domingo, 15 de abril de 2012

Prepotentes

Una de las cosas que más aversión me produce es la prepotencia. No soporto que alguien pase su buena suerte, su estatus o su talento por las narices del que tiene enfrente. Me parece, sencillamente, despreciable. Incluso me atrevería a ir más allá: pienso que los prepotentes son tan peligrosos como las personas con complejos. Estas últimas porque arrastran un poso de venganza cuyos dardos envenenados se ponen en marcha cuando encuentran a alguien a quien admirar y envidiar (no con envidia de la buena, por supuesto) a partes iguales. Y, creedme, la admiración, mezclada con la envidia insana, conforma un cóctel explosivo de destrucción masiva. Darle poder (sobre ti, sobre un grupo o sobre una nación entera) a un acomplejado que, además, mantiene sus traumas ocultos, es tan peligroso como insensato. Más de lo mismo se podía decir de los prepotentes, cuyo propósito parece ser el intentar corroernos las entrañas y humillarnos con el yo sí que puedo y tú no.
Pero lo más peligroso de los prepotentes es que suscitan admiración y crean escuela. Son tan ignorantes que jamás aprenderán de una crítica y verán cualquier ataque como producto de la envidia. No razonarán que su comportamiento puede no ser el adecuado porque siempre tendrán quienes les jalearán y les reirán las gracias. El deporte es buen ejemplo de ello. Diría incluso más: la historia del deporte se ha nutrido de bastantes imbéciles cuyas genialidades no justifican una actitud chulesca, agresiva y bravucona. No voy a dar nombres, porque sería entrar en ese bucle de color blanco que tanto me gusta, pero diría que uno de mis favoritos acaba de correr esta mañana bajo la lluvia.
Prepotente puede ser una persona o todo un grupo, cuyas decisiones presumen de semejante cariz. El gobierno de todos los españoles es un buen ejemplo de ellos. Los ministros y el presidente son para echarles de comer aparte y, tal vez por ello, sus gestos humillantes se multiplican: desde las risitas fuera de lugar cuando nos sueltan una medida a todas luces impopular y castrante, hasta la huida por los pasillos esquivando a la prensa para no dar explicaciones al ritmo de "yo soy el presidente y vosotros no". Prepotencia en "Estado" puro. Lógicamente, habrá quien ensalce dicho comportamiento, educado y respetuoso a todas luces. No seré yo.
De prepotentes están llenos los altares. Y las enciclopedias. Incluso el rey de España parece empeñado en ganarse a pulso el que su foto aparezca ilustrando la palabreja. Después de intentar lavar la imagen de la casa real echando mano de sinceridad y hombría, no deja de demostrarnos que aquello era una capa de pintura de lo más chusca y que, si rascamos, la mierda sigue ahí, acumulando lapsus de imbecilidad. El rey puede hacer lo que quiera, que para eso es un elegido de Dios, y nos lo demuestra a poco que bajemos la guardia: irse de cacería (no sabemos con qué dinero o invitado por quién y si esa invitación nos va a acabar costando un disgusto a los españoles), matar elefantes y volver al día siguiente a ejercer de padre ejemplar preocupado por la crisis. Anda ya. O no, porque con la cadera como la tiene, es difícil que camine en unos cuantos días. Y la indecencia no se queda ahí, ya que, como todos hemos descubierto, su majestad ocupa la presidencia de honor de WWF-Aena, esa organización que defiende la naturaleza y pelea diariamente contra el asesinato de elefantes. Pero, claro, teniendo en cuenta de que el rey es y ejerce de tal, puede pasarse la naturaleza por la entrepierna, que sus súbditos seguiremos agradeciéndole las intervenciones navideñas y el pronunciar frases sin sentido pensando que esconden indirectas para los malvados, cuando no son más que palabras unidas por un verbo que alguien le ha puesto en un discurso a mayor contento de la plebe.
Todo esto me recuerda aquella entrañable ocasión en la que el Prestige encalló en las costas gallegas soltando, de paso, un montón de mierda. Durante esos días, el ministro de Fomento, Álvarez Cascos, otro prepotente de manual, estaba de cacería (la actividad más "chula" del mundo, por lo que parece), afición que no abandonó para acercarse a Galicia y ver de primera mano el desastre. Eso sí, luego se le llenaría la boca de algaradas diciendo que el accidente del Prestige era equiparable a Chernóbil, etc. Y que le quiten lo cazado.
Parece que nos encanta que, quienes pueden, nos escupan a la cara su chulería más macarra. Tragamos con todo porque, en el fondo, a lo mejor lo que nos gustaría es ser como ellos: maleducados y abusones. Entendemos que solo así podremos llegar a las cotas más altas de la inmundicia. Mientras tanto, algunos practican gritando a los niños y despreciando a las personas de más edad, actividades ambas aleccionadoras y generosas donde las haya. Pues nada, que los prepotentes sigan a lo suyo y buena suerte a los aspirantes. Yo me quedo aquí, a la espera de ver qué nuevas humillaciones nos tiene preparada la semana que comienza.

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