martes, 5 de noviembre de 2013

Pornomusic

A mí me da igual que las chicas Disney, inocentes, castas y puras hasta la náusea, se vuelvan pendones al cumplir los 18 y cabras legionarias al entrar en los 21. De hecho, entiendo que no debe de ser nada fácil mantener una postura comedida y una ética virginal cuando lo que más te apetece en el mundo es restregarte en directo y hasta en diferido con ese chulazo que ejerce de modelo de Calvin Klein y que se te pone a tiro cada vez que te peinas las coletas. Tanta austeridad y santa moral tiene que ser una mierda y también, por qué no, un tremendo coñazo.
Lo que ya me hace torcer el morro es que esta panda de buenas y santas se desmelenen tanto que lleguen a extenuarte a base de poner poses, enseñar morro, insinuar tetamen y realizar movimientos pélvicos que harían bostezar hasta al mismísimo Elvis Presley. No es que les niegue el derecho a pasarse por la entrepierna lo que les de la gana, desde el dedo índice a Rober Rabbit en calzoncillos, pero el exhibicionismo continuo me aburre. Sobre todo porque pareciera que el objetivo final de semejante alarde de amaneramientos varios fuera el simular que no cantan un mojón.
A lo mejor es que yo soy muy de la vieja escuela y admiro a la gente que hace bien su trabajo y se entrega a ello. De ahí que me choque comprobar cómo hay tantos que se empeñan en distraer al personal para que no nos demos cuenta de que son de natural lerdo. En el caso de estas simpáticas señoritas, la cosa encierra mayor injundia, porque cuanto más pierden la compostura, más se habla de ellas, ergo más facturan. ¿De verdad necesitamos vera Miley Cyrus imitando tristemente a las chicas Playboy más pasadas de rosca para que nos suene su nombre? ¿No nos bastó con admirarla en Hannah Montana pegando gritos y saltos sin rubor para desear que se retire pronto a un monasterio de monjas benedictinas, a poder ser acompañada de su santo padre? ¿Somos víctimas de una simple estrategia de marketing diseñada para agitar nuestros instintos más primarios?
Hay un dicho que a mí me gusta mucho y que habla de virtudes públicas y vicios privados. Según él, las personas que ejercen de santas, en realidad son fieles a sus propios pecados. Del mismo modo, creo que podría darse la situación contraria, es decir, que aquellos que alardean todo el tiempo de su sexualidad, en realidad son víctimas de una ética pseudocalvinista que constriñe su vida. Sí, también la más íntima. Creo que es fácil que se de una dualidad entre la imagen que la persona proyecta y la que tiene de sí misma, hasta el punto de que una y la otra entren en serio conflicto. Pero, bueno, eso sería aplicar la psicología más sesuda a asuntos que parecen demasiado superficiales como para resultar mentira.
Y no solo las chicas Disney tienden a desbocarse en esta caída incontrolable hacia la sordidez: su camino parece ejemplarizante a tenor de casos como el de Lady Gaga o Rihanna. Aunque yo diría que en estos dos hay factores muy claros que condicionan su exhibicionismo: Lady Gaga es un producto de marketing muy, muy currado, mientras que las aventuras de Rihanna parecen obedecer en gran parte a la sed de venganza. Algo parecido a cuando te deja un novio y, además de ligarte a su mejor amigo, te pones mechas y pechamen nuevo al grito de "que le den". En realidad, lo que quieres decir es que le den remordimientos y arcadas al ver lo que se ha perdido. Y, ya puestos, que se arrastre para volver contigo, aunque si acabas arrastrándote tú, tampoco pasa nada: que viva el amor.
Pero volviendo al principio de los tiempos, reconozco que determinados tipos de música pueden gustarte o no. Lo mismo ocurre con el porno. Pero la pornomusic lleva todas las de perder porque no es porno ni es música, sino un estupendo gatillazo por el que pagamos hoy y nos lamentaremos mañana. Y es que, queridas niñas, la vida es dura y la competencia máxima. Hoy estáis enseñando nalga y dentro de nada consultando a los mejores cirujanos para reducir la cartuchera mientras otra luce como ninguna tu bikini de faralaes. Eso sí, que te quiten lo meneado, porque la cantidad indecente de dinero que has ganado calentando al personal a cambio de soltar dos gorgoritos compensa todas las cuitas. Aunque yo, si fuera ellas, tan bellas, me preguntaría por qué otras no necesitan comprar la equipación en un sex shop de todo a cien para vender discos como churros (¿o era como porras?). Por qué esas listillas por las que se pelean los chulazos de Calvin Klein no toleran que ningún cantautor de karaoke les arrime el saxo mientras entonan juntos el himno nacional en tanga. Menudas zorras. Pero, bueno, que piensen otros, que para eso les pagamos.




No hay comentarios:

Publicar un comentario