lunes, 30 de abril de 2012

Tres son multitud

Reconozco que me he equivocado. En mi apreciación de las elecciones presidenciales franceses estaba convencida de que Marine Le Pen iba a jugar un mero papel de convidada de piedra, tal vez porque no me parece un personaje de una entidad política de relumbrón y sus propuestas me resultan, directamente, demenciales.
Pero hete aquí que esta Europa en la que vivimos no es precisamente una Europa ideal, donde idearios más allá de la ultraderecha, como los que defiende Le Pen, serían relegados a las últimas páginas de las revistas satíricas. La Europa que nos ha tocado sufrir está desquiciada, tiene miedo y es caldo de cultivo para programas absurdos, abiertos a propuestas tan inmorales como algunas de las que alberga el Frente Nacional.
Gracias a su extremismo, a su apología del miedo y a sus alardeos apocalípticos, Marine se ha convertido, creo que incluso para su propia sorpresa, en la bisagra que va a articular el duelo final entre el socialista Hollande y el desgastado Sarkozy, a quien hasta su principal valedora, Angela Merkel parece que le ha dejado de mirar con ojitos tiernos.
Así están las cosas: un duelo entre dos fajadores arbitrado por una mujer, cuyas propuestas racistas, cavernícolas y antieuropeístas sobrevuelan lo que les queda de campaña, como una nube que amenaza con ponerse a jarrear en cualquier momento. Ante este panorama, la estrategia está clara: Hollande no puede abrazar ninguna de las consignas de los nacionales porque iría en contra de los principios más básicos del socialismo francés. Por su parte, a Sarkozy, moviéndose a la desesperada, parece que le da igual que le da lo mismo hacer una caída de ojos a los seguidores de Le Pen, quienes se han venido arriba tras los magníficos resultados conseguidos por su "lideresa".
Estoy convencida de que Marie Le Pen carece de carisma y personalidad política. Es una de esas figuras surgidas al calor de un líder  (en este caso su propio padre, lo que tiene aún más delito) y aupadas a lo más alto ante la carencia de alguien mejor, uno de los patrones que se repite mucho últimamente en el continente (salvando las grandísimas distancias, aquí tenemos a Pajín o a Chacón, de lo bueno lo mejor). Pero, sin embargo, cuenta a su favor con unas propuestas reaccionarias y una ideología capaz de calar hondo en los más desfavorecidos y descastados, que cada día son más.
Siguiendo dicha línea, resulta impensable que una Marie Le Pen surja en época de bonanaza, pero, para mi descrédito, se ve que consigue reunir un gran número de palmeros en épocas de crisis. No sé por qué debería extrañarme algo así después de haber sido testigo de la absurda mayoría absoluta del Partido Popular en España... Nunca aprendo.
Dicho lo cual, el problema no está en esta lucha fratricida por ganarse a los votantes de Le Pen, sino en comprobar qué partido promete hacer realidad alguna de sus propuestas si llega al poder. Sarkozy, quien parece haber perdido el Norte, el Sur, el Este y el Oeste en su pelea ya personal por perpetuarse en el republicano trono, parece dispuesto a todo. Y no debería, porque semejante aceptación de imposibles implica cargar con una hipoteca que jamás podrá cumplir y que le acabará pasando factura. Una cosa es decirles a los ultraderechistas "os escuchamos y valoraremos vuestras inquietudes; en nosotros siempre vais a tener un interlocutor atento" y otra "si me votáis os pongo un piso".
Y mientras Hollande anda con la mosca tras la oreja y a Sarkozy solo le falta poner a la Bruni en tanga a cantar en los mítines, Marine Le Pen se convierte en chica de póster y una de las mujeres más influyentes de su país. No, Nicolas, no solo tu muy mentada España tiene la enorme capacidad de hacer el ridículo delante del mundo mundial... Sigue con tu desquiciada caza de votos y ya veremos quién ríe aquí el último.

domingo, 29 de abril de 2012

Que los detengan

Tiempo atrás atronó en nuestros oídos una canción llamada "del verano" que decía algo así como "que la detengan, que es una mentirosa, malvada y peligrosa" etc, etc. Hablaba de mentiras, falsedades y de una mujer a la que había que echar de comer aparte. Porque si algo nos enseñan desde pequeños es que mentir es malo. Lo curioso es que nos dicen lo mismo de otros verbos de acción como matar, robar... pecadillos que nos cuidamos muy mucho de cometer por lo que pueda pasar, mientras que mentir, lo que se dice mentir, lo hacemos a punta pala.
De niños mentimos por miedo. Miedo a decepcionar a nuestros padres o amigos y miedo también al castigo que seguramente nos caerá tras admitir la verdad. Con los años, el concepto va evolucionando y entendemos lo que es la mentira piadosa, el mentir para no defraudar, para manipular o para evitar un mal mayor, ya no solo nuestro, también de otros. Todos lo hacemos alguna vez, con más o menos destreza y en menor o mayor medida.
Pero una cosa es mentir y otra dejarse engañar. Son muchas las ocasiones en que sabemos que alguien nos la está metiendo doblada, pero nos callamos, la mayor parte de las veces por tener la fiesta en paz y otras por ver a dónde conducirá esa situación. Somos así de retorcidos. Imagino que esta convivencia tan alegre con las verdades a medias y las medias verdades es lo que nos lleva a aguantar con estoicismo los despropósitos de nuestro gobierno, que nos la endiña una y otra vez aun sabiendo que les hemos pillado en mil renuncios.
No me extraña que los españoles desconfiemos tanto del oficio de la política. Pero una cosa es desconfiar y saber que un político miente casi por derecho y otra entender que lo que está haciendo el PP con nuestras cosas es un mal menor. Porque se puede justificar un recorte o incluso dos, pero no es de recibo que nos hagan tragar semejante sarta de trolas: que si no quiero el copago y ahora sí, que si no subiré el impuesto y ahora también, que si no aumentaré el IVA y ya estoy tardando, etc., etc.
Viendo el vídeo del PSOE sobre las patrañas que nos endosó el PP durante la campaña electoral nos damos cuenta de que, sean cuales sean las siglas que han pergeñado semejante docudrama, las hemerotecas están para algo, en este caso demostrar que nos gobierna una cuadrilla de tahúres para quienes la mentira es el deporte nacional. De hecho, tirando de archivo, resulta extremadamente difícil encontrar una verdad en el discurso electoralista de Rajoy y los suyos. Pero lo peor no es eso; lo más malo es comprobar cómo tenemos unas tragaderas que ni Linda Lovelace en su mejor porno.
Y es que hemos llegado a un punto de anestesia general en el que entendemos que los partidos políticos están presentes en nuestra sociedad para violar las promesas nada más llegar al poder. Y no es así. De hecho, en otros países con mayor autoestima, a la primera mentira ya montan una revolución. Pero en España no: dejamos que nos la endiñen una y otra vez porque, a lo mejor, hasta nos lo merecemos. Me niego a creer semejante barbaridad. Estos señores que nos gobiernan no son ni nuestras familias, ni nuestras parejas ni nuestros amigos más íntimos, así que no tenemos por qué perdonarles nada y mucho menos la vida política. No se puede engañar a un país para llegar al poder y luego escupirle en la cara todas las supuestas buenas prácticas que les llevaron donde están. De hecho, semejante argucia inmoral debería estar penada. Alguien tendría que crear un organismo autónomo que vigilara el correcto cumplimiento de lo prometido. Sería la única forma de que a algunos no se les fuera la olla jurando en balde para, segundos después, decir que donde digo digo, digo Diego.
El único consuelo que nos queda es que esto, tarde o temprano, estallará por algún lado. Y que Rajoy y su sarta de mentiras acabará hundiendo al PP, convenciendo a artes y partes de que esta panda es justo lo que parece: un grupito de ultraconservadores (aunque fastidie, éste es el epíteto por el que son conocidos en el resto de Europa) sin escrúpulos dispuestos a engañar hasta a los suyos por un puesto en la administración. Que no digan entonces aquello de "qué habré hecho yo para merecer esto". Todo, compañero, todo.

sábado, 28 de abril de 2012

Piensa en mí

El otro día me puse en contacto con alguien a quien no veía hacía bastantes meses. No sé decir por qué, pero me apetecía mucho y descolgué el teléfono. Después de los saludos de rigor, esa persona me dijo: "no sabes lo mucho que he pensado en ti". Me quedé a rombos. Sobre todo porque, si has pensado tanto en mí, por qué no me has llamado o has intentado hablar conmigo.
En lo que a mí respecta, reconozco que si estoy convencida de que a la otra persona le supone un coñazo retomar charlas conmigo, le voy a dar la lata cuando no le apetece nada saber de mí o que lo que menos le interesa en este momento es tenerme cerca, me abstengo de aparecer en su vida aunque solo sea para saludar. A todos nos ha ocurrido: cuando tus tripas te dicen que es mejor pasar, bien porque el individuo no piensa jamás en ti, bien porque no le parece procedente retomar un lugar en tu vida, lo idóneo es meter la nariz en tus propios asuntos y mantenerla ahí, a salvo de resfriados. Pero, normalmente, esta actitud tiene fundamento; se ha basado en algo que ha ocurrido y que ha ido, no evolucionando, sino involucionando hasta enrarecer el ambiente, convirtiéndolo todo en una niebla espesa de ésa en la que no te das cuenta de que hay alguien a tu lado hasta que te toca. Otra cosa es aquella gente con la que has tenido una relación cordial y que, de vez en cuando, se cruza por tus pensamientos de tal manera que hasta que no la llamas no te quedas tranquilo. Es entonces cuando me resulta sorprendente que me digan lo mucho que se han acordado de mí, los grandes y pequeños momentos en los que he protagonizado sus pensamientos y todas las veces que me han llevado en sus oraciones. Si tanto te he preocupado, si nunca hemos tenido un mal rollo, y si siempre ha habido un mínimo de confianza, ¿por qué no has intentado contactar conmigo como hago yo en este preciso instante? Solo ahora, cuando he sentido que debería preocuparme por ti, sin saber muy bien a qué obedece esa sensación, has reaccionado recordándome lo grandes "amigos" que somos. Raro... y muy oportuno.
Hubo un tiempo en que mi autoestima estaba tan baja que creía que nadie pensaba en mí. De hecho, me había convencido de ello. Supongo que las circunstancias y el tomar decisiones erróneas te lleva a un estado de consciencia que no se corresponde con la realidad. Y, sin embargo, aun entendiendo que no estaba yo como para tirar cohetes y actuar en Eurovision frente a un público cargado de tomates, creo que algo de razón tenía cuando decía aquello de: "piensa en mí... y demuéstralo". Porque si no, yo no voy a saber que te importo o que no te importa nada. Es como cuando alguien te dice que no puedes saber lo que está pensando y eres injusto juzgándolo. Evidentemente, resulta imposible aventurar las intenciones de alguien, pero todos queremos que los demás se hagan una idea de nosotros a través de nuestros actos: si tú quieres que yo piense que eres de una manera, actúa en consecuencia, porque si no lo haces o haces justo lo contrario, yo nunca pensaré de ti lo que tú quieres que piense. Deshaciendo el lío que me he hecho, todos somos juzgados y juzgamos a los demás conforme a los actos, porque constituyen el único instrumento (aparte de la intuición o "la piel") que contribuye a hacernos una idea de lo que son las personas y lo que les importamos o no. Esto es así por mucho que algunos nos quieran encerrar en enredados laberintos y convertirnos en culpables de no encontrar la salida. No me hubieras metido tú ahí, "amigo".
Podemos restar importancia a las personas no hablando de ellas, pero esto no quita que en nuestra mente, en las películas que nos montamos cada día ahí, donde anida la neurona, tengan papeles protagonistas. Porque uno puede evitar mencionar el nombre de alguien, pero no pensar en ese alguien si verdaderamente te provoca sentimientos fuertes. Imposible. Tal incapacidad nos da una idea de la importancia que algunos tienen para nosotros, aunque no del lugar que ocupamos en su escala de afectos si no nos lo demuestra. Y si no nos lo enseña, no tenemos por qué creernos que, para ellos, somos algo más que excremento de mono.
Muchas veces hacemos cosas por los demás solo si sabemos que redundarán en nuestro propio beneficio. Echamos una mano o tomamos una actitud sabiendo que en el fondo nos beneficiará. No estamos pensando en el contrario o, por lo menos, no del todo: pensamos en nosotros mismos y lo que más nos conviene. Eso no es altruismo, ni siquiera cariño; es pura y dura conveniencia. Lo mismo que cuando un gobierno toma decisiones diciendo que es por nuestro bien. No, colega, es por el tuyo. Si fuera por mi bien lo mismo harías cosas que me beneficiaran a mí aunque a vosotros os hundiera la reputación en el exterior, por poner un ejemplo que a todos nos toca los... tabiques nasales.
Es muy fácil decirle a alguien lo mucho que piensas en él durante una breve llamada telefónica sin mayores consecuencia. Lo difícil es colgar y demostrárselo. Porque, entonces, quizás, corremos el riesgo de que nuestras acciones nos rebelen la verdad: que el otro ha pasado por nuestra cabeza cual Fernando Alonso, rápido y a destiempo. Tal vez como consecuencia de estas ideas mías tan ultras (rescoldos de la época en la que andaba pelín quemada, hay que admitirlo), hace tiempo que me he vuelto más simple que el mecanismo de un chupete: no intentes que yo imagine que hay un silloncito en tu cabeza reservado para mí. Enséñamelo y entonces, quizás, nos podamos sentar los dos en él y compartir todo lo que en su día dejamos de compartir.

