martes, 29 de enero de 2013

Blanco y en botella

Sara Carbonero ha confesado a la cadena mexicana Televisa, para la que (también) trabaja, lo que todos sabíamos desde tiempos de los Templarios: que el Real Madrid es una jaula de grillos (iba a decir jaula de las locas, pero lo mismo se me ofende media España y cuarto mitad del extranjero). Con ello, Sara se ha unido al cada vez más nutrido grupo de famosos españoles que inciden en algo que a mí me parece profundamente cateto y que no es otra cosa que el contar fuera lo que jamás dirían en su propio país. Obviamente, semejante tontería nos remonta a un provincialismo muy rancio, fuera de lugar en un mundo globalizado donde el estornudo de un chino mandarín se retransmite a todo el globo terráqueo a los cinco nanosegundos de producirse.
Al margen de confesiones extemporáneas y del donde digo digo, digo Diego, he de reconocer que el gesto bocachancla de Sara me ha tocado la fibra sensible. Y es que la chica no ha hecho otra cosa que defender lo suyo, esto es, a su novio Iker, y ya he dicho muchas veces en este blog que todo aquel que defienda y de la cara, más aun que por los que quiere, por los que le quieren, merece todos mis respetos. A mí, que Carbonero haya salido a la palestra arañando cual tigresa y mandándole el mensaje a Mou de que para huevos, los suyos, me reconcilia con el ser humano, con el amor verdadero y con las meteduras de pata de los rostros parlantes televisivos. Si la presentadora no ha querido decir lo que ha dicho (y tan clarito, además) lo cierto es que le ha quedado niquelado.
Hace bien poco, un programa de deportes de una cadena mexicana (no recuerdo si Televisa o TV Azteca) lanzaba una encuesta entre sus seguidores para averiguar qué pensaban ellos acerca de quién era más necesario para el Madrid, si Mourinho o Casillas. Para congoja mía y hasta de los espídicos presentadores del show, Mou ganó por goleada con un ochenta y pico de adhesiones. Estoy convencida  de que si esa encuesta se llega a celebrar en España tal día como aquel, Casillas derrota a su míster por KO técnico. Pero parece que desde el extranjero se nos ve bajo otro caleidoscopio más, como diría yo, ¿blaugrana?
No quisiera sacar aquí todas mis manías contra el Real Madrid, equipo con el que no comulgo. No me gusta su historia, ni su forma de hacer las cosas, pero, como esto de las adhesiones es de todo menos racional, va a ser sencillamente que no me cae bien. Creo que tiende a juntar a demasiados gallos en el mismo corral pensando más en los suculentos beneficios de los contratos a estrellonas mediáticas que en organizar una formación capaz de hacer realidad el sueño de muchos madridistas, que no es otro que el "joga bonito". En el Madrid parece que desde el presidente hasta el utillero están ahí para negociar con el club, jugar al Monopoly, vender y comprar y, ya que nos ponemos, esconder otros chanchullos medrados al amparo de constructoras de dudosa reputación.
Al Madrid le gustan los jugadores con "carácter". Pero una cosa es tener carácter y otra ser un impresentable. En la última temporada, además, la gestión del equipo se ha empeñado en elevar a los altares a los faltones, los gritones y en mimar a los niñitos que tanto nos ha costado parir. Y, mientras los consentidos practican el insano deporte de la queja y el club, cual padre rico y permisivo, convierte a sus hijos en monstruos, el vestuario, ese sancta sanctorum de las conspiraciones, se divide en pequeños grupúsculos de pandilleros, dispuestos a hacer valer sus razones al grito de "eso no me lo dices a mí en la calle". O en la portada del Marca que, para el caso, es lo mismo.
Ahora nos confiesan que sí se han dicho de todo, que a Mourinho no lo traga casi nadie y que aquel Cristo no hay Dios que lo arregle. Y la situación no se compondrá mientras cohabiten unos dirigentes empeñados en buscar personal entre los garitos portuarios, donde los marineros exhiben sus patas de palo, sus tatuajes y las muñequeras de pinchos. Ganarán algo, seguro, aunque sea de manera torticera minando la moral del contrario, pero dejarán la impronta de que lo suyo es puritita chiripa.
Todo esto que cuento proviene de alguien que observa desde fuera y que sabe de fútbol lo justo para no ser lapidada en algún patio de colegio. Pero intento enfocar el asunto, no ya desde los galones de un club que, imagino, algo habrá hecho en su momento para atesorarlos, sino desde el punto de vista de una persona que ve estas riñas de patio de colegio entre hombres de mundo, curtidos en mil lides, y no da crédito. O sí, porque de inmaduros está el mundo (y las gradas) lleno.
En el fondo, me gustaría, por el bien del fútbol y de los aficionados, que el Madrid considere un día la idea de que el balompié no es un deporte que se juega en solitario o, a lo sumo, se asienta sobre cuatro pilares de tal forma que, si uno de ellos falla, el conjunto se viene abajo. Me encantaría que intentara componer (y no remendar) un equipo de verdad, con un entrenador que prime el juego colectivo y tenga la suficiente personalidad como para imponer su criterio por medio de la razón y no a través del insulto. Que ese míster, a ser posible, defienda a los suyos y no envíe globos sonda al enemigo a través de determinados periodistas, sobre todo porque sus jugadores no son ese enemigo al que tanta tirria parece tener. Difícil en un club donde gente tan diversa como Vicente del Bosque o Manuel Pellegrini han salido escaldados.
Yo, en un alarde de originalidad sin parangón, entre Mou y Casillas, me quedo con este último. Sonríe más. Y que nuestra Sara I de Telecinco no se arredre. No le admiro en demasía ni el físico, ni el novio, ni tan siquiera ese trabajo tan lustroso que tiene, pero ya me gustaría que alguien saliera en mi defensa como lo ha hecho ella con su Iker. La envidia, ese deporte...


lunes, 28 de enero de 2013

Qué mono

Esta tarde nos ha sorprendido la noticia de que Irán ha lanzado un cohete al espacio con un mono dentro. Y que, tras alcanzar la altura prevista (120 km.) el cohete, con mono incluido, ha vuelto a su lugar de origen. Éxito rotundo. Según las autoridades que se encargan de estas cosas allá por tierras persas, el experimento se enmarca dentro de un ambicioso proyecto para enviar a un iraní al espacio dentro de unos cuantos años. ¿Para qué querría ir un señor de Irán al espacio exterior y, sobre todo, con qué pasta financiaría el gobierno tamaña empresa? No se sabe o no nos lo han contado.
Vaya por delante mi admiración hacia la civilización persa, cuna de la humanidad y, en gran parte, culpable de la evolución del ser humano. Desde este rincón de occidente me rindo ante su historia de la misma forma que me quedo traspuesta cuando anuncian que han vuelto a trapichear con cosas muy chungas. Lo hacen de forma tan habitual que a una ya le parece que el único objetivo de tales "bombas" es tomarle el pelo a Estados Unidos, país que ha desarrollado una sensibilidad extrema y una confesa alergia hacia estos magos que vienen de Oriente.
O no. Porque siempre nos quedará la duda de si Irán tiene todo lo que dice tener y aun más y, efectivamente, está liándola parda ahora mismo en algún lugar del desierto. Cuando la guerra fría se ha convertido en poco más que material de desecho para las novelas de espías del siglo pasado, hay naciones empeñadas en sacar provecho del secretismo oficioso con el fin de erigirse, bien en adalides de ellos y otros como ellos, bien en enemigos dispuestos a atacar a los héroes de siempre en cuanto a alguna de las partes le de por mear fuera del territorio marcado.
Esto, que suena así como muy peliculero, les viene de perlas a los chicos de la Casa más Blanca. Cuando Rusia y las ex repúblicas soviéticas se entregaron de lleno a los brazos del capitalismo, pocos enemigos les quedaban a los gerifaltes de las barras y estrellas. Y de todos es sabido que la identidad nacional y la cohesión de un país se basa en la defensa conjunta contra el enemigo. El caballo de batalla de Bush (padre e hijo) fue Oriente; Obama ha encontrado su némesis en supuestas historias de alianzas imperfectas entre los narcos (mexicanos of course; algún día explicaré por qué Colombia queda fuera de la ecuación) y los súbditos de Mahmud Ahmanideyad, ese señor cuyo rostro queda muy bien en los sellos y que dice cosas tan profundas como que defender a los homosexuales es propio del capitalismo. Si llega a saber lo mucho que nos ha desviado el capital, lo mismo se cambia de acera.
Entendiendo por tanto que el enemigo perfecto de La Jungla de Cristal 48 será el dúo cómico formado por un mexicano rapero y un churrero árabe que lo mismo trapichean con pastis que fabrican bombas de neutrones en la trastienda de una floristería de Nueva York, es lógico que cualquier monada que haga Ahamanideyad ponga a los norteamericanos de a pie de los nervios. A su gobierno no tanto porque, como ya digo, esto de recordarle al populacho que la verdad está ahí fuera es útil a la par que gratificante.
Del asunto del mono ése preocupa que empleen el cohete para experimentar con misiles de largo alcance. Pues bueno. Si no quieres que tu vecino se compre un coche mejor que el tuyo no se lo restriegues por las narices. Del mismo modo, si pretendes que a tu compañero de pupitre no se le pongan los dientes largos con la bomba racimo que has montado mientras calculabas logaritmos neperianos, no se la enseñes o, al menos, no le amenaces con ella porque, a lo mejor, y solo a lo mejor, el muy bobo se cree en su derecho a tener una.
Que Irán diga que fabrica y posee sus propios fuegos artificiales hasta viene bien a los de siempre. Lo que ya no viene tan bien es que deje de comprar armas a los proveedores de toda la vida e intente desarrollar su propia tecnología y/o trapichear con los países afines. Aunque, claro está, la industria de las armas se ha destacado siempre por mantener un comportamiento muy desviado y, al final, el dinero de semejante mercado negro va a parar a donde lo ha hecho toda la vida, es decir, a las arcas de Dick Cheney, amigos y sucesores, expertos todos ellos en liar la mundial para hacerse un campo de golf en pleno desierto de Utah.
La historia del mono resulta hasta entrañable, porque nos recuerda a la pobre perra Laika, a la que también pasearon por el mundo más allá del arco iris. Animalicos... Lo que verdaderamente daría miedo y hasta pavor sería que a los iraníes, empleando toda la maldad de la que son capaces, les diera por, yo que sé, clonar a Justin Bieber. Tremendo. Ya me callo, ya...


domingo, 27 de enero de 2013

Busco pareja

Ayer sábado, la cuenta de Twitter de Hernán Zin (@HernanZin) hervía tras un comentario de su dueño y protagonista. En él, el periodista y escritor se quejaba de que, tras su quincuagésimo fracaso amoroso, sopesaba la idea de cambiarse de acera y probar las mieles del placer homosexual. Obviamente, y como dicen los muy modernos, los caracteres estaban escrito en el llamado ironía modo On, pero los seguidores de Hernán recogieron el guante y comenzaron a soltar respuestas a cada cual más descacharrante, respuestas que Hernán retuiteaba para goce y disfrute de los espectadores del cruce de trinos.
Desconozco si el exabrupto de ayer le sirvió a Zin para encontrar una nueva novia entre sus followers, volver con la antigua (o con alguna de las 30 primeras) o plantearse eso tan almodovariano de que la mitad de los hombres son homosexuales y el resto, en realidad, también, pero aún no lo sabe. Es cierto que todos conocemos a alguien de quien sospechamos que vive una vida falsa y hasta intuimos de qué individuo está verdaderamente colgado, pero en este caso, imagino que personalidades como Hernán Zin, que ha retratado algunos de los conflictos bélicos más cruentos del planeta, a lo mejor no han sido creadas para saborear el amor tipo película americana años 60: casa blanca, con esposa a lo Doris Day y un montón de talentosos niños rubios correteando por el jardín.
Desde siempre, a todas las mujeres nos atrae el hombre aventurero, aquel que se encuentra hoy aquí y mañana allá, que vive mil y una experiencias y puede contar cientos de historias de muerte, pero también de vida. El macho que, una vez colgado el sombrero en el perchero y guardado el látigo en el cajón de los fetiches, se rebela como un amante apasionado, hambriento, deseoso de derrochar en una noche las ganas acumuladas durante tantas horas de viajes, aeropuertos y paisajes exóticos. Y, sin embargo, a la hora de la verdad, el aventurero es un bluff, un tipo que no está para darte una palmadita en la espalda cuando tu jefe te acusa hasta del atentado contra las Torres Gemelas, no sabe no contesta si el bebé tiene su primera bronqueolitis o se hace el loco cuando te has peleado, a muerte y sufrimiento, con tu mejor amiga. Él anda por ahí, a sus cosas y a su suerte, y aunque una relación así al principio es una juerga estupenda, deviene en drama cuando la parte doméstica del dúo exige algo más que una barba de dos días y una entrepierna hambrienta.
En la mayoría de los casos, uno elige lo que quiere ser en la vida. A lo mejor entre solo un par o dos de opciones, no más, pero el decantarse por una vía y no por la otra implica asumir desde dónde te va a venir el tren. Uno de los tuits de ayer intentaba consolar al muy afectado asegurando que las mujeres somos entre raras y retorcidas. Partiendo de que en la viña del señor feudal habrá de todo, lo que somos es distintas y eso es lo que nos hace especiales para los hombres, igual que los son los hombres para nosotras. Somos tan culpables de nuestros fracasos como ellos y tan responsables de nuestros aciertos como los varones que tanto reflexionan acerca de nuestras excentricidades y ciclos hormonales.
Sin embargo, es de libro que, en cualquier circunstancia, tienes que elegir a alguien que, al menos, aguante el tirón y, si no quieres renunciar a tu forma de vida, sepa adaptarse a las circunstancias que te acompañan. El mundo está lleno de gente ordinaria que hace cosas extraordinarias, como, por ejemplo, salir en la televisión o cubrir conflictos bélicos. Y dentro de esas "rarezas", lo lógico es que quien se dedique a ellas busque a su otra mitad en alguno de los campos que abarca su universo conocido, lejos de los conventos de clausura o los consejos de administración de una entidad bancaria, por poner dos ejemplos algo desviados.
De todas formas, estas palabras solo son un barrunto por mi parte y no sé ni sabré nunca por qué Hernán Zin acumula fracasos sentimentales teniendo en cuenta que, además, me parece un tipo bastante atractivo (esa barba...). Aun así, yo de él estaría orgullosa de mis tropiezos, porque, tal y como es su forma de vida, imagino que los habrá vivido intensamente. Otros somos mucho más complicados y, tras un par de decepciones, no nos da el cuerpo ni la cabeza para apreciar la grandeza de tomarse el postre con el mismo sexo sino para descartar el sexo (que no el seso). Siempre me ha parecido inaudito que una persona se recupere tan pronto de los desastres amorosos hasta el punto de que, en cuestión de un mes o menos, ya esté tirándole los trastos a otro. O que no pueda vivir sin una pareja o alguien a su lado a quien recurrir en tiempos de sequía. Y todavía me fascina más aquel que, en nombre del amor verdadero y de la media naranja, se presta al juego de hoy te quiero, mañana no, pasado quizás... si tienes suerte. Pues nada, campeón, tú a parar los goles y ojito con las lesiones.
El otro día alguien decía que eso de que la belleza reside en el interior solo se lo creía Disney y está muerto. Bueno, todos sabemos que muchas veces la belleza es efímera y/o impostada, y que para algunas personas, el amor solo tiene sentido al principio, es decir, únicamente se les pone dura mientras dura el fervor inicial. Yo, más tonta que Abundio, creo en el largo recorrido, en los enfados, en el perdón, en la reconciliación, en las idas, en las vueltas.... Lo he visto en las películas. Y si en el cine las parejas se despiertan perfectamente maquilladas, sin halitosis y sin una arruga entre las sábanas tras noches enteras de desenfreno, no veo por qué Hernán Zin no va encontrar una buena mujer cuya luz brille cual Julieta al amparo de bombas y denuncias sociales. Ánimo y a por la 51.


sábado, 26 de enero de 2013

El caballo del malo

A la mayoría de los actores les gusta interpretar el papel de villano. Y es lógico: mientras el bueno suele ser un personaje bidimensional (por no llamarle unidimensional, o, lo que es lo mismo, bobo y medio) el malo es un tipo lleno de matices, al que le pasan cosas apasionantes (entre otras, lleva una vida sexual para contarla y no dar crédito), vive al límite y, además, muy bien. Mientras, el bueno atraviesa este valle de lágrimas experimentando desgracia tras desgracia y poniendo la otra mejilla hasta tener la ansiada recompensa, cuyo disfrute nunca sabremos cuánto le dura pero, por la trayectoria del muchacho y el gafe que le acompaña, imaginamos que lo que un par de gafas a Pitbull. Sí, nuevamente la idea judeocristiana de alcanzar la recompensa a través del sufrimiento, con la cual no comulgo (valga la redundancia), ni creo que lo haré.
En la vida real no es tan fácil toparse con malas personas, pero cuando las encuentras y padeces es como sufrir un terremoto: tu vida comienza a tambalearse y te pasas los días recogiendo los pedazos rotos de muebles y vajillas. Ningún adulto se libra de hacer cosas malas, pero lo que diferencia a las malas personas es que, mientras los demás no miden las consecuencias y no tienen la intención manifiesta de infligir daño, los malos son conscientes de que determinados actos van a causar dolor a alguien que jamás les ha hecho nada sino, quizás, todo lo contrario y, aun así, siguen con el plan trazado, lo que dota a sus acciones de una amoralidad flagrante y preocupante. El que hace algo malo de forma inconsciente lo lamenta de verdad, lo siente de corazón, pide disculpas y hace lo necesario para enmendar el entuerto; el que comete una vileza a propósito solo se disculpa si con ello va a evitar males mayores que le perjudiquen directamente, pero en ningún caso intentará paliar el destrozo causado. “Te lo hice porque te lo merecías”. Bueno, como yo creo firmemente que no he hecho nada para merecerme tanto dolor, al menos no te quejarás si tú mereces mis protestas y hasta mi indiferencia. Y, si la vida me lo pone a tiro, hasta mi venganza.
Las malas personas normalmente se llenan la boca con las frases que expresan lo contrario, es decir, “soy una buena persona”, “jamás he hecho daño a nadie” etc. No verás a alguien “normal” afirmando lo mismo de continuo salvo para intentar entender el dolor que otro le ha causado (“no comprendo por qué ha actuado así si yo nunca le he hecho nada” o, lo que es lo mismo, “no comprendo por qué ha actuado así si yo soy una buena persona”). Las personas que se intuyen capaces de cometer cualquier desatino se dedican a conjurarlo a través de las palabras, como si el formular en alto su bondad les protegiera de las consecuencias de determinadas decisiones muy poco acertadas. Es como el “soy muy amigo de mis amigos” o “siempre hago bien mi trabajo”. Frases del todo innecesarias porque se demuestran a través de los actos y resultan petulantes una vez formuladas, principalmente teniendo en cuenta que tal aseveración carece de rigor: todos hemos tenido problemas alguna vez con algún amigo y hemos cometido errores profesionales. En realidad, se trata de expresiones salvavidas, en las que nos escudamos cuando somos conscientes de que, a lo mejor, no somos tan amigos o no siempre hacemos bien ni con rigor nuestras taresas.
Cuando crecemos, la gran mayoría de nosotros atesoramos la meta de querer ser una buena persona y mejorar día a día. Y, sin embargo, no podemos evitar que las malas personas se crucen en nuestro camino, sobre todo porque, una vez abandonada la infancia, la toma de decisiones se hace más complicada, cualquier cosa es un estorbo y algunos entienden la existencia como una jungla en la que el sálvese quien pueda atropella al cariño y la confianza de los demás. Nos topamos con malas personas en todos los ámbitos de la vida: entre los que afirman ser nuestros amigos, entre los que quieren ser algo más, entre nuestros vecinos, nuestros compañeros de trabajo y, también y por encima de todo (sobreexposición manda) entre los personajes públicos.
Cuando un banquero le calza una preferente a un jubilado sabiendo que le va a arruinar la vida (literal y metafóricamente hablando) sabemos que es una mala persona; cuando un equipo de gobierno casca a la población una reforma laboral que mandará a miles de trabajadores a la calle somos conscientes de que son malas personas; cuando un jefe te hace la vida imposible, minando tu autoestima y la confianza en tu propio rigor y profesionalidad sin que hayas hecho nada para merecerlo salvo respirar, sabemos que es una mala persona. Son actitudes públicas cuyas consecuencias son también públicas y fáciles de ver y de juzgar sin necesidad de que corra la sangre. Protestamos, nos mesamos los cabellos, nos alzamos contra ellas... Del mismo modo, creo que tenemos todo el derecho del mundo a exigir responsabilidades a las malas personas de andar por casa sin que nos tiemble la mano y que ellos mismos deberían hacer una acto de reflexión y pensar cuántas veces, aunque sea en pequeña escala, han cometidos actos “impuros” al igual que esos cargos públicos a los que tanto gritan e insultan.
Hacer daño sin mediar provocación alguna tiene consecuencias. Y, al final, el caballo del malo se queda atrás, principalmente porque el villano es incapaz de pensar en alguien que no sea él mismo: mientras el mundo gire en su provecho, todo lo demás no importa. No sé yo: si descuidas tanto lo que te rodea, quizás llegue un momento en que el caballo se te muera de hambre y se te atasque el revólver. Y así, solo frente al universo, sin más arma que tu propia mala conciencia, a ver quién es el guapo que logra defender lo indefendible.


miércoles, 23 de enero de 2013

La chica de la curva

¿Qué alma cándida no se ha sentido en alguna ocasión fascinada por la historia de la chica de la curva? Esa espléndida autoestopista que se sube al coche del primero que se le ponga a tiro para a los 100 m. decirle aquello de "aquí me maté yo" y acto seguido desaparecer... Un clásico.
La chica de la curva está muy dentro de la imaginación popular, sobre todo en aquellos paisajes donde las noches por carreteras oscuras dan pábulo a que aparezca cualquier aberración nocturna, desde un tronista de Mujeres y hombre y viceversa pasado de tripis hasta el mismísimo Kiko Rivera con airbag incorporado. La señorita que se manifiesta a un lado de la carretera es, casi, casi, lo mejor que te puede pasar en una noche loca, teniendo en cuenta que no es de mucho hablar y lo suyo dura menos que un rapidito. Y, hablando del sexo sentido, he de admitir que yo siempre pensé que esta historia se la había inventado un tarambana para justificar ante su mujer el haber aparecido en casa a altas horas de la madrugada y con un aspecto lamentable. Por el susto, más que nada. Si es así, enhorabuena al creativo. Por favor, póngase en contacto cuanto antes con los publicistas del pan Bimbo para arreglar lo del anuncio de Messi.
Desgraciadamente, las nuevas generaciones no van a poder disfrutar de ese cosquilleo al escuchar el relato de la señora y sus curvas. Principalmente porque la decadencia de la práctica del autoestop hace inviable el cuento: uno puede creerse que haya señoritas caminando por el arcén (sobre todo de los polígonos) pero ya es más complicado que se monte en un coche y desaparezca sin haber cobrado. Esto no se lo traga (con perdón) ni Sor Citroën.
No obstante, a los amigos del PSOE le ha salido una mujer fantasma y ahí llevan todo el día, espantando el miedo y recuperándose del susto. Según cuentan los diarios, la Fundación que el partido dedica para reflexionar de sus cosas pagaba hasta 3.000 euros a una columnista que no existe. No sé si me sorprende más la fantasmagórica aparición o el monto del sueldo, teniendo en cuenta lo que cobramos ahora los periodistas por letra escrita. Se supone que dicha señora, que respondía al nombre de Amy Martin (igualito que alguna protagonista de novela rosa), solo se le aparecía a Carlos Mulas, director de la mencionada Fundación Ideas y que, en ocasiones, ve sobresueldos.
Como Mulas no llegaba a fin de mes con los más de 5.000 euros que se levantaba cada 30 días por coordinar la tormenta de ideas del PSOE, decidió inventarse un alter ego en forma de reputada articulista que lo mismo hablaba de la cría del calamar gigante que de las mil y una amantes del abuelo Carlos Marx. Quiero decir que le daba igual el tema a tratar mientras recibiera por ello el preceptivo emolumento. En sus ganas de marear la perdiz y sacarle hasta las entretelas, Mulas insistía en que la tal Martin era de sobras famosa y reconocida allende los océanos aunque nadie, salvo el propio director, afirma haberla visto. Como la mentada chica de la curva.
Creo firmemente en el derecho de todo literato, profesional o aficionado, a inventarse un pseudónimo. En el nombre del falso nombre se han abierto innumerables cuentas de Twitter y otras redes sociales. Nada que objetar. Profesionalmente tampoco le puedo poner peros, sobre todo teniendo en cuenta que muchos de los que escribimos nos hemos visto obligados a utilizar pseudónimos siempre con el permiso de la autoridad correspondiente. Pero lo que este señor socialista ha creado para beneficio propio es una insensatez del tamaño del Empire State y, lo peor, nadie ha tenido las cánicas de denunciarlo hasta este momento, cuando el PP anda "sobrado" de sobres. Y no, no voy a entrar en más teorías conspiratorias, aunque aviso que en cualquier momento me puede dar el siroco y cambiar de idea.
Teniendo en cuenta que papá Estado, travestido en madrastra de Cenicienta, destina cerca de 3 millones de euros a alimentar las Fundaciones que han parido nuestros grandes partidos, es de recibo que el PSOE haya destituido fulminantemente a Carlos Mulas y con él, a la animosa Amy Martin, esa fantástica hembra parida por la ambición humana. Una lástima. Y una vergüenza que la gente con menos escrúpulos de este país siempre vaya a refugiarse bajo el árbol que da más sombra y que no es otro que el de la política.
A lo mejor a Carlos Mulas no le conceden nunca el Nobel por sus escritos universalmente aclamados, pero al menos no se puede negar que ideas tiene. Algo digno de estima en una Fundación que lleva tan magnífico nombre. Lástima que la broma le haya salido a los socialistas por 50.000 euros de nada, lo mismos que se embolsó Amy/Carlos hablando de la mar y las sirenas. Menudo fantasma.


