martes, 11 de junio de 2013

Madrid me mata

Hoy mismo, Cristina Cifuentes, delegada del gobierno en Madrid y presumible candidata a la alcaldía de la capital, ha vuelto a declarar que ella no va a ser la futura alcaldesa a no ser que la obliguen a presentarse. Espero, por su bien, que esa señora que ve nazis y terroristas donde nosotros solo vemos paisanos con gorra y señoras con paraguas, no se refiera a chantajes de los chungos, como que le escondan el Telva o le nieguen el tinte, no vayamos a montarla sin ni siquiera haber sacado las piezas.
Viendo la negativa de Cifuentes, y tal como se han sucedido los acontecimientos y declaraciones en las filas de los populares, tendría que acontecer una hecatombe para que esta señora no se presentara a la alcaldía de Madrid. Además, hay que admitir que la delegada entra en el perfil de personajes que la alta política factura con destino al km. O: desde el gran aficionado al género chico que era Álvarez del Manzano hasta la señora de Aznar, pasado por el faraón Gallardón, la orla de la alcaldía no desentonaría en el Museo Ripley Esto es increíble. Lástima que quienes les hemos sufrido sabemos que es posible, viable y completamente factible.
En los mentideros de la villa y corte se comenta que a Rajoy Ana Botella, esa señora que ve peras y manzanas donde nosotros vemos higos y brevas, no le gusta ni un pelo. Quizás sea por su consorte, un individuo de tan mal perder como cuestionable volver, pero también es posible que sea por ella misma, por su escasa entidad política, su nula disposición a resolver conflictos, sus discursos disparatados y su colección de asesores, a cada cual menos capacitado para el puesto que ocupa. Ante el propósito de que Ana Botella no repita en las listas (recordemos que nadie la ha elegido), el PP, siguiendo con la tónica iniciada por el PSOE, no está dispuesto a regalarle Madrid a ningún animal político ni, mucho menos, a un gestor competente, no vaya a ser que lo haga bien y se postule para presidente del gobierno de ésta su España. En contrapartida, las quinielas se decantan por un plantel femenino de primer orden, entendiendo por orden aquel por el que velaba el ama de llaves de la película Rebeca. Entre las nominadas para entrar en la casa, además de Botella y Cifuentes, están Esperanza Aguirre, inasequible al desaliento y al desencanto, y Ana Mato, la reina del confeti, la inocente chica Disney que no sabía que los malos le costeaban su fulgurante ascenso a las más altas cotas de la nada.
Sinceramente, no sé qué sarta de pecados hemos cometido los habitantes de Madrid para que la vida nos regale semejantes alcaldes. Mientras otras capitales presumen de tener dirigentes con cultura, con idiomas y con un apoyo popular de los que da gloria verlos, nosotros parimos criaturas a las que, si hay suerte, pocos meses después de su toma de posesión perseguirá un señor disfrazado de rinoceronte o catedral gótica para recordarle lo mucho que debe y lo poco que hace. Sus minutos de gloria se reducirán a esas festivas algaradas y a las meteduras de pata cuando una autoridad de las de mucho tronío se acerque por Madrid para saludar a sus gobernantes y comprobar de primera carcajada si los chistes que le contaban sobre tales personajes se corresponden con la realidad o son mera coincidencia.
Sea lo que sea lo que hemos hecho, no nos merecemos semejante cruel destino. Es incomprensible que siempre, siempre, los grandes partidos intenten colarnos a lo peor de cada casa, a aquella mosca cojonera que se quieren quitar de en medio cargo mediante. La capital de España está hecha una pena, y apostaría algo a que no somos los ciudadanos las que la hacemos difícil, sino sus gobernantes, que la convierten en imposible, mustia y hasta desagradable.
Quizás, cuando alguien algún día nos muestre cierto respeto como sociedad y como ciudadanos, empecemos a recuperar esa dignidad que se nos perdió entre las obras del Metro y las de Madrid Río, allá donde Gallardón buscaba el tesoro al final del arco iris. Mientras, continuaremos obligados a ver cómo se negocia a la baja el vecino Eurovegas y cómo las formaciones políticas se baten en duelo para llevarse todas las comisiones de las Olimpiadas que no llegan. Parafraseando a aquella película de Juan Antonio Muñoz, ¡ja se maaten!


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