viernes, 27 de abril de 2012

Por qué te vas

La noticia del día es la renuncia de Guardiola a seguir entrenado al F.C. Barcelona. Imagino que no se trata precisamente de una jornada de fiesta para la afición culé, igual que supongo que los madridistas de pro andarán dando palma con las orejas y bebiendo hasta perder el control para celebrar la próxima ausencia de su, según ellos, enemigo número uno. Cosas del fútbol. Porque me niego a pensar que, si no hubiera mediado ese sentimiento casi irracional por los colores o la falta de ellos, alguien pueda dedicarle a Pep los mismos insultos que ciertas personas quienes, para más inri, se declaran "amantes" del deporte. Insisto en una de mis frases favoritas: no me quieras tanto y quiéreme mejor.
No puedo decir que me extrañe la marcha de Guardiola. Lo que me llama la atención es que no hubiera plegado velas a finales de la temporada pasada. Cada vez soy más partidaria de abandonar las fiestas en su punto álgido, porque si te vas cuando ya la cosa está, más que muerta, incinerada, el mal rollo te acompañará en la resaca y aun después. Creo que el entrenador del Barça hubiera hecho lo correcto marchándose el año pasado, en loor de multitudes, después de haberles sacado lustre a unas cuantas copas. Y me reafirmo en mi idea porque sé que muchos de exabrupto fácil van a decir que ahora, cuando las cosas van mal o no tan bien como hace meses, es el primero en abandonar el barco.
No way. Pep Guardiola ha demostrado ser un entrenador con todas las letras, un hombre que no se preocupa solo de los resultados, sino de formar un equipo y preparar a los suyos para las victorias y para las derrotas, forjando extraordinarios deportistas donde encontró niños (Messi, Iniesta) y haciendo realidad aquello de que el Barça, más que un club, es un equipo mítico. Sería injusto negarle el derecho a cambiar, a transformar, a dedicarse a otras cosas, otros lugares y otras personas, cuándo y como él decida. El Barça se lo ha dado todo, pero él no se ha quedado corto. Por eso precisamente resultaría absurdo exigirle que se preste a ser fagocitado por una cúpula directiva que ha aprendido a ver en él, sobre todo, un grandísimo negocio.
Por mucho que les duela a los madridistas, sin Pep es muy posible que la selección española ahora mismo se estuviera arrastrando por campeonatos de tercera. Sin su modelo, sin la calidad de los jugadores que él ayudó a educar, este equipo nacional que todos creemos nuestro, hubiera sido otra cosa. No sé si mejor ni peor, sino diferente y, probablemente, bastante más mediocre en sus planteamientos.
Me hacen  mucha gracia aquellos que acusan al catalán de pseudointelectual, prepotente y hasta de gurú sectario. Palabras absurdas que salen a colación cuando no puedes enfrentarte a la verdad: que el Barça ha tenido un entrenador sumamente inteligente, educado, listo en el juego, correcto casi siempre y con un amor por el fútbol inmenso en el saber estar, una relación pasional que no se demuestra precisamente haciendo el hooligan, pegando broncas en los estadios y criticando a alguien solo por el hecho de existir y meter más goles que tú.
Imagino que, para todos ellos, el que seres como Mourinho respiren y nosotros lo veamos debe de suponer un regalo del cielo. Así sí que tiene que ser el fútbol: gañán, chulesco, peleón (entendido en el sentido más zafio de la palabra); espectáculo de bar sujeto a broncas interminables y odios infinitos. Varios de los que opinan que Guardiola nos ha lavado el cerebro a los que de vez en cuando pensamos son de esa ralea, personajes dados al todo negro o, mejor, todo blanco, de genio fácil y afinidades interesadas, prestos a sacarte tarjeta roja en cuanto no les bailas el agua y que desahogan sus miserias con quien menos lo merece.
El fútbol mundial tiene que estarle siempre agradecido a Pep. Por mucho que les duela a algunos, él creó el mejor equipo que hemos tenido el gusto de contemplar en años, otra manera de entender y seguir el deporte del balompié. Estoy convencida de que, dentro de una década e incluso más, los afortunados nos jactaremos de haber visto jugar al Barça de Guardiola. Siempre he pensado que, por suerte o por desgracia, el tiempo pone a cada uno en su lugar, convirtiendo lo que hasta entonces era justicia cómica en justicia cósmica. Ojalá podamos disfrutar nuevamente de esta manera tan hermosa de concebir el deporte, de esta filosofía de hacer fácil lo difícil, de motivarte ante la derrota, de un fútbol sin insultos, sin provocaciones, todo juego, técnica e inteligencia, parecido en el espíritu y la fiesta a aquel Brasil que hace tanto que no nos deleita. Queda mucho Barça por delante y, sobre todo, queda mucho Pep. Suerte la nuestra.

miércoles, 25 de abril de 2012

Lío, lío, yo no he sido

Se veía venir. Cual pareja que se tira los trastos, los fundadores del 15M, antes a partir un piñón, han tomado ya caminos separados. Todo después de que, al fin, y tras un año de trasteo, los fundadores del cotarro hayan decidido registrar oficialmente como asociación a Democracia Real Ya, algo imprescindible si se tienen miras de intervenir en política.Quienes creían que esto era una fiesta asamblearia predestinada a dar la lata, pero sin la menor capacidad de intervención ni de decisión, se han quedado con los mocos colgando al ver que los tres mosqueteros que idearon el asunto han pensado lo mismo que una servidora: o esto se institucionaliza o no habrá forma humana de que el movimiento pueda intervenir en el desarrollo de la cosa pública, entendida como tal la alta política.
Lo acontecido nos confirma lo que todos sabíamos, pero que aquí la panda se negaba a admitir y digerir: que el 15M es un movimiento sobre todo y principalmente de izquierdas. Recordemos que ellos se empeñaban en decir que allí tenían cabida todas las tendencias. Y una mierda. Solo la izquierda monta semejantes guirigays públicos a la hora de decidir un liderazgo. Únicamente la izquierda cuenta con ese superpoder de dividirse en microfacciones desligadas unas de las otras cuando alguna pretende adquirir mayor protagonismo que el resto. La derecha no. La derecha está encantada siguiendo al líder como un solo hombre.
Dicen las tres cabezas pensantes de Democracia Real Ya que una organización horizontal es ineficiente e inoperativa. Depende. Si se ha constituido para discutir y debatir, no necesita adquirir una verticalidad ni fingirla. Lógicamente, cuando lo que se pretende es tomar decisiones y hacerlas efectivas, una organización horizontal, sin órganos de gobierno que asuman y canalicen la capacidad de intervención, es una entelequia muy bonita y muy utópica, pero poco más.
Esta pelea de facciones en plan "yo me quedo con Facebook y tú con Twitter", para ver quién hace más ruido y logra mayor número de amigos es, además, bastante inmadura, y demuestra que mucho de los que han estado ahí lo han hecho para pasar un rato muy a gustito y mirarse básicamente el ombligo. Porque las palabras son muy bonitas, las reuniones muy reconfortantes y las ideas maravillosas, pero después de la exposición viene la acción. Todas esas propuestas que la gente dejó en los buzones necesitan tomar forma y ser defendidas, algo que, visto el pasotismo de los partidos oficiales y oficialistas, deben asumir quienes propusieron en su día impulsar nuestra libertad de expresión y dar salida a tanta mala leche.
El paso lógico del 15M no es asentarse en Sol cada vez que se cumpla su aniversario sino crecer y medrar como grupo organizado verticalmente, con gente que tire del carro y otra que trabaje desde la base. Lo contrario significa su paulatina desaparición y la conversión progresiva en anécdota. Siempre dije que el movimiento indignado era algo perfectamente organizado, como una serpiente dormida que anida en el subsuelo preparándose para salir a la superficie en cuanto las condiciones le son favorables. Pero pretender mantener el mismo comportamiento ad eternun es absurdo e improductivo.
Desconozco si los así autoproclamados fundadores de Democracia Real Ya reúnen los méritos, rasgos y voluntades para convertirse en líderes efectivos. Pero, lo que está claro es que, si ellos no lo son, alguien debe de asumir el papel. Creo que la división solo da argumentos a los enemigos para desprestigiar un movimiento que tanto nos ilusionó a todos. Y opino también que las dos facciones deberían reconsiderar el divorcio o, en caso de no llegar a un acuerdo, renunciar a la casa y los niños en favor del otro. Por el bien común y la coherencia social.

