viernes, 30 de septiembre de 2011

Invisibles

Dice un periódico sensacionalista que Demi Moore y su chico Ashton se separan. ¿La razón? Lógicamente, ella es bastante mayor que él quien, después de varios años de arrobamiento tras haberse ligado al mito erótico que protagonizaba sus sueños húmedos, ha decidido pastar en campos más verdes. Es curioso que a nadie se le haya ocurrido buscar otros supuestos motivos tales como -un suponer- que la mujer era una maniática de la limpieza o que él estaba hasta las narices de madrugar los domingos para pasar el cortacesped. Desconozco por dónde pueden ir los vaivenes de esta pareja (aunque las malas lenguas aseguran que él mete algo más que miedo), pero me resulta muy limitado achacar un fracaso, en caso de que lo hubiera, a la diferencia de edad y no a la razón más esgrimida en caso de divorcio: incompatibilidad de caracteres.
Tras lo leído en la prensa, daría la impresión de que Demi, por circunstancias achacables a los años, no tiene la capacidad de atraer y retener a un hombre en lo mejor de la vida, ya no digamos del sexo. Y esto es así por la sencilla razón de que las mujeres, cumplidas ciertas edades, nos volvemos invisibles al ojo público. En cuanto peinamos canas se presupone que no ligamos nada salvo salsas.
Es un hecho indiscutible, y ya lo he comentado en anteriores ocasiones, que, alcanzados los taytantos, el personal no te mira por la calle con lascivia como cuando rondabas los 20. De hecho, con tantas veinteañeras cuya principal misión en la vida es estar lozanas y fermosas, complicado resulta que alguien repare en lo intersante/guapa/simpática/inteligente que eres por mucha verdad que encierren estas palabras. Es ley de vida y hay que asumirlo y no cortarse las venas por ello; a lo sumo, hacerles la permanente. Me imagino que el secreto está en redescubrirse una misma, aprender a quererse, darse la importancia que merece y, sobre todo, perdonarse los errores pasados y pensar que hay un futuro ahí y que si ningún hombre está preparado para compartirlo pues, bueno, él se lo pierde. Ya, vale, resulta fácil de decir y difícil de llevar a la práctica, pero llega un momento en la vida en que cada piropo es un regalo y como tal necesitamos atesorarlo. Creámonos por una vez que somos dignas de él.
Hay una película suiza, La desaparición de Julia, cuya fecha de estreno estaba prevista para este año pero de la que nadie sabe ni contesta. El eje central del film cuenta la historia de la Julia del título que, el día de su 50 cumpleaños, sintiéndose invisble al resto de los mortales, decide no acudir a la fiesta que otros le habían preparado y en la que, impepinablemente, se harán comentarios tan bellos como "qué bien te conservas" y "por ti no pasan los años". Más de lo mismo. Pero la susodicha Julia, en un alarde de cordura, se suelta la melena, se va de compras, conoce a alguien y decide pasarse la fiesta por donde todos sabemos. Total, solo se vive una vez y es legítimo aprovechar cada momento.
Desconozco cómo evoluciona el argumento, pero tiene toda la pinta de ser una película de mujeres y para mujeres de todas las edades. Porque, inevitablemente, el tiempo pasa para cualquiera y, las que hoy tienen 18, dentro de dos décadas frisarán los 40 y comenzarán a mantener una relación de amor odio con sus mentes y sus cuerpos. Tan seguro como que mañana sale el sol
Siempre he dicho que la alternativa a cumplir años es muy triste, y que, cuando desde fuera nos rechazan, lo único que nos queda es no rechazarnos a nosotras mismas. No nos lo merecemos. Flaco favor nos hacen esas historietas de hombres que van de sobrados, repartiendo su lujuria sin reparar en la que tienen enfrente, y que te cambiarían por dos de veinte en lo que dura un anuncio de compresas. A lo mejor no despertamos pasiones externas, pero la pasión la llevamos dentro y debemos sacarle su jugo sin caer en la trampa del desprecio masculino. Después de todo, nosotras acarreamos el machismo de la edad con más pena que gloria en la mayoría de los casos, de acuerdo, pero ellos tampoco cantan mal las rancheras. Basta recordar aquel viejo dicho sobre los poderes del hombre: de los 20 a los 35 el poder sexual, de los 35 a los 55 el poder económico, y de los 55 en adelante, el poder mear. Pues eso.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Mal fario

Por si alguien aún no lo había notado, no soy la persona más optimista sobre la faz de la tierra. La cosa va más bien por épocas y días: hay momentos en que la botella está a rebosar y otros en los que no queda ni un culín. A mi candidatura para alcanzar la santidad añadiría que soy bastante desconfiada (la vida, encima, ha hecho presión para que no me fíe de casi nadie) y tremendamente intolerante con ciertos defectos ajenos (con los propios tampoco me llevo bien, que conste).
Desglosado ya semejante pliego de descargos, quiero dejar constancia de que, a pesar de mi naturaleza azul oscura casi negra, esta proliferación de agoreros que pululan por los escenarios políticos y financieros de medio mundo me está sentando de pena al hígado. Vale que estemos mal, incluso peor, vale que la economía se encuentre en la cuerda floja a varios metros sobre tierra, vale que el sistema esté haciendo aguas, como una balsa de globos intentando llegar a las costas de Miami, pero lo que no vale es que estén todo el día pasándonoslo por las narices como si la culpa fuera del ciudadano de a pie. Y la culpa no sé, pero las penalidades sí son nuestras.
Todos entrevemos una nube negra del tamaño de nuestras cabezas que asoma por el horizonte. Unos la divisan más cerca y otros más lejos, pero ese meteorólogo de carrera que es Obama insiste en que la nube no es tal, sino un tornado de los que te dejan solo con la ropa interior. El hombre lleva unos días lanzado, vaticinando desgracias a montones cual Rappel tras unos cuernos bien puestos. Y no es que no lo sepamos ni lo aventuremos, no, lo que fastidia que te cagas es que te lo digan. Porque cuando verbalizas algo le estás dando la forma de realidad de la que carece cuando reside en el mundo de la ideas. Y si quien se deshace en frases míticas es alguien con autoridad, en muchos caso hasta moral, apañados vamos.
Si echamos un vistazo al plantel de adivinos que la cruda realidad nos ha puesto delante, tenemos al amigo americano, a una señora alemana, a un gallego con barba y bigote, a un tipo francés bajito y a varios más. Tantos como para darle vidilla a una verbena. A este grupo tan vistoso se le ha unido un tipo atildado que ha tenido su minuto de gloria contándole al mundo que nuestros ahorros van a durar lo que un caramelo a la puerta de un colegio. Y, además, el muy broker se regodea en ello. No digo yo que la cosa no sea así, pero calladito estaría más guapo.
Una amiga me contó una vez que Mario Conde le había dicho por lo bajinis que teníamos crisis para rato. Vamos, que nos plantamos en 2015 a pan y agua. Pero el hombre había conservado la cordura suficiente para no convocar una rueda de prensa y soltar el notición. Todos asumimos que el problema está y es gordo, que no nos merecemos que nadie nos haga un Zapatero (me refiero a sus declaraciones de optimismo desaforado), que nos cuenten la verdad, pero también que no nos digan que vamos a morir todos. Al menos solo unos pocos ¿no?
La crisis existe. El problema es que el miedo también. Y el miedo colapsa, acobarda y hace pupa. Ningún país puede resolver sus problemas escondiéndose detrás del temor, asustando a los ciudadanos cual bruja de cuento. Tampoco pedimos tanto: solo que los que tienen que hacer trabajo de despacho lo hagan bien, que los bancos asuman por fin su parte de culpa, que los ricos arrimen el hombro y que no nos cuenten milongas como que la única solución para sobrevivir es que nos bajen el sueldo. Y, sobre todo, que quienes buscan soluciones no se pasen el día acusando al resto de hacer mal las tareas pactadas mientras barren su propia mierda debajo de la alfombra. Como diría el anuncio, "yo no soy tonto".

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Resiliencia

A quien no haya oído nunca hablar de un término tan peculiar, decirle que la resiliencia es aquella capacidad del ser humano para renacer de sus cenizas. Tras un hecho particularmente traumático (un despido laboral, un abandono sentimental, una grave decepción, la muerte de algún ser querido, etc.) la resiliencia actúa cuando somos capaces de salir adelante, nuevos y mejorados, tras aprender de la experiencia.
Obviamente, no todo el mundo tiene el don de resucitar hecho un pincel de determinados desastres. Sobre todo porque, mientras los vives, piensas que las circunstancias te sobrepasarán, que ya jamás volverás a ser el mismo. Pero el truco está precisamente ahí, en no volver a ser el mismo sino un yo nuevo diferente, más experimentado, con un mayor autoconocimiento... una mejor persona al fin y al cabo.
La resiliencia viene a ser, en tiempos mustios, como una promesa de buen rollo. Sabes que estás en un agujero negro, pero también eres consciente de que ahí afuera hay estrellas. Dicen quienes de esto entienden que es fundamental, en ese proceso de salida del túnel, engancharse a alguien. Tal cual. El hecho diferencial de esta búsqueda del optimismo radica en tener a otra persona a quien admirar o en quien confiar, cuya presencia, en esos momentos de terrible bajón, sirva de guía y estímulo. Puede ser que nos fijemos en la persona inadecuada y nos acabe mandando bien lejos en medio del proceso, lo cual equivaldría a agarrarte la cabeza y hundírtela en el agua lo suficiente para hacer buenas migas con Neptuno. Entonces solo vale resistirse, toser y respirar fuerte. Y pensar que, a lo mejor, el problema no es tuyo, sino del sujeto que has elegido para acompañarte en el camino y que se ha rebelado indigno de tan trascendental papel. En cualquier caso, el fracaso es suyo.
Pero no seamos agoreros e imaginemos que sí, que todos queremos salir y, encima, tenemos al mejor de los comapñeros posibles. Ahora toca cambiar el chip y quitarse ese mal rollo que tanto cultivamos de niños: el temor al fracaso. Cuando éramos pequeños, el cometer errores, las equivocaciones, se convertían en un lastre tremendo que solo acarreaba frustración. Eso era así en tiempos, pero con la madurez, seguro que alguna que otra virtud hemos llegado a parir. Es el momento de reconocerla y recrearnos en ella. Porque sí, porque nosotros lo valemos y porque tenemos todo el derecho a equivocarnos sin penar por ello. Las veces que haga falta.
Igualmente, debemos ser conscientes de que, en ese proceso de renacimiento y aún después, estamos en el deber de expresar lo que pensamos sin temor a que nos juzguen ante cada palabra. Solo nosotros podemos juzgarnos y ya somos bastante implacables, así que sobran los bienintencionados. También tenemos la potestad, como seres humanos viviendo en sociedad, de ver las injusticias y protestar contra ellas para, al menos, intentar cambiar algo de lo que nos es más próximo.
Debemos asumir que no somos héroes de leyenda y que hay cosas, personas y situaciones, que se escapan a nuestro control. Es posible que estas cosas, personas y situaciones nos hagan daño, pero, asimismo, estamos en nuestro derecho de expresar el dolor, patalear y quejarnos hasta que no nos queden fuerzas. Sin temor a hacer el ridículo; el ser humano, en ocasiones, es más solidario de lo que pensamos. Dejemos que nos defiendan y ayuden quienes más nos quieren.
Y entre tanto lloro tendremos que reservar un hueco para buscar nuestra independencia: rechazar peticiones que no queremos acatar sin sentirnos culpables, decidir qué hacemos con nuestro tiempo y espacio, comprender que no hemos venido al mundo para resolver los problemas de otros y descuidar los nuestros sino al revés, ser poco convencionales si nos apetece y tomar decisiones que, a lo mejor, no gustan al gran público, pero que a nosotros nos dejan más anchos que panchos.
Todo eso y más integra ese fenomenal invento de supervivencia y resurrección que es la resiliencia. Quien lo probó, lo sabe.

