Sé muy poco sobre Turquía. Al margen de detalles de su historia, su influencia en las naciones limítrofes y sus rivalidades deportivas con los vecinos, la verdad es que mi conocimiento del país no pasaría ningún casting para un concurso de ésos de saber mucho y ganar poco. Mi desconocimiento me lleva a reconocer incluso que jamás leí el libro La pasión turca, de Antonio Gala, ni vi la película, que tantas alegrías dio a una determinada generación de mujeres españolas. Se ve que no era la mía.
Pero estos días es imposible desconectarse de la cosa turca, como lo es ignorar la cosa siria o la cosa estadounidense entendiendo por ello la manía de la administración norteamericana de hurgar en nuestras bolsas de basura. Los turcos, con permiso de los brasileños, que están ahí ahí, han heredado el título de indignados que con tanto orgullo paseamos los españoles hace dos años. Ellos también acampan, también protestan pero, a diferencia de los simpatizantes y practicantes del 15M, son mucho más castigados por ello.
Si hubiera que poner ahora mismo un ejemplo de mala gestión de una crisis social, todos miraríamos a Turquía y la situaríamos, sin dudarlo, a la cabeza del top ten de desastres. En ese sentido, el gobierno brasileño ha hilado mucho más fino a la hora de reaccionar a las protestas de la población con un "todo el mundo está en su derecho de manifestarse"(toma nota, Cifuentes). Otra cosa es que les guste oír gritos en contra, que seguro que no.
Recordemos que, en un principio, las protestas turcas nacieron para evitar la construcción de un centro comercial en el parque Gezi, algo que debe poner a la población de los nervios, y que nadie me pregunte por qué. En realidad, imagino que lo del Mercadona otomano fue una excusa para canalizar el hartazgo de una población ante su gobierno, al que muchos tachan de autoritario y dictatorial. Tampoco es que Erdogan, Primer Ministro de la nación y líder de un partido que se escuda en el pomposo nombre de Justicia y Desarrollo, haya puesto mucho de su parte para demostrarnos lo contrario. Su empeño en desalojar una y otra vez y de muy malos modo la plaza Taskim (núcleo de la indignación turca) y sus ansias por lanzar gases lacrimógenos incluso en sitios cerrados no dejan entrever una mínima voluntad de entendimiento.
Cuando cualquiera de nosotros sabe que no tiene razón pero no quiere dar su brazo a torcer, solo ataca. Y cuando uno no tiene soluciones y es tan inseguro como para creer que una derrota a tiempo no es una victoria sino una pérdida infinita, se muestra absolutamente contrario a cualquier forma de diálogo. Para Erdogan, la negociación es un fracaso en tanto en cuanto los otros siempre serán los malos que le quieren poner en evidencia y hacerle caer, por lo que solo merecen pagar por ello. En esto me recuerda mucho a Aznar (el Cid "emperador", según las Nuevas Generaciones de su partido), otro ser incapacitado para la negociación, como demostró en sus tiempos grises de La Moncloa.
En mi opinión, Erdogan sabe que no le asiste la razón, y que con su comportamiento está justificando las protestas que intenta combatir de la peor forma posible. Pero Turquía no es precisamente un páramo de tranquilidad, sino una nación en continua efervescencia dormida, con corrientes europeístas, islamistas etc, moviéndose no tan sigilosamente en las cloacas de la administración y el parlamento. No creo que sea fácil conciliar ciertas posiciones en un país cuya sola situación en el mapa indica la predisposición a padecer cruentas guerras ideológicas.
Pero si todo esto es tan evidente, resulta ingenuo pensar que Erdogan combate la violencia con la violencia movido solo por su ingenuidad y nula capacidad política. El gobierno turco no es únicamente Erdogan y el autoritarismo manifiesto no solo lo practica uno, al igual que la indignación no bebe de una única fuente. Lo que resulta impensable es que no se busque una solución política (entendiendo por política su primigenio sentido de gestión de la cosa pública) y que se llegue a un punto en el que el estallido resulte incontrolable. Ahora mismo, esta situación es una mera hipótesis, pero va siendo hora de que la comunidad internacional piense a quién beneficia la violencia en Turquía y, más concretamente, quién puede sacar rédito social, político y económico de lo que está ocurriendo. Yo ya me estoy haciendo una idea y, sinceramente, no ha tenido que venir Edward Snowden a deslumbrarme con la cuadratura del círculo.
Por cierto, lo que ha empezado a ocurrir en Brasil, con la gente tomando las calles como forma de protesta, hace buena mi teoría de que esta burbuja en la que han vivido durante los últimos años y la forma insensata de gestionar las inversiones y préstamos exteriores va a acabar por pasarles factura. Es posible que el país esté dejando escapar su oportunidad de oro para convertirse en el gran capitán del buque latinoamericano y en su prosperidad haya mucho más de espejismo que de realidad, con una corrupción latente, una obscena acumulación de riqueza por parte de pocos y un empobrecimiento trágico por parte de los mismos. Las promesas del sindicalista Lula convertidas en pesadilla. Salvando el ornamento, los materiales y las texturas, ya tenemos un inmenso espejo en el que mirarnos. Apasionante.
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