miércoles, 9 de mayo de 2012

La navaja de Ockham

La navaja de Ockham es un principio que vendría a explicarse así: cuando dos teorías en igualdad de condiciones tienen las mismas consecuencias, la más simple tiene más probabilidades de ser la correcta que la compleja. Esto ocurre aun a pesar de que nosotros, seres muy, muy humanos, nos dejemos vencer antes por los circunloquios y las florituras que por las sentencias cortas y concretas. Somos imperfectos; nos gusta lo difícil y preferimos perdernos en el camino antes que llegar al destino en la mitad de tiempo.
Estoy bastante de acuerdo con la navaja de Ockham, sobre todo porque la vida, al final, te demuestra que su conclusión es una verdad como un templo. Sin embargo, he de ponerle una objeción muy básica, y es que, a veces, las teorías son formuladas conforme a puntos de vista contrapuestos. No se trata de que dos personas no hayan vivido lo mismo, sino que lo han interpretado de distinta manera.
Es muy difícil llegar a un acuerdo cuando los puntos de vista se oponen. Primero, porque todos defendemos nuestra verdad que es única y absoluta. Seguramente. Nuestros sentidos lo han captado de una forma y lo hemos digerido a nuestra manera, condicionada tanto por factores internos como externos. Sin embargo, nos resistimos a creer que otra persona puede haber captado diferentes aspectos de la misma escena. Es como cuando pones a un pintor a pintar lo que ve en una habitación: según donde lo sitúes, reflejará lo que ve. Aun siendo lo mismo, es distinto.
Elaboramos teorías conforme a unos datos que confluyen en una perspectiva. Otros, con idénticos datos, pueden llegar a una conclusión distinta porque su perspectiva varía. Y eso es, precisamente, el origen de alguna de estas discusiones que tanto nos gustan y que suelen acabar en un bucle infinito de difícil arreglo, más que nada porque, o todos tienen razón, o todos carecen de ella.
Es difícil acusar a alguien de no decir la verdad cuando, en realidad, está diciendo "su" verdad, la que ha captado y percibido. Puede que, en nuestra opinión, no se ajuste a lo que nosotros observamos, pero no por eso es criticable. En un mundo perfecto, cogeríamos su verdad, la mezclaríamos con la nuestra y saldría la teoría perfecta, pero no vivimos precisamente en un mundo ideal. Por eso es tan frustrante que alguien te niegue tu verdad; resulta incomprensible y ataca tu esencia como persona. Intentar convencer a cualquiera de que asuma un punto de vista que no comparte es tarea ardua, a no ser que todos pongamos mucho cariño y comprensión en el asunto. Auténtica prueba de fuego esto de creer a alguien y en alguien, no tanto por lo que dice o calla, sino por lo que es y lo que significa para nosotros.
Nos gusta mucho complicar las cosas. Por eso, las teorías más simples se nos escapan y la navaja de Ockham se acaba convirtiendo en una faca albaceteña de oscuras intenciones. Si alguien nos hace daño, en muchas ocasiones, es porque quiere hacerlo, no porque hayan concurridos circunstancias excepcionales que le hayan obligado a actuar así. Creamos universos paralelos donde no los hay debido, sobre todo, a que no nos gusta asumir la realidad. Como diría el gran Groucho: "parece un imbécil, se comporta como un imbécil, pero no se deje engañar: es un imbécil". Así de simple.

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