lunes, 23 de abril de 2012

Borrón y cuenta nueva

Comentábamos la otra noche, durante una cena, esa costumbre tan fea de nuestra alternancia política. Me refiero al empeño que pone el que llega de nuevas en destruir aquello que haya hecho el otro, sea malo, bueno o regular. Da igual que se trate de algo fundamental para el bienestar de la humanidad: si ha salido de manos y mentes de signo contrario, no sirve. Incluso diríase que resulta perjudicial para la salud.
Debe de ser un trabajo engorroso y fatigoso ir por la vida destrozando pruebas de la existencia de quien no comparte las mismas ideas. No poder sobrevivir con la huella del que estuvo antes, no vaya a ser que pertenezca a un Louboutin y al final nos saque los colores a nosotros, que a lo más que hemos aspirado es a ponernos chanclas del Decathlon. Desconozco si esto ocurre en otros países, aunque quiero suponer que los distintos referentes políticos no se dedican a hundir a la facción contraria con tanto ímpetu como en España. De hecho, espero que así sea, porque en caso contrario nos veo reviviendo la historia de la humanidad cual día de la marmota sin salir jamás del bucle de yo pongo/tú quitas y al revés.
Me parece una falta de responsabilidad y hasta un pelín amoral el no felicitar al contrario por sus logros ni respetar aquello que ha hecho bien intentando, en todo caso, mejorarlo. En nuestro afán por desandar lo andado y dejar nuestra impronta, nos empeñamos incluso en estropear lo ya averiado de serie. Véanse si no las distintas leyes educativas que los gobiernos españoles han parido desde la transición, a cada cual más chunga. Y así vamos a seguir: si un festival o acontecimiento cultural engrandeció a nuestro predecesor, autoinmolémonos y creemos una auténtica boñiga que el que viene pueda pisotear y transformar en abono para geranios. O ni tan siquiera eso.
Aplicada semejante doctrina de lo práctico a la vida privada, nos encontramos con la ley del "y yo más" o su versión "y yo mejor". No solo hay que borrar el pasado si no que tenemos que olvidar lo vivido para repetir la experiencia de la peor manera posible. Yo, sinceramente, creo que vivir no es esto. No se trata de pasar por la existencia de los demás cual elefante en una cacharrería, intentando que aparquen sus historias y experiencias para presentarse cual niños de primera comunión ante nosotros que, reconvertidos en rancios caciques de pueblo, nos creemos lo "más mejor". Queremos ser los únicos y nos olvidamos que todos somos producto de unas decisiones y unos hechos que nos han convertido en lo que somos, catapultándonos hasta el punto en el que estamos ahora. Obviar lo sufrido, lo reído y lo llorado solo para complacer a quien queremos mantener a nuestro lado es enormemente estúpido.
Yo soy de esas personas que intenta no dar un paso atrás ni para tomar impulso. Ya he dicho muchas veces que el pasado se queda ahí y no necesita ser rescatado. Sin embargo, entiendo que sería una soberana tontería hacer lo mismo con las enseñanzas de las experiencias vividas. Somos producto de nuestros aciertos y errores, pero también llevamos un cachito de cada persona que hemos conocido y que nos ha dejado huella. Y tenemos que ser agradecidos, porque tanto si nos han hecho daño como si nos han iluminado el camino, lo vivido a su lado nos ha hecho crecer, reflexionar y curtir nuestra personalidad. No digo que nos pongamos ahora a comernos a besos a quienes nos fastidiaron ni regalarles caricias, aunque sí asumir que, como diría Kissinger, "es un hijo de puta pero es nuestro hijo de puta".
De nada sirve vivir para destruir ni vivir para sobrevivir. Hay que implicarse y aprovechar todo lo que encontramos por el camino. No podemos entrar en la vida de una persona y exigirle que se vuelva virgen. De afectos, me refiero. Igualmente, es nuestra obligación mantener lo bueno que nos topemos aunque haya sido moldeado por otro: desde los lugares que nos hacen sentir bien a las personas con las que nos gusta estar, compartir y hasta respirar. Es curioso como, retomando otro post que escribí en su día, nos preocupa tanto salvaguardar el medio ambiente y nos importan tan poco erosionar a las personas, como si herir a quien nos quiere fuese un mal necesario. Es un mal y punto. Cuidamos la vegetación, mimamos a los animales, preservamos su hábitat y, mientras tanto, destrozamos a aquellos que nos aprecian. Es lo que tiene poseer una razón tan poco racional y un sentido demasiado común.
El borrón no desaparece. Sigue ahí, afeando más o menos lo escrito y recordándonos que en algo nos hemos equivocado, ergo estamos en la obligación de enmendarlo. No hay que darle tan mala prensa. Como tampoco es legítimo formar y reformar tu reputación sobre las cenizas de la generosidad y el buen hacer ajenos. ¡Cuánto esfuerzo se va en destrozar las ilusiones de otro y cuán poco en construir las nuestras!

domingo, 22 de abril de 2012

Pelea de gallos

Francia vive su recta electoral final, un sufragio por etapas cuya culminación llegará el próximo 6 de mayo, fecha en la cual conoceremos el nombre del próximo presidente de la vecina república.
Dicho asunto no nos importaría lo más mínimo si no fuera porque a Sarkozy, este señor al que los españoles queremos tan poco, no hubiera hecho ímprobos esfuerzos últimamente por caernos aún peor. Imagino que a cualquiera de mis compatriotas, las salidas de pata de banco del vecino Nicolás, gritándoles a sus paisanos que si no le votan van a acabar como España, o sea fatal, les parecen un abuso y una ofensa fuera de lugar. Aun entendiendo que al hombre no le falta razón, no es lo mismo pensarlo que oírlo en boca del presidente de un país con el que siempre hemos mantenido una rivalidad de forma y de fondo.
Sin embargo, para cualquier politólogo que manifieste cierto interés por lo que está ocurriendo al otro lado de los Pirineos, la reacción del marido de la Bruni resulta lógica y esperada. Partimos de la base de que Francia es un país muy polarizado políticamente: o eres de derechas o eres de izquierdas; el resto de formaciones que no representan la moderna esencia de ambas tendencias no pasan de ser meros comparsas para mayor gloria de las revistas satíricas (véase si no el caso de Marine Le Pen). Lo más curioso es que, dentro de su dualidad, la nación vecina no abandona la progresía que la acompaña desde la revolución francesa. De hecho, si analizamos, por ejemplo, la época de la presidencia de Jacques Chirac, el españolito de a pie observará perplejo cómo el gobierno de centro-derecha era bastante más progresista que el de centro-izquierda británico, abanderado entonces por Tony Blair. Quiero decir con esto que, incluso en la concepción europeísta de lo que es izquierda y derecha hay matices y que hasta Sarkozy, escorado más hacia esta última, parece y es mucho más moderno y revolucionario que nuestro sinpar Rajoy, a quien solo le falta el baby de cuadros para encajar perfectamente en una foto de postguerra.
Este fin de semana, Sébastien Le Fol publicaba una columna en Le Figaro en la que encontraba parecidos entre la campaña presidencial francesa y las argucias bélicas de Napoleón, narradas en el libro Napoléon en campagne, de Jean-Baptiste Vachée. No voy a entrar en detalle de los aspectos de la crónica bélica que detalla Le Fol, pero sí en el final del escrito, que viene  recoger unas palabras de Vachée, algo así como que el genio de Napoleón fue la causa de su victoria, pero también de su ruina. Se pregunta Le Fol a cuál de los dos candidatos (François Hollande por la izquierda y Nicolas Sarkozy por la derecha) le podremos adjudicar semejante sentencia. Yo pienso que ya viene adjudicada de serie y que la muñeca chochona se la ha llevado Sarkozy. Porque lo que estamos contemplando ahora mismo es la desesperación del hombre que se ha creído un genio de la política y ve cómo Hollande, cuyas miserias, sobre todo sentimentales, se escenificaron ya en la pasada campaña presidencial, convence y se lleva un 55% de la intención de voto aun cuando la indecisión siempre le ha acompañado.
El retrato que la sociedad francesa ha hecho de su presidente en los últimos años no ha sido del todo favorecedor. Tal y como refleja la película de Xavier Durringer, de Nicolas a Sarkozy, nuestros vecinos se han dado cuenta de que tienen al frente del gobierno a un hombre deseoso de poder cueste lo que cueste, acomplejado físicamente y traumatizado en su relación con las mujeres, tras haber perdido a quien consideraba su gran amor. No sé si lo fue o no, pero está claro que, a los varones, lo que les duele y les cuesta un mundo superar es que le arrebaten a alguien, da igual si la relación estaba o no predestinada al fracaso aun sin intervención externa. En fin, con la careta caída y los calzones quitados, Sarkozy se ha dedicado a dar golpes de ciego, intentando crear temor entre sus paisanos. Y ahí es donde intervenimos nosotros. Porque está demostrado que el miedo perpetúa el poder y, como no quedaría bonito echar mano de guerras absurdas, narcoterrorismos de tres al cuarto y contrabandos en las bahías, el horror y el pavor provienen de la crisis que aguarda, con las fauces bien abiertas, justo al ladito de la frontera. Tal vez no sea muy ético, pero sí muy legítimo. Imagino a una persona con semejante sed de poder como Sarkozy viendo las encuestas desfavorables, comprobando cómo un "mindundi" infiel, indeciso y torpe llamado Hollande le gana la partida sin ni siquiera sentarse a la mesa, y puedo entender su reacción de animal herido capaz de recurrir a lo más bajo para auparse a lo más alto (y no va con segundas, aunque podría).
Dicho lo cual, me encantaría observar y contemplar de cerca la desazón y el mal cuerpo de Rajoy mirando a la izquierda mandar en el país vecino. El masoquismo me puede, qué le vamos a hacer...

