miércoles, 2 de mayo de 2012

Viernes 13

Los viernes 13 son el equivalente anglosajón a nuestros martes 13. Días para no levantarse de la cama, donde todo lo malo y lo peor pueden ocurrir a la vez. El mito se hizo tan grande que infectó nuestras pantallas con una saga de películas a cada cual más mala, donde caían como chinches aquellos adolescentes empeñados en fornicar entre bosques y lagunas. Un prodigio cinematográfico de arte y ensayo.
Ahora no es necesario ser adolescente ni sentir picores para caer fulminado un viernes. Es más, ni tan siquiera parece imprescindible que sea 13. En ese empeño que tiene el cosmos en hacernos sufrir de lo lindo, resulta que la mayoría de despidos se producen en el último día laborable de la semana, para que los curritos se vayan a su casa calentitos y a disgusto. Antes los viernes eran jornadas festivas, el preludio etílico del finde, mientras que ahora se convierten en momentos de duelo, donde uno no sabe si esperar que le atropelle un camión o que le lleve por delante.
Pero en ese intento de convertir el viernes en el peor día de la semana, los hados no están solos. Cuentan, por ejemplo, con la inestimable ayuda del gobierno que, reunido en consejo de ministros, suelta, a eso del mediodía, nuevas medidas anticrisis que no son más que asesinatos en masa del bienestar y los derechos sociales. Ni un viernes nos han dejado tomarnos una cerveza en paz y concordia desde que Rajoy y sus chicos ocupan las poltronas de la Moncloa. Un sufrimiento.
Y tranquilos amigos, porque hay más. Esperanza Aguirre, esa señora tan alicatada que, cada vez que ve un micrófono se cree Sara Montiel, ha decidido celebrar todos los viernes, a eso de las ocho y cuarto de la mañana, una reunión así, entre colegas, para ver dónde se puede recortar. Si eso no es ensañamiento, que venga la Virgen de El Escorial y se nos aparezca. Porque esta mujer, lejos de mostrar solidaridad con el sufrimiento de sus compatriotas, afirma haber encontrado "partidas maravillosas" de las que todavía se puede recortar. Miedo me da. Ya nos contará, aquí la amante del sadomaso, dónde demonios ha hallado cosas maravillosas con las que estrangular aún más nuestro dolor y sufrimiento.
Dice Espe, por ejemplo, que, desde que ella gobierna Madrid, se han abierto 12 hospitales nuevos, todos con habitaciones individuales, y que en algunos se pueden poner incluso dos camas. No lo dudo. Estoy segura de que, puestos a ajustar presupuestos, sumamos también un par de literas y una silla reclinable. Eso, al margen, claro, de pagar la comida como si la pariera un restaurante de la guía Michelín y costearnos esa bata tan cool que te deja el culo al aire cuando paseas por los pasillos del recinto sanitario luciendo costurón. No me extraña que en Hospital Central estén todos liados con todos. Si es que van provocando....
En cuanto escucho desbarrar a Esperanza no dejo de pensar si la salud mental de los madrileños cumple unos mínimos. Porque me niego a creer que alguien con todas las facultades intactas pueda hallar cierta complacencia en el discurso de una mujer que resulta desagradable cuando calla y da mucho miedo cuando habla. Pero así somos. Si en la vida real nos empeñamos tanto en echar de nuestro lado a lo bueno y quedarnos con lo malo, no me extraña que a la hora de elegir gobernante nos dejemos llevar por los mismos criterios y le pidamos a Jason Voorhees, este chico tan simpático que va ensartando jovencitos los viernes 13, que sea nuestro padrino de boda.
Hay por ahí una frase muy sabia que viene a decir algo así como "si no luchas por lo que amas, no llores por lo que pierdas". Nos cuesta pelear por lo que verdaderamente queremos, a lo mejor porque no nos damos cuenta de lo mucho que lo necesitamos hasta que somos conscientes de que ya no lo tenemos. Cuando no disponemos de algo que nos hizo y nos hace falta (sea una persona o un derecho) es cuando empezamos a darnos cuenta de lo tontos que fuimos y asumimos que solo nos queda resignarnos. Pues no. Deberíamos pensarlo un poquito antes de dejarnos quitar lo esencial, o permitir que se rían de nosotros. Es tremendo tener que resignarnos a que la vida o los demás nos separen de quien queremos o de lo que queremos. La esperanza es lo último que se pierde... aunque a alguna ya me gustaría a mí haberla perdido hace tiempo.

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