sábado, 7 de diciembre de 2013

Caza al hombre

El excelso Ministor de Hacienda, don Cristobal Montoro, ha explicado las purgas que se vienen realizando en los últimos tiempos en el organismo tributario con una peregrina justificación: "estaba lleno de socialistas". Sinceramente, de todas las excusas posibles, ésta, aún siendo bastante creíble, resulta la más patética.
Hace muchos años, cuando nos empezaron a sangrar con los impuestos, el Gobierno de turno se inventó un slogan la mar de molón: "Hacienda somos todos". Ergo, si somos todos, nos toca apoquinar y mantener el país a flote a ti, a mí y al vecino del quinto. Durante décadas nos lo creímos; nos fastidiaba pero entendíamos que, como país moderno, miembro privilegiado del primer mundo, nos tocaba dar para obtener a cambio el privilegio de unos servicios públicos decentes y hasta, en ciertos casos, estupendos.
Pero llegó la crisis y, de repente, comprendimos que nuestros impuestos no han ido (o al menos no en su totalidad) a mantener y retener los servicios públicos que hoy se encuentran a la venta, sino a fomentar la riqueza y los vicios privados de unos desalmados. Hacienda somos todos, pero menos.
Luego, un juez de las islas Baleares, empeñado en sacarle los colores al marido de la infanta más lela de la historia de España, empezó a pedirle cuentas al organismo sobre el presunto delincuente y la esposa que no se enteraba de nada salvo a la hora de poner el cazo. Fue entonces cuando se armó el Belén, con la Agencia Tributaria "escupiendo" documentos inculpatorios para, en lo que ya tardo en escribir un post, entregar justo el contrario atribuyendo al primero a un posible error humano. La intervención del hombre se podría entender si la tremenda equivocación (siempre para salvar las reales posaderas de doña Cristina) se hubiera producido en uno o dos informes, pero, que yo sepa, ya llevamos tantos como para encuadernar un folletín más o menos lustroso. Tantos como para que un hombre formal como Montoro dejara de echar la culpa a los funcionarios de lo suyo y empezara a cargarle el muerto a Dios.
Pero lejos de reclamar la intervención divina, en una especie de vuelta de tuerca filosoviética, el ministro que todo lo controla apeló al descontrol y a la infestación de su Ministerio por parte de los rojos. Si suena a purga es porque, a lo mejor, lo es.
No sé si todos los dimitidos u obligados a dimitir son socialistas, pero lo cierto es que intuimos que resultaban incómodos a la hora de mantener el status quo del privilegio y la mandanga. Obviamente, todo partido, cuando llega al poder, tiene la tentación de colocar a los suyos donde estaban los de ellos; lo que ocurre es que, en ocasiones, se hace con una desvergüenza que asusta, como es el caso que hoy me ocupa o la renovación de ciertos órganos judiciales con el beneplácito de la Constitución.
En una Agencia Tributaria que, repito, somos todos, y cuya actividad está guiada día a día por funcionarios que, al margen de su ideario político, han accedido a su puesto por oposición, resulta bochornoso este baile de números y personas de las que viene haciendo gala. Imagino que Montoro, cortando cabezas cual reina del País de las Maravillas, ha intentado poner freno a este festival de filtraciones que nos han demostrado que Hacienda somos realmente cuatro remeros mal contados cuya misión en esta vida es descuernarse para mantener a los jefes.
Flaco favor se está haciendo a sí mismo Montoro con semejante movimiento de tropas en momento tan delicado, justo cuando sale a relucir la contabilidad B del PP, los pagos en negro y esos gastos desviados de la muy serena doña Cristina. Pero es que, además, pone en evidencia una purga ideológica que lo convierte en un ser mezquino, cuando no despreciable.
Imagino que todos tenemos a nuestro alrededor gentes con diferentes tendencias políticas. En mi caso y, que yo sepa, nadie de mi familia es de izquierdas, incluso un tío mío ejerció durante muchos años de alcalde del PP y siempre lo consideré un excelente persona. Jamás se me ha ocurrido renegar de los míos porque piensen distinto; si reniego, será por otras cosas. Del mismo modo, no son tantos los amigos que comparten mi forma de pensar: digamos que el espectro se mueve entre la derecha moderada y la izquierda sindical, sin mayores extremismos por arriba ni por abajo. Respeto y reconozco sus ideas igual que ellos saben perfectamente cuáles son las mías.
Sin embargo, está claro que la estupidez de las dos Españas de tan triste recuerdo está muy presente todavía en el hacer de algunos. Nos acusan de verlo todo en rojo o en azul, cuando lo cierto es que el duelo nos viene impuesto por aquellos que rechazan a quien piensa diferente. Y lo peor es que no lo hacen tanto por convicción ideológica como por sentido práctico: el mantener, promover y, a ser posible, aumentar, sus prebendas y las de aquellos que les sostienen. La perversión de la ideología aplicada a la simple codicia.
Hacienda ya no somos nosotros: son ellos. Y los demás, en algún momento u otro, tendremos la mala suerte de pasar por allí.


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