miércoles, 6 de julio de 2011

Entre fantasmas

Últimamente proliferan las apariciones fantasmales. Para ser más precisos, lo que proliferan son las gentes más que dispuestas a jurar y perjurar que mantienen una relación estrecha con seres del más allá (de los del más acá no se pronuncian). Imagino que tanto trasiego entre el mundo espiritual y el que nos adorna se debe, en parte, a las ganas de evadirse de esta crisis nuestra que hace que nos agarremos a un ectoplasma ardiendo antes de estrellarnos contra la cruda realidad.
Motivos aparte, creo que algo huele a podrido entre tanto visionario. Y no me refiero precisamente a esas apariciones demoníacas que, al parecer, van precedidas de olores indeseables (por esa regla de tres, el metro en hora punto debería ir petado de seres del averno) sino a tanto listillo intentando manipular la curiosidad ajena. Como yo soy muy poco de creer y más de ver y tocar, todo este asunto de mediums y videntes me tiene cual niño de cuatro años en su primera visita al circo. Contemplo determinadas performances de aquí los amigos de lo espiritual y no doy crédito.
Hay una serie en la televisión, El Mentalista, donde un protagonista con mucha lógica, que durante un tiempo ejerció de falso medium para ganarse las lentejas, se dedica a desenmascarar a sus ex colegas que pasaban por ahí. Algunos de los argumentos que plantea la serie están traídos por los pelos y otros te dan que pensar. Lógicamente, si nos creemos los trucos imposibles de determinados ilusionistas, no sé por qué no reafirmarnos en la idea de que la vecina del quinto toma el te con el fantasma de Freddie Mercury todos los jueves a las cinco en punto de la tarde.
En mi opinión tocapelotas, hay gente que goza de una intuición extraordinaria. Si a eso le acompaña una lógica decente, unas experiencias vitales que le ayuden a dilucidar por dónde puede ir la película y, palabras mayores, un equipo de investigación que se lo ponga fácil, el asunto está chupado. De hecho, todos somos un poco videntes. Y si no, a ver quién es el guapo que no ha pronosticado alguna vez el fin o el comienzo de una relación entre personas de su entorno. Las conoce, ha visto situaciones de ese tipo y, mediante una sencilla fórmula matemática (A más B igual a C) vaticina con exactitud lo que va a suceder. 90% de aciertos.
Pero yendo al asunto fantasmal, lo que me parece más curioso es que, salvo en las películas, nadie contacte con espíritus a los que les caías como el culo en vida y ya no digamos una vez muertos. Todos te adoran, te acompañan y te echan de menos. Si es que somos de un bueno... Nunca te rodea un tío puñetero que te canta las cuarenta muerto ya que no puede hacerlo en vida. Vamos, que nadie vuelve para vengarse. El mundo de los espíritus es así, lleno de luz y bondad. Y digo yo, ¿la pobre familia que las pasaba canutas en la peli Poltergeist qué tenía a su alrededor? ¿Un grupo terrorista intentando cargárselos a escupitajos? ¿Por qué unos cuentan que su fantasma doméstico tiene la manía de ponerle la casa patasarriba y los que salen en la tele son tan afectos al buen rollo y el amor incondicional? Dudas que le asaltan a una.
Estoy convencida de que si a mí me dan la matraca día tras día con que en la casa de mi abuela hay un espíritu que se pasea vestido de fallera y luego me encierran allí sola una noche, soy capaz de levantarme a las tres de la mañana y toparme con el susodicho preparándome una paella. Si queremos ver algo lo vamos a ver. Y no porque esté allí, sino porque estamos preparados para vislumbrarlo. Dos personas, una creyente y otra no, si se ponen a ello, interpretarán una mancha en la pared de forma distinta: mientras para una será un divertido efecto del gotelé, para el otro será la nariz de Michael Jackson que ha venido a meterse en todo.
En lo que sí creo, lo confieso, es en los fantasmas de verdad. Los que puedes tocar y ver aunque no lo desees. Ese puñado de cretinos que te acosan en la oficina, en los bares y hasta en los organismos públicos. Esos sí dan miedo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario