRY aglutina a sus partidarios como partido político perdería una de sus razones de ser: el ir contra los partidos y la banca. Difícil camino les queda a estos chicos en su pretensión de llegar a darles a los poderosos donde más duele.
Y no me resisto a reflejar el hecho de que una manifestación invalida sus objetivos cuando se vuelve violenta. Parece que ser antisistema es ir por ahí pegando leches a todo lo que se menea (si lleva uniforme mejor). Yo no me lo creo. Los movimientos sociales de izquierdas no son eso. El anarquismo no es eso.
Esta noche, los simpatizantes de DRY intentarán acampar en Sol de nuevo. Y los policías con ellos. Esperemos que el público que los observa reflexione sobre las razones de dicha acción y no sobre el hecho simpático de unos jóvenes pasando la noche al raso. Por mi parte, seguiré atenta la evolución de un movimiento capaz de quitar protagonismo a la campaña electoral. Lo cual, dicho sea de paso, tiene mucho mérito....

lunes, 16 de mayo de 2011

Médicos

Siempre me he preguntado por qué a mí, a diferencia del resto de la humanidad de sexo femenino, no me pone ni un poquito George Clooney. Quiero decir que le admiro en su faceta de director, actor (a veces) y hombre solidario, pero su calidad de sex symbol me trae al pairo. Vamos, que no le veo el sexy por ninguna parte. Tras mucho reflexionar y pensar que algo malo debía de tener yo con esta manía tan visceral de ir a la contra, he descubierto la cuadratura del círculo. George Clooney me deja la libido más pa'llá que pa'cá porque le conocí vestido de médico. No es que haya visto mucho Urgencias, a lo sumo un capítulo entero, pero en todas las imágenes que me llegaban de este hombre aparecía con su atuendo hospitalario o pasando consulta.
He de confesar que soy muy poco afecta a los médicos. Así, a bote pronto, la gente portadora de malas noticias o a los que recurres en momentos de extrema desesperación me producen ansiedad. Ya se trate de doctores, curas o exorcistas, me da igual. Tampoco comparto ese respeto reverencial de mis mayores hacia el estamento médico. Entiendo que a mediados del siglo pasado, los pueblos se articulaban alrededor de la autoridad del cura, el maestro y el médico. Me parece muy bien, pero yo he sido siempre más del proletario, de admirar el trabajo del agricultor y del ganadero por encima de la labor del alcalde. No le quito mérito a este último, pero una es así.
Alabo la vocación de servicio de los médicos, su afán de salvar vidas, su deseo de investigar, su concepto de la ética... pero no los llevo nada bien en las distancias cortas. No sé cómo tratarles, si lo que les cuento está bien o está mal, si la cara de póquer que ponen es por las circustancias o porque la traen así de serie.... Yo que sé. Algo hay ahí que me tira para atrás. Además, creo que personas con una vida pública tan al límite tienen que tener vidas privadas como mínimo complicadas. Me parece dificilísimo no llevarse trabajo a casa, no buscar formas insólitas de relajarse o no descargar toda la tensión con los más cercanos. Soy rara, lo sé. Prometo hacer un nuevo ejercicio de reflexión y procurar ver la cara amable de estos profesionales (su labor, como he dicho, ya la agradezco sin necesidad de terapia). Lo voy a intentar también con los payasos, los tertulianos y los entrenadores y directivos del Madrid. Ya aviso que con los curas no puedo. Por ahí sí que no paso.
Hablando del Madrid, muy interesante el artículo de Javier Marías en El País Semanal de ayer domingo sobre nuestro ínclito Mourinho. Recojo aquí algunas de sus palabras:
"Su Madrid es un equipo con buenos jugadores a los que manda jugar feo y mal; con excelentes atacantes a los que, en los partidos cruciales, no permite atacar; con futbolistas honrados -la mayoría- a los que obliga a comportarse deshonesta o brutalmente en el césped...... Entrenador omnipotente, omnipresente y malasangre, un quejica que acusa a otros siempre, un individuo dictatorial, ensuciador y enredador, soporífero en sus declaraciones, nada inteligente, mal ganador y mal perdedor."
Todo esto y más, viniendo de un madridista convencido, es para quitarse el sombrero. ¡Olé!