miércoles, 18 de abril de 2012

Mujeres

Este mediodía he comido con una persona muy relacionada con el mundo del deporte (sobre todo fútbol) y la noche. Me comentaba que, cada vez que un futbolista entra en un local nocturno y se corre la voz vía Twitter (ya sabemos que estas cosas se corren muy fácilmente), a los diez minutos está la puerta llena de cuasi adolescentes pujando por entrar, tocar y, si se puede, besar al santo. Tal parece que los padres encomiendan a sus hijas la sagrada misión de arrejuntarse con futbolistas y otros señores de buen comer, olvidando lo que, hasta ahora, era casi ley de vida.
Entiendo y comprendo. Antes, cuando los campos estaban más floridos, lo que los padres aconsejaban era casarse con un médico, abogado o ingeniero. Ahora, maridar con cualquiera de estos tres significa comerse los mocos y sufrir penurias. Es lo que tiene la crisis que todo lo arrasa, que hasta las profesiones más laureadas parecen predestinadas al más cruel desempleo. Pero no es esto lo que me tiene en un sinvivir. Al margen de a quién quiera meter mano cada una y cada uno, me preocupa esa sensación de que la condición femenina empieza a experimentar una vuelta atrás. Y, más que ese regreso al pasado, me escuece la posibilidad del no retorno.
Intuyo que ahora lo que se intenta afianzar es la condición de mujer, mujer, ésa que indica que la hembra, donde más a gusto se encuentra es en casa, con la pata quebrada, la mirada huidiza y la barriga convenientemente fecundada. Supongo que todo es producto de los tiempos conservadores que vivimos, con un gobierno errante en la progresía, que ha mandado a tomar viento la paridad femenina en los altos cargos (no hay más que ver el precario número de señorías del sexo femenino sentadas en el consejo de ministros) y oscila entre el concepto de dama de hierro (Cospedal, Soraya... ) y el de dama errada (no voy a dar nombres porque me quedo sola). Esta percepción del sexo opuesto como "individuas" que gozan cual orgasmo múltiple del trabajo del hogar y del cuidado de su familia da entre repelús y ganas de tirarse al monte en el más puro estilo Thelma y Lousie. Por si fuera poco, las encuestas señalan un alarmante aumento del conservadurismo entre los jóvenes, empeñados, al parecer, en tener una sola pareja durante toda su vida, justificar el maltrato y creer que la virginidad es un bien supremo en lugar de un auténtico incordio.
Me molesta esa visión, no ya conservadora, sino retrógrada de la mujer, como si nuestra capacidad intelectual fuera un extra, porque lo que se quiere de verdad es lo que viene de serie: aparato reproductor, voluntad de cuidar el hogar y buena disposición para lo que se tercie. Parece que, después de dos pasitos pa'lante, ahora nos dedicamos a dar zancadas hacia atrás, retomando los hábitos más arcaicos de la especie humana.
Hoy leía la noticia de esas 150 niñas afganas envenenadas por talibanes por el solo hecho de ir a la escuela. No puedo definir la sensación de asco y de horror que me entró. Y lo peor es que, mientras en otros países las mujeres se juegan la vida por aprender a leer, nosotras, chicas con estudios, aguantamos casi con una media sonrisa a ese hombre de las cavernas que ejerce de Ministro de (in)Justicia. Soportamos sus humillaciones como si se le hubiera ido la perola, sin pensar que las reflexiones son tan suyas como de aquellos que le rodean y que, desgraciadamente, hoy en día tienen mucho que mandar.
He oído también que varias mujeres de relumbrón le han pedido a Asma al Assad, esposa de este dictador sirio de tres al cuarto empeñado en amargarnos los telediarios, que le diga a su marido que se ha hartado de que mate a sus paisanos porque, principalmente, a este ritmo en Siria no va a quedar ni el señor que iza la bandera. Pero el problema no es que ella lo entienda, sino que no lo haya entendido aún, que a estas alturas de la sangrienta película, Asma no haya tenido el coraje de gritarle cuatro frescas a su marido y dejarle ahí, jugando a su absurda guerra, mientras ella pide perdón por asentir y acompañar a un hombre capaz de cometer semejantes tropelías. Supongo que, a pesar de las protestas, eso es lo que se espera de nosotras: callar y asentir. Claro que, luego, no es de recibo que vengan los abanderados de la libertad duradera exigiéndonos susto donde otros dijeron muerte.
Islandia, ese país tan mono y tan endeudado, está saliendo del pozo gracias a las mujeres. No a la mujer, mujer, sino a la persona que piensa, analiza, compara y toma decisiones sin que le tiemble la mano. La misma que otros intentan ahogar porque -es una sospecha- no sabrían estar a su altura. Si lo permitimos, es nuestra culpa; ya les hemos consentido demasiado. Va siendo hora de quitarles los juguetes y obligarles a comer las verduras.
Y, dicho esto, aparco mi blog unos días, los mismos que andaré dedicada a asuntos muy propios. Tratadlo con cariño. Volveré....

martes, 17 de abril de 2012

El exterior importa

Anda nuestro gobierno preocupado por la imagen de vagos y maleantes que los españoles proyectamos allende nuestras fronteras. Parece que volvemos al estereotipo del paisano siestero y vago, más dado a la juerga y a vivir del cuento que a la responsabilidad y al trabajo duro. Ayer, todos éramos Javier Bardem y Penélope Cruz; hoy, somos José Luis López Vázquez y Gracita Morales.
Como siempre, la culpa es de los de a pie, que no sabemos manejar bien la situación y damos una imagen penosa a las visitas: la de un atajo de quejicas que solo sabe protestar. No digo yo que no nos guste pegar cuatro gritos de vez en cuando, pero lo cierto es que nuestros gobiernos (me refiero a todos los que hemos tenido desde la transición) son muy de ver la paja en el ojo ajeno mientras presumen de viga descomunal en el propio. En esto de la política exterior nos pasa como con el festival de Eurovisión, que siempre mandamos a alguien para salir del paso y cubrir el expediente. No se nos ocurre hacer estudios de mercado, vigilar amaños si los hubiera y sorprenderles con el mejor candidato posible, ése que se saca los twelve points con solo agarrar al micro y abrir la boca. Nuestra historia reciente nos cuenta que solemos presumir de presidentes que se mueven tímidos y cohibidos en ambientes ajenos, y que cuando les sacas de su terruño se sienten desamparados, como si les cortaran las alas o les faltara una mano. Tal vez haya germinado en ellos el complejo de paleto que sacudió a la generación de nuestros padres y abuelos cuando se les ocurrió anidar en otros climas, pero lo cierto es que da penica ver a estos sesudos señores hacer tan mediocres papeles en reuniones tan levadas.
Quizás lo que les ocurre es que no saben idiomas y, claro, se pierden de la misa la media. Porque un traductor podrá ser todo lo eficaz que uno quiera, pero diluye mucho la complicidad del momento. No digo yo que, aun sabiendo inglés o francés, Rajoy fuera a hacer manitas con Sarkozy (no por culpa del primero que a lo mejor hasta estaba por la labor, sino del segundo), pero sí que facilitaría el buen rollo de copa y puro que suele darse tras las -imagino- divertidísimas reuniones que animan las cumbres frecuentadas por semejantes próceres.
A los españoles nos falla la cosa externa. Siempre hemos tenido el complejo de hermano pobre, a lo que nuestros líderes añaden el imaginar que cualquier presidente de cualquier otro país tiene más carisma que el propio. Mirémonos sino en el espejo de Zapatero, a quienes sus voluntariosas medidas, concebidas de cara a la galería, sembraron el mundo de enormes expectativas hacia su progresista persona. Las mismas que se vinieron abajo cuando el hombre empezó a pasearse por otros despachos oficiales con una media sonrisa que más que decir aquello de "me siento como en casa" gritaba lo de "quiero irme a mi casa, ¡ya!". Una lástima.
Para consuelo de tontos dicen por estos lares que tenemos un rey que sí nos representa y hace el trabajo externo que nuestros presidentes y ministros de Asuntos Exteriores no son capaces de ejercer con el debido respeto. Hablan de ese estupendo monarca al que la prensa extranjera anda poniendo de vuelta y media por su manía de cazar paquidermos y a quien los medios propios empiezan a acusar de estar conchabado con su yerno para esquilmar las cuentas públicas. Por si fuera poco, ahora le sale una amante de buen ver, aunque esto último no diría yo que le daña sino que le engrandece, porque a sus años, mantener la talla con una jamelga de este tipo requiere su esfuerzo. No me extraña que necesite una cadera de titanio. Una cadera y algo más, diría yo.
En fin, que ningún individuo conseguirá el respeto ajeno si considera siempre que todos son más listos, más altos y más guapos que él. Esa sensación de que cada vez que enviamos una delegación al exterior mandamos un equipo de tercera regional nos abochorna. En mi modesta opinión, no solo vale con que haya una buena y curtida pandilla dispuesta a asesorar al líder, sino que éste se deje y se crea preparado para brillar. Y, sinceramente, pienso que nuestros gobernantes se ven a sí mismos demasiado pueblerinos como para efectuar una digna representación de España. Si esa imagen es la que creen proyectar, acabarán proyectándola, porque si uno solo se ve sus defectos, a poco que se empeñe, conseguirá que los demás se percaten únicamente de lo mismo. Claro que luego dirán que somos nosotros los que les metemos en líos y los que fomentamos la mala prensa, poniéndoles en tremendos bretes. Tremendos rostros de cemento armado es lo que tienen.
Una idea tonta: a lo mejor, y aunque parezca exagerado, deberíamos convencernos de que podemos ser de nuevo un imperio. O al menos, aventajados alumnos de la escuela mundana. Cualquier cosa que nos sirva para salir de casa con la cabeza bien alta, la investigación bien hecha, el discurso bien aprendido y los propósitos firmes. Eso y aprender idiomas, que ya toca.

lunes, 16 de abril de 2012

Tomar partido

Hace unos días, una persona me contaba los problemas que tenía con otra. He de decir que ambas me caen muy bien, con las dos me iría a tomar unas cervezas y, muy probablemente, me lo pasaría en grande. Pero oyendo la desazón, el sentimiento de decepción, de deslealtad y la tristeza de la primera, no pude evitar decirle, en un momento de la charla: "Yo estoy al cien por cien de tu lado". Es verdad. No solo porque empatizo con su situación, sino porque creo que hacer daño a quien solo ha querido tu bien me parece la forma más extrema de cobardía. Sé que si tengo que elegir, elegiré, y que si me encuentro con la segunda persona, no tendré ninguna duda a la hora de hacerle ver de qué parte está mi lealtad. Y no únicamente porque sienta que aquí hay un bando agraviado y otro que no soporta que la vida le ponga en la tesitura de madurar y elegir, sino porque creo, firmemente y de corazón, que hay momentos en los que debemos tomar partido. Y que también hay personas que lo merecen: si ponemos lo que ellas nos han aportado a nuestra vida, lo que nos han dado, en una balanza y lo pesamos junto con lo que otros han hecho por nosotros, no hay color. Simplemente por puro egoísmo humano deberíamos ser capaces de escoger, pero muchas veces preferimos echarlo a suertes o movernos en ese repugnante pantano de la tibieza, algo que no entiendo, ya que me parece absurdo, cobarde y, sobre todo, inútil.
En la promoción de una serie que se emite actualmente en televisión podemos escuchar algo así como que "la lealtad tarda años en construirse y solo unos segundos en ser destruida". No puedo estar más de acuerdo. Pero lo más curioso no es que este asunto nos toque un pie, sino que nos pasamos la vida tomando partido y, a la hora de la verdad, cuando realmente importa, nos retiramos con el rabo entre las piernas, buscando pastos más verdes donde sembrar nuestras afinidades. Que conste que utilizo el plural casi por exigencias del discurso y en aras de la elegancia: en realidad me estoy refiriendo a una minoría muy concreta de individuos a quienes no entiendo ni, mucho menos, alcanzo a justificar. Y espero no tener que justificar jamás.
Decía, en fin, que tomamos partido de continuo: por un club de fútbol, por unas ideas políticas, por un género literario o cinematográfico, por un país... Incluso por nuestros padres y nuestros hijos. Hay cosas que nos gustan más y cosas que nos gustan menos, igual que también hay personas que nos agradan mucho o nada. Lo que ocurre es que nuestro club de fútbol no va a sufrir lo más mínimo porque dudemos de nuestros afectos o nos entreguemos, de corazón y con sudor, al equipo del enemigo. Del mismo modo,  nuestros padres nos van a querer igual si le damos la razón solo a uno de ellos o le demostramos mayor sensibilidad. Sin embargo, un amigo, alguien muy cercano en los afectos, lo puede pasar realmente mal con vaivenes no justificados, medias tintas y mediocridades que sacamos a relucir en cuanto nos entran esos ataques de inmadurez supina.
Hay otra cosa peor que no tomar partido cuando, por conciencia, deberíamos hacerlo: hacer creer a alguien que sí sabiendo que en realidad no tenemos la más mínima intención de decantarnos. Se trata de un engaño estúpido y muy poco hábil, indigno de alguien con un mínimo de inteligencia. Pero así somos los seres humanos, veleidosos y peligrosos, hombres y mujeres que no tenemos demasiado reparo a la hora de perjudicar la salud emocional del contrario si con ello creemos que sacamos beneficio. Si eso no es tan insensato como egoísta, que venga Yoda y nos eche un bonito discurso de los suyos sobre la fuerza, la ira y el lado oscuro.
Entiendo que las cosas no siempre son blancas, ni negras, y que hay que contemplar los matices. Pero uno sabe perfectamente con qué piezas del ajedrez quiere jugar y si su propósito es defender al rey o conseguir que abdique. Otra cosa es que intente no tomar decisión alguna esperando que el tiempo y otros se decanten por él y le hagan el trabajo que él considera sucio pero que, a mí entender, es el más honrado y sincero posible. Quizás entonces, se de cuenta de que ha perdido la partida, que su rey se ha ido de cacería dejándole con el culo al aire y la escopeta apuntando justo donde amargan los pepinos. Y seguro, seguro, que, más pronto que tarde, alguien aprieta el gatillo.

