domingo, 25 de noviembre de 2012

Tonto el que no vote

Hoy domingo se celebran las elecciones catalanas. Solo unas cuantas pinceladas sobre el tema: al mismo tiempo que la identidad nacional, entendida como un conjunto de costumbres que definen a un pueblo a lo largo y ancho de su historia, me parece un tesoro que hay que preservar, los nacionalismos, desde el punto de vista económico, político e incluso racista, me resultan anacrónicos con la tendencia universal a la globalización. Por otro lado, la controversia del idioma y su utilización como arma arrojadiza se me antoja patético y paleto; si tanto defendemos nuestra lengua particular como única y verdadera, no entiendo qué hacemos vascos, catalanes o gallegos aprendiendo inglés, por ejemplo. ¿Que lo necesitamos para trabajar y progresar económicamente? Ah, claro, entonces sí que lo vemos bien, pero, mientras tanto, nos afanamos en reducir el universo cognitivo de nuestros hijos a la mínima expresión. Incongruente a la par que estúpido. Por último, en el caso catalán, sea cual se el resultado, debe y tiene que haber un referéndum. Hemos llegado a un punto, o una promesa, de no retorno. Y después, esa clase política que ha comerciado con los votos al precio del miedo y el descontento, que apechugue con las consecuencias de sus actos. Pero no quiero abandonar el tema a su suerte sin un último anexo: Artur Mas no me interesa nada, pero nada, como personaje político. De la misma manera que siento una especie de fascinación friki por Jordi Pujol, Mas no me despierta ni frío ni calor, salvo cuando lo imitan los chicos de Polonia, que entonces hasta me río. Sí, soy de aquellas personas extravagantes que escuchan hablar catalán en la intimidad sin haber nacido ni vivido en Cataluña. Y no es el único idioma.
Pero, al margen de lo que ocurra hoy, estas nuevas elecciones, seguro, vendrán a complicar aún más el panorama político español, donde ordena y manda con mayoría absoluta un partido al que, oh sorpresa, parece que nadie ha votado. Y, por lógica, debería de ser así. Porque si el Partido Popular, siendo una formación que se ha distinguido por predicar la bonanza económica de una determinada clase social, que jamás se ha destacado por sus acciones en favor del bien común y cuyos cabezas visibles han enarbolado siempre su escasa o nula tolerancia, su ínfima capacidad de diálogo y  su favoritismo hacia los poderes que los han aupado, está donde está, entiendo que es porque en este mi país hay más como ellos que como yo, por ejemplo. Es lógico creer que si un partido que gobierna para los ricos gana de calle unas elecciones es porque hay muchos ricos que les han votado. O ingenuos que piensan que, por concederles el derecho a gobernar, van a formar parte del club. Antes quítate esas zapatillas blancas raídas y gástate el subsidio de desempleo en unos Louboutin, por favor.
Es obvio que en estas manifestaciones multitudinarias en las que Cristina Cifuentes solo ve a cuatro descerebrados haciendo botellón hay mucha gente que votó a la derecha y que, probablemente, la volvería a votar. Lógicamente, tienen todo su derecho a manifestarse; el mismo que a hacer examen de conciencia sobre el llamado voto útil, ése que usamos para echar a quien no nos gusta y poner en el poder a quien nos va a dar aún más por culo. Sin embargo, estoy convencida de que, si ahora mismo, hubiera elecciones en la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid, volvería a ganar el PP. Sí, como el caso gallego al que tanto criticamos. No importa que Ana Botella e Ignacio González no sepan hacer la o con un canuto y estén claramente manejados por otros y otras; podrán equivocarse mil veces, destruir nuestra sanidad, nuestra educación y nuestra justicia que ellos y aquellos que nos venden en su nombre, volverían a ganar. Y, en gran parte, lo lograrían porque muchos madrileños se quedarían en sus casas pensando que la abstinencia es la mejor y más cómoda forma de protesta, cuando, en realidad, es la mejor y más cómoda forma de perpetuar en la poltrona al partido dominante. Hasta que eso no se nos meta en la cabeza, España va a seguir perdiendo capital económico, capital social y capital humano. Reconozcámoslo: gran parte de la culpa es nuestra, por no ejercer el derecho al voto al modo de una auténtica democracia participativa.
En el caso de las elecciones gallegas, el partido Escaños en blanco, que abogaba por la inutilidad del voto, sacó más rédito que el pedazo de formación controlada por el pedazo de estadista que es Mario Conde. Para que los "sistemáticos" entienda, promovían el rechazo al sistema dentro del sistema, pero hubo gente que salió de sus casas para votarles. Nada que objetar a esta forma de protesta. Los españoles nos relacionamos mediante la queja (atraemos a los demás dándoles pena o erigiéndonos en falsos líderes que aglutinan de boquilla las quejas de los demás), pero hasta ese ejercicio de protesta necesita un poco de acción por nuestra parte para lograr unos resultados medianamente visibles. Me pregunto si esto, además del inglés, no habría que enseñarlo en las escuelas...


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