domingo, 29 de septiembre de 2013

Conducir daña los ovarios

No lo digo yo, lo dice todo un señor clérigo de Arabia Saudí y en voz alta, hasta el punto de que los informativos de medio mundo han salido al quite de sus declaraciones. Y no solo manejar un vehículo que no sea una sartén con ruedas (de la bicicleta sin sillín ni hablamos) perjudica el sistema reproductivo femenino, sino que puede acabar causándole a la interfecta serios problemas psicológicos. Hay que frungirse.
En primer lugar, todas las mujeres debemos dar las gracias al clérigo en cuestión por preocuparse de nuestra salud. Si muchos doctos señores de ciencias se hubieran ocupado tanto y con tamaño interés en nuestro sufrir, lo mismo hubiéramos dejado de parir con dolor allá por el siglo XV. Lo que no me cuadra a mí es que si el conducir produce trastornos en los ovarios por los movimientos psicodélicos del cuatro ruedas, cómo es que los hombres no notan cierto escozor en los testículos o vaivenes en la próstata. Antes pensaba que la actitud de ciertos machos en el Metro, abriéndose de piernas hasta ocupar dos asientos como demostrando que llevan hormigón en los calzoncillos, era producto de la mala educación y de la estupidez. Mil perdones. A lo mejor es que a los pobres les duele, y no solo en el alma, el uso del transporte público. Aunque para el caso da igual, porque parece que en Arabia Saudí esto de la movilidad es un problema estrictamente femenino. Se ve que los varones son duros... pues eso, duros de cojones.
Con lo de los trastornos psicológicos ya estoy un poco más de acuerdo, porque conducir con burka y otros modelos ejemplares del islam fashion puede ocasionar, como poco, locura transitoria. A ver quién es la guapa que mira al retrovisor con garbo o se agarra al cambio de marchas sin que se le vaya medio envoltorio en el intento. Eso por no hablar del hecho de pisar los pedales del vestido cuando la sisa del ídem te llega hasta el tobillo. Imagino a una señora árabe conduciendo de esa guisa por la M-30 madrileña en hora punta y entendería perfectamente que, tras las maniobras de aparcamiento, saliera de entre la carrocería no una entregada madre de familia, sino lo más parecido a un cruce entre Carrie y La niña del exorcista versión islamista radical.
Pero, bueno, como a este señor lo que le preocupa son nuestros ovarios (curioso en una sociedad donde las damas están para el goce ajeno y el parir propio y no para el libre uso de los mismos) alguien tendría que decirle que sí, que es verdad, que hay muchísimas cosas más que nos perjudican seriamente los ovarios. Para empezar, que no nos dejen elegir libremente sobre nuestra sexualidad y nuestros posibles o futuribles embarazos; que sigamos siendo una rémora para los empresarios porque nos consideran eternas depositarias del deber de cuidar, sea a la casa, a los hijos o a los mayores, lo cual nos resta productividad y e incrementa el absentismo laboral; que los puestos más importantes de la empresa, la política y la sociedad sigan ocupados mayoritariamente por hombres y que esa frase de "si las mujeres mandaran" sea únicamente una divertida entelequia propia de entretenidas conversaciones de bar; que, en igualdad de fechorías, una mujer sea una puta y un hombre un conquistador, o una mujer una puta y un hombre un tiburón de los negocios (putas hasta la muerte, qué se le va a hacer). Y no sigo porque me llevaría toda la noche y todavía conservo el vicio de dormir.
Pero lo que más nos toca los ovarios, señor clérigo, no es ni el volante, ni el cambio de marchas ni el cinturón de seguridad, sino ese empeño que tienen algunas sociedades, amparadas en dudosas interpretaciones religiosas, de juzgar como aberrante cualquier pequeño avance en la calidad de vida de sus mujeres. Me pregunto por qué esas ansias por someterlas y a qué temen tantos santos varones preocupados por el despendole de sus parientas. Es posible que a muchos se les acabara el chollo de tener criada y esclava, pero supongo que el terror ancestral a una revolución feminista (que no feminazi, como se empeñan en decir algunos) va más allá de lo obvio. De hecho, estos incunables no nacieron de un repollo, sino de una hembra a la que seguramente les une algo más que el cariño debido. En cualquier caso, que no se depriman, que una mujer no lo es menos por conducir (por favor, no le den ideas a Gallardón) y que tampoco se va a desmadrar tras aprender cómo funciona un utilitario.
Resumiendo, que muchas gracias por la preocupación y el consejo, aunque tampoco vendría mal que algunos simpáticos elementos se revisaran los bajos de vez en cuando. Ya se sabe que la junta de la trócola puede ser muy traicionera...


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