martes, 27 de septiembre de 2011

Prohibido prohibir

Ya me he recreado antes en mi concepción de la moral cristiana en general y católica en particular. No voy a meter más el dedo en la llaga (¡por los clavos de Cristo!) pero sí necesito hacer un pequeño inciso para reseñar que uno de los mayores objetivos de las religiones es prohibir. Pararles los pies a las gentes de bien en todos los asuntos, conciernan a su vida pública o privada, concede un poder innegable a quien ejerce dicha prohibición, que pasa a controlar el rebaño con bastón de hierro.
Sin entrar en detalles así, a grosso modo, su propósito es impedirnos disfrutar del sexo, de la vida ociosa y de los placeres en general. Ya me diréis qué vida miserable nos espera alcanzando la gloria a través del trabajo y el sufrimiento. Dicen que el premio a semejante sofoco es el paraíso, pero yo disiento: para esta que suscribe, tanto paraíso como infierno se hallan entre nosotros y somos muchos los que los hemos visto. Quiero decir que esto no es como la existencia de Dios, algo intangible: la mayoría de los mortales nos hemos topado con el demonio alguna que otra vez y podemos jurar que ni es rojo ni tiene esa barba de chivo. Perilla puede, pero de lo otro, ni hablar.
Volviendo, que me pierdo. Si resultara -es un suponer- que el cielo fuera una entelequia, el hecho de prohibir así, a lo grande, pasaría a estar desprovisto de muchas de sus justificaciones morales para convertirse en el clásico instrumento de control de masas de toda la vida. Hace uno o dos días, esa ex ministra pepera llamada Ana Pastor declaraba, todo lo ufana que una puede estar sabiéndose ganadora del partido antes siquiera de jugarlo que, en cuanto los suyos aposentaran sus lustrosas posaderas en el gobierno de la nación, cosas tan vulgares como la actual ley del aborto serían defenestradas. Matizadas, las menos; suprimidas, las más. Vamos a ver: no voy a entrar en diatribas morales de si el aborto me parece un asesinato o me lo deja de parecer; de hecho, creo que si yo estuviera en la disyuntiva, me resultaría muy complicado y doloroso deshacerme del feto. Pero una cosa es lo que yo piense y otra lo que opine la vecina del quinto, que allá ella con sus circunstancias. Entiendo que la ley es para todo el mundo, y por eso precisamente no se puede juzgar a los demás y quitarles la posibilidad de elegir. El hecho de que haya una ley del aborto no quiere decir que todas las mujeres corramos en masa a las clínicas; simplemente que tenemos la posibilidad y el derecho de ser dueñas de nuestras vidas y nuestros cuerpos, haciendo lo que nos plazca y lo que nos dicte nuestra moral individual o el sentido común, si es que nos queda algo.
Lo mismo opino de las uniones homosexuales. Pasando por alto que lo que yo no entiendo de esto es el matrimonio en sí mismo, o sea, como institución, decidir sobre la vida y las apetencias sexuales de los señores que tengo al lado me parece hipócrita las más de las veces y descabellado siempre. ¿Mi vida va a cambiar porque dos hombres se casen? ¿Seré yo más feliz o infeliz viendo a dos mujeres convivir en cuerpo y alma? Creo que no, sinceramente. No comprendo entonces el por qué legislar a la baja.
Muchas veces he llegado a pensar que las leyes están para abrir puertas. Que cuando las cierran, salvo en el caso de delitos muy graves, en la mayoría de los casos es para retroceder en lugar de avanzar. Igual que el diccionario revisa de vez en cuando sus palabras en su afán de dar paso a nuevos modismos, nuestros códigos justicieros deben hacerse eco de las reglas sociales no escritas e integrarlas en su ser. Sería ridículo negarse a ello, vivir permanente anclado en un mundo que ya no existe, totalmente ajenos a la evolución.
Sé que es compo predicar en el desierto, pero, ya que tanto nos gusta la disciplina cuartelaria, invitaría a todos a entonar el prohibido prohibir. La prohibición así, por las buenas, solo engendra cabreo, el cabreo crea desorden y el desorden indignación (tampoco voy a seguir porque me vengo arriba y me pongo en modo Espe, acusando a cualquiera que tenga una tienda Quechua de planear un golpe de estado). Y ojito, porque si nos abandonamos a las mieles del nihilismo, como querrían muchos, tal vez acabemos por prohibirnos a nosotros pensar. Y eso, por mucho que algunos piensen demasiado, no mola nada.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Perdón

Dice una amiga mía que los conflictos nunca pueden acabar de arreglarse si una de las partes está dispuesta a perdonar, pero la otra no pide perdón. Imagino que porque, con su reticencia, esta última no admite haber hecho nada mal, por lo que es muy probable que vuelva a repetir conducta para gran sofoco del agraviado. Estoy de acuerdo. El perdón total solo existe cuando hay voluntad de las partes. Y parece que en el caso de la banda terrorista ETA y sus víctimas, esa voluntad haberla, hayla.
Esta situación no es nueva. A los europeos nos suena bastante. Ya en 2002, el IRA irrumpió en la escena pública pidiendo perdón por todas las víctimas civiles que había cusado. 650 en total. La banda no se pronunciaba acerca del resto de damnificados, pero, en aquellos años, algo era más que nada. El gesto se interpretó como una muestra de que los terroristas empezaban a alimentar cierta disposición para reintegrarse en el sistema y abandonar las armas. Un proceso que luego se demostró largo y difícil y que ha tenido sus frutos, a pesar de algunos coletazos posteriores que todavía saltan, de cuando en cuando, a las páginas de los periódicos.
Me parece congruente y humano pedir perdón por cualquier ofensa. En el caso vasco, además, es imprescindible, porque lleva intrínseco cierto cambio de orientación en el pensamiento de los presos etarras, bien por reflexión propia, bien por imposición de estancias más elevadas. Sea lo que sea, es, y con eso nos tenemos que conformar. Según cuentan los medios, los encuentros entre presos y víctimas (solo en un caso el agresor se ha correspondido con su agredido; en el resto no había relación entre ambos) llevan algún tiempo produciéndose. Adivino lo tenso que puede ser el saludo inicial y la respuesta vacía a la pregunta estrella: "¿Por qué?". Por qué yo,  por qué mi padre, por qué mi pareja... Si ellos nunca te atacaron, ni te agraviaron, ni te faltaron al respeto... ¿por qué? No me imagino qué contestación se puede dar a tan legítima cuestión. Las guerras son estúpidas por naturaleza, tan estúpidas como irracional cualquier atentado contra la vida humana.
Entiendo que también haya un grupo de víctimas que no esté dispuesto a participar de estos encuentros. Difícl perdonar cuando te han arrebatado de cuajo lo que más querías. Y, sin embargo, creo que el esfuerzo es necesario, aunque te sientas jodido y apaleado jugando al juego de pasar página. Como bien decía mi amiga, si todos los implicados no participan de la catarsis, no habrá futuro para su coexistencia en el mismo tiempo y espacio.
Evitaré entrar en disquisiciones y debates sobre el origen y desarrollo del conflicto vasco porque, a lo mejor, tendría que abrir un blog aparte. Pero sí quiero incidir en que cualquier gesto que abunde en la comprensión, entendimiento y restauración de la confianza entre las personas, me parece bien y hasta necesario. Solo un apunte: los gestos tienen que llevar parejas acciones y buenas voluntades. El perdón exige trabajo, pero, al menos, ese trabajo sí tiene recompensa.

P.D.: Mi enhorabuena a las mujeres de Arabia Saudí, que al final van a comprobar que las urnas existen, se utilizan y no son una leyenda urbana. Votarán por primera vez en las municipales de 2015. Y, ya que estamos magnánimos, ¿por qué no pedirle a su gobierno que cumpla aquella vieja promesa de dejarlas conducir? Ah, ya, que se les enredan los ropajes en el embrague... Bueno, eso también tiene fácil solución, ¿no?