domingo, 15 de mayo de 2011

Cosas de la edad

Además de las arrugas, los achaques, las canas y las crisis de los 30, 40, 50, etc., hay determinados aspectos de la vida que te van indicando que ya no eres lo que antaño fuiste. Para bien y para mal, las cosas cambias y las señales están ahí para que les hagas caso sí o sí. A continuación, varios ejemplos:
-Te empieza a gustar el vino. Tú, que eras de cañas diarias y botellón fin de semana, acabas pillando cariño a esto de los caldos y te sorpendes a ti mismo buscando un curso de cata al que apuntarte. Empiezas a apreciar el sabor a madera, la compleja elaboración y a sentir un venerable respeto por la llamada denominación de origen. En otras palabras: estás perdido.
-Te vuelves mucho más tolerante de puertas afuera y bastante menos de puertas adentro. Eres incluso complaciente con los vicios y pecados sociales, pero los defectos y veleidades de los más próximos te resultan cada vez menos llevaderos. Es lo que hay.
-En línea con lo anterior, tus amigos son los que son y no te apetece tener más. En pocas palabra: tu carnet de baile está completo y cerrado. Se acabó. A estas alturas de la película te da una pereza enorme contarle tus miserias a alguien a quien acabas de conocer y del que no sabes qué puedes esperar. La vida te ha dado palos y te niegas a que te de otro más. Unido a este hecho, empiezan a desparecer esos amigos mercenarios que vuelven a ti cuando les conviene y huyen cuando no. Más que nada porque les ves el plumero. Comienzas a hacer criba entre tus conocidos y ya tienes el suficiente criterio para eliminar a quienes no te aportan nada. Tu tiempo es demasiado preciado para perderlo con quien sabes seguro que no merece la pena.
-En el caso de las mujeres se produce un fenómeno alentador: dejas de sentir la obligación de tener que gustarle al sexo opuesto. Te toca un pie el que te piropeen desde un anadamio (asumes que eso ya no va a pasar) y empieza a invadirte la sensación de que la única persona a la que tienes que gustar es a ti misma. Un alivio. Ya no estás para despertar ardores ni lo pretendes y, cuando al fin lo asumes, es como si te metieran clases de yoga en vena: relax total.
-Te empiezan a gustar géneros musicales en los que antes no había reparado. Concretamente dos: las rancheras y el jazz. De las primeras dicen que tienes que haber vivido para apreciarlas (estoy de acuerdo) y del segundo no sé lo que comentan, pero es un hecho que hasta ayer te parecía carca y hoy te pone más que el piquetón del novio de Shakira.
Por cierto, y hablando de música, me encanta ese Raphael Gualazzi que los italianos tuvieron el buen gusto de llevar a Eurovisión. Demasiado buen gusto para evento tan verbenero, me parece a mí.
Y otro dato que no viene a cuento pero lo suelto porque sí: Eddie Vedder saca a finales de este mes sus Ukelele Songs, un trabajo al que le tengo muchas, muchas ganas. Igual que al último de The Strokes, a los que estoy volviendo a apreciar tras el fiasco del álbum anterior. Y con ello no quiero decir que no me gusten las rancheras, sobre todo cuando me ponen delante una botella de tequila. En esos momentos una se siente integrada con el universo. Quien lo probó, lo sabe.
Os dejo al bueno de Eddie.


sábado, 14 de mayo de 2011

Baloncesto vs. fútbol

Primero de nada decir que entre baloncesto y fútbol, me quedo con el primero. Porque lo he practicado, porque me parece más emocionante y porque me toca la fibra sensible. Pero lo que quiero analizar no es cuál de los dos deportes es el "más mejor" sino el motivo por el que practicantes y afición de uno y otro son tan diferentes.
No voy a hablar de altura. Eso es obvio. Hagamos un ejercicio de concentración e imaginemos una rueda de prensa orquestada por Pau Gasol y otra por Andrés Iniesta. Vaya por delante que ambos me caen muy bien y representan los valores que considero propios de los deportistas y respecto a los cuales ya me explayé en otra entrada. Pero si nos centramos en los dos, comprobaremos que la forma de expresarse, de comunicar y de transmitir de Pau es mucho más gratificante para el oyente que la de Andrés.
Quizás tenga mucho que ver en ello el origen de ambas prácticas deportivas. Mientras el fútbol es una actividad improvisada, de la calle, el baloncesto sigue apegado a sus orígenes universitarios. Desde el principio fue un deporte colegial, practicado por estudiantes, por buenos estudiantes (nació en Estados Unidos y, en un pricipio, los buenos resultados académicos eran condición indispensable para formar parte del equipo) y dicha herencia todavía hoy parece determinante.
Si hacemos un repaso a ambas ligas en España comprobaremos que, siguiendo la tradición, son muchos más los baloncestistas con estudios que los futbolistas. En parte será porque el primero sigue siendo una práctica asociada a colegios, institutos y universidades mientras el segundo, al margen del impulso que le puedan dar las escuelas, se articula en equipos de barrio, grupos de amigos, etc.
El fútbol esconde algo mágico: la naturalidad, la pelota en los pies, lo inmediato.... El baloncesto tiene mucho de componente familiar. Cuando un niño es pequeño son sus padres o sus hermanos mayores los que le deben acercar a una cancha, inscribirle en un equipo, en algunos casos federarle, etc... La práctica deportiva se convierte así en parte de su formación humana y su educación académica y eso se nota.
A veces, escuchar el discurso de un futbolista es como intentar resolver un jeroglífico: se le supone profundidad en el fondo, pero tienen tanta simplicidad en la forma que es imposible transcender más allá de lo que se ve. Un jugador de baloncesto es otra cosa: un discurso articulado, con "notas del autor a pie de página". Un gustazo, vamos.
¿Y la afición? Esto es como los invitados a una fiesta: hay quien va a pasarlo bien, echarse unas risas y compartir su tiempo de ocio con los colegas y quien va a ponerse hasta las trancas de lo que sea, perder la compostura y acabar en estado comatoso. Que cada cual lo interpete como quiera y actúe como pueda o le dejen.
Seguro que a la hora de analizar todo esto habría que tener en cuenta más variantes, pero los hechos son lo que son. No obstante, no puedo dejar de alabar la la labor del Barelona con su cantera, sobre todo futbolística. La Masía educa en el deporte y en la vida. Basta con oír a hablar a la mayoría de los jugadores surgidos de la factoría y compararlos con otros. Sería deseable que los clubs tomaran ejemplo, aunque reconozco que supodría también una inversión muy difícil de afrontar y que compensa mucho más fichar y explotar publicitariamente durante un par de años a un supuesto crack que gastarse la pasta en educar a un futuro jugador que, a lo mejor, llegada la edad de merecer, solo te sirve para cargar con los balones. Demasiado riesgo, imagino.
Por cierto, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, mi tributo a los campeones:

viernes, 13 de mayo de 2011

Respeto

Hay algo que todos invocamos cuando las cosas vienen mal dadas: un poco de respeto. Para mí, este vocablo representa un concepto muy subjetivo, porque ya se sabe que todos somos únicos y la sensibilidad de una persona no tiene por qué coincidir con la de al lado. En lo que a mí respecta, hay al menos tres cosas que, sencillamente, llevo francamente mal:
1) Que la gente diga que va a hacer algo que luego no solo no lleva a cabo, sino que ni siquiera intenta.
2) Que alguien cuente cualquier cosa de mí a un tercero tras advertirle que no lo hiciera.
3) Quedar con alguien y que me deje tirada cual colilla.
Cualquiera de estos tres factores me saca de quicio y quien me conoce sabe que incidir en alguno de ellos (no digamos en más de uno) es para mí la peor falta de respeto en la que puede incurrir cualquiera.
Muchos consideran que mostrar respeto se refiere a no pegarle un grito a alguien, por ejemplo. Yo eso lo considero una vanalidad siempre que la persona a la que bufes sea de tu confianza. Es sano desahogarse y para eso están los más próximos. Otra cosa es que, por ejemplo, tengamos un amigo que odia la impuntualidad y nosotros nos empeñemos, erre que erre, en llegar siempre tarde aun sabiéndolo. Eso se hace para fastidiar, simple y llanamente. Si no te esfuerzas por intentar complacerle al menos una vez, es que esa persona, en el fondo, no te importa.
Muchos consideran una falta total de respeto el no coincidir en gustos de gentes o actividades. Por ejemplo, aquel que odia que a su pareja le encante la cerveza cuando él es abstemio. Pues haber elegido a otra/otro. O cuando una amigo empieza a reprocharnos el que nos sintamos a gusto con un tercero que no acaba de convencerle. Desde pequeños, nuestra personalidad se ha formado en base a elegir nuestros gustos, nuestros vicios y, por supuesto, a nuestros amigos. Si nos equivocamos, nos equivocamos nosotros, pero no puede venir nadie a reprocharnos una elección de este tipo porque eso sería un condicionante inaceptable. No tiene que ver con el respeto, sino con la educación, el carácter y la esencia del ser humano. Esa es la base y sobre ella vamos abonando y sembrando.
Otra cosa, insisto, es que alguien se empeñe en fastidiarnos donde más nos duele, hincar el diente a nuestros valores (sean merecedores de tal nombre o no, ése es nuestro problema) y pasárselos por el arco del triunfo una y otra vez. Me hace gracia cuando algún medio de comunicación se lanza a la charla psicológica para abogar por lo de siempre: la resignación. Pues no, señores, no es así. La resignación y el olvido no llevan a ningún lado. Uno tiene que recordar sus errores para no repetirlos, y debe rebelarse contra la falta de respeto porque es algo que mina la confianza. Y sin confianza no hay relación que valga, de ningún tipo.
Gritemos, lloremos y enfadémonos con los más cercanos y con nosotros mismos, pero no permitamos los ataques a sabiendas. Es indecoroso disparar cuando sabes que uno está desarmado. Más que nada porque puede venir alguien por la espalda y hacer lo mismo contigo.

