domingo, 19 de enero de 2014

Vota mi pelota

Por fin nuestro Partido Socialista, tan poco obrero él, se ha decidido convocar elecciones primarias para elegir a su futuro líder o "lideresa". La fecha escogida es el próximo noviembre, que a los mortales comunes, acostumbrados últimamente a ciclogénisis y vientos huracanados, nos parece lejanísima, pero que a ellos les debe de semejar de lo más cercana, a tenor de la adrenalina que se ha extendido por las cabezas pensantes, y sobre todo parlantes, de este partido español que parece de izquierdas pero, a lo mejor, no lo es tanto.
A pesar de mis reservas acerca de dónde vienen y, sobre todo, hacia dónde van los socialistas y en qué transformó la Transición a su progresista ideología, reconozco que este invento de las primarias nos va a tener a muchos en un ay, observando las trampas, las patadas bajo la mesa y los entuertos hasta descubrir, allá por el otoño, quién demonios es el asesino. El asesino de compañeros supuestamente carismáticos, quiero decir.
Dicha emoción sin límites se ha acrecentado tras declarar el propio partido que las dichosas primarias van a estar abiertas a todo quisque. Esto es, que si usted o yo somos simpatizantes del partido y pagamos dos euros, podemos rellenar la correspondiente papeleta y echarle flores al líder que nos parezca más zalamero. ¿A que mola? Me dan ganas de participar y todo. El único inconveniente es que no me considero simpatizante socialista, y parece que aquí los próceres de la humanidad consideran requisito imprescindible que uno le tenga cierto cariño a los colores. Lo cual me lleva a pensar que este truco de marketing global, en realidad esconde la voluntad de crear una inmensa base de datos de gente que tenga el corazón escorado a la izquierda. Aunque no sé cómo lo van a demostrar... ¿Harán un cuestionario a pie de urna para preguntar cosas tan folclóricas como las que figuran en el cuestionario de migración estadounidense? ¿Querrán saber si durante la Segunda Guerra Mundial simpatizamos con el partido nazi o tuvimos la desfachatez de alojar en nuestra casa a algún terrorista en el último año? ¿Pretenderán averiguar si nos gustan más las rosas o los claveles? ¿Las gaviotas o los ruiseñores? Estoy en un sinvivir.
Mientras analizo si voto o no y me visto de simpática simpatizante por un día, declaro desde ya que me caen razonablemente bien (tampoco nos pasemos) Madina y Patxi López y que se me tuerce el gesto cada vez que oigo en la tele el parlamento de Susana Díaz o el de Carme Chacón. De la primera porque desconfío de su discurso, de su currículum y de sus intenciones; de la segunda, porque aunque ya no me gustaba antes, ahora menos: a mi entender, se ha marcado un Soraya Sáenz, esto es, desaparecer convenientemente de los flashes, salvo cuando las noticias eran buenas, y dejar que se quemen otros. Semejantes fobias y filias, encima, me hacen sentir fatal, porque, a pesar de mi defensa de la participación de las mujeres en política, reconozco que, en mi fuero interno, el cartel de vedettes que nos plantea el Partido Socialista me parece cutre salchichero y más falso que una moneda de cinco euros.
Después de la experiencia de las Pajines, las Aídos, y ahora mismo las Báñez o las Botella, creo firmemente que la auténtica cantera femenina de los partidos no se haya en la primera fila del front row, sino en la segunda y hasta la tercera. Pero, claro, como también dije en su día, ser mujer, ocuparse de tu trabajo, de tu familia y de tus reuniones no puede ser fácil, a no ser que te hayas criado al calor del partido y tu trabajo y tu familia se reconcentren en la misma sede, con lo que el asunto está chupado (perdón por la machista expresión). A los casos de Díaz y Báñez me remito.
Pero, bueno, no seré yo quien diga que Chacón no tiene el mismo derecho que Rubalcaba a llevar a los socialista hasta las más altas cotas de la miseria. Desde el momento que ejerció como ministra de Defensa (ay, Zapatero) sin conocer apenas nada de los entresijos de las Fuerzas Armadas salvo lo visto en la Teniente O'Neil, la creo capaz de todo. Incluso de demostrarme que estoy equivocada y que se trata de una de las gestoras más eficaces que ha dado este país. Porque, sí, por mucho que amemos el carisma, lo que este país necesita ahora mismo es un buen gestor que sepa coordinar la bonanza macroeconómica con la evolución microeconómica y que pueda rodearse de asesores competentes que no le aconsejen, sin ir más lejos, que practicar sexo es bueno solamente si está destinado a lograr un embarazo, o le sugiera como Ministro del Interior a ejemplares como Fernández Díaz, miembro emérito del ultracatolicismo y a quien le han encargado velar por nuestras cosas con mano de hierro. Literalmente.
Lo más interesante de este asunto de las primarias va a ser, insisto, contemplar las alianzas, los encuentros y desencuentros y el peloteo sin fin entre la cúpula. Aunque lo verdaderamente revolucionario, para un gran partido, sería que todo el mundo se pudiera postular candidato sin necesidad de avales ni demás gaitas. Hay pelotas, pero, a lo mejor, lo que no hay son huevos.