domingo, 15 de abril de 2012

Prepotentes

Una de las cosas que más aversión me produce es la prepotencia. No soporto que alguien pase su buena suerte, su estatus o su talento por las narices del que tiene enfrente. Me parece, sencillamente, despreciable. Incluso me atrevería a ir más allá: pienso que los prepotentes son tan peligrosos como las personas con complejos. Estas últimas porque arrastran un poso de venganza cuyos dardos envenenados se ponen en marcha cuando encuentran a alguien a quien admirar y envidiar (no con envidia de la buena, por supuesto) a partes iguales. Y, creedme, la admiración, mezclada con la envidia insana, conforma un cóctel explosivo de destrucción masiva. Darle poder (sobre ti, sobre un grupo o sobre una nación entera) a un acomplejado que, además, mantiene sus traumas ocultos, es tan peligroso como insensato. Más de lo mismo se podía decir de los prepotentes, cuyo propósito parece ser el intentar corroernos las entrañas y humillarnos con el yo sí que puedo y tú no.
Pero lo más peligroso de los prepotentes es que suscitan admiración y crean escuela. Son tan ignorantes que jamás aprenderán de una crítica y verán cualquier ataque como producto de la envidia. No razonarán que su comportamiento puede no ser el adecuado porque siempre tendrán quienes les jalearán y les reirán las gracias. El deporte es buen ejemplo de ello. Diría incluso más: la historia del deporte se ha nutrido de bastantes imbéciles cuyas genialidades no justifican una actitud chulesca, agresiva y bravucona. No voy a dar nombres, porque sería entrar en ese bucle de color blanco que tanto me gusta, pero diría que uno de mis favoritos acaba de correr esta mañana bajo la lluvia.
Prepotente puede ser una persona o todo un grupo, cuyas decisiones presumen de semejante cariz. El gobierno de todos los españoles es un buen ejemplo de ellos. Los ministros y el presidente son para echarles de comer aparte y, tal vez por ello, sus gestos humillantes se multiplican: desde las risitas fuera de lugar cuando nos sueltan una medida a todas luces impopular y castrante, hasta la huida por los pasillos esquivando a la prensa para no dar explicaciones al ritmo de "yo soy el presidente y vosotros no". Prepotencia en "Estado" puro. Lógicamente, habrá quien ensalce dicho comportamiento, educado y respetuoso a todas luces. No seré yo.
De prepotentes están llenos los altares. Y las enciclopedias. Incluso el rey de España parece empeñado en ganarse a pulso el que su foto aparezca ilustrando la palabreja. Después de intentar lavar la imagen de la casa real echando mano de sinceridad y hombría, no deja de demostrarnos que aquello era una capa de pintura de lo más chusca y que, si rascamos, la mierda sigue ahí, acumulando lapsus de imbecilidad. El rey puede hacer lo que quiera, que para eso es un elegido de Dios, y nos lo demuestra a poco que bajemos la guardia: irse de cacería (no sabemos con qué dinero o invitado por quién y si esa invitación nos va a acabar costando un disgusto a los españoles), matar elefantes y volver al día siguiente a ejercer de padre ejemplar preocupado por la crisis. Anda ya. O no, porque con la cadera como la tiene, es difícil que camine en unos cuantos días. Y la indecencia no se queda ahí, ya que, como todos hemos descubierto, su majestad ocupa la presidencia de honor de WWF-Aena, esa organización que defiende la naturaleza y pelea diariamente contra el asesinato de elefantes. Pero, claro, teniendo en cuenta de que el rey es y ejerce de tal, puede pasarse la naturaleza por la entrepierna, que sus súbditos seguiremos agradeciéndole las intervenciones navideñas y el pronunciar frases sin sentido pensando que esconden indirectas para los malvados, cuando no son más que palabras unidas por un verbo que alguien le ha puesto en un discurso a mayor contento de la plebe.
Todo esto me recuerda aquella entrañable ocasión en la que el Prestige encalló en las costas gallegas soltando, de paso, un montón de mierda. Durante esos días, el ministro de Fomento, Álvarez Cascos, otro prepotente de manual, estaba de cacería (la actividad más "chula" del mundo, por lo que parece), afición que no abandonó para acercarse a Galicia y ver de primera mano el desastre. Eso sí, luego se le llenaría la boca de algaradas diciendo que el accidente del Prestige era equiparable a Chernóbil, etc. Y que le quiten lo cazado.
Parece que nos encanta que, quienes pueden, nos escupan a la cara su chulería más macarra. Tragamos con todo porque, en el fondo, a lo mejor lo que nos gustaría es ser como ellos: maleducados y abusones. Entendemos que solo así podremos llegar a las cotas más altas de la inmundicia. Mientras tanto, algunos practican gritando a los niños y despreciando a las personas de más edad, actividades ambas aleccionadoras y generosas donde las haya. Pues nada, que los prepotentes sigan a lo suyo y buena suerte a los aspirantes. Yo me quedo aquí, a la espera de ver qué nuevas humillaciones nos tiene preparada la semana que comienza.

sábado, 14 de abril de 2012

Reglas de compromiso

¡Albricias! Preocupados como andábamos todos por nuestra supervivencia  y la de nuestros allegados, al final ha ocurrido lo que tenía que ocurrir: se ha producido la noticia del millón, aquella que nos hará olvidar todos los males hasta ahora padecidos. La buena nueva llega de la mano de una pareja. Y no, no me estoy refiriendo a ese entrañable tándem que forman nuestro rey y el elefante africano que tanto le gusta cazar previo pago de los contribuyentes, sino al maravilloso dúo compuesto por Angelina Jolie y Brad Pitt. Los diarios de medio mundo recogían hoy, por enésima vez, que los actores están comprometidos. Sinceramente, no sé cuál era su estado hasta el momento, porque si en su relación no existía ningún compromiso, no entiendo cómo han podido vivir siete añazos de felicidad perpetua. Se ve que, para eso, los americanos son muy suyos.
Obviando la base de que toda relación (amistad, familiar, de pareja etc) requiere de algún compromiso por las partes ya que, de no ser así, está predestinada al fracaso, hay que ver cómo nos gusta a todos el triunfo del amor. En tiempos difíciles nos entretenemos una barbaridad con los devenires sentimentales de los otros pero es que, además, los programas que vemos con fidelidad espartana en la tele son más de lo mismo, desde ese falso reality de la MTV donde unos amigos se declaran a otros ("para pasar de la zona de amigos", dicen; qué entrañables) con la cámara casi sorbiéndoles a ambos los mocos de la nariz, hasta ese pseudo concurso de ¿Quién quiere casarse con mi hijo? en el que posesivas madres entregan a sus retoños a las hienas. Está claro que todo esto compone una bonita escenografía a mayor satisfacción de la audiencia televisiva y que el "para siempre" les va a durar lo mismo que la fama efímera, pero hay que ver lo enganchado que anda el pueblo a semejantes amoríos impostados.
Confieso (y, por favor, que nadie me dispare en el pie por ello) que no he visto ni una entrega de ¿Quién quiere casarse..?. Estaría haciendo otras cosas más entretenidas: limpiar el baño, contar las manchas del parquet o rascarme la espalda. Pero me ha resultado imposible huir de tamaña atrocidad, porque en todos los zappings aparece una señora con un hijo nerd (la palabra más suave que se me ocurre) diciéndole hasta cómo se tiene que cepillar los dientes y otra mujer de rostro inquietamente extraño pretendiendo que su retoño de rizos maride (lo de arrejuntarse no está en el vocubalario) con una buena señorita de derechas. Tal parece que al rizado amigo le entra más por los ojos la cosa indie (mulatas, chicas playboy, etc) pero se ve que a su santa madre, tanta modernez le pilla con las mechas largas.
Como la cosa ha tenido su cuota de pantalla, su exitazo en Twitter (lo confieso: las voluntades que mueven la red de los trinos me tienen pasmada) y su correspondiente debate en internet, a la cadena amiga no se le ha ocurrido idea más brillante que proponer un nuevo reality: Camionero busca esposa. Así que, si los jefes italianos no lo remedian, pronto tendremos un nuevo engendro con el que alegrarnos el corazón, protagonizado esta vez por aburridos hombres acostumbrados a ver fotos de jamelgas con pectoral sobredimensionado.
Desconozco los motivos que llevarían a alguna mujer a llegar a la coyunda con un camionero por el simple hecho de serlo. Quiero decir que, como aquí la personalidad importa lo que una mosca en la sopa, no consigo yo verle el mérito añadido a chupar rueda (con perdón), un día sí y otra más de lo mismo. A no ser que la susodicha crea que el tamaño (del vehículo) importa o imagine que la cabina de un camión es el sitio donde una se hace mujer, mujer, tal y como le gusta a Gallardón. De nuevo, lo único que creo que puede mover a cierto sector de población a comerle la oreja a un conductor de trailers es salir en la tele. Total, lo que se prima ahora son valores tan estupendos como la tontería, un físico epatante y un encefalograma lo más plano posible. Como diría cualquier protagonista de El Barco: "dejémonos ya de tontadas y quitémonos la ropa".
Pues nada, ánimo y que haya polvos mágicos a tutiplén para goce de los que estamos al otro lado, los mismos que jamás saldríamos en la tele para comernos la boca entre nosotros y "acto" seguido hincarnos los dientes en la yugular. Vosotros a practicar la paz y el amor ante las cámaras, que yo tengo muchas cosas que hacer. ¿Por ejemplo? Ver llover.