jueves, 12 de mayo de 2011

"Brabo", Manu

El fotógrafo español Manu Brabo lleva días retenido en Libia por el régimen de Gadafi y lo más curioso es que su caso (salvo excepciones) solo ha merecido una mención en la esquina más remota de algunos periódicos. ¿Razones? El otro día, un columnista apuntaba que la ínfima repercusión pública se debía a que Manu es solo un freelance. No trabaja ni para una gran cadena ni para un periódico de renombre. Se busca la vida en conflictos bélicos y situaciones extremas para poder ganarse el pan. Lo mismo que muchos que no se juegan el físico en el intento.
Esto de no tener padrinos detrás demuestra lo frágil que es nuestra condición. El no ser nadie acaba resultando un lastre. Y lo peor es que no te enteras de lo poco que importas hasta que pasan cosas y tus supuestos amigos huyen de tu lado sin mirar atrás. No creo que esto sea lo que ha ocurrido con Manu. Su caso lo mantiene vivo la gente que le rodea: amigos, compañeros, redes sociales y profesionales con conciencia laboral y social. A fin de cuentas, hace un trabajo mediático y las asociaciones periodísticas son muy suyas cuando alguien vinculado a su mundo sufre represalias de origen político. Pero imaginemos por un momento que, en lugar de fotógrafo, fuera un trabajador de una subcontrata en un gaseoducto o un guía turístico. A lo mejor ni nos enterábamos. Si lo pensamos, nuestra desprotección es enorme, inversamente proporcional al valor de nuestra vida.
Manu, al parecer, está retenido en una prisión militar lo que, dicho así, da miedo y respeto. El régimen de Gadafi le acusa, a él y a otro grupo de periodistas, de entrar en el país sin visado. Tremendo delito, al parecer. Podemos creerlo o no creerlo, pero está claro que se trata de un rehén útil para hacerles bailar el agua a los gobiernos occidentales. Un mercadeo con seres humanos. Un secuestro en toda regla. A Gadafi le hubiera ido de perlas haberse topado con un corresponsal bregado, un rostro popular y admirado, antes que con un fotógrafo freelance, pero son lentejas y el presidente libio se agarra a lo que hay.  En la guerra y el amor, ya se sabe.
Me preocupa que nuestros políticos, tan ocupados como están en campañas y elecciones, parezca que pasan de todo. Es una vida, es un compañero y, sobre todo, es un ser humano.
Por favor, no olvidemos a Manu.

lunes, 9 de mayo de 2011

Gallardón, de bajón

Corren malos tiempos para el edil más faraónico que en Madrid ha habido. Teniendo en cuenta el momento dulce que vive el PP, resulta cuando menos inusual que uno de sus alcaldes con mayor carisma y tirón obtenga una puntuación en las encuestas por debajo del cinco, a muy poca distancia de Camps, ese adalid de la honestidad y la honradez política que ocupa el último lugar.
Me imagino al bueno de Alberto paseándose por el despacho de su palacete de la Castellana mientras se pregunta por qué los madrileños no le aprecian, y sin encontrar respuesta a tamaño dislate. Quererle, señor Gallardón, no es que no le quieran. Lo que ocurre es que sus obras, su afán recaudatorio (léase multas y parquímetros), sus gastos desmesurados, primero cabrearon (tampoco mucho; este país necesita al menos ser víctima de un ataque nuclear para clamar al cielo), y luego cayeron víctima de la desidia total. La egolatría, cuando es desmesurada, aburre, y eso es lo que el señor Gallardón ha estado practicando en los últimos años.
Su manejo del presupuesto de la alcadía es, como poco, absurdo. Y no nos olvidemos de ese afán tunelador que le invadió tanto a él como a su antecesor, Álvarez del Manzano, el gran buscador de tesoros por las alcantarillas de la capital. El querer convertir Madrid en una ciudad ultramoderna arquitectónicamente hablando ha acabado en un no poder. Hemos copiado a otra capitales europeas y lo hemos hecho rematadamente mal. Vale, acabamos de inaugurar Madrid Río, pero ni eso vence y convence: unos lo alaban y, sin embargo, son cada día más los que denostan este remedo de Sena castizo.
Aun así, y a pesar de una gestión que a muchos nos escama, no hay que negarle a Gallardón esa capacidad de ir a contracorriente, de asumir el papel de niño gafotas en su propio partido. Ya sabemos que las víctimas públicas siempre despiertan la compasión de la audiencia. De semejantes rentas ha sabido vivir (y muy bien) el ínclito alcalde. Pero cuando su presencia se ha hecho menos pública y sus encontronazos con Esperanza Aguirre poco notorios, el pueblo, su pueblo, ha preferido dedicarse a sus asuntos y dejar al alcalde llorando ante Zapatero por los pírricos dineros que el gobierno está dispuesto a invertir en la capital.
No se preocupe usted, sr. Gallardón, que volverá a ganar. El enemigo es pequeño y su ambición, grande. Además, en poco tiempo tendrá usted en la Moncloa a uno de los suyos y podrá reclamarle el presupuesto que disque se merece y hasta un aeropuerto "para personas" en Campo Real si le place, haciendo piña con su colega Espe. Mientras tanto, déjeme decirle que no ha salido muy favorecido en la foto de campaña. A lo mejor es porque la cara es el espejo del alma...