sábado, 11 de enero de 2014

Desamor

Ese estupendo invento llamado Museo de las Relaciones Rotas, que surgió en Croacia hace ya un tiempo, ha llegado a México. El 12 de marzo abrirá sus puertas en el DF el rincón que convierte el desamor en arte y, por ello, los mexicanos han sido invitados a legar las pertenencias de una historia que pudo ser y no fue. Bajo el lema "déjalo ir, suelta el pasado y avanza", una multitud de hombres y mujeres han ido entregando aquellos recuerdos que les impiden seguir adelante. La convocatoria ha tenido tanto éxito que México, a día de hoy, ostenta el récord de país con mayores aportaciones a la curiosa galería de llantinas y dolores fuertes.
Los medios opinan que, a lo mejor, lo que pasa es que los mexicanos sufren más por amor. Yo creo que las razones son bastantes más prosaicas, y pueden ir desde que el DF es una de las capitales con mayor número de habitantes del planeta, con lo que el éxito del casting está asegurado, hasta la querencia de los latinoamericanos (ellos también; no solo ellas) por las telenovelas que te dejan el corazón como un guiñapo: churruscadito y en carne viva. A lo mejor esto incide en que vivan sus historias sentimentales de manera mucho menos vulgar que los europeos, por ejemplo, a quienes las ansias de superarlo y presumir de ello nos ciegan. Más incluso que el sufrimiento producido y/o causado.
Yo siempre he sido de la idea de que, cuando algo se acaba, adiós muy buenas y, si eso, que te recuerde tu santa madre. Ahora, sin embargo, cuando he entendido que el tiempo no lo cura todo, que no puedes ser amigo de quien te hizo daño hasta que deje de dolerte (algo que puede durar unos meses como mínimo) etc, creo que hay que conservar los recuerdos. Físicos y emocionales. Con ello no quiero decir que debamos ponerle altares al finado con aquellas cosas que nos legó en nuestra vida juntos, pero al menos sí asumir que forma parte de nosotros, como las conchas que recogimos en aquella playa remota o las joyas que nos legó la abuela. Si atesoramos souvenir que, al fin y al cabo, no nos importan tanto, ¿por qué deshacernos de aquello que nos marcó?
Creo que el secreto para apagar los rescoldos de una relación que en su día fue fuego y hoy es ceniza, no está en olvidar. De hecho, el empeño en olvidar dice muy poco de nosotros, en tanto en cuanto deseamos relativizar algo que, nos fastidie o no, tiene y ha tenido mucha importancia en un determinado momento de nuestra existencia. La llave del éxito esté, quizás, en asumir todo el proceso como una experiencia de vida, y encarar el futuro sabiendo que llevamos ahí una mochila que, cada día que pase, se hará más ligera, pero también nos convertirá en personas más sabias si nos proponemos aprender de lo hecho.
Nunca he entendido a la gente que se fustiga intentando revivir historias caducas hasta rozar el acoso. Uno tiene que poner distancia y tiempo para que renazca el cariño. Tal vez, algún día, las dos partes del todo coincidan de nuevo y puedan, si el corazón y la cabeza lo permiten, intentar ser amigos y estrechar lazos sin que sobre los tejados de su estrenado templo emocional sobrevuelen la culpa, la desconfianza y el miedo. Cuidado con los nubarrones, porque siempre traen lluvia y, algunos, incluso rayos y truenos.
Aun así, entiendo perfectamente que la primera reacción de un corazón roto sea deshacerse de los cartuchos que dejaron las balas. Ello no nos sana, pero al menos crea el espejismo de un cierto alivio. Porque por mucho que nos empeñemos en quemar/donar/tirar objetos, el recuerdo va más allá de lo tangible, y cualquier cosa (un paseo, una frase, una calle) nos traerá a la memoria lo perdido. Solo dejando de vivir se podría poner punto y final a la memoria y no creo sinceramente que ningún desamor merezca un The End tan estrafalario.
La colección que ahora mantiene embobados a los mexicanos, hurgando en la caja de sus tesoros, tal vez no sea una estrategia maravillosa para mandar a la porra lo que no funcionó, pero sí una estupenda aventura que nos permitirá darnos cuenta de que nadie está solo ni a salvo en esta historia del desamor. Además, claro, de alucinar con el valor sentimental que le conceden algunos a objetos tan nimios como las figuritas de Pokemon; a otros tan sorprendentes como distintas prótesis del cuerpo (eso sí es una ruptura, literal y metafóricamente hablando) o a algunos tan poco imaginativos como un cuchillo. No entremos en detalles de por qué los recuerdos de un amante se centralizan en dicho elemento cortante. Corramos un "estúpido" velo.
Mientras, mi teoría seguirá siendo la misma: es incierto que el tiempo lo sane todo, pero sí consigue que pongamos las cosas en perspectiva, asimilemos lo vivido y crezcamos con ello y gracias a ello; olvidar una gran amistad o un gran amor es uno de los empeños más mezquinos del ser humano, un desprecio a lo que hemos sido y que, en gran parte, nos ha hecho lo que somos; todos tenemos que asumir que las personas que se cruzan en nuestro camino han tenido una vida a la que debemos respetar y hasta cuidar; recordar es noble, y sentimientos como la ira y el deseo de venganza no deben ser tomados como algo pecaminoso sino como un vehículo en el que pasear el dolor durante los momentos de desgarro emocional.
E, insisto, que el Museo de las Relaciones Rotas es un grandísimo invento.




