domingo, 7 de julio de 2013

Volando voy

El último incidente entre Evo Morales, presidente de Bolivia, su avión, el fantasma de un tal Snowden y el gobierno español ha venido a demostrar lo que muchos andamos barruntando: que la diplomacia, esa disciplina con grandes dosis de educación, mano izquierda y arte de tahúr, se está convirtiendo en una especie de arma arrojadiza que sirve más para embrutecer al contrario que para enaltecer lo propio.
No hiló fino el gobierno español poniendo trabas al avión de Morales. No digo yo que nuestra actitud, entre servil y fraternal, con el gobierno de Estados Unidos no nos obligara a hacer lo que hicimos, pero aquí nos faltó mano izquierda (¿o debería decir pelotas?) y nos sobró el dedo en el ojo.
Tienen razón los gobiernos de izquierdas de América Latina cuando dicen que sus homólogos españoles les siguen tratando como subproductos marginales de añoradas ex colonias. Ya demostró Aznar durante su mandato que no se le daba nada bien tratar con los presidentes que presidían por debajo del Rancho Grande. Su arrogancia, su chulería y su discurso faltón no contribuyó precisamente a que se obviara esa imagen del español como cacique matón que todavía se recuerda por allá y que nuestro gobierno, en un intento por rememorar viejas tradiciones, se encarga de reverdecer cada vez que se les olvida la Historia y Geografía que cursaron en la escuela. Aunque, visto el expediente académico de varios de nuestros políticos más insignes, no me extrañaría que solo hubieran sacado notas boyantes en religión.
Es cierto que para muchos de los gobernantes sudamericanos (Morales, Maduro, la presidenta de Argentina....) resulta relativamente sencillo vomitar su populismo en críticas a la actividad económica de España o su gestión política. A fin de cuentas, es lo que cultural e históricamente tienen más cerca y a lo que les interesa atribuir gran parte de la herencia envenenada que se ha traducido en divergencias sociales de difícil solución. Algunos convertirán cualquier ínfima metedura de pata de Rajoy y compañía en la excusa perfecta para espolear conciencias y recuperar viejas rencillas, cuando no maltratos. Es el momento, por tanto, de medir las palabras y de minutar las acciones para no levantar más ampollas de las ya reventadas, a sabiendas de que cualquier paso en falso se convierte en camino abonado para una nueva expropiación. España tiene mucho que perder si nuestro gobierno se empeña en seguir con esa actitud despreciativa con algunos de sus aliados históricos en América Latina, y los empresarios son los primeros que deberían de meter en cintura a unos políticos a los que no les vendría mal un cursillo acelerado de diplomacia y buenos modales.
Además, ahora mismo no estamos para ir tirando cohetes. De hecho, con su actitud, el gobierno del PP ha invitado a crear una especie de solidaridad entre los gobiernos de izquierda "subversiva" latinoamericanos y el pueblo español, víctima de la insensatez de esta época tan conservadora. Una solidaridad que se manifiesta en los discursos muy provocadores de algunos pero no en el sentir popular, en tanto en cuanto los españoles somos ahora los "euracas" en Sudamérica, una nueva casta que, tras haberse aprovechado de estudios gratuitos, está mejor valorada profesionalmente que los nativos a los que, en el sentir ciudadano, siempre va a quitar el puesto de trabajo. La corriente migratoria tiene estas cosas, que un día sopla de un lado y otra del contrario.
No dudo que en la historia del avión de Evo Morales haya mucho de fabulación y algo de inquina. Porque el cabreo mayúsculo contra la soberbia española no se parece en nada a la regañina cursada a Francia e Italia, por ejemplo, dos países que también se negaron a que la aeronave del presidente surcara sus cielos. Lo más curioso, incluso, no es el efecto, sino la causa del jaleo.
Y es que todo este vodevil diplomático ha aparecido en nuestros titulares porque a papá Estados Unidos le ha salido un hijo díscolo y está dispuesto a perseguir a Snowden hasta en el infierno, entendiendo por infierno esos países del sur que, mira tú por dónde, se le han puesto chulos. Quién les iba a decir a ellos que un chaval con pinta de nerd iba a ser el estandarte revolucionario más esgrimido en lo que llevamos de año y el punto de unión que ahora mismo vertebra a las naciones de América interesadas en plantarle cara al colonialista del norte. Poco va a a tardar Estados Unidos en inventarse un nuevo eje de mal o una forma de terrorismo que sustituya a esta estupidez del narcoterrorismo, anclado en la frontera terrestre de México y Estados Unidos cuando todos intuimos sino sabemos que la mayor parte de la droga siempre, siempre, ha entrado, entra y entrará por mar. Más le valdría a Obama vigilar su costa este y menos la frontera sur, aunque, claro, esta última da mucho más rédito político.
Y hablando de terrorismo, hay quien no deja de preguntarse si este espionaje metafísico ejercido por el gobierno norteamericano contra sus aliados no es una forma de ídem. Es decir, que nos están atacando con trampas y alevosía. Quien esté dispuesto a llegar a una conclusión, que reflexione sobre ello, pero que primero se remonte a los orígenes del terrorismo y sus diferentes acepciones, que las hay.
Por mi parte, aconsejo seguir pendientes de si los reproches de los gobiernos latinoamericanos contra España se traducen en algún tipo de decisiones que nos castiguen directamente nuestros muy perjudicados bolsillos (ay, Rajoy, ojalá fueras un poco más viajado y tuvieras la mente más abierta) y también jugar a aventurar qué pasará con Snowden, quien, a este paso, solo encontrará asilo en Mordor. Incluso allí es posible que le traten mejor que en su terruño.


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