viernes, 13 de abril de 2012

Todo derecho

España anda revolucionada, aunque el término le venga un poco grande. Cada día es un invento: hoy, por ejemplo, nos ha dado por tomar como afrenta al honor patrio el que Argentina quiera nacionalizar la mitad de Repsol, esa empresa de capital privado cuyos beneficios van a parar a los accionistas (unos cuantos; no todos los españoles, como supondría un marciano que aterrizara de hoy mismo sobre los Monegros) y que el gobierno de la nación ha salido a defender como si fuera la causa más justa y elevada. Pues muy bien. Si nos tomamos esto con la misma inquina que nos entra cuando un árbitro abusa de nuestra selección de fútbol, hagamos medrar el odio contra los argentinos.
Y ahí andamos, defendiendo derechos que no son ni nuestros como si nos fuera la vida en ello. En el olvido parece haber quedado ya esa amenaza del gobierno de PP de convertir en delito la resistencia pacífica y perseguir con pena de cárcel a quien convoque concentraciones y protestas a través de las redes sociales. Anteayer estábamos llevándonos las manos a la cabeza y hoy solo recordamos la concha de su madre. La memoria es frágil.
Me encanta cómo este gobierno emplea cortinas de humo para tapar los dislates que se le van ocurriendo. No sé si lo hace a propósito, pero si es así, chapeau. O, lo que es lo mismo, olé sus huevos. Hace tan solo un par de días se sacaron del bolsillo la amenaza de convertir España en un estado fascistoide y aquí andamos, solidarizándonos con Repsol sospechando que mañana lo haremos con Botín si a México (es un decir) le da por lanzar sus aztecas dardos a la calva de Botín. Luego dirán que no somos solidarios con los pobres ricos.
La amenaza de transformar cada protesta en un acto de supina rebeldía me parece peligroso, innegociable y abusador, más propio de otros tiempos y de otros países mal llamados bananeros. La constitución española me garantiza que voy a poder decir lo que quiera, a quien quiera, cuando quiera y donde quiera, pero ese mismo derecho es el que pretende cercenarme este mi gobierno, al que ni tan siquiera he votado. Imponer medidas de tal calibre es como pasarse por la peineta varios principios del Derecho, incluido el asambleario. E imagino que no es el único.
El gobierno que tenemos se retrata a sí mismo a cada paso que da. Si alguno todavía pensaba que vivíamos regidos por un partido de derechas, moderno y amante del centro, creo que va a tener que hacérselo mirar. Porque sí, amiguetes, esta cosa de que las protestas pacíficas se va a penar más que un desfalco de los muy gordos nos afectará a todos: tanto a los que echamos pestes contra la reforma laboral como a los que pegan cuatro gritos delante de una clínica abortista. Aunque, claro, semejante barrunto tiene un objetivo meridiano: impedir que se vuelvan a producir fenómenos como el 15M, una tocada de pelotas a los políticos que, además, da mala imagen en el exterior. Y ya sabemos que, para los señores de derechas, los trapos sucios se lavan en casa y, de puertas para afuera, hay que tener siempre la camisa perfectamente planchada. De color azul, principalmente.
Todavía quiero pensar que esto es solo una de las muchas algaradas de las filas peperas y que todos vamos a poder seguir diciendo lo que pensamos sin miedo a lo que decida la autoridad competente. Pero he visto muchas cosas raras (empleados controlados con sus jefes, gente que ya no se relaciona con otra porque no conviene etc) como para no imaginar que todos vamos a ir a lo nuestro, o sea, sobrevivir, y aquí el de la barba y su banda marianista hará lo que le venga en gana mientras los demás andamos distraídos con el apretado final de liga y las desventuras de unos empresarios en Argentina (por cierto, todavía tenemos cooperantes secuestrados en países "tercermundistas"; ah, perdón, que estos son mindundis. Mis disculpas).
Y, encima, el otro día se me ocurre leer una encuesta que dice que el común de los mortales vemos a los hombres armados más guapos, más altos y, en general, más atractivos que la media. No, si ahora resulta que las protestas pacíficas las emprenderemos con el único objetivo de ligar. Ya les vale.


miércoles, 11 de abril de 2012

Predicciones

Lo confieso: a mí la película Titanic me pareció un auténtico coñazo. Seré la única, pero a la media hora ya estaba ideando la manera más rebuscada de torturar al personaje de DiCaprio y sacarlo fuera de plano. La cinta me pareció una auténtica memez rodeada de efectos especiales y, encima, cantada por Celine Dion. Más sal a la herida.
Ahora que estamos que lo tiramos celebrando el aniversario del naufragio, y hasta hemos fletado un señor barco lleno de pasajeros ataviados de época, las noticias y memorias sobre el buque se nos acumulan en medios y redes sociales. Vuelven esas fotografías del fondo del mar que me ponen los pelos de punta (lo reconozco: las profundidades marinas me dan muchísimo repelús), las hazañas de héroes y villanos, las odiosas comparaciones y las nuevas tecnologías aplicadas al recuerdo. De entre tamaña marabunta de información, la que esta vez más ha despertado mi curiosidad es la nota a pie de página referida a ese tal Morgan Robertson, que en 1898 escribió un librito llamado Futility en el que describía el viaje de un trasatlántico de lujo (Titan) que choca contra un iceberg y se hunde. 14 años antes de que tuviera lugar el hundimiento del Titanic, la historia ya había sido contada. Una historia que, al igual que la real, sucede en el mes de abril, en un barco de 3.000 pasajeros (el de verdad tenía 2.207)y 24 botes salvavidas (20 en el real). Si el tal Robertson no era un visionario, se le parecía mucho.
Cuando uno bucea en las aguas de internet buscando información del autor de semejante profecía, se encuentra un segundo cuento la mar de vistoso. Según parece, y a pesar de que este hombre (que también llegó a escribir un librito sobre una guerra entre Estados Unidos y Japón con un ataque por sorpresa de los japoneses a una base americana) era un caballero de los que se visten por los pies, tenía sus más y sus menos con una mano. No quiero decir que fuera manco, sino que en su día había comprado una mano momificada que concedía los deseos a quien la poseía a cambio de que, una vez hecho realidad el empeño, fuera vendida a otro individuo y perpetuar así su existencia. Quien tenga tiempo y ganas que le eche un vistazo a los que la fábula señala como sucesivos dueños de esta reliquia, entre los que se incluye, precisamente, un pasajero del Titanic. Lástima que la protagonista de tan estupenda leyenda urbana exigiera una contraprestación a cambio de sus parabienes, porque nos íbamos a quitar la crisis con un chasquear de dedos. Como decía Santa Teresa (otra experta en ir repartiendo reliquias por el mundo), se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas.
A mí esto de que la gente se lance a hacer predicciones por doquier me resulta muy curioso, sobre todo porque, algunas, incluso se cumplen. Como ya dije en post anteriores, es muy fácil predecir el destino que le espera a una pareja o la suerte de un país; solo hay que ser un poco observador. Todos nos olemos el pastel, pero la mayoría no lo decimos por temor a incordiar o meternos en líos. Incluso estoy dispuesta a creer que los sueños se cumplen, porque a mí me ha pasado. Sobre todo los recurrentes. Cuando alguien mantiene la misma actitud en mis sueños repetidamente, aunque cambien los escenarios, acaba adoptando dicha actitud en la vida real. Y no creo que yo tenga ninguna facultad paranormal; simplemente el subconsciente nos avisa de que tengamos cuidado, porque algo o alguien no es como creemos.
Mucho deberíamos agradecerle a nuestra intuición cuando enciende la luz roja aunque nuestro cuerpo de luz verde. No hacerle caso supone arriesgarte a que venga un camión de 16 ruedas cargado de estiércol y te lleve por delante. Pero una cosa es predecir realidades, que todos podemos ver a poco que abramos los ojos, y otra son esas extrañas historias de adivinos en serie que, o mucho les ha tergiversado la historia, o habría que pensar que nos llevan varios cerebros de ventaja. Incluyo en el lote a Julio Verne y sus predicciones cumplidas e incluso a Mark Twain, que nació durante una visita a la tierra del cometa Halley y pronóstico su muerte a la vuelta del Halley, como así aconteció.
¿La coincidencia? Todos han sido escritores y varios de ellos vivieron en la época en que las clases altas estaban enganchadas al espiritismo. Hasta el propio Edgar Allan Poe tuvo su "momento Rappel". En The Narrative of Arthur Gordon Pym cuenta la historia de cuatro supervivientes de un naufragio que malviven en un bote hasta que no pueden más y deciden matar y comerse a uno de ellos, un chico llamado Richard Parker. En 1884, ya en la vida real, un barco se fue a pique. Sobrevivieron cuatro personas en un bote. Los tres de mayor edad decidieron comerse al más joven. Y sí, su nombre era Richard Parker.
No me extraña que a veces confundamos realidad con ficción y al revés, creyendo que vivimos una vida que otro escribe con renglones torcidos. Vete tú a saber si alguien no la ha contado ya antes...

Y dejo aquí una canción porque... porque me apetece, qué caray.

martes, 10 de abril de 2012

La gran impostura

Decididamente, el tema del día hoy en la corte ha sido la herida autoinfligida por el nieto de su majestad, que, a la tierna edad de 13 años, se encontraba manipulando un arma de fuego con tan mala fortuna de tirotearse el real pinrel. Aparte de infligir varias normas, que para eso la monarquía es herencia divina y puede hacer lo que le salga de las antípodas, muy mal tienen que pintar las cosas cuando nuestras testas coronadas consienten en armar a sus tiernos infantes. El asunto pariría (y parirá) innumerables chascarrillos populacheros si no fuera tan absurdo y lamentable.
Dado el cariz que han tomado los acontecimientos sociales, casi olvido el que iba a ser mi tema estrella del post de hoy y que retomo antes de que se me pase el arroz. Resulta que Rajoy y los suyos viven empeñados en que el resto de Europa nos vea como hombres y mujeres de bien, equiparables a esos señores de bombín que pasean su galanura por las calles londinense o a aquellos responsables germanos que solo se permiten cierto comportamiento desviado durante la fiesta de la cerveza de Munich. Quieren que el resto de los países que nos acompañan en la desventura entiendan que no somos una nación de peineta y pandereta, que la siesta es un resquicio del pasado y que lo único que hemos heredado de nuestra historia más farandulera es el "sangre, sudor y lágrimas" que jalona la leyenda del Cid Campeador. Pero hete aquí que no contaban con el punto débil escondido en la villa de Madrid y personificado por la inimitable alcaldesa Ana Botella.
El semanario alemán Der Spiegel parece tenérsela jurada a la señora Botella. Tanta es su mofa y befa que hasta a una le dan ganas de agarrar un chorizo de Cantimpalos y batirse en duelo de colesterol con el primer alemán que se cruce por el camino. Echando sal en la herida, Der Spiegel acusa a doña Ana de tener un despacho enorme y un mayordomo que le sirve el café diligentemente. Dice que ambos han sido heredados del derrochador y muy rancio alcalde que hasta hace bien poco hemos tenido, Alberto Ruiz Gallardón, a quien ya imagino maniobrando en la sombra para trasladar su despacho de ministro de Justicia al Santiago Bernabéu. Por lo menos. A los hombres grandes les va todo lo grande: grandes oficinas, grandes fortunas y grandes meteduras de pata, mayormente. Parece que, leyendo entre líneas, Der Spiegel echa en cara a Botella el no haber renunciado a prebendas tan superficiales. Nada que objetar. El problema viene cuando la acusa de acumular una deuda municipal de 6.400 millones. Y ahí sí que no. Puede que esté renunciando a bien poco por disminuirla, pero el que se dedicó a gastar como si no hubiera un mañana fue el amigo Alberto, con sus sueños faraónicos y los dislates olímpicos. Bastante tiene la alcaldesa con ir a la peluquería, salir en las fotos comprando en el Mercadona e intentar entender algo de números, porque, sinceramente, yo no me la imagino dándole a los logaritmos neperianos como si le fuera la vida en ello.
Para más inquina, el semanario dice que nuestra Hilaria (como la llaman, muy a lo Hilary Clinton) va vestida de mercadillo. Con lo que ella ha sido y lo mucho que le ha gustado siempre salir en el Hola... Esto es un atentado brutal contra su honor. ¡Qué digo! ¡Contra el honor de todos los españoles! Comparado con aquella otra marrullera acusación de jugar al Monopoly con los activos de Madrid, los trapillos de la Botella constituyen una afrenta nacional. A la señora le gusta trapichear con los edificios y calles de la capital... ¿y? Nada que nosotros no podamos hacer en ese Eurovegas que tanto le complace. Todo por el pueblo pero sin el pueblo.
Der Spiegel insiste en que Ana Botella es un grano en las asentaderas de Rajoy, que tiene intelectuales en la sombra encargados de preparar los discursos para evitar su tendencia natural a meter la pata, y que, a poco que la dejen suelta, esta señora convierte la villa y corte en un rimbombante feudo de izquierdas sin ni siquiera darse cuenta. Y por ahí sí que no. Tremendo dilema. Me temo que de aquí a poco veremos a dos grandes estadistas, Aznar y Rajoy, batiéndose en duelo por la dama. Me pido butaca de patio.