martes, 7 de enero de 2014

Nadie me quiere

Eso es lo que tiene que estar pensando ahora mismo Su Campechana Majestad mientras a estas horas, calculo, degusta su exquisita cena y tira dardos a los presentadores de informativos, ocupados en analizar y repasar este asunto de la reimputación de su real hija, la infanta Cristina. Menudo incordio para tan máxima autoridad.
Esperemos que no se cumpla aquello de que no hay dos sin tres y ésta sea la "redefinitiva" "reimputación" de la "reinona". Más que nada porque si la consorte del presunto no se presenta el día 8 a contarle el preceptivo cuento al señor juez, el pueblo se va a volver más soberano que nunca. Durante meses hemos asistido a una escenificación de ese sainete interpretado por jueces, fiscales, agentes tributarios, partidos pseudopolíticos, lameculos en general y aristócratas en particular, tirando de una ficticia cuerda en la que a un lado están lo más noble y granado de la sociedad y, al otro, un juez solitario acompañado de la mayor parte de la ciudadanía de este país. En un primer asalto ganaron los otros, y los demás nos fuimos a casa con las manos escocidas de tanto tirar; esta mañana nos han despertado con la noticia de que la cosa está igualada y que, solo a lo mejor, la infanta lista y consentidora va a tener que sentar sus nobles posaderas en un banquillo para contar lo que sabe de los chanchullos de su marido que eran también los suyos. Y todo ello es una muy buena nueva, tanto para los de a pie, que seguimos ilusionados con aquello de que la justicia es igual para todos, como para la infanta, que gracias a este nuevo auto del juez Castro tendrá la posibilidad de defenderse y argumentar su inocencia, algo de lo que, gracias a la callada por respuesta, hasta el momento no tenemos constancia.
Así que ojalá todo siga su curso pertinente y no vengan los palmeros de la realeza a amargarnos el banquete de noticias que nos estamos dando. Ahora mismo, la ilusión del españolito medio es que los corruptos paguen por sus hazañas y que, como en las películas de Hollywood, al final ganen los buenos y los hombres de la calle puedan ejercer el papel de héroe que se barrunta desde los títulos de crédito.
Deseos aparte, el rey tiene que estar que se sube por las paredes con muletas ergonómicas y todo. En estos días, cuando se ha abierto la veda y conocemos otra cara de don Juan Carlos, de una chulería que raya la desfachatez y un apego al trono y a los dineros que roza la insensibilidad cuando no la penetra directamente y no solo con la puntita, todos son malas noticias para la monarquía, que no logra contactar con el ciudadano. No se entiende. No se entiende que un rey diga que la justicia es igual para todos en público mientras en privado predica lo contrario; no se entiende que este señor se llene la boca con mensajes de solidaridad hacia el sufrimiento de su pueblo mientras se gasta