miércoles, 23 de enero de 2013

La chica de la curva

¿Qué alma cándida no se ha sentido en alguna ocasión fascinada por la historia de la chica de la curva? Esa espléndida autoestopista que se sube al coche del primero que se le ponga a tiro para a los 100 m. decirle aquello de "aquí me maté yo" y acto seguido desaparecer... Un clásico.
La chica de la curva está muy dentro de la imaginación popular, sobre todo en aquellos paisajes donde las noches por carreteras oscuras dan pábulo a que aparezca cualquier aberración nocturna, desde un tronista de Mujeres y hombre y viceversa pasado de tripis hasta el mismísimo Kiko Rivera con airbag incorporado. La señorita que se manifiesta a un lado de la carretera es, casi, casi, lo mejor que te puede pasar en una noche loca, teniendo en cuenta que no es de mucho hablar y lo suyo dura menos que un rapidito. Y, hablando del sexo sentido, he de admitir que yo siempre pensé que esta historia se la había inventado un tarambana para justificar ante su mujer el haber aparecido en casa a altas horas de la madrugada y con un aspecto lamentable. Por el susto, más que nada. Si es así, enhorabuena al creativo. Por favor, póngase en contacto cuanto antes con los publicistas del pan Bimbo para arreglar lo del anuncio de Messi.
Desgraciadamente, las nuevas generaciones no van a poder disfrutar de ese cosquilleo al escuchar el relato de la señora y sus curvas. Principalmente porque la decadencia de la práctica del autoestop hace inviable el cuento: uno puede creerse que haya señoritas caminando por el arcén (sobre todo de los polígonos) pero ya es más complicado que se monte en un coche y desaparezca sin haber cobrado. Esto no se lo traga (con perdón) ni Sor Citroën.
No obstante, a los amigos del PSOE le ha salido una mujer fantasma y ahí llevan todo el día, espantando el miedo y recuperándose del susto. Según cuentan los diarios, la Fundación que el partido dedica para reflexionar de sus cosas pagaba hasta 3.000 euros a una columnista que no existe. No sé si me sorprende más la fantasmagórica aparición o el monto del sueldo, teniendo en cuenta lo que cobramos ahora los periodistas por letra escrita. Se supone que dicha señora, que respondía al nombre de Amy Martin (igualito que alguna protagonista de novela rosa), solo se le aparecía a Carlos Mulas, director de la mencionada Fundación Ideas y que, en ocasiones, ve sobresueldos.
Como Mulas no llegaba a fin de mes con los más de 5.000 euros que se levantaba cada 30 días por coordinar la tormenta de ideas del PSOE, decidió inventarse un alter ego en forma de reputada articulista que lo mismo hablaba de la cría del calamar gigante que de las mil y una amantes del abuelo Carlos Marx. Quiero decir que le daba igual el tema a tratar mientras recibiera por ello el preceptivo emolumento. En sus ganas de marear la perdiz y sacarle hasta las entretelas, Mulas insistía en que la tal Martin era de sobras famosa y reconocida allende los océanos aunque nadie, salvo el propio director, afirma haberla visto. Como la mentada chica de la curva.
Creo firmemente en el derecho de todo literato, profesional o aficionado, a inventarse un pseudónimo. En el nombre del falso nombre se han abierto innumerables cuentas de Twitter y otras redes sociales. Nada que objetar. Profesionalmente tampoco le puedo poner peros, sobre todo teniendo en cuenta que muchos de los que escribimos nos hemos visto obligados a utilizar pseudónimos siempre con el permiso de la autoridad correspondiente. Pero lo que este señor socialista ha creado para beneficio propio es una insensatez del tamaño del Empire State y, lo peor, nadie ha tenido las cánicas de denunciarlo hasta este momento, cuando el PP anda "sobrado" de sobres. Y no, no voy a entrar en más teorías conspiratorias, aunque aviso que en cualquier momento me puede dar el siroco y cambiar de idea.
Teniendo en cuenta que papá Estado, travestido en madrastra de Cenicienta, destina cerca de 3 millones de euros a alimentar las Fundaciones que han parido nuestros grandes partidos, es de recibo que el PSOE haya destituido fulminantemente a Carlos Mulas y con él, a la animosa Amy Martin, esa fantástica hembra parida por la ambición humana. Una lástima. Y una vergüenza que la gente con menos escrúpulos de este país siempre vaya a refugiarse bajo el árbol que da más sombra y que no es otro que el de la política.
A lo mejor a Carlos Mulas no le conceden nunca el Nobel por sus escritos universalmente aclamados, pero al menos no se puede negar que ideas tiene. Algo digno de estima en una Fundación que lleva tan magnífico nombre. Lástima que la broma le haya salido a los socialistas por 50.000 euros de nada, lo mismos que se embolsó Amy/Carlos hablando de la mar y las sirenas. Menudo fantasma.


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