lunes, 9 de abril de 2012

Tiempo de poda

Dicen quienes nos gobiernan que van a efectuar alegres recortes en dos de los servicios básicos que tanto nos enorgullecen como país: sanidad y educación. Perdón, nosotros los llamamos recortes, pero ellos los llaman ajustes; ajustes de 10.000 millones de euros. Vamos, lo que cualquiera de mis paisanos lleva cada día en el bolsillo.
Hay quien ha entrado en modo cabreo infinito al comprobar que esa cantidad se aproxima muy mucho a la que el Estado destina a la Iglesia católica anualmente. No me voy a poner de mal café comentándolo, sobre todo porque hoy llevo un día de esos de hacer el bien sin mirar a quien, pero así, contemplado por encima, me parece una desvergüenza. Recortar en algo que afecta a muchos para hacer lo impropio con algo que concierne a pocos es de una caradura impresionante. Y no sigo porque sino lo mismo me doy la vuelta y se me manifiesta el obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Plá, con sus modernas consideraciones sobre la libertad sexual del ser humano.
El caso es que, a raíz de este ajuste, recorte o castración (que cada cual elija la palabra que mejor le convenga), el ministro De Guindos, siguiendo la línea pepera de primero asustar y después meter miedo, dice ahora que todo tiene arreglo, y que, a lo mejor, el temido copago no colisiona con nuestro planeta del bienestar, sino que los más ricos pagarán por los servicios sanitarios y los menos favorecidos disfrutarán por la patilla de las numerosas atracciones que ofrece la salud pública. Para empezar, hay que ver lo que el señor De Guindos entiende por rentas más elevadas, porque, de cara a la exención fiscal, estoy segura de que dichas rentas están, más o menos, a niveles inalcanzables, pero si trata de pagar por los servicios básicos, lo mismo la vara de medir se sitúa así, como rozando la clase media. Si no, a mí no me salen las cuentas, y eso que las matemáticas siempre han sido mi asignatura favorita.
A pesar de todo, he de reconocer que el PP se lo está montado maravillosamente bien. Hoy, cotilleando en un foro en el que se debatía precisamente la última jaimitada de De Guindos, el personal, temiéndose el ataque por la espalda de la prima de riesgo, ha decidido quedarse con lo menos malo, y pensar que el pago por renta no es lo peor que nos puede pasar. Como ya dije en otro post, este lavado de cerebro que nos están haciendo es un gran mérito de Rajoy y compañía, que primero nos proponen el asesinato a cómodos plazos y luego la muerte sin dolor. Y, claro, nos quedamos con lo segundo. Yo no soy tonto. O sí.
Lo que me parece demencial es que, a estas alturas de la película de terror en la que vivimos, veamos los recortes como un mal necesario. Por favor, ¡se trata de derechos que nos han alumbrado durante décadas y por los que nos hemos dejado la piel! ¡No deberíamos permitir que se nos quitara ni media receta ni medio pupitre! Esto me recuerda al drama de los convenios laborales: los delegados y comités de empresa que nos precedieron lucharon para que nosotros tuviéramos unos derechos, los mismos que ahora tiramos por la borda ante la amenaza de despido. Acatamos verdaderos atentados contra las leyes laborales para eliminar daños mayores cuando, en realidad, sabemos que nada, absolutamente nada, podrá frenar a la empresa si decide hacer una limpieza étnica. La reforma laboral les ampara. Podemos aceptar horarios infames, abusos de autoridad, bajadas inmisericordes de sueldo, que al final, seguramente, no va a servir absolutamente para nada salvo para que estemos aún más desprotegidos, vendidos y humillados. El despido llegará, pero solo después de habernos dejado el ser y el estar por el camino. ¿De verdad compensa?
Pues parece ser que sí. En caso contrario, no entiendo por qué nos agarramos como a un clavo ardiendo, no a lo malo conocido, que ahora sería buenísimo, sino a lo que nos han dicho que es lo menos malo. Nos la están metiendo doblada, cuarteada y envainada. Y aquí seguimos, tan pichis, intentando espantar esa idea macabra que a algunos nos pasa por la cabeza: por donde estos cabalgan, seguramente no van a volver a crecer los derechos.

domingo, 8 de abril de 2012

Ecomanía

Ser eco está de moda. Abrazar la ecología, asumir como causa de vida la defensa de la naturaleza y amar a los recursos naturales más que a uno mismo constituyen el eje troncal de los mandamientos de todo el que se considere concienciado. Porque sí, tener conciencia también mola mazo. Y no me refiero al ataque de remordimiento supino que te entra cuando te has portado mal con alguien, que eso está sobrevalorado y además supone un coñazo muy poco moderno, sino al buen entender que, en el caso de que no nos pongamos las pilas y respetemos el suelo que pisamos nos iremos, como diría el gran Paco Umbral, directamente a la mierda.
A mí me parece muy bien todo esto y que, de repente, disfrutemos de lo natural con una alegría que ni en Sevilla durante la feria de abril, pero reconozco que semejante barullo me ha pillado con el paso cambiado. Tal vez porque me crié en el campo y no entiendo una educación medioambiental distinta a la que tuvimos yo y los que nacieron antes que una servidora. Siempre me enseñaron que había que respetar a los animales que te encontrabas, desde los insectos hasta las vacas y que, si ellos no te agredían a ti, era de rigor hacer lo propio. Así que salvo destripar arañas de jardín (lo siento, quería saber lo que tenían dentro) y aniquilar mosquitos, mi vida transcurrió plácidamente entre caracoles, babosas, ratones de campo, ranas, abejas, cerdos, caballos, moscas y demás fauna ibérica. Tal vez por ello soy incapaz de encomendarme a Dios cuando veo una cucaracha, ni exponer mis últimas voluntades ante el avistamiento de una culebra. Están ahí por algo, igual que yo; compartimos espacio y lo hacemos pacíficamente, sin agresiones ni malas prácticas.
Del mismo modo, tampoco se me ocurrió nunca atacar a la vegetación como si me fueran las proteínas en ello. Sé cómo se cultiva lo esencial para vivir y lo que cuesta hacerlo; cómo evitar que los topos devoren las raíces y los pájaros las semillas; qué época del año es buena para qué cosa y qué fenómeno meteorológico es el más traicionero. De la misma forma, he entendido la importancia de ver crecer la hierba como alimento del ganado (en mi entorno no se recurría a esa cosa tan moderna llamada pienso), qué hay que hacer para fumigar y cuánto se debe esperar hasta recoger la cosecha después de hacerlo.
Ante semejante panorama que, ya digo, no he elegido sino que me ha venido dado, no deja de sorprenderme el que, ahora, a la gente de bien le de por aprender a hacer pan y mermeladas (en mi familia se hacían siempre artesanalmente) como si el poner un toque natural en tu vida te convirtiera en mejor persona. Que nadie me malinterprete: alabo sobremanera este esfuerzo nuestro por respetar la naturaleza, pero me fastidia un pelín que se esté convirtiendo en una tendencia frívola y superficial, porque las modas son efímeras y la mayoría nos dejamos arrastrar por ellas simplemente siguiendo lo que en ese momento se lleva, sin interiorizarlas lo más mínimo. Porque si yo me compro un bolso superecológico y al mismo tiempo adquiero un coche hipercontaminante y me voy de excursión al monte con él, algo no encaja donde tenía que encajar. O respeto un montón los anidamientos de pájaros pero luego me dedico a acabar con los insectos que los alimentan porque me dan repelús.
El problema de esta moda eco es que nos viene así, a borbotones, sin mayor racionalización que la que en su día aplicamos al reciclaje. Y la ecología es todo, no solo alimentarse de la agricultura biológica o lo que nos venden como tal. Queda muy bien de cara a la galería confesarse respetuoso con el medio ambiente; es más, resulta hasta imprescindible para diseñarse una buena imagen, pero, luego, la realidad nos demuestra que no hay tantos ecologistas por metro cuadrado: los montes se siguen quemando, los terrenos de pasto para el ganado se dedican a cultivos agrícolas que reportan más beneficio (así, de paso, les hacemos un favor a los fabricantes de piensos industriales) y se plantan especies que no son autóctonas y que dañan el ecosistema sabiendo que, de esta forma, la industria maderera obtendrá pingües beneficios. Y en esto consienten todos, porque no es noticia de primera página: no se trata de recalificar terrenos para el uso humano sino de cambiar el paisaje para el abuso humano, algo menos llamativo, pero enormemente dañino.
Lo eco es más que una tendencia; es ya un gran, inmenso negocio del que todos pretendemos sacar tajada y algunos con muy pocos escrúpulos. Si solo dedicáramos algo de esfuerzo a pensar en el origen de las cosas, en la vida que encierra la tierra que pisamos, nos daríamos cuenta de que, efectivamente, y como decían los más sabios del lugar, no todo el monte es orégano. Nos jugamos el futuro en ello.