millones de euros en construir una casita donde exhibir sus trofeos de caza a cargo de Patrimonio Nacional o, lo que es lo mismo, a cargo de nuestros bolsillos; no se entiende que aplauda y apoye en la intimidad a quienes atacan los principios constitucionales en aras de una protección a la monarquía que, si fuera una institución cabal y moderna (al margen de las razones tan memas de su simple existencia) no necesitaría de adalides de la verdad y de la justicia que sacaran a pasear sus viperinas lenguas deshonrando aquello que tanto presumen defender.
El sufrimiento real se entiende, pero resulta casi chulesco viniendo de gentes que solo han disfrutado de prebendas en sus vidas y las siguen teniendo mientras que los demás, ni las hemos olido. No es de extrañar que la valoración de la monarquía esté por los suelos en las encuestas: lo que me resulta extraño es que el príncipe, que no ha hecho nada más que presumir de apostura, se encuentre tan bien valorado. A qué extremos hemos llegado que damos crédito a quien no ha demostrado atisbo de lo mejor solo porque no ha dado señales de lo peor.
En esta Casa Real todo son rémoras, desde el Rey a Letizia, muy segura en su papel de madrastra de Blancanieves. Lo único que congraciaría a la institución con los españoles es que alguien de esa familia saliera en defensa de su pueblo, rechazando los recortes y la corrupción y ejecutando actos para hacer valer sus palabras. Aquella salida a la plaza de don Juan Carlos el 23 F estuvo muy bien, pero todo hace pensar que fue algo orquestado en tanto en cuanto ahora, víctimas como somos de un golpe de Estado político, nadie es capaz de dar la cara por nosotros. A todo lo más, felicitarnos el año y recordarnos lo miserables que somos y lo mucho que nos tenemos que ayudar y acompañar. Siempre entre nosotros, claro. En estos momentos es cuando necesitaríamos una monarquía ejemplar y cabreada con las injusticias. En su lugar, tenemos una institución amoral y enfadada con la justicia.
Sinceramente, creo que a la Casa Real le vendría mucho mejor que la infanta hiciera el paseíllo hasta los juzgados y contara su verdad que torpedear a la opinión pública con noticias tan perturbadoras como el hastío real ante la tardanza en la instrucción de la causa de Noos y Aizoon o que la infanta y su presuntamente corrupto consorte hayan disfrutado de la cena de Nochebuena en Zarzuela, en amor y compaña de padres y hermanos. Uno tiene derecho a cenar con sus parientes y compartir momentos con ellos, pero cuando se trata de la monarquía, una cosa es hacerlo y otra, mucho más peligrosa, contarlo.
Al Rey, ese señor mayor de salud delicada, como lo definió su última y simpática supuesta amante, ya no le quiere casi nadie. Aun así, son muchos los que le siguen utilizando y, entre todos, nos usan a los demás. No le llamemos amor cuando, en realidad, lo que queremos decir es dar por saco.


