jueves, 19 de septiembre de 2013

Hasta la independencia y más allá

A todos nos pasa que hay sitios a los que tenemos más apego. Nuestro verdadero hogar (lo que vendría a ser nuestros espacio de seguridad) no tiene por qué encontrarse entre cuatro paredes: normalmente solemos hallarlo en la compañía o en el abrazo de alguien al que consideramos nuestro ancla o ese bastón en el que todos, más tarde o más temprano, necesitamos apoyarnos. Sin embargo, es cierto que hay lugares físicos a los que nos sentimos más apegados y que, a lo mejor, tienen poco o nada que ver con el terruño del que provenimos. En mi caso particular, reconozco que hay sitios que ocupan un lugar destacado en mi cabeza y en mi corazón, paraísos privados a los que siempre quiero volver y, cuando estoy allí, jamás deseo irme. Ya he dicho que el primer lugar de mi podio particular lo ocupa México. Con este país me ocurre que, cuanto más mundo conozco, más me gusta, qué le voy a hacer. Y quedando el tercer puesto vacío (hay algunos lugares que han obtenido diploma mientras otros ni tan siquiera han llegado a la meta), confieso que el Reino Unido se lleva la plata por méritos propios y amor ajeno. No existe ni un rincón de esa nación de naciones donde yo no me haya sentido a gusto y como en casa: siempre que voy es una fiesta y, cuando vuelvo, me entra un indiscutible bajón del que tardo en recuperarme. Una es así de sentimental.
Ayer, 18 de septiembre, día de mi cumpleaños, empezaba la cuenta atrás para que Escocia celebre su referéndum de independencia (18-09-2014). Me hace ilusión que los escoceses decidan su destino el día de mi aniversario; hasta ahí llega mi sentimentalismo (también podría teorizar sobre México, la luna y septiembre, pero creo que no ha lugar). Aunque lo cierto es que, con la cabeza fría y el corazón a lo suyo, los independentistas parece que han empezado la carrera con el paso cambiado.
Un año da para muchos debates y teorías diferentes, pero lo que sí me llama la atención es que los independentistas españoles hayan escogido el caso escocés como un ejemplo en el que mirarse. No sé yo. Cuando estuve en Escocia comprobé que existe un sentimiento nacional muy fuerte y que, a diferencia de muchos lugares de España, convive perfectamente con otros símbolos, como la bandera de la Gran Bretaña o la figura de la reina Isabel. Es decir: nadie te va a tirar tomates si tú, por tradición o porque te sale de la peineta, cuelgas la Union Jack del balcón. Al margen de la conciencia histórica de cada cual, existe un sentimiento de hermandad, tal vez porque el separatismo se encuentra colmado tras ser conscientes del respeto externo a la propia cultura y, desde un punto de vista más prosaico, conseguir la máxima expresión de la propia identidad nacional en el plano deportivo e incluso en el de las artes.
Uno de los lugares más emotivos de toda Escocia es Culloden, el escenario de la batalla que enfrentó a Jacobitas y partidarios de la Casa de Hanover a mediados del siglo XVIII. Es allí donde los escoceses perdieron finalmente una guerra de la independencia jalonada por mil batallas. Y no solo eso: en la claudicación se derrumbó el sistema de clanes (muchos de ellos combatieron unidos en el bando jacobino) e, incluso, se prohibió el uso del tradicional kilt o el sonido de la gaita escocesa. El mérito de Escocia es, tal vez, el no haber tirado nunca la toalla, admitir y asumir su propia derrota y, partiendo de ello, haber sabido recuperar su historia de un modo épico, hasta el punto de que, hoy en día, no resulta extraño ver hombres ataviados con la falda escocesa estampada con los cuadros correspondientes a los distintos clanes que poblaban las Highlands (para mí, uno de los lugares más mágicos en los que he tenido la suerte de estar).
Los escoceses son amables, educados y valientes. Pero también muy inteligentes. Saben que en la unión está la fuerza y son conscientes de que han logrado un status quo envidiable: pueden ser ellos mismos disfrutando además de todas las ventajas de formar parte de una nación poderosa. Al igual que ocurre con Gales, las nuevas generaciones tienen un envidiable acceso a su idioma propio o a su cultura sin desmerecer aquella del país al que pertenecen. No se sienten desarraigados ni económica ni culturalmente. En mi tonta opinión de extranjera diría que lo suyo, por tanto, es un debate histórico, una herencia entendida y asumida, un deber para con otros más que para con ellos mismos. Y si bien es cierto que cuando visitas Culloden sientes una tristeza inmensa y empatizas enormemente con todas las reivindicaciones del carácter y el ser escocés, comprendes también que ellos han logrado pulir las relaciones y la convivencia entre pueblos con una sabiduría envidiable. Por eso opino que el espejo en el que pretenden mirarse varias de nuestras Comunidades Autónomas es un cristal superficial, tal vez porque mirarse está bien, pero verse ya son palabras mayores que muchos no quieren asumir, no vaya a ser que lo que vean no les guste.
Desconozco lo que ocurrirá el 18 de septiembre de 2014 en Escocia, pero estoy expectante. En cualquier caso, sea cual sea el resultado de las votaciones, espero tener mucho y bueno que celebrar.
Y dejo algunas fotos de Escocia: el lago Ness, el epicentro de la batalla de Culloden, gaitas a pie de las Highlands, y de un amigo escocés, que me acompañó durante la visita a  Eilean Donen (castillo donde se rodó la película de Los Inmortales) vestido ad hoc y muy orgulloso de ello. Estuve tentada a incluir algunas fotos donde aparecía una servidora (me he venido arriba) pero al final he entrado en razón y no me han parecido irrelevantes. De nada.








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