lunes, 25 de febrero de 2013

¿Qué tendrá la princesa?

Alguna vez dije que no creía en los cuentos de hadas. He cambiado de opinión. Tras ver este fin de semana en la prensa a esa princesa de nombre Corinna, tan rubia, tan perfecta y con tanta suerte la jodía, he empezado a pensar que hay finales felices y hasta Príncipes Azules. Y al hablar de azul no me refiero a esos señores que se suben al andamio vestidos con mono de idéntico color y te gritan que te van a poner un piso. Me circunscribo, cómo no podía ser otra, a los príncipes a los que tiene acceso Corinna, esta noble por vía del matrimonio que, por lo visto, de Cenicienta ha pasado a asesora mundial de gobiernos y troikas. Eso sí es un carrerón y no los que se marca Fernando Alonso.
De esta mujer sabíamos poco hasta hace unos días. Intuíamos que tenía una relación, más que estrecha, estrechísima, con el rey Juan Carlos, hasta el punto de que se largaban juntos de cacería para mantener agradables charlas a la luz de las hogueras. Con el don de palabra que tiene el Borbón y lo bien que vocaliza, no dudo que eso es precisamente lo que pretendía nuestro monarca: arreglar el mundo a las tres de la mañana en compañía de una rubia natural. Lo mismo buscaba cuando disfrutó, según los tabloides, de la compañía de una noble italiana, varias vedettes y ciertas actrices: enmendar los problemas del país y, ya que estaba, crearse él mismo unos cuantos.
Corinna pasaba por ser una centroeuropea distante, elegante y fría, con el discutido mérito de utilizar a los hombres de fama y fortuna para medrar a lo más alto que, visto lo visto y deducido lo deducido, no está en la estratosfera sino un poquito más arriba, a mano derecha. Ahora se nos ha desvelado, según sus palabras, como una mujer "discreta y leal". Ejem; permítanme que lo dude. No es que no la crea, es que posando en las primeras páginas de los periódicos cual modelo al que un potentado ha retirado de las pasarelas no se puede ser discreta. Y menos concediendo una entrevista donde no dice nada nuevo, pero dice de todo. Principalmente del rey y de la corte. Ahí vendría yo a cuestionar también la lealtad, porque si a"una amiga entrañable" le da por hablar de nuestra sentida amistad (la suya y la mía), así, en público y en plural, lo mismo no es amiga y, en lugar de entrañable, lo que me apetecería sería sacarle las entrañas. Pero insisto en que yo soy muy rara.
También cuenta que su misión, auspiciada por la corona, era encontrarle un trabajo al yerno díscolo, Urdangarín, algo que cumplió con la diligencia de una espía de altos vuelos proponiéndole al presunto delincuente un puesto de 200.000 euros al año. Dice que no entiende por qué Iñaki lo rechazó. Yo tampoco, pero a lo mejor el hombre, consciente de que su preparación intelectual no era para salir en las enciclopedias, ni tan siquiera en los libros de Primaria, prefirió dedicarse a trincar, que requiere de menos estudios. O a lo mejor es que en el puesto asignado había que currar y ya sabemos que el Urdanga es un poco flojo para eso de dar el callo. Lo de recibirlo es otra cosa.
Tengo que reconocer que a mí esta familia me supera. Pensábamos que la reina andaba cabreada como una mona de Gibraltar (¡español!) viendo cómo su esposo se iba a cazar cuernos en compañía de una rubia con menos laca y más cintura. Tanto se mosqueaba que se largaba sin avisar a gastar los dineros de la corona en los almacenes Harrods, ese templo de lo kitsch que brilla como quincalla. Ahora resulta que Corinna era una más en palacio y que asesoraba hasta a la señora que sacudía las alfombras. Y luego hablan de las familias disfuncionales…
Los correos entre Iñaki y la princesa que tiene un no sé qué, un qué se yo, indican que entre ellos había confianza. Desconozco a qué niveles de roce y cariño nos estamos refiriendo, pero lo que más me fascina de este enredo entre suegros, ladrones, mujeres bobas y supuestas amantes demasiado listas, es cómo ha llegado Corinna a convertirse poco menos que en una Mata Hari de la política moderna, con acceso a todos los despachos y a todas las cacerías. En el fondo me toca un pie si la princesa a la que sus ex aborrecen como a la peste se va a contemplar elefantes con el rey o a tomar el té con la reina; lo que verdaderamente me gustaría saber es cómo carajo, una mujer que no era nadie, ha conseguido mandar más que el Papa. Algún talento oculto debe de tener; pero mejor no me pongo a elucubrar porque lo mismo empiezo a teorizar sobre posturas, flexibilidad etc, etc. y en vez de una cacería, yo solita organizo una montería. No digo más.


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