martes, 2 de julio de 2013

El chiringuito

Cada cierto tiempo se recuperan teorías de la conspiración que vienen a suplir la ausencia de noticias, en algunos casos, y la falta de inteligencia de muchos, en la mayoría de las ocasiones. Durante las últimas horas, en un afán de regurgitar (que no reverdecer) viejos laureles, la televisión pública española rescató aquella infame teoría esgrimida por el PP durante el atentado de los trenes en Madrid y que apuntaba a ETA como autora de la masacre. Estupendo: cuando ya la mayoría de los palmeros ultraconservadores había dado la cantinela por agotada, viene la televisión de todos los españoles a pedir un bis.
Los señores que mandan en el ente público, hoy más ente que ayer y menos que mañana, se han apresurado en decir que lo de ETA y los trenes fue un despiste. Más o menos de la catadura de ése que les lleva a obviar puntualmente el caso Bárcenas y, en consecuencia, el tema de los sobresueldos en el PP, los abucheos a la monarquía y las tramas que sacuden los cimientos del partido del Gobierno, empezando por la Gürtel y terminando también por ella, que para eso es una bola de nieve de circunferencia perfecta. Sin embargo, y aunque no tengo sintonizada TVE, estoy convencida de que los informativos se han venido arriba con la imputación de la ex ministra socialista, Magdalena Álvarez, en el caso de los ERE andaluces. En comparación con lo suyo, los escandalosos pagos en negro a Javier Arenas, a la sazón candidato eterno a la misma Junta de Andalucía que auspició y consintió el enmarañado caso de los ERE, no merecen ni una pequeña nota entre el Tiempo y los Deportes, ¿verdad, Samoano?
No soy tan ingenua como para pensar que la televisión pública va a ser alguna vez un organismo autónomo y sin relación alguna con la clase política. Estamos demasiado acostumbrados al No-Do franquista como para pasar por alto que la tele es un instrumento indispensable para ejercer la propaganda, sea ésta del signo que sea. Además, la perversa forma en la que entendemos el desempeño de la política nos lleva a concebir el uso de la información de una manera rancia y torticera, convirtiéndola más en un instrumento de abuso que de servicio público.
Desde el advenimiento de la democracia y la Transición a la que todos tuvimos que admirar sin poder cuestionarnos ni el más minimo detalle del proceso, todos los partidos, todos, han empleado la televisión estatal o autonómica como vehículo para lucimiento propio o desprestigio ajeno. Lo que ocurre es que en alguna ocasión se ha notado bastante y en otras se ha notado menos. Sin ir más lejos, me remito a las diferencias que hubo entre Telemadrid durante la época de Gallardón y Telemadrid de Esperanza Aguirre, cuya mala gestión y su interés en convertir el canal en una hoja parroquial donde ella era el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, lo ha llevado al más absoluto desastre. Gallardón no es precisamente un santo ni un moderno de manual, pero en su día intentó dar cierta apariencia de neutralidad. Estábamos tan acostumbrados al sesgo que hasta su subconsciente manipulación nos parecía el colmo del espíritu democrático.
El nuevo equipo directivo de TVE viene de la parte más carca e intransigente del PP. Dicho lo cual, es fácil entender que están ahí por algo si por ese algo entendemos seguir la voz de su amo. La purga de profesionales y sus sustitución por otros de dudosa ética que acometieron nada más apoltronarse auguraba una triste relación entre los ciudadanos y su televisión, como así ha sido. Semejante empeño en erigirse como portavoz de solo una "de las dos Españas" puede resultar muy útil desde el punto de vista político, pero muy contraproducente desde el aspecto empresarial, en tanto en cuanto reduces gran parte de tu público natural, que es quien, al final, te mantiene (todos somos accionistas de TVE con nuestros impuestos). Por tanto, no solo los nuevos gestores han demostrado ser informadores de dudosa calaña, sino empresarios con muy pocas luces.
No creo que haya que recurrir a ejemplos como el de la BBC para buscar una televisión en la que mirarse. La cadena británica puede ejercer de abanderada de lo que debe de ser una cadena estatal, pero también ha tenido sus escándalos y sus tejemanejes. En el caso español, bastaría con que la ley obligara a que la televisión fuera controlada por un organismo autónomo, con el poder de elegir a un profesional independiente para dirigirla y que se penalizara cualquier intento de condicionar y sobornar al periodismo público. O darle un poco más de voz y voto a ese consejo que regula el ente y que está compuesto por representantes de los distintos partidos que, a su vez, representan a quienes costeamos el organismo. Un consejo que, ahora mismo, cobra, pero no aconseja.
En teoría esto podría ser el principio de un amanecer dorado para la información, un conjunto de mínimos sobre los que construir los cimientos. Pero algo tan sencillo se convierte en complicado cuando ningún partido político permite que se le quite su juguete, aunque sea a costa de desprenderse del capital humano más valioso, despidiendo y contratando personal según la ideología de cada cual y manipulando al ciudadano, harto de que tiren de él como si estuviera el juego de la cuerda. Algún día nos quemaremos los dedos de tanta fuerza que hacemos por no perder pie.
Así que, sintiéndolo mucho, el mando está en nuestras manos. No hace falta ni siquiera que montemos una revolución: podemos encender o apagar el canal, a sabiendas de que, sin publicidad y con una gestión absurda, TVE solo tiene la coartada de su público que tanto le quiere. A falta de éste, lo mismo debería replantearse muchas cosas. Antes de que sea demasiado tarde y Markel les obligue a tomar medidas tremendistas muy a la griega: la televisión pública tiene muchos gastos, no genera ingresos y no interesa nada, así que españolitos, metérosla por donde podáis. Así, sin anestesia.


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