domingo, 25 de septiembre de 2011

Se armó el Belén

He creído entender, por los zappings televisivos, que la showwoman que más nos merecemos, Belén Esteban, se separa de su marido. Mi más sentido pésame. Luego, meditando sobre tan sesudo tema camino del baño, me he dado cuenta de que esta noticia huele un pelín a rancio. Que yo sepa ya surgió antes como serpiente de verano, de invierno, de otoño y de primavera. Varias veces. Lo cual me lleva a pensar que, a lo mejor, a esta señorita la separan de su santo cada vez que el hombre sale a comprar el pan y se retrasa un poquito porque se ha quedado de charleta con los colegas. Tiene narices la cosa (o no).
No consigo entender del todo que alguien sobreviva mejor que bien con nada que contarle al mundo salvo su vida privada. Seguro que la Esteban tendrá su criterio propio sobre muchas cosas, pero lo curioso aquí es que no nos interesa saberlo. Lo que atrapa a la gente es ella en su mismidad: su formas bruscas, el presumir de ignorancia, el tono de voz gritón y faltón... En modas y modismos, Belén, sin desprenderle la pátina de buena persona que le adjudican, vendría a ser la Mourinho de los programas del corazón.
Al parecer, alguien con mucho tiempo libre y pocas ganas de currar se dedicó a hacer estudios sobre el por qué de la influencia de Belén Esteban en la cultura popular española. Como si hiciera falta. Después de, supongo, varios complicados logaritmos y engorrosos estudios de mercado, llegó a la conclusión de que el pueblo adora a Belén porque se siente identificado con ella. Aviados vamos. Si la mayoría de nosotros consideramos un plus presumir de ignorancia, alardear de nuestra vida privada ante desconocidos como si no hubieran nada ni nadie más importante y lanzar un bufido en lugar de un buenos días cuando ves a un compañero de la prensa merodeando por tus pagos, no me extraña que estemos como estamos. Dicen que la Esteban enamora porque es capaz de decir/escupir las verdades a la cara. A mi pacato modo de ver, la sutilidad y la sensibilidad, en ciertos momentos, son virtudes muy codiciadas. Seguramente estaré equivocada.
Me molesta enormemente la cortesía que se mantiene en este país hacia el que más grita y más se queja. Es como si todos los valores que sustentan nuestrta educación (la corrección en las formas, el respeto hacia los demás, la generosidad, la amabilidad incluso con uno mismo...) se hayan ido por el retrete. La persona discreta, dialogante y leal cotiza a la baja. Preferimos al broncas y al protestón porque, al parecer, nos hace pasar momentos inolvidables y divertidísimos. La puñalada por la espalda de después va en el lote.
A mí, la vida privada de la gente que no conozco me la trae al pairo. Por ello, me llama tanto la atención quienes utilizan lo propio para seguir en el "candelabro". Lógico pensar que, en realidad, eres el espectador pasmado en un teatro de barrio presenciando un mal vodevil. Entiendo -lo dije en su día- el punto de evasión que tienen ciertos programas de televisión, pero no alguno de quienes pululan por ellos, cuyo único valor añadido al cero es el de ponerte de los nervios. Y me siento verdaderamente imbécil cuando encuentro a alguien que me quiere vender la misma historia una y otra vez y, por uso y abuso de la empatía, logra que hasta me lo empiece a creer. En ese momento comprendo aquello que decían de "todos somos Belén Esteban". Unos menos que otros, espero...

sábado, 24 de septiembre de 2011

¡Guapo!

La autoestima es necesaria. El ego exagerado, vacuo y estúpido. Cuando uno se marca un Ronaldo, es decir, identifica cualquier mínima crítica hacia su persona con una manifestación de envidia dirigida a su belleza simpar, lo único que consigue es hacer el ridículo. Porque todos nosotros podemos considerarnos la última Coca-Cola en el desierto, pero son los ojos de los demás quienes nos juzgan cada mañana. Y su campo de visión, desafortunadamente para algunos, abarca mucho más que ese rostro cincelado que nos devuelve el espejo.
Las mujeres, en este asunto, estamos muy bien educadas. Somos conscientes de que, hagamos lo que hagamos, en cualquier lugar siempre habrá alguna otra más guapa, más alta, más delgada y más más que tú. Imposible luchar contra la evidencia, nos guste o no. Precisamente por ello, lo que buscamos en un hombre es que, aun siendo consciente de que el mundo está lleno de féminas maravillosas, nos haga sentir que, para él, no existe nadie igual. Su empeño y tesón en demostrarte que eres el ser más especial del universo es uno de los actos más generosos y entregados del amor.
Los hombres, en cambio, asumen que la competitividad es un deber. Se trata de algo atávico, íntimamente relacionado con los tiempos de las cavernas, donde el macho que hacía alarde de su poderío se llevaba la caza y la hembra: el pack completo que honraba su masculinidad. Eso de a ver quién la tiene más larga o quién mea más lejos es una realidad cotidiana. Nuestros hombres se enfrentan continuamente a batallas dialécticas y a comparaciones físicas para experimentar la superioridad física y moral pero, sobre todo, social. Y si la competición se desarrolla ante un público femenino, aquello puede convertirse en una pelea de gallos, con mucha cresta y batir de alas, pero muy poca técnica.
La experiencia me dice que la imagen que tú quieres proyectar a los demás depende de ti mismo.... siempre que no abuses a la hora de verbalizarla. Me explico: puedes creer que eres el más guapo y pintón de la historia de la humanidad, y hacérselo así entender a la audiencia mediante gestos, acciones y una buena publicidad subliminal de ti mismo. Pero si insistes en remarcar tu belleza en cuanto alguien te deja abrir la boca, pasas de Adonis a Filemón en un microsegundo. Impepinable.
Las absurdas demostraciones de orgullo varonil o presunción femenina se convierten, más veces de las que quisiéramos, en alardes innecesarios que aportan imbecilidad y restan clase. Está bien, muy bien, que nos sintamos estupendos, pero el truco reside en proyectar esa virtud en los demás y no obligarles a reconocer algo que, a lo mejor, ni siquiera ven. Porque la belleza es una cualidad muy subjetiva que va bastante más allá de un rostro agraciado. De hecho, todos hemos conocido a personas que, a pesar de no ser las más perfectas, para nosotros encerraban un encanto fuera de toda duda producto del roce y el cariño. Igualmente, nos hemos topado con personajes de físicos prodigiosos que no nos han aguantado ni medio asalto.
Dicho lo cual, esos seres superiores que van por la vida insitiendo en lo guapos, modernos, ricos, simpáticos o ligones que son me producen cierto ascazo. Como ya dije una vez, es la gente normal la que encierra vidas, emociones e historias apasionantes. Solo hay que querer buscarlas.... y dejar que otros encuentren en nosotros lo mucho y bueno que podemos aportarles.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Doble cara

Un par de días atrás saltó la noticia de que a Juan José Cortés le habían pillado con las manos en el gatillo. Para los ajenos a las noticias de sucesos españolas, Cortés es el padre de Mari Luz, la niña asesinada en 2008 por un pederasta y su hermana, aquel hombre que asombró a toda una nación por su saber estar, dignidad, humanidad y coherencia. Entonces se habló de él como ejemplo a seguir: un ser fundamentalmente bueno, pastor evangélico, carismático y simpatizante del partido socialista. Han pasado tres años, Juan José Cortés y su familia continúan viviendo en un barrio marginal de la ciudad de Huelva donde las broncas son tan normales como el comer, y ha sido pillado en un renuncio. Él, acompañado de otros familiares, se lió a tiros con un tercero, también pariente, y se armó tremendo sofoco.
Un mal día lo tiene cualquiera. Armas en casa, no todo el mundo, por lo menos en España. Y, desde luego, cuando alguien ofende, son minoría los que corren a la cocina a agarrar el cuchillo jamonero para clavárselo a su ofensor en toda la panza. El que una persona, en principio tan dialogante, recurra al disparo fácil, da mucho que pensar. Tal vez el hombre estaba sometido a una situación de estrés que ríase usted de la cosa griega. O quizás fue un arranque de esa locura transitoria a la que tanto partido sacan cine y literatura. Como toda justificación, Cortés ha aducido aquello de que "la noche le confunde". Vamos, que tiene el puzzle patas arriba y necesita volver a recomponerlo. Por si acaso, el Partido Popular, que se dio muchísima prisa en acogerle en su seno cuando este hombre demostró tirón mediático, ha dicho que "estudiará la situación". O sea que, si el asunto se pone feo, lo mismo Juan José se queda sin su puesto de asesor de justicia de los populares. Algo que, así, a primeras dadas, no me parece de recibo si tenemos en cuenta que el PP ha perdonado a borrachos al volante, puteros y amantes de trincar trajes manteniéndolos en altos cargos durante años. Claro que todos estos tenían bastante más patrimonio y galones que los que luce Cortés.
Soy desconfiada por naturaleza, lo reconozco. Y la vida no juega a mi favor, con lo que cada vez me vuelvo más dura de pelar en este sentido. No me extraño de nada. Sobre todo de las salida de tiesto de las personas a las que nadie me ha presentado. Es relativamente fácil construirse una reputación y una personalidad pública repleta de cualidades y buenas intenciones, pero mucho más complicado mantenerla en la intimidad si tanta maravilla no viene de serie. Sobre todo porque nadie tiene el superpoder de estar las 24 horas del día en guardia y con las barreras subidas para no ser pillado con el culo al aire.
No digo yo que Juan José Cortés sea un mal hombre. En realidad, desconozco tal cosa; jamás me he tomado una cerveza con él ni he trabajado a su lado. Pero sí es cierto que la cabeza se nos va a todos alguna vez, aunque en la mayoría se manifieste soltando por la boca exabruptos que luego nos comprometen (lo de liarse a tiros lo dejamos para nuestras fantasías más psicóticas). No estoy justificando su actitud, pero sí pienso que cuando uno muestra una inusitada entereza ante cualquier desgracia sobrehumana, el dolor, el rencor y la indignación tienen que salir por algún lado, a no ser que seas el orgulloso dueño de una personalidad psicópata. A lo mejor a este hombre ya se le hinchó la vena en su casa junto a los suyos y estos son los últimos coletazos que han salido a la luz. Eso o que es un actor que ríase usted de De Niro. Pero, evidentemente, la entereza tiene un precio. Y, a veces, confundimos el significado de la palabra dignidad. Dignidad no es mantener la compostura en momentos difíciles cual maniquí de escaparate; dignidad a veces es llorar, patalear, vaciarse por dentro, tomar aliento y seguir hacia delante, sin miedo a justificarte ni a que los demás sean testigos de tus debilidades.
Siempre he dicho que me cuesta empatizar con la gente que no expresa sus sentimientos. Sobre todo proque me obligan a hacer un considerable ejercicio mental: imaginar lo que les pasa por la cabeza. Lo cual te lleva elaborar teorías sin refrendo alguno. Pero ni eso te prepara para reaccionar cuando la persona se rompe. Por eso prefiero no acusar al presunto culpable antes de ver las pruebas. No creo que sea el momento de soltar a los perros para que huelan la sangre de otro animal herido. Todos tenemos derecho a explicarnos, a reconocer nuestros errores y a que nos consideren culpables si lo merecemos. Mientras tanto, yo a lo mío: "quiéreme cuando menos me lo merezca porque, seguramente, será cuando más lo necesite".