domingo, 8 de mayo de 2011

La foto

Antes que nada, la imagen que todos hemos visto más de una vez en los últimos días:

Mirémosla atentamente. Si nos ponemos a analizarla, hay al menos dos detalles que nos llaman la atención: el primero, a Hilary Clinton con cara horrorizada, tapándose la boca como si tratara de ahogar un grito; segundo, a la izquierda de la fotografía, Joe Biden, vicepresidente de Obama, mirando suponemos que la pantalla y con cara de estar contemplando un chispeante discurso de Rajoy.
Ambos han dado una explicación a su gestualidad o a la ausencia de ella. La señora Clinton la achaca a un intento de atajar una "tos primaveral". Toma ya. Ni su marido en sus mejores tiempos había ideado una excusa tan creativa. Por su parte, Biden no ha dicho ni Pamplona, pero alguno de sus colaboradores ha adelantado que el buen hombre se pasó los 38 minutos que duró el acoso y asedio a Bin Laden rezando el rosario. Muy cristiano.
Cuando era pequeña se me daban fatal los análisis de texto (de los análisis de imagénes ni hablo), pero volviendo a mi adorado sentido común, voy a expresar mi opinión respecto a los dos motivos que articulan esta entrada del blog. La explicación dada por Hilary Clinton me recuerda mucho a esa frase tan masculina de "los hombres no lloran". Ni las mujeres que van de duras, añado. Llorar es un lastre, indica que eres débil, que tienes emociones y te hace vulnerable a las hienas y predadores emocionales y laborales que pueblan la existencia de todo quisque. Es impensable que una dama de hierro como la señora Clinton demostrara cualquier tipo de emoción en una reunión de tan alto nivel y mucho menos que alguien pudiera pensar que, en ese momento, en su cabeza se formaran frases del tipo "oh, cielos, estamos asesinando a un hombre a sangre fría". No es lícito pensarlo y mucho menos expresarlo. Este tipo de ideas de "nenazas" solo les están permitidas a las madres en relación con los hijos, a las mujeres enamoradas por aquello de que van sobradas de sentimientos y a las que tienen el síndrome premenstrual. El resto de la humanidad, a apretar los dientes y tirar del carro. Menos mal que están las alergias primaverales para encubrir el amago de llanto y las toses para disfrazar los cargos de conciencia. Yo, que lloro hasta con los anuncios de compresas, sé bastante del tema.
Lo de Joe Biden y el rosario de su madre es muy coherente en el fondo y hasta en la forma. Uno puede pecar hasta la saciedad, que mientras tenga un Padre Nuestro a mano, todo queda en casa. También es posible que el bueno de Joe haya empleado el rosario como amuleto en plan de "Señor, señor, que los hombres de Harrelson se porten y nos solucionen el problemilla de las encuestas, que vamos en caída libre". En cualquiera de los dos casos, es hasta lógico recurrir al altísimo en momentos tan emblemáticos. A fin de cuentas, la religión aboga por el sufrimiento del malo y Bin Laden era peor que un pecado. Yo, que creo más en la justicia humana que en la divina, me quedo huérfana de argumentos cuando la primera me falla y la segunda sigue desaparecida en combate. Por eso, en el fondo envidio al señor vicepresidente: él puede hacer acopio de rosario en situaciones que a los demás no nos las aliviaría ni el Valium.
Expuesto lo cual, voy a tomarme un antihistamínico. No vaya a ser que me de una tos o algo.