sábado, 4 de enero de 2014

Naderías

Ayer fue un día grande para los medios en general y para el PP en particular. Ante una oposición que se arrastra (luego no podrás gritar cuando te pisen), el Gobierno y sus redes anunciaban a bombo y platillo que el paro había bajado en nuestro país como (casi) nunca antes y que la prima de riesgo era poco menos que un dato ridículo que se paseaba por los mercados. Y no solo los partidarios del PP, resacosos ante las estadísticas que confirman que el partido de sus amores ganaría las próximas elecciones, estaban con ganas de celebrarlo: media España a punto anduvo de descorchar el champán caro, ése que los republicanos guardan para el advenimiento de la III.
No entiendo mucho de qué va esto. De hecho, creo que la mayoría de la población no sabe qué es la prima de riesgo y que, en sus cabezas, ha adquirido la categoría de coco, de monstruo de enormes fauces e infinidad de dientes, que un día vendrá y nos devorará por encima de nuestras posibilidades. En una entrada anterior ya me extendía sobre la prima y demás familia, así que no voy a explayarme, aunque sí indicar que, sin campaña de marketing mediante, el conflictivo dato se ha convertido en una máquina de asustar y agarrotar para aquellos que manejan el cotarro económico y que no somos ni yo, ni tú ni nosotros, sino más bien ellos.
Respecto al dato del paro, algunos analistas se echan las manos a la cabeza comparándolo con las espantosas cifras de población activa, pero lo suyo es como clamar en el desierto. La supuesta bonanza se alimenta de empleos precarios (que alguien se moleste en comprobar cuántos contratos indefinidos se eliminaron el año pasado) y del abandono forzoso de muchos integrantes de esta lista de empleo, expulsados por el sistema, que ya no contempla ayudas para ellos, o desalentados ante la imposibilidad de encontrar un trabajo. A todo ello habría que sumar la ausencia de los emigrantes retornados, los españoles que emigran y analizar a fondo el tema de la economía sumergida, reducto de aquellos a los que el dichoso sistema (qué anárquico suena todo) ha dejado de acoger entre sus brazos. De hecho, el fenómeno de la economía sumergida, o la latinización de nuestros mercados, como algunos lo llaman, tendría que ser fuente importante de preocupación del gobierno: de no existir, no creo que la población española, tan dada al siesteo, se mostrara igual de plácida y comprensiva ante el ahogamiento sistemático al que nos somete el PP armado de mentiras y falto de ideas. Aquí está pasando algo, y por mucho que Fátima Báñez, ungida por su virgen, inste a denunciarnos entre vecinos y parientes (al más puro estilo cubano; qué revolucionarios somos), la picaresca española tiende más a aquello de admirar al tramposo que a ponerle al pie de los caballos. O de las gaviotas, que para el caso da igual.
Sin embargo, la noticia verdaderamente deslumbrante del día fue el nacimiento del primer retoño de una pareja. Ni son de la realeza ni se les espera, pero parece que, para este país, un portero de fútbol y una chica guapa representan lo más de lo más del estrato social. Personalmente, les doy mi enhorabuena, pero no entiendo que este par, que no ha hecho nada destacable en pro del bien de la humanidad ni el progreso social y económico, ocupe las primeras páginas de la prensa "seria". Sería absurdo que no aparecieran en las revistas del corazón y los medios amarillentas, aunque no creo que lo suyo, tan pueril en su normalidad, merezca el tratamiento principesco que se le está dando. A no ser que, claro, en un país donde, según Gallardón, solo eres una auténtica mujer cuando te pones a parir, lo mismo este tipo de noticias merezcan un lugar de privilegio en el No-Do de los informativos ad hoc. Así nos va.
La mejor noticia (y con reparos) es que el libro de El Gran Wyoming, No estamos locos, es el más regalado de estas fiestas, por encima del engendro que cuenta la vida de Belén Esteban y que se ha convertido en el opio cultural del pueblo, deseoso de ser "salvado" por la nada absoluta. Reconozco que el escrito de Wyoming está lleno de obviedades, pero son obviedades muy sensatas que todos deberíamos releer de vez en cuando para saber quiénes somos y dónde estamos. Ni siquiera exige un ejercicio profundo de reflexión y comprensión, sino de mero sentido común. Basta con echar un vistazo a las "reacciones de los reaccionarios" ante la aparición de Wyoming en el top ten de los más leídos (llamándole cosas tan bonitas como feo, engendro y sinvergüenza) para saber que lo suyo escuece. Así que sigámosle de cerca ahora que aún nos dejan.
Mientras, yo me debato entre una lectura sobre la dinámica del anarquismo en la Patagonia y Tierra de Fuego, y otra sobre Práxedis G. Guerrero, un anarquista en la Revolución Mexicana. Si alguien me llama rara o pedante, a lo mejor es que lo soy, pero ¿y lo a gustito que me quedo?