jueves, 22 de septiembre de 2011

Conmigo o contra mí

Dando un paseo por Internet hace unas horas, me topé con una página que enumeraba los hábitos nocivos del carácter humano, titulándolos como "los siete pecados capitales de la personalidad". Citaban como tales el querer tener siempre razón, echarle la culpa al otro. hacerse siempre el mártir, poner una excusa para todo, hablar en tono negativo, ser intolerante y desconfiar continuamente. No sé qué piensan quienes esto leen, pero a mí, así, a bote pronto, me viene a la cabeza al menos una persona que reúne todas estas cualidades. Ya intuía yo que era un ejemplar digno de estudio...
No obstante, yo añadiría un octavo pecado de propina a esta lista tan completa. Me refiero a esa costumbre que tenemos todos de entonar el "estás conmigo o estás contra mí". Tal afirmación me parece legítima cuando alguien te ha causado daño físico o emocional. Si lo cuentas, lo verbalizas ante gente de tu confianza, lo haces porque persigues la empatía ajena. El hecho de que te lo nieguen es como ver a alguien caído en pleno paso de cebra y quedarse mirando, en espera de que el semáforo se abra y lo rematen. Pero, al margen de estas situaciones no tan excepcionales, el conmigo o contra mí nos causa muchos, pero que muchos disgustos.
Todos queremos llevar la razón y tener a un buen puñado de fans en perpetuo estado de arrobamiento ante nuestra persona. Pero, reconozcámoslo, esto no es lo habitual. Aun así, necesitamos que las personas nos muestren su compromiso con la causa entonando el "estoy contigo". En realidad, cuando ponemos a alguien en el brete de elegir sin justificación mayor que la satisfacción de nuestro propio ego, descartando que haya mediado afrenta alguna de terceros, es porque el interlocutor no nos importa gran cosa. Si elige el "contra mí" pues, bueno, tanta paz lleve como descanso deja.
En las relaciones personales, el blanco y el negro comienza a encontrar matices a medida que maduras. De pequeño, incluso de adolescente, se busca la adhesión y la cohesión absolutas, algo que posteriormente va variando su importancia. Las niñas son muy expertas en esto, cuando de pequeñas tienen una mejor amiga y, de repente, observan con infinito dolor como a su íntima se le cruza otra por delante y se va tras ella. Después la obligará a elegir entre las dos, con el consiguiente llanto y crujir de dientes.
Esta mañana, repasando las declaraciones del ex ministro Moratinos sobre el conflicto palestino, me di cuenta de lo mucho que se parece la alta política a las relaciones humanas. Decía el diplomático que estar a favor de un Estado Palestino no implica necesariamente estar en contra de Israel. Y tiene toda la razón. No voy a entrar en las raíces históricas del conflicto y lo que entiendo yo cuando observo todos estos dimes y diretes gubernamentales, pero sí creo que, llegados a este punto, con tantos muertos a las espaldas, ya no vale el "estás conmigo o contra mí" dirigido a la comunidad internacional a modo de bravuconada. Si dos pueblos se consideran con derechos a ocupar el mismo territorio, hay que buscar formas éticas de convivencia. Las vidas humanas no pueden ser, no deben ser, objeto de comercio territorial.
Creo que hay buenos palestinos y buenos judíos. Igual que pienso que también existen impresentables en ambos bandos y que, muchos de ellos, ocupan altos cargos políticos y económicos en las dos sociedades. Pero es evidente que necesitan un mediador (los conflictos largos es lo que tienen, que piden a gritos ciertas dosis de objetividad), tan evidente como que, a pesar de las promesas electorales, ése no va a ser Obama. Ayer, ante la ONU estuvo tibio, absurdo, como un niño al que le pillan en un renuncio cuando no ha hecho los deberes. Bastante presión de los lobbies debe de tener el hombre, con la que arrecia en Estados Unidos. Y, sin embargo, ello no justifica la renuncia a ese implícito deber moral que los presidentes americanos siempre han asumido: el tratar de tomar al toro palestino-israelí por los cuernos.
El odio nunca es bueno, pero educar a generaciones enteras en el rencor y el desprecio es aún peor. Necesitamos un derroche de generosidad. Tal vez no estés conmigo, pero sé que tengo que vivir con tu presencia y por eso acepto que camines a mi lado el resto del camino. Qué fácil es decirlo y qué difícil (por no decir imposible), hacerlo...

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Hay Esperanza

Pues sí. Y mucha. Me refiero a la señora Esperanza Aguirre, porque de la otra, de ésa que en el colegio convertían en virtud cardinal, nos queda poca.
Tras un verano más o menos tranquilo, septiembre ha entrado con la cólera de Aguirre en estado puro. La mujer anda muy cabreada por los pasillos con la que le están montado en Educación. Ha sacado de tijera (vale, el ahorro es necesario, pero a veces nos pierden las formas) y el personal se le ha soliviantado. Eso de trabajar más, con mayor presión y a cambio de nada no mola, ni para el profesional ni para el cliente que también lo sufre. Como tampoco mola el que te dejen en la calle casi de un día para otro, algo que ha ocurrido a esos cientos (sino miles) de profesores interinos a los que la Comunidad de Madrid negó haber despedido en un principio para asumir luego que donde dije digo, digo Diego y que aquí hubo despidos a mansalva.
No creo que a ninguna mujer ni hombre de bien se le haya olvidado la que montaron los populares madrileños en la Consejería de Sanidad hace unos años. Aquel figura de apellido Lamela, que de Sanidad y gestión debía saber lo que yo de la dinastía Pokemon, la tomó con el Dr. Montes simplemente por querer éste menguar y paliar en lo posible el sufrimiento de los pacientes. Algo para lo que te preparan en la carrera de medicina. Debe de ser que para convertirte en político te forman en lo contrario: hacérselas pasar canutas a los sufridos contribuyentes. En aquel caso, Espe defendió lo indefendible y comenzó a cultivar una de sus cualidades más floridas, la de salir de rositas por tremendo que sea el embrollo en el que se vea metida.
Recuerdo aquellos magníficos tiempos del programa Caiga quien caiga, donde la que caía, casi siempre, era Aguirre. Esa ministra de Cultura con mechas, buscando rincones donde huir de la persecución a la que la sometía Pablo Carbonell, en un intento vano de evitar lo imposible: que el showman no le hiciera una pregunta cultural de cuarto de Primaria que Espe nunca sabía responder.
Aunque suene incongruente, no se puede negar que nuestra presidenta es lista. Ojo, no confundir lista con inteligente. Y que se rodea de una banda de entregados paladines dispuestos a dejarse partir cara y currículum a mayor gloria de su jefa. Además, tiene otra característica terriblemente llamativa y que las mujeres deberíamos admirar. Me refiero a esa capacidad de manejar hombres a su antojo. Si nos fijamos en sus distintos gabinetes, todos desprenden un cierto tufillo machista, con personajes vestidos a lo "modelo ejecutivo de grandes almacenes", pero cuya labor no acertamos a definir. Imagino que la vida doméstica rodeada de hombres que ha llevado mamá Espe la ha curtido en filosofía masculina.
Elucubraciones al margen y a pesar de que esta mujer parece haber nacido de pie, últimamente la veo un poco fuera de sí. Evidentemente, la marea verde desatada con las protestas del estamento educativo parece sacarla de quicio. Eso le pasa por repetir maneras: primero niega la evidencia una, otra y hasta cien veces, para acabar reconociéndola con una sonrisa, como si los papeles se le hubieran perdido en el fondo del bolso o se hubiera dejado el cd con el excel de los recortes en la pelu. Y la gente se lo perdona, tal vez por su pinta de madrastrona siempre dispuesta a regañarnos. Porque regañar, regaña. Ahora, que Zapatero está apagado o fuera de cobertura, la culpa de esta marea que recorre las calles de Madrid es "de los de la ceja". ¡Qué más quisiera nuestro presidente que tener a "los de la ceja" de su parte, si está más solo que la una! Pero en el bando pepero no hay dolor. Cuando la excusa no cuaje, siempre quedará alguien a quien echarle el muerto encima, ya sean los sindicatos, los indignados o los bomberos, que también tienen lo suyo y están ahí, dispuestos apagar todos los fuegos.
Cuanto más lo pienso, menos entiendo que ve la masa en Espe para votarla en eso mismo, en masa. ¿Su liberalismo a ultranza que solo sacará de pobres a los más íntimos? ¿Sus críticas continuas sin alternativa alguna? ¿El equipo de mentes superdotadas que la rodea? ¿Ese populismo rancio de clase alta? ¿Su empeño en devolver al gobierno central competencias como Educación y Justicia cuando ha visto que ya no puede ordeñar más la vaca? Porque a todos nos encanta gestionar las cosas si tenemos dinero para hacerlo, pero lo complicado es llevar los asuntos a buen puerto cuando no hay ni un euro. En ese caso siempre procede buscar un sospechoso o un tonto útil a elegir. Elemental, querida Watson.
A mí me parece muy bien que profesores, padres y alumnos se suban a la chepa de doña Espe mientras ella le echa la culpa de todo al boogie. O al ministro Gabilondo, que pasaba por allí. La educación, la sanidad y otros servicios básicos de nuestra comunidad los pagamos entre todos. Y tenemos derecho a recibirlos. Si el gobierno que desgobierna nos ha hipotecado la recaudación de los impuestos en fines más elevados, mereceríamos saber en qué. A ver si entendemos de una vez que los ciudadanos no somos peones manejados para dar jaque al rey. Sobre todo porque algún peón se puede poner tonto, acorralar a la reina y usurparle el trono. Pero, bueno, estamos hablando de ajedrez, ¿no?