viernes, 6 de mayo de 2011

Una de vampiros

Hartita estoy de tanto vampiro, ángel y otros seres etéreos e inmortales. Y confieso que la hartura me ha entrado de súbito, porque de pequeña era muy fan del tema. No sé si mi fascinación obedecía a lo mucho que me gustan las películas de miedo, a que literalmente me descojoné viendo El baile de los vampiros o a que Christopher Lee con capa siempre me ha parecido un señor con mucho porte.
El mito tenía lo que tenía: que era un mito. Difícil imaginarse a un tipo, largo como un día sin pan, paseándose por la Gran Vía una noche de luna, todo de negro y con unos colmillos enormes. Que lo detengan, que seguro que es un mentiroso. Los vampiros eran como una aparición improbable, misteriosa y sexy. Pero ahora, los vampiros modernos estudian en el instituto, juegan al baloncesto y, fundamental, el sol les trae al pairo. Tampoco se enamoran de la rubia maravillosa, lánguida y con pechos enormes. Ahora van a por la más friki del insti, que a lo mejor popular no es, pero debe de tener una sangre que sabe a gloria.
Personalmente, eso de que no reaccionen ante el sol y los ajos me suena a fraude. Un vampiro que se pueda meter entre pecho y espalda unas migas castellanas eruptando y todo no es chupasangre ni es nada. Y luego tienen unos conflictos con el sexo que ni niños de Primaria. Vamos a ver: para empezar, este ser, de sexo, cero patatero: muerde pero no hace pupa. Por amor de Dios, si no tiene sangre es imposible que experimente una erección.¡Que está muerto! Entiendo que la viagra puede hacer milagros, pero también comprendo que un vampiro no puede ser demasiado afecto a la esencia milagrera. Por coherencia, más que nada.
Serán guapísimos (demasiado blancuzcos para mi entender), fuertes como robles, rápidos como gacelas.... pero les falta un hervor. Todos pararon de crecer en plena adolescencia y eso se nota. A lo mejor es que hay por ahí un viejo verde vampirizado dispuestísimo a hincarle el diente a jovencitos de voz aflautada convirtiéndolos en eternos adictos al botellón (de sangre, me refiero). No creo que haya otra forma de explicar el fenómeno. Bueno, otra: en cuanto uno cumple los 40 la sangre le sabe a horchata calentorra.
En fin, que esto no es lo que era y yo sigo siendo afecta a las capas y la gomina en lugar de a los jeans de marca y las camisetas fashion. Y con lo de la capa no me refiero a Marichalar, malpensados.

jueves, 5 de mayo de 2011

Partidos poco políticos

Resulta que en España se crean tres partidos al día, con lo que el día de reflexión previo a las elecciones de mayo nos va a pillar con un montón de octavillas en casa, eligiendo quién nos ofrece el oro y quién el moro. La mayoría de estas formaciones son de mucha risa (el mejor en mi opinión: Partido Irreverente Surrealista más conocido como PIS) y otras pretenden esconderse tras una ideología seria (ecología, proderechos humanos etc.), pero siguen siendo una banda de colegas que se lo pasan en grande agrupados tras unas siglas.
Lo que más me da que pensar es que, habiendo tanto donde escoger, votemos siempre a los mismos. El maldito voto útil de la democracia condiciona nuestro sentir verdadero. ¿Para qué gastar energías en un proyecto al que no va a seguir ni el Tato? Pues mire usted, tal vez no tenga mucho público, pero la conciencia del que vota quedará más tranquila si se decanta por una formación e ideología a la que admira en lugar de otorgar sus parabienes a un gran partido que en el fondo detesta, pero al que considera el menos malo.
Es lo que seguramente pasará en estas elecciones: la mayoría votaremos al que nos produce menos acidez de estómago. Porque bueno, bueno, no es ninguno, y lo están demostrando día a día. Pienso que este bipartidismo de feria de pueblo que tenemos nos está haciendo mucho daño porque cierra la entrada de aire fresco en el ámbito político. Ni a unos ni a otros les interesa plantarle batalla a un tercero que pueda condicionar, ya no una victoria, sino una mayoría simple.
Lo siento por la izquierda, pero no por otras formaciones cuyo origen no entiendo si estriba en el rencor personal o en el oportunismo mal entendido. Entre estos últimos está Rosa Díez (que hoy, por cierto, presenta libro sobre ella misma, que no es poco). El programa de su partido es para quitarse el sombrero; el problema es, precisamente, Rosa Díez, que no ha sabido transmitir ni sensatez ni generosidad.
En mi corazón romántico, creo que siempre hay que darle una oportunidad a los débiles. Yo me quedaría tan a gusto otorgando mi voto (que dentro de la masa carece de valor) a un partido de jubilados, parados o jóvenes ni ni. Solo por simpatía, porque creo que políticamente y racionalmente, esto es un sindiós.
Por cierto, ayer fue el día de Star Wars. Que la fuerza os acompañe. A todos.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Deportistas y publicidad

