martes, 30 de julio de 2013

A Dios rogando

La curia eclesiástica tiene que estar ahora mismo tirándose del birrete. Y es que dejas a un señor salir de excursión a Brasil para echarse unos cantes y unos bailes con cientos de miles de jovencitos de medio pelo y luego pasa lo que pasa, que vuelve tan contento que la lía parda y compadrea con los periodistas como si estuviera jugando al tute con los vecinos de Villafáfila.
Imagino a todos esos venerables ancianos vestidos de negro mutando en rojo carmesí al escuchar que el querido Papa Paco respeta a los gays y echa pestes contra la corrupción en el Vaticano, incluido ese afán de enriquecimiento que practican unos hombres que han jurado pobreza extrema. No es para menos: después de tantos siglos acariciando los tesoros del pueblo cual Golum con sotana, llega un tipo argentino con maletín negro a decirles que la cosa está muy malita y a lo mejor tienen que dar más y trincar menos. Y, encima, pedir perdón por la soberbia, la gula, la lujuria y un montón de pecados más que han ido acumulando debajo del colchón. Para mear y no echar gota.
Tras el speech que se marcó el nuevo Papa en el avión que le devolvía a Roma, amenizando el viaje a los periodistas, el mundo católico, apostólico y romano se fundió en un ay. Si alguien se tomó la molestia de leer los comentarios adscritos a las declaraciones del Papa Francisco, comprobaría estupefacto como, más que elogiar esa humildad de palabra y ese deseo de apertura manifestado en una pseudo homilía tantas veces ansiada, la peña se deshacía en temores sobre la salud del Pontífice. En un singular todos a una, los foros se plagaron de hondas preocupaciones que incluían advertencias con muy buen fondo: cuidadito con el café, precaución con las magdalenas del desayuno o un poquito de por favor con la leche caliente antes de acostarse, que las carga el diablo. Nos han llegado tantos rumores acerca de las conspiraciones vaticanas, que todos somos Dan Brown y nos tememos lo peor: para un Papa que sale más o menos normal (dentro de la anormalidad del cargo) lo mismo sus colegas van y se marcan un Juan Pablo I o, hablando en plata, un envenenamiento con nocturnidad y alevosía.
Dios no lo quiera. Me imagino a Juan Pablo II, tan carca el hombre, revolviéndose en su tumba al ver a este señor que se niega a emplear el calzado papal porque le resulta incómodo para patear las calles. Sin embargo, a Benedicto XVI me lo supongo, más ancho que pancho, enganchado a Amar en tiempos revueltos o como sea que se llame el culebrón italiano de las tres de la tarde. A él esto como que le da igual que le da lo mismo: bastante tiene con haber vivido la aventura y poder contarla.
Y es que ser progresista no es precisamente un signo que augure una gran longevidad en el Vaticano, un lugar poblado de señores más tipo Arzobispo de Alcalá que Enrique de Castro. Precisamente el primero de ellos, el de Alcalá, debe de estar ahora mismo clavándose astillas bajo las uñas, él que tanto abogó por la causa antigay y tan amargados nos tiene a todos con sus rancias advertencias, seamos heteros u homos. El Papa ha pedido respeto para los gays, algo con lo que no comulgan muchas de las autoridades eclesiásticas que se pasean por las iglesias impartiendo doctrina y amenazando con castigos a mansalva si no se cumplen determinados preceptos absurdos. Entre ellas, ese ente inclasificable que da más miedo que los fantasmas de la película Expediente Warren y que obedece al enigmático nombre de Conferencia Episcopal. Bajo semejante epígrafe se esconde un grupo de seres inauditos que tienen agarrado por los huevos al Gobierno de España y que dibujan las directrices de la política que se hace en este nuestro país de pandereta, sobre todo en lo que a recortes de derechos se refiere. Imagino que dicha panda de criaturas oscuras, muchos de ellos paridos por el Opus, los Legionarios de Cristo etc, verdaderos estigmas de la Iglesia más progresista y más fiel a sus raíces (la de no juzgaréis y no seréis juzgados) andará ahora mismo echando pestes bíblicas contra este pontífice que ellos mismos han elegidos y que, para remordimiento de muchos, va camino de convertirse en estrella de rock, aunque lo suyo sería bastante más punk.
A pesar de que todo el mundo repase una y otra vez las palabras del Papa sobre los gays, a mí, sobre todo, me ha llamado más la atención su discurso a favor de la laicidad del Estado y el respeto de todas las creencias (¡toma patadón a la Conferencia Episcopal!) y su insistencia en que ningún lobby es bueno, algo en lo que coincido con él, por lo menos a grandes rasgos. A mí que un señor destinado a mandar tanto en la Iglesia abogue por la separación de poderes me parece que es para besarle los pies y hacerle un tapete de ganchillo. La colcha y los cojines, si eso, ya se los confeccionaremos cuando se enfrente a la pederastia y a la panda de malos malosos que, compinchados con el crimen organizado italiano, manejan ese otro agujero negro de vicio y corrupción llamado Banco Vaticano. Que su Dios le de suerte y sus colegas, salud.


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