martes, 20 de septiembre de 2011

Qué paranormal es todo

Nicolas Cage es un vampiro. Vamos, que el asunto resulta tan evidente que hasta los diarios se hacen eco de tamaño descubrimiento "crepuscular". Vale, el hombre ya no está para ir por ahí volando cual Pattinson cualquiera y ligándose a jovencitas con picores pero, según para qué tipo de mujer, imagino que el sobrino de Coppola tendrá un pase y más desde que ha mutado en primo segundo de Drácula. Pero no voy a perderme en elucubraciones sobre el, para mí inexistentente, sex-appeal de Nicolas; prefiero centrarme en esta nueva y sorpendente característica que le atribuyen.
El asunto surge cuando un individuo, coleccionista de recuerdos de la guerra de Secesión, descubre la foto de un sujeto que guarda cierta semblanza con Cage. Se suman dos más dos y, claro, el resultado es 22. O sea, que si se parecen es que son el mismo, con lo cual el actor vivía y coleaba cuando Norte y Sur se jugaban los Estados (des)Unidos a cara de perro. Y luego a algunos les extraña que el caballero esté calvo...
A veces pienso en lo mucho que les gustan a los americanos del norte los sucesos paranormales. Soy consciente de que hay periódicos especializados en recoger noticias tan absurdas como el avistamiento de un duende color amarillo en algún pueblo de Texas o el advenimiento de un elfo vestido de flamenca en la frontera de Kentucky. Esto puede ser muy divertido visto desde fuera, pero supone un engranaje de considerables dimensiones que da de comer a mucha gente y no solo a los ya jubilados Murder y Scully (quienes, por cierto, preparan nueva peli X. Me refiero a los Expedientes del mismo nombre, por si hay algún despistado buscando la verdad ahí fuera).
En algunos países del continente americano puede uno aficionarse a un canal televisivo que emite programas centrados en asuntos muy poco normales. Vamos, como si aquí Iker Jiménez compra la Sexta y se monta un temático de 24 horas. El canal en cuestión se llama Bio y, entre sus joyas, destaca un espacio protagonizado por estudiantes universitarios. Cual personajes de La Bruja de Blair y capitaneados por el listo de la clase, forman un compacto grupo que viaja por pueblos perdidos de Estados Unidos librando a los parroquianos de posesiones, avistamientos y espíritus burlones. No he tenido la inmensa fortuna de poder seguir tamaño hit televisivo, pero puedo decir con orgullo que un capítulo sí que vi. En él, la cuchipandi trataba de exorcizar las malas vibraciones que afectaban a un rancho y que, literalmente, habían acabado con la vida de varios caballos. Hablando en plata: los equinos estaban más poseídos que la bruja Lola después de pasar por la peluquería. Con ayuda de un vidente, que siempre queda pintón en los sitios con "encanto", los chavales montaban su tinglado tecnológico, hablaban con los lugareños y llegaban a la conclusión de que aquello había sido un asentamiento indio y que a los espíritus de antaño les había sentado francamente mal que les cambiaran el color de las cortinas. A lo mejor peco de descreída, pero esto ya lo vi yo en Poltergeist.
Provengo de una familia a la que le han pasado cosas extrañas, tengo una madre que cree en los sueños y yo misma he de confesar que he soñado cosas que, más o menos, se han ido cumpliendo. Pero imagino que es el subconsciente quien te está lanzando mensajes, quieras escucharlos o no. También opino que hay lugares que encierran una especial fuerza telúrica, que influyen sobre tu estado de ánimo. Igualmente, pienso que existen personas buenas y malas y que, estas últimas, aunque no nos muestren su cara, no dejan de producirnos cierta desazón que no conseguimos explicar hasta que nos estrellamos con todo el equipo. Pero una cosa es eso y otra montar un parque temático de lo absurdo. Digo, de lo paranormal.
Cada cual es muy libre de creerse hombre lobo y venirse arriba con la luna llena. Y todos hemos oído casos de supuestos vampiros para quienes la sangre está más buena que el tinto de verano. No obstante, pienso que lo más fácil es explicar los sucesos recurriendo a fuerzas ajenas que buscarles una solución racional y lógica, sobre todo porque esta última, a veces, duele.
Aun así, me rindo a la evidencia: estos asuntos entretienen un montón y dan para varias charlas alucinógenas. Y, ahora que no me lee casi nadie, confieso que la idea de un Nicolas Cage de tropecientos años me produce cierto despiporre. Si viendo algunas de sus interpretaciones ya me daban ganas de arrearle un estacazo, ahora aún más. ¡Viva lo paranormal!

lunes, 19 de septiembre de 2011

Busco amigos

A ver, que nadie se lleve a engaño: el título del post no obedece a una necesidad mía. De hecho, yo voy bien servida con los amigos que tengo y, como se decía en aquella película, si alguien quiere entrar en el club, deberá esperar a que un socio pida la baja.
Ya he dicho en más de una ocasión que poseo un concepto de la amistad bastante elevado. Tal vez demasiado. Y que soy incapaz de colgarle un calificativo tan florido a conocidos y colegas. Para mí, amigo es la persona con la que compartes cosas, en la que inviertes tiempo que disfrutas enormemente, que da y recibe la confianza y lealtad más absolutas, que es incapaz de salir corriendo cuando pintan bastos. Una pesona, en fin, que te quiere y a quien quieres. Mucho. Lógicamente, ninguna amistad es un camino de rosas; habrá días malos y peores, pero el amigo no se achica ante esos momentos sino al contrario: se crece y te apoya aún más, porque sabe estar a tu lado incluso cuando menos lo mereces.
Entonado ya el bonito canto a la amistad, no dejo de darle vueltas a de qué manera se ha llegado a desvituar el término, convirtiéndose en un jarrón vacío en el que caben todas las piedras que hallas en el camino, incluso aquellas que, con el tiempo, demuestran ser solo una china en el zapato. Hoy en día, como la canción, todo el mundo tiene un millón de amigos... por lo menos. Y quien no, alguna tara ha de padecer el pobre.
Hace unas semanas asomó a mi pantalla de televisión la ínclita Paris Hilton, algo que no debería extrañar a nadie porque a esta rubia le apasiona acaparar cámara (conste que no he dicho chupar).  Y en esta ocasión lo hizo desde ese programa cultural en el que se dedica a realizar castings buscando a su nueva mejor amiga. Se ve que la necesidad apremia. La promo del show ya me pone el hígado a la altura de las amígdalas, así que no me imagino cómo debe de ser armarse de santa paciencia, sentarse frente al televisor y contemplar las andanzas de la millonaria y sus clones chonis. Para cortarse las venas con el cepillo de dientes o algo.
El marketing y el vil parné son grandes anuladores de conciencias. Imagino que Paris estará encantada con la promoción universal de su caza de cortesanas (he creído entender que hay también una edición británica del invento). Y la imagino aún más contenta viendo a cientos de chicas tirándose de las mechas y tiñendo a sus caniches de rosa en un afán loco por imitar la superficialidad de su ídolo. Pues muy bien. La palabra amistad adquiere aquí su significado más vacuo y estúpido de todos los inventados.
Incidiendo en el tema de llamar amigo hasta al cobrador del gas, me sorprende que se tilde de tal al que no es más que un simple aliado. Hay determinados momentos de nuestras vidas en las que necesitamos que alguien nos acompañe durante una parte del camino, bien porque luchemos por objetivos comunes, bien porque los beneficios de la alianza satisfagan a las dos partes. Pero tal "arrejuntamiento" no deja de ser una unión por interés, lo que ya de por sí elimina el significado principal de la palabra amistad. Es una forma de revivir lo que hacíamos de canis, cuando íbamos a jugar, le decíamos al primer individuo que nos topábamos aquello de "¿quieres ser mi amigo?" y la unión duraba lo que tardaba en llegar la hora del bocadillo. Corta pero intensa.
Repito que me parece muy bien que la gente alardee de su pandilla de Facebook o de sus seguidores de Twitter. En mi caso carezco de los primeros y a los segundos -que no llegan a 20 ni falta que hace- los valoro un montón. Pero si de algo estoy segura es de que jamás me pelearé por acaparar gentes: lo paso tan mal cuando un amigo deja de serlo que prefiero reducir costes emocionales ya de entrada. O a lo mejor es que soy de las bobas que piensa que, en esto, también se cumple el famoso dicho de "no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita". Mis amigos son pocos, cierto, pero creo que ni Paris Hilton, con todo su dinero y gloria, podría encontrar gente más espcecial.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Follow the leader

Hay una profesión que se ha reproducido cual champiñones en los últimos tiempos. Me refiero a esos hombres y mujeres llamados coaches (en castizo, "entrenadores") que se dedican a formar personas, lidiar con los problemas de las empresas que atañen directamente a las relaciones entre trabajadores y, sobre todo, crear líderes. El coach es una figura que triunfa allende los mares (en Estados Unidos hay un coach para todo, incluido garantizar el equilibrio emocional de famosos y famosillos) y que entronca con figuras tan lustrosas como el psicoanalista argentino. Una de las diferencias fundamentales entre ambos es que al psicoanalista se le supone una formación universitaria acorde con su profesión mientras el coach no se sabe bien de dónde viene. Hace unos meses leí la historia de una norteamericana que empezó a hacerse conocida por dar sabios consejos a sus amigos. Tampoco es que la mujer tuviera una preparación específica, pero sí un sentido común a prueba de bombas y una intuición que ni Ms Marple. Tanto creció su fama que, en la actualidad, la "sabia" ejerce de consejera de cabecera de artistas de postín y cobra una pasta gansa. Mira tú qué suerte.
Pero lo que me llama más la atención, con la que está cayendo, es que las empresas den lo mejor de sí mismas para encontrar líder y tan poco para buscar la base que lo sostenga. Esto es como el chiste de los remeros, con un solo remero impulsando la barca donde viajan todos sus jefes ocupados en debates absurdos. Si de lo que se trata es que el barco navegue, no sé cómo lo van a conseguir llenándolo de próceres a quien no sigue nadie. Porque, fundamentalmente, un líder lo es tanto por su capacidad para dirigir equipos y tomar decisiones como por tener un equipo sobre el que ejercer su trabajo. Es decir, que no hay líder sin seguidores.
En este afán por formar cabezas sabias se están destinando tiempo y recursos a personas cuyas capacidades para el liderazgo son, como poco, cuestionables. Gentes sustentadas en bases emocionales y profesionales endelebles cuya especialidad, con el tiempo, es crear problemas en lugar de solucionarlos. Hace unos años conocí a una persona con un enchufe tan grande como su mínima cultura. Se jactaba de haber llegado a lo más alto (o lo que creía que era lo más alto) sin haber leído jamás un libro por placer, salvo ciertos manuales de autoayuda y algunos volúmenes más que educaban para tener el carisma que la naturaleza le había negado. Dicho "ser" carecía de empatía y tomaba decisiones basadas en conversaciones intrascendentes ajenas a su profesión. Algo así como si se dejara llevar por los designios del tarot o la posición de las estrellas. Que yo sepa, ahí sigue, destruyendo carreras profesionales y convirtiendo en boñiga todo lo que toca. Con un par... de coaches.
Desconfío mucho de los líderes formados para serlo por designios del altísimo. Creo que hay gente que tiene las capacidades, las oportunidades y el carisma imprescindible para dirigir con tiento y fortuna. Pero no abundan. De hecho, si extrapolamos el concepto más allá de las empresas, tampoco es sencillo hallar líderes de opinión o incluso líderes políticos de relumbrón, lo que nos lleva a dudar de los miles que pululan por el universo laboral. Imaginemos las pandillas que tenemos de niños: un grupo en el que todos ejerzan de líder es imposible que sobreviva, sobre todo porque las peleas por llevar razón y ocupar el puesto de jefe destruirían el equilibrio natural de esta minisociedad.
No creo en el liderazgo como un fin sino como un medio para lograr el progreso y el equilibrio. Opino que la formación y educación fundamental debería incidir en el hecho de hacer bien nuestro trabajo y, sobre todo, cuidar la vida privada y darle la importancia que merece para lidiar con estrés y abusos varios. Los líderes de pies de barro están predestinados a relacionarse bajo la violencia y la amenaza, cualquiera que sea el ámbito en el que se mueven. Y es que uno tiene que estar muy seguro de sí mismo para ocupar ciertas posiciones. No se puede jugar al ajedrez sin saber mover los peones. La inseguridad, la falta de confianza en uno mismo y en los demás, los traumas y la desconexión emocional producen muchos monstruos y aún más víctimas. Una pena.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Toma y daca