Hoy tenía planeado comentar la noticia que salió ayer acerca de que España es un país estupendo para ser madre. De hecho, está en el número 12 del mundo. Como el tema me despierta la risa tonta (la conciliación laboral, el precio de los productos para bebé, los colegios, las actividades extraescolares...; un no parar de reír) he decidido continuar con la vena tragicómica y largarme un discursito acerca de la nefasta influencia de la publicidad en los deportistas.
Todo viene a cuento porque he leído que Fernando Verdasco ha caído en el Master Tenis de Madrid jugando fatal. Como no estoy siguiendo los encuentros no puedo juzgar ni al muchacho en sí ni a su arte con la raqueta pero, de pronto, me da por pensar que, como dice el anuncio que protagoniza, Verdasco tiene tantas cosas en la cabeza que no le queda tiempo para concentrarse en lo suyo, que imagino será el tenis.
Cuando uno se convierte en figurón del deporte le llueven los contratos publicitarios. Normal. Hay que aprovechar que el personaje tiene tirón entre jóvenes y mayores para convertirlo en vendedor puerta a puerta. Todas las agencias de publicidad manejan estudios de fiabilidad en los que se detallan los famosos más valiosos a la hora de convencernos de las bondades de un producto. En los primeros puestos están los deportistas. ¿La razón? Transmiten valores que nos enganchan: esfuerzo, capacidad de superación, responsabilidad, compañerismo... Algunos se resisten a ser imagen de según que cosa y otros se venden al mejor postor como cualquier hijo de vecino. Hasta ahí todo normal. Lo que ya no entiendo es por qué cuando empiezan a aparecer en vallas y spots, su rendimiento baja tanto. No es el caso de todos (Rafa Nadal sigue siendo un campeón y Messi tres cuartos de lo mismo), pero hubo un tiempo en que la situación llegó a ser alarmante.
Me viene a la cabeza aquel famoso anuncio de natillas por el que desfilaron gran parte de nuestros deportistas más granados: Caminero, Sergi Bruguera, Alex Crivillé, Morientes, Ferrero... Era meterse la cuchara en la boca, deshacerse en elogios con el postre y hartarse de lesiones, suplencias y otras desgracias de lo más variopintas. Si aquello no era gafe, que baje Guardiola y lo vea. En tiempos más modernos, podemos afirmar, sin riesgo a equivocarnos, que a Fernado Alonso tampoco le van las cosas muy bien desde que es estrella de la tele (un inciso: soy fan fatal del anuncio de Vodafone protagonizado por Hamilton y Button a los que no auguro buen fin de competición, visto lo visto). Volviendo a nuestro amigo Verdasco, tal y como le empiezan a ir las cosas, lo mejor es que reconozca que meigas haberlas haylas, se disperse un poco menos y, sobre todo, no tenga ese batiburrillo en la cabeza (menos caspa de todo, ¿no, Fernando?). Aunque, bien pensado, hay casos peores: un tenista, Abraham González, sentado en el trono de Mujeres, hombres y viceversa. Lo siento por él, pero de la maldición gitana que le ha caído no le libra ni la Bruja Lola.
Un último favor: que la plantilla del Barça cuide bien sus apariciones mediáticas previo pago. No vayan a amargarnos ahora el fin de fiesta...

