domingo, 8 de septiembre de 2013

Nos quieren

El que el COI, ese estamento al que algunos quieren catalogar de abyecto y oscuro, haya rechazado que Madrid se convierta en sede olímpica no es una síntoma inequívoco de que nos tengan manía (como han venido señalando los medios de la derecha) sino de que nos profesan, como mínimo, un cierto cariño. Más a los españoles que a esa clase política que, para nuestra desdicha, nos gobierna.
El Comité Olímpico, como algunos de los que hemos sido tremendamente críticos con los proyectos megalómanos de la Comunidad de Madrid (léase Eurovegas, léase Olimpiadas) ha entendido que la capital de España, y el país entero, tienen mucho que barrer y demasiada plancha acumulada antes de poder invitar a la familia a celebrar la comunión en casa. Por mucho que el gobierno nos venda la moto de la Marca España y lo mucho que nos aprecian en el exterior (esas palabritas de Rajoy al Comité señalando, como valores fundamentales de la candidatura, el que la capital del reino estaba poblada por "gente muy simpática") lo cierto es que más allá de nuestras fronteras nos ven como nosotros no queremos vernos: como un pueblo gris, perdido, víctima de la corrupción de unos políticos ineptos, que nos ahogan con la austeridad mientras mantienen como rehenes a varias generaciones de españoles.
Durante los últimos días, el gobierno y sus palmeros se han empeñado en convencernos de que Madrid iba a ganar los JJ.OO porque somos "lo más mejor". Bastaba con echar un vistazo a los medios internacionales y a las palabras de los expertos en organización de grandes eventos deportivos para comprobar que esto no era así ni de lejos. Pero el PP necesitaba de buenas palabras para hacernos olvidar los malos modos y los abruptos modales con las que intentan sacarse de encima sus propios pecados, empezando por el caso Bárcenas y acabando por la Gürtel. En realidad, todo fue una sobredosis de alegría, chutada en cómodos plazos, con la esperanza de que Dios proveería. Si, como dice la ministra de Empleo, el paro lo solucionará la virgen del Rocío, ¿por qué no encomendarnos a Dios para que nos regales unos Juegos? Lástima no haber pensado que estos Juegos son los del Olimpo y que, por lo tanto, el Dios católico no juega en casa. O que los japoneses tienen más deidades ante las que arrodillarse.
En resumen, el PP y sus acólitos llevan años tergiversando la única verdad verdadera, que es que estos Juegos de Madrid serían un buena inversión. Para sus arcas, naturalmente. Porque de financiarse, se hubieran financiado en base a la iniciativa privada, ese grupito de empresas afines, que aparecen en los dossieres de los juzgados por haber sobornado a los dirigentes populares. De esa manera, el PP podría por fin devolver los favores recibidos y pagar a aquellos que le financiaron ilegalmente. Un respiro para los populares y más deuda para el ciudadano, en una nueva reedición de los últimos Juegos Olímpicos de Atenas, ese enorme saco sin fondo que todavía los griegos no han acabado de costear.
En su cortedad de miras y su empeño en verse a sí mismo como lo que no son, nuestros gobernantes han enviado a Buenos Aires a una delegación que merecería un puesto de honor en cualquier tebeo: allí estaba Ana Botella, con su inglés ruin y absurdo y su indolencia crónica, Mariano Rajoy, leyendo discursos de perogrullo, sin base ni fundamento y, por supuesto, con pavor a expresarse en inglés, y el Príncipe Felipe, que aunque todos dicen que emocionó con sus palabras (curiosa expresión para definir la dialéctica de un Borbón) tiene muy poco tirón internacional salvo para las revistas del corazón francesas, inglesas y alemanas, empeñadas en que lo suyo con Letizia está al borde del finiquito. Consensuado y en diferido. Creíamos que la buena voluntad omitiría el que no habíamos hecho los deberes ni económicos, ni políticos, ni judiciales, ni de gestión, ni de anticorrupción. Y, claro, nos han pillado. Luego los medios, como buenos españoles, le echarán la culpa al COI y esta panda de avariciosos volverá a presentar candidatura (la quinta, si contamos aquella incursión franquista), empujados por el dinero y los oropeles y haciendo nulo caso al deporte de base, el verdadero beneficiado de este tinglado si el nuestro fuera un país ideal. Y digo si fuera porque aquí tenemos a un gobierno, con Wert a la cabeza, a quien el deporte le importa lo que a mí la manicura francesa: absolutamente nada.
Cuando Madrid se alió con Valencia, su eterna partner in crime (Gürtel, el caso Noos etc...) pensé que era la peor pareja posible para reclamar unas Olimpiadas. Como si Al Capone y Jack el Destripador presentaran una candidatura conjunta al papado. Y creí que la mejor manera posible de lograr el inmediato aplauso internacional hubiera sido ir al alimón con Portugal, con Madrid como sede y Lisboa como subsede. Pero, claro, esto implicaría repartir el pastel y, encima, negociar, algo que al PP le sube la bilirrubina. Pues nada, a seguir lanzando candidaturas infladas convenciéndonos de que son lo mejor para nosotros (impecable el trabajo de los medios afines, ya digo) mientras en el extranjero seguimos dando entre pena y risa. Lástima que ellos (los otros, esas criaturas del averno que forman el COI) como los ciudadanos, no son tontos.


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