Ya la tenemos otra vez liada. Los ateos ahí, dando la vara y preparando su propia manifa para Semana Santa (¿por qué la llaman manifestación cuando quieren decir procesión?) y el santo gobierno madrileño, erre que erre, intentando impedírselo. Me van a perdonar ambas partes, pero este litigio entre creyentes y descreídos ya se está convirtiendo en costumbre. Una costumbre muy entretenida, por otra parte.
Confieso mi tremendo pasotismo hacia la Semana Santa. Y no porque sea una festividad religiosa o, por lo menos, no solo por eso. La principal razón de mi desidia es que me aburre. Llamadme loca, pero los ritmos cansinos, las imágenes dolientes y/o llorosas y esos seres humanos dejándose la espalda y el costillar bajo pasos que pesan lo que no está escrito en la Biblia no me parecen precisamente ingredientes de una juerga loca. Vamos, que los chicos de Resacón en Las Vegas vienen unos días a Valladolid y lo mismo se meten a seminaristas. No por el hondo sentir de las procesiones, sino por las aventuras que, según la curia, promete tan maravillosa profesión. Cualquier cosa antes de ver pasar a los dolientes como vaca mirando al tren.
Que nadie me malinterprete. Entiendo que haya gente que disfrute muchísimo y se conmueva con esta tradición, como también puedo comprender que alguien se desviva por correr delante de los toros en los Sanfermines o que sienta mariposas en el estómago cada vez que ve un casteller encaramado a lo más alto. Pero una es de emociones facilonas, más de andar por casa. Lo que a mí me conmueven son las pequeñas gestas, no las grandes heroicidades. No soy rara, es que la vida me ha hecho así.
Volviendo a esta pelea, de momento dialéctica, entre laicos y no laicos, la situación, a estas alturas, sigue como cabía esperar. Es decir, la Delegación del Gobierno continúa empeñada en prohibir la protesta pacífica de un grupo de personas que abogan porque la separación real de Iglesia-Estado sea un hecho y un derecho. Lo que yo llamaría "fin noble y justificado".
Tengo entendido que a la manifestación del año pasado fueron el organizador del cotarro y un grupo de amigos. El ruido se hizo, como ahora, los días previos a base de insistir en el "tú me prohibes y yo haré lo que me da la gana". Por lo menos, demos gracias al altísimo, esta nueva edición del espectáculo ha prescindido de la inusitada colaboración de la asociación Hazte oír que, en la ocasión anterior, viendo el empeño de los ateos por salir a la calle a reivindicar lo suyo, fue y los denunció por genocidio. Así, sin anestesia. El que diga que aquí no hay risas a montones es que no ha visto El club de la comedia.
Lo que yo no llego a comprender del todo es que los fans de la Pascua se empeñen en hacer la ídem a los no afectos teniendo en cuenta que los primeros son mayoría y los segundos, a lo sumo, una panda de solteros contra casados. Es como si, de repente, el Real Madrid se mosquea y deja de hablarles a un equipo de tercero de primaria. Ah, perdón, que esto sí puede suceder... A lo que iba, el problema de la Iglesia católica es que, como los insignes dictadores bananeros, no soporta que nadie les tosa ni discuta sus preceptos. Y eso tiene varios nombres pero, además, no creo que sea muy cristiano. La tolerancia, el respeto al prójimo etc son conceptos que quedan muy bien en el catecismo, pero que tienen muy mala aplicación en esta vida real donde hay que enseñar los dientes para seguir manteniendo las prebendas que su Dios les ha dado.
Todo ello me recuerda tiempos más felices, cuando un grupito de la Iglesia protestó contra la Constitución allá por el 1978 (menudo descoque de libertades, ¿verdad amiguetes?) o cuando alguna otra rama de los católicos levantó la voz hace bien poco para criticar la reforma laboral y se llevó hostias a montones. Las mismas que nos autoinflingimos nosotros cuando comprobamos que nos recortan hasta el aire que respiramos mientras la institución eclesiástica sigue recibiendo, al año, unos 11.000 millones de euros de las arcas del Estado. Esto sí es para llorar lágrimas de sangre y no ver a la Dolorosa lamentándose cada Pascua por la muerte de Cristo.
Allá la Conferencia Episcopal y la Delegación de Gobierno con sus fiestas y sus pecados, pero mucho me temo que los ateos van a seguir intentado ascender a categoría de grano en el culo. Y no les falta razón. Porque si ambos, dos instituciones que predican el respeto, no tendrían problema en alentar una manifestación laica coincidiendo con el Ramadán, la Januka o el año nuevo chino, tampoco comprendo qué justificación aducen para que los ateos no salgan a gritar cuatro consignas el Jueves Santo siguiendo, además, un recorrido distinto al marcado por las procesiones. Si alguien tiene una explicación lógica, lo mismo acabo cambiando una opinión y cantándole una saeta al Cristo de los gitanos. Todo es ponerse...
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