jueves, 2 de enero de 2014

Con las manos en la masa

No tengo nada en contra de los concursos de cocina. Tampoco nada a favor. Como se deduce de mis palabras, lo cierto es que no he visto ninguno, ni Top Chef, ni MasterChef ni el Chef que parió a Peneque. Supongo que cada época tiene sus modas, y como ahora mismo la cocina no se encuentra entre las prioridades del hombre o la mujer modernos, este tipo de programas despiertan en nosotros la misma curiosidad que el Quimicefa que nos regalaban de niños y que nos servía para llenar nuestros acogedores hogares de aromas nunca olidos por ser vivo alguno.
Reconozco que la cocina no es precisamente una disciplina que se me de mal: le dedico tiempo, cariño e intuición y, tal vez por eso, los espacios televisivos en los que un chef se recrea mandando a sus tropas no me despierta la mínima curiosidad. De vez en cuando leo alguna crítica, como la última del MasterChef junior, donde, al parecer, les mostraron a los niños un dulce ternerillo para, acto seguido, enseñarles el partido que podían sacarle armados con un cuchillo y un poco de fuego. Para que luego nos quejemos del trauma de la madre de Bambi o del daño que ha hecho Cenicienta a los conceptos de familia moderna.
Sin embargo, reconozco que sí estoy enganchada (en la medida de lo posible) a otro formato, Renovators (Divinity), curiosamente de los mismos ideólogos que el famosísimo MasterChef. Ambos beben de sus raíces australianas, un país del que, como se suele decir, me gustan hasta los andares. Si algún día consigo darme un garbeo por las Antípodas ya estaré en paz con la vida, con el mundo y hasta con el Real Madrid. En fin… sea por lo que sea, a mí esto de ver a un puñado de mozos y mozas ejerciendo de paletas, enladrillando, amartillando y encofrando, me sube la bilirrubina. Sí, al más puro estilo Juan Luis Guerra.
Me considero uno de esos aburridos seres a los que se le da bien idear cosas pero muy mal llevarlas a la práctica. Sería una especie de Santiago Calatrava en zapatillas: puedo soñar naves más allá de Orión que, a la hora de reconstruirlas, lo mismo me sale un zurullo con pinta de higo chumbo. Mi cabeza y mis manos van cada una a su bola, aunque confieso que siempre he sacado muy buena nota en las asignaturas que tenían algo que ver con el arte y la creatividad. Supongo que poner mucha voluntad cuenta, porque si no, no me lo explico. De ahí que sienta tanta fascinación hacia la gente que puede crear cosas con las manos. Y, gracias a Renovators, me he dado cuenta que, si pusiera pedir un deseo, me parecería más a Pepe Gotera que a Pablo Alborán, aunque en la realidad me asemeje a los dos lo mismo que un capitel románico a un neumático.