Estoy convencida de que una relación, sea del tipo que sea, está abocada al fracaso cuando una de las partes se limita a dar y la otra a recibir. Ambas pueden cohabitar estupendamente mientras se mimeticen con el papel que les toca desempeñar, pero cuando los vientos cambian y las circunstancias son otras, transformando de paso el precario equilibrio del dúo, es el comienzo del fin.
Es muy posible, y entra dentro de lo esperado, que llegue el día en el que el dador sea incapaz de sacar la generosidad a paseo. A lo mejor es porque se harta, pero también cabe la opción de que no pueda. Es entonces cuando quien recibe, huérfano de regalos, ya sean emocionales o pecuniarios, se siente perdido, defraudado y corre a buscar pastos más verdes o colchones más mullidos. El que da se queda frustrado, solo, desencajado, pensando qué ha hecho él, que lo ha dado todo por la otra persona, para que ésta salga por patas en cero coma cuando las provisiones se agotan. Pues precisamente eso, muchacho, precisamente eso.
Desempeñando el puesto de dador piensas tener al otro siempre a tu lado, dependiente de tu generosidad y buen corazón. Y seguramente te entregarás porque eres así, porque no concibes una relación egoísta y avara. Lo que en un principio no entiendes es que las relaciones se basan en la interacción y el intercambio de afectos o lo que sea de ambos sujetos. Pero, en este caso, el que comparte, valga la redundacia, es solo una parte. Además, una actitud así solo fomenta el egoísmo en la otra persona, que, probablemente, se rendirá a la evidencia de que las leyes ya están impuestas, que ha topado con un ser humano excepcional que disfruta regalándoselo todo, y acabará aceptando el status quo sin cuestionarlo. Pero el hábito nocivo en el que ha caído le volverá, poco a poco, ciego a las necesidades del otro, incapaz de regalarle el apoyo que se busca pero no se pide, la palmadita en la espalda que todos aguardamos aunque no reclamemos para no molestar.
Y, claro, ante tanta falta de reacción por la parte más agasajada, el dador se frustra, se da cuenta de que no se trata de un estado de iguales y exige mayor implicación y respuesta que el otro, instaurado en su cómoda poltrona, ya no está dispuesto a dar. A lo mejor, porque no sabe cómo hacerlo.
Es complicado que una relación así funcione, sobre todo porque se parece demasiado a la de los niños con sus padres, algo que dos adultos no deberían reproducir. Si las partes se reencuentran y el proceso de maduración no ha sido completado, ambos tenderán a repetir papeles. Pero lo peor es que, aun cuando no vuelvan a coincidir, buscarán sujetos que sigan dándoles la réplica en este teatro del absurdo en el que se han metido.
Lo normal es que todos, en algún momento de la vida, nos hayamos puesto en la piel de las dos partes. En el trabajo (aunque las relaciones laborales, en su conjunto, me siguen pareciendo más de sometimiento y violencia si tenemos en cuenta que uno de los actores intenta controlar y decidir sobre el otro), en la familia, en nuestro círculo de amigos e, incluso, en la pareja. Pero creo que es de persona de bien darse cuenta de ello y, si uno cree que vale la pena, tratar de modificar las reglas. Cuando te encuentres con alguien dispuesto a dártelo todo, haz un esfuerzo e intenta corresponderle o tomar alguna vez la iniciativa. Del mismo modo, si te topas con quien solo busca compensaciones por tu compañía, no acudas presto a resolver hasta sus necesidades más absurdas. Déjale que se saque las castañas del fuego solito. El proceso de maduración es también entender que la vida no nos exige representar un papel, sino ser nosotros mismos, potenciar nuestras virtudes y aceptar (y tratar de cambiar) nuestros defectos.

P.D.: Lo tengo que decier, aunque sea metiéndolo de rondón: me declaro fan de las intervenciones de David Bravo. Ese tío es un crack. Hala, ya lo he soltado. A seguir bien...

viernes, 16 de septiembre de 2011

Pobres ricos

Educativa, responsable y fundamental la polémica que se ha montado alrededor de este impuesto sobre el patrimonio que el gobierno socialista nos va a cascar queramos o no. Políticos a la greña, tertulianos en pie de guerra, el populacho con cara de póquer y todo por una norma que seguramente durará lo que un bollycao a las puertas de un colegio. El Partido Socialista la implantará y el Partido Popular, en cuanto tome posesión de sus nuevos poderes de aquí a un par de meses, la eliminará, la modificará o se la servirá en bandeja de plata y convertida en alpiste a las grandes fortunas de este país.
Mientras que en otras naciones de Europa, los pudientes se han ofrecido ya a arrimar el hombro y tirar de hucha para pagar más impuestos (no vaya a ser que el pueblo se nos soliviante y nos monte una revolución que ríete tú de la francesa), aquí, los de siempre siguen queriendo mantener sus dineros intactos cuando la mayoría contempla impoluta cómo, cada día que pasa, sus finanzas aceleran el ritmo de esta caída libre que iniciaron hace ya tres años. Nada nuevo. Normalmente, uno no amasa millones gracias a su generosidad innata, ergo es de recibo que no quiera soltar ni cinco céntimos de euro, aunque sea para el bien común. No obstante, y volviendo a la cosa lógica, si lo miramos objetivamente, es justo que, quien más tenga, arrime el hombro para que, entre todos, consigamos echar a andar esta locomotora de carbón, cascada y despintada, en la que se ha convertido España.
Entiendo la preocupación del gobierno y su esmero en no molestar a quienes mueven los hilos pero, total, para lo que le queda en el convento, mejor cagarse dentro y que otros se coman el marrón. España está en manos de los bancos y las grandes corporaciones, cuyos accionistas son, precisamente, los más ricos del lugar. Y si los bancos miraron para otro lado cuando la crisis les estalló en los morros, es evidente que sus directivos no van ahora a mutar en seres desprendidos, mártires de la sociedad capaces de renunciar a sus cuentas en Suiza por el bienestar de sus compatriotas. Me los imagino cabreados, quejicas y respondones, cual crío repelente en un aula de Infantil.
A todo esto, como de lo que se trata es de recaudar, en un principio el proyecto consistía en que pagaran aquellos cuyo patrimonio fuera igual o superior al millón de euros. Como el monto no parece que aliviara demasiado las arcas del estado, y para no ahogar todavía más a nuestros pobres ricos metiéndoles mano en sus abultadas cuentas corrientes, la cifra se ha bajado hasta los 700.000 euros. No voy a entrar en exenciones, tributaciones y tramos, pero sí contaré un anécdota que presencié el otro día, cuando aún se barajaba el millón: una periodista de derechas, tertuliana en un programa del mismo sesgo, barruntaba insultos contra el gobierno porque, decía, "la mayoría de los españoles tiene un patrimonio de un millón de euros". Lo justificaba diciendo que, quien posee un piso en Madrid y un apartamento en la playa, alcanza esa cifra con creces. Y no le falta razón, siempre que tu nidito esté situado en la zona noble de la capital y, además, dispongas de un loft de tropecientos metros a pie de playa marbellí. Pero la mayoría de los mortales solo hemos visto esa cantidad en el concurso Atrapa un millón. Por mi parte, estoy segura de que jamás reuniré semejante cifra, ni en mi cuenta corriente ni debajo del colchón.
No deja de sorprenderme tanta manipulación y tanto insulto a la inteligencia de los demás. Para empezar, las últimas estadísticas afirmaban que solo 86.000 españoles reunían una fortuna de más de un millón de euros. Al parecer, todos amigos y familiares de esta señora. Me parece inmoral e indigno soltar una barbaridad de tal calibre para defender la distribución clásica de la riqueza: que los ricos tengan más y que los pobres tengan cada vez menos.
Me recuerda esto la historia del nacimiento de la derecha, cuando dos hombres primitivos se encuentran, uno arrastrando su presa recién cazada y el otro sin presa pero con garrote. El del garrote, ni corto ni perezoso, le arrea una somanta de palos al cazador y se lleva el botín. Poco a poco se da cuenta de que no necesita cazar para sobrevivir, pero sí someter la voluntad de alguien que lo haga por él. Dicho y hecho, utiliza la amenaza para amedrentar a otro y conseguir un esclavo que trabaje a sus órdenes. Emplea el mismo método para hacerse con un segundo esclavo y hasta con un tercero. El problema viene cuando reúne un grupo con la capacidad de hablar, debatir y quejarse; llega entonces el momento de dejar el garrote y emplear la palabra para convencer. Y junto con la palabra viene la mentira de "conmigo estaréis seguros", "yo os cuidaré de todo mal", etc., etc. Lo sorprendente es que la estratagema funciona. Siempre. ¿La moraleja? Está en nuestras manos, y en las de los políticos que elegimos, el no consentir que otros vivan del cuento, sean felices y se coman nuestras perdices.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Supercool

