viernes, 6 de abril de 2012

Indultados

Hay una costumbre pascual que me pone el cuerpo del revés. Me refiero a esa mala praxis que se lleva a cabo en algunos pueblos (ahora me viene a la mente uno de La Rioja pero seguro que hay más) en la que varios voluntarios se flagelan hasta causarse auténticas heridas. No me imagino cuál debe ser el tamaño de la culpa que arrastran estos hombres, pero la supongo enorme para tener que recurrir a tan espantoso dolor físico en un intento de aliviar los sufrimientos del alma.
Afortunadamente, en el polo opuesto de esta semana tan santa se sitúan esos escasos elegidos para la gloria, unos pocos reos indultados para prolongar en el tiempo y en el espacio la inmensa capacidad de perdón que tiene la iglesia católica y sus representantes entre nosotros. Desconozco por qué cauces transcurre la petición y concesión del indulto, pero creo recordar que una de las circunstancias para ser favorecido con el premio gordo de la libertad es no haber cometido delitos de sangre. Imagino que en el amplio espectro de agraciados se encontrarían, por tanto, estafadores, camellos, ladrones de poca monta etc, que además tuvieran un comportamiento exquisito en la prisión donde se hallaban radicados hasta el instante de gracia.
Obviamente, y aunque sí tendría algo que decir respecto a la primera de las tradiciones, no tengo nada que objetar en relación con la segunda, en tanto y cuanto obedece a uno de los principios de nuestro código justiciero, el referido a la reinserción del preso. Sin embargo, he de reconocer que esta cosa tan estupenda del indulto (y ya no me refiero al que tiene su razón de ser en días tan sacramentales) está sufriendo una devaluación continua en el sentir social. Porque, mientras los ciudadanos de a pie nos hallamos sumergidos en nuestras crisis y nuestros disgustos, los gobiernos que nos malgobiernan aprovechan para dejar ir de rositas a quienes jugaron con los dineros que ya no tenemos y, lógicamente, perdieron.
Lejos quedan aquellas campañas mediáticas donde se pedía el indulto para los castigados injustamente y todos nos levantábamos no en armas, sino en indignación contra los poderes fácticos, empeñados en maltratar a quien decía ser uno de los nuestros. Ahora el indulto tiene mucho de gañán y bastante de torticero en sí mismo. Dicha fórmula jurídica se utiliza a voluntad de agradar al poderoso y se ejerce con nocturnidad y alevosía para no soliviantar a los perjudicados que, siento decirlo, somos todos. Lo demostró el PSOE a la hora de ejercer sus últimas voluntades, y lo sigue haciendo el PP que, aprovechando que estábamos todos preparando huelgas, protestas y criticando la reforma laboral, deja en libertad a dos condenados por malversación de fondos públicos de CiU, el simpático compadre catalán de quienes siempre nos gobierna, sean del signo que sean (me encantaría leerme la letra pequeña de los acuerdos parlamentarios, por cierto).
Poco le ha importado a Rajoy y cia que la Audiencia de Barcelona haya mostrado su contrariedad ante semejante atropello a la justicia y la Unión Progresista de Fiscales se lleve las manos a la cabeza cavilando acerca de cómo van a explicar ellos ahora eso de que "la justicia es igual para todos". Aquí, antes de hacer el bien hay que mirar a quién se lo haces, pagar favores, distribuir prebendas y tapar agujeros muy, muy negros. Los fiscales aducen, con muy buen criterio por cierto, que "a la hora de la verdad, incluso con una sentencia condenatoria firme, quedan impunes las conductas de apropiación o distracción de fondos públicos, realizadas por personas vinculadas al poder político y/o económico". Ante semejante declaración de principios, casi mejor me quedo callada.
Que nadie se extrañe si en este país afrontamos la separación de poderes cada vez más como una entelequia que como una realidad. Tal vez porque la mayoría no somos leguleyos y necesitamos una explicación tipo Barrio Sésamo de por qué pasan las cosas que nos pasan. Por ejemplo, no nos vendría mal un curso acelerado para dummies de por qué Urdangarín no va a ir a la cárcel ocurra lo que ocurra, con un anexo que nos desgrane los motivos según los cuales su santa esposa, la mujer de las mil firmas, ni siquiera va a ser imputada mientras sí lo son otros con mucha menos pruebas en su contra. Digo yo que nunca es tarde para aprender algo nuevo, ¿verdad?

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