Los chicos de Renovators tienen que afrontar retos semanales para ganar dinero y reformar una casa asignada a cada equipo. Porque sí, trabajan en grupo, aunque los miembros de los equipos que pierden los retos periódicos se ven a obligados a enfrentarse entre ellos. El que pierda es eliminado. De esa forma, cada vez van quedando menos para cumplir el reto, que es dejar la casa adjudicada hecha un pincel y ponerla a subasta. El concursante que logre mayor beneficio de la transacción será el ganador.
Como el programa se grabó en 2011, una, que es muy curiosa, ya sabe quién fue el vencedor y, por una vez y sin que sirva de precedente, el campeón coincide con mi favorito. Pero al margen del factor concurso/carrera/premio, lo que me llama la atención de Renovators es que es un programa amable, donde todos intentan superarse día a día y con un jurado fantástico al que te gustaría invitar a tu casa en Nochebuena y atarlos a la pata de la cama para que se quedaran, como mínimo, hasta San Valentín.
Pero, además de babear con la pericia y la simpatía de los jueces, me quedo embobada con la resolución de los retos y las masterclass que nos dan de albañilería, fontanería y hasta de combinación de colores y texturas. Recuerdo, por ejemplo, una prueba en la que los distintos equipos tenían que desguazar un coche y crear con las piezas un espacio, que podía ser una habitación de hotel, una sala de esparcimiento, un restaurante etc. Todavía estoy flipando con el resultado final de las distintas propuestas y la imaginación desatada de este puñado de australianos a los que contrataría, desde ya, para ejecutar la obra pública de cualquier ciudad española.
Sin embargo, por encima de todo, lo que me gusta de Renovators (supongo que también de MasterChef si lo viera) es que no hay gritos ni faltas de respeto y, no obstante, persiste la emoción; que el espectador aprende algo sin dejar de sentir los "colores" (en este caso literalmente, porque los equipos se identifican por el tono de su uniforme); que los retos superan nuestras expectativas cada semana y que podemos ser capaces de empatizar con las alegrías y las frustraciones de los concursantes sin sentirnos culpables por ello. Para mí es el show redondo, aunque dudo de que muchos espectadores españoles estén de acuerdo con mis apreciaciones.
Me encantaría que alguna productora patria asumiera el reto de crear un Renovators a la española, aunque imagino que los costes serían desorbitados: solo montar la parafernalia del hangar de pruebas y las casas para reformar ya valdría una pasta indecente. A lo mejor les saldría un programa tipo Reforma sorpresa pero con más peña; a lo peor, un engendro del palo de Esta casa es una ruina, versión salchichera de un programa norteamericano, y que pasó a la historia por acoger entre sus "expertos" a un ex novio de cierto presentador de televisión al que ya hace mucho tiempo que se le fue la pinza. Toquemos madera, nunca mejor dicho.