martes, 3 de mayo de 2011

Juárez

Acabo de terminar el libro Juárez en la sombra, de Judith Torrea, y me ha dejado un poco vacía. Las páginas son una crónica diaria de la violencia en Ciudad Juárez, una de las ciudades más peligrosas del mundo sino la más. Judith se levanta cada mañana, acude allí donde ha habido una "balasera", acompaña a los familiares en su duelo, se acuesta, y vuelta a empezar. Al principio el libro es demoledor. No entiendes esa guerra entre el presidente Felipe Calderón y el narcotráfico que lo único que consigue es incrementar la baja de civiles; no comprendes que, de pronto, en una fiesta de universitarios, entren cuatro sicarios y se carguen a la mitad de los asistentes y a algún otro que tenía la mala suerte de pasar por allí; no te entra en la cabeza que Ciudad Juárez esté a apenas unos metros de El Paso, la, hoy por hoy, ciudad más segura de Estados Unidos, y las cosas se queden así, en un status quo. En fin, que el caos de las páginas del libro acaba instalándose en tu cabeza provocándote un montón de preguntas y casi ninguna respuesta.
El problema es que, a medida que avanzas en la lectura, te vas haciendo de cemento armado. A la mitad ya no cuentas los asesinatos, solo los ves pasar. Imagino que es lo mismo que le ocurre a la opinión pública mexicana y estadounidense que, a no ser que vivas en el lugar de autos, acabas contemplando los sucesos con muchísima distancia sin que en ningún momento te percates de que eso que Judith cuenta está ocurriendo a las puertas de tu casa.
La escritora narra la violencia, pero no da respuestas. Tal vez porque no las hay. Ocurre igual que en el caso de los feminicidios acontecidos en la misma zona: los asesinos están tan camuflados en las instituciones, tienen tanta libertad de acción, tanta impunidad, que primero dan miedo y después asco. Es impensable para una persona, educada en un país moderno y democrático, que una banda de asesinos actúe con diurnidad y alevosía, que acabe con la vida de cientos de personas y nadie haya visto nada ni sepa nada (lo peor: que tampoco quiera saber).
Confieso que más que los muertos me han emocionado los testimonios de los vivos, esos familiares aún en pie y que solo pueden llorar hoy al hermano, mañana al amigo, pasado a la hija. Y, sobre todo, la entereza de las madres, las mujeres que levantaron Ciudad Juárez trabajando en sus maquiladoras y ahora llevan sobre sus espaldas todo el peso de reinvindicar justicia. Una justicia que nunca llega porque solo quea la impotencia y esperar a que al día siguiente salga el sol. Mañana, más muertos. Confío en que Judith nos lo siga narrando. Y confío también en que algún día pueda gritar que esta guerra, sucia y descarnada, ha acabado al fin.
Dejo aquí el enlace a su blog.
juarezenlasombra.blogspot.com

lunes, 2 de mayo de 2011

Bin Laden

En el colmo de la originalidad, voy a soltar un speech sobre la muerte de Bin Laden y me voy a quedar tan a gusto.
Para empezar, me niego a entrar en califcaciones, descalificaciones etc., sobre el personaje. Todos tenemos un idea bastante clara acerca de lo que ha significado este individuo en la primera década del siglo XXI y la mía no dista mucho de la de la mayoría. Lo que sí me confunde e incluso me produce cierto desasosiego es esa forma tan peliculera que tiene el gobierno americano y su brazo ejecutor, la CIA, de acabar con los malos. Ya he dicho muchas veces que soy una persona muy pragmática, poco dada a los alardes románticos, pero en este caso creo que peco de idealista. En mi opinión, que no deja de ser modestísima, al villano hay que capturarle, juzgarle y aplicar sentencia. No ejecutarle en primer lugar y después preguntarse qué hizo para merecerlo, aunque esto último todo el mundo lo tenga claro, como es el caso del finado.
Esos métodos arrabaleros que se gastan los cuerpos de élite estadounidense, de entrar a patadas en cualquier casa que a ellos le parezca un nido de asesinos, disparar y, depués, si eso, preguntar, me da miedo. Se supone que ellos son los buenos, pero a mí me pondría un poco nerviosa encontrarme por la noche con alguno de estos superhéroes en un callejón oscuro.
La manera tan poco diplomática que tiene Obama de vanagloriarse por haber matado a alguien no me parece correcta, aunque le granjee enorme popularidad en su popio país y mande al pairo a ese Show de Truman que se ha montado alrededor de su partida de nacimiento. Nunca es motivo de orgullo cometer un asesinato aunque el difunto sea primo hermano del diablo. Si las fuerzas de élite norteamericanas hubieran sido capaces de capturar al malvado, llevarlo ante el Tribunal Internacional de La Haya y juzgarlo por crímenes contra la Humanidad, no cabría en mí de gozo. Pero no es el caso.
Hoy tenemos un villano menos, un cadáver tirado al mar no se sabe muy bien dónde ni por qué, y un porcentaje nada despreciable de la población mundial muy, pero que muy cabreada. Veremos si toda esta historia con guión de Hollywood (tardarán lo que dura un telediario en hacer la película) nos trae un final feliz. Miedito me da hacer cábalas sobre ello.