viernes, 6 de abril de 2012

Indultados

Hay una costumbre pascual que me pone el cuerpo del revés. Me refiero a esa mala praxis que se lleva a cabo en algunos pueblos (ahora me viene a la mente uno de La Rioja pero seguro que hay más) en la que varios voluntarios se flagelan hasta causarse auténticas heridas. No me imagino cuál debe ser el tamaño de la culpa que arrastran estos hombres, pero la supongo enorme para tener que recurrir a tan espantoso dolor físico en un intento de aliviar los sufrimientos del alma.
Afortunadamente, en el polo opuesto de esta semana tan santa se sitúan esos escasos elegidos para la gloria, unos pocos reos indultados para prolongar en el tiempo y en el espacio la inmensa capacidad de perdón que tiene la iglesia católica y sus representantes entre nosotros. Desconozco por qué cauces transcurre la petición y concesión del indulto, pero creo recordar que una de las circunstancias para ser favorecido con el premio gordo de la libertad es no haber cometido delitos de sangre. Imagino que en el amplio espectro de agraciados se encontrarían, por tanto, estafadores, camellos, ladrones de poca monta etc, que además tuvieran un comportamiento exquisito en la prisión donde se hallaban radicados hasta el instante de gracia.
Obviamente, y aunque sí tendría algo que decir respecto a la primera de las tradiciones, no tengo nada que objetar en relación con la segunda, en tanto y cuanto obedece a uno de los principios de nuestro código justiciero, el referido a la reinserción del preso. Sin embargo, he de reconocer que esta cosa tan estupenda del indulto (y ya no me refiero al que tiene su razón de ser en días tan sacramentales) está sufriendo una devaluación continua en el sentir social. Porque, mientras los ciudadanos de a pie nos hallamos sumergidos en nuestras crisis y nuestros disgustos, los gobiernos que nos malgobiernan aprovechan para dejar ir de rositas a quienes jugaron con los dineros que ya no tenemos y, lógicamente, perdieron.
Lejos quedan aquellas campañas mediáticas donde se pedía el indulto para los castigados injustamente y todos nos levantábamos no en armas, sino en indignación contra los poderes fácticos, empeñados en maltratar a quien decía ser uno de los nuestros. Ahora el indulto tiene mucho de gañán y bastante de torticero en sí mismo. Dicha fórmula jurídica se utiliza a voluntad de agradar al poderoso y se ejerce con nocturnidad y alevosía para no soliviantar a los perjudicados que, siento decirlo, somos todos. Lo demostró el PSOE a la hora de ejercer sus últimas voluntades, y lo sigue haciendo el PP que, aprovechando que estábamos todos preparando huelgas, protestas y criticando la reforma laboral, deja en libertad a dos condenados por malversación de fondos públicos de CiU, el simpático compadre catalán de quienes siempre nos gobierna, sean del signo que sean (me encantaría leerme la letra pequeña de los acuerdos parlamentarios, por cierto).
Poco le ha importado a Rajoy y cia que la Audiencia de Barcelona haya mostrado su contrariedad ante semejante atropello a la justicia y la Unión Progresista de Fiscales se lleve las manos a la cabeza cavilando acerca de cómo van a explicar ellos ahora eso de que "la justicia es igual para todos". Aquí, antes de hacer el bien hay que mirar a quién se lo haces, pagar favores, distribuir prebendas y tapar agujeros muy, muy negros. Los fiscales aducen, con muy buen criterio por cierto, que "a la hora de la verdad, incluso con una sentencia condenatoria firme, quedan impunes las conductas de apropiación o distracción de fondos públicos, realizadas por personas vinculadas al poder político y/o económico". Ante semejante declaración de principios, casi mejor me quedo callada.
Que nadie se extrañe si en este país afrontamos la separación de poderes cada vez más como una entelequia que como una realidad. Tal vez porque la mayoría no somos leguleyos y necesitamos una explicación tipo Barrio Sésamo de por qué pasan las cosas que nos pasan. Por ejemplo, no nos vendría mal un curso acelerado para dummies de por qué Urdangarín no va a ir a la cárcel ocurra lo que ocurra, con un anexo que nos desgrane los motivos según los cuales su santa esposa, la mujer de las mil firmas, ni siquiera va a ser imputada mientras sí lo son otros con mucha menos pruebas en su contra. Digo yo que nunca es tarde para aprender algo nuevo, ¿verdad?

miércoles, 4 de abril de 2012

Very macho

Cuentan que en el reality Gran Hermano ha recalado un hombre como los de antes, de los que se visten por los pies. Al parecer, el interfecto, novio de una de las concursantes, ha contado con el beneplácito de la audiencia votante, que lo ha elevado a los altares de la cosa mediática encerrándolo en ese antro de perdición televisivo en compañía de su pareja, con la que convivía antes de que ella entrar en la famosa casa. La historia, que parecía concebida para que Cenicienta se reuniera con su príncipe, ha acabado precisamente en eso: demostrando al público afín al formato que la chica ejercía de Cenicienta con su señor y que, a lo mejor, solo a lo mejor, ya no está dispuesta a seguir sacándole brillo a la plata.
La protagonista de este cuento al revés ha descubierto que el mundo va más allá de su pueblo, de su novio y de la familia de éste. Que una mujer no se "tuerce" si tiene amigos, que puede mantener una conversación con otro hombre sin que éste le meta mano o algo más y que la mejor vida posible no solo consiste en tener a su hombre alimentado, limpio y bien servido. Y que me perdone Gallardón, porque en este párrafo ya debo de haber soltado varias frases en perversa contradicción con su hermosa teoría del eterno femenino. Si eso, ya me voy a la porra yo solita.
Volviendo por mis fueros, aquí el prota de semejante drama, intuyendo que su churri se le va de su cama y, sobre todo, de su cocina, le ha dado por sacar el moro que lleva dentro y casi acosarla pretendiendo muestras de cariño que ella no quiere ni puede dar porque, simplemente, se replantea si es mejor que la vida siga igual o todo lo contrario. No soy testigo directo de la historia de estos dos porque, básicamente, me toca un pie, pero sí me han llamado la atención dos comentarios que él ha soltado así, como quien no quiere la cosa: "Te vas a quedar sola" y "Nadie te va a querer como yo".
Estas son las dos estupideces más gordas que puede pronunciar un varón cuando "su" hembra anda en actitud distraída. Respecto a la primera, para empezar, el quedarse sola o acompañada es asunto de la interfecta. Una mujer tiene la capacidad y el derecho de elegir si quiere comenzar una nueva relación o no, equivocarse, acertar, caerse y levantarse. Pero es que, además, no se acaba el mundo porque una señorita decida prescindir de cancerbero masculino, sobre todo si el que encuentra en su camino pertenece al género machista y piensa que una mujer es un cero como un cogollo sin un hombre a su lado. Personalmente, creo que el refrán de "mejor solo que mal acompañado" la inventó una hembra con ganas de arrearle un sartenazo al santo que le profirió tamaña amenaza. Es como decirle "mira, majete, si de lo que se trata es de no estar con alguien como tú, juro que no vuelvo a catar varón". Lógico cuando te quemas aun antes de prender la mecha.
Respecto a la segunda floritura, la de "nadie te va a querer como yo" pues mucho que me alegro, oiga. Para ésta también se inventó la respuesta del millón: "no me quieras tanto y quiéreme mejor". Alguien tiene que decirle al lumbrera que parió semejante frase que el querer no significa poseer. Es más, el querer a una persona es dejarla vivir, relacionarse y evolucionar, y, en ocasiones, la verdadera demostración de amor consiste en permitir que una persona se aleje, porque solo así le estamos dando la posibilidad de recapacitar, saber lo que de verdad desea y volver a acercarse si procede. Mantener a tu lado a alguien atado por cadenas es casi como alimentar a la bestia; una bestia llena de rencor y reproche. Todos tenemos derecho a vivir una vida al margen de nuestra pareja pero, no sé por qué, nos empeñamos en controlar la existencia de quienes queremos como si haciéndolo tuviéramos la garantía de que aquellos a los que amamos permanecerán a nuestro lado por siempre y para siempre. No es la manera.
Cada vez me resulta más difícil entender que alguien ejerza de macho dominante con el beneplácito de la concurrencia, pero cuando lo hace un chaval de 20 años me da, directamente, repelús. Porque si es así de joven, no quiero ni pensar cómo se comportará cuando cumpla 40. Y como no soy quien para adoctrinarle sobre igualdad y otros derechos del montón, permítame al menos el principito formular un deseo: ojalá que todas las mujeres que se cruzan en su camino y se complacen de ser tratadas como una reina de su casa, tuvieran la oportunidad de ver que hay otras sendas, otras gentes y otras posibilidades y que ellas también pueden elegir de qué manera quieren concebir el amor y con quién. Entonces sabría que aquella que le quisiera lo haría de verdad, con sus virtudes, sus defectos y sus circunstancias. Suerte, campeón.

martes, 3 de abril de 2012

Mundo interior

Yo soy una de esas personas que es capaz de tener un comportamiento social absolutamente normal, relacionarme como el que más y no resultar ni altiva ni engreída en el proceso. Solo que a veces no estoy dispuesta a mantener una conversación. La mayoría de las ocasiones porque no me da la gana. Y no me da la gana cuando los interlocutores no me aportan nada o cuando el tema me la bufa. No es que sea desagradable, es que tiendo a la introversión.
Ahora digo que tiendo, pero de pequeña era directamente una niña introvertida. Una de esas criaturas a la que no le importaba jugar sola, crear su propio mundo y disfrutar con lo que descubría en él. Muchos padres dirían que un hijo así es un niño tímido, pero no tienen razón. El introvertido, simplemente, no quiere relacionarse; el tímido quiere pero no puede. Si su timidez es patológica, vive aislado por el miedo a los demás, a las respuestas que los otros den a un comportamiento que ya los adultos que les rodean se encargan de clasificar y penalizar. Al introvertido no le importa salir ahí fuera y bregarse lo que haga falta con lo que encuentre; al tímido esto mismo le horroriza y traumatiza.
Las personas introvertidas somos como un grano en el culo de esta sociedad que casi te obliga a tener un millón de amigos para calibrar tu éxito como ser humano y animal social. La extroversión se convierte en premio, el contarlo todo se sobreentiende y se agradecen las relaciones públicas como arma de inclusión en el grupo. Y en medio de este panorama casi circense, los introvertidos hacemos aguas. No es que no tengamos amigos, es que los que tenemos son poco y escogidos y no creemos que encontrar más nos convierta en personas más felices y realizadas. Tal y como los psicólogos proclaman ahora a los cuatro vientos, solemos contar con personalidades más fuertes y bien estructuradas, tal vez porque pasamos mucho tiempo a solas con nuestro interior, analizamos muy bien lo que nos ocurre y somos capaces de hallar dentro de nosotros mismos la ayuda que otros necesitan buscar en el exterior.
Solo ahora, lo teóricos de la personalidad se dan cuenta de que los que pensamos hacia dentro somos piezas claves. Los seres humanos, cada vez más frívolos, tendemos a tachar de carismáticos a quienes hablan y no dicen nada porque admiramos su capacidad de desenvolverse en ambientes de varios individuos. Es también ahora cuando se empieza a dudar de que conceptos como el brainstorming, que tanto nos martirizó durante los últimos años, es una pérdida de tiempo. Sobre todo para los introvertidos, que nos adherimos sin complejos a la primera idea que se presenta para que la función acabe rápido y podamos volver a nuestros puestos a pensar en lo que verdaderamente importa. Porque es en el tú a tú donde funcionamos, en el encuentro directo y sin intermediarios. Somos creativos, pero nuestra creatividad medra en el espacio individual y se diluye en la esfera social.
A la gente introvertida no nos gusta hablar de chorradas. Preferimos invertir el tiempo en conversaciones profundas, que nos aporten algo tanto a nosotros como a nuestro interlocutor. Y eso es el germen de la confianza. También somos de los que pensamos antes de hablar, escuchamos mucho y contemplamos los factores desde todos los puntos de vista posibles para poder sentenciar. Quizás por ello, cuando decimos algo solemos estar completamente seguros de ello, porque lo hemos analizado tanto que ya no queda resquicio en el que no hayamos buscado el fallo. No nos gusta discutir a no ser que nos veamos obligados a hacerlo: no nos complace perder las formas ni hundirnos en fondos pantanosos que solo llevan a la desazón y al desafecto.
No digo yo que ser introvertido sea lo mejor te puede pasar; de hecho, en la adolescencia resulta muy incómodo. Pero cuando uno se acepta a sí mismo, mira a su alrededor y comprueba que está lleno de personas que hablan y no dicen nada, gente que se esmera en hacer ver a los demás que es otro distinto a quien realmente es, individuos cuyo mayor mérito parece ser el tener relaciones superficiales con "amigos" igualmente superficiales... cuando eso ocurre, agradece disponer de un mundo interior bastante bien amueblado; el perfecto refugio para las tormentas y tornados que nos asolan de vez en cuando. Bienvenidos a la república independiente de mis/nuestros pensamientos.