miércoles, 1 de enero de 2014

Deseos de año nuevo

Estamos que lo tiramos. El gobierno se ha calzado la túnica de Rappel, ha echado mano de bola de cristal y ha empezado a lanzar pronósticos al aire como árbol que escupe polen. Por supuesto, en 2014 bajarán los impuestos, se crearán empleos a un ritmo desenfrenado y nuestra economía irá como un cohete, entre otras señales de incalculables bonanzas. Lancémonos compañeros y compañeras a vivir por encima de nuestras posibilidades, demotizar nuestras viviendas, dar la vuelta al mundo del derecho y del revés (más del derecho) y a gastar como si no hubiera un mañana. Sobre todo porque, a lo mejor, no lo hay...
Lo que el gobierno no nos cuenta es que las bajadas de algunos impuestos es algo que, como en la Comunidad de Madrid, ya estaba previsto y no encierra nada novedoso sino que, en realidad, viene a "tapar" otras lamentables y muy dolorosas subidas (al tiempo); que la creación de empleo pasa por la "invención" de nuevas y entretenidas formas de precariedad que tal vez rocen la esclavitud y que parte de ese crecimiento económico augurado se debe a que nuestro país está de rebajas: todo se vende a precios de risa, lo que conlleva una masiva entrada de especuladores internacionales dispuestos a llevarse la marca España, con productos de todo a un euro. Bueno, y las remesas que nos envían nuestros emigrantes también cuentan; sí esas personas que, no es que emigren, sino que se van por ahí a ver mundo y luego contárnoslo. El orgullo de ser español, como diría un conmovedor anuncio de chorizos (¿alguien ha pensado en la paradoja?).
Al margen de que a los ínclitos miembros del desgobierno español se les haya subido el champán a la cabeza (champán, no cava; a los catalanes ni agua de Valencia), yo tengo varios deseos que formularles para el año que empieza:
-Que ya que ser español es una pena, no centren sus esfuerzos en que ser española y, además, mujer, sea una miseria. Unos rancios señores no tienen el más mínimo derecho a legislar sobre el uso del cuerpo femenino ni la intimidad del ser humano. Nadie le puede obligar a otro a vivir de una determinada manera. Por supuesto que le puede indicar cómo debería hacerlo (en su opinión), pero nunca decidir por él como si fuera un deficiente mental. El Estado debe proporcionar los mecanismos a los ciudadanos para convivir en libertad y armonía, no fomentar el odio ni ejercer de padre castrador. Es algo ruin y roza la indecencia si no es que ya la penetra profundamente.
-Que abandonen sus propósitos de seguir comerciando con nuestros bienes públicos más preciados. La sanidad y la educación constituyen nuestro tesoro y ellos son el dragón de Smaug que quiere esquilmarlos para hacer caja. Además, estoy convencida de que la privatización express de determinados servicios sanitarios no va a solucionar problemas sino a crearlos. Y, claro, no será este gobierno el que se comerá el marrón: lo hará el que venga (aunque el deseo no sea para este año, gane quien gane las próximas elecciones, por favor, que no le toque el gordo de la mayoría absoluta).
-Que los salarios dejen de ser los de un país bananero (más parecidos a los africanos que a los europeos) y suban acorde a ese milagroso crecimiento que pronostica De Guindos poniendo cara de perrito tristón. No pedimos grandes desembolsos, simplemente que nos llegue para cubrir el alza de los servicios básicos que, mire usted por dónde, hoy mismo se han subido a la parra de las uvas que nos tragamos ayer. Y si, además, nos sobra para comprar comida, pagar libros de texto y costearnos alguna que otra medicina, mejor que mejor.
-Que personajes como Ana Botella, Ignacio González, Esperanza Aguirre, José María Aznar y otros próceres del partido impopular, alguno de ellos en ejercicios de sus funciones, que no de sus facultades, desaparezcan de la vida pública y sean desahuciados de sus poltronas (a ver si así entienden lo que se siente). Todos a la vez, si es posible y saltando la valla de Melilla en sentido contrario. Para probar que, como ellos dicen, las famosas alambradas solo causan cosquillas y dan un gustirrilín primoroso.
-Que los corruptos renuncien a sus cargos públicos y sean condenados por sus delitos. Que se impute a tontas y a listas y que las penas de toda esta panda de sinvergüenza no causen entre risa y asco.
-Que la Iglesia pague impuestos de una vez; que de verdad ejerza su primitiva función de defensa de los pobres y desamparados y no de los ricos y poderosos. Que cambie la ley de financiación de los partidos y que la monarquía haga acto de contrición y vaya pensando que su existencia, ahora mismo, es absurda, y que, solo tal vez, una retirada a tiempo sería una inmensa victoria.
-Que, personalmente, vuelva a creer que los milagros existen y que los sueños se cumplen. Los que no somos imbéciles -al menos, no demasiado- también tenemos derecho a nuestros momentos de gloria.
Y si hay alguien ahí fuera que se preste a leer esta entrada, buen 2014. Como dije en mis felicitaciones de rigor, ya toca que este nuevo año se porte un caballero y nos invite a cenar o, al menos, nos ceda al paso. Estamos hartos de gañamos. Y si, como sus predecesores, se empeña en seguir dándonos por el orto, que al menos lo haga con cariño. Nos lo hemos ganado.