viernes, 18 de enero de 2013

Juego de tronos

La editorial Planeta ha publicado un libro llamado El fracaso de la monarquía que tiene por objeto demostrar que nuestro régimen de una monarquía democrática no es el más adecuado para que el futuro de España, de tenerlo (esto último lo digo yo) vaya por buen camino. Entre otros asuntos, el libro comenta que Don Juan Carlos simpatizó con la izquierda española con el objetivo de disimular o correr un estúpido velo sobre su pasado franquista. Y bastante cosas más que a nuestro rey lo mismo le habrán sentado como un mordisco de elefante en los reales bajos.
El autor de este tratado de malos hábitos "coronarios" es Javier Castro Villacañas, un señor nada sospechoso de ser progresista sino todo lo contrario: es abogado y periodista y colabora o ha colaborado, entre otros medios, con La Razón, ABC e Intereconomía. Tras ver semejante currículum podríamos deducir que en Castro tenemos un gran afecto a la realeza en general y nuestra monarquía en particular pero su escrito, del que solo he leído la hoja de promoción que suelen enviar las editoriales, parece inclinarse por lo contrario, llegando a decir que la monarquía juancarlista ha derivado en una crisis institucional coronada por la falta de libertad política y democrática actual y la pérdida de la conciencia nacional (en esto último no voy a entrar porque ya de todos es sabido que mis orígenes han parido una opinión muy peculiar sobre el tema de las comunidades autónomas).
Tal pareciera que, aunque tomando distinto camino, Javier Castro llega a la misma conclusión que muchos partidos de izquierdas: la necesidad de abandonar el régimen monárquico e instalar o instaurar la III República. Lo cual me lleva a barruntar una idea a la que continúo dando vueltas desde hace unos cuantos meses, y que no es otra que el que esta pseudoconspiración afanada en sacar los trapos sucios del monarca y su familia sería en realidad una trama urdida por la derecha más recalcitrante para desalojar al monarca del trono y poner a un presidente ad hoc al mando de este nuestro país.
Díganme si el embrollo no pinta bien: con una izquierda dispuesta a hacerle el juego político incluso sin darse cuenta y una sociedad que, poco a poco, vira hacia parámetros republicanos, a los más conservadores, ávidos de poder, una vez tomadas la mayor parte de las administraciones del Estado solo les quedaría asaltar la última de ellas que no es otra que la corona.
Es muy curioso que, por ejemplo, el diario El Mundo, bastante lejos de la ultraprogresía, fuera el que mayor hincapié pusiera en destapar las argucias de Urdangarín, el yerno de monarca. Resulta hasta sospechoso que, a raíz de todo ello y con la opinión pública calentita, empezaran a salir detalles poco amables sobre la vida privada de Don Juan Carlos, sus asuntos de cama y hasta sus gastos, que de la nada aparecieran tantas voces discordante y que comenzaran a interpretarse de muy diversa manera decisiones o actuaciones que el rey acometió en el pasado. ¿Lo bueno de mi peregrina teoría? Que, según ella, no interesa que el yerno real se vaya de rositas de su intríngulis judicial, sino que haya una condena en firme para mayor escarnio de su familia política.
De todos es sabido que José María Aznar jamás simpatizó con Don Juan Carlos sino todo lo contrario. Y que sigue ahí agazapado, a la espera de no se sabe bien qué sin que parezca que su ambición vaya a ser ocupar de nuevo el cargo de presidente recogido en la Constitución. Un hombre de derechas, de los que se visten por los pies, no dimite ni hace ascos a un puesto en lo alto salvo flagrante delito o motivos muy personales, de ahí que la actitud de Aznar resulte hasta extravagante. Lo mismo se puede decir de Esperanza Aguirre, cuya retirada siempre hedió y que continúa ahí, cazando talentos y soltando perlas muy parejas a las que solía pronunciar el señor de los mil abdominales y, de paso, criticando a la esposa de éste y alcaldesa de Madrid en cuanto le ponen un micrófono delante. La presidencia de una república es, ya digo, muy, muy golosa.
También me sorprende que el príncipe del pueblo (Felipe de Borbón, no Jorge Javier Vázquez) de repente haya mostrado cierto afecto público hacia personalidades e instituciones conservadoras a las que hasta la fecha no parecía tener el mínimo apego. Está claro que el ser de derechas es muchas veces una cuestión de estatus y, por lo tanto, Felipe debería ser por cuna uno de los suyos, pero tanto amor repentino solo acontece en las películas más ñoñas.
En Todos los hombres del presidente, Garganta Profunda les dice a Berstein y Woodward que sigan la pista del dinero. Y en este país el dinero ha estado siempre en manos de los mismos y si no, que alguien hojee la prensa de hoy o vea los informativos de estos últimos días. Estoy plenamente convencida de que a muchos poderes fácticos les interesó mantener una monarquía de paja hasta que dejó de interesarles, porque han visto que la recompensa de no tenerla es mayor que las ventajas de conservarla.
Así que, según mi precaria teoría, aquí estamos todos, rojos, azules y colorados, persiguiendo idéntico objetivo sin tener en cuenta que la consecuencia de nuestra lucha última va a ser que unos pocos se pongan morados. Y no precisamente los más sospechosos de lucir un espíritu democrático y una conciencia social. Pero, bueno, como ya digo, éstas son solo ideas de una tía rara que escribe un blog y que ha visto muchas películas. Y no precisamente de amor.


No hay comentarios:

Publicar un comentario