miércoles, 15 de agosto de 2012

El principito

Si algo tienen en común los dos últimos candidatos republicanos a la presidencia de los Estados Unidos es haber elegido un segundo con más gancho que el primero, o sea, un vice con mayor tirón que ellos mismos. Supongo que esto tiene cierta razón de ser, pero la necesidad de echar mano de un acólito más carismático que uno para disimular las propias carencias no sé yo si resultará beneficioso a la larga. Aunque claro, quien esto escribe no trabaja haciendo encuestas ni estudios de opinión ni conoce apenas nada de los entresijos políticos de la nación más poderosa del planeta. O la segunda... Da igual.
El caso es que Romney, viendo que si tiraba del carro por sí solo las mulas se le desmedraban, ha fichado a un tal Paul Ryan, que pretende ser algo así como un imitador de Kennedy ferviente seguidor de los preceptos republicanos más chuscos. Las semejanzas así, a lo bruto, son de libro. O, mejor, de cómic: Paul tiene 42 años, es católico practicante y un rostro que da muy bien en banderines y pósters. La ideología y la procedencia es otra cosa, sobre todo esta última. Porque en lugar de tener una familia muy dada a hacer realidad la ambición a través de los chanchullos (perdón, que en Estados Unidos les llaman lobbies), Paul empezó su carrerón como becario. Además, tiene imagen de buen chico, con una familia de cuento, un puesto de honor en las alegres reuniones del Tea Party y, además, parece que el chaval es un zorro de la política, recién salido de las cavernas más desquiciadas del Capitolio.
No dudo que, al igual que ocurrió con la ahora vilipendiada Sarah Palin, Paul Ryan morderá la mano que le da de comer y convertirá a Romney en actor secundario de cualquier aparición que realicen conjuntamente. Es lo que tiene ser más guapo, más joven y saber mucho más de lo que hablas. La gran virtud de Paul es ésa: que parece un hombre hecho a sí mismo; el gran defecto de Paul es el mismo: haberse hecho a sí mismo y no contar con una inmensa fortuna detrás que le disimule sus meteduras de pata, que las tendrá seguro, por mucho té que se beba en las muy conservadoras fiestas de sus mentores.
Insisto en que no soy nadie para hablar de este carrerón por la presidencia norteamericana pero, por lo que he leído, la señora de Paul Ryan, que la tiene, muy rubia y muy fermosa, es conocida en los pasillos de Washington por intrigar a favor de las tabacaleras y las centrales nucleares, entre otras cosas buenas que nos da la vida. Muy esperanzador todo. Su santa ayuda, pero Ryan también es un tipo de cuidado, absolutamente en contra de ese remedo de Sanidad Pública que tantos sudores le ha costado aprobar a Obama. En Estados Unidos, donde los hogares bajo el umbral de la pobreza se cuentan por millones, el objetivo de Paul es que las diferencias de clase sean aún mayores y que el inmovilismo social pase factura a los más desarraigados. Los propósitos de austeridad de Ryan (ya sabemos que esto de la austeridad afecta siempre a los mismos) dan entre miedo y terror a este lado del Atlántico, porque sabemos mejor que nadie a donde nos lleva tanta contención: directamente al infierno. Pero, bueno, ellos votan ergo nosotros sufrimos.
Las últimas noticias que nos llegan del candidato a vicepresidente cuentan que uno de los mayores benefactores de su campaña es Sheldon Adelson. Sí, ese señor tan simpático que quiere colocarnos en España un prostíbulo enorme, burda imitación de Las Vegas, saltándose a la torera todas las leyes habidas y por haber con el beneplácito de quienes las han legislado. Un tío grande. Y mientras aquí le hacemos la ola y Paul Ryan babea en cuanto echa mano a la cartera, los tribunales siguen empeñados en acusar a Adelson de evasión, incitación a la prostitución y no sé cuántas fruslerías más. Da igual: en un país donde nos gobiernan un montón de imputados, podemos hacer bueno hasta a Adelson. Todo es ponerse... Ciego de sangría, claro.
En resumen, que el principito Paul, tan apuesto y tan garboso, tiene todos los números para salirnos rana. No digo ya de cara a su país, su candidato o su presidente, sino al resto del mundo que, si los escándalos no los remedian, deberá ser testigo de la escalada de su ambición en los próximos años, llegue o no a ser vicepresidente en noviembre. Esto se anima, amigos. No digo más.


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