jueves, 7 de julio de 2011

Enemigo a bordo

Todos tenemos amigos. Y enemigos. Una de las mayores diferencias entre ambos es que los primeros son fácilmente reconocibles y los segundos no siempre dan la cara. A veces nos pasan cosas y desconocemos el motivo hasta que descubrimos que alguien ha manejado los hilos por las razones más peregrinas que imaginarse puedan.
Hay quien prefiere tener cerca a su enemigo para poder controlar sus movimientos. Personalmente no estoy de acuerdo: opino que la proximidad de alguien dispuesto a clavarte puñales en cuanto te descuides no favorece tu tranquilidad y acrecienta tus nervios. Creo que al enemigo simplemente hay que quitarle el ascendente que tiene sobre ti; el poder y las amenazas implícitas que esconden sus actuaciones. Y para ello es imprescindible mantenerlo lo más lejos posible, no mencionarle ni darle la importancia que no merece.
El problema serio viene cuando tu enemigo se parapeta detrás de tus amigos. Hay un dicho que, más o menos, viene a señalar: "cuando la voz de tu enemigo acusa, el silencio de un amigo condena". Siempre es difícil navegar entre dos aguas, pero a veces hay que ejercer de mediador y, en muchas ocasiones, incluso elegir. Sería de cobardes no hacerlo cuando te ves empujado a ello. No es desleal tener dos amigos que no se pueden ni ver, pero sí lo es el dejar que esa enemistad crezca sin intentar, al menos, poner tu granito de arena para que las dos aguas vuelvan a su cauce. En muchas ocasiones, las posturas serán del todo irreconciliables, pero es de personas de bien el intentar que dos compañeros a los que aprecia traten de limar asperezas.
Cuando la situación se hace insostenible y el daño es irreparable, el de enmedio debería afanarse en mantener esos dos mundos separados. Él es el nexo que une universos completamente diferentes y lo lógico es intentar evitar un choque de meteoritos en que todas las partes resultarían perjudicadas. Seguramente la vida ponga a cada uno en su lugar y, con el tiempo, se destapen aspectos e incompatibilidades que sacarán a la luz la jugada de cada uno y desviarán caminos que se tomarán solos o en compañía. El problema del amigo mediador es mantener la razón, estar seguro de que vale la pena seguir ahí y dejar que el cariño y la generosidad no se corrompan mientras tanto.
Por mi parte, creo firmemente en el aspecto animal de este asunto: cuando los animales huelen tu miedo se envalentonan. Lo mismo ocurre con tus enemigos: si saben de tu cobardía, si tú o tu entorno (a lo mejor sin ni siquiera tener consciencia de ello) les da alas, se vienen arriba. Y ahí toca sufrimiento del bueno. Yo suelo renunciar a las peleas: cuando alguien con ganas de destrozarme quiere lo mismo que yo, que se lo quede. No voy a perder el norte en juegos sucios ni mezquindades. Si se trata de luchar por algo en igualdad de condiciones, a cara descubierta y sin tretas, ahí sí puedo entrar al trapo. Pero cuando el objetivo es muy goloso, no falta quien saca su armamento más artero para conseguir sus objetivos. Se fabrican personajes falsos, se ponen caretas de superhéroes cual atracadores de tres al cuarto y se llevan el botín. Lo mejor viene cuando al final son pillados en un renuncio y el mundo descubre el verdadero rostro tras la máscara. Ése es el momento de la película en el que te gustaría hacer tu entrada triunfal: para hacerle un buen corte de mangas al falsario y a su cuadrilla de palmeros. Un auténtico -y merecido- final feliz.

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