Cuando piensas que las cosas no pueden ir peor, van. Con nuestras barbas puestas convenientemente a remojar mientras contemplamos la debacle griega, van los estadounidenses y atacan por la espalda donde más nos duele: quitándole los calzoncillos a Superman. No me refiero a que el pobre se haya quedado con el arma reglamentaria al aire, sino que en Man of Steel, la nueva versión de la saga, le sustituyen los gayumbos colorados por un traje de plexiglas, mucho más ergonómico y placentero para surcar vientos y mareas.
Y, en un ímprobo esfuerzo por completar la gracia, no vaya a ser que nos quedemos con ganas de tocar las narices, los mandamases de la industria del cine han decidido eliminar las gafas de Clark Kent. Total, habrán pensando, el que no capte el parecido es que le falta un hervor, así que volvámonos locos y tiremos los anteojos a la basura. No sabemos si el alterego periodista del héroe, encarnado en esta ocasión por Henry Cavill, se habrá sometido a la consiguiente operación de miopía, pero el hecho es que en las primeras fotos ahí está, con la reglamentaria camisa de cuadros y el pelo lamido por una vaca, pero sin las lentes de serie.
Yo llevo muy mal esto de los cambios drásticos. Si ya me pone de los nervios que me varíen una cita, no puedo imaginarme la desazón que me producirá ver a este Superman tan cool y refinado. No sé, es como si ahora nos presentan a un Spiderman sin máscara o a una Duquesa de Alba sin cardado. Las formas importan, y mucho. Puestos a reflexionar, pienso que la experiencia vivida con el anterior actor que encarnó a Superman, Brandon Routh, dejo tocados a más de uno. Y, hay amigos, de aquellos barros vienen estos lodos. Al parecer, el suodicho estaba tan bien dotado que no había forma humana de que el asunto no sobresaliera entre la capa. Por no hablar de lo engorroso que debe de ser volar con tanto peso en la cabina de carga. Los de montaje se las vieron y desearon para disimularle a Routh la entrepierna a golpe de tecnología punta, que no en punta. Un trabajo de chinos que les habría llevado a entonar el "nunca máis" y a vestir al nuevo héroe con esquijama de cuello largo.
Supongo también que semejante diseño obedece a ese gusto que tanto me descoloca por los machos añiñados. Si Justin Bieber se las lleva de calle, a Superman hay que rebajarle la barba y conseguir que se parezca más al Pattinson de Crepúsculo que a Kirk Douglas en Espartaco. Triunfan los hombres que guardan la sexualidad en el cajón, que se preocupan por la moda más que Pippa Middleton y que tardan en arreglarse para salir lo que Puyol en recuperarse de su lesión. Y a mí, francamente, un hombre que pasa en el cuarto de baño más tiempo que la menda, no me pone nada. Soy así de rara.
No digo yo que volvamos a los tiempos de la ensaltación del vello y pidamos a gritos un poco de olor a chotuno, pero creo que todo debe tener su justa medida. Una cosa es estar presentable, esmerarse por agradar o, al menos, no ofender a los sentidos con tu aspecto, y otra pasarse las horas muertas haciéndote las uñas. Quizás soy muy antigua, rancia y carca a más no poder, pero me va la gente natural, que intenta mostrarse tal cual es, que no te dora la píldora diciendo que le gusta el cine de Arturo Ripstein cuando lo que le mola de verdad es Vin Diesel y que a los héroes los quieren así, un poco ridículos, pero buenas personas, con los gayumbos por fuera y la capa a punto de enredarse en cada farola y cartel preelectoral.
Imagino que el nuevo Superman soliviantará a sus fans como nunca antes. Eso que se lleva. Pero a mí me seguriá pareciendo tan desasosegante como esa moda masculina que ha arrasado playas y piscinas de llevar calzoncillos debajo del bañador. Aquello tiene que fermentar que da gloria. El año que viene voy a probar yo a ponerme medias de rejilla bajo la braguita del bikini a ver qué pasa. Supertrendy, ¿no?

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Por tradición

El programa televisivo El Intermedio, de la Sexta, llevaba días denunciando las barbaridades de esa tradición tan patria llamada el Toro de la Vega, que se celebra en la localidad de Tordesillas desde el siglo XVI. A quien ande liado en asuntos de alta política y se haya mantenido al margen de la polémica, decirle que la fiesta consiste en soltar a un toro y torturarlo hasta la muerte empleando lanzas para después apuntillarlo con un objeto punzante, que en el día de ayer fue algo tan prosaico como un destornillador. Supongo que era lo que tenía más a mano el hombre que remató la faena y confesó sentirse como "Cristiano Ronaldo" tras acabar de esta forma tan civilizada con la vida del astado. Ronaldo no se ha pronunciado al respecto.
Debo reconocer que solo he visto toros de lejos y en la tele. Y que aunque mi abuela era fan fatal de las corridas de toros y el boxeo (hobbies muy dignos para una señora de avanzada edad, por cierto) a mí nunca me han llamado la atención ninguna de las dos actividades. Alguna que otra vez he intentado atarme al sofá para ser testigo de un lance taurino en la pequeña pantalla, pero no lo he conseguido. Y a pesar de que no quede políticamente correcto, no me ha disuadido la crueldad, sino el aburrimiento. Sin embargo, soy capaz de empatizar con el toro más que con el torero (en mi opinión, la valentía de un hombre se mide en el plano emocional, no en el físico) y me parecen de un sadismo desproporcionado estas tradiciones basadas en la tortura que jalonan España con la llegada del buen tiempo. No me refiero solo al Toro de la Vega, sino también a los Toros Embolados -se les coloca a los animales unos objetos de fuego en los cuernos para volverles locos-, el Toro ensogado de Benavente -se le ahorca lentamente- o las Becerradas de El Escorial -un festejo muy pintón basado en la tortura de vaquillas-. Todas ellas actividades tan entretenidas como aleccionadoras.
Durante mucho tiempo, las asociaciones en defensa de los animales, jaleados por hombres y mujeres de bien, insistieron en que aquella cosa tan nuestra de tirar una cabra desde el campanario de la iglesia (en Manganeses, Zamora) no era asumible ni ética ni históricamente. En 2002 se suspendió por las bravas el ejercicio de la tradición y, que yo sepa, quienes la practicaban y contemplaban no han sufrido ninguna tara física ni mental a consecuencia de tan abrupto final.
Y es que no entiendo qué tiene de malo celebrar las fiestas patronales con verbenas, aperitivos y atracciones de feria como todo quisque. Soy incapaz de comprender que alguien, para disfrutar a tope, necesite hacerle daño a otro ser vivo, por mucho que la tradición lo aliente y consienta. Muchas veces me he pronunciado a favor de preservar la herencia cultural de los pueblos, pero está visto que la palabra "cultura", para unos cuantos, es un saco donde cabe de todo. Un libro puede ser cultura; la tortura o el asesinato, no. Y, si desentimos, quitémonos las caretas a bastonazos de una vez, tiremos la casa por la ventana y aceptemos como bienes de disfrute público tradiciones tan señeras como el garrote vil o los métodos de la Inquisición española, que tanta alegría dieron en su día a la curia. A su favor reúnen un componente histórico innegable y lo que más regustillo nos produce: sangre, sudor y lágrimas. ¡Que siga la fiesta!

martes, 13 de septiembre de 2011

O.K. Corral

Albricias. Tele 5, esa cadena tan sesuda e intelectual, está a punto de obsequiarnos con un nuevo reality marca de la casa. El invento se llama Acorralados y su propósito es reunir a unos cuantos famosos de medio pelo en una destartalada y aislada granja asturiana para que se las apañen como puedan, o sea, sin luz, sin agua y sin butano. No sabemos si el fin último del show es sacar a relucir lo más primitivo de esta entretenida pandi y despertar en ellos conceptos tan atávicos como la caza con garrote y el arrastre de dama por los pelos, pero estoy segura de que a la cadena no le importaría rozar ciertos extremos. Todo por el pueblo pero sin el pueblo, en la línea del mejor despotismo televisivo.
No conozco con exactitud el cartel de tan filosófico programa, pero en las promos apuntan a un ex guardia civil reconvertido en tertuliano, una rubia capaz de encender bombillas con la vagina (algo imprescindible cuando se quiere tratar con gorrinos, gallinas y otras especies similares) y la inclasificable madre de la simpar Aída, esa mujer empeñada en hacernos la existencia un poco más coñazo cada vez que su imagen se posa en nuestras retinas.
Por lo que he podido intuir, ninguno de los concursantes llamados a capilla reúne méritos intelectuales y personales de altura que les garanticen el fervor popular. Sobra decir que ni uno solo de ellos aspira a ser Teresa de Calcuta ni Martin Luther King. Los favores que les adornan son otros, entre ellos, un máster en el arte de desvirgar señoritas (o señores, que seguro también hay) y la capacidad de soltar cinco tacos de peso cada tres palabras. Para las personas que nos pasamos la vida intentando no hacer daño al prójimo y procurando que nuestra calidad humana no merme sino todo lo contrario (el que lo consigamos es otra cosa), presenciar el triunfo de valores tan mustios es como una patada en las bajos. El mensaje viene a ser algo así como, sé malo y alcanzarás la gloria. Lo peor es que si se quedara en el mensaje tendría un pase, pero el asunto viene acompañado de ejemplos prácticos para curtir a las generaciones venideras en actos y pensamientos muy lúdicos, aunque poco o nada éticos.
Volviendo al tema reality, creo que Gran Hermano tiene su aquél y que no le falta razón a Mercedes Milá cuando lo tilda de "experimento sociológico". En determinados momentos puede ser fascinante (e hilarante, todo hay que decirlo) contemplar la estrategia de varios desconocidos encerrados en un mismo lugar y movidos por un único fin individual. Utilizar al grupo para lograr un objetivo en beneficio propio. Como la vida misma. Sin embargo, desconozco qué puede tener de interesante ver a una serie de personajes, que ya de por sí están hasta en la sopa, mantener largas y tediosas charlas a la luz de la luna y con el mugido de las vacas de fondo. Sin moderador y sin cotilleos que comentar, hablando del tiempo y desgranando su mala baba. A ver quién es más falso, más pendón y más desorejado.
El ensalzamiento de la nada nos conduce a ese país de nunca jamás en el que se está convirtiendo nuestra televisión. Y personalmente me molesta ver a pandillas como la de Aída y toda su familia llevándoselo calentito por el solo hecho de practicar y recrearse en el insulto. Pero más me molesta el hecho de que ser mala persona cotice al alza, que, en la ficción y la realidad, los crueles y despiadados partan y repartan la tarta y, encima, se lleven la única chocolatina del pastel que, mira por dónde, es justo la que a ti te apetece. No hay derecho. El único consuelo es que este tipo de situaciones, al final, tengan un The End como en las películas, se líe la mundial y el villano se quede sin balas, sin caballo y, sobre todo, sin whisky. Como una revisión del mejor O.K. Corral.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Pan y circo

