sábado, 14 de septiembre de 2013

Marca España

Ahora que se ha descubierto quién fue el ideólogo del discurso de Ana Botella ante el COI, esa defensa de Madrid que sonaba más a redacción de tercero de Primaria que a diplomacia político-deportiva, toca debatir sobre si lo cobrado está a la altura de lo vendido. Y parece que no, porque se dice que el autor de semejante disparate, un señor llamado Terrence Burns, percibió alrededor de dos millones de dólares por hacer la pelota a la delegación española y convencerles de que su perorata barata y sus chistes de Jaimito podían demostrar a una legión de sesudos caballeros y damas que Madrid era una ciudad seria, próspera y rica. Ni lo uno, ni lo otro, ni lo tercero.
Todo lo que ha pasado estos días me parece de una vergüenza muy poco torera, ideas de perogrullo y derroches de estupidez pergeñados por una panda de individuos que viven en una realidad paralela y que en poco o nada se parece a la de este país que habitamos. No quiero saber lo que se ha gastado esa delegación de trescientos y pico almas que fue a Buenos Aires a vender humo. ¿Por qué tantos individuos chupando del bote? Lo desconozco, aunque podría aventurarlo. Es increíble que despilfarren lo que no está en los escritos cuando, mientras ellos se bebían y se comían Buenos Aires, en España el curso empezaba con unos recortes sangrantes en educación, con niños sin poder acceder a comedores escolares (lo que implica un alto riesgo de malnutrición en los hijos de tantas y tantas familias sin recursos), con profesores despedidos o a punto de, con alumnos sin transporte escolar, obligados a recorrer kilómetros para llegar a una escuela, con niños de diferentes cursos y edades apiñados en la misma aula y bajo el mismo profesor... Y no sigo porque se me ponen los pelos de punta. Mientras unos intentaban vender una Marca España en Argentina, parecida a las etiquetas de Loewe y a los emblemas de Chanel, en este nuestro país, seguíamos gritándole al mundo que, en realidad, nuestros políticos comerciaban con productos de todo a cien que no aguantan ni un lavado.
Lo peor de todo no es que mandemos al exterior a unos políticos pueblerinos, mediocres y timoratos que intentan hacernos creer que desempeñan un más que digno papel en los foros internacionales y que somos nosotros, con nuestras protestas y nuestro gesto torcido, quienes les aguamos el festival. Lo peor es que la imagen que ellos están dando es la misma que nosotros intuimos que ven los demás: cuando creemos que la Botella ha hecho el ridículo ante los delegados es porque lo ha hecho; cuando suponemos que Rajoy es objeto de mofa y befa ante franceses y alemanes es porque es así. El otro día daba pena ver al pobre hombre siguiendo el ritmo de Obama por los pasillos de la cumbre internacional de turno, poniendo cara de interesante mientras una agobiada traductora les perseguía a la carrera: una imagen casual convenientemente retratada para darle cierto cariz de gran estadista a un registrador de la propiedad que no sabemos muy bien qué ha hecho de bueno para estar dónde está. En fin, algo parecido contemplamos cuando Zapatero se encontró con el mencionado Obama, así que esto de hacerse pis cuando uno se topa con todo un señor presidente de los Estados Unidos debe de ser algo así como tradición hispana.
No hace falta salir al extranjero para darse cuenta de la imagen lastimera que damos: basta con echar una hojeada a la prensa internacional para comprobar que nuestro peso internacional se podría calcular en gramos. Pretendemos que no se enteren de lo que ocurre dentro de nuestras fronteras, que no reparen en la maltrecha Sanidad que nos ha regalado el neoliberalismo del PP, en una reforma laboral absurda que hiere de muerte a los trabajadores, en una banca que es como un gran monstruo que traga dinero pero no regurgita ni medio céntimo y en unos políticos que son un ejemplo de lo que jamás debería ser un gestor criado en democracia. Y, sin embargo, se enteran. Vaya si se enteran. Luego nos preguntamos cómo nos pasa lo que nos pasa, mientras nos permitimos el lujo de financiar unas vacaciones pagadas a tipos que hacen un discurso con cuatro tópicos y un café y que pretenden dar lecciones de fonética impensables en cualquier escuela de idiomas de nuestro país. Qué se le va a hacer si somos paletos hasta para escoger asesores.
En fin, que si seguimos tirando el poco dinero que nos queda en fastos, consejeros (¿cuántos tienen, por ejemplo, Ana Botella o su tocaya la Mato, por mencionar a dos grandes lumbreras?) y sobornos, la Marca España seguirá siendo lo que ahora mismo es: la marca blanca de la Unión Europea o, lo que es lo mismo, el concepto políticamente más barato de los que en la actualidad se esgrimen. Probablemente pase a la historia como la peor campaña de marketing creada, no porque la idea no sea buena, sino porque los actores elegidos son pésimos, casi tanto como el guión, plagado de chistes que ni puta gracia que nos hacen, oiga.


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