domingo, 15 de septiembre de 2013

Más madera, que es la guerra

Últimamente estoy bastante desenganchada de la actualidad, hasta el punto de que si no es ella la que viene a mí, definitivamente no seré yo quien vaya a ella. De ahí que no sepa muy bien el estado actual del conflicto sirio: si va, si viene o si solo permanece.
Lo que sí sé es que nada me ha sobrecogido tanto como las imágenes de ciertas matanzas perpetradas, presuntamente, por los partidarios del presidente al-Asad. Viendo esas instantáneas de gente muerta, incluso despedazada, o esos cadáveres de niños, me daban ganas de vomitar cuando no de retirarme del mundanal ruido y mandar al resto del universo a tomar Fanta, como diría algún tierno infante al que le hayan prohibido soltar tacos. En esos momentos de sangre y dolor, una no puede menos que preguntarse por qué demonios Occidente permite que, a los pies de esa Europa tan avanzada, siga muriendo gente a patadas en un conflicto de difícil resolución del que se conoce el principio pero al que no se le aventura ningún final. Confieso que cuando maquinaba sobre la idea de una intervención militar extranjera no me producía el menor cargo de conciencia ni la menor desolación, en tanto en cuanto estaba convencida de que se podía considerar un mal necesario. Pero hete aquí que llegó Obama, la izquierda plural, el no a la guerra y ahora no sé si cortarme las venas o hacerme con ellas un bonito tapete de ganchillo.
Fue afirmar el presidente de los EE.UU su voluntad de entrar a saco en el conflicto y la mitad del mundo echarse las manos a la cabeza y torturarse con la posibilidad de revivir el conflicto de Irak. Curiosamente, la misma mitad del mundo que menos de una semana antes pedía el cese de las matanzas por las bravas. De repente, Obama pasaba de ser un Nobel de la Paz cuestionado a un Nobel de la Paz inmerecido en tanto en cuanto estaba dispuesto a acabar con el derramamiento de sangre en Siria en apenas dos bombardeos. La excusa, un ataque químico presuntamente (otra vez) perpetrado por el régimen, lo que suponía una nueva edición de aquel gran éxito del armamento químico en Irak que tanto dio que hablar en su día. Esto ocasionó una dualidad moral difícil de explicar incluso en la intimidad: por una parte, las personas de bien deseábamos e implorábamos la resolución del conflicto, mientras que, por otra, nos daba cosica que EE.UU y sus aliados entraran en Siria como un elefante en una cacharrería, tal vez porque, de repente, se nos ocurrió que ningún país tiene el derecho divino (aunque no respetado) de interferir en los asuntos internos de otro o porque sospechábamos que Occidente podía atesorar intereses en el país que justificaran una decisión brutal.
Así que en éstas me encuentro, que no sé si me gusta una cosa o prefiero la otra, e imagino que gran parte del mundo andará como yo, intentando practicar el pacifismo sin resultado de muerte. El problema es que, en esa Siria cuyas fronteras fueron dibujadas a carboncillo por las potencias occidentales, no hay buenos ni malos sino que todos parecen bastantes cuestionables. De hecho, en sus orígenes, el país fue un conjunto de etnias de difícil convivir hasta que la familia al-Asad llegó a poner orden como mejor se les da a los que saben de esto: instaurando una dictadura. Eso quiere decir que, por un lado, tenemos a un dictador y sus partidarios y, por otro, a los rebeldes, en cuyas filas se encuentran, entre otros, los más rancios e intransigentes de los islamistas. Menudo panorama.
Obviamente, no somos nosotros quienes vamos a decidir si nos interesa meter baza en semejante lío. Por un lado, está el lucrativo comercio de armas que sirve a estos y a aquellos; por otro, o quién sabe si por el mismo, Obama afrontando con pundonor las amenazas del mundo árabe que podrían resultar beneficiados de una intervención, pero que aprovechan la coyuntura para arengar a los suyos y, de paso, lanzar las amenazas de turno a Israel, ese hermoso país que nutre el lobby judío que tan bien se lo sabe montar en los pasillos del Congreso y el Senado de Estados Unidos. Sí, amigos, va a resultar que esto es más complicado que jugar al Apalabrados en la bancada de diputados sin salir al día siguiente en la portada de El Mundo.
En lo que a mí respecta, no me siento mal por tener dudas y no saber si sacar los pompones de las barras y estrellas o churruscarlos en el microondas. Lo que me parece fatal es que, mientras el mundo sigue girando, debatiendo y haciendo como que sí pero no, en Siria continúa muriendo población civil bajo el fuego amigo y enemigo mientras son muchos los que se hacen de oro vendiendo armas que contribuirán a dejarnos, un día sí y al siguiente también, horrorosas imágenes como las que hasta el momento hemos tenido la desdicha de ver. Como diría mi madre, el uno por el otro, la casa sin barrer. Más razón que una santa.


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