martes, 28 de agosto de 2012

Pintar la mona

Una de las cosas que menos me gusta de la religión católica es su imaginería. El culto está repleto de representaciones dolientes, sufridoras al máximo, hasta el punto de ser casi un milagro encontrar a un santo o santa que aparezca retratado mientras ríe a carcajadas. Es más, estoy convencida de que, de existir, sería considerado una burla a la muy sesuda doctrina católica.
No encuentro, pues, por dónde coger semejante iconografía: ni el arte bizantino ni ese realismo de procesión me tocan la fibra sensible. Tal vez, si tuviera que elegir a punta de pistola, me quedaría con la arquitectura cristiana, aunque muchas catedrales me sigan pareciendo enormes templos construidos para glorificar la ambición humana, el único dios verdadero que conocen algunos.
Y aun así, este asunto tan entretenido del Ecce Homo me tiene pelín acongojada. El fresco de la iglesia de Borja, pintado por Elías García Martínez, un autor de mediados del XIX y principios del XX, se ha visto convertido, por obra y gracia de las inexpertas manos de Doña Cecilia, en una caricatura del siglo XXI, que lo mismo sirve para ensalzar a un supuesto DJ que adornar una crêpe. Aquí hay varias cosas que no se entienden: primero, algo me dice que en ese pueblo no va a misa ni Dios porque, si no, me resulta impensable que ningún feligrés de los de oración dominguera se diera cuenta de que el garboso y doliente Cristo estaba mutando en un señor de rizos con pinta de dibujo muy poco animado. En segundo lugar, tampoco llego a comprender que los españoles, gente de cultura secular, en lugar de echarse las manos a la cabeza viendo cómo se destruye su patrimonio artístico, echaran los garfios al bolsillo comprobando el rédito turístico que le podían sacar al despropósito. Porque ha sido llegar y besar el santo: un desastre artístico convertido en comidilla de la prensa internacional.
Y no lo digo por decir. Desde los medios más sesudos a los más frívolos (como el portal norteamericano TMZ, especializado en desgranar los secretos de los famosos de Hollywood) se han hecho eco de la historia más maña y con menos maña del siglo XXI: la de una octogenaria piadosa y hacendosa, que viendo cómo a su Cristo se le borraba el tinte, decidió hacerle una peluca nueva a golpe de pincel. El resultado de su obra es discutible, pero ella, su pueblo y el fresco más fresco que en España existe se han convertido en trending topic mundial. Ni la prima de riesgo ni los triunfos de la Roja habían dado tanta fama a este país en tan poco tiempo.
Ahora, cuándo parece ser que lo hecho puede ser deshecho y el Ecce Homo está a las puertas de recuperar su apariencia de señor que lo está pasando malamente, el Ayuntamiento de Borja va y se lo piensa. Porque una obra de arte no da dinero y una frikada supone la gloria, aunque sea efímera. Tal y como están las arcas municipales, razón no le falta, aunque ya se sabe aquello de que "pan para hoy, hambre para mañana" y que las modas son efímeras. Dígaselo usted, si no, a las hombreras...
La culpa, en realidad, es de todos nosotros que, como espectadores, hemos jaleado esta cosa absurda pintada en las paredes de la iglesia zaragozana. Nos ha hecho mucha gracia. No me atrevo a pensar que ocurriría si, un día, la menina de Velázquez apareciese con el rostro de Belén Esteban. Lo mismo este país salía de la crisis de golpe. O del susto. ¿Dónde está la línea que separa una obra de arte de otra? Pues donde mora la belleza: en los ojos que la contemplan. Y parece que muchos de los que miraron la pintura de Elías, cuyo nombre desconocía hasta el día de autos, solo vieron una estampita en la pared. Ha tenido que pasar un siglo para que una chapuza casera la suba a los altares de la expresión artística católica.
Y luego nos asombramos de que una obra como la famosa y absurda Caja de zapatos vacía, de Gabriel Orozco (una caja de cartón monda y lironda), se presentara en la Bienal de Venecia y acabara enamorando a los marchantes de arte. En comparación, el revival firmado por la abuela Cecilia es el Guernica del arte religioso, sobre todo por su carácter igualitario y libertario: ha cubierto de euros a un pueblo entero. Eso sí, espero y deseo que no cunda mucho el ejemplo y que nuestro endeble patrimonio cultural no acabe convertido en objeto de mofa del resto del mundo. Como tontada ha estado bien, pero la borrachera ya dura demasiado. Seamos serios...


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