martes, 22 de enero de 2013

Los irreductibles

Una persona a la que respeto mucho me dijo hace ya bastantes meses que es muy difícil averiguar las motivaciones que llevan a alguien a actuar de determinada manera. Esa frase, dicha en referencia a un suceso histórico, me ha dado mucho que pensar, hasta el punto de haberla citado en este blog varias veces. En esencia estoy de acuerdo: creo que es muy complicado averiguar por qué una persona ejecuta determinados actos aun a sabiendas de que los mismos van a acarrear consecuencias muy negativas para él o para otros. Sin embargo, opino que la búsqueda de dichas motivaciones te enriquece y abre nuevos caudales de pensamiento. Y he de disentir en un pequeño detalle: cuando conoces bien a alguien, su forma de pensar, su entorno y sus reacciones, puedes aventurar los motivos que le han llevado a obrar de determinada manera, con un acierto probable de, al menos, un 90%. Lo complicado, pues, es atisbar las razones que mueven a quien conoces superficialmente o a un grupo determinado a comportarse de la forma en que lo hacen.
Siguiendo esta línea de pensamiento, me encantaría que la gente me razonara por qué profesa una determinada creencia y/o ideología. Entiendo que todos nos dejamos arrastrar por unas ideas empujados por algo, es decir, que una causa tiene su perceptiva consecuencia. Por ejemplo, yo no creo en Dios (insisto en que ya me gustaría a mí creer en algo divino, ya) porque en una época de mi vida estudié las distintas religiones y llegué a una conclusión. Del mismo modo, mi ideario político se escora más hacia la izquierda, tal vez porque soy politóloga y me he aproximado a diferentes pensamientos, teorías y formas de gobierno y me he quedado con la que más me satisface. Eso no quiere decir que sea crítica solo con los planteamientos de la derecha: no puedo obviar que la izquierda moderna en poco o nada se parece a las fuentes de las que cree beber. Aunque a priori este discurso pueda parecer un coñazo, mantener debates sobre el tema me resulta apasionante, sobre todo porque siento una curiosidad ilimitada hacia lo que otros me puedan contar.
Sin embargo, hay cosas, pequeños detalles, que se me escapan, como la capacidad innata de ciertas personas a la hora de cambiar de ideario político cada vez que se les insta a acudir a votar o la insistencia de los antisistema en mantener una única forma de pensamiento, que será muy libre y todo lo que ellos digan, pero que sigue siendo única e irreductible.
El otro día, al parecer, se convocó un concierto en Madrid para recaudar fondos destinados a la asistencia legal de los detenidos durante la huelga general del pasado 14N. Nada que objetar. Me parece un fin tan bueno como cualquier otro y todas las corrientes ideológicas tienen derecho a trabajar por su causa y en beneficio de aquellos que la profesan. Pero resulta que el concierto, protagonizado por bandas que cumulgan con ese ideario antisistema (curioso me resulta que todas compartan el mismo manager), iba a celebrarse en un lugar no habilitado para ello, sin la correspondiente autorización y menos aún medidas de seguridad que garantizaran el disfrute de todos los que presumiblemente tenían previsto asistir. Como es lógico, y no solo tras lo acontecido en el Madrid Arena en noviembre, las instancias más altas del gobierno de Madrid, al que no profeso mayor simpatía que a la babosa común, cancelaron el concierto. Creo que se lió parda en las redes sociales, aunque confieso que no he estado muy atenta al asunto. Sinceramente, me parece tan respetable el montar un concierto como el suspenderlo si el local o la convocatoria no cumplen unas mínimas condiciones legales. Por esa regla de tres, organizo una boda gitana en mi casa tamaño caja de cerillas, traigo a 300 personas dando botes y que San Cucufato se encargue de que no nos pase ná.
Me fascina esto de los antisistema, porque creo que ven solo lo que quieren ver y no pretenden ni les interesa poner las cosas en su debido contexto. Me gustaría saber qué entiende la inmensa mayoría de ellos por sistema (me imagino la respuesta); qué opinan de la violencia como instrumento de presión; de qué fuentes históricas beben; si conocen o no algo de los primeros movimientos anarquistas (tan diferentes a ellos, por cierto) y el por qué de su nacimiento; si son conscientes de que al declararse antisistema se desvinculan totalmente de cualquier corriente de derechas o de izquierdas que se encuentre dentro de lo que ellos llaman sistema; si han estudiado a los teóricos del anarquismo y, sobre todo, qué "sistema" organizativo piensan que deben tener aquellos que renuncian a englobarse en cualquier tipo de "sistema". Con las explicaciones pertinentes y expresadas de modo firme y calmado, lo mismo me hago fan.
Solo una puntualización y no es por meter el dedo en ojos ajenos: un gran movimiento siempre tiene a alguien que lo impulsa. Y ese alguien o esos "alguienes" son muy diferentes a la masa que lo integra. O, diciéndolo de otra manera, para que una rueda se ponga en marcha, hay que hacerla girar. Y, después de varios kilómetros de recorrido, conviene tener la capacidad de preguntarse quién la hace dar vueltas y con qué fin.
Ya escribí en su día un post sobre mi concepción del denominado sistema y mi aproximación a los que se erigen como enemigos acérrimos del mismo que, en su mayoría, son gente que se aprovecha, se ha aprovechado o se aprovechará de todos aquellos beneficios que les da vivir dentro de aquel al que combaten. Por ello pienso que, muchos de los que se definen de este palo, son en realidad rebeldes deseosos de abrazar la causa que ellos consideran más ajustada a su decepción, su ira y su mosqueo infinito ante una situación que no les gusta o no quieren asumir. Y, quizás, si uno dedicara algunos minutos a reflexionar sobre el por qué de las cosas y los motivos que mueven a los demás a la acción, buscando diferentes razones y puntos de vista, llegaría a conclusiones fascinantes e incluso tendría más claro cómo alcanzar ciertos objetivos. We can.