No falla. Si algún extraterrestre viera los informativos de cualquier país durante un día entero, opinaría que a los humanos les gusta más el morbo que a ellos los agujeros negros, con perdón. Y no les falta razón. Nos encanta regodearnos en esas cortinas de humo que surgen de vez en cuando y nos impiden ver el bosque. Total para qué, cuando la frondosidad vegetal, que ya no es verde sino amarillo paja, está plagada de elecciones, crisis económicas, desmadres políticos... Mejor contemplar con pasmo las desgracias ajenas para darse cuenta de que, al fin y al cabo, tampoco estamos tan mal.
Durante estos días en Argentina, no salía de mi asombro ante la cobertura que los medios de comunicación daban al caso de Candela, una niña secuestrada y posteriormente asesinada. Un suceso lamentable que, aun después de hallado el cadáver, continuó ocupando horas y horas de televisión: la familia, los sospechosos, los vecinos de los sospechosos... no quedó nadie que no tuviera su minuto de fama. Era complicado enterarse de algo más que ocurriera en el país, resultados de las diferentes selecciones deportivas (fútbol, basket y rugby) aparte. Tres cuartos de lo mismo acontecía si conectabas la televisón chilena: el accidente de avión que costó la vida a 21 personas se llevó de calle a la audiencia. Tal vez porque en el aparato viajaba Felipe Camiroaga, presentador estrella de la tele andina. Tantas vueltas le dieron al tema que yo, desconocedora de la existencia de este hombre hasta la semana pasada, me ofrezco desde ya a participar en algún concurso que ponga a prueba los conocimientos de la audiencia sobre las facetas personal y profesional de Camiroaga. Eso sí, he permanecido ajena, y no por voluntad propia, a las circunstancias sociales y políticas que vive Chile, restando alguna que otra imagen de manifestaciones estudiantiles que se colaban entre pésame y pésame.
Todo esto me recuerda a esos vídeos que nos ponen de vez en cuando de rateros levantándoles las carteras a los turistas en las Ramblas de Barcelona. En ellos se ve como un gancho distrae a la presa mientras el ladrón se lleva lo que pilla y aquí no ha pasado nada. A nosotros, víctimas de esta alienación mediática, nos ocurre algo parecido: nos aturullan con noticias morbosas o amarillistas mientras por detrás nos trincan el dinero, nos plantan reformas que no molan o nos cuelan decretos leyes por la patilla. ¡Pan y circo para todos!
Recuerdo que, hace unas semanas, hablando del 11S con otra persona, llegamos a la conclusión de que seguro, seguro, la ciudad de Nueva York y el gobierno estadounidense saltarían a la palestra con una amenaza gorda de atentado coincidiendo con el aniversario de la masacre. Dicho y hecho. No digo yo que la amenaza no fuera real, pèro su oportunismo es de libro. De acuerdo, el asunto tiene mucho que ver con el recordatorio a los ciudadanos de que papá Estado sigue ahí protegiéndonos de todo mal pero, en este caso, el aviso coincidió exactamente con una comparecencia de Obama para hablar de ajustes y descalabros económicos. Una intervención importantísima que, sin embargo, pilló a gran parte de la opinión pública abasteciendo el búnker por si los islamistas la liaban parda.
Cada vez me resulta más fascinante observar las maniobras que se realizan para controlar a las masas. La mayoría de los partidos políticos, si quieren llegar al poder, saben que deben contener a la plebe. Es como aquello de tener cerca al amigo y más aún al enemigo. La masa es un elemento discordante e incómodo, porque en cualquier momento puede parir grupúsculos o incluso revoluciones incontrolables, así que lo mejor es hacerle creer que trabajas por y para ella. La necesitas, ergo hay que convencerla de que es tu fin y no tu medio, aunque la realidad sea a la inversa.
Pero el problema ya no es el juego al que jueguen con nosotros; es que nos gusta jugar. E. insisto, las desgracias ajenas, cuando no afectan a ningún ser querido, dan mucho de qué hablar y distraen una barbaridad. Además, tenemos esa extraña sensación de que el mal fario, mientras se ocupe de los demás, a nosotros nos deja un poco de lado. Pero, ojito, porque en cualquier momento puede venir un maleante de tres al cuarto a birlarnos la cartera mientras nos regodeamos en asuntos más prosacicos. No estaría mal mirar a nuestro alrededor de vez en cuando...

                                                                    Felipe Camiroaga

domingo, 11 de septiembre de 2011

Estado crítico

Estos días que he pasado "haciendo las Américas", la pregunta de aquellos con los que me cruzaba en el camino era inevitable: "¿Están las cosas en España tan mal como parece?". Mi respuesta era, inevitablemente, la misma: "no, están peor".
No hay nada tan goloso ni que de más de sí que las malas noticias. Y si son catastróficas, afectan a mucha gente y amenazan con peligro de contagio, aún mejor. En estos tiempos, España es como el pariente gafe, ése que, en cuestión de horas, pierde la casa por un huracán, le embargan el coche y se entera de que su mujer se la pega con otro y su primogénito es hijo del alcalde. Despierta entre lástima y solidaridad, todo ello alimentado por un halo de fatalismo que nos convierte en el peor ejemplo del rico venido a menos al que no le queda otra que liarse los cartones a la cabeza y largarse a dormir debajo de un puente.
El movimiento 15M emociona, pero no estoy convencida de que los ajenos a la realidad que nos atañe sepan dilucidar si lo suyo es revolución o rebeldía. Intento explicarme: el revolucionario es el que tiene su propia ideología, que puede o no coincidir con la de otros pero que, intrínsicamente, es suya. Todas sus acciones se dirigen a conseguir hacer realidad unos fines que van más allá de su persona, para lo cual no tiene inconveniente en, llegado el caso, pactar con el sistema o entrar a formar parte de él. El rebelde, en cambio, no persigue fines en sí mismos: actúa llevado únicamente por el rechazo a aquello que no le gusta. Su objetivo no estriba en hacerse con un decálogo de valores sino enfrentarse al de otros que, en ocasiones bastante extremistas, molestan tan solo por el hecho de existir. Planteado el panorama de esta forma, ¿qué serían los indignados? ¿Revolucionarios? ¿Rebeldes? Sí, como ya he dicho en alguna otra ocasión, la solución a los problemas sociales y políticos hay que plantearlos dentro del sistema y calificando al 15M dentro de la segunda opción, ¿no sería frustrante para un rebelde formar parte de aquello que ha provocado, precisamente, el desencadenamiento de su rebeldía? Me resulta muy complicado explicar a alguien ajeno a la realidad española el posible futuro de un movimiento que, por lo que he comprobado, se sigue con pasión desde otras partes del mundo.
Imposible tampoco pronosticar un futuro para ese estado crítico que tantas preguntas suscita. Me da miedo pensar que la única solución a la precariedad de ese gran invento llamado Estado del Bienestar sea el liberalismo salvaje. Muchos de los adalides del Partido Popular manifiestan una querencia algo atolondrada por la privatización, en el todo o en las partes, de los servicios públicos. Ese empeño se ha extendido por ciertos estratos de la Comunidad de Madrid que siguen, erre que erre, enfrascados en la tarea de desligitimar la enseñanza pública y ensalzar una educación privada que todavía está en pañales (¿cuántos fondos dedican las universidades privadas madrileñas a la investigación, me pregunto?). El descuido de la enseñanza pública como bien necesario no puede más que incidir en el clasismo, la división social y el empobrecimiento de nuestros valores culturales. Pero hay algo que asoma en el horizonte que aún preocupa más. Con el triunfo del Partido Popular y este liberalismo a la española que predican, la coexistencia con movimientos o grupúsculos situados más a la izquierda es inevitable. Sobre todo porque nadie tiene una varita mágica para solucionar un entuerto económico que trasciende fronteras, lo que alimenta el malestiar social. Si la cohabitación entre las partes se hace imposible, puede haber serios problemas, sobre todo uno: un liberal asustado se convierte, inevitablemente, en un fascista. No es pesimismo, es política de manual, ese mismo que muchos de nuestros insignes estadistas deberían repasar de vez en cuando.

jueves, 1 de septiembre de 2011

La calle es mía

A pocas horas de salir de viaje compruebo, muy a mi pesar, que me va a resultar del todo imposible acudir a la manifestación convocada el día 6 por los sindicatos para protestar por la reforma constitucional que nos van a imponer. Una protesta conveniéntemente autorizada, por cierto. Enseguida se me pasa, ya que, si lo pienso bien, este verano no he podido hacer acto de presencia en ninguna de las protestas que han alumbrado las capitales españolas. Total, una más...
Hace tiempo me quejaba de que en España necesitábamos casi un temblor de tierra para conseguir que saliéramos a la calle a patalear. Bien, esto es como aquello de ojito, que los deseos pueden cumplirse. Desde el 15M hemos vivido todo tipo de concentraciones, asambleas y manifestaciones, algunas con mucha razón y sentido, otras con un elevado grado de improvisación y, varias más, llevadas por el afán de recrear el noble arte de tocar las narices.
En este país, cualquier manifestación tiene que ajustarse a una normativa: exige presentar motivos y recorrido ante la autoridad competente y que ésta de su aprobación para garantizar la seguridad de los convocados. Dicho trámite, que para muchos será absurdo pero personalmente me parece razonable, ha sido ninguneado, obviado y denostado por la mayoría de los que se enorgullecen de tomar las calles siguiendo motivos que yo considero muy justos, pero conforme a medios impropios, convirtiendo nuestras ciudades en pequeños cortijos particulares. Si lo miramos bien, protestamos contra el abuso de la autoridad y de los poderes públicos mientras nos regodeamos con el uso inadecuado del patrimonio de todos los ciudadanos. No llego a entenderlo.
En alguna que otra ocasión los policías se han comportado como matones garrulos tras una verbena de pueblo. El reto estaba en ver quién pegaba más y mejor. Pero los sindicatos policiales han expresado una queja a la que no le falta enjundia: según ellos, el Ministerio del Interior les ha urgido a no intervenir en las manifestaciones ilegales convocadas por el 15M, con lo que les está pidiendo que se pasen las leyes por la entrepierna, sobre todo aquellas que afectan a la seguridad ciudadana. Aquí puede haber demandas y contrademandas a gogó.
El hecho de planear una manifestación no es baladí. En los últimos años, sin embargo, se ha contado con un armamento tan nuevo como pesado: las redes sociales. Se puede convocar un macrobotellón, una quedada o una asamblea por la paz mundial que, en cuestión de horas, ya tienes allí a la peña, lista para empezar la fiesta. Esto, efectivamente, hace mucho ruido, pero corre el peligro de tener muy pocas nueces. Como ya dije en anteriores ocasiones, creo que al sistema se le combate y se le cambia desde dentro, no montando algarabías que dan bastante minutos de tele pero poco que pensar.
Bienvenidas las manifestaciones, las consignas y las protestas varias. Seguro que a la mayoría les sobran razones para nacer. Pero caer en la trampa de la improvisación y recoger lo peor del movimiento antisistema solo consigue dar argumentos a aquellos contra los que se protesta. Y sería una lástima, la verdad.
P.D.: Este blog y, por lo tanto, una servidora, se toma vacaciones hasta mediados de mes. Me da mucha pereza cargar con el portátil por la Patagonia o escribir desde el primer alojamiento que pille. Quienes me conocen ya saben cuál es mi cuenta de twitter; a lo mejor me da por soltar algo. A los demás, buena entrada en septiembre.