lunes, 21 de enero de 2013

Algunos hombres buenos

El otro día leí un comentario del gran Pepe Colubí sobre el anuncio ése del hombre afeitándose frente al espejo mientras una rubia con coleta le mira extasiada. Su conclusión vendría a ser que, si se hiciera una segunda parte del spot, el mismo añadiría una buena dosis de porno duro. Que la cosa promete, vamos. No puedo estar más de acuerdo, aunque disienta en el tipo de promesa que ofrece.
Para quien no haya visto la televisión o se encuentre ahora mismo contando dinero con el fin de meterlo o sacarlo de los sobres, el anuncio va de un maromo de buen ver que se afeita delante del espejo recién salido de la ducha (solo una toalla cubre sus partes nobles) mientras una dama recién levantada ordena sus ropas en el vestidor que, por lo que podemos ver, se encuentra anexo al baño, sin puertas que aíslen el cashemire de la humedad. En un momento de distracción absurdo, la rubia de la coleta, a punto de colgar algo en una percha, se queda ojiplática contemplado cómo el efebo se rasura al más puro estilo metrosexual, es decir, como si estuviera diseñando la catedral de Burgos. El resultado es que la interfecta, con los watios a mil revoluciones y caliente cual hoguera de San Juan, rompe la percha así a lo bruto y sin ser responsable de sus actos, mientras el guapo se da la vuelta divertido, pensando aquello de "porque yo lo valgo".
Reconozco que a mí me gustan los hombres de pelo en cara y ver a un tipo afeitándose no me pone sino todo lo contrario. El spot no está dirigido a gente asilvestrada como la que esto escribe. Pero me intriga ese mensaje de que, cuando un hombre te solivianta los sentidos más impúdicos, te sobreviene una fuerza bruta y te da por romper cosas para demostrar que, efectivamente, estás más que dispuesta a un revolcón o a dos. Hasta ahora creía que te entraban ganas de todo lo contrario: de unir a los enemigos, de luchar por la paz mundial y hasta de tener hijos, pero se ve que estaba equivocada y, en vez de acariciar un pepino o practicarle a una felación a un plátano para demostrar lo mucho que te gustan las frutas y verduras, contemplar a un tío buenorro te incita a romper objetos. Imagino que el mensaje subliminal de la escena es el que el señor Colubí sugiere: que la rubia y el toallero están predestinados a coleccionar orgasmos bajo las sábanas de satén, pero a mí, no sé por qué, me viene a la memoria el luchador ése al que hace muy poco su novia rompió el pene en un ataque de frenesí amatorio. A lo mejor es que antes lo vio afeitándose y, visto lo visto, el cortarse con la cuchilla no es el peor de los efectos secundarios de un buen rasurado.
Sin embargo, a mí el anuncio que me trae loca es el nuevo episodio de las andanzas de Punset por los barrios de España. Ahora, el buen sabio, en su defensa incondicional de una marca de pan, se adentra en los pasillos de un supermercado para toparse, tachán, tachán, con Leo Messi que, mire usted por dónde, andaba haciendo la compra. El planteamiento de la situación ya excede mi imaginación y creo que solo un publicista habría ideado semejante disparate entre la sección de congelados y la de cereales de un Mercadona tras hacerse un Lance Amstrong, pero ahí tenemos a las dos estrellas, cada una en su campo, afrontando un diálogo de besugos: que si supongo que tú comes bien, que no tomas grasas, que aún así deberías incluir más pan en tu dieta, que el único pan sano es el mío y que al pan, pan, y al vino, vino.
Se nota, se siente, que ambos protagonistas han sido grabados por separado y luego han "arrejuntado" las imágenes, pero es que, además, la conversación deviene en un trabalenguas infumable. Tanto, que no puedo evitar preguntarme si aquellos días que me perdí de clases de español cuando tenía 9 años, víctima de una sinusitis galopante, no me habrán pasado factura y ahora no consigo descifrar el pensamiento lógico de estos dos genios ocupados en desentrañar los átomos de una rebanada de pan. O a lo mejor es que son los nuevos Tip y Col del absurdo y a mí me falta un hervor. Lo cual me lleva a formular una fantasía inalcanzable: tener a Punset y a Messi sentados en mi mesa a la hora de cenar discutiendo sobre si la sopa está caliente y la carne poco hecha. Y ojito que no me pillen con una percha en la mano, porque no respondo...


domingo, 20 de enero de 2013

Financiación

Por lo que veo se ha montado una gorda con las cuentas B del Partido Popular, esos sobres cargados de billetes con los que las empresas (constructoras principalmente) premiaban el favoritismo de los dirigentes populares a la hora de conceder subvenciones y/o obras públicas. Las diferentes cantidades tenían, al parecer, un intermediario principal, el tesorero Luis Bárcenas que, a la postre, como rey mago untado de carbón, repartía los regalos a los niños y niñas del partido que mejor habían chanchulleado.
Toda España sabía que las concesiones de determinadas obras y servicios (no solo por parte del PP sino también de otros partidos) escondían, en realidad, una financiación ilegal. En este país de trileros, el tonto es el que no trampea. Y sí, es verdad que la justicia empezó a actuar en los ayuntamientos dirigidos por gente de pocas luces, aquellos que sacaban los fajos de billetes en las partidas de dominó o los escondían en bolsas de basura. Menudas risas. Deberían haberse leído la biografía de Al Capone para estafar con arte.
Lo que a los españoles nos saca de quicio es que este Bárcenas tenga cuentas en Suiza por valor de 22 millones de euros, que haya repartido unos pocos entre los afines y que nos haya estafado al resto por encima de nuestras posibilidades. Además de cabrearnos como monas y plantar ya las raíces para olvidarlo (nuestra memoria es de las más frágiles de Europa) tendríamos que preguntarnos quién está detrás de todo esto y sobre todo por qué; qué tipo de guerras intestinas llevan al Partido Popular, esa formación en las que sus militantes y simpatizantes aceptan las directrices como un solo hombre, a semejante comportamiento acusica cuyo fin último es dinamitar la línea de flotación del Partido.
Toda nación que presuma de democrática ha pergeñado su propia ley de financiación de partidos. Y cuando alguno se la ha saltado, la situación ha derivado en gran escándalo y pérdida irremediable de votos, como ocurrió con Cameron en el Reino Unido. Recuerdo también que, tras el descalabro de la dictadura del PRI en México, el país se empeñó en limpiar la imagen de un país chanchullero, sobre todo a la hora de votar, creando un organismo autónomo de control electoral y una nueva ley de financiación que, además, ponía especial énfasis en medir los minutos televisivos de propaganda política (recordemos que una de las mayores acusaciones vertidas contra el PRI versaban sobre el monopolio televisivo). Otras naciones, como EE.UU, tienen leyes a mi parecer más laxas pero admirablemente transparentes. Por ejemplo, todos sabemos que Donald J. Trump y Adelson, ese hombre que pretende convertir Madrid en el mayor centro europeo de lenocinio untando con ello (que nadie lo dude) las arcas del PP, son grandes contribuyentes a la causa republicana.
En España, un partido político tiene tres vías de financiación: las cuotas de los afiliados, que probablemente no darían ni para hacer los calendarios de cada año, el dinero que el Estado destina a dicha financiación y las donaciones privadas, según las cuales ninguna persona puede entregar al partido más de 100.000 euros al años. Aun teniendo el PP la cuota de afiliación más elevada, está claro que la tela de araña que ha tejido en las cloacas de la administración estatal y autonómica no se completa con las donaciones transparentes, por mucho que cuente con la simpatía de las mayores fortunas de este país. Estoy convencida de que todos, todos los partidos, han recurrido a algún tipo de financiación paralela en algún momento, pero en este caso lo que nos enfada sobremanera es la caradura de los receptores, la poca vergüenza de recortar servicios públicos amasando fortunas paralelas y la traición en el seno del partido, que convierte el asunto en una deliciosa trama de espionaje cutre.
Una amiga me decía el otro día que lo bueno de la mierda que está aflorando es que, al menos, conseguiremos desalojar al PP del ayuntamiento y la Comunidad de Madrid. Permitidme que lo dude. Y lo dudo, no porque los señores y señoras de derechas no hagan méritos para recibir una sonora patada en el culo, sino porque no tienen oposición. Cuando la oposición se divide en grupos, pseudogrupos y miles de partidos como los que nacen al calor de la crisis, por mucho que baje el número de votos del partido mayoritario, la cantidad final de los mismos siempre será mayor que las diferentes migajas destinadas al resto de formaciones.
En mi opinión, nos encaminamos cada vez más a la italianización de la política española, con una izquierda dividida y a la greña y una corrupción campante y hasta consentida. No digo yo que en España tengamos grupos "mafiosos" (recordemos que en Italia la Mafia es solo uno de las bandas dedicadas al crimen organizado) con tanto poder como para controlar la administración, pero a nivel de corruptelas estaremos ahí ahí. Además, nos encontramos en una situación tal que muy pronto empezaremos a manifestar una peligrosa querencia por el político autoritario y paternalista, aquel que como estadista deja mucho que desear pero cuya fortuna personal nos lleva a pensar que, con lo que tiene, será incapaz de robar al pueblo que lo encumbró. Nunca digas nunca jamás.

Y aunque no venga al caso, dejo un clip de una de mis películas favoritas, Velvet Goldmine, con Ewan McGregor haciendo una especie de remedo de Iggy Pop. Porque él lo vale.


sábado, 19 de enero de 2013

Sexo, mentiras y cintas de vídeo

He oído por ahí o he leído en algún lado que un anónimo pide 600.000 euros por las fotos de la primera boda de Letizia, princesa de Asturias. No sé que de nos extrañamos: en los tiempos que corren, si yo hubiera ido al festejo también intentaría colocar las Polaroid: para un regalo que te da la vida, no hay que hacerle ascos.
Entiendo la curiosidad pública por aquella primera ceremonia que, tal y como ha avanzado la sociedad, no tiene más importancia que perder la virginidad antes del matrimonio. Quiero decir que, a estas alturas de los siglos, cada uno se puede casar las veces que le de la gana siempre y cuando tenga dinero para agasajar a los más cercanos. Lo que sí me parece desorbitado es el precio: salvo que los invitados a tan magno acontecimiento hubieran pimplado garrafón del más cutre y retozado en una cama redonda a ritmo de Los Pajaritos, no entiendo que las instantáneas se coticen tan alto en la Bolsa del cuore. Tal vez porque los álbumes de boda siempre me han parecido cansinos y absurdos. Lo que viene siendo un coñazo.
Por otro lado, también he oído o leído que Brad Pitt anda ofreciendo una millonada por un vídeo de su querida Angelina en la que ésta, en sus tiempos más díscolos, aparecía ligera de ropa y pasada de sustancias. Dicen los bien pensados que lo hace para que sus hijos no se metan un día en internet y contemplen imágenes impropias de su madre. Para empezar, yo les diría que ni se les ocurriera ver aquella película titulada Gia y en la que Angelina aparecía desnuda y manteniendo relaciones sexuales con una mujer pero, bueno, cada uno en su familia pone las normas que le da la gana.
Sinceramente, colocando las cosas en su justo contexto, no entiendo por qué el bueno de Brad anda ahora mesándose los cabellos e intentando elevar a su santa a los altares. Tal y como ha sido la trayectoria de Angelina, una servidora consideraría hasta normal que todo norteamericano medio conservara en su videoteca alguna cinta de la bella puesta de farlopa y ejecutando mohínes que no se podrían mostrar en misa. Nada raro teniendo en cuenta lo que les gusta a las aspirantes a actrices o socialités norteamericanas alcanzar la gloria a través de vídeos caseros, cutres y, por qué no decirlo, salchicheros.
Es tan habitual que cada actriz y actor tenga su cinta pseudoerótica de andar por casa que el resto de los mortales nos sentimos prácticamente escoria. En el apartado personal, confieso que nadie me ha propuesto jamás hacerme fotos en posturas eróticas ni, mucho menos, rodar un vídeo porno, lo cual me lleva a pensar que me encuentro en los lugares más bajos de la pirámide social, justo al lado de los ladrones de supermercado y un poquito a la izquierda de los cachorros del PP que van a Cuba a conspirar con resultado de homicido involuntario. Eso o que mi sex appeal es similar al de un cáctus, que también puede ser.
Pero sin entrar en turbios asuntos personales, siempre me ha llamado la atención que señoras de buen ver y dudoso pensar como Kim Kardashian y Paris Hilton alcanzaran la gloria a través de esas cintas pornochonis. Creo recordar que ambas han rodado más de una, imagino que para garantizar una correcta distribución universal del engendro. Y, sin embargo, ahí las tienes, convertidas en personajes a imitar y a las que algunas revistas que van de feministas les dedican portadas y entrevistas en el interior. Amiguitas y amiguitos, digan lo que digan estas tronistas de la sensualidad boatiné, no lo llevéis a la práctica en casa: solo funciona con gente de pocos escrúpulos y culo en pompa. O con las llamadas chicas Disney, cuyo final de la adolescencia suele estar marcado por imágenes "hot" tomadas con el móvil frente a un espejo y convenientemente publicitadas a través de cuentas fake de Twitter.
Antes, tener un novio cabrón que reprodujera por ahí tus fotos en bolas era una desgracia; ahora es una suerte. Sobre todo porque, si no alcanzas el Olimpo mediático, siempre puedes demandarle. Y a quien esto escribe, firmemente creyente de que la intimidad es precisamente lo más auténtico y especial que tiene una persona, convertirlo en mercadeo me sigue pareciendo algo inaudito y sorprendente. Incluso iría más allá: poner nuestro cuerpo al servicio de delirios ajenos en forma de imágenes tiene un pase, pero hacerlo sin photoshop... Para cortarse las venas y trenzar rastas.
Volviendo al principio, otra cosa sería si la Letizia de nuestras entretelas hubiera grabado un vídeo guarro en el que, tras dar un notición que te cagas se subiera a la mesa y se bajara el traje pantalón. Pero no creo que la mujer haya estado por la labor. Así que sigo sin entender el interés que puede suscitar verla cortando la tarta con un señor o brindando por la paz universal y esa cosa tan graciosa de hasta que la muerte nos separe. Será que tengo unos gustos muy desviados. Será.



viernes, 18 de enero de 2013

Juego de tronos

La editorial Planeta ha publicado un libro llamado El fracaso de la monarquía que tiene por objeto demostrar que nuestro régimen de una monarquía democrática no es el más adecuado para que el futuro de España, de tenerlo (esto último lo digo yo) vaya por buen camino. Entre otros asuntos, el libro comenta que Don Juan Carlos simpatizó con la izquierda española con el objetivo de disimular o correr un estúpido velo sobre su pasado franquista. Y bastante cosas más que a nuestro rey lo mismo le habrán sentado como un mordisco de elefante en los reales bajos.
El autor de este tratado de malos hábitos "coronarios" es Javier Castro Villacañas, un señor nada sospechoso de ser progresista sino todo lo contrario: es abogado y periodista y colabora o ha colaborado, entre otros medios, con La Razón, ABC e Intereconomía. Tras ver semejante currículum podríamos deducir que en Castro tenemos un gran afecto a la realeza en general y nuestra monarquía en particular pero su escrito, del que solo he leído la hoja de promoción que suelen enviar las editoriales, parece inclinarse por lo contrario, llegando a decir que la monarquía juancarlista ha derivado en una crisis institucional coronada por la falta de libertad política y democrática actual y la pérdida de la conciencia nacional (en esto último no voy a entrar porque ya de todos es sabido que mis orígenes han parido una opinión muy peculiar sobre el tema de las comunidades autónomas).
Tal pareciera que, aunque tomando distinto camino, Javier Castro llega a la misma conclusión que muchos partidos de izquierdas: la necesidad de abandonar el régimen monárquico e instalar o instaurar la III República. Lo cual me lleva a barruntar una idea a la que continúo dando vueltas desde hace unos cuantos meses, y que no es otra que el que esta pseudoconspiración afanada en sacar los trapos sucios del monarca y su familia sería en realidad una trama urdida por la derecha más recalcitrante para desalojar al monarca del trono y poner a un presidente ad hoc al mando de este nuestro país.
Díganme si el embrollo no pinta bien: con una izquierda dispuesta a hacerle el juego político incluso sin darse cuenta y una sociedad que, poco a poco, vira hacia parámetros republicanos, a los más conservadores, ávidos de poder, una vez tomadas la mayor parte de las administraciones del Estado solo les quedaría asaltar la última de ellas que no es otra que la corona.
Es muy curioso que, por ejemplo, el diario El Mundo, bastante lejos de la ultraprogresía, fuera el que mayor hincapié pusiera en destapar las argucias de Urdangarín, el yerno de monarca. Resulta hasta sospechoso que, a raíz de todo ello y con la opinión pública calentita, empezaran a salir detalles poco amables sobre la vida privada de Don Juan Carlos, sus asuntos de cama y hasta sus gastos, que de la nada aparecieran tantas voces discordante y que comenzaran a interpretarse de muy diversa manera decisiones o actuaciones que el rey acometió en el pasado. ¿Lo bueno de mi peregrina teoría? Que, según ella, no interesa que el yerno real se vaya de rositas de su intríngulis judicial, sino que haya una condena en firme para mayor escarnio de su familia política.
De todos es sabido que José María Aznar jamás simpatizó con Don Juan Carlos sino todo lo contrario. Y que sigue ahí agazapado, a la espera de no se sabe bien qué sin que parezca que su ambición vaya a ser ocupar de nuevo el cargo de presidente recogido en la Constitución. Un hombre de derechas, de los que se visten por los pies, no dimite ni hace ascos a un puesto en lo alto salvo flagrante delito o motivos muy personales, de ahí que la actitud de Aznar resulte hasta extravagante. Lo mismo se puede decir de Esperanza Aguirre, cuya retirada siempre hedió y que continúa ahí, cazando talentos y soltando perlas muy parejas a las que solía pronunciar el señor de los mil abdominales y, de paso, criticando a la esposa de éste y alcaldesa de Madrid en cuanto le ponen un micrófono delante. La presidencia de una república es, ya digo, muy, muy golosa.
También me sorprende que el príncipe del pueblo (Felipe de Borbón, no Jorge Javier Vázquez) de repente haya mostrado cierto afecto público hacia personalidades e instituciones conservadoras a las que hasta la fecha no parecía tener el mínimo apego. Está claro que el ser de derechas es muchas veces una cuestión de estatus y, por lo tanto, Felipe debería ser por cuna uno de los suyos, pero tanto amor repentino solo acontece en las películas más ñoñas.
En Todos los hombres del presidente, Garganta Profunda les dice a Berstein y Woodward que sigan la pista del dinero. Y en este país el dinero ha estado siempre en manos de los mismos y si no, que alguien hojee la prensa de hoy o vea los informativos de estos últimos días. Estoy plenamente convencida de que a muchos poderes fácticos les interesó mantener una monarquía de paja hasta que dejó de interesarles, porque han visto que la recompensa de no tenerla es mayor que las ventajas de conservarla.
Así que, según mi precaria teoría, aquí estamos todos, rojos, azules y colorados, persiguiendo idéntico objetivo sin tener en cuenta que la consecuencia de nuestra lucha última va a ser que unos pocos se pongan morados. Y no precisamente los más sospechosos de lucir un espíritu democrático y una conciencia social. Pero, bueno, como ya digo, éstas son solo ideas de una tía rara que escribe un blog y que ha visto muchas películas. Y no precisamente de amor.


miércoles, 16 de enero de 2013

Espía como puedas

Nunca he sido muy fan de los payasos. Ni de los de la nariz colorada y zapatones ni de los que acampan en la vida real y se convierten en los reyes de la pista con gracietas muy poco graciosas. Y, sin embargo, reconozco que los llamados payasos de la tele (Gaby, Fofó, Fofito y Miliki) marcaron mi primera infancia con sus canciones llenas de rimas pegadizas y sketches absurdos. Desde el púlpito cojo y carcomido de la edad, contemplo alguno de aquellos revival y me entra la nostalgia de las tardes de bocadillos de nocilla, uniforme de colegio y despreocupaciones infantiles.
Pero, a pesar de la inconfundible morriña, debo de dar saltos de felicidad (sí, como si fuera en “el auto de papá”) porque la vida me ha concedido una segunda oportunidad. En estos momentos en los que me agarro a las segundas oportunidades cual Oso amoroso a Tarta de fresa, es gratificante comprobar que el espíritu de los payasos continúa vivo y que los alegres chicos y chicas del PP han decidido resucitar el simpático y alegre espíritu que la tele en colores nos quitó.
Díganme ustedes si no es para partirse la caja asistir a esta comedieta de espías que se han montado nuestros insignes gobernantes, con un actual presidente de la Comunidad de Madrid, que entonces no lo era, mandando a sus huestes a vigilar a quien antaño ocupaba tal cargo y que resulta que ahora es Ministro de Justicia. Como tal, imagino, no ve delito en espiar al prójimo, tal vez porque el espía espió demasiado y descubrió cosas que harían palidecer hasta a los replicantes de Blade Runner. Para estos chicos, el echar un vistazo a las cosas ajenas es como para mí el dormir: algo que les sale de natural y lo practican en cualquier parte. Pero si yo cuando duermo soy tan sexy como Napoleón vestido de lagarterana, los peperos demuestran un arte parejo a la hora de meter la narizota apinochada donde no les llaman. El último ejemplo, esa dama de derechas a la que han descubierto in fraganti mientras hurgaba en los cajones de Esquerra Unida. Se ve que la señora se creía el Superagente 86 y, zapatófono en mano, se dedicó a la innoble tarea de buscar ficheros físicos cuando todos sabemos (por las películas, más que nada) que aquí la lana se parte en los discos duros de los ordenadores y en los USB reconvertidos en llaveros para el bolso. Pero, bueno, imagino que quienes nos gobiernan son conservadores hasta en eso.
Paralelamente a este sketch tan gracioso, se está desarrollando otro igual de divertido o incluso más: el del ex tesorero del PP, Luis Bárcenas, imputado en casi todo lo imputable y por cuya inocencia, el santo Rajoy puso en su día la mano en el fuego. Nuestro presidente debe de tener la extremidad de acero galvanizado, porque acabamos de conocer que el pillo de Bárcenas tenía 22 millones de euros bien escondidos en una cuenta de Suiza. Recordemos que el abogado de aquí el figura declaró hace un tiempo que los viajes a Suiza de su defendido obedecían a la necesidad de esquiar, debido a que el tal Bárcenas era un extraordinario "montañista". A lo mejor quiso decir montajista, pero en un alarde de patriotismo hispano se le coló la ñ. Más alto, que no oigo las risas.
Y ya, como fin del capítulo de hoy, recordar a todas los niños y niñas que los millones que la Comunidad de Madrid, PP mediante, va a ahorrarse privatizando servicios de la Sanidad Pública son los mismos que pretende dedicar a promocionar esa memez de Juegos Olímpicos que, supongo, se celebrarán en la capital cuando las ranas orinen calimocho. ¿Cómo están ustedes? Descojonados.


martes, 15 de enero de 2013

Match point

Reconozco que no soy una persona ágil y que haría un dignísimo papel en el bando de los torpes si la torpeza contara para nota. A cambio soy muy flexible (físicamente, me refiero, porque mentalmente tengo mis dudas), pero ello no compensa tantos años de mirar cómo otros, y sobre todo otras, se manejaban con soltura en deportes que una servidora se moría por practicar. Y no es que no entrara al trapo, digo a la pista: es que el intento no bastaba para colmar esa desazón del que quiere y no puede.
Una vez que asumí que hacer el ridículo era parte de la existencia humana y que nadie se libra de pasar vergüenza más temprano que tarde (sobre todo en la adolescencia; ¡menuda época!), la tarea de comprender que jamás sería convocada para unos Juegos Olímpicos como no fuera para limpiar las pistas se me hizo más llevadera. En compensación, me di cuenta de que era razonablemente buena en otros campos, que a lo mejor no me reportaban reconocimiento público, pero como tampoco lo he buscado nunca, aquí paz y después, un chocolate con churros.
Sin embargo, admito que siempre me ha quedado la comezón de no haber sido jamás la primera opción (ni la segunda, ni la tercera, ni la cuarta... ) de los líderes encargados de formar equipos para jugar a juegos infantiles, ya fuera el balón prisionero o el salto de comba. Siempre me quedaba ahí, al rebufo de quienes yo sabía más habilidosos y a quienes envidiaba por ello. De ahí que, cuando te escogían porque entre las opciones restantes solo había un manco, un ciego y un cojo, y, encima, tenías el día redondo, la satisfacción personal era tan grande que la vida se volvía maravillosa de repente. No es que me haya ocurrido en muchas ocasiones, pero, quizás porque el número de jornadas fantásticas fue exiguo, todavía rumío la felicidad de aquellos días en que metía todas las canastas o me quedaba la última en el campo jugando a balón prisionero. Cada uno mide la dicha personal con la cinta métrica que la vida le ha dado.
No obstante, confieso que, si algo me apetecía o me gustaba, he intentado siempre participar y no quedarme como simple espectadora. Aun a sabiendas de que tenía todas las de perder. Y esas ganas de querer entrar en la acción me han acompañado siempre, de ahí que no me siente nada bien quedarme a las puertas de nada. Pienso que las partidas que te pone la vida por delante hay que jugarlas, incluso aunque sepamos que solo puede haber un ganador y una colección nada desdeñable de perdedores. Lo que ocurre es que para mí, el concepto de perdedor es relativo, porque considero como tal a aquel que no ha tenido el valor de jugar mucho antes del que lo ha hecho y no ha obtenido buenos resultados. Más que al ganador, admiro al mejor perdedor.
Lo que me cabrea soberanamente es que la vida te ponga el juego delante y nadie te elija para su equipo. Y esto, lamentablemente, es algo que nos sucede de continuo. Por ejemplo, cuando surge cualquier oportunidad laboral y ni siquiera nos llaman para una primera toma de contacto; cuando sabes que conectas con una persona (sea el tipo de conexión que sea), pero ésta no te permite entrar en su vida invocando motivos espúreos; cuando la gente te niega su confianza prefiriendo a otros más altos, más guapos y, solo a lo mejor, más inútiles, etc... A mí, al menos, no me asusta la competencia o hacer el ridículo y caerme de bruces en mitad del campo, si no que se me niegue la posibilidad de, ni tan siquiera, chupar banquillo.
Veo las elecciones que hace la gente (laborales, personales, sentimentales...) y en muchos casos me quedo pasmada. Creo que la mayoría obedecen a la necesidad de un triunfo tan rápido como efímero cuando, en realidad, nunca una sola batalla ganó la guerra. La necesidad de solventar la papeleta, de ir a lo seguro, nos hace cerrar los ojos a las personas y a la realidad que nos acompaña día a día, dura, surrealista pero, a veces, hasta bonita.
Ahora mismo, en ciertas ocasiones ya no me importa ser la última de la fila, aquella a la que solo eligen porque no les queda de otra. Lo que me interesa de verdad y en lo que centro parte de mis energías es en que me den la oportunidad de ponerme en la fila y salir a jugar. Por eso tengo en tan alta estima a las personas que me ven y no solo me miran, que me valoran por capacidades que ni siquiera yo misma soy consciente de poseer, que saben que a lo mejor soy una atacante mediocre y poco lucida, pero una defensa entregada. Admiro a aquellos que, aun asumiendo que nunca seré una estrella en nada, me admiten en sus vidas, en sus equipos y me permiten entrar en el juego. Después, ya me encargaré yo de intentar jugar bien… por la cuenta que me trae.


lunes, 14 de enero de 2013

Tango feroz


Si alguien echara un vistazo a mi país así, sin saber nada de historia ni mucho menos de geografía, tendería a pensar que vivo en una ex colonia, de ésas donde la herencia de los virreinatos ha parido y continúa pariendo gobiernos despóticos, cegatos y muy poco ilustrados. 
Me resultaría tremendamente complicado explicar a un profano los sucesos que acontecen en este trocito del llamado primer mundo, que un día incluso tuvo la osadía de sentirse parte de un grupo de grandes naciones (en poderío, pero no en humildad) cuyo nombre empieza por G y a la que sigue un número, grupo que engloba a los más listos de la clase, que no siempre coinciden con los más inteligentes. Nosotros nos creímos listos, sin caer en la cuenta de que solo "íbamos de" y que estábamos de más en las reuniones del embajador, incapaces de agarrar la taza de té con dos dedos y de cruzar las piernas sin que se nos vieran las vergüenzas. Es lo que tiene ser bajito, moreno y cabreado y no saber idiomas.
Si uno es consciente de que fuimos como una especie de pariente rico y cateto que se gastó la lotería en antros de lucecitas, resulta más fácil explicarle a un ajeno que, por ejemplo, un ex político, muy atildado él, que puso todos sus esfuerzos en privatizar gran parte de la sanidad pública de la Comunidad de Madrid, es ahora el adjudicatario y, por lo tanto, máximo beneficiario de los servicios que un día fueron de todos nosotros y que ahora le están reportando unos réditos nada desdeñables a través de su privadísima empresa, obligando a los que ahora debemos pagar por ellos a untarles a él y a su señora esposa. Sí, esa misma rubia, hija de presunto, que hace unos meses se desmelenó en su escaño y entonó aquel poético "¡que se jodan!", lema de la derecha más chusca, dirigido a todos los españoles que la sufrimos a ella y a su panda de pocholos y pocholas.
Pero ni aún intentando pasar por tontos para justificar que, año tras año, elijamos a los mismos mentecatos en sufragio democrático, me parece improbable que un ajeno a nuestras cosas comprenda que la amante del rey, ese tipo campechano al que tanto amamos porque nos obliga la Constitución, haya sido colaboradora a sabiendas de los desmanes, desmadres y supuestos robos del yerno del monarca, convirtiendo a los Borbones en una familia muy al estilo Dallas, que en lugar de gorro de cowboy luce una corona del Burger King que les viene grande.
Asimismo, tiene su aquél tratar de explicarle a un profano que un cachorro del Partido Popular se largó a Cuba intentando emular a Bond, para derribar al castrismo con una cáscara de pipas y un chupa-chups. Este individuo, que maneja un vehículo de cuatro ruedas como si estuviera en la pista de autos de choque del pueblo más cutre, se cargó a su cómplice necesario en la aventura mientras iba al volante, cometiendo con ello un homicidio y yendo a parar a las cárceles cubanas que, según el PP, son como las de El expreso de medianoche pero en versión salsa. Y como aquí el que no corre vuela cual gaviota de derechas, el gobierno se ha dado más prisa en liberarle que él en estrellar su coche contra un árbol. Todo esto mientras cientos de presos españoles llevan años pudriéndose en cárceles extranjeras sin haber matado jamás a una mosca, voluntaria o involuntariamente. Panda de rojos.
Pero la cosa no queda aquí: se me caería la cara de vergüenza procurando hacerle entender a un extranjero que el partido que nos gobierna, pasmado ante una de las mayores catástrofes ecológicas que ha acontecido en nuestro país (me refiero, obviamente, al hundimiento del Prestige en la costa gallega) dijo, por boca de una de sus autoridades, aquello tan bonito que aparece recogido en el sumario más o menos de esta guisa: "Intentemos que parezca que estamos haciendo algo para que no noten que, en realidad, no estamos haciendo nada". Para mear y no echar gota... de petróleo, claro.
Difícil también hacerle comprender a alguien que una televisión pública, como la de Madrid, financiada con dinero de todos, se dedicó a ningunear al personal fichando solo afectos al régimen que no hacían nada, salvo vivir bien y dorar la píldora a quien tenían que dorársela. Como resultado, la cadena se ha ido a la bancarrota arrastrando a la precariedad a más de 800 trabajadores y casi otras tantas familias mientras permanecen en sus puestos aquellos que el partido considera valedores de la causa más noble: la suya. Todo dentro de un medio plural y de servicio público. Imagino que con la expresión servicio público se refieren a ese agujero donde se acaban depositando los orines y aguas mayores.
Podría seguir, pero no tengo el órgano reproductor para farolillos y, además, los repasos siempre me han parecido cansinos. Mucho más si te toca la desgracia de tener que leerlos. Total, todo se resume en apenas una decena de palabras: vivimos un drama, una especie de cambalache en el que el gobierno toca el bandoneón y nosotros bailamos a su son. Suerte de tango de música triste y letra